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Dificultades

Le di un par de vueltas sobre el fuego a la pieza conejo que me correspondía. La carne estaba tomando un agradable color dorado y mi estómago no dejaba de rugir en anticipación. No había sal, solo algunas hierbas del bosque para sazonar, pero incluso así, nada se me antojaba más en aquel momento.

—Vaya ¿El hambre dominó tu curiosidad? —dijo Eyra mientras sacaba una daga de su bota y picaba un trozo de su conejo.

—No quieres responder mis preguntas—farfullé tratando de no sonar como una niña petulante.

—No deberías obligar a ningún guerrero del norte a hablar hasta que tenga algo de carne en el estómago—aconsejó.

—Bueno, ya tienes un bocado ¿Me dirás como llegaste aquí? —inquirí tratando de controlar la desesperación en mi voz.

—Fue bastante curioso la verdad. Durante la batalla muchas personas cayeron al mar, tu sabes, lo normal—sacudió la pieza que comía—. Caí al océano y sobreviví a los disparos de cañón. Pude ver que fuiste capturada y permanecí el mar hasta que lograron subirme a la fragata.

—¿Dónde está Zirani? —inquirí con desesperación. Necesitaba saber de ella, que estaba bien, sana y salva.

Los ojos de Eyra se oscurecieron como dos pozos sin fondo. Arrojó por encima de su hombro el hueso de conejo que acababa de limpiar, luego echó mano de su cantimplora y dio un largo trago.

—Sobrevivió—respondió escuetamente.

Sentí como si se levantara de mi pecho una tonelada de angustia y desesperación ¡Zirani estaba viva! Eyra solo levantó una ceja y esperó a que volviera a mirarla con interés para continuar su relato:

Logramos llegar a Goi remando hasta la extenuación. Habían destruido el palo mayor, el de trinquete y el de mesana. La capitana esperaba encontrar ayuda en Goi. Era, después de todo, una colonia de Calixtho y sus tierras eran seguras.

Llegamos a sus muelles agotados, con harapos por ropas, sin haber probado agua o bocado en días, pues las reservas de alimentos y líquidos se habían reservado a los heridos del ataque. Un gesto noble, aunque inútil. Más de la mitad murieron antes de tocar tierra.

Esperábamos recibir comida y agua, quizás algo de apoyo. Pero lo que esperas no es siempre lo que obtienes. Tropas armadas nos rodearon, apenas pudimos levantar nuestros arcabuces o espadas. En instantes nos escoltaron para llevarnos en presencia de la gobernadora, al menos, eso fue lo que hicieron con los que estaban suficientemente vivos como para caminar. La doctora se negó a dejar atrás a los heridos y a quienes estaban demasiado débiles para caminar.

La gobernadora, Leitha, nos recibió en su fortaleza, la cual, más que una fortaleza, parecía un palacio en su interior. Finas alfombras, lujosos frescos y fina porcelana. Desde ese momento empecé a sospechar, las reinas de Calixtho no podían pagar tanto a una simple gobernadora para que se permitiera esos lujos. Fue entonces cuando recordé los rumores sobre sus actividades ilícitas.

Pese a mis temores y dudas, nos recibió con una buena cena acompañado de un delicioso y refrescante vino. Empezó a hablarnos de la libertad, el poder y el desarrollo, que aquellos poderosos debían gobernar sobre los débiles y aunque en un punto comulgo con esas ideas, lo que ella planteó me llenó de asco.

Yo valoro la guerra cuando vas de frente al enemigo, cuando te arrojas al campo de batalla por un ideal, por tierras, por riquezas, mujeres, esclavos, lo que sea, pero lo que ella planteaba, era simplemente ruin.

—¿Qué planea? —pregunté sin importar que interrumpiera el relato. Mi corazón latía a toda prisa, ávido de información.

—Quería causar una guerra entre Hallkatla y Calixtho. Su isla se convertiría en un importante centro militar y tras la victoria, ella tendría el poder y el prestigio necesarios para reclamar las tierras de Hallkatla como suyas. Tiene un gran poder de convencimiento, si permites que entre a tu mente, estás acabada. Todos en la isla la adoran.

—¿Acaso no vieron como los apresó? —interrumpió Asgerdur con la boca llena.

—Está empezando a plantar la semilla de la guerra, lo atribuyó a razones militares y todos lo dejaron pasar.

—¿Y Zirani? —la pregunta que no me atrevía a formular escapó de mis labios como el viento escapa entre las ramas de los árboles.

—Era la razón de todo esto. Ella descubrió que llevábamos a una hallkatliana con nosotros. Pero no tenía manera de saber si era de la nobleza o no hasta que levantó su espada contra ella. La capitana tuvo que intervenir y le explicó todo a Leitha y se la entregó como prueba de su inquebrantable lealtad.

—¿Qué hizo qué? —sujeté el mango de mi espada con fuerza, cada centímetro de mi cuerpo vibraba con ira contenida—. Esa desgraciada, la decapitaré con mis propias manos.

—No tan de prisa, princesa—Eyra dio un largo trago a su cantimplora—. Fue un movimiento inteligente. Leitha estaba tan feliz que estrechó la mano de todos y nos permitió descansar aquella noche en las habitaciones de su fortaleza. Vivian aprovechó la escasa vigilancia para reunirse con parte de la tripulación y planear un escape. Necesitaban un barco para llegar a tierras hallkatlianas, dejar a la princesa y regresar con las noticias para la reina.

—¿Cómo salió todo? —inquirí con desesperación, no aguantaba más la expectativa, el desconocimiento.

—No lo sé—se encogió de hombros y arrojó un hueso de conejo por encima de mi cabeza y hacia la espesura del bosque—. Yo solo era una pasajera más, esa misma noche logré colarme en un barco ballenero que zarpaba hacia mares del norte.

Tuve que detenerme a respirar un instante. Si me atrevía a hacer algo más que concentrarme en mi respiración, habría saltado sobre el cuello de Eyra y la hubiera estrangulado con mis propias manos.

—¿Cómo te atreves? —pregunté entre dientes.

—¿A qué me atreví? ¿A salvar mi vida y alejarme de un montón de idiotas con deseos de grandeza y aires suicidas? Si, lo hice—jugueteó con unas bayas—. Quizás creas que todos somos nobles y dispuestos a ayudarte como Asgerdur, pero los norteños somos así, pequeña, solo nuestra nación vale nuestras vidas. Además, no iba a implicar a Cathatica en una batalla con Hallkatla.

—La abandonaste, la dejaste sola en una situación terrible—farfullé.

—Estoy segura que todo salió a pedir de boca. Tu capitana debe llegar a Hallkatla con la princesita viva o involucrará a Calixtho en una guerra muy interesante.

—Apuesto que ni siquiera le contaste esto a mis madres, a algún mensajero que vaya a Calixtho.

—¿Por quién me tomas? Calixtho es nuestro más fiel aliado, si estalla una guerra no podrán apoyarnos en la conquista Kyriacos.

—Mis madres jamás apoyarían algo así—bufé.

—No directamente. De todas formas, a ti sólo te interesa saber que nada más pisar tierra, envié un mensajero con una advertencia. Si tus madres lo escuchan o no, es su problema. Todos sabes que la gobernadora de Goi es una mujer corrupta que propicia la piratería y tus madres no hicieron nada contra ella.

—¡Si lo hicieron! Ellas, ellas—el recuerdo de aquella vil estratagema revolvió mis entrañas.

—¿Así que planeaban desenmascararla? ¿Qué tantas pruebas necesitaban cómo para arriesgar a su propia hija? —sonrió con malignidad—. Si princesa, tus expresiones lo dicen todo, no sabes ocultar lo que pasa por tu mente—dio un par de golpecitos con su dedo en mi frente—. Pero lo importante aquí es ¿Qué harás? Con una guerra en camino y con unas reinas tan débiles, Calixtho se encuentra en una verdadera desventaja y tu historia de amor, acabada antes de empezar.

—¡No digas estupideces! Por tu culpa desconozco el estado de Zirani, pero puedo asegurarte que haré algo al respecto. Aclararé este malentendido y yo misma decapitaré a Leitha—exclamé con vehemencia.

—¿Tienes cómo alquilar un barco? —sonrió con suficiencia al ver mi expresión de horror—. Tu nombre no bastará. De hecho, si llegas al puerto de Kuk exigiendo un viaje a Hallkatla como la heredera al trono de Calixtho, lo más seguro es que termines en un barco directo a tus tierras.

—Fingiré, me enlistaré cómo una grumete—respondí con suficiencia.

Eyra y Asgerdur explotaron en ruidosas carcajadas. Mientras, mi rostro parecía querer arder ante la fuerza de mi sonrojo.

—Subiré a ese barco solo para ver eso, si es que te aceptan—bramó Eyra—. De princesa mimada a simple grumete. Ese es un rango muy alto para ti. Probablemente no seas más que una paje ¿Sabes lo que hacen los pajes no? Servir las comidas, limpiar las cubiertas, recoger todas las bacinicas de los camarotes, rascar los percebes del casco de la nave—tomó mis manos y las frotó con sus dedos—. Tus manos resisten el peso de una espada, pero la vida de una marina es mucho más dura.

—Tu cabello es muy largo y sedoso para ser una simple mendiga que busca convertirse en paje o grumete—continuó Asgerdur. Enredó un mechón de mi cabello en uno de sus dedos y lo deslizó con suavidad.

—Estarás sola en esto y deberás darte prisa, pronto el buen tiempo terminará. En estas fechas parten los últimos barcos desde Kuk hasta Hallkatla.

Sus palabras habían sembrado la repulsión y el miedo en mi corazón, pero no tenía otras opciones. Si regresaba con mis madres, me encerrarían hasta mi boda, o hasta mi muerte. Esta opción parecía mucho más viable, la única que me permitiría regresar con Zirani y como extra, evitar una guerra.

Me puse en pie y extendí mi mano a Eyra. De nuevo leyó mi mirada, con un gesto tranquilo me tendió su daga. Enredé mi cabello en mis manos y pasé el filo utilizando mis dedos como guía. Cada fina hebra que caía al suelo representaba cada aspecto de mi vida que dejaba atrás, un paso más lejos de mí hogar y uno en dirección de lo desconocido. El crujir de mi cabello sobrecogió mi corazón, antes, lo disfrutaba, significaba un nuevo cambio en mi estilo, ahora, lo hacía para ocultarme ¿Cómo había cambiado mi vida tanto en el espacio de unos meses?

—Perfecto, quizás muy prolijo para una mendiga, pero es mejor que nada—Eyra sacudió los mechones que permanecían sobre mis hombros y estos terminaron de caer al suelo. Castaño sobre el verde de la hierba y el musgo que cubría algunas rocas.

Toqué mi cabello, había quedado por encima de mis hombros, aún podía sujetarlo en una coleta, pero sería mucho más fácil de mantener en mis nuevas obligaciones.

Reemprendimos el camino al pueblo de Asgerdur, cada uno sumido en sus propios pensamientos. Sabía que ambos estaban ansiosos por los vientos de guerra que soplaban, su sangre lloraba y clamaba por nuevos botines y riquezas, la mía solo lloraba por la incertidumbre de un futuro que se antojaba increíblemente oscuro.

El pueblo no era muy diferente de aquel que habíamos abandonado. Solo tenía un par de calles enlodadas, un mercado ruidoso, casas desvencijadas y cultivos alrededor. Los animales corrían libres y te golpeaban las rodillas con sus picos y cuernos.

—El puerto está por ahí—explicó Asgerdur cuando llegamos al borde del pueblo que daba al mar.

Frente a nosotros se extendía una bahía oculta por una montaña que bajaba hasta el mar. El agua, negra como la noche, se deslizaba por una orilla cubierta de rocas pulidas que los niños tomaban para lanzarse entre sí. Justo en el centro se alzaba un extenso muelle y al su alrededor, unos tres barcos. Grandes fragatas que estaban siendo cargadas con suministros.

—Zarparán mañana o pasado—Asgerdur estiró sus brazos por encima de su cabeza—. Ve a probar suerte, yo te esperaré aquí.

Miré a Eyra, ella solo tenía los brazos cruzados sobre el pecho y me quemaba viva con su mirada helada. Sabía que no estaba de acuerdo con, y cito: "Cursilerías propias de una niña", pero nunca pensé que pudiera juzgarme tan duramente y no cesar en su empeño de hacerme sentir inferior.

Ya que ninguno planeaba acompañarme, di el primer paso y luego el segundo, en dirección al muelle. Una vez cumplido aquello, mis pies me llevaron por cuenta propia hacia la gran construcción de madera. Mis pies chapotearon en la arena oscura y húmeda, mis huellas quedaban marcadas como un sello que luego, era borrado por alguna ola venidera ¿Así de fútil sería mi paso en el mundo?

Con dificultad subí las enormes escaleras resbalosas del muelle. La madera estaba cubierta de una mezcla de brea, vísceras de pescado y grasa de ballena. Entre resbalones logré llegar a la parte superior y ante mí se abrió un panorama aún más repulsivo. Grandes redes llenas de pescados, anguilas y otras criaturas marinas descansaban sobre los muelles. Los pescadores destripaban y retiraban las escamas de los pescados ahí mismo. Si la mezcla de líquidos de la escalera me provocó repulsión, esta nueva situación me tenía al borde del vómito.

Con cierto temor me acerqué al capitán de la primera fragata, un hombre entrado en sus cincuenta, con una gran barba blanca. Era un barco mercante, sólo había pocos miembros del ejército de Cathatica, vestían casacas rojas y pantalones negros, pero toda aquella uniformidad era en vano, pues las cubrían con sus armaduras y pieles.

—¿Qué quieres? —rugió.

—Busco un lugar para viajar a Hallkatla.

—¿Tienes el dinero? —inquirió rascando aquella cascada de pelos blancos que se desprendía de su rostro.

—No, pero puedo trabajar—respondí apresuradamente. A cada una de mis palabras, su rostro enrojecía más y más.

—¡Ya tengo suficientes inútiles! Fuera de aquí.

Su grito provocó que trastabillara hacia atrás, por suerte, pude evitar una caída. No me habría hecho gracia caer sobre aquel asqueroso suelo.

Me dirigí a la segunda fragata, era otra barcaza mercante, tenía un capitán más joven, quien había escuchado los bramidos del capitán más viejo y antes que pudiera ofertar algo, ya negaba con su cabeza.

—No quiero marineras de agua dulce.

Suspiré, estaba siendo más difícil de lo que creía. Sólo me quedaba una fragata, una oportunidad para volver a tierras hallkatlianas y descubrir el paradero de Zirani. Empezaba a parecerme una misión imposible, inútil ¿Cómo podía fracasar antes de siquiera zarpar?

La tercera fragata tenía un porte diferente, no sabía que la hacía destacar por encima de las demás, al menos, no lo supe hasta que llegué a su altura y pude comprobar que llevaba al menos, dos pisos de baterías, con 20 cañones del lado de estribor, y sospechaba, 20 del lado de babor. También llevaba dos cañones pequeños en la proa. Era una fragata militar, la mayoría de los tripulantes llevaban casacas rojas y afilaban sus espadas y revisaban sus arcabuces en la cubierta.

—Espero que tengas una buena razón para estar aquí—me dijo su capitán. Un hombre en sus cuarenta o finales de los treinta, era imposible decirlos con certeza debido a los estragos q causaba la vida de mar en la piel.

—Buenos días, señor—saludé con marcialidad—. Busco navegar hasta Hallkatla, pagaré mi estadía, puedo servir como grumete en su navío—dije a toda prisa.

Podía ver la negativa en su mirada, así que a toda prisa deshice mi talabarte y le mostré mi espada.

—Puedo ofrecerle mi arma como parte del pago—susurré con pena.

Aquella era mi espada oficial. La había recibido el día que cumplí dieciséis años. Estaba fabricada con el mejor acero de Calixtho y había tomado forma y filo de las manos de la mejor herrera del reino. Ni siquiera su breve contacto con el mar la había corroído.

La empuñadura era de cuerno de alce recubierto con suave cuero. Amortiguaba bien el impacto de los mandobles y los bloqueos.

Por suerte, no contaba con una filigrana del escudo de la familia real. Solo un pequeño diseño en plata de las murallas de mi reino, en cuyo centro brillaba un pequeño zafiro.

—¿Tienes el descaro de comprar tu puesto con un arma robada? —rugió el capitán tratando de arrancarla de mis manos—. Yo te enseñaré a respetar lo ajeno, mocosa ladrona—tiró de mi espada y alzó su puño sobre mi rostro.

—Es mía, la legué de mis madres en Calixtho—exclamé con desesperación.

—¿Qué haría una niña rica de Calixtho en pleno muelle de Kuk? —inquirió el hombre con desdén, sin embargo, bajó su puño y soltó mi espada.

—Mis asuntos aquí son privados—enderecé mi espalda y lo miré a los ojos, tal y como me habían enseñado en palacio. No era una plebeya para bajar la mirada ante nadie—. No llevo dinero conmigo y solo busco ganar legalmente un espacio en un navío.

Aquel hombre inspeccionó mi porte y mi arma con un rápido vistazo. Sonrió para sí y sus oscuros ojos grises se achinaron en los bordes. Acarició su barba y se cruzó de brazos.

—Bien, una espada extra siempre es bienvenida. Servirás como mi grumete personal en el castillo de popa. Sé que en Calixtho todos saben leer y escribir, serás de utilidad como reemplazo de mi secretario cuando esté de guardia en cubierta.

Sonreí y asentí vigorosamente ¡Lo había logrado! Partiría al Nuevo Mundo en un par de días y podría volver con Zirani.

—Pero no vamos a Hallkatla. Primero, haremos un recorrido por las costas de Kyriacos, luego, podrás desembarcar en tu destino.

Mi ánimo se vino abajo ¿Cuánto tiempo tomaría aquello? ¿Zirani podría esperar tanto? ¿La guerra se desataría antes? Podía arriesgarme a regresar con mis madres y esperar zarpar en algún barco destinado a terminar con el conflicto, pero no estaba segura de si mis madres lo permitirían o si el barco zarparía a tiempo, de seguro, las conversaciones con el Senado y las Comandantes tomarían días. Hasta el momento, esta sería mi mejor opción.

—Me parece perfecto.

—Las reglas en este barco son sencillas. para ti soy capitán, siempre que veas a un superior, saludas—inclinó la cabeza y tocó su coronilla como si se quitara un sombrero—. Tienes acceso al castillo de popa porque eres mi grumete, pero el polvorín está vetado para ti. No quiero ver que holgazaneas un solo instante. En mi barco todos deben permanecer ocupados en todo momento. Comerás cuando todos los oficiales terminen, con los demás grumetes del castillo de popa y dormirás junto a ellos en los dormitorios ubicados bajo los nuestros. No quiero quejas, tendrás más espacio que mis marineros y guerreros. Este es un navío de guerra, así que la disciplina es la prioridad. No hagas que lamente está decisión—hizo una pausa esperando escuchar mi nombre.

—Anahí, señor.

—Bien, si estás dispuesta a aceptar esas condiciones, entonces tenemos un trato—extendió su brazo en mi dirección, extendí el mío y sellamos el acuerdo con un apretón.

—No lo defraudaré.

—Espero que no, Anahí, o lo lamentarás—amenazó—. Zarpamos mañana al rayar el alba. Prepara tu equipaje y descansa bien esta noche.

Asentí, saludé y me alejé de ese horrible lugar. Mi corazón saltaba de alegría ante la expectativa de ver a Zirani en unas pocas semanas, solo debía sobrevivir a este viaje, mantener un perfil bajo y todo estaría bien.

¿O no?

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