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Aislamiento

El constante bajar y subir del mar a través de mi pequeña ventana me arrulló y calmó lo suficiente como para llevarme a un sueño tranquilo. La brisa salina era fresca y acariciaba mi rostro como los suaves dedos de una amante.

La luz anaranjada del atardecer me sacó de mi sopor. Eso y el rugir de mi estómago. Me había saltado el almuerzo y el mar es un lugar que abre el apetito, incluso si has pasado todo el día durmiendo.

Me levanté con cuidado de mi hamaca. No deseaba recordar el constante ardor de mi trasero. Lo había decidido, acudiría a hablar con la capitana, esto no podía quedarse así, era una pasajera, no un marinero al que hay que educar a base de palos.

El único fallo de mi plan era que implicaba salir de mi camarote. Mirar a la cara al resto de los pasajeros me resultaba violento, ni siquiera podría mirar a los ojos a Einar. ¿Qué pensaría de mí?

El delicioso aroma de la cena se coló sin misericordia por la puerta de mi camarote. Mi estómago rugió de nuevo. Tendría que comer tarde o temprano. Si por mí era, lo haría tarde. Sabía que era imposible morir por inanición tan pronto, podía soportar unos días, si hacía falta, los necesarios para que la capitana restituyera mi honor perdido.

Esperé hasta que el rumor de los últimos pasos desapareció a través del vestíbulo y a que la puerta del último de los camarotes se cerró para abandonar el mío. El barco se encontraba totalmente en penumbras y pronto lamenté dejar detrás la luz de mi vela. Tanteé mi camino hasta los camarotes de la toldilla y pronto, me encontré con la voz de alto de otra de los guardiamarinas, Bera.

—¿Quién va? —escuché el distinguible sonido de una espada al ser desenvainada.

—Soy, Anahí, deseo hablar con la capitana —informé antes de verme ensartada como brocheta por una jovenzuela hormonal.

—Un momento —bufó la chica. Escuché cómo abría la puerta de un camarote y saludaba.

El rumor de las voces de la guardiamarina y la capitana se apagó por unos instantes. Pronto, fui invitada al interior de un espacioso camarote con vista a la estela que dejaba el buque al navegar. Tal vista era posible gracias a enormes ventanas de vidrio grueso que daban el horizonte, solo algunas, las más elevadas, estaban abiertas.

También había varias estanterías llenas de libros, mapas, un sextante, una rosa de los vientos y muchos otros artilugios cuyo nombre desconocía. Una habitación digna de alguien como yo y, sin embargo, estaba destinado a la capitana. Quizás si me lo ofrecía, lo aceptaría como una disculpa al atroz trato recibido.

El camarote se dividía en una pequeña oficina y una habitación por medio de una puerta. En ese momento esta se encontraba abierta y dejaba ver la cama de la capitana. Ni siquiera en el palacio había visto sábanas tan tensas y libres de arrugas. Rodé los ojos, seguro amenazaba a los pajes con varas y látigos para disfrutar de un espacio tan perfecto.

—¿Y bien? —inquirió Vivian mientras tomaba asiento detrás del escritorio que dominaba la estancia.

Sentí mis mejillas enrojecer. La guardiamarina aún se encontraba de pie junto a la puerta del camarote. La capitana siguió mi mirada y frunció el ceño.

—Ella se queda. Está de guardia y solo debe marcharse si el asunto es de extrema privacidad. Como solo eres una pasajera más todo lo que tengas que decirme lo puede escuchar Bera.

Un grueso nudo de vergüenza se instaló en mi garganta.

—Verá, capitana, yo... —Aparté el sudor de mi frente con la manga de mi camisa—. Yo vengo a presentar una queja. —Levanté mi barbilla con arrogancia. Era una princesa, no una civil aterrada.

—Segundo día de navegación y ya tienes una queja. —Apoyó los codos en el escritorio y alzó una ceja—. No quiero ni imaginar cuantas quejas tendrás cuando superemos el primer mes, cuando los víveres ya no se encuentren tan frescos.

Sentí mis mejillas arder, sin embargo, mantuve mi postura. No estaba aquí para que me restregaran mis orígenes y mi comportamiento.

—No es sobre el servicio del barco. —La capitana alzó una ceja mas no agregó nada—. Es sobre la contramaestre, verá, ella... —Aparté mi mirada un segundo. Necesitaba reunir el valor para sepultar la vergüenza.

Tal vez, me demoré demasiado. Bera tosió ligeramente, pero estaba segura de que solo lo hacía para ocultar la risa. Ya para ese momento sentí mis orejas hervir.

—Oh, te refieres a las acciones de Finna. —Vivian se recostó en su silla y me miró con severidad—. Asumo que no leíste las normas —suspiró con fastidio—. No podemos permitirnos pasajeros indisciplinados, son un peligro para el barco y para sí mismos.

Rechiné mis dientes. No podía creer que mi posición no fuera tomada en cuenta y aunque ya me lo esperaba, no dejaba de ser insultante.

—Por lo que sé solo fue una pequeña advertencia —musitó la capitana con sorna—. No te hizo daño y estoy segura que será positivo para ti —sonrió con ternura casi maternal.

—¡Pero mi posición!

—Por lo que sé, aún no eres la reina, solo eres una princesa mimada cuyas madres no pudieron criar bien y me han dejado la responsabilidad —bufó con exasperación, como quien debe llevar una pesada carga sin esperar recompensa alguna.

—¡Tengo 19 años y no soy ningún animal de cría! —chillé.

La capitana se apoyó sobre su escritorio con fría calma. Sus antebrazos descansaron sobre un par de mapas.

—Los suficientes para ser considerada una grumete. A tu edad, los chicos de a bordo esperan su graduación para convertirse en auténticos marinos y los guardiamarinas su graduación a oficiales. No están con actitudes mimadas ni exigiendo aquello a lo que aún no tienen derecho. Por esa razón, te recomiendo que moderes tu tono. —Miró a mi derecha, a una de las esquinas de la oficina, donde descansaban un grupo de varas, levanté la mirada y observé un látigo de nueve colas colgar de un clavo en la pared—. Es mi barco, son mis reglas. Es mi reino, —hizo una seña a Bera y ella se paró firme junto a mí—, escolta a la señorita a su camarote—ordenó.

Todo reclamo murió en mis labios, sin embargo, me di la satisfacción de regresar pisando fuerte hacia mi camarote. No era justo, nada de esta situación era aceptable para mí. Yo solo deseaba ser tratada según mi rango.

La peor humillación vino de parte de Bera. Cumplió la orden a la perfección y me escoltó hasta mi camarote. Pude sentir como las miradas de los pasajeros atravesaban el vestíbulo desde las ventanillas de sus respectivos camarotes. De seguro aderezarían la historia de mi humillación con algún chisme sobre algún castigo extra por parte de la capitana.

Estaba por acostarme en mi hamaca cuando escuché un tímido golpeteo en la puerta de mi camarote. Gruñí, no quería ver a nadie. Abrí la puerta con violencia solo para encontrarme con Einar y Zirani del otro lado. Ambos me miraban con absoluta preocupación.

—¿También te metiste en problemas con la capitana? —quiso saber Zirani.

Mordí mi lengua para evitar una respuesta mordaz y me hice a un lado para permitirles entrar a mi humilde morada. Einar ingresó sin problemas y se ubicó en una esquina, Zirani miró hacia los lados antes de entrar y tomar asiento en el pequeño taburete. Mordí mi lengua para evitar escupir un comentario mordaz, ¿acaso temía que alguien empezara un rumor sobre un trío? Estaba de humor para una pelea, pero ella no merecía mi ira.

—Fui a interponer una queja, pero al parecer mi posición no es considerada a bordo —mascullé.

—Debes dejar de comportarte como una princesa mimada —indicó Zirani mientras extendía los brazos con exasperación.

—¡Es la única forma de ser que conozco! —estallé y lágrimas ardientes anegaron mis ojos. ¿Por qué todos actuaban como si mi actitud fuera mi culpa? Era la única forma de ser que conocía, la única vida que había experimentado.

—Anahí, no es necesario que cambies —dijo Einar con ternura. Tomó mis manos entre las suyas y miró a mis ojos con aquellos dulces ojos azules.

Zirani bufó y presionó su entrecejo con los dedos.

—Debes aprender a adaptarte —cedió—. Si no mandas a bordo y solo eres una pasajera, compórtate como tal.

—Ni siquiera deseaba viajar. —Tomé asiento en mi hamaca con cuidado. Einar y Zirani me miraron con conmiseración.

—Tal vez es lo que necesitas para crecer —dijo Einar—. Nada cambia a una persona como un período en altamar.

—¿Tú también consideras que necesito crecer? —inquirí con una molesta punzada en mi pecho. ¿Acaso me dolía que me considerara una jovencita inmadura?

Einar se encogió de hombros.

—Solo un poco. Quiero decir, eres perfecta —añadió con nerviosismo—. Pero para una chica de tu posición, es importante conocer todos los aspectos de la vida.

Zirani asintió. Sus ojos oscuros se habían estrechado ante el aparente nerviosismo y el cumplido de Einar. Aunque bien podía haber sido un error de mi mirada, o las sombras irregulares que dibujaba la tímida luz de mi vela.

—En mi hogar, a los herederos nos llevan a realizar un viaje en solitario a la selva. Debes demostrar que eres capaz de sobrevivir por tu cuenta, solo así puedes asegurarle al pueblo el sustento. Luego, pasamos tres días con sus noches en meditación, justo en el centro del templo. —Su mirada se tornó oscura—. Se supone que tendrás visiones del futuro para evitar las catástrofes y el sufrimiento de tu gente.

—¿Pasaste por todo eso? —inquirí sorprendida. No me imaginaba a la enjuta chica superando aquellas pruebas.

—Por supuesto. —Se encogió de hombros—. Aunque no sé para qué, quién gobernará será mi futuro esposo. Mi padre lo ha escogido para mí de entre los más fuertes guerreros.

Asentí, mi estómago dio una vuelta que nada tenía que ver con el ligero mareo que aún poblaba mi mente.

—¿Arreglaron tu matrimonio? —inquirió Einar.

—Oh sí, es muy común que los gobernantes y familias poderosas lo hagan, solo así aseguran la protección y el poder de la familia. En mi caso, es necesario para la estabilidad de mi pueblo.

El nudo de mi estómago se contrajo aún más. ¿Cómo podía Zirani aceptar tal situación con tanta calma? Yo me habría rebelado, habría luchado contra tan injusto destino.

—Es tarde, creo que debemos retirarnos —dijo Einar luego de un rato de silencio contemplativo.

Me despedí de ambos y me dispuse a prepararme para dormir. No tenía demasiado sueño, pero tampoco me apetecía dar vueltas en mi hamaca pensando en la vida de Zirani. Así que decidí sacrificar un par de centímetros de vela leyendo.

El día siguiente llegó con un sol demasiado radiante para mi gusto. Al menos, me permitía leer con calma en mi camarote y no era necesario que saliera al alcázar. Luego de la escena de la capitana, de seguro era el hazmerreír al cuadrado del barco.

Un suave golpeteo me sacó de mi resolución, con el rostro empapado por el agua que había utilizado para lavarme, abrí dispuesta a echar de mis dominios hasta a la sobrecargo más diligente.

—Si vas a auto encarcelarte, —inició Zirani—, al menos desayuna algo. —Llevaba en sus manos un trozo de pan envuelto con una servilleta de tela. En la otra mano llevaba una taza de agua.

—Pan y agua, que divertido —espeté, aunque estaba agradablemente sorprendida por su gesto.

—Fue lo único que pude colar fuera del comedor, no desean alimentos en los camarotes para mantener alejadas a las ratas— dijo a toda prisa—. Pero creo que puedo encontrar algo más para ti —añadió con las mejillas ligeramente sonrojadas.

—No te preocupes —Mi corazón se sentía extrañamente cálido ante su gesto—. No deseo que te inclinen sobre algún cañón.

Zirani apartó la mirada y depositó en mis manos su carga, rozó mis dedos en el proceso, enviando una agradable descarga a través de mi brazo. Luego, suspiró y atravesó el vestíbulo sin siquiera despedirse. La vi esquivar por poco el palo de mesana, que se alzaba justo frente a la escotilla de popa.

Sacudí mi brazo para liberarlo de la hormigueante sensación ¿Qué había sido eso? Estaba por cerrar la puerta de mi camarote cuando Einar colocó un pie para evitarlo, supe enseguida que era él por sus pantalones manchados de brea.

—Te he traído el desayuno—anunció. En sus manos llevaba un paquete envuelto en servilletas de tela y una taza de agua—. Oh, se me han adelantado—indicó desanimado al ver que ya tenía comida en las manos.

—No te preocupes, es bienvenido—dejé el paquete de Zirani sobre el escritorio abatible y tomé el de Einar—. Después de todo, llevo un día sin comer.

—Puedes quedarte aquí todo el tiempo que gustes. Lo que hizo Finna, aunque acorde a las reglas, no debía ser aplicado a alguien como tú—jugó con sus dedos, un rubor muy evidente cubrió la punta de sus orejas—. Así que entiendo perfectamente que no desees salir, yo me encargaré de cuidar de ti—prometió azorado para dar media vuelta, casi tropezar con el palo de mesana y salir por la escotilla de popa.

¿Qué les pasaba a esos dos? Negué con la cabeza y cerré mi camarote. El fresco viento marino inundaba el espacio, así que pude permanecer cómodamente recostada en mi hamaca leyendo durante la mayor parte del día. Tal vez ese era el secreto para sobrevivir a una navegación, tomarla como unas extensas vacaciones.

Al mediodía ambos repitieron sus visitas, está vez, compartieron un trozo de filete salado y galletas. Curiosamente, no coincidieron. No entendía el cambio de actitud de Zirani hacia mí, ¿Tan rápido había perdonado mis desplantes hacia ella?

Jugueteé con la pluma antes de escribir en mi diario.

Tercer día:

"No entiendo a Zirani. Pequeña, temerosa, tierna de cierta forma y comprometida a algún apestoso guerrero de su pueblo.

Su vida era complicada, una princesa como yo, pero con una actitud tan diferente a la mía. Incluso tuvo que sobrevivir sola en el bosque, en esa selva que nuestras exploradoras han descrito como «Colmada de peligros y criaturas que no podríamos imaginar en nuestros sueños más descabellados»

Einar es un calafate, viaja con nosotros como pasajero y aun no entiendo por qué. Trabaja todos los días y siempre está lleno de brea.

Ambos se han convertido en una especie de compañeros de viaje, son los únicos pasajeros que se han relacionado conmigo.

Y probablemente sean los únicos."

Cerré mi diario y noté como el sol empezaba a ocultarse en el mar. Suspiré, empezaba a sentir como las paredes de mi camarote se cerraban sobre mí. Solo lo había abandonado para ir a los baños.

Estiré mis brazos por encima de la cabeza y decidí dar un paseo por el alcázar. Era de noche y nadie podría verme o incordiarme. Vestí un abrigo de piel y me dispuse a subir a cubierta. La vela chisporroteó en ese momento e iluminó el abandonado pergamino con las reglas. Lo tomé a toda prisa y leí el listado de reglas, no había nada contra un paseo nocturno salvo la prudencia básica, apagué la vela, sonreí a la oscuridad y subí a cubierta.

El suave viento nocturno calaba en mis huesos. Los marineros recorrían la cubierta y se desplazaban a través de las jarcias con gran habilidad. Dos guardiamarinas se encontraban de guardia y la segunda oficial se desplazaba por el castillo de popa, siempre atenta a todo lo que ocurría en el barco.

Visualicé los tres mercaderes a estribor, junto a los obenques del palo mayor. Parecían charlar en susurros, al notar que los observaba, callaron y caminaron con prisa hacia la escotilla de popa. No me pareció sospechoso, después de todo, las gentes de Tasmandar y Ethion siempre se habían comportado de manera extraña.

Cuando el golpeteo del viento fue demasiado insistente contra mi espalda decidí bajar. Los ojos de la segunda oficial siguieron mis pasos hasta que desaparecí en las entrañas del barco.

Me topé con Zirani frente a mi camarote. Llevaba otra servilleta en sus manos. Aparentemente, era otra hogaza de pan.

—¡Saliste! —exclamó animada. Me encogí de hombros y tomé el pan. En su miga estaba untado con abundante mantequilla—. No es muy saludable encerrarte durante todo el viaje.

—Es complicado—murmuré apurando un trago de agua.

—Empezarán a sospechar.

—Cuéntame más sobre tu gente-

Ambas hablamos a la vez, luego, inclinamos la cabeza al mismo tiempo para dar oportunidad a la otra para hablar. Reímos suavemente y la invité a pasar a mi camarote.

Zirani se balanceó sobre sus pies como si no pudiera decidirse a entrar. Sonreí, comprendía su turbación.

—Nadie hablará, tranquila—extendí el taburete hacia ella, invitándola a sentarse.

Tomó asiento con cierto nerviosismo y cerré la puerta del camarote.

—¿Qué quieres saber? —inquirió con curiosidad.

—Cuéntame más sobre tu estilo de vida. Tu hogar—me recosté en la hamaca. Me causaba verdadera intriga su modo de vida. Aquellos pequeños detalles que me había comentado sobre sus rituales habían cambiado un poco mis paradigmas sobre su vida.

—Mi pueblo queda justo en la frontera con la selva, a dos días de viaje a pie desde la playa. En una gran planicie alimentada por un río de escaso caudal—sus ojos oscuros brillaron—. No teníamos una ciudad propiamente organizada, pero con su llegada hemos adoptado algunas técnicas de construcción y de organización, todo es mucho más ordenado. Las mujeres aprenden lo básico para mantener el hogar, educar a los niños y fabricar tejidos, los hombres cazan y combaten. Solo pocas chicas son educadas en el arte de la caza.

—Supongo que Calixtho representó un gran choque cultural para ti.

Zirani asintió.

—Los cambios habían empezado hace tres generaciones, pero aún mantenemos costumbres ancestrales—torció el gesto—. Es difícil contemplar otras formas de disfrutar y vivir la vida cuando de dónde vienes todo eso es solo una pérdida de tiempo, algo fuera de tus capacidades. Visité Calixtho y Cathatica, sus culturas me sorprendieron. Llego a casa con la mente más abierta solo para que la cierren de nuevo—suspiró con agonía—. Pero es mi deber, solo yo puedo transmitir el poder de mi padre.

—No comprendo—dije al fin— ¿Cuál es el motivo de tu viaje, sino aprender y tomar aquello que pueda mejorar a tu pueblo?

—Mi padre desea que aprenda a diferenciar las culturas. Espera que conociendo otros mundos sea capaz de valorar el mío—cabeceó—. Y lo hago, pero todo este conocimiento duele, es como ver a través de un cristal todo aquello que puedes tener y que se encuentra fuera de tu alcance.

—Bueno—dije, con la rebeldía cursando mis venas. Escuchar a Zirani hablar como si su cuerpo estuviera atado por un gran grillete me enojaba—. Aún tenemos un par de meses de viaje, aprenderás y disfrutarás de todo aquello que desees.

Zirani enrojeció hasta la coronilla.

—Yo no, no soy como tú—dijo tartamudeando—. Eso es... es antinatural.

—Y aun así te sorprende la libertad que tenemos. Dime, ¿Por qué es tan difícil de aceptar para ti?

La joven princesa se mantuvo en silencio durante unos segundos. Como si contemplara ofrecerme alguna respuesta de gran relevancia. Finalmente, solo suspiró y se levantó.

—Espero verte mañana fuera de aquí. Tu berrinche ha durado mucho.

Una pizca de indignación amenazó con alimentar una respuesta mordaz de mi parte, pero logré controlarme por el bien de nuestra reciente convivencia.

Estaba por levantarme para abrir la puerta del camarote cuando escuchamos el distintivo coro de sonidos de una pareja que la está pasando muy bien. Por el tono supe que eran las dos mujeres de Calixtho. Zirani enrojeció de nuevo y abandonó a trompicones mi camarote.

Sacudí la cabeza, no entendía por qué tomaba aquello con tanto pudor. Si bien yo no era la gran experta -jamás había colado chicas en el palacio- los claros del bosque que rodeaban la primera muralla sí que habían sido testigos de algunas de mis relaciones.

Al día siguiente decidí abandonar mi aislamiento. Había llegado a la conclusión de que nadie me prestaría atención y, por ende, yo no debía hacerlo.

Einar y Zirani se llevaron una grata sorpresa al verme entrar en el comedor para desayunar.

—Hoy tengo el día libre y el permiso de la capitana para subir a la cofa con quien lo desee. Claro, a mi propio riesgo, si caen de las jarcias, sus muertes caerán sobre mí.

Zirani se veía emocionada, untó con entusiasmo mantequilla y mermelada en su tostada. Yo, solo sentí como si un peso cayera en mis intestinos.

—No te preocupes, te ayudaré—prometió Einar presionando mi rodilla entre sus dedos.

Asentí. Los demás pasajeros continuaban en lo suyo y no me prestaban atención. La pareja de Calixtho lucía muy acaramelada, la guerrera nórdica hablaba con los comerciantes y el estudioso de Tasmandar no despegaba los ojos de su libro mientras tomaba té.

Subir las jarcias demostró ser una tarea ardua. Zirani y Einar se detenían de vez en vez para esperarme. Las cuerdas no paraban de bailar en mis manos y pies y sujetarme era difícil, más aún si veía hacia la cubierta.

El viento fresco de la cofa fue una merecida recompensa. Secó el sudor de mi frente y besó mi piel como nunca lo había hecho en tierra. Miré hacia la cubierta y sorprendida noté que era tal la altura que daba la apariencia de que, si caía, bien podía caer al mar.

El vigía de la cofa nos saludó con una sonrisa y nos invitó a permanecer todo el tiempo que lo deseáramos. Se la pasaba solo ahí arriba hasta la tarde, cuando llegaba su reemplazo.

—Einar, esto es magnífico—dije agradecida.

—Sabía que odiarías leer en el alcázar, con la capitana rondando por ahí, así que utilicé mis influencias—rascó su nuca con nerviosismo—. Aquí podrás leer sin ningún problema.

—¿Estás seguro? —inquirió Zirani con incredulidad—. Además, creo que Anahí necesita relacionarse con los demás pasajeros, no aislarse más.

—Yo decidiré lo que deseo para mí—protesté—. Y justo ahora, solo deseo estar sola. Los demás pasajeros de este barril flotante no son de mi interés.

—Dalia y Effie son muy buenas, tal vez nos saquen diez años, pero podías aprender mucho de ellas—intervino Zirani—. Son tu gente, después de todo.

—Si, como lo que nos enseñaron anoche—bromeé. Zirani enrojeció tanto como una manzana y Einar solo ahogó una carcajada. Me encantó escucharlo reír, era alegría pura, muy contagiosa en aquella pequeña plataforma.

Observé a Zirani ocultar su rostro con ayuda de su cabello. Una extraña sensación cálida inundó mi pecho al verla tan turbada, tan tímida, tratando de olvidar lo ocurrido mirando hacia el horizonte. El infinito mar era el mejor marco para ella, para su mirada oscura y soñadora.

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Hola, no suelo dejar notas de autor en mis novelas, pero esta es una ocasión importante, me gustaría recomendarles a @LeluTheWriter  una gran escritora con historias únicas que estoy segura van a disfrutar. Tiene una gran imaginación y las novelas que ha creado lo reflejan sin lugar a dudas.

No tengo ninguna favorita porque todas son geniales, sería injusto recomendar alguna en específico, pero si debo hacerlo, entonces When Kisses Run Out Of Love me encanta.

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