Deja el muelle
Vivian tomó el pergamino, rompió el sello sin mucha ceremonia y procedió a leer su contenido. Esperé frente a ella, cada segundo que pasaba se hacía eterno, solo deseaba abordar de una vez y terminar el viaje cuanto antes. Miré los tablones roñosos del casco por un instante y rodé los ojos. Quizás debía de esperar sobrevivir al viaje y no terminarlo lo más rápido posible.
Levanté la mirada y me encontré frente a frente con una expresión que me heló la sangre. El semblante amigable de Vivian había cambiado por completo. Juntó las cejas y, al notar que le prestaba atención, me miró como quien descubre una cucaracha. Mi estómago se encogió, ¿qué habían escrito mis madres en aquella carta?
—Sígueme —dijo con un tono seco y duro. Miré a mi alrededor, no había marinera o marinero alguno cerca para que tomara mi equipaje. Agité mi cabello, quizás se encontraban escasos de personal, dudaba que le permitieran a cualquier hombre servir en el barco que transportaba a la heredera de Calixtho, debía de ser eso. No había nadie porque todas estaban ocupadas.
Justo cuando separé mis labios para protestar, divisé a una chica bajita de piel acaramelada, cabello negro lacio y un rostro con una forma diferente, casi redondo. Miraba a su alrededor confundida. De seguro era mi sirviente y no me conocía, perdoné aquel error de inmediato. Quienes vivían en las provincias y terrenos de ultramar del reino no conocían mi rostro.
—¡Oye tú! Lleva mi equipaje —ordené a aquella chica con el tono más altivo que pude expresar. De esa manera conocería su lugar.
La capitana, que estaba a punto de llegar a la rampa que unía el barco con el muelle, detuvo sus pasos de inmediato.
—Estás hablando con Zirani, hija del jefe de una importante tribu del Nuevo Mundo—siseó con furia sin siquiera girarse a verme—. Además, de ahora en adelante, atenderás tus propias necesidades. No tienes poder sobre nadie abordo de mi barco.
Enrojecí profusamente. La tal Zirani me miraba confundida, un análisis más detallado me llevó a descubrir que de sus manos colgaba una sencilla bolsa de lona y que, a pesar de que su ropa era similar a la de cualquier chica de Calixtho, algo en la forma como la llevaba la hacía lucir diferente.
—Discúlpate —siseó la capitana. Era una orden que no podía incumplir, cada sílaba estaba acentuada con la amenaza de terribles consecuencias.
Por supuesto, solo me disculpé porque viajar en este barco apestoso durante tres meses ya era lo suficientemente terrible.
—Lo siento.
Zirani asintió para aceptar mis disculpas y eso fue todo. ¿Por qué Vivian tenía que hacer tal escándalo? A la chica seguro que no le importaba, era una heredera como yo.
Tomé mi equipaje, maldije entre dientes a mi yo del pasado que había decidido llevar un exceso de ropa y vestidos elaborados y seguí los pasos de Vivian. Al llegar a la plataforma le dediqué una mirada de miedo y mi corazón se aceleró, se veía realmente muy estrecha y apenas y estaba unida al muelle y al barco por gruesos cabos, ¡incluso se mecía con el movimiento del navío!
—Para empezar cualquier viaje, primero debes abandonar el muelle —recitó Zirani mientras me adelantaba. Con pasmosa facilidad caminó por el borde de aquella plataforma. Al parecer prefería morir ahogada que pasar demasiado cerca de mí. Bien, yo tampoco deseaba juntarme con indígenas sin clase, por favor, ni siquiera había podido fingir ante Vivian que me ayudaba con el equipaje. Pudo ahorrarme el disgusto y evitar una escena.
Seguí sus pasos, mi corazón daba un brinco cada vez que pisaba una tabla de aquella plataforma. ¿Y si se rompían justo cuando colocara mis pies?
Cuando por fin alcancé la cubierta del barco pude apreciar su gran tamaño. Tenía unos 50 m de eslora y unos 20 de manga, tres palos sujetaban lo que me parecían, una decena de velas enormes y gruesos cabos cruzaban de acá para allá formando un entretejido realmente complicado.
Observé los camarotes de la toldilla, ubicados justo en la popa del barco, ahí dormían las oficiales y la gente importante, eran grandes y espaciosos, con varias ventanas.
—Tu camarote se encuentra abajo, Anahí —dijo Vivian señalando una escotilla en el suelo. Era la escotilla de popa, de gran tamaño, miré hacia la proa y descubrí una igual. Ambas se encontraban abiertas, ya que estaban cargando el barco con los últimos suministros.
Cargué mis maletas y observé el agujero, unas escaleras descendían hacia el interior del barco, llegando a lo que parecía un gran pasillo iluminado por tenues velas.
Seguí a la capitana y descendí por las escaleras. Con paso firme y rápido me dirigió hacia unos pequeños camarotes ubicados a cada lado del pasillo. Cada uno contaba con una puerta que en su parte superior tenía con una pequeña ventana cubierta por una cortina de lona.
Por la cercanía entre las puertas intuí que los camarotes no eran demasiado grandes. Bufé y tuve que contenerme para no lanzar un pisotón. ¡¿Por qué no me tocaba un camarote de toldilla?!
—Este será tu camarote —indicó Vivian.
Era uno de los camarotes que se encontraba cerca del comedor, lugar que se encontraba justo bajo la toldilla. Aparentemente, eso era lo más cerca que estaría de su comodidad. No pude evitar preguntarme de nuevo: ¿qué habían escrito mis madres en aquel mugroso pergamino?
Vivian abrió la puerta del cuchitril, de verdad que era nimio, un espacio minúsculo. ¡Apenas cabía mi equipaje! Observé el lugar, no había cama, en la tenue luz solo pude distinguir una bacinica, un pequeño lavamanos, dos estanterías y un diminuto espejo. ¿Dónde dormiría?
—La hamaca puedes soltarla de su gancho si deseas utilizar el escritorio —indicó Vivian señalando hacia la pared.
Noté entonces como de la pared colgaba una pieza rectangular de tela doblada. De sus extremos más cortos surgían algunas cuerdas que estaban atadas a cabos que, a su vez, encajaban en unos ganchos ubicados en lados opuestos del camarote.
El escritorio al que se refería Vivian era un trozo de madera abatible que se encontraba atado a la pared, un pequeño taburete de tres patas a juego completaba el escaso mobiliario.
—Puede solicitar velas, jabón, toallas y lo que necesites a la sobrecargo. La conocerás cuando zarpemos —informó Vivian—. Te dejo para que organices tu espacio.
Tras aquellas palabras desapareció por el pasillo y subió con paso firme las escaleras. Di un mejor vistazo al que sería mi hogar por 90 días.
Los tablones de madera que conformaban el casco del barco se encontraban superpuestos y firmemente clavados y sellados con brea, había una diminuta ventana circular de vidrio grueso y bordes de cuero y goma, una novedosa sustancia que extraían de algunos árboles del Nuevo Mundo y uno de los pocos beneficios que nos dejaba el comercio con esas tierras. Me apresuré a liberar el seguro y permití que el aire ingresara al atestado lugar. Luego, abrí la ventanilla de mi puerta, el viento atravesó fresco y suave mi camarote, por lo menos no pasaría calor.
Acomodé mi equipaje amontonando una sobre otra las cuatro maletas que llevaba conmigo. No me sentía cómoda con poca ropa de donde escoger.
«No sé cómo la tal Zirani puede sobrevivir solo con ese pequeño bolso»
Saqué de mi maleta más pequeña un diminuto diario que me había regalado mi madre. Me había dicho que me ayudaría a pasar los días de viaje y a analizar mis acciones. Bien, podía empezar ahora.
Encontré en las estanterías un tintero y una pluma. Extendí la mesa y tomé asiento en el taburete. En ese momento, un pequeño bamboleo azotó el barco, sostuve la tinta con la mano y gruñí. ¿Cómo se suponía que iba a escribir? Fue entonces cuando noté sobre la superficie de la mesa un agujero para colocar el tintero con seguridad. Lo deposité ahí y luego mojé mi pluma.
«Día 1
Apenas llevo unas horas en este apestoso barco. Todo huele a brea, mar y pescado. Me han asignado un diminuto camarote cerca del comedor en la popa. Aún no he visto a otros pasajeros, espero que no sean molestos.
No sé si seré capaz de soportar tres meses. Hasta ahora solo he conocido a la Capitana Vivian, no sé qué habrán escrito en esa carta, pero por alguna razón su trato hacia mí es duro. Me trata como si yo no fuera la heredera del reino.»
Dejé el diario al escuchar un tímido golpe en la puerta de mi camarote. Levanté la vista y me encontré con los ojos oscuros de Zirani observándome con curiosidad desde la ventanilla de mi puerta.
—¿Se te ofrece algo? —inquirí, tal vez con demasiada dureza, porque Zirani se apartó un poco y miró hacia el pasillo para evitar el contacto visual.
—La capitana acaba de dar la voz para zarpar. Dice que todos los pasajeros que lo deseen pueden subir a cubierta.
—Está bien —dejé el diario y salí de mi camarote. Zirani se apartó un par de pasos para dejarme pasar. Ahora que nos encontrábamos más cerca pude notar que le sacaba al menos, una cabeza y que sus ojos no eran tan oscuros, solo eran de un tono marrón más profundo que los míos.
—Es mi segunda vez en un barco como este —dijo emocionada—. De donde vengo solo utilizamos pequeñas barcazas, pero tu gente nos está enseñando a fabricar barcos como estos.
—Fragata —corregí—. Este es un tipo de barco conocido como fragata, tiene tres palos—indiqué mientras subíamos hacia cubierta.
Zirani asintió y casi trastabilló cuando un coro de gritos y movimientos frenéticos en cubierta la sorprendieron al salir. La sujeté de la cintura y su aroma a frutas cítricas me envolvió por unos segundos. Sonrió apenada y se separó de mí como si mi piel le quemara.
Bufé recordando las costumbres de sus tierras. Si bien no eran tan cerrados como Luthier, si miraban con malos ojos nuestras costumbres y ya se habían presentado algunos problemas por relaciones entre las chicas de Calixtho y de las tribus que poblaban el lugar.
Bien, otra razón para alejarme de la extranjera.
Observé fascinada todas las maniobras para zarpar. La maestre se encargaba de verificar los últimos arreglos y la contramaestre empezaba a gritar a los marineros y marineras las órdenes para liberar cada una de las velas que pendían de los palos, vergas y masteleros.
Casi sufrí de vértigo al observar a aquellos hombres y mujeres trepar por los cabos para liberar las velas y asegurarlas firmemente para mantenerlas abiertas. Me sorprendí al notar que contábamos con una tripulación mixta. Llevábamos años de paz con Luthier, pero los viejos resquemores se negaban a desaparecer del corazón de muchas mujeres de Calixtho.
Los cabos que nos unían al muelle fueron liberados y la piloto alejó el barco del muelle con maestría. La maniobra fue rápida y eficiente.
Pronto nos encontramos lejos del muelle y de tierra firme. Me acerqué a uno de los bordes del barco y me apoyé sobre los antebrazos para ver cómo se alejaba la tierra. Ya estábamos en el mar, ya había iniciado el viaje de mi vida.
No pude controlar el escalofrío que recorrió mi espalda. Flotaba en un trozo de madera sobre miles de litros de agua salada, con criaturas desconocidas nadando debajo de mí. Si caía sería devorada en segundos por algún tiburón o alguna criatura peor.
De lo siguiente que fui consciente fue del vaivén del barco. El continuo movimiento hacia un lado y el otro y hacia delante y hacia atrás empezaba a ser más notorio.
—Bien, antes que el mareo los domine, haremos un recorrido por las dependencias del barco —informó Vivian desde el puente. Descendió con paso grácil, como si el terrible vaivén no la afectara en lo más mínimo.
Fui consciente entonces de una decena de pasajeros que compartiría el viaje conmigo. La mayoría eran mujeres, había dos parejas, dos mujeres ya entradas en la adultez y una pareja natural también de Calixtho a juzgar por su vestimenta. Un chico con manchas de brea en sus pantalones se encontraba algo alejado del grupo.
El resto de los pasajeros provenían de Cathatica, Ethion y Tasmandar. Una guerrera nórdica cubierta de pieles finas nos miraba con dureza, por lo que pude escuchar en el constante murmullo de mis compañeros de viajes, estaba molesta por haber sido obligada a dejar sus armas en su camarote.
Tres pasajeros eran de Ethion y Tasmandar y lucían como mercaderes y el último, asumí que provenía de Tasmandar, aparentaba ser un estudioso, o al menos, así lo indicaban sus lentes y su vestimenta de bibliotecario.
Seguimos a Vivian hacia la escotilla de proa. Bajamos con dificultad las escaleras y nos dirigimos hacia la cocina en la proa, era un espacio diminuto con un fogón donde ya trabajaba la cocinera en jefe y dos pajes de unos 15 años.
Luego nos dirigimos hacia el almacén, ubicado bajo la cocina y que abarcaba casi todo el segundo nivel del barco. En él se encontraba una gran dotación de agua, alimentos, cabos, balas de cañón, ron y otros productos. Más allá, y detrás de una puerta resguardada por dos marineras armadas, se encontraba un espacio diminuto con hamacas organizadas una al lado de la otra, así como equipajes ubicados bajo ellas.
—Esta es la habitación de los pasajeros de segunda clase —indicó la capitana.
Admiré el lugar, si aquí vivirían quienes no habían tenido el dinero suficiente para comprar su espacio en un camarote privado, quizás mi destino no era tan terrible.
Continuamos nuestro paseo por el barco hasta llegar a los baños. La pestilencia era casi insoportable.
—En ocasiones no pueden vaciarse. Como nos encontrábamos en el muelle no podíamos descargarlo. Ahora que estamos en altamar nos encargaremos de su limpieza. Sin embargo, les advierto, no esperen las comodidades de las que gozaban en tierra.
Bufé, simplemente genial, tampoco había observado bañeras o algo similar, al parecer, todo lo que tendría para mi aseo sería aquel diminuto lavamanos en mi habitación.
Abandonamos los baños y nos encontramos con una gran habitación abarrotada de hamacas, equipaje, taburetes y pequeñas mesas.
—La habitación de los marineros —explicó Vivian.
Justo en el centro de la nave y en plena línea de flotación nos encontramos con los bancos de los remeros. Cuando fuera necesario aquellos marineros que no estuvieran de guardia debían ocupar su lugar y remar.
—En ocasiones hemos necesitado ayuda de los pasajeros —dijo Vivian—. Es voluntario, por supuesto.
Rodé los ojos, este lugar era una especie de galera. Lo sabía, mis madres me habían exiliado, enviado lejos con la esperanza de venderme como esclava, eso debía ser.
Negué con la cabeza y para desviar mis pesimistas pensamientos, regresé mi atención al paseo.
Justo debajo de la línea de flotación se encontraba un almacén más pequeño con barriles de brea firmemente atados. Se accedía a ellos por un pequeño pasillo cubierto por una rejilla. Debajo de ella podía verse al agua desplazarse con el movimiento del barco. Apestaba a humedad.
—Con el movimiento del barco el agua tiende a ingresar en pequeñas cantidades, no es motivo de preocupación —explicó la capitana a toda prisa.
Escuché mis alrededores con atención, el agua golpeteaba contra las paredes de madera, creando un eco muy curioso en aquel lugar.
—Más adelante se encuentran sus camarotes, los camarotes de los oficiales, el calabozo y la armería —explicó Vivian mientras la seguíamos por el pasillo y un tramo de escaleras.
Los calabozos se encontraban por debajo de la línea de flotación, estaban húmedos y la atmósfera era muy pesada. Las cadenas y grilletes estaban oxidados y apestaban a metal.
Lo camarotes de los oficiales solo eran un poco más grandes que los nuestros y después de observarlos, Vivian nos dirigió a cubierta. El acceso a la armería estaba restringido para los pasajeros.
—Ahora conocerán a todos los oficiales —indicó. Nos organizó frente al puente y extrajo un curioso silbato del interior de su chaqueta.
Silbó un par de veces y un revuelo de pasos se escuchó desde el puente. Pronto nos encontramos siendo observados por un grupo de chicas organizadas en una formación perfecta y tan firmes que parecían haberse tragado el palo mayor. Su vestimenta era similar, y tan o más prístina, que la de la capitana.
—Primer oficial y piloto de esta embarcación: comandante Dalla. Ella es la encargada de dirigirnos a buen puerto y de organizar todas las labores que se efectúan en el barco.
Una mujer alta, de aspecto aguileño y mirada severa, dio un paso al frente. Sobre sus mangas se notaban dos cintas doradas.
—Segunda oficial: teniente Sarah, se encarga de asistir en la navegación y de vigilar que las guardias se cumplen al pie de la letra.
Una chica rubia se adelantó al grupo. No se le veía un aspecto tan severo, por el contrario, se le notaba frágil y delicada. En sus mangas se encontraba una línea dorada.
—Terceros oficiales: Karla y Nilsa. Su función es la de verificar y comprobar el funcionamiento correcto del barco. Al menos una de ellas se encontrará de guardia, sea de día o de noche.
Karla era una joven pelirroja de aspecto afable. Sus ojos verdes eran casi hipnóticos y lo observaban todo con curiosidad.
Nilsa provenía de Cathatica. Lo sabía por su cabello casi platino y su expresión fría y profesional.
Ambas lucían en sus mangas una línea punteada de color dorado.
—Guardiamarinas: Audr, Bera y Vilborg. Están aquí para aprender. Aún no son oficiales.
Los tres no superaban los 17 años, eran adolescentes larguiruchos que, aunque fornidos, no dejaban de parecer tímidos jóvenes. Audr y Bera eran dos chicas morenas, la primera llevaba el cabello ondulado atado con una coleta y la segunda llevaba prácticas trenzas.
Vilborg era un chico de Cathatica. Era rubio, sus ojos azules brillaban con el sol y sus mejillas ya se encontraban sonrojadas por el calor.
—Ella es Xenia, es la oficial médica de abordo —dijo mientras presentaba a una mujer en sus treinta, de cabello oscuro ondulado.
Xenia inclinó la cabeza en señal de saludo y luego dio un paso atrás.
Entonces, Vivian hizo sonar el silbato y todos regresaron a sus puestos. Pensé que ya era hora de regresar a mi camarote, el movimiento del barco empezaba a embotar mis sentidos, pero no. Tres mujeres aún se encontraban formadas en el puente.
—Les presento a la tripulación de marinería. La maestre Erika, quien se encargará de mantener el barco en óptimas condiciones; y la contramaestre Finna, responsable de las maniobras y de la disciplina de a bordo. Es la mano derecha de la Comandante Dalla, por lo que su palabra es ley.
El aspecto duro y severo de aquellas dos mujeres me hizo comprender que no eran personas con quien desearas cometer algún error.
—Ella es Herdis, nuestra sobrecargo, se encargará de su bienestar y de proveerles lo necesario para un viaje cómodo y seguro.
Herdis era una señora ya en sus cuarenta con una sonrisa afable. Su cabello negro se encontraba trenzado en un único mechón. Sus ojos azules nos analizaron casi como si nos memorizara.
Después de aquella presentación pudimos marcharnos a nuestros camarotes. Uno de los matrimonios se quedó en cubierta para admirar el mar, pero yo ya tenía suficiente.
Me faltó tiempo para alcanzar mi camarote. Sentía que todo se movía demasiado para mi gusto. Mis piernas carecían de un sustento firme y mi cuerpo temblaba por el esfuerzo de contener las náuseas.
Con mucho esfuerzo logré ajustar la hamaca en sus soportes. Tomé asiento, apoyé los codos en mis rodillas y sujeté mi cabeza entre mis manos. Si antes pensaba que esto era una pesadilla, ahora lo confirmaba. Este barco era una pocilga flotante llena de gente extraña con la que debería convivir.
Pateé mis botas y me acosté en la hamaca. El material era muy áspero y raspaba mi piel al menor movimiento.
El barco incrementó su vaivén y mi hamaca empezó a moverse. Gemí, ¿es que acaso podía ponerse peor? Cubrí mis ojos con uno de mis antebrazos y ahogué un sollozo. Extrañaba mi cama cálida y suave, los abrazos de mis madres, la tierra firme, mis caballos y mis amigas. ¿Por qué debía estar en este odioso barco? Yo solo deseaba disfrutar de mi juventud.
Un golpeteo en mi puerta me sacó de mi miseria lo suficiente como para limpiar mis mejillas. Me levanté con cautela, tratando de mantener el equilibrio en este sube y baja infernal.
Destrabé la puerta y me encontré cara a cara con Zirani, quien me miraba preocupada.
—¿Estás bien? —inquirió—. Desde mi camarote te escuché llorar y...
—Yo no estaba llorando, seguro estás imaginando cosas —exclamé con el orgullo herido. Era una princesa guerrera de Calixtho, no una niña llorona y mucho menos iba a admitir mis debilidades ante la hija del jefe de una simple tribu—. Ahora, si me disculpas, tengo cosas importantes que hacer.
Cerré la puerta sin permitirle responder. No quería establecer ningún tipo de amistad con aquella chica extraña. Que le hubiera hablado antes no implicaba que ya pudiera visitar mi camarote.
«Ugh, ya hasta empiezo a considerar este calabozo como mío»
Trastabillé hasta llegar a mi hamaca y me dejé caer de rodillas sobre el suelo de madera. El movimiento era demasiado, insoportable y agobiante. Cerré mis ojos en un afán por controlar las náuseas, pero fallé. Por suerte, alcancé la bacinica a tiempo para vomitar en ella mi último desayuno en tierra firme.
Luego de expulsar hasta mi primera leche, logré conciliar el sueño. Un sudor pegajoso y frio perlaba mi frente, pero no podía reunir la fuerza de voluntad suficiente para extender mi brazo y abrir la pequeña ventana.
Un segundo golpeteo en mi puerta me arrancó de mi sueño, que, si bien no era reparador, al menos me permitía escapar de ml situación actual.
—¿Princesa Anahí? —llamó una voz desconocida para mí. Suspiré, al menos no era la odiosa aborigen.
—Un momento —dije mientras tomaba asiento y tanteaba en la penumbra buscando mis botas. ¿Había oscurecido tan pronto? Frotando mis ojos abrí la puerta del camarote.
Herdis me miraba desde el otro lado. Llevaba en sus manos una taza humeante y sobre uno de sus hombros una gran frazada.
—Para el mareo —indicó acercándome la taza. La tomé entre mis manos y fui consciente de lo reseco que sentía mi cuerpo. Tomé un par de sorbos a la bebida disfrutando del tibio, dulce y suave líquido—. Esto es para el frío —indicó pasándome la frazada.
La dejé sobre la hamaca y cuando me giré para agradecerle me encontré con un jovencito de ojos claros a su lado.
—Oh, él es Niels, un paje de barco, se encargará de limpiar los camarotes de estribor —explicó Herdis. El chico asintió y con una reverencia ingresó a mi camarote y sacó la bacinica. Con paso firme se dirigió a la proa—. No te preocupes, ha visto cosas peores —añadió al ver el sonrojo en mi rostro.
Nunca había sido consciente de lo mucho a lo que se exponía el personal de limpieza. El vómito era algo repulsivo y aquel chico había tomado la bacinica sin titubear. Quizás era hora de vomitar menos, o al menos, hacer un esfuerzo.
—La cena se servirá pronto, te hará bien tener algo en el estómago —dijo Herdis antes de marcharse hacia el almacén.
Regresé a mi camarote y busqué mi cepillo y algunos accesorios. No tenía energías para cambiarme de ropa, pero al menos luciría presentable. En el comedor podría conocer a mis compañeros de viaje, tal vez, encontrar a alguien interesante con quien hablar.
El aroma a comida ya escapaba del comedor y se escuchaban algunas conversaciones apagadas. Tal vez el resto de los pasajeros se sentían tan débiles e indispuestos como yo.
A través de las ventanas que daban al pasillo pude ver cómo todos se encontraban en el lugar y abarrotaban las dos largas mesas. Algunas oficiales también comían con los pasajeros. Respiré profundamente, la primera impresión era muy importante. Sujeté la manilla de la puerta y empujé para entrar.
Todas las conversaciones cesaron al verme ingresar. Las miradas de todos los presentes se posaron en mí evaluándome. Me sentí como en mi primer día en la Palestra, con 16 años, desgarbada y tímida. Al parecer, ya todos habían encontrado con quién hablar y yo solo hacía mal tercio.
Divisé un puesto vacío al final de una de las mesas y tomé asiento. Uno de los pajes se acercó a servirme un plato de sopa y una taza de infusión.
—Las primeras noches no se sirve vino, señorita —explicó con voz de pito al ver mi cara de confusión. Yo estaba habituada a cenar con un vaso de buen vino tinto junto a mi plato.
Hundí la cuchara en la sopa y me dispuse a comer en silencio. Ya que nadie hablaba conmigo, bien podía observar cómo se comportaban entre sí.
Sin embargo, mi análisis no se extendió demasiado. Junto a mí se encontraba Zirani. Al notar que la observaba frunció el ceño y giró el rostro para continuar su conversación con una de las chicas que formaba parte de la pareja de Calixtho. Por alguna razón, sentí que hablaban de mí.
Una sensación amarga se extendió en mi estómago. Era como un puño. Por primera vez era rechazada e incluso, criticada en mi presencia.
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