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Capítulo Extra - El niño y el lobo

FLASHBACK

Zona prohibida del Midgard
Hace muchos años atrás


Las tupidas pestañas se levantaron. Los ojos de diamante le dieron la bienvenida a una perezosa mañana. Deseó reacomodarse en su amplio lecho cubierto de pieles, bajar los párpados y sumirse en el sueño plácido y relajante, abrazada al calor que le dotaba de confort.

En cambio, un gruñido se formó en su pecho y escapó por su garganta al percibir en su cosmoenergía un nuevo llamado de Odín y esta vez era del tipo ineludible: llevaba mucho tiempo alejada de Asgard y eso contrariaba la voluntad del Aesir Tuerto.

Él requería su comparecencia en la ciudad dorada con carácter de urgente, sin excusas y mucho menos pretextos, alegando preocupación por su bienestar.

La paciencia del Aesir había llegado a su límite.

Aún a la distancia, lo discernió iracundo, exasperado, a punto de perder la prudencia y ordenar a sus huestes buscarla y sacarla del sitio donde se cobijaba, de ser necesario usando la fuerza.

Sus exigencias rayaban el capricho y hasta el ridículo porque...

Odín, ¿preocupado por su salud?

¿Desde cuándo?

Ese argumento la haría reír de no ser por la fama de seca, parca y falta del sentido del humor, que ella se labraba día a día con esfuerzo y dedicación.

Le hastiaba la postura soberbia en la que Odín y sólo Odín, poseía la razón y le delegaba a ella el papel de súbdita, cuyo deber consistía en acatar sus órdenes sin rechistar.

Error... Ella no era una Aesir, ni estaba casada con él, ni la habían sometido y mucho menos, era una más de los seres que le chupaban las pelotas.

Al contrario, las demandas perentorias la ponían de mal humor y como Odín le siguiera exigiendo con ese tonito intransigente que acudiera rauda ante él...

Iría, sí iría...

Pero para escupirle en la cuenca del ojo vacía, acto continuo congelar su saliva y formar con ella una esquirla de hielo que atravesara la cabeza del Aesir. Y todo para que ese idiota comprendiera su lugar y que sus pretensiones cada vez la cansaban más y más.

Porque ella era Skaði, la hija del rey de los Jötnar, heredera del Jötunheim, general absoluto de los salvajes y violentos gigantes del hielo. La señora y ama de la ventisca, el viento con nieve o el viento blanco.

La que se deslizaba por las montañas trayendo consigo los aludes, sepultando valles enteros, congelando a cualquier criatura que se atravesara en su camino...

Sólo por ocio.

Ella era Hvit vind [1], la única capaz de llevar el hielo a Asgard y transformar sus muros dorados en icebergs a voluntad.

El Tuerto jugaba con el peligro. Al tiempo que la paciencia de Odín se gastaba, la de Skaði bajaba en un ritmo vertiginoso y odiaría enfrentarse al otro para recordarle cuál era su lugar en su vida.

Era plenamente consciente de que los Aesir le temían. Temblaban ante la simple mención de su nombre.

Ninguno de ellos se había tomado el tiempo para conocerla y por eso eran ajenos a sus alcances. Lo que la motivaba y lo que la frenaba.

Sin embargo, hacer un despliegue de fuerza contra Asgard implicaría gastar demasiada energía en seres como los Aesir, pero merecería la pena sólo para recordar y volver a disfrutar de sus caras de terror...

Porque en un momento de rabia absoluta, Skaði los puso de rodillas con su mera presencia en Asgard, exigiendo venganza por la afrenta sufrida tras la muerte de su padre.

Fue un hecho, una vista real, un recuerdo y no una ilusión.

En aquél entonces, Loki fue el único con los huevos bien puestos para salir de la ciudad habitada por sus pares y dar la cara a la Jötunn y a sus demandas.

Ese retorcido señor de los engaños se convirtió en el encargado de hablar con ella, de hacerla entrar en razón.

Decir que los actos de Loki fueron heróicos y logró la proeza devirar el rumbo de Skaði y evitar que vistiera de blanco los muros de oro, sería una falacia.

Porque fue ella la que, ante la exposición de motivos del Aesir ojos de serpiente, analizó cada punto en particular. Su mente aguda le permitió ver a través de los eventos y comprender los motivos que accionaron al Padre de Todo, como jactanciosamente se hacía nombrar Odín.

Se dio el lujo de ponerse exquisita y entender cada parte del discurso.

No, no sólo lo creyó, lo compartió.

Los hechos eran claros: su padre se convirtió en uno más de los gigantes furiosos, iracundos y enloquecidos que día a día, ella se ocupaba de mantener bajo control. Merecía que le pararan los pies, que le inhabilitaran.

Sin embargo, los Aesir en lugar de buscar una alianza, la engañaron para matar a su padre en contra de su voluntad.

Y ella no era como el resto de los Aesir y mucho menos como los miembros de su familia, los Jötnar.

Ella era Skaði, la princesa heredera del Jötunheim y sólo por eso, debió merecer respeto. El mismo respeto que ella les dio como enemigos y que se manifestó con el diálogo previo a la destrucción total.

De haber hablado previamente, hubiera adoptado su visión y por iniciativa propia, hubiera encarado a su padre y detenido sus pasos en su afán de replicar el Jötunheim en el Midgard, el maravilloso mundo de los mortales.

Le hubiera exigido razones de peso, lo hubiera llevado a la cordura o, de pelear un imposible, ella misma lo hubiera destruido con todo el dolor de su alma.

Pero el hubiera no existe...

Los Aesir le negaron la oportunidad de arreglar las cosas por sus propios medios. Metieron las narices y arruinaron así, el futuro de los moradores de Asgard.

Porque se burlaron de ella, pensaron que no tomaría represalias y con su sucia treta, lograron que ella asesinara a su padre.

Inconcebible...

Quizá con cualquier otro ser, sus estratagemas habrían dado resultado y habrían salido bien librados.

No con ella, no con Skaði y ahora el deber de la Jötunn consistía en limpiar su nombre porque muy en el fondo, mientras tocó las puertas de Asgard exigiendo venganza, supo que no tenía en ese momento la fuerza para combatir a los Aesir en solitario.

Supo, mientras hablaba con Loki, que debía cambiar la estrategia.

Debía debilitar los cimientos para acabar, de una vez y por todas, con Odín y los que pensaban como él, con sus ínfulas de machos intocables.

Pero para ello, Skaði necesitaba pensar en frío... aprender que la venganza no se servía caliente porque explotaría en sus manos.

Se servía fría porque de esa manera, se hacía más daño de lo que otros esperaban.

Por esas razones, Skaði aceptó la propuesta de Odín, fingió que el dolor por la muerte de su padre y el engaño que le tiñó las manos de icor paterno, se curaban y lavaban con un matrimonio.

Que los engaños de los Aesir cuando ella eligió consorte y las burlas detrás de las paredes, se calmaban al parir dos hermosos hijos que fueron aceptados entre los Aesir.

Claro, aceptados era una palabra amable para la realidad: sus mellizos eran rehenes por sus habilidades. Ella dio a luz a dos Vanir, cuyas Potestades se basaban en la fertilidad.

Separarlos de los Aesir significaría una pérdida importante para Odín y los suyos...

Sin saberlo, el Tuerto le dio las armas más contundentes que destrozarían su reinado el día que le llenara a Skaði el hígado de piedras.

Mientras tanto, ella seguía manteniendo un perfil bajo. Por designio divino, las bajas temperaturas eran potestad de los Jötnar y quién mejor que su princesa para sepultar sus penas y deseos de un cruel derramamiento de sangre, bajo toneladas de nieve.

Y ninguno de los Aesir sabía que, por más que le gustara jugar a deslizarse por las laderas de las montañas, por más inofensiva que pudiera parecer, ingenua o estúpida al «creer» que sus arrepentimientos, súplicas y ofertas, ella no se había calmado un ápice...

Oh no...

Los Aesir seguían encontrándose en la cima de su lista negra.

Los Aesir no entendían que hasta el momento, ella había mantenido las formas, los había respetado, queriendo ver hasta dónde llegaba su afán de joderla, pero como siguieran picando su paciencia...

Skaði tenía el mismo corazón de iceberg que su padre y de proponérselo, esa oscuridad volvería a sus entrañas, esas garras de la rabia y los deseos de venganza se meterían en su corazón, anhelantes de poseer el icor de los Aesir...

De embriagarse en él, de untarlo en su epidermis hasta que el dorado se convirtiera en su nueva coraza.

Aunque hoy, su atención se fijaba en otro sitio que disolvía sus horrores, sus pesadillas, las tribulaciones que la perseguían día a día...

Las imágenes de su padre muerto por su propia mano desaparecían con aquél que, durante treinta meses, la mantenía confinada en la zona prohibida.

Los mejores treinta meses de su existencia, viviendo donde se encontraba la tumba de su padre, el Jötunn Þjazi.

Manteniéndose dentro de sus restos, convertidos al paso del tiempo en un hogar helado; que sólo para ella y su descendencia se abrían para brindar refugio.

En el lapso de esos dos años y medio, Skaði dispensó migajas en su comunicación con Odín, pero hoy, ya no podía evitar más el enfrentamiento..

Podía sentir la atracción que la obligaba a manifestarse y si algún Aesir se presentaba por órdenes del Tuerto para exigirle que cumpliera con sus labores, se desataría una hecatombe.

Ella tenía prohibido visitar los restos de su padre...

A regañadientes, Skaði se resignó a despegarse de aquél que la había mantenido alejada del cara de culo de Odín y le dispensó un dulce beso en su rostro de porcelana salpicado de pecas.

El pequeño durmiente, de escasos dos años de edad, exhaló y se acomodó en el amplio lecho, buscando con las manitas apresar las pieles que, por su descanso inquieto, yacían a su alrededor.

Amorosa, la Jötunn le arropó cubriendo íntegramente la pequeña anatomía que la tenía fascinada. Cada día era una maravillosa aventura gracias al pequeño Hrimnir y a ella le pesaba separarse de su lado.

Un nuevo beso, esta vez en la coronilla de cabellos tan rojos como el fuego, se convirtió en su último mimo.

Ella se incorporó invocando a su Potestad que la vistió al instante, cubriendo su cuerpo de pieles y su epidermis, de los tatuajes sagrados que la reconocían como la heredera del Jötunheim.

Sin embargo, aprensiva y preocupada por su pequeño, abrió la enorme puerta que la separaba del mundo (que antes fuera la boca de su padre) y se concentró extendiendo su cosmos hasta encontrar los rastros de quien necesitaba para esta labor.

«Fenrir, yo te convoco» mandó a través del tiempo y el espacio. en dirección a aquella cosmoenergía que le era tan conocida.

Los aullidos traídos por el viento le hicieron saber que su mensaje había sido entregado con éxito y el receptor creaba surcos en la tierra, en su loca carrera para llegar a su lado sin dilación.

Skaði volteó por última vez hacia el lecho, con el corazón impregnado por la desazón y el estómago encogido ante la sapiencia de que se separaría de su pequeño hijo.

—Héme aquí, gran Skaði, señora del Hvit vind, madre y Alfa de los lobos —manifestó con voz gruesa el gran lobo del Yggdrasil, manso y sumiso como un cachorro ante la blancura inmaculada que era fiera y cruel en circunstancias adversas.

—Fenrir, hijo de Loki, Alfa de manadas, he de pedirte un favor.

—Mi señora, madre mía, habla y te será concedido, pues tú de entre todos los Aesir fuiste quien me dio asilo y protección cuando sólo era un cachorro y cuidaste a la vez de mis crías y parejas.

—Eso pido de ti, querido Fenrir —hincó la rodilla para acariciar, amable y cariñosa, el morro del imponente lobo de la oscuridad y ojos de fuego—. Necesito que me ayudes a cuidar a aquél que ha encendido mi corazón con sus llamas y en quien he puesto mi amor incondicional, pues debo atender mis obligaciones.

Las orejas del enorme can se alzaron tiesas y los ojos cuales brasas, se encendieron de sorpresa.

—¿Acaso quieres que me haga cargo de tu pequeño? ¿Aquél que ha sido llevado en tu vientre y ha dibujado en tu cara la sonrisa que esquivaste toda tu vida?

La faz de la Jötunn, otrora seria, se transformó con la multitud de recuerdos cálidos que el pequeño Hrimnir trajo a su vida en tan escaso lapso de tiempo.

—Sí, eso quiero, eso te pido y te ruego, Fenrir —expresó con el corazón en la mano—: cuida de mi pequeño, cuida de aquél que me prodiga sonrisas y a cambio...

—No, ¿cómo crees que te exigiré algo a cambio después de que tú me prodigaste tantas atenciones? —gruñó el gran lobo sacudiendo la cabeza—. Prometo que cuidaré a tu cría y la protegeré con mi vida.

—Confío en que será así —susurró pegando su frente contra la del terrorífico lobo, percibiendo un sonido de complacencia ajena—. Gracias, Fenrir. Gracias, hijo mío.

—Nada hay que agradecer. Ve a Asgard, atiende las exigencias del Tuerto, yo cuidaré del pequeño Hrimnir como fiel guardián y si me lo permites, le adiestraré como un lobo, para que aprenda a cazar y defenderse por sí mismo.

—Sólo recuerda que es un pequeño de escasos dos años —le hizo ver—, puede que no aprenda tan rápido.

—Cachorros más pequeños tuve a mi cuidado y salí triunfante.

—Que así sea entonces, sé el guardián y maestro que Hrimnir necesita y gracias, Fenrir. Recuerda que te estoy entregando mi corazón, mi razón de existir...

—Lo cuidaré como si fuera mío, Tāyi, ve tranquila.

La ventisca se manifestó en la cámara y tomó rumbo armándose de paciencia para no helar Asgard ese mismo día, dejando atrás a su hijo y a su guardián.

El enorme lobo aulló alertando a su manada. Siete enormes canes se acercaron a la cama donde reposaba el pequeño acurrucado entre las pieles, lo olfatearon alternadamente y después de ello, hicieron guardia alrededor de él.

Sólo uno de ellos, el más imponente, trepó al lecho acomodándose para ser manta y abrigo del corazón de la gran Skaði, la ventisca, el Hvit vind.



Hrimnir se encontraba calientito, incluso más que de costumbre. Se movió cual gusanito jalando las pieles que le servían de abrigo y se pegó a aquél que desprendía una fuente de calor mayor. Balbuceó algunas palabras en idioma Jötnar y la conciencia, traviesa e inoportuna, le picoteó las costillas.

De poco en poco, el pequeño separó las gruesas pestañas rojizas de las mejillas pecositas. Llevó la diestra al ojo correspondiente y lo talló aletargado. Entre bostezos que mostraban sus dientes de leche, movió la naricita captando un olor... diferente.

Su cuerpo tomó asiento en el acto, con los ojos abiertos de par en par encontrándose con unos orbes muy parecidos a los suyos en color, pero con muchos pelos alrededor.

Hrimnir ladeó la cabeza a la derecha con los párpados extendidos al máximo y se sobresaltó al notar que esa bola de pelos le imitaba. Entrecerró sus pliegues de sus ojos y frunció la boquita analizando al detalle, la cosa frente a él.

—Hola, cachorro de leche.

El niño respingó de nueva cuenta y su boquita se abrió al sentir caer su mandíbula.

¡Esa cosa hablaba!

No era como esos que tenían laaargas ramas en la cabeza y que su mamá le decía que se llamaban renos o las cosas con plumas que volaban muuuy alto y se decía, eran águilas. Mucho menos como esas cosas pachonciiitas, que Hrimnir tenía por costumbre seguir.

Esos que se llamaban osos.

No, esta cosa era...

Rara.

     »¿No te acuerdas de mí? Soy Fenrir...

¿Fenrir?

Hrimnir levantó una bifurcada ceja, tan idéntica a la de su madre y lo miró con sospecha. Retrocedió el culito como hacían los pingüinos, cachito a cachito hasta verlo a distancia.

Ahí, lo reconoció o creyó reconocerlo.

¡Era el lobo que venía de vez en vez con su mami!

Sin más, hizo lo que le nacía, es decir, lo que le venía en gana y terminó colgado del cuello del lobo mientras le daba besitos.

     »¡No me llenes de babas!

Hrimnir separó la cabeza y le miró ceñudo. ¿Babas? ¿Él?

Chasqueó la lengua y sin más, le dio un manazo en el hocicote con buen tino. De cualquier forma, era imposible errar con semejante tamaño de cabeza.

     »¡Hey, cachorro de leche! ¿Qué te pasa? ¿Por qué me pegas?

—Tonto —le mostró la lengua belicoso.

Ofendido, el pequeño volteó buscando a su madre ignorando a la bola de pelos. Gateó por la cama hasta llegar a la orilla y se concentró en bajarse del lecho.

En algún momento, le falló la motricidad y fue a darle un beso al suelo con... la frente.

—¡Cuidado, cachorro de leche! —advirtió el otro.

Tarde, por supuesto, el niño ya sentía dolor en la cabeza y apenas se sentó, hizo gestitos, pucheros, le traicionaron las lágrimas que resbalaron díscolas y...

—¡Buaaaa!

—No, no, no, no, mira, no llores.

—¡Buaaa!

—Mira, mira —se bajó raudo de la cama y se acarició mejilla con mejilla—. Ya, ya no llores. ¿El piso te pegó y te dolió?

Hrimnir asentía con gruesos goterones de sal deslizándose por las mejillas regordetas. Sus manitas no se daban abasto para quitarlas.

     »Bueno, mira, entonces le pegamos al piso —golpeó el sitio con la pata—. Suelo malo, piso malo, ¿por qué le pegas a Hrimnir?

Eso pareció detener el llanto, el pequeño lo miraba con intriga, fascinado de ver al lobo defenderlo del piso malo.

—Mayo, mayo —repitió con efusividad, moviendo las manitas con los puños cerrados a los lados una y otra vez.

—Sí, malo, malo —le dio tres golpes extra y se detuvo analizando su carita—. ¿Ya pasó? ¿Ya estás bien?

Se acercó al niño y le acarició la mejilla con la suya.

Hrimnir gorjeó feliz al contacto de los pelos contra su piel. ¡Era tan suavecito! Apresó algunos para mantenerlo quietecito y se siguió restregando con efusividad.

     »Ay, ay, duele, duele —se quejó el otro, pues le jalaba también algunos bigotes.

El pequeño lo ignoró entre risas, en su afán de seguir friccionando su mejilla contra el lobo, que se había convertido en su juguete.

La tortura se alargó varios minutos hasta que Hrimnir perdió el interés y se puso en pie. Fenrir miró compungido cómo el chiquillo llevaba en su puñito derecho uno de sus bigotes y lo miraba con alegría, caminando con rumbo a la habitación posterior.

     »Espera, espera, ahí no vayas.

—¿Ah? —se detuvo mirando a Fenrir con ojos asombrados.

Al lobo le recordaron los ojos de un conejo, tan rojos e inocentes, que bien podría darle un bocado.

—No, conejito, ven acá.

—¿Ah? —ladeó su cabecita a la derecha poniendo cara de incomprensión.

Ni así detuvo su paso hacia la habitación.

—Que vengas acá.

—¿Ah?

—Ven... —se decidió por una orden más simple.

—¿Ah?

—¿Te estás burlando de mí? —indagó por inercia.

Hrimnir gorjeó de nuevo muy divertido, se detuvo y sacudió las manitas con el bigote de Fenrir aún en ellas.

     »Mi bigote —se lamentó.

El nene pronto perdió el interés en su interlocutor y continuó su trayecto a la habitación posterior, con la idea de que su mamá entraba a ese lugar para bañarse, quizá estuviera ahí y si no, el agua sin duda le esperaba y...

¡A él le encantaba el agua!

     »¡Que no vayas para allá! —terció el otro malhumorado y de un salto, se puso enfrente de él.

Hrimnir no esperaba esa acción. Al ver al lobo frente a él, intentó detenerse. Eso le llevó a perder el equilibrio e irse de culo al piso.

De inmediato, puso cara de puchero.

¡Le dolía el culito!

     »No, no... no vayas a llorar —rogó porque lo veía venir.

El puchero se hizo más grande, las lágrimas asomaron, gimoteó un poco.

     »No, no, no llores, no llores, piso malo, piso malo —le pegó al suelo de nuevo.

Hrimnir lo miró un momento, puso cara seria y luego, frunció el entrecejo y la boquita. Se puso en pie (aún con el bigote), se acercó a Fenrir y le soltó un manazo en el hocico con la mano libre.

     »¿Y ahora por qué?

—Mayo, mayo, peddo mayo —le dio otro manazo.

—Hijo de tu madre —refunfuñó y le mostró los colmillos—. ¡No me pegues a mí! —le intimidó.

El niño se detuvo de golpe, su cara se transformó de enojo a completo azoro. Lo veía y lo veía. El nene dio un pasito atrás y ladeó la cabeza.

Fenrir tuvo miedo de haberse pasado de listo y bruto.

Hrimnir levantó sus labios y, al contrario de lo que se esperaba de él, mostró sus dientitos.

—Grrr —le imitó—. ¡No pebes mí! —repitió gruñendo aún más.

A Fenrir le tocó el turno de sorprenderse. Por un momento pensó que el niño iba a llorar o a salir corriendo, pero ese gesto, le animó con ganas.

—¡Sí, sí, así se asusta a los demás! —le enseñó encantado con la idea, mostrando más los dientes—. Mira, ¡así, hazlo así!

El nene le seguía el juego, incluso soltó el bigote en el piso y puso sus manitas como garras luciendo más amenazante.

Fenrir no cabía en sí de gozo. Ladró efusivo y le movió el rabo, dando saltitos alrededor para seguir con la enseñanza.

Hrimnir le seguía como podía. Por supuesto, se tambaleó con tanto salto. Sin ayuda, se acomodó en el piso para buscar al enemigo y atacar en cuanto se ponía a su alcance.

El niño y el lobo juguetearon mostrando al otro sus caras más aterradoras, aunque a veces a Hrimnir le ganaba la risa y Fenrir le ladraba entusiasmado.

     »Ya es suficiente, ahora vamos a practicar afuera —declaró acomodándose en el piso—. Ven, sube a mi lomo, te llevo.

Ni tardo ni perezoso, el pequeño aceptó el desafío. Agarró el bigote que ahora era su juguete y con muchas dificultades, logró subirse a Fenrir. El guardián aulló avisando a su manada que se iban y los otros lobos que revisaban el perímetro, le respondieron que era terreno seguro.

Hrimnir boqueaba porque con su nuevo amigo, todo era diferente que con su mamá.

¡Tenía pelos!

Y también mostraba los dientes, hacía sonidos raros y lo llevaba cargado. El niño sólo tenía que reír, mirar a su alrededor y sujetarse, claro.

Fenrir salió de las ruinas de lo que antes fuera el Rey de los Jötnar y tomó el puente que los llevaría a las tierras aledañas al refugio de Skaði. Aceleró el paso con los miembros de su manada integrándose a su camino, escuchando feliz los gorjeos del nene, hasta que volteó a mirarlo y metió freno con rapidez.

Hrimnir perdió el sostén, no vio venir el parón y con el impulso, voló y aterrizó de cabeza en un montículo de nieve.

El lobo se apresuró a sacarlo de ahí jalandolo de una pata, que diga, de un pie, y al verlo, gimoteó.

     »¡Madre, se me desconchinfló [2] tu hijo! ¡Creo que se me asfixió! —aulló histérico.

El pequeño, cuyo color característico era el rojo en sus cabellos y ojos, ahora vestía el azul. Su piel era más blanca y las bellas pecas se habían opacado. Si bien tenía algunas, eran contadas.

Fenrir siguió aullando y con él, su manada le acompañó.

Hrimnir los miraba sorprendido sin comprender por qué tanto escándalo, incluso se sentía exultante porque ¡había volado como con su mamá, pero sin su mamá!

Al menos hasta que notó que aplaudía y por ende, sus manitas estaban vacías.

Se le paró el corazón y se le cayó la boca de sorpresa.

¡Le faltaba su bigote!

Y compungido, empezó a aullar, pero de llanto.

—¡Buaaaa!

Ante tanta aulladera, ladrarera y chilladera, el viento se dejó sentir de poco en poco. Los fuertes embates llevaron una voz, que paró el llanto histérico de Hrimnir y se quedó con un gimoteo lastimoso.

Where are you now? [3]cantaba la ventisca con dulzura, acariciando al pequeño que seguía puchereando.

I'm here respondió Hrimnir con voz rota por las lágrimas—. It's hurts me...[4]

—¡Ven, madre, que se desconchinfló tu cachorro de leche! —gimoteó más fuerte Fenrir.

La ventisca se consolidó con premura ante semejante solicitud y la bella Skaði apareció ante ellos. El niño no dudó en alzar las manitas y dejar que el viento lo llevara a los protectores brazos que lo arroparon y revisaron con ahínco y preocupación.

—¿Qué tiene? —indagó la Jötunn, analizándolo con nerviosismo.

—¡No sé! ¡Se me puso azul! —gimoteó Fenrir.

—Eso es normal —aseveró la señora de la ventisca—, cuando tiene frío, Hrimnir inconscientemente invoca su icor Jötunn para que lo proteja.

—¡Ah, qué alivio! Pensé que tendría que pagarlo como nuevo y ya tiene años de uso —exhaló el lobo dejando caer la cabeza y al segundo siguiente, le mostró los colmillos erizando el lomo—. ¡¿Y cuándo me lo ibas a decir, madre?!

—Me olvidé, no pensé que lo sacarías del refugio —confesó con un gesto preocupado, pues su hijo no dejaba de llorar—. ¿Qué tienes, qué te pasa, mi vida?

—Mi... mi... —señalaba el montículo de nieve.

—¿Tu qué, mi amor, tu qué...?

—Mi... mi... —soltó el llanto otra vez.

La madre aspiró profundamente y serenó su ser, su cosmoenergía se unió a la de su pequeño y penetró en sus pensamientos, hasta descubrir lo que le hacía falta.

—Ah, tu bigote —movió la mano y el viento buscó por ella.

—Chiii —gimoteó con gruesos lagrimones—. Mi te... mi te...

—Bigote —le aleccionó.

—Te... te...

—Bi-go-te.

Hrimnir detuvo el llanto de golpe, le dirigió una mirada con gesto tan serio, que a Fenrir le sorprendió.

El niño apretó las cejas, los labios y de paso, también los puños. Después de un rato de miradas indignadas a su madre, resopló ofendido.

—¡Te, te, te! —le aleccionó a su madre disgustado, aleteando con sus bracitos y los puños cerrados.

La Jötunn soltó una risita ante el exabrupto de su hijo y le besó la frente.

—Yo no soy así, no sé de dónde lo sacaste —se excusó rápidamente la madre.

Fenrir se quedó tieso y las orejas se le aplastaron al cráneo. ¡Él mejor que nadie conocía el carácter de Skaði y sabía que podía llegar a ser así y mucho más!

La madre encontró el objeto preciado y se lo extendió a su hijo.

     »Ten, mi amor... tu bi-go-te —le volvió a decir sólo por joderlo.

La respuesta de Hrimnir fue magistral: puso los ojos en blanco e hizo una trompetilla de hartazgo.

El disgusto le duró poco. Alargó las manitas y tomó lo que le ofrecían ignorando a su madre, para concentrarse en su juguete.

     »¿Estás mejor con tu bi-go-te? —besó su mejilla.

—¿Ah? —le respondió sin dirigirle la mirada.

—¿No me vas a hablar?

—¿Ah?

—Hrimnir, ¿me vas a aplicar a mí esa jugarreta? —arqueó una bifurcada ceja—. ¿A mí?

—¿Ah?

—¿De verdad?

—¿Ah?

—Hrimnir... —canturreó feliz.

—¿Ah?

—Te amo —le hizo cosquillitas en la barriguita con dos dedos.

El nene no pudo ignorarla más. Le ganó la risita y pronto, gritaba de felicidad, mientras su mamá le hacía pedorretas en su pancita desnuda.

     »Te amo, Hrimnir —le susurró en esa carita sonrojada por el esfuerzo.

Me too [5]le respondió entre jadeos histéricos y desesperados, resoplando por la fuerza con que había sido obligado a reaccionar.

El Hvit vind abrazó a su pequeño y lo acurrucó contra sí, meciéndose con dulzura. El nene suspiró feliz, acomodándose contra ella, en completa paz.

—Fenrir, cuando lo saques ponle ropa, mi hijo no puede ir desnudo por las tierras —le pidió invocando su cosmoenergía para hacerle un trajecito de pieles al pequeño.

—¿Y por qué no? Es un lobo a finales de cuentas —renegó el otro, quien había mantenido el silencio para no interrumpir la interacción madre e hijo.

—Y es un Jötunn, nosotros no necesitamos prendas, pero bien sabes que a los Aesir los escandaliza que vayamos desnudos —le recordó con gesto de incordio—. Hrimnir puede estar en cueros en mi hogar, pero en el Midgard vístelo, por favor.

—Es que no entienden que por algo venimos desnudos al mundo, ¡no necesitamos ropas!

—Estoy de acuerdo, pero aún así, haz lo que te pido —le besó la frente al nene—. Hrimnir, tengo que ir a cumplir con una labor, te vas a quedar con Fenrir y él te va a cuidar.

—Chi —respondió jugueteando con su bigote.

—A ver, deja te amarro el bigote porque capaz de que lo pierdes y vuelve el llanto —le pidió a su hijo.

Hrimnir le entregó su juguete confiando en su madre. Una delicada cadena de hielo rodeó el objeto y Skaði la ató a la muñeca de su pequeño.

     »Ya está —le sonrió.

—¡Ya táaa! —gorjeó feliz, sacudiendo su manita complacido de ver que su bigote seguía pegado a él.

—Así no lo vas a perder —besó los cabellos azules y lo depositó en el piso—. Ahora sí, me voy. Regresaré en cuanto pueda, Hrimnir, y jugaremos juntos en el agua y nos iremos a dormir. ¿Está bien?

—Chi —le respondió feliz.

—Se dice "sí" —lo corrigió en automático—. No "chi".

—¿Ah?

—Que se dice "sí".

—¿Ah?

—"Sí", no "chi".

—¿Ah?

—¿Me estás ignorando otra vez? —canturreó, levemente picada en su orgullo.

—¿Ah?

No había duda de ello, Hrimnir respondía por inercia, concentrado en juguetear con los copos de nieve que caían sobre ellos.

—Yo no soy así, no sé de dónde lo sacaste —volvió a decir la Jötunn ante la conducta de su hijo.

—Mi señora, ¡claro que usted es así! —ladró Fenrir estupefacto.

—¿Ah?

—¡Que usted es así!

—¿Ah? —respondió la otra haciendo que Hrimnir soltara una risita cómplice y llena de algarabía.

—Ya, me está ignorando.

—¿Ah?

Fenrir decidió callarse o ya se veía perdiendo el resto del día intentando convencerla de lo contrario.

     »Tengo que irme ya —besó la sien de su pequeño y le sonrió a Fenrir—. Cuídalo bien, por favor.

—Por supuesto, nada va a pasar si me tiene como guardián.

Y con esas palabras, retó a las Nornas, las hilanderas del Destino.





—¡FENRIIIR!

El grito de Skaði sacudió los restos de Þjazi, la ventisca se manifestó con toda potencia, como respuesta a la furia que inundaba a la Jötunn.

El lobo apareció al poco, con las orejas gachas y el rabo entre las patas, venía de la habitación ubicada al lado del dormitorio, con expresión de culpabilidad.

—¿Sí, mi señora? —tragó saliva.

¡¿No dijiste que nada le pasaría al niño si te tenía como guardián?! reclamó al instante.

—Y... no le pasó nada —respondió bajito con el nerviosismo a flor de piel.

—¿No? —refutó escupiendo la palabra—. ¡¿No?! —repitió fúrica—. ¡¿Y me puedes explicar qué es eso?!

Señaló con el índice al... 

¿Cómo describirlo?

No era un elfo porque éstos son elegantes y la cosita en la cama, si bien tenía ramitas, hojitas y bellotitas en el pelito, aullaba con ahínco, feliz y contento.

No era un troll porque éstos son grandes y la cosita en la cama, si bien apestaba a uno, caminaba en cuatro patas.

No era un lobo porque éstos tienen pelos, mandíbulas y orejas puntiagudas y la cosita en la cama, si bien mostraba los dientes, ladraba y se rascaba la oreja con la pata derecha, perdón, el pie derecho...

No, un momento, en realidad sí parecía un lobo, pero no era un lobo, mucho menos un elfo, tampoco un troll...

Sin embargo, parecía serlo.

Tenía características de cada uno.

¡Era una cosita del caos!

—Es que... es que...

—¡Te lo dejé tres días! ¡Tres y porque el Tuerto se me puso impertinente! —le hizo ver frenética—. ¡¿Quién fue el culpable de esta atrocidad?! —exigió saber.

De inmediato, la cosita que no era lobo, tampoco elfo y mucho menos troll... señaló a Fenrir.

—¡Traidor! —reaccionó el lobo indignado.

—¡FENRIIIR! —aulló la madre.

—¡NO FUE MI CULPA!

—¿Cómo que no? —le contradijo la otra de inmediato—. ¡Te di a un niño y me entregaste... me... tú... esto! —lo señaló con las manos extendidas, temblando de nerviosismo.

—¡Fue su culpa!

—Wof, wof —le acusó el pequeño.

—¡No me defiendas, traidor! —le ladró Fenrir con ironía.

—¡No le ladres a mi hijo!

—¡Me ladró él primero!

—Wof, wof... —exclamó muy feliz y divertido.

—¿Qué le pasó? —exigió saber la Jötunn—. ¡Por todo el Niflheim!

—Es que... —empezó Fenrir.

La Jötunn guardó silencio, pero si las miradas mataran... el lobo ya tendría audiencia con Hela, la señora del Nilheim.

—Wof, wof.

—¡No me ayudes, compadre! —renegó con pesar.

—¡Fenriiir! —alargó la vocal para paliar de alguna forma su malestar.

—Pues es que me lo llevé a cazar, a que aprendiera a ser un lobo, pero ¡yo no sabía que a tu hijo le gustan los osos polares!

—¿Qué tienen que ver los osos polares?

—¡Tu hijo fue a perseguir un cachorro y casi me parte el culo la madre! —gimoteó compungido.

     »Hubieras visto a tu bestia lampiña aterrorizando al osezno dizque queriendo abrazarlo y a la madre queriendo comérselo, así que... así que... pues era tanto lo que lo persiguió estos días, que no vi otra opción y yo... y yo...

—¿Tú qué? ¿Tú qué? —repitió a punto del estallido—. ¡Ya dilo, por todos los Jötnar!

—Wof, wof.

—Pues yo... lo...

Hrimnir gorjeó y llegó al lado de Fenrir, levantó la patita, que diga, el pie derecho y lo orinó.

—¡No, cabrón, no me marques! —saltó a un lado evadiendo el chorrito.

—Tú mi... —refutó Hrimnir molesto—, tú mi...

—¡Pero porque estaba la osa queriendo comerte!

Skaði no necesitó más... era suficiente información a pesar de que le llegara a cuentagotas.

—Fenrir, dime que no orinaste a mi hijo... —aspiró profundo, la ventisca afuera de Þjazi se condensó.

—Eh... eh...

—¡Chi! Wof, wof —dijo muy contento el traidor, que diga, el niño.

—No, cállate, no digas eso —le puso la pata en la boca.

Hrimnir la mordió. El lobo aulló, pero los sonidos fueron un murmullo para lo que salió de las profundidades de la garganta femenina:

—¡FENRIIIIR!

Los restos de Þjazi se cimbraron de nueva cuenta y el lobo temió que se les viniera encima.

—¡¿Y qué querías que hiciera si tu cosa sin pelos iba a ser comida de oso?! —se excusó muy patético—. ¡Deberías agradecerme, la osa lo olió y mejor se fue!

—¡Hasta yo me hubiera largado, con semejante aroma que arrojas por las bolas!

—Bolas, bolas, wof wof.

—Tú no digas eso, Hrimnir —pidió la madre.

—¡Bolas, bolas! Wof wof...

—¡Que no digas eso!

—¿Ah?

—¡Hrimnir!

—¿Ah?

—Hijo... basta.

—Auuuuu —empezó el aullido.

—Basta —rogó y encontró rápido la salida al caos—, ¿vamos al agua?

—¡Chi! —celebró rápido y corrió (en cuatro patas) a la habitación contigua.

—Hijo, puedes caminar.

—¿Ah?

—Que puedes caminar.

—¿Ah? —la ignoró y siguió corriendo.

En cuatro patas...

—¡Te voy a despellejar vivo, Fenrir!

—¡Yo no tengo la culpa de que tu cosa me imite en todo! —renegó malhumorado—. ¡Además, yo te dije que le iba a enseñar a ser un lobo! ¿No fue así?

—¡Sí, pero no esa clase de lobo! —señaló a su hijo que se había detenido para rascarse la oreja con la pata, que diga, el pie derecho.

—Bueno, salió lo que salió y aprendió lo que aprendió, o sea, aprendió lo que quiso... ¡Si es igualito a ti!

—¡Claro que no! Yo no soy así, no sé de dónde lo sacó.

—Claro, justificate ahora, madre —resopló con más ganas.

—¿Y toda esa maleza que tiene en el cabello y en el cuerpo?

—Ah —tragó saliva—, es que tu hijo aprendió a subirse a los árboles.

—¿Y qué tiene que ver eso?

—Pues que los árboles tienen resina, ¿no?

Skaði ya veía venir la avalancha. Aspiró y aspiró profundo como el lobo del cuento y lo retuvo para no estallar...

De nuevo.

Fenrir tragó saliva y lento, fue dando pasitos atrás y al sentir un viento helado en el rabo se detuvo y agachó las orejas rogando a su padre que le sacara de ahí prontito.

—¡No fue mi culpa!

—Wof wof —el niño lo señaló y puso cara de inocente.

—¡Traidor! Dile la verdad, que le aventaste piedras al reno y después saliste corriendo y te trepaste al árbol mientras yo procuraba no terminar ensartado por los cuernos.

—Wof wof —volvió a señalar a Fenrir.

—¡FEEEENNNRIIIIR!

—Ay, mi padre...

—¡¿Por qué dejaste que le aventara piedras?!

—¿Y yo qué sabía que tu hijo era EL desmadre con patas? —se excusó rapidito—. ¡No dejaste el instructivo!

—¡Mi hijo no es un desmadre con patas!

—Wof, wof...

—Hrimnir, deja de ladrar, por favor.

—Auuuu.

—La puta que te parió, Fenrir.

—¡Pita, pita!

—Hrimnir, no digas eso, hijo.

—Pita, pita.

—Que no.

—¿Ah?

—¡Fenrir! ¡Es tu culpa!

—¿Ah?

—Ash, todo es mi culpa, ¡todo es mi culpa!

—¡Chi, chi!

—¡Tú no me ayudes compadre!

Hrimnir gorjeó aplaudiendo, sentadito sobre su culito mirando la escena con alegría. Para él, era muy divertido que su madre y su guardián discutieran.

¡Se veían tan chistosos!

     »Este cabrón se burla de nosotros —aulló lastimeramente Fenrir.

Skaði miró a su hijo con otros ojos y notó la alegría que lo embargaba. Exhaló con fuerza y sacudió la cabeza.

A finales de cuentas, reconoció que estaba sano, salvo y sus movimientos parecían mucho más firmes de cuando lo dejó.

Decidió darse por vencida y no culpar más al pobre lobo.

—No más orines, Fenrir.

—No, señora —aceptó de inmediato, sintiendo que la cosmoenergía de la Jötunn se calmaba—. No más...

—Bien, muchas gracias por cuidarlo, Fenrir. Hiciste un gran trabajo a pesar de que mi niño no es tan fácil —se relamió y caminó hacia su hijo, lo levantó con los vientos y lo llevó a su pecho—. Ay, apestas, bebé.

—Bolas, bolas.

—No hijo, no digas eso.

—Pita, pita.

—Tampoco.

—Wof, wof.

—Menos.

—Auuuuu.

—Hrimnir...

—¿Chi?

—Que no...

—¿Ah?

La ventisca estalló en las afueras de la estructura que antes fuera el cuerpo de Þjazi. Fenrir ni dudó en salir de ahí por patas.

¡No fuera a darse cuenta Skaði de la razón por la que el cachorro dientes de leche se rascaba!


***


Y media hora después...

El lobo estaba muy lejos, corriendo con su manada hacia el Bïfrost. Le habían dicho que el Niflheim era muy bonito en esta época del año y pretendía meterse ahí de cabeza, antes de ser agarrado por una Jötunn que...

—¡FEEEENRIIIIR! —se dejó escuchar por toda la zona.

Quizá no lograría llegar a tiempo...

No, no llegó a tiempo.

La ventisca lo alcanzó, lo envolvió y lo llevó de inmediato a los dominios de Skaði.

El lobo se encontró frente a frente con la Jötunn de la leyenda, aquella que había llegado a las puertas de Asgard a reclamar por haber sido engañada para matar a su padre, esa a la que todos los Aesir le tenían pánico.

—¡¿Me puedes explicar por qué Hrimnir TIENE PULGAS?! —bramó y toda la estructura alrededor estuvo a punto de colapsar.

Otra vez...

—Ay, es que... es que...

—¡Te voy a matar, perro de pacotilla!

—Wof, wof —aplaudía feliz el cachorro.

La ventisca se consolidó alrededor del lobo, quien ya se veía metido de rabo en un ataúd de hielo, como cada vez que metía la pata hasta el fondo y la hacía perder el juicio.

La Jötunn no le tenía compasión, furiosa se encontraba al descubrir no una, sino varias pulgas en el cabello de su pequeño, sin contar las marcas en su cuerpecito por los ataques de esos bichejos.

Bramaba de ira por las heridas, por saberlo sufriendo, por su rascar desenfrenado...

Le dolía tanto como a él.

Quizá más.

—Te veré hasta el próximo invierno —sentenció con voz sin emociones, congelando las patas del lobo.

Fenrir aulló lastimeramente, el frío era inconmensurable, le hacía temblar todo el cuerpo. 

Skaði no se tentó el corazón por él. Eran demasiadas las fallas y su infinita paciencia se había esfumado con esas marcas en la tierna piel de su pequeño.

De cualquier forma, era Fenrir. Saldría de ahí en dos días o quizá en menos. El caos dentro de él, tenía experiencia en romper ataúdes de hielo.

No lo lastimaría más de lo que Hrimnir había sufrido con las pulgas, pero le daría una buena lección de por vida...

—Wof wof —gruñó irascible.

—Después te termino de quitar las pulgas, Hrimnir —susurró su madre bajando más la temperatura, concentrada en terminar su labor.

—Wof wof.

—Ahora no, hijo...

—Wof, ¡WOF!

Skaði vio cómo el cristal que iba confeccionando se rompía en mil pedazos. Miles de astillas se incrustaron en las paredes, algunas en las pieles que cubrían a la Jötunn que no podía salir de su azoro.

Eso no lo había hecho ella. La piel se le erizó, los vellos se levantaron y la saliva se acumuló en su boca.

Fue testigo mudo de la forma en que Fenrir fue transportado con delicadeza por un viento más helado que el suyo. Por un momento, Skaði pensó que su padre, el Jötunn Þjazi, había vuelto a la vida.

La cosmoenergía que se confrontaba con ella era indescriptible. 

La fuerza y su extensión superaban por creces la suya.

—¿Padre?

Volteó rápidamente y el impacto que le provocó la vista ante ella, le hizo caer la boca. El corazón se saltó un latido y trastabilló.

Ante ella, su pequeño Hrimnir la miraba ceñudo, con el brazo alargado, la palma extendida y de ésta, el viento de los hielos perennes emanaba con vigor.

—Dije que no —susurró su voz de niño con la seriedad propia de un adulto—. Fendid es mío y yo lo puido —sentenció con solemnidad.

Hrimnir apretó la mano en un puño y el viento llevó al lobo a su lado. El nene le acarició la cabeza a Fenrir una vez que lo depositó a su izquierda, sin serenar el gesto adusto dirigido a su madre.

     »No vuelvas a usad el hielo para hacedle daño, Tāyi o me voy a enojad mucho pontigo y no quiedo enojadme pontigo puque te amo, Tāyi

     »Podtate bien.

El gemido lastimero del lobo le distrajo. El niño le sonrió, su cosmoenergía se calmó y le dio un besito al peludo ser.

     »Tú me puidas, yo te puido, Fendid —gorjeó abrazándolo con cariño—. Ashas pod todo. 

     »Yo los amo, Tāyi y Fendid. No peleén. Bonas noches.

Hrimnir exhaló un bostezo gigante y, sin más, aún mojado por el baño que se quedó a la mitad, se acomodó contra el pelaje del lobo y se dejó llevar por el sueño.

Fenrir lo acomodó entre sus patas y volteó hacia Skaði que seguía boquiabierta. La Jötunn parecía pez fuera del agua, abría y cerraba los labios sin pronunciar palabra alguna.

No podía describir la extraña experiencia y mucho menos, sabía qué decir. Un mal presentimiento se extendió por su cuerpo y de reojo, analizó la estructura de su hogar, con la curiosa sensación de que la gobernaba.

¿Cómo podía ser que Hrimnir tuviera ese poder?

¿Cómo podría evitar mantenerlo anónimo a aquellos que querrían hacerle daño por miedo a su cosmoenergía?

Se le cerró la garganta.

—Lo siento, mi señora. No era mi intención que Hrimnir se volviera en contra suya.

Skaði soltó un largo suspiro, se acercó hasta él, quien bajó la cabeza esperando un golpe. Al contrario de lo que se esperaba de ella, la Jötunn acarició suavemente la zona entre las orejas del lobo y le dedicó una mirada profunda y preocupada.

—No, Fenrir, no fue tu culpa. Lamento haber perdido el control, pero odio verlo herido. Se me esfuma la coherencia y... —exhaló sentándose al lado del gran lobo—, me convierto en el monstruo que Odín y los suyos, dicen que soy.

Era tanta la ansiedad y el desconsuelo en ella, oculta bajo sus propias manos, que Fenrir se apiadó de la gran loba.

—Te entiendo, no tienes por qué disculparte y para mí, nunca has sido un monstruo. Si tomamos la opinión de ellos en cuenta, yo soy mucho más peligroso —le lamió la mano suavemente.

—Odín y los Aesir se comportan de formas incomprensibles para mí, no hay una línea firme. Van de un extremo al otro dependiendo de lo que les conviene...

—Porque no son directos, nosotros los lobos tenemos otras formas de comunicación: directa y sin escalas.

—Sí, directa y sin engaños... —musitó desechando esos pensamientos respecto a los Aesir que gobernaban Asgard.

—En cuanto al cachorro de leche... Estos tres días, aprendí por qué lo amas tanto —cambió el tema a la parte que a ambos les importaba más.

     »Hrimnir se roba el corazón a pesar de sus constantes travesuras, porque si lo analizas al detalle, persiguió al osezno para abrazarlo, al reno le aventó piedras para alejarlo de la manada y que no fuera herido. En cuanto a las pulgas...

Bajó las orejas mirando al pequeño. Hrimnir se acurrucaba más y más al lobo, succionando su pulgar.

     »Te extrañó mucho y yo no supe cómo contenerlo de forma adecuada, sólo atiné a tenerlo contra mí, lo más estrechamente posible.

—Prometo que no volveré a meterte en un ataúd de cristal —exclamó avergonzada por su conducta acariciando la espalda de su niño, eliminando con su cosmoenergía los restos húmedos—, perdí por completo los estribos. 

     »Es imperdonable mi conducta... te hice víctima por mi pésimo manejo de la ira.

—Está bien, te entiendo. No es fácil seguir de pie después de lo que te hicieron y fingir que todo está bien, esperando tensa cuándo será el día que te apuñalen por la espalda —se le atoraron las palabras.

     »Sin embargo, dime, madre: ¿es normal que el cachorro tenga esa cosmoenergía?

Ella se quedó en silencio, manteniendo los ojos de diamante en el pequeñito mientras acariciaba su espalda con ternura y el amor que le inspiraba.

—Quiero pensar que de alguna manera tiene mi icor —meditó—, pero no sé cuál sea su alcance. Por un momento... —se relamió los labios.

Fenrir no la presionó, sólo aguardó a que ella pusiera en orden sus pensamientos.

     »Por un momento, creí que mi padre había vuelto a la vida.

—¿Tu padre? ¿Þjazi? ladró aterrado.

La presencia del Rey Jötunn en el Midgard era para asustarse.

—Fenrir —musitó mirándolo fijo—, prométeme que lo cuidarás y lo protegerás aún de sí mismo.

—Eso ya lo había prometido, madre. 

«Pero también debes protegerlo de mi padre» le habló a través de su cosmoenergía.

Þjazi no tenía forma de acceder a esa conversación. Su presencia en el sitio era limitada.

«¿De tu padre?» se le levantaron las orejas y tensó el cuerpo.

«Sí, mucho me temo que quiera hacer con Hrimnir, lo mismo que hizo con mis nietos Degïel, Käresthien y Mïstoria».

El lomo de Fenrir se erizó, las orejas se tensaron y levantaron, mostró los colmillos y un gruñido resonó en su pecho.

El pequeño se estremeció y ambos, lobo y Jötunn, le prodigaron caricias para calmarlo.

«Si debo cuidarlo aún de tu padre, lo haré. No me separaré de él».

—Bien, porque noté que Odín está muy inquieto. Más de lo acostumbrado. Me temo que estaré lejos de forma constante, pero regresaré en cuanto tenga oportunidad.

—Lo mantendré cerca, no te preocupes por eso. Nadie tocará un cabello de este niño si yo lo cuido...

—Gracias, Fenrir... gracias por tanto amor y paciencia.

—Tú me la tuviste, ¿acaso olvidas cuántas veces te enfrentaste al Tuerto por defenderme?

—Lo hice porque te amo y lo repetiría si vuelves a estar en peligro.

—Intentemos que no suceda, tenemos que cuidarlo de los otros, pero también, de sí mismo, que no vuelva a exhibir esa cosmoenergía hasta no estar preparados para defenderlo.

—Lo cuidaremos, así sea lo último que hagamos...

—Que sea, madre... que sea.

Ambos observaron a Hrimnir a sabiendas de que retar a las Nornas podría ser un gran error, pero adoraban a ese pequeño. 

Harían todo lo posible para mantenerlo a salvo.

Hrimnir, ignorante de estos acuerdos, dormía plácidamente. Estaba agotado de tanto jugar, de tanto conocer y sobre todo, de prodigar tanto amor a dos seres que eran considerados monstruos a ojos de otros, pero a los suyos, eran los dos pilares de su vida.



¡Hola, hola, caracola!

Este capítulo es uno de los que te debía. No tiene cabida en el siguiente fic y es parte de lo que me faltó mostrar en cuanto a la niñez de Camus.

La importancia de Fenrir en su vida, la otra cara de Skadi ante la situación en Asgard y por qué había reaccionado como lo hizo a pesar de que la habían hecho matar a su padre.

Por otro lado, me faltan un par más. Los iré subiendo conforme los tenga.

Mientras tanto, espero te haya gustado este pedacito que va hecho con mucho cariño y que debía salir hoy para iniciar con buen pie este año que inicio.

Muchos besos, abrazos y nos seguimos leyendo.

Gracias por leer :D

Pd. Mil gracias a Ms_Mustela por tanto amor, dedicación, paciencia y comprensión. Eres mi Fenrir cuando me convierto en la Skadi loca. Mil, mil gracias.


ACLARACIONES


[1] Hvit vind - Viento Blanco.

[2] Desconchinflar Descomponer en lenguaje coloquial.

[3] Where are you now? ¿Dónde estás ahora? en inglés.

[4] I'm here - It's hurts me Estoy aquí, me duele.

[5] Me too Yo también.

Crédito de la imagen a su autor.


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