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Cambio en los vientos

La conversación de Orvar y sus oficiales parecía no tener fin. No paraba de rellenar sus copas de vino y aunque mi estómago parecía rugir con la suficiente fuerza como para ser escuchado por ellos, no les importó en lo más mínimo. Sigurd había dejado la mesa al terminar de comer, había asegurado a todos que estaba demasiado viejo para ahogar su estómago con vino de pésima calidad.

—Por favor, viejo amigo —dijo el capitán con afabilidad—. Siempre sales con esa excusa, pero te aseguro que de todos eres el más fuerte y sano.

—Me cuido del vino y los excesos, capitán, solo así puede uno sobrevivir a estos viajes por mar. Suficiente afrenta a la vida es arrojarse a flotar en estas barricas impulsadas por calzones entretejidos en medio de tormentas eternas.

Ahogué una sonrisa, Sigurd era todo un cascarrabias, aunque compartía su opinión. Echarse al mar en un barril flotante requería un gramo de sentido común y toneladas de locura.

—Siempre tan animado. Que descanses amigo. Y mantén tu viejo corazón tranquilo, hará buen tiempo en la travesía, ya lo verás. Vamos rumbo a Kyriacos, las tormentas del trópico no nos afectarán como a los barcos que viajan hacia Hallkatla.

—Pero tenemos vientos del sureste, vamos a un largo con el viento a popa del través por la amura de babor —masculló el piloto—. Puede disminuir un poco la velocidad si el viento continúa cambiando hacia el sur. Podemos no tener tormentas, pero las corrientes en esta zona del mar son muy fuertes.

—Haremos los cambios correspondientes, no te preocupes tanto. No llevamos pasajeros que puedan quedar indispuestos por un par de sacudidas.

Continuaron hablando sobre el posible cambio de los vientos y como eso podía acelerar nuestro viaje o mantenernos algunas semanas más en el mar. Su jerga se hacía cada vez más complicada, así que decidí distraerme con el simple trabajo de detallar a cada uno. En su mayoría eran hombres, solo dos mujeres fuertes destacaban en el grupo.

Krista, primera teniente recién promovida, se repantigaba con seguridad en su silla como si el mundo no importara, llevaba el cabello recogido en una coleta alta, había rellenado su copa tantas veces que había perdido la cuenta, debía de tener un hígado de hierro. A su lado estaba Seren, una segunda teniente, sus ojos azules no perdían de vista al capitán ni a sus superiores, parecía esperar alguna orden con avidez.

Nuestro piloto era un hombrecillo bastante diferente al típico guerrero corpulento de Calixtho. El uniforme le quedaba bastante holgado y colgaba de sus hombros como si estos fueran una percha. Llevaba el cabello negro muy largo, lacio y recogido en una coleta baja. Sobre su nariz ganchuda llevaba unos lentes de aumento y no paraba de mascullar verdaderos galimatías contra las líneas de un mapa.

Arvid era nuestro primer oficial, un hombre de aspecto severo que parecía llevar la cuenta de los vasos de vino que había tomado Krista con creciente indignación. Llevaba la cabeza rapada en la nuca y en los costados, dejando solo en la parte superior una mata de pelo castaño donde cada cabello parecía formar parte de un disciplinado ejército, todos en posición firme, ninguno parecía doblarse ni salirse de la línea.

Al final de la mesa se encontraba el contramaestre, Apsel, un hombre de aspecto afable para la posición que ocupaba en este barco. Temblé en mis botas, Finna no me había dado oportunidad ¿Apsel me la daría ante algún error? Sus ojos verdes eran muy cálidos, pero parecían ocultar un gran poder: la capacidad de helarse si alguien incumplía sus órdenes.

Los alféreces y guardiamarinas tenían su propio comedor en sus respectivas camaretas. Su rango era muy bajo como para compartir con los oficiales veteranos de este navío.

La sobremesa terminó y uno a uno los oficiales abandonaron el comedor sin siquiera dirigirme la mirada. No tenían por qué hacerlo, solo era grumete del capitán. Me resultó un tanto violento y a la vez, agradable, pasar de ser el centro de las miradas a solo una tabla más en el buque me daba la libertad que necesitaba para viajar tranquila, pero era un golpe a mi orgullo, uno que ardía más que las ampollas que tenía en las palmas de las manos.

—Ya puedes comer —habló el capitán—. No tienes que bajar a la cocina, pedí tu plato junto al mío —explicó y señaló una pequeña charola que permanecía cerrada en el centro de la mesa.

—Gracias, señor. —Tomé asiento y disimulé el alivio que sentí al descansar mis piernas. Eso de estar de pie todo el día, o de rodillas tallando la cubierta, era un verdadero suplicio.

Acerqué el plato y retiré la tapa. Un sencillo plato de carne salada, ensalada mustia y arroz me dio la bienvenida. Acabé con él en instantes, tenía tanta hambre que no pude detenerme ni siquiera para dar un sorbo al vino que estaba junto a mí.

—Cualquiera diría que llevas días a pan y agua —rio el capitán.

—Lo siento. —di un sorbo al vino y casi vomité ante su potente sabor—. Es solo que he pasado días difíciles.

—Me encantaría escuchar sobre eso. —Tomó asiento en la silla contraria a la mía y se sirvió un abundante vaso de vino—. Vamos a pasar varias semanas en el mar, contar historias es una excelente manera de pasar el tiempo —dijo con afabilidad para luego mirarme con severidad—. Y ser sinceros es necesario. En estas aguas es importante tener la seguridad de que confías tu vida a una persona honesta.

Sus ojos grises, su rostro cuadrado, pero de líneas amables y aquel cabello entrecano me hacían pensar en algún tío amable que solo busca entenderte al hablar contigo. No que yo tuviera uno, pero Xandra si lo tenía y no le molestaba compartirlo conmigo. Siempre ocultaba nuestras travesuras e incluso, participaba en ellas. Era un hombre de quinta generación entrado en años que nunca se preocupó demasiado por mi posición, pero si en ayudarme a vivir una infancia lo más normal posible.

—Fui víctima de un ataque pirata al navío en el cual viajaba —susurré. Esperaba que mi confianza estuviera justificada. No quería pasar el resto del viaje confinada en algún camarote mientras Orvar encontraba la manera de devolverme a mi reino y cobrar la recompensa.

—Oh, ese ataque —los ojos de Orvar se endurecieron—. Una autentica canallada. No que los piratas sean muy dados al honor —giró el vino en su vaso como un auténtico catador—. Pero nunca había escuchado de un pirata que se rebajara a calafate durante años, se ganara la confianza suficiente como para subir a los camarotes de pasajeros. Supongo que la carga de la Elektra era tan valiosa como para ameritar todas esas molestias.

Enterré mis dedos en el vaso de vino y di un largo trago. Me asqueaba hablar sobre esa experiencia, mi estómago se contraía ante el recuerdo de Lars, de Helmi y de Sarah, esta última podía estar con vida, pero ¿En qué estado? ¿Los planes contra la traidora de Leitha habían tenido éxito? Tantas cosas que necesitaba aclarar y todas se mantenían ocultas en la oscuridad del tiempo y el mar.

—¿Y qué ocurrió? —inquirió Orvar—. No puedes dejar una buena historia a medias.

—Fui capturada, logré escapar y ahora busco a alguien importante para mí —resumí y di un trago al resto del vino.

—Vaya, eres muy mala para contar historias —protestó—. Bueno, no puedes obligar a las personas a expresar aquello que guardan en sus corazones. —Su expresión se tornó oscura y severa—. Solo te haré una advertencia, pequeña: No permitas que tus sentimientos se interpongan en el camino del bien de la mayoría.

—¿Por qué habrían mis sentimientos de interponerse en grandes planes? Solo soy una grumete —repuse con fingida inocencia.

Orvar abandonó la mesa y señaló la puerta que llevaba a los camarotes de la servidumbre y las camaretas de los guardiamarinas.

—Tú lo has dicho, solo eres una grumete y ya ha pasado la hora de ir a dormir. Descansa, mañana te espera un día duro.

Mientras recorría el corto pasillo ahogué una maldición. Orvar de alguna manera conocía mi ascendencia, pero había decidido no actuar respecto a ello o al menos, esa era mi esperanza. Sus acciones no expresaban lo contrario. No me había encerrado, solo había expresado un consejo que alguien de la realeza o quien tuviera a su cargo la vida de muchas personas debía de tener siempre presente.

O tal vez solo era paranoia sin sentido.

Encontré el camarote iluminado con la luz de tres velas ubicadas en pequeños platitos incrustados en las mamparas. Harald se encontraba ya en su hamaca, vestía una camisa ligera y pantalones sueltos y descansaba con los brazos detrás de la cabeza. Su mirada se perdía a través de una de las ventanas, desde donde podía verse el oscuro mar fundirse con la noche. Solo podías diferenciar el mar del cielo gracias a las estrellas que lo cubrían como un manto bordado con diamantes.

—Hola —saludé y él me regresó una sonrisa afable.

—Hola. Pude ver que tuviste un día duro —dijo con pena—. No me quejaré de nuevo. Nunca he tenido que subir a las gavias como tú —palmeó mi espalda—. Solo tengo que aguantar a mi tío en el sollado —bufó—. No sé cómo sobreviviré este viaje si todos los días van a ser como hoy. Mi tío no me dejó en paz. Me hizo memorizar el inventario y luego practicar las atenciones necesarias si nos vemos involucrados en un zafarrancho de combate.

—La práctica hace la perfección, supongo.

—Sí y soy solo un grumete practicante de medicina, así que tiene sentido ¿No vas a dormir? ¿El capitán va a dictar una bitácora a medianoche? —inquirió al ver que no me cambiaba.

Para empezar, no tenía conmigo una gran cantidad de ropa. Solo las pieles que la madre de Asgerdur había empacado para mí. Y para terminar ¿Debía desvestirme en este camarote frente a hombres y mujeres? Di un vistazo a mi alrededor. Algunos de los ocupantes ya dormían y otros miraban a través de las ventanas.

—Supongo que dormiré con esta ropa —solté algunos de los cordones que mantenían cerrada mi camisa —. Mañana vestiré el uniforme. —Señalé la casaca negra y la camisa que colgaba en mi perchero.

Harald iba a responder cuando una de las ocupantes del camarote siseó desde el fondo del camarote compartido:

—Vaya, la famosa grumete del capitán.

Cerré los puños con fuerza. Conocía ese tono. Era el típico de las personas que se creían que por ser más fuertes o listas podían pisotearte. Decidí ignorarla y subí a mi hamaca. No tenía caso honrarla con mi atención.

—Oye, te estoy hablando a ti —escuché el golpe sordo que hicieron sus pies al bajar de la hamaca—. A ti, grumete del capitán.

Una chica flacucha se acercaba por entre el reducido espacio, esquivando hamacas a su paso. Algunos de los ocupantes que ya dormían despertaron y se giraron para observar la acción. Otros solo rodaron los ojos y se giraron para ignorar la escena y descansar.

Escuché otros dos golpes sordos. Genial. La abusona tenía guardaespaldas. Harald solo miró la escena con sorpresa y algo de temor en su mirada.

Un par de manos tomó el borde de mi hamaca y tiró de él de tal forma que pronto me vi de bruces contra la cubierta. Gruñí y me levanté con cuidado. No conocía las reglas del buque porque cuando el capitán las leía a voz de cuello había estado muy ocupada tratando de no volar fuera de la verga de juanete de palo mayor, pero estaba segura que las peleas entre la marinería estaban prohibidas y eran castigadas con severidad.

—Responden cuando te hablan, novata —dijo una de las que reconocí como guardaespaldas de la abusona.

—Primero, este barco tiene una cadena de mando y estoy segura que tú no figuras en ella, segundo, las peleas están prohibidas, no tengo nada que responder ante ti. —Clavé mis ojos en la abusona de turno. Era una joven flacucha, pero fuerte, de mirada helada y nariz aguileña, sus acompañantes eran robustos y tronaban sus nudillos de manera amenazadora. Bufé, había superado esa estúpida etapa en la escuela en el palacio.

—Oh miren, tiene agallas —Algunas risas escaparon de las hamacas cercanas—. Escúchame, mocosa. —Sus manos se cerraron sobre el cuello de mi camisa y pronto me vi empujada contra la pared del buque—. Este camarote tiene su propia cadena de mando y desde que apareciste no has dejado de saltarla. Primero, tu compañero y tú. —Escuché un golpe y el posterior quejido de Harald—. Eligieron hamacas sin consultarme—. Segundo, te nombraron grumete del capitán por encima de grumetes con mayor experiencia y tercero, no te presentaste al llegar para que podamos bautizarte como lo mereces.

—Oh no, escúchame tu, mocosa. —Tomé sus manos y clavé mis dedos en el espacio entre sus pulgares y palma. Presioné con fuerza hasta que cedió su agarre dando un alarido y la empujé lejos de mí—. Solo respondo al capitán y a mis superiores en la cadena de mando, no al estúpido juego que has decidido montar en este lugar. —Silbidos de burla llenaron el espacio del camarote—. Un grumete de capitán no solo sirve la mesa y ve compartir a los oficiales de alto rango, también redacta cartas, recibe el dictado de la bitácora y llena informes ¿Sabes leer para hacer todo eso? ¿No? Lo imaginaba. A mí nadie va a pisotearme ni es este navío ni en tierra.

—¿Qué ocurre aquí? —La voz chillona de un joven guardiamarina interrumpió nuestra tertulia. Saludamos a toda prisa—. Es hora de dormir y ustedes no están de guardia. Si vuelvo a escuchar un solo ruido más, los haré subir a cubierta a acompañar a la infantería de guardia. —Su mirada se clavó en la abusona— ¿Qué ocurre, Engla?

Con horror comprobé que se frotaba las manos como si sufriera de grandes dolores y su expresión se había convertido en la de un cachorrito herido.

—Señor, Esben, yo solo estaba dando la bienvenida a nuestra nueva integrante y ella reaccionó con violencia ante mí.

Rechiné mis dientes, no iba a responder a esas calumnias a menos que estuviera el capitán frente a mí. Los ojos del guardiamarina recorrieron el camarote y con voz alta preguntó si aquello había ocurrido así. Algunas voces confirmaron la historia, solo Harald intervino con valentía.

—Mienten. Engla agredió a Anahí primero.

El guardiamarina suspiró y miró sobre su hombro con cierto temor, luego endureció su faz.

—Las peleas están prohibidas en este barco y saben que son severamente castigadas. Engla, Anahí, síganme.

Mierda y más mierda, gruñí para mí. Al parecer alguna maldición pendía sobre mi cabeza y evitaba que pudiera navegar sin meterme en problemas con la oficialidad en las primeras horas de travesía. Suspiré, solo me quedaba seguir a aquel mocoso que no parecía superar las quince primaveras.

—Podemos arreglar esto en la camareta de guardiamarinas o podemos arriesgarnos a despertar al capitán —susurró.

—Por mí, despiértalo, hablaré con la verdad —gruñí.

—Calla, estúpida —siseó Engla en mi oído— ¿Acaso prefieres los rebencazos del capitán a las débiles caricias de estos niños?

—¡No somos niños! ¡Somos oficiales! Respétame —exclamó el guardiamarina.

—¿Qué son esos cuchicheos en mi puerta? —intervino el capitán con verdadero hastío desde la puerta que daba a su camarote. Tenía el cabello ligeramente despeinado y se encontraba en mangas de camisa.

—¡Señor! Atrapé a estas dos grumetes peleando en su camarote —explicó el guardiamarina a toda prisa.

El capitán dirigió una mirada tan llena de furia a Engla que la hizo encoger en su lugar, luego, dirigió toda la fuerza de su decepción en mi dirección. Sentí mi estómago encogerse y mis labios temblar, no quería decepcionarlo y por un instante pensé en regresar el tiempo y simplemente aceptar los burdos intentos de Engla por coronarse como la jefa absoluta del camarote de grumetes.

—Esben, regresa a tu camareta, que no me entere que ofreces una salida rápida a la disciplina que es mi deber administrar —advirtió el capitán. El joven guardiamarina saludó y desapareció por el pasillo—. Ustedes dos, síganme.

Ingresamos al camarote del capitán. Sentía mis pies pesados, nunca había subido a un patíbulo esperando mi muerte, pero esto se sentía muy cercano.

«Bien hecho, Anahí, arruinaste tu viaje en el primer día.»

El capitán tomó asiento sobre su escritorio y se cruzó de brazos. Pasaba su mirada entre Engla y yo como si estuviera decidiendo a quién reprender primero. Luego de unos instantes suspiró, llevó sus dedos a su frente y masajeó la zona unos segundos.

—Engla, nunca habría esperado esto de la ayudante del contramaestre. Tu mejor que nadie conoces las reglas.

—Sí, capitán. —Ahí estaba de nuevo, la chica inocente y perfecta.

—Anahí, puedo decir lo mismo de ti. Como grumete del capitán se espera que demuestres un comportamiento ejemplar.

—Sí, capitán. —Mordí mi lengua. Deseaba explicarme, quería decirle que Engla estaba actuando, que solo era una treta, que era una abusadora, una dictadora que gobernaba el camarote de los grumetes de la oficialidad a su gusto.

—Ahora, ustedes dos van a inclinarse sobre este escritorio y van a recibir lo estipulado en el compendio de leyes que gobierna este barco. Luego, podrán regresar a su camarote y a partir de mañana ambas estarán confinadas a servicio de limpieza en la proa bajo el mando del cabo de mar hasta que yo lo considere oportuno.

Me sentía al borde del llanto. No, no de nuevo. No quería hacerlo y no iba a hacerlo. Carraspeé para dominar el temblor en mi voz.

—Capitán, yo no estaba peleando.

—¡Calla estúpida!

—Se necesitan dos para pelear, Anahí —suspiró el Orvar. Dejó su escritorio, lo rodeó y buscó en uno de los cajones hasta dar con el famoso rebenque. Rechiné mis dientes, con razón no había visto vara alguna en el camarote ¿Podía ser peor que las varas de Vivian? —. Engla, un nuevo insulto y sumarás a tu pena.

—Solo me defendía, ella me agredió —susurré por lo bajo. El sudor se acumulaba en mi cuello y bajaba por mi camisa, mis rodillas temblaban y no podía evitar sentir como mi piel se erizaba en respuesta al miedo.

—¿Tienes algún testigo?

—Todo el camarote, pero están de su parte.

—Como siempre —dijo el capitán de buen grado ¿Cómo podía estar tan tranquilo? —. No quiero pecar de injusto con ninguna de ustedes, así que haremos algo. Ambas compartirán su versión conmigo, luego llamaré a cada grumete del camarote y veremos cuáles versiones concuerdan y cuáles no. Como no han tenido tiempo para ponerse de acuerdo, tendré la verdad en mis manos y seré justo.

Engla palideció al escuchar esto y yo no pude contener mi sonrisa. Si, Harald me salvaría el pellejo. Relajé mi postura y suspiré aliviada.

—Por supuesto, la responsable de mentir recibirá una pena doble. —Agitó el rebenque en el aire—. Y permanecerá destinada a la limpieza de proa durante todo el viaje. Así que, si quieren compartir la verdad conmigo, soy todo oídos.

—Capitán, Anahí tiene razón. Yo la ataqué —admitió Engla—. Ella no me provocó, solo se disponía a dormir.

—La verdad, al fin —suspiró Orvar—. En este barco es imposible guardar secretos, Engla. No sé cómo engañaste al capitán anterior ni al contramaestre, pero lo cierto es que nunca confío en un historial limpio, nadie es inocente en altamar. —Buscó un gran libro encuadernado en cuero, lo abrió y buscó una sección en específico. Las páginas estaban marcadas con tablas de dos columnas y varias filas. Garabateó el nombre de Engla en la primera fila de la primera columna—. Anahí, necesitaré que seas testigo y anotes la cantidad de azotes que recibirá Engla. —Señaló el libro, hizo una pequeña marca como ejemplo, luego me tendió la pluma y me invitó a sentar en el escritorio.

—¿Capitán? —inquirí con terror. No, no podía hacer algo así. No podía sentarme justo frente a ella y redactar con frialdad sobre los golpes que recibía.

—Ser mi grumete es más que servir la cena y redactar mis bitácoras y cartas, niña. Te he dado una orden, así que cúmplela —rugió—. Oh, y sé que te defendías, pero en mi barco las peleas están prohibidas, así que limpiarás la proa junto a Engla hasta que necesite de tus servicios. Por lo tanto, no olvides escribir tu nombre en la siguiente fila.

Engla me miraba con curiosidad ¿Qué esperaba? ¿Qué brincara y estuviera feliz por su destino? En ese momento solo deseaba haber resuelto aquello en el camarote. Ugh, incluso habría preferido aceptar la oferta del guardiamarina.

Ambas regresamos al camarote entre temblores. Engla por obvias razones, yo, porque necesité cada gramo de mi voluntad y de la disciplina inculcada en mi por mi entrenamiento para marcar línea a línea la docena de azotes que aquella grumete recibió y que sin duda alguna marcaría el final de su reinado del terror en los camarotes de grumetes.

—Gracias —susurró ella al pasar frente a mí para dirigirse a su hamaca con paso rígido e incómodo.

En definitiva, este era un barco mucho más complejo que Elektra. Medité mientras cerraba mis ojos. Solo esperaba que no estuviera tramándose un motín en sus tripas o que algún barco pirata nos estuviera siguiendo la pista, suficiente tenía con el futuro rescate de Zirani. Mis ojos ardieron y tuve que contener un sollozo, si es que seguía con vida a manos de Leitha. Ella llevaba consigo un par de bayas ¿las habría consumido? ¿habría escapado? De repente el barco viajaba demasiado lento para mi gusto y sus problemas palidecían ante todo lo que me esperaba.

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