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Aguas tranquilas

Si la travesía a bordo de una fragata había demostrado ser aburrida, ahora que navegaba en una pequeña barcaza de una vela me encontraba mucho más entretenida. Había muchas cosas que hacer, como sacar el agua que ingresaba a través de olas muy entusiastas, ajustar las amarradas de las velas y mantener el timón firme en su posición.

No llevábamos un sextante ni un mapa -algo que sin duda discutiría seriamente con la comandante de la Armada de Calixtho- pero Asgerdur se las arreglaba para ajustar nuestra ruta con ayuda de un par de marcas en la proa y las estrellas. Eso provocaba que tuviéramos una ligera desviación durante el día, nada grave por suerte, las corrientes no eran tan extremas en esta área del océano.

—Y dime, princesa ¿Qué planeas hacer cuando encuentres a tu amada Zirani? —preguntó Asgerdur un día que había decidido tomar ron rebajado con agua. La mezcla lo atontaba y soltaba su lengua a tal punto que empezaba a realizar preguntas muy problemáticas para mí, pero que no escapan de representar la dura realidad.

—Pues, supongo que raptarla—me encogí de hombros y levanté nuestra tienda improvisada. El primer día de viaje había atado en vertical dos remos a dos bancos y los había utilizado como columnas para sujetar la lona. No era lo más ostentoso, pero era un agradable refugio ante los temibles rayos del sol y su reflejo.

—¿Crearás un incidente entre ambos reinos por un capricho de tu corazón? —estiró las piernas con desenfado y me miró por encima del borde de su vaso con desafío.

—Yo, yo ya no soy la heredera al trono—aparté la mirada.

—Tu misma lo has dicho, no se sabe si tus madres tendrán una niña o un niño.

—Para nada, Cadie está enorme. Lo que tiene es un enorme vientre de niña—mascullé arrancándole el vaso con ron para dar un trago y permitir que el ardiente líquido ahogara los lamentos de angustia y desesperación de mi pecho.

—¿Ahora eres una vieja partera?

—Se trata de observación. Una de las madres de Xandra salió embarazada cuando teníamos diez años. La partera observó su enorme barriga viéndola desde la espalda. Como podía notarse el embarazo, le dijo que era una niña. Al año siguiente salió embarazada su otra madre, la partera repitió su evaluación, como el embarazo no se notaba cuando la veías desde atrás, sentenció que era un niño.

—Vaya bruja—espetó Asgerdur vaciando una de las barricas de ron en su vaso—. Imagino que no estuvieron muy contentas, tanto sacrificio para tener un varón.

—La Ceremonia de Entrega puede ser vista como un sacrificio, si—opiné, habituada desde mi primera menstruación a hablar del tema—. Pero es necesaria.

—Siempre me pregunté cómo funcionaba eso—rio con ganas e inclinó el vaso sobre sus labios durante tanto tiempo que pensé que se ahogaría. Solo su garganta al subir y bajar me decía que estaba bebiendo sin respiro. Dejó de beber, llenó de nuevo el vaso y lo empujó a mis manos—. Bebe, sé que necesitas valor para contármelo.

Bebí casi sin respirar para combatir el odioso sonrojo que amenazaba con invadir mi rostro y mis orejas. Aquel no era un tema tabú, pero sí muy delicado. Lo había conversado con Xandra en varias ocasiones, sobre todo cuando sus madres recurrían a la ceremonia para hacer crecer la familia. En esos momentos, y casi por una semana, dejaban a mi amiga en el palacio. Con el paso de los años, la alegría infantil de vivir una temporada con tu mejor amiga y recibir como recompensa un nuevo hermano o hermana se vio opacado por el entendimiento de lo que implicaba tal acto para sus madres.

—Es una mierda, una gran mierda—parecía que la escuchaba decir como si fuera ayer—. Acostarse con un hombre con permiso de tu mujer solo por tener hijos, yo no podría permitirlo.

—Naciste gracias a eso—apunté—. Tus hermanos y tú.

—¡Entonces me niego a tener hijos!

—Es sencillo, se busca algún hombre de quinta generación de confianza y se firma un contrato estipulando las condiciones. Por regla general, las niñas se quedan con las madres, los niños van con el hombre si éste es casado. Algunas familias aceptan niños y niñas por igual, así que su contrato es diferente.

—¿Y luego? —inquirió con atenta curiosidad.

—Pues, ya sabes, hacen lo que hay que hacer—apuré un trago de ron con la esperanza de despistarlo, pero al bajar el vaso, continuaba mirándome con interés— ¡Esta bien! Pautan en qué lugar van a reunirse, quién participará y listo—balbuceé.

—Mmm, pero eso no me dice nada—indicó rascando la barba de tres días que ya adornaba su rostro.

—Eres un estúpido—mascullé—. Todo depende de la pareja. En ocasiones los dos responsables pueden estar solos, pero a veces, cuando hay celos de por medio o tal vez, cierto morbo o curiosidad...

—Nada como un sano trío para concebir a un hijo—canturreó Asgerdur a viva voz. Su grito pareció rebotar en las olas y ser arrastrado por el viento hacia orejas poco aptas para escuchar tal aseveración.

—¡Ugh! Calla—protesté.

—Solo mírate, pareces un tomate—dijo entre carcajadas—. Bueno, si alguna vez Zirani y tu llegan a tales acuerdos, sabes que puedes contar conmigo.

Por un instante creí que mi rostro no soportaría tanta sangre acumulada. Luego, respondí de una forma poco adecuada para una princesa, una que habría horrorizado a mis madres.

Si algo caracteriza el flotar en mar abierto sin poco más que un par de tablas para defenderte, es el sopor del mediodía. El sol ardía con fiereza sobre nuestras cabezas, se reflejaba en el mar y atravesaba la lona, provocando comezón en las zonas expuestas de mis brazos. No podíamos disfrutar del fresco viento porque debíamos mantenernos a la sombra, tapados en un horno cada vez más apestoso y lleno de barriles vacíos.

Aquel día decidimos acercarnos un poco a la costa, mantenerla a la vista para estar más seguros en caso de perder el rumbo. Según Asgerdur, si atracábamos, podríamos continuar a pie en un viaje que nos tomaría unos cuantos días, quizás un poco más que por mar, por lo que solo era una segunda opción en caso de problemas.

Problemas que nos alcanzaron al sexto día de navegación. Un viento gélido se levantó de la nada, como si hubiera surgido desde las entrañas mismas del océano. En el horizonte, como si la hubieran invocado, una gran nube de tormenta se erigió en toda su gloria. El agua empezó a agitarse, pequeñas olas impactaban con un golpeteo rítmico los baos de la embarcación. Bajamos las velas con rapidez y atamos todas las provisiones y esperamos sentados en el fondo de la embarcación por el primer impacto.

No se hizo esperar, un cegador resplandor iluminó el interior de nuestra tienda improvisada. Asgerdur torció el gesto y apartó una de las solapas para mirar hacia afuera.

—Es demasiado para esta barca, princesa. Vamos a tener que dirigirnos a la costa.

Imité sus acciones y me encontré de frente con un gran gigante negro y lila, justo en su parte inferior podía notar como formaba pequeñas trombas marinas. El viento se levantaba cada vez con más fuerza en cada ráfaga. Mientras miraba, un estruendoso rayo cayó sobre el mar.

—Somos un blanco demasiado fácil para ella—masculló Asgerdur abandonando por completo el refugio. Lo observé dirigirse entre trompicones hacia el timón, con gran esfuerzo lo giró para dirigirnos hacia la costa—. Su alteza, tendremos que remar, no puedo desplegar las velas y la corriente es demasiada.

Rodé los ojos ante el título y busqué un par de remos. El helado viento se colaba en mi andrajosa camisa y los bancos se encontraban empapados, pero ahora eso no importaba, debíamos remar con todas nuestras fuerzas para alcanzar la costa antes que lo peor de la tormenta terminara por ocultar el sol, la lluvia nos cegara y las corrientes nos alejaran de la costa.

Pese a todos nuestros esfuerzos, la vorágine nos devoró, masticó y sacudió a gusto antes de vomitarnos como un simple trozo de manera. En algún punto de las vueltas perdimos el mástil, Asgerdur había logrado ajustar de nuevo el timón y por sobre el estruendo de la lluvia me había ordenado abrazar algún banco.

Por instantes sentía mi cuerpo resbalar demasiado hacia la proa, justo cuando bajábamos alguna ola demasiado grande, esa era mi señal para cerrar mi boca. El agua nos inundaba luego de un feroz golpe contra la superficie del mar. Mi corazón parecía querer abandonar mi pecho, lo sentía en mis oídos inundados por el agua, en mis dedos cada vez más agarrotados y helados.

Mi cabeza impactaba contra el banco y mi cuerpo amenazaba con levantarse de tal forma que amenazaba con dar una vuelta de campana. Varias veces la di, sujeta con firmeza al banco con mis manos, mis pies terminaban hacia la popa. Luego, giraba de nuevo y terminaba siendo lanzada hacia la proa. Sentía como si fuera apaleada en cada centímetro de mi cuerpo, como si no pudiera aguantar más. El agua entraba a mi boca y resecaba mi cuerpo con fiereza, en ocasiones superaba la capacidad de mi estómago y el agua retornaba por donde había entrado.

En algún punto del día mi cuerpo se rindió, fue sencillo apagarme como la luz de una vela ante un vendaval. De lo último que fui consciente fue del firme brazo de Asgerdur rodeando mi cintura con seguridad.

El golpeteo delicado de las olas retumbaba suavemente en mis oídos embotados por el agua y el sol besaba mi piel acartonada por la sal. La barca se mecía con un traqueteo que hacía protestar mis huesos y anudaba mi estómago sensible y magullado.

Un chapoteo repentino y unas gotas sobre mi rostro me sacaron de mi intensa lucha por permanecer dormida. Al menos si mantenía los ojos cerrados no me sentía tan mal.

—Algunas cosas están flotando a nuestro alrededor—masculló Asgerdur masticando las palabras con fastidio—. Estoy recuperando lo que puedo.

Escuché de nuevo el sonido de un cuerpo impactar el agua. Sabía que debía ayudarlo, pero no podía obligar a mis párpados a despegarse. Mis pestañas parecían unidas por la sal.

Transcurridos algunos minutos pude reunir la fuerza de voluntad necesaria para abrir mis ojos. El sol se encontraba inclinado sobre el horizonte, como si fuera a ponerse. La tormenta había iniciado la tarde del día anterior y había sido prácticamente eterna ¿Había dormido todo un día?

—No hay nada más y no vemos la costa, menudo lío—protestó Asgerdur lanzando un barril al interior del barco.

Di un vistazo. mi alrededor. La barca lucía intacta, no había mástil y habíamos perdido algunos remos. De las provisiones que habíamos atado solo quedaba la mitad y se veían tan empapadas que de seguro en el interior de las bolsas encontraríamos crema de galletas salada.

Había tres barriles con el que había logrado recuperar Asgerdur.

—Tenemos buena o mala suerte, como lo quieras ver—sonrió, o al menos lo intentó, solo esbozó un gesto derrotado—. Esos dos barriles contienen ron, este—agitó el tercero—. Contiene agua. Suficiente para dos días—lo dejó sobre un banco con fuerza—. Podemos agotar nuestras provisiones, aguantar un par de días y luego emborracharnos hasta que podamos ahogarnos en paz.

Sus palabras hicieron temblar mi corazón. No quería morir en medio de la nada. Es curioso como nunca piensas en cómo deseas morir hasta que la situación te obliga a ello y la mayoría de las veces, solo descubres como NO deseas hacerlo

—Tenemos unos cinco días para encontrar tierra—suspiró Asgerdur—. La tormenta nos desvió, necesito que anochezca para ver las estrellas, pero no prometo mucho—señaló por sobre su hombro hacia la popa. Algunas nubes se desplazaban, ignorantes de nuestro predicamento.

—¿Otra tormenta? —inquirí aterrada. No soportaría ser sacudida como una muñeca de trapo de nuevo.

—No, será una noche nublada—cerró los ojos y descanso la cabeza contra el borde del bote.

—Asgerdur, gracias por salvar mi vida, de nuevo—aferré mis manos a mis rodillas. Estaba admitiendo que era una completa inútil para mantenerme con vida, al menos en alta mar.

—Eres una princesa, es tu trabajo—sonrió—. Se supone que eres delicada e indefensa y que siempre tienes que ser salvada de las garras de algún terrible enemigo.

—No soy ese tipo de princesa—bufé aferrando el mango de mi espada.

—No, pero casi. Calixtho ha relajado mucho sus costumbres—estiró los brazos sobre su cabeza y protestó ante algún tirón en sus agarrotados músculos—. En ausencia de un enemigo, las naciones tienden a volverse perezosas y a entregarse a los placeres.

—El desarrollo del arte y la ciencia no es volverse perezosos—protesté—. No podemos pasar toda la vida pensando como si estuviéramos en guerra.

—Si no lo haces, no hay manera en la cual puedas proteger tus amados avances. Luthier es un aliado, Cathatica también es su aliado, pero no pueden confiar plenamente en Ethion o en Tasmandar. Los primeros son unos gusanos traidores y los segundos unos afeminados amantes del arte y la cultura. Si les das una espada no sabrán por cuál de sus lados sujetarla. Así de inútiles son. Hasta que no sientan sus delicados culos a punto de ser empalados por sus enemigos, no aprenderán que viven en un mundo donde el fuerte domina al débil.

Nos miramos a los ojos y estallamos en carcajadas. Debíamos de estar nerviosos, angustiados ante nuestro predicamento, no discutiendo las diferencias entre nuestras naciones.

—No tiene sentido hablar de ello—dijo al fin entre jadeos—. Cada reino marca las pautas de su propia destrucción.

Continuamos disfrutando del sutil balanceo de las olas, las pequeñas crestas impactaban suavemente la castigada madera de la barca, costaba imaginar que aquellas mismas olas nos hubieran volcado, agitado y reclamado nuestras vidas todo, en una noche.

Por suerte habíamos sujetado muy bien la lona. Estábamos demasiado agotados para levantarla de nuevo, por lo que solo la extendimos sobre los bancos y nos acostamos en el húmedo espacio entre ellos.

Despertamos en plena noche. El viento fresco del mar se colaba bajo la lona, su constante aleteo nos despertó y dando traspiés nos apresuramos a buscar las estrellas en el cielo. No tuvimos suerte, el cielo estaba completamente nublado. Asgerdur se desplomó sobre uno de los bancos y suspiró.

—Espero que mañana tengamos más suerte—dijo para sí. Se inclinó sobre las provisiones y extrajo una galleta. No parecía húmeda en lo absoluto—¿Sorprendida? Esas bolsas están cubiertas con una lona embreada. No se mojarán, aunque lo desees.

Tomé agradecida una galleta y mordisqueé con cuidado un trocito. Estaban secas y no había agua para remojarlas, mucho menos para calmar cualquier ataque de tos si me ahogaba. Comí con cuidado, consciente de la sequedad de mis labios y lengua. Asgerdur sirvió medio vaso de agua para cada uno y advirtió con tono grave:

—Es todo lo que tendremos hasta el mediodía, así que aprovéchalo bien.

Aquella carestía era mucho peor que la vivida en la fragata. Ahí al menos tenía agua suficiente para calmar mi sed a la hora que deseara. Era verdaderamente desesperante esperar a que el sol estuviera en medio del cielo para volver a beber.

Las horas transcurrían en un sopor infinito. Sentía la piel reseca, irritada y pegajosa a causa de la sal del mar y de mi sudor. La lona nos protegía del sol, pero se convertía en un pequeño sauna durante las horas de más calor. Ni siquiera levantarla con los remos restantes ayudaba en algo, parecía que la tormenta se había robado hasta el viento del mar.

No teníamos demasiadas ganas de hablar, así que Asgerdur y yo pasábamos las horas muertas recostados, descansando.

La segunda noche el cielo se encontró cubierto de nubes. No podía creerlo ¿Qué clase de conspiración de la naturaleza era esa? Asgerdur permaneció despierto un largo rato, ambos lo hicimos, pero el cielo nunca se despejó lo suficiente. El agua se nos acabaría al día siguiente, soportaríamos un par de días más y luego deberíamos decidir qué hacer con nuestras vidas.

—Ánimo, princesa. Los cielos siempre se despejan, tarde o temprano, pero lo hacen—tomó agua fría del mar y enjuagó su rostro—. Deberías mojarte un poco, tienes el rostro muy caliente—dejó reposar el dorso de su mano sobre mi frente—. El sol puede que no queme demasiado nuestra piel, pero el calor y su reflejo siempre encuentran un camino.

Bufé exasperada y estiré un brazo por encima de la amurada para tomar un poco de agua con mi palma. El frío era agradable, tomé un poco y salpiqué mi rostro. Mi hombro protestó ante el roce con mi acartonada camisa. Ni siquiera una armadura molestaba tanto contra mi piel, claro, nunca las había vestido durante mucho tiempo.

La tercera noche llegó con nuestro último trago de agua y la última galleta comestible. Las demás estaban demasiado duras y remojarlas en agua de mar no era una opción. Las nubes continuaban firmes sobre las luces que traerían esperanza a nuestra alma.

—Se despejará, ya lo verás—aseguró mi acompañante.

El cuarto día apenas y nos movimos. Asgerdur jugaba con un cordel, una bolsa de galletas y una bala de arcabuz que había mantenido en su bolsillo. Según él, era un cebo de pesca que resolvería nuestros problemas de alimentos.

Pese a mi hastío, me interesé por sus acciones. Sus dedos seguros, aunque ligeramente temblorosos, daban forma al cordel formando un lazo. Utilizó la bala como un lastre para mantener la carnada sumergida y los ató al otro extremo.

—Con eso no pescarás nada—espeté observando aquel ingenio.

—Con ayuda de tu espada si, cuando se acerquen y queden atrapados por el lazo, les daré el golpe mortal—tendió la mano libre hacia mí a la espera de mi arma.

Nunca creí tener algún tipo de perjuicio contra un hombre blandiendo un arma, pero entregar la mía de forma voluntaria a uno de ellos y quedar desarmada era una historia completamente diferente.

Sus ojos azules revelaron por un instante la herida que atravesó su corazón ante mi dubitativa, sin embargo, permaneció con la mano extendida en mi dirección. Esperaba paciente el momento en el cual me sentiría lista para entregarle mi espada.

Desenvainé y tendí el mango en su dirección. Él la tomó con cautela sin dejar de mirarme a los ojos, no había segundas intenciones en su mirada, solo auténtica sinceridad.

Sinceridad en un pirata, si mi yo de hacía cuatro meses me hubiera escuchado, habría pegado el grito al cielo.

—Gracias por confiar en mi—susurró sin reproche ni sarcasmo. Era un sincero agradecimiento ante un gesto que él sabía, sería difícil para mí.

Aquel día lo único que funcionó fue su invento, si bien los peces no se dejaron engañar por el lazo, si se acercaron lo suficiente como para golpearlos con la espada. Atrapamos dos hermosos ejemplares de alguna especie que Asgerdur valoraba muy bien. Él mismo los destripó y cortó la carne en pequeños trozos que colocó sobre dos galletas.

—He escuchado que es una delicia en algunos países orientales—se encogió de hombros—. En mi tierra también lo comemos crudo—explicó ante mi incontrolable expresión de asco.

Para mi sorpresa, el pescado crudo no sabía tan mal. Acompañado de algunas especias podría saber mejor, quizás algo de laurel, ajo o limón. Sonreí mientras devoraba mi ración, tener comida en el estómago ayudaba a elevar el estado de ánimo, al menos, hasta que la siguiente derrota contra el clima llegara al anochecer.

—No entiendo, el día es perfectamente claro y la noche es completamente nublado—gruñí exasperada ante las nubes que cubrían el cielo.

—Solo podemos esperar, princesa, esperar y orar a nuestros dioses—el experimentado marino se dejó caer sobre uno de los bancos—. El tiempo se agota, pero no podemos perder aún la esperanza—agregó echando un vistazo a los barriles de ron.

Mi cuerpo se dejó caer laxo a lo largo de un banco. Quería tener esperanzas, de verdad que sí, pero la alegría de nuestra improvisada cena había sido destruida por una capa infinita de nubes que nos robaba la posibilidad de encontrar un rumbo hacia la tierra y, por ende, hacia nuestra salvación.

¿Hubiera sido mejor si me quedaba en el barco de mis madres? Bajo su cuidado y el de Leah habría sido imposible buscar a Zirani. Gemí, si, por ella hacía todo esto, esa era mi bandera, mi norte. Pero Asgerdur tenía razón. Podría causar un terrible conflicto, podía llevar solo problemas y dolor a su vida, por un capricho de mi corazón.

Quizás mi camino se encontraba en la corte de mi reino ¿Y qué si tendría una hermana que reinaría sobre mí? Podía ser comandante del ejército interno. Dedicarme a aprender todo lo necesario para seguir el camino bélico. Cualquier cosa era mejor que morir en medio del mar en compañía de un pirata, sin rumbo, perdida en el infinito azul, sin lágrimas ya para llorar en forma.

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