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Doble cara

Nunca entendí como lograron abordar nuestro barco si habíamos dañado el suyo con nuestra artillería. Tal vez se debía a que aquellos desgraciados piratas se habían columpiado con cabos para salvar la distancia entre ambos navíos.

Los primeros en saltar se vieron impactados por las balas de nuestros rifles y arcabuces, pero la lenta carga de estos pronto les abrió un paso seguro hacia nuestra cubierta.

Los primeros en llegar no dudaron en enfrentarse con nuestros oficiales y marineros. Sarah saltó hacia el frente y buscó un oponente, yo no tuve que hacerlo, un asqueroso pirata con la cabeza tan lisa como una bala de cañón alzó su cimitarra contra mí. Por aquella arma supe que se trataban de piratas de Ethion.

Traté de recordar cómo combatir contra una cimitarra. Los movimientos eran mucho más curvos y rápidos, tendría que tener mucho cuidado y adaptarme.

No tuve oportunidad de pensar mucho más. Desvíe un severo mandoble que iba dirigido a cercenar mi cabeza. Contraataqué con otro golpe curvo y traté de adaptarme al vaivén del barco bajo mis pies. Era complicado, pero mi vida dependía de ello.

En uno de sus impulsivos ataques logré colarme a su espacio personal. Sarah tenía razón, en persona apestaban mucho más. Levanté mi espada y apuñalé su estómago. Lo aparté de mi de un empujón y lo vi caer por la amurada hacia el mar.

Busqué un nuevo contrincante. Todos parecían concentrados en sus combates, el desorden típico de una batalla cubría el puente de un revuelo de cuerpos, espadas, balas y armaduras. Aquí y allá podía observar la cabellera dorada de Sarah, a la capitana gritando con valor órdenes a sus oficiales. Finna hacía lo propio con los marineros mientras Erika llevaba un control de los daños desde la cofa, siendo cubierta por dos guerreras que no paraban de disparar sus ballestas siguiendo un ritmo hipnótico.

Regresé mi atención a la batalla y procedí a defenderme de otro pirata. Eran hombres toscos, acostumbrados a las heridas y al dolor, no había forma de detenerlos si no era con la muerte. En pocos minutos mi espada estaba empapada en sangre y mi armadura lucía manchas aquí y allá que evidenciaban mi esfuerzo y los riesgos que había corrido.

Sin embargo, no me quedaba demasiado tiempo para descansar y tomar aire. Cuando la cubierta parecía quedar libre de piratas, parecían llover más desde su barco. Era desesperante, pero teníamos que defendernos y resistir, estábamos mejor armados que ellos y podíamos repelerlos, solo necesitábamos resistir.

En un respiro miré hacia la escala de proa. Las habíamos sellado por precaución. Mi corazón se detuvo al verla forzada, la reja estaba tirada cerca del palo de trinquete y algunos piratas estaban bajando a toda prisa las escalas.

—Maldición—bufé. En las bodegas había gente armada, pero la mayoría eran civiles, hombres, mujeres y niños desarmados e indefensos— ¡Sarah!

La susodicha extrajo su espada del pecho de un pirata y pateó su rostro con furia. Al terminar, giró la vista hacia mí, sus ojos se encontraban perdidos en el frenesí de la violencia.

—Están entrando a los entrepuentes—grité dirigiéndome a la escotilla. No me quedé a ver si me había escuchado, sabía que lo había hecho.

Bajé las escalas casi de un salto y sorprendí al pirata que apenas estaba llegando a pisar el entrepuente. Mi espada atravesó su espalda limpiamente y no me detuve a comprobar su muerte.

El vestíbulo de popa estaba vacío, las puertas que daban a la zona de los cañones y a la armería estaban forzadas.

En el interior del barco los ruidos provenientes de la batalla eran mucho peores. Gritos y gemidos se combinaban en una sinfonía horrenda, el chocar de las espadas y cuerpos se escuchaba casi amplificado. Tuve que sacudir la cabeza para despejar mi mente y no concentrarme en el miedo, no era el momento.

Al llegar a la sala de artillería me encontré con una escena de terror, había agujeros enormes en las paredes del barco, trozos del forro y de los baos formaban puntas atroces en las cuales podías morir si no tenías cuidado. La sangre manchaba el suelo y algunos cadáveres se encontraban desperdigados. Las hamacas colgaban del techo desaliñadas y desgarradas como los gritos que provenían de las entrañas y de la cubierta del barco.

Al ir avanzando fui descubriendo más cuerpos. Algunos eran marineros con los que me había cruzado alguna vez. Para mi horror, algunos parecían rematados por la hoja de una cimitarra. Estaban vivos antes que los piratas llegaran a esta parte del barco.

—Malditos—gruñó Sarah detrás de mí al descubrir la escena—. Karla, ve a avisar a la capitana—ordenó.

—Pero, teniente, ustedes.

—Es una orden—siseó con severidad Sarah en un papel que nunca la había visto adoptar: Su rango como teniente.

Al parecer Karla tampoco la había visto en aquellos menesteres, la joven alférez, con una herida bastante severa en el brazo, asintió con nerviosismo y regresó cojeando sobre sus pasos. Tuve que darle la razón a Sarah, era un peligro que nos acompañara.

—Seremos tu y yo por un rato, espero que no te gane la cobardía—espetó al pasar por mi lado.

—Ya quisieras—limpié la sangre de mi espada en un trozo de hamaca y la seguí hacia la bodega, donde los gritos se escuchaban cada vez más desesperados.

Avanzamos lentamente, nuestro camino se veía interrumpido a cada paso debido a los heridos y muertos. Algunos necesitaban atención y sin un torniquete oportuno, no sobrevivirían.

Una cabellera azabache muy despeinada llamó mi atención. Sobresalía bajo un montón de escombros y los restos de un cañón, que supuse que había estallado antes de disparar, un accidente común en batalla.

—Oh no—balbuceé por encima del nudo que se había formado en mi garganta.

Con la mitad del cuerpo aplastada por el cañón se encontraba aquel joven grumete que había tenido la amabilidad de consolarme tras mi primer encuentro con Finna. Lars, de unos 15 años, se encontraba mucho más cerca del mundo de los muertos que lo que su juventud ameritaba.

—Mi Lady—susurró con la voz rota.

Me acerqué a él con paso trémulo. No podía creerlo. ¿Cómo permitían que un niño manejara cañones? Fu entonces cuando recordé que en tierra firme aprendías a manejar una espada a esa edad.

—Ey, Lars. Volvemos a vernos—aparté algunos mechones rebeldes de su frente helada. No necesitaba ser experta para comprender que le quedaban agónicos instantes de vida.

—Estaba aprendiendo mucho. En un par de años iban a ascenderme a marinero—cerró los ojos unos segundos, como si le costara un mundo reunir las palabras y el aire necesario para decirlas—. Fue mi culpa, el cañón estaba atascado tras el último disparo—confesó—. Espero que la capitana pueda entenderlo, no fue mi intención.

Rasguñó el suelo con los dedos de la única mano sana que conservaba, la otra se encontraba bajo un pesado bao de la cubierta.

—Ella lo entenderá—intervino Sarah arrodillándose a mi lado—. Así como tú lo entiendes ¿No? —dijo con un tono entre piadoso y apenado.

La mirada perdida de Lars se enfocó en la espada de Sarah y sus labios formaron una leve sonrisa.

—Sí, lo entiendo—cerró los ojos de nuevo y dejó escapar un estertor, ya su respiración era un cúmulo de sonidos antinaturales— ¿Prometes que informarás a mis padres? —rogó con lo último de su aliento.

—Lo prometo. Sabrán que diste tu vida en una gran batalla—aseguró Sarah apuntando su espada al corazón de Lars.

—Sarah ¿Qué haces? —mis ojos no pudieron creer lo que veían. Con una expresión tan firme que no dejaba espacios a vacilaciones o arrepentimiento, la teniente hundió la espada en el pecho de aquel joven, acabando rápida y efectivamente con su vida.

—En su estado sufriría durante horas antes de morir—señaló las piernas y la cadera de Lars destrozadas por el cañón.

—Pero aun así...—no encontraba palabras para definir lo que acababa de ver, la vida escapando de aquellos ojos demasiado jóvenes. Contuve una arcada y para mi sorpresa, Sarah me abrazó.

—Debemos seguir adelante, nos necesitan en la bodega.

Asentí recordando los gritos y sonidos de combate que provenían de aquel lugar. Solo unos pasos nos separaban de nuestro destino. De salvar a Zirani a los demás pasajeros. Me separé de Sarah y me dispuse a recorrer los pocos metros que me separaban de Zirani.

Mi camino se vio interrumpido por un estruendo y un silbido atroz, era una nueva descarga de artillería del barco enemigo. Gritando un improperio digno de altamar, Sarah me empujó al suelo y se quedó sobre mi protegiéndome de la caída de escombros y del posible impacto de una bala de cañón.

Levanté mi cabeza con dificultad, mis oídos zumbaban. Sobre mi Sarah temblaba y no paraba de mascullar insultos contra los piratas. Palmeé su espalda con torpeza tratando de regresarla a la realidad.

—Oh, espera que retorne a mi cuerpo. Juro que vi mi vida pasar frente a mis ojos—señaló hacia babor, a unos centímetros de donde habían estado nuestras cabezas se encontraba un gran agujero dando una inocente vista del mar.

Un escalofrío recorrió mi espalda. Estuvimos a segundos de morir. Luego, recordé a Einar. Se suponía que él debía estar aquí. ¿Su cuerpo habría sido arrojado al mar? Temblé de impotencia y terror. No era justo, él no podía haber muerto engañado, no así.

—No vayas a orinarte ahora—protestó Sarah al ver mi turbación. Se puso en pie y me tendió la mano para ayudarme a levantar—. Vamos, hay que movernos.

Corrimos los últimos metros que nos separaban de la bodega y abrimos la puerta de una patada. En el interior se encontraban al menos una decena de piratas atosigando a los pasajeros refugiados. El llanto de los niños y sus madres era ensordecedor, el choque de espadas y el gorgoteo de la sangre cuando un pirata asesinaba sin piedad a un pasajero era abrumador. Mis botas chapotearon en la sangre acumulada y no pude evitar que mis dientes rechinaran.

Busqué frenética a Zirani mientras Sarah se abalanzaba contra el pirata más cercano. Aparentemente había perdido su férreo control y el mío iba por el mismo camino. No poder encontrar a la mujer que amaba estaba acabando con mis nervios.

—Anahí—levanté la mirada y la encontré arrinconada peleando contra un asqueroso pirata. La macabra sonrisa de aquel pútrido ser revelaba sus terribles intenciones. Ni siquiera luchaba contra Zirani de verdad, solo jugaba con ella tratando de desarmarla para luego aprovecharse de ella.

Un rugido brotó de mi pecho. No iba a permitirlo. Aquel maldito intento de hombre no merecía vivir. En dos zancadas alcancé a Zirani y ensarté mi espada en la parte baja de la espalda de su enemigo.

Con satisfacción giré mi muñeca. Aquel cerdo gritó como uno y se desplomó sobre Zirani. Ella dio un grito y lo empujó hacia mí, clavando mi espada aún más en el cuerpo del desgraciado.

Solo extraje mi espada cuando sus brazos rodearon mi cintura y sus labios encontraron mi mejilla. Busqué sus labios desesperada. En ese instante comprendí el terror que había mantenido bajo control. El miedo irrefrenable que había albergado mi alma ante la mera idea de no verla de nuevo.

—Pensé que estabas muerta—susurró contra mis labios—. Ellos entraron y yo, yo pensé...

—Ey, no es momento—quizás sonaba dura e insensible, pero debía detener a Zirani antes que bajara sus defensas. Nuestro rincón no era seguro ni era el momento para hablar—. Salgamos de esta y tendremos todo el tiempo del mundo—besé su frente y me permití el lujo de dejar mis labios sobre su piel un par de segundos más.

Zirani asintió, tiré de ella y la oculté detrás de mi cuerpo. Los piratas continuaban su feroz ataque, ninguno se había percatado de nuestro dulce momento, y tal vez fue una suerte que lo hicieran. La salida estaba despejada, podía enviar a Zirani a la sentina, ordenarle que se ocultara ahí mientras todo terminaba. Ni la cubierta ni las habitaciones eran seguras.

—Zirani, están despistado, corre a la sentina y no mires atrás—susurré.

—Pero acabo de encontrarte—aferró mi mano entre sus dedos temblorosos—. No quiero dejarte.

—Tienes que hacerlo si quieres sobrevivir, yo iré por ti luego.

Tiré de ella hacia delante y la empujé en dirección a la puerta. Sus pies trastabillaron y por una angustiosa milésima de segundo pensé que caería de cara al suelo. Por suerte, recuperó el equilibrio y corrió hacia la entrada sin mirar atrás.

Su movimiento no pasó desapercibido por un pirata, un hombre corpulento de piel oscura y ojos feroces. Se arrojó sobre Zirani y actué por instinto. Me lancé contra él y lo empujé con el peso de mi cuerpo gracias al factor sorpresa. Golpeé su nariz antes que pudiera recuperarse y di un salto hacia atrás. Por el rabillo del ojo pude ver como Zirani escapaba exitosamente de aquella masacre.

—Vas a morir—chilló aquel hombre arrojando su cimitarra contra mi cuerpo.

Desvié el golpe y contraataqué, su bloqueo fue contundente y sin que pudiera prevenirlo, sacó una daga curva de su cinturón y lanzó un mandoble contra mi costado desprotegido. La magnitud del golpe fue tal que logró atravesar la armadura y mi cota de malla.

No pude evitar gritar, nunca había sido herida de tal forma en mi vida. Nunca había ido más allá de un par de cortes superficiales. Mi grito pareció despertar a los pasajeros que combatían, empezaron a luchar con más ahínco contra el enemigo.

—Malditos bastardos—nunca me alegré tanto de escuchar la odiosa voz de Vivian. La acompañaban Karla y Bera, quienes no dudaron en lanzarse contra los piratas que atosigaban a los indefensos pasajeros.

De la nada, Sarah apareció a la diestra de mi enemigo y pateó su rostro haciendo gala de una increíble flexibilidad. Juntas logramos derribarlo y rematarlo.

Lamentablemente, es justo cuando las cosas parecen ir bien que todo empeora. De la masa de pasajeros aterrados surgieron los tres mercaderes sobre los que había advertido a la capitana. Se hicieron notar disparando cada uno contra el pasajero que tenían más cerca. Escuché gritar a Malén y para mi horror descubrí que una de las víctimas había sido Adara. La joven mujer yacía en el suelo, sobre un charco de sangre que crecía hasta mezclarse con los otros.

Adel, Basim y Fadil sonrieron casi al mismo tiempo, arrojaron sus pistolas descargadas y sacaron otras de sus cinturones.

—Suficiente de juegos, tantas espadas aburren—apuntaron a Sarah, a la capitana y a mí en el pecho, estaban a una distancia de diez pasos, solo un idiota podía fallar. Fadil se acercó a mí con una sonrisa cínica, lo mismo hicieron Basim y Adel con la capitana y Sarah—. Nos descubriste y nadie te escuchó—se burló en mi rostro. El cañón de su pistola recorrió mi sien—. Princesita mimada que solo sabe vivir en un palacio rodeada de algodón.

Empuñé mi espada con furia. Sabía que no podía ser lo suficientemente rápida como para acabarlo. A mi lado, Sarah y la capitana habían llegado a la misma conclusión. Tiramos nuestras armas a la vez, no había nada que pudiéramos hacer.

—Solo te queremos a ti, tus madres pagarán un jugoso tributo a mi reino por tu cabeza. Y a mi amigo aquí—señaló a Adel—. Tal fortuna le irá de maravillas para iniciar sus negocios. Tiene unos diseños increíbles para crear nuevas armas de fuego.

Vivian rechinó sus dientes. Sabía que debía estarse consumiendo a causa de la culpa y la furia, pero no era el momento adecuado para regodearme. Necesitaba salir del atolladero. Sentía que a cada segundo que pasaba aquel cañón en contacto con mi piel, mayores eran las posibilidades de morir. La mirada de Fadil se encontraba desenfocada y un brillo de locura iluminaba aquellos iris oscuros. En cualquier momento se le podía escapar un tiro.

—Oh caballeros, pero olvidan algo en sus planes.

Casi caí de rodillas al escuchar aquella voz proveniente del fondo de la bodega. No estaba muerto en el fondo del mar convertido en alimento para peces, estaba en la bodega.

Einar se abrió paso hacia los tres traidores apuntándoles con un viejo arcabuz. Aquella sonrisa cínica era algo que nunca había visto. Parecía sediento de sangre, de venganza y no era para menos, aquellos malditos habían contribuido a la masacre.

Le sonreí levemente, aliviada por encontrarme un paso más cerca de la libertad. Einar me devolvió la sonrisa sin cambiar aquella expresión hambrienta de retribución.

—Se olvidaron de mí en sus planes. Creo que me toca una parte. Vivir en Luthier bajo el mando de esta gentuza es de lo peor.

Fadil y Basim rieron con ganas. Adel solo sonrió aliviado, al parecer él no confiaba tanto en Einar. Y tenía razón para no hacerlo.

La cruda punzada de la traición casi me llevó a caer de rodillas. Mi garganta ardió en un grito descontrolado de ira y dolor puro. Me había entregado a él, había confiado en él. Conocía mis secretos y mis temores.

—No me veas así "Cariño" después de todo, también me traicionaste—sonrió ampliamente—. Aunque debo admitir que por un segundo creí llevarte por el buen camino. Te di a conocer lo que es un verdadero hombre—sacudió la cabeza con fingida decepción—. Supongo que los viejos instintos y el pecado jamás abandonarán tu cuerpo.

—Eres la peor escoria que pudo pisar este mundo, Einar—escupí en su dirección.

Tan veloz como una centella se acercó a mí y me propinó una bofetada con el reverso de su mano. Sentí el metálico sabor de la sangren inundar mi boca. A mi lado, Sarah gruñó y en consecuencia la culata de Adel impactó contra la sien de la teniente.

—Aprenderás a respetarnos—espetó Einar—. Capitana—se inclinó con mofa hacia Vivian—. Espero sinceramente no volver a vernos.

—Escoltaremos a la princesa a nuestra embarcación—intervino Fadil—. Cualquier intento de rescate terminará con su vida.

Y fue así como me vi empujada a través del barco y hacia la cubierta. Ahí, los oficiales del barco fueron obligados a tirar sus armas. La expresión de Bera era impagable, ahora comprendía que yo tenía razón y que había apoyado a una capitana cegada por los prejuicios.

Rápidamente los piratas que aún continuaban con vida extendieron un tablón entre los barcos y lo aseguraron con cuerdas. Con un golpe a mis riñones me obligaron a subir a la amurada y cuando ya me encontré firme sobre el tablón, Einar sujetó mi cabello entre sus dedos con tal saña que mi piel protestó y mis ojos se llenaron de lágrimas.

—Si saltas, vas a perder más que esta sedosa cabellera.

Bufé, lo había pensado. En el camino había pensado mil maneras de escapar y todas terminaban mal. La desesperación llenó mi corazón. Una vez que pisara el barco pirata no habría escapatoria posible, tendría que soportar lo que ellos impusieran sobre mí.

Nadie escapa de prisión en altamar excepto con la muerte.

A medio camino entre ambos barcos me atreví a mirar hacia el mar. Si, saltar había sido mi mejor opción, pero un tirón en mi cabello y dos cañones, uno clavándose en mi sien y otro en lo espalda, me hicieron desistir por segunda vez de aquella idea.

Fui empujada con rudeza hacia la cubierta del barco pirata. Nadie me atrapó, caí de bruces sobre la madera y un coro de risas burlonas llegó a mis oídos. No quise alzar la mirada, no soportaría la idea de enfrentar aquellos pos relucientes de sadismo.

Sin embargo, no me dejaron permanecer en aquel sucio suelo por mucho tiempo. Me alzaron por los brazos y me obligaron a ver en dirección a la fragata.

—Ahora verás cómo queda tu gran amor a la deriva en medio de este mar. Tardarán unas dos semanas empezar a morir de sed—siseó Einar destilando veneno en cada una de sus palabras.

Comprendí aquella frase en una milésima de segundo, así que reuní aire en mis pulmones para gritar:

—¡Agáchense! —los oficiales y marineros en cubierta que observaban la escena obedecieron al instante, quienes estaban en las jarcias del palo mayor bajaron casi de un salto. Los marineros que estaban en los palos de trinquete y mesana los imitaron.

Lamentablemente era demasiado tarde para quienes estaban a la altura de la cofa o de la gavia.

Un estruendo rompió el silencio. Tres balas de cañón abandonaron el barco pirata e impactaron limpiamente el tercio inferior de lo que quedaba de nuestro palo mayor, de nuestro palo de mesana y del palo de trinquete. El crujido de la madera fue lastimero y se dejó escuchar por encima de los gritos de los marineros que aún se encontraban en sus jarcias. Lentamente, el palo mayor se inclinó hasta caer sobre la amurada, fracturándola. Debido al peso al caer, la fragata se inclinó peligrosamente hacia babor. Los chillidos de terror no se hicieron esperar.

La caída de los palos de trinquete y mesana no fue menos traumática, cada uno destrozó su parte de la amurada de babor y contribuyeron a desestabilizar, aún más, el barco.

—Icen las velas—ordenó Einar—. Tenemos un tesoro que llevar—me miró con lascivia de arriba a abajo, pero poco me importó.

Mi mirada se encontraba clavada en lo que alguna vez juzgué como una inútil barcaza. Sin su palo mayor lucía desnuda, débil. Sin sus otros palos, parecía un barquito de papel de un niño arrojado a las olas del ancho mar.

Sobre la cubierta yacían cuerpos rotos y desde el mar se dejaban escuchar gritos de auxilio y dolor. Dejaba atrás un barco condenado a la ruina. Dejaba atrás y condenada al máximo sufrimiento a quien consideraba el amor de mi vida.

Aquella fue la última imagen que tuve de la fragata Elektra. Solo agradecí al cielo que Zirani no hubiera sido testigo de todo esto. No habría tenido la entereza para seguir a los piratas si hubiera sido consciente de su mirada rota y desesperada.

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