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7. Entregando el alma al diablo

Campos Elíseos, Inframundo


Los días se sucedieron sin control. Dentro del maravilloso lugar, las almas de los muertos no necesitaban contabilizar el tiempo que transcurría gracias a Cronos. Sólo una de ellas lo hacía, preocupada por seguir sin una alternativa real. 

Milo se puso en pie en toda su gloriosa altura caminando hacia el jardín donde los tulipanes lucían a la luz del sol artificial, que brillaba gracias a los favores Helios, el titán del sol.  

Sus ojos aguamarinas recorrieron el lugar con fastidio. Estaba impaciente por encontrar una forma de hacer algo productivo y no esperar dormido entre laureles. De su boca emanó un aire grueso, audible y salvaje. Su lengua chasqueó al tiempo que un pequeño rayo violáceo se filtró en el lugar.

Su cabeza giró a su derecha, por el rabillo del ojo vio abrirse el camino de los dioses. De él, una figura imponente emergió. Su cosmoenergía era basta, increíblemente poderosa y carecía del rasgo belicoso al que estaba acostumbrado. 

No, en él existía la grandeza de la tranquilidad y la incomprensible tristeza de la pérdida.

Envuelto en una túnica púrpura, con unas gruesas hombreras de las que colgaba una capa negra, el señor del Inframundo puso un pie en los Elíseos. Su cabello azabache enmarcaba su hermoso rostro y su rictus estaba marcado por el desinterés. 

Milo, ¿Tan pronto te cansaste de la paz? — su voz era magnificente, imponía respeto y una emoción que podría parecer admiración.

El berserker conocía a Hades, pero nunca antes pudo apreciar este extraño sentimiento que le nacía sólo de estar en su presencia. A diferencia de otros dioses, no tenía las ganas de darle un puñetazo por algún gesto desdeñoso o se le revolvían las tripas por su crueldad.

El dios del Inframundo de pronto, era una incógnita absoluta. 

¿De verdad le había prestado atención en el pasado? Y la respuesta fue rápida: no. Nunca antes tuvo la oportunidad de pararse a ver,  que no mirar,  al dios del reino de los muertos.

Soy un berserker, señor Hades. Nací en el fragor de la guerra, estar sentado tocando la lira no es lo mío. Es más, ni siquiera sé tocar la lira, las musas no me obsequiaron tal don.

El rubio giró su cuerpo para estar frente al dios mayor. Encogió sus gruesos hombros con las palmas levantadas al cielo a los lados de su cuerpo mientras hablaba y al final, se dedicó a analizar a su interlocutor.

Entiendo tu postura, que no la comparto — el azabache caminó lento. Pasó al lado del berserker y continuó hacia uno de los templos. — ¿Y qué te gustaría hacer? 

Milo vio la oportunidad dorada para cumplir su propósito. Su sonrisa se extendió en su rostro y siguió al dios hacia su destino, sin conocerlo siquiera.

Me encantaría ser útil, pero no sé si es prudente que yo, un berserker, sirva al dios de los muertos — dejó caer con suavidad.

El azabache se detuvo, su rostro buscó el del rubio y lo observó con ojos velados, sin brillo, si es que lo tenía, pues en él, sólo se dibujaba la tristeza de la pérdida. Era como estar frente al duelo constante provocado por la muerte, ese que lastima y angustia de forma agridulce.

¿Quieres servirme? ¿Ser un Espectro? — parecía intrigado por el concepto.

Quiero no aburrirme y temo que me queda muuucho tiempo antes de reencarnar — echó las palmas a su nuca entrelazando los dedos en la zona. Sus brazos formaron jarras. — Porque voy a reencarnar, ¿Verdad? — le miró con pánico en sus ojos.

El gesto de Hades no se modificó un ápice. No había en esas facciones una muestra de vida más allá de los movimientos de su cuerpo. Ni en sus ojos, que seguían igual de encubiertos a pesar de tener la tonalidad del cielo claro.

Sí, tardarás tiempo, pero reencarnarás. A diferencia de otros, tú no hiciste nada en contra de los dioses para que se te niegue ese derecho. Claro, siempre y cuando tu señor requiera tus servicios en el futuro...

Oh, pues entonces ya bien puedo pedirle a la Doncella que venga y me ayude con abono porque voy a echar raíces hasta que se congele el mundo — resopló dejando caer los brazos con pesar.

¿Tan mal terminaste con Ares? — fue la pregunta inquietante.

¿Y quién termina "bien" con él? — contraatacó con sonrisa torcida.

Hades meditó un instante desviando sus cielos de muerte hacia una de las estatuas. Ahí, retratada en mármol, se encontraba la bella esposa del dios del Inframundo y reina del mismo. La hermosa Perséfone, que odiaba se pronunciara su nombre en voz alta y por ello, los demás usaban los títulos de Doncella, Reina del Inframundo y otros más...

El azabache deslizó sus dedos desprendiendo una pizca de polvo del hombro de la estatua con devoción. Parecía conversar mentalmente con ella, sin que el mármol le respondiera, por supuesto. Al menos, eso pensaba Milo porque los dioses mayores eran un misterio, mucho más Hades, a quien poco veían en el mundo de arriba.

Puedo ponerte a prueba, si es lo que quieres.

Milo sonrió débilmente agachando la cabeza con solemnidad, cerrando los ojos un momento. Es lo que buscaba a finales de cuentas.

Sería un honor ser un Espectro, mi señor — y le quedó un mal sabor por algo, así que no dudó en continuar. — ¿Esto le traerá problemas con Ares?

Los ojos de cielo voltearon hacia el rubio. Un cambio en su cosmoenergía se sintió. Era como si hubiera aparecido Thanatos mismo, pues ante él, se encontraba la muerte fría y sin contemplaciones. La que se llevaba a todos y no tenía consideración.

¿Por qué preguntas eso? 

Milo se sintió de pronto, con la necesidad de hablar y excusar rápido su proceder. No había nada en Hades que lo obligase, pero... 

¿Era así? ¿No había nada o quizá algo en él, hacía que Milo respondiera? 

Como fuese, se decidió ser sincero.

Porque aún muerto, soy un berserker.

Sí, tú lo dijiste — su voz era casi un susurro. — Estás muerto y estás en mi reino. Si Ares quiere recobrarte, tendrá que llevarte al suyo. Y hasta ahora, nadie ha escapado del Inframundo — le recordó.

Milo sintió una opresión en su pecho demasiado grande. Tenía razón, nadie escapaba del reino de Hades.

Que sea así, Milo. Serás un Espectro a prueba. Te daré algunas misiones para que las cumplas y si todo es satisfactorio, serás digno de portar una Surplice. Mientras tanto, la armadura que Ares te dio es suficiente para que puedas desarrollar tus tareas.

El rubio quiso decirle que esa armadura ya no le pertenecía. Sin embargo, se sorprendió cuando Hades puso una mano sobre su hombro. En esa parte de su cuerpo, sintió el toque helado de la muerte pacífica y extrañamente, delicada. 

Cerró los ojos un momento, sintiendo revivir los sentimientos de pérdida que lo asediaron durante su vida e incluso, los que ahora padecía al estar en los Campos Elíseos. Tantos asuntos inconclusos, tantas esperanzas y promesas rotas. 

Todo por su muerte... Maldito fuera él.

Milo, de ahora en adelante, serás un Espectro bajo mi cargo. Agradece a tu señora por sus favores, pues por ella, es que te nombro parte de mi guardia.

¿Su señora? 

El rubio levantó sus párpados de golpe con las pupilas repletas de preguntas, pero no le respondieron los cielos de la muerte. 

Juraría que había una pequeñísima sonrisa en esa boca cuando Hades dio media vuelta y se alejó de él, pero fue tan fugaz, que se preguntó si la había soñado.

Recuerda, Milo. Soy un dios benévolo con quienes son fieles, pero destruyo sin piedad a los que me muerden la mano — esta vez su cosmoenergía cambió diametralmente.

Milo sintió la fuerza del dios del inframundo golpear su pecho, sus hombros y espalda. Lo llevó al piso de rodillas y manos al suelo casi sin aliento. Era diametralmente opuesta a la de Ares porque en el segundo, sentía la crueldad. En la del azabache, sólo habitaba la seguridad absoluta de que controlaba su muerte y más allá.

No me decepciones, pues tengo grandes esperanzas puestas en ti. Haz lo que tengas qué hacer, sin importar las consecuencias y a quién te encuentres de frente. Cumple mi voluntad y serás recompensado.

Hades abrió el camino de los dioses y se adentró en él. Milo alzó la cabeza siguiendo su estela para descubrir que su corazón volvía a latir con fuerza. 

¿Estaba vivo? 

No, estaba entre la vida y la muerte. 

Sin embargo, su cuerpo estaba cubierto por la que era su armadura de berserker, pero tenía la tonalidad negra. Era una oscura réplica. Si bien podría considerarse una Surplice, Milo sabía que dependía de la voluntad de Hades para seguir protegiéndolo. 

Si lo traicionaba... 

Su cuerpo, surplice y alma, se desvanecerían en el aire, plagadas de sufrimiento.





Templo de Poseidón en las profundidades del océano.


Camus avanzó portando la escama en su cuerpo. Agradecía haber tenido los días suficientes para recuperarse de la mayor parte de sus heridas antes de ser llamado ante la presencia de su señor. Sus pasos volvían a ser ecuánimes, firmes y equilibrados. 

Sí, por fin las más grandes huellas de lo acontecido esos días, habían sido borradas de su piel.

En su camino, las nereidas le miraron con deseo. Algunas se reían y otras le llamaban con discretos gestos. La marina ignoró todos los intentos por atraer su atención porque su corazón estaba sumido en un cubo de hielo. No tenía más interés en nadie y tampoco ganas de tener sexo, que básicamente era lo que querían la mayoría.

La fama de Camus en sus días más jóvenes todavía seguía pesándole. Y todo, era culpa de él y esa fatídica noche...

Hola, Sorrento. ¿Nuestro señor está en el salón principal? — se acercó a la marina que encontró apenas atravesó las puertas que daban al pasillo de las cascadas.

El pelilila hizo una reverencia de acuerdo al rango de Camus. Levantó sus orbes rosados y sonrió débilmente.

Así es, Camus. Me da gusto verte en buenas condiciones — su voz era agradable y suave.

Su relación era bastante cordial. Sin embargo, la afición de Sorrento por ser tan cercano a Poseidón, evitaba que Camus fuera del todo sincero con él. Odiaba la idea de que su señor supiera todos sus secretos gracias a ese timbre encantador que su compañero poseía y no porque le preguntara.

Gracias. Si es prudente, acudiré a su presencia — estaba seguro de que Sorrento conocía la razón del por qué se encontraba en el templo submarino.

Sí, es propicio que acudas ahora. Espero que te vaya bien, Camus.

Esas palabras le dejaron un hueco en el estómago al pelirrojo. Siguió avanzando hasta que los guardias le abrieron la puertas dobles que daban al salón principal. A diferencia de Ares, el de su señor estaba adornado con varias caídas de agua. El piso mismo era un acuario infinito donde cientos de diferentes tipos de peces convivían. 

Los gruesos corales servían de columnas, con diferentes tipos de estrellas de mar pegados en ellos. Era un sitio en el que Camus se sentía como en casa a pesar de quién se encontraba sentado en su gran trono.

Se acercó hasta quedar a una distancia prudente, hincó la rodilla derecha y llevó su mano al corazón.

Mi señor Poseidón. Vengo ante usted con devoción y fidelidad.

No podía ser de otra forma. Eso se exigía de las marinas, pero Camus era diferente. Muy diferente.

El dios posó sus ojos de mar en él, mientras el pelirrojo mantenía la cabeza gacha. Sentía la cosmoenergía de Poseidón atravesando su cuerpo, tocando su propia alma. Esperó paciente, sorprendido al sentir que las cicatrices restantes eran cubiertas por el cosmos como si fuera agua de mar, desvaneciendo cada marca de inmediato.

Todas, con excepción de una que estaba resguardada bajo el brazalete de Milo.

Te presentas ante mí inapropiadamente, Camus — las olas golpeaban en esa voz.

Lo lamento, mi señor — inclinó mucho más su cabeza sumiso. Sintiéndose indigno ante su presencia.

Así que fuiste con Ares...

Esas cinco palabras le cerraron la garganta a la marina. Se obligó a respirar profundo antes de poner voz a sus pensamientos, obligándose a ocultar la verdad, pues Poseidón no tenía por qué saber de su humillación.

Sí. Cumplí con la Tradición como era mi obligación.

Bien, retírate, Camus. Aléjate de mi vista.

El pelirrojo abrió los ojos tremendamente. Incluso, levantó el rostro mirando el de su señor. No parecía que tuviera un signo de bondad. 

Al contrario, era la manifestación del mar en calma previo a una tormenta. Se contenía de hacer algo en contra de él y Camus temía que fuera un castigo mucho peor que el de Ares.

¿M-mi señor? — no podía creer lo que veía en lo profundo de los ojos del dios de los mares. Nunca antes le observó una mirada tan fría e insensible.

Vete — su voz era el frío hielo. — Ya cumpliste con la Tradición tras desobedecerme. ¿Acaso quise que mataras al berserker Milo?  — se levantó de su lugar acusándolo con su índice. — ¿CUÁL ERA TU MISIÓN, CAMUS? — esta vez el bramido de un maremoto asomaba en su garganta.

N-no, pero permítame explicarle...

No me interesa, Camus — le interrumpió iracundo. — Si lo hiciste, fue por tu voluntad y no tienes derecho de dirigirme la palabra — no había consideración en su voz. — Si pensaste que sané tus heridas por una buena obra, ya te digo que no es así. Sabes de antemano, que odio que te presentes herido ante mí. Ahora, vete... — el agua a su alrededor se condensó atrás del señor de los mares demostrando su furia. — Y piensa en tus faltas.

El pelirrojo se puso en pie aún aturdido. Nunca había sido echado de su lado con tal desdén. Aún parpadeando de sorpresa, caminó hacia la puerta principal. Algo lo detuvo. No, no podía irse así. 

No con su señor... no con él...

Mi señor Poseidón, perdóneme... — suplicó volteándose, cayendo con ambas rodillas y manos en el piso casi llorando. — Nunca quise ofenderlo, ni fallar en mi misión, perdóneme, déjeme explicarle, se lo ruego... — bajó la cabeza derrotado e imploró con la voz rota.

El agua formó una enorme ola y arrasó con la marina echándola lejos de la presencia de su señor con un sonido tremendo de rabia y desesperación.





Monte Olimpo.


¡Oye, Saga!

El ahora azabache volteó hacia donde le llamaban. Su sonrisa se extendió un poco al encontrar a Aioros acudiendo a su encuentro. Dejó las gruesas cuerdas doradas con las que levantaba los gigantescos pedruzcos como entrenamiento y se limpió el sudor con el dorso de la mano.

¿Pasa algo? — le saludó con un golpe de antebrazos como acostumbraban ellos dos.

Sí, nuestra señora Athena pide que cuando Helios se esté retirando por el oeste, comparezcas ante ella — los ojos azules recorrieron su rostro, incluso la diestra se levantó acariciando unos mechones que caían en su hombro. — Me había llegado el rumor, pero verte es... un gran impacto — confesó con un leve bochorno.

Saga movió su cabeza en un ángulo de cuarenta y cinco grados, buscando algún indicio que le ayudara a comprender las emociones que permeaban a su compañero.

¿Tan mal me veo? 

Oh sí, estás horrendo, peor que un cíclope — sacudió Aioros con espanto la cabeza, soltando su cabello al darse cuenta de que lo había sostenido por más tiempo del necesario. 

¿De verdad? — ahí estaba el ego de Saga hablando.

Las risas del castaño se escucharon, eran cantarinas y alegres. El azabache sintió ganas de darle un golpecito en el brazo para que se arrepintiera por burlarse de él.

Casi me la trago, Aioros — confesó sacudiendo la cabeza y algunas gotas de sudor resbalaron por sus sienes.

El castaño las secó con el bajo de su capa con esa bondad que le caracterizaba. Saga intentó detenerlo, pero fue inútil.

Es una tela, se lava. Así que tranquilo — le susurró con voz suave afanándose en cada perla de agua y sal. — Bueno, pues eso. Tienes cita con nuestra señora Athena antes de que Helios desaparezca con su carro — repitió tranquilo señalando con su pulgar hacia atrás. — Yo tengo que ir a ver si mi hermano no está haciendo tonterías. Está bastante afectado desde la muerte de Milo y me está costando calmar sus ánimos — exhaló con frustración.

Saga entendía bien eso. Le pasaba lo mismo con Kanon. Entendía que Milo fuera su amante y al mismo tiempo, el mentor de Aioria, pero el luto era difícil de sobrellevar.

Bueno, te dejo. Cuídate y... — Aioros se detuvo a cuatro pasos de distancia para voltear de perfil con una sonrisa suave. — Me da gusto ver que avanzaste. Es bueno para ti dejar atrás lo que tanto te lastimaba. Espero que esta vez, abras bien los ojos para notar lo que te rodea...

Saga quedó impactado por esas palabras. Eran las mismas que Camus le había dicho en su lecho. Intentó detener a Aioros para que le explicara, pero la cosmoenergía de Kanon le hizo detener en su afán y voltear hacia ella.

Ante él, el camino de los dioses se abría y el antiguo héroe de Zeus aparecía con su surplice cubriendo su cuerpo. En su hermano, con su cabello azul, resaltaba la oscura armadura de forma increíble. 

Así como salió, Kanon paseó sus ojos por el cabello de Saga y resopló iracundo.

¿Me puedes decir qué estupidez te pasó?  — reprochó tomándolo de la ropa de entrenamiento para sacudirlo.

Saga se desprendió de sus manos con fastidio. Sus ojos observaron a ese par que eran idénticos y frunció el entrecejo.

¿Quieres dejar de una vez por todas ese tono infantil? — mantuvo quietas las muñecas de Kanon a los lados de sus cuerpos. — Maduré, Kanon. Y deberías hacer lo mismo. Llevas años obsesionado con Milo.

Y ha dado resultado, Milo está en el Inframundo más cerca de mí que...

¿Tan cerca como yo tengo a Camus? — le restregó en la cara.

Kanon se soltó de sus manos con furia empujándolo fuertemente. Saga no se movió ni un ápice. El menor no podía soportar que le echaran en cara que ni siquiera estando al lado de Milo, podría hacerle cambiar de parecer y que volviera a su lado.

Hay días en que podría olvidarme que eres mi gemelo, Saga... — amenazó con oscura determinación.

Y te durará un chasquido de dedos antes de que recuerdes que si me matas, mueres también tú — el azabache dio media vuelta con aburrimiento. — Te aconsejaría aprovechar tu vida, hermano. Sepultar tu amor y ver a tu alrededor — justo, se detuvo.

Estaba diciendo lo mismo que los otros dos. Pasó la palma de la mano por su mejilla sintiendo que algo se le escapaba. Él sabía que Kanon estaba siendo rondado por ese espectro, pero ¿Y él? 

¿Acaso tenía a alguien que lo anhelaba sin él saberlo, pero Camus y Aioros sí lo veían? 

¡Y en el Tártaro los titanes quieren salir! — soltó su gemelo con beligerancia. — Que tú te hayas conformado con la nada, no significa que yo te imite. ¡Ni en mis sueños me quedaré con el cabello negro! — resopló iracundo dándose media vuelta.

¡Kanon! Kanon, ¡Espera!

El peliazul ya no escuchó al azabache, simplemente abrió el camino de los dioses y entró sin mirar atrás. Odiaba a Saga con sus ínfulas de grandeza y su boca enorme que no sabía controlar. 

¿Quién se creía para decirle qué hacer? ¿Quién?

Apenas puso un pie en el Inframundo, Kanon sintió una feroz cosmoenergía acercándose a él. Giró el cuerpo observando el paso de un rubio hacia él. Sus facciones toscas y sus cejas tan gruesas unidas en el entrecejo le hacían ver agresivo. Si no fuera por su mirada fría y cortante, cualquiera podría confundirlo con un berserker.

¿Problemas con tu hermano, Kanon? — su voz gruesa parecía un rugido de batalla. 

Traía su túnica azul con las franjas rojas bordadas en hilos de oro que lo reconocían como uno de los Jueces del Inframundo. El peliazul raras veces le veía con ella. Era más común que sólo utilizara su Surplice, aún en el Tribunal. Bajo su brazo izquierdo, el rubio sostenía un grueso libro, el de las almas.

Los ojos del gemelo se entretuvieron recorriendo el cuerpo de Radamanthys, algo en su interior le hizo sentir extraño. Optó por desviar el rostro mirando hacia el horizonte, concentrándose en la conversación. No podía ser que el rubio le pareciera atractivo.

Un día de éstos, voy a matarlo... — prometió al tiempo que sus pies comenzaron a moverse hacia el interior del tribunal de la segunda prisión.

Tenía entendido que si uno moría, también el otro — había incomprensión en su voz.

¿Acaso es un chisme generalizado? — gruñó Kanon deteniéndose. 

No, — Radamanthys dirigió su pesada mirada a los indignados orbes viridian. — Del Inframundo lo sabemos mi señor Hades y yo. ¿Acaso no recuerdas que cuando los convirtieron en los  Dióskouroi estábamos presentes? 

Kanon desvió el rostro cruzando los brazos sobre su pecho en posición defensiva.

Sólo recuerdo la sentencia sin más delito que el haber nacido juntos y ser poderosos. Después, el dolor punzante  — la amargura se reflejaba en cada palabra. — Zeus es un bastard...

Se oyó un golpe sordo y después, una gruesa mano tapó herméticamente la boca de Kanon, en tanto que otra, sostenía su nuca evitando el escape. Elevó la mirada hacia los ojos dorados de quien le sujetaba. Parecía rabioso.

No blasfemes — ordenó Radamanthys con un tono extraño, casi sentimental. — Lo único que no quiero, es que te maten y ambos sabemos que insultar al padre de los dioses equivale a ser fulminado... — frunció sus gruesas cejas creando arrugas donde se unían. — Al menos, no quiero que mueras sin antes combatir decentemente.

Su voz fue neutra en la última declaración y Kanon no interpretó más de lo que decía. Era conocida su rencilla entre ellos desde que se encontraran en el campo de entrenamiento siendo niños. Constantemente y aún después de haber alcanzado sus armaduras, el Juez buscaba una confrontación con el gemelo. 

Kanon se preguntaba por qué, pero suponía que era el ego de saber que un Héroe de Zeus había sido designado como su subalterno por encima de otros espectros que mejor lo merecían.

Porque en cuanto el gemelo pisó el Inframundo, Hades decidió ponerlo bajo la supervisión de Radamanthys. Desde entonces, no había forma de que ambos pudieran combatir uno contra el otro sin que el dios del Inframundo se molestara, pero seguía entre ellos habiendo esa tensión rara.

Por otro lado, tanta convivencia a veces era fastidiosa porque el rubio casi no hablaba y a veces, se dedicaba a contemplarlo durante tanto tiempo, que Kanon se sentía incómodo pensando que seguramente le había salido un grano en la nariz.

El Juez de la segunda prisión era un completo enigma que ni por tantos años a su lado, Kanon podía resolver y le frustraba. Sin embargo, tenía sus ventajas. El gemelo podía saber gran parte de lo que pasaba en el Inframundo por las conexiones que el rubio poseía.

Radamanthys, ¿Tú juzgaste a Milo cuando llegó al Inframundo? — indagó una vez que fue libre de hablar de nuevo. Era obligatorio que todas las almas se presentaran ante los jueces.

No, recuerda que me corresponden las almas de oriente. Esa es obligación de Aiacos — el rubio recogió el libro que había tirado al piso por su afán de callar a Kanon.

En...tiendo... 

¿Qué pasa? — a pesar de todo, el juez tenía una percepción más allá de lo que su carácter seco y agrio denotaba.

Sólo que no sentí su cosmoenergía en el Tribunal de Aiacos el día que debió llegar.

Conociendo la fama de Scorpio, seguramente desesperó a Aiacos y terminó refundido en el tribunal de Minos — no era desconocido el afán del berserker de encontrar la forma de sacar lo peor de las personas.

¿Qué no Minos está custodiando a la Doncella? 

Ah, cierto, finge que la custodia mientras que ronda a Albafica... — criticó Radamanthys. Sin embargo, se quedó en silencio dirigiendo la mirada hacia donde se encontraba el tribunal de la primera prisión. — Entonces Lune lo juzgó — encoge sus gruesos hombros demostrando que le importa poco y nada quién lo haya hecho.

El Juez empezó la marcha al interior del tribunal, pero se detuvo cuando notó que sólo él avanzaba. 

¿Qué te preocupa, Kanon?

No lo sé. Es un todo, es un nada, es un... presentimiento — dijo con frustración.

El gesto de Radamanthys se tiñó de intriga. Kanon exhaló un largo suspiro caminando hacia él hasta quedar a unos palmos de distancia.

¿Podrías hacerme un favor, Radamanthys?

¿Un favor a ti? — sus cejas se levantaron con sorpresa. Parpadeó un par de veces antes de recuperar la compostura. — ¿Qué quieres?

¿Podrías hacer que alguien vigile a Milo? 

El Juez volteó de nuevo hacia Kanon y dio un paso hasta él violando el espacio personal del otro. Sus ojos se aferraron a los viridian buscando respuestas.

¿Para qué? 

Porque te repito, tengo un presentimiento de todo esto. 

Kanon no se amedrentó a pesar de tener tan cerca al juez, que podía inhalar su perfume a pachulí y madera quemada. Ese aroma se estaba convirtiendo en una constante en su vida. Se había sorprendido en un par de ocasiones extrañándolo cuando estaba en el Olimpo, aunque suponía que más bien, resentía la ausencia de un compañero de batalla.

Con Radamanthys se sentía tranquilo de permanecer a su lado. Si alguien los atacaba, ambos reaccionarían sin dudar. Por eso, al pasar el tiempo, se alegró de haber sido designado con el rubio. 

Aunque ahora la intensidad de sus ojos le hacían sentir levemente incómodo y con un hormigueo excesivo en las palmas de las manos. El juez era muy intenso y si bien Kanon sentía que podía dominarlo, algunas veces se había descubierto sorprendido y derrotado por una de sus estrategias.

Me deberás un favor muy grande, Kanon — otro paso le llevó a estar pegado al peliazul. Sin embargo, ninguno retrocedió. — ¿Estás seguro de que pagarás el precio?

Por supuesto, Radamanthys. ¿Acaso crees que soy Saga? — refutó levantando el mentón. Sus narices casi se tocaron.

Ambos inhalaron el aroma del otro.

No, nunca en la vida podría confundirte con Saga. Tengo bien claro a quién pre... — un titubeo corto y sus ojos se abrieron levemente de sorpresa — tendo vencer — completó la frase muy de golpe.

Se dio media vuelta caminando con premura. Kanon no supo cómo interpretar lo que había sucedido.

Dalo por hecho y prepárate, Kanon... En cuanto tenga respuestas, exigiré mi favor y no aceptaré que te niegues por ningún motivo — sentenció Radamanthys.

Y no lo haré, Radamanthys. Pidas lo que pidas, no voy a retractarme — soltó Kanon.

No podía saber que con esas palabras, todo su mundo se pondría de cabeza.




NOTAS DEL AUTOR:

¡ Hola de nuevo! ¿Cómo va?

Lista esta actualización. La que viene, será el miércoles y espero cumplir con la entrega.

¿Cómo te va pareciendo? 

De cualquier forma, te leo en los comentarios. Gracias por leer y a quienes me regalan estrellitas, mil gracias porque me motivan mucho.

¡Hasta pronto!

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