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6. Rencillas del Pasado

En los dominios de Morfeo.


"Los mechones rojizos de mi cabello se adhieren a mi rostro impidiendo la visibilidad. Las sombras ocultan al individuo que me acecha y persigue en vano. Sé que es Ares quien está detrás y no encuentro forma de alejarme de él. He corrido sin parar en este infernal día de verano buscando recovecos y pasadizos con ese cometido y cada que me detengo, está ahí. 

Es omnipresente, omnipotente, me paraliza. Alarga su mano hacia mi figura y detesto la simple idea de que me toque, no soportaría que me sujete... 

Si tan sólo pudiera deshacerme del calor, pero es inútil. Los tres soles en el cielo son demasiado potentes y no tengo la fuerza para convocar a los hielos. Ares me ha quitado mi poder. Me desprendió de cada parte buena de mi ser. Sólo queda la oscuridad y el calor... 

¡Todo arde!

Los mechones rojizos de mi cabello se adhieren a mi rostro impidiendo la visibilid... No. ¡Esto ya pasó antes! ¿Estoy en una rueda repitiendo las mismas acciones? ¿Eso sucede?

Una manaza en mi nuca me empuja al frente y caigo al piso que se rompe con el golpe. El icor se introduce en mi ojo. Ya conozco esta sensación. La recuerdo de su salón del trono. Él rompe mis ropas. El fino mármol se convierte en lava. 

Estoy metido en un bucle de recuerdos y todos están relacionados al abuso sexu... sexu... 

¿Por qué no puedo decirlo?

Desespero, me quemo, ardo en fuego. Gimo en voz alta, sólo deseo un mísero vaso de agua que humecte mi garganta rota de tantos gritos. Una mano toma mis caderas y vuelvo a lanzar un alarido. 

No quiero, no de nuevo, no, por favor... ¡Por favor!

Me hundo en la lava ardiente y aunque está mi piel derritiéndose, él no se detiene. Se prepara para hacerme sufrir de nuevo...

Sigo en el mismo círculo vicioso de abuso e intentos de escape sin éxito. Ares me persigue, Ares me mira. Ares me atrapa, me acaricia y pasa esa lengua asquerosa por mi mejilla...

Algo cambia en este bucle de tormento. Es... ¿Un olor? 

Sí, lo es. Me concentro en él. Es una combinación de cedro y lavanda; profundo y picante como la pimienta. Es fuerte y delicioso. Me reconforta, me provoca una sonrisa. 

Lo reconocería en el mismo Inframundo. Es el aroma de Milo...

¿Milo está aquí? ¡¡¡Milo!!!

Mi cuerpo se sobresalta y adquiere un nuevo vigor. Si el olor de Milo está aquí, entonces él también... en algún maldito lado. 

La respiración pesada de Ares impacta en mi oreja. Mi palma derecha está ardiendo, pero logro tomar una tela. Conozco su tacto, me recosté en ella demasiadas veces y otras, terminó en el piso por la intensa actividad desarrollada en la cama. 

Llevo a mi nariz el textil carmesí aspirando profundamente mientras cierro los ojos. Milo, sí, es de él... Él está aquí, está conmigo. No se ha ido... 

No lo he matado...

La mano de Ares aprieta los cabellos de mi nuca y ejerce presión de nuevo. Rechino los dientes. Sé que no puedo matarlo, pero sí impedir que se acerque a mí. 

— Nunca más. Milo está conmigo. Nunca más gobernarás mis sueños, Ares — me lleno de vigor con la simple idea de ver a Milo y envío una ráfaga de hielo en contra del dios de la guerra, pero al voltear para dirigir la trayectoria del disparo, no hay nada. 

No hay nadie.

Todo a mi alrededor, es un lienzo blanco. Sobre mis hombros se encuentra la manta de Milo que me cubre y...

— ¿¡De verdad crees que eso te va a proteger, Camus?! Oh, esta vez ni Dohko te salvará, LucyRo...

Esa voz, es de Milo. La busco con ansiedad, con el corazón golpeando desenfrenado. 

— ¡¿Milo?! ¡Milo! — pregunto a la nada y una gigantesca luz me ciega. 

— Volverás a mí, Milo... y me vengaré donde más te duele — la voz de Ares. 

Esa promesa se hizo realidad.

— ¡Camus! — esa voz, es Saga. — Vamos allá, Camus. Pelea con todas tus fuerzas... — me llama y debo obedecer. — ¡Camus! — tengo que ir, pero...

¿A dónde?"





Hace diez años atrás...


¡Camus! — la voz de Saga se escuchó al tiempo que evadía un golpe. — Vamos allá, Camus. Pelea con todas tus fuerzas — lanzó otro puñetazo contra su rival. — ¡Camus!

El aludido reaccionó a tiempo para congelar los pies del siguiente guerrero que apareció de pronto. Llevó su puño hasta la mandíbula contraria para noquearlo ignorando el dolor que sentía en el costado producto del contrataque del enemigo. Al final, el pelirrojo quedó en pie resoplando.

Con este último derrotado, les quedaban sólo cuatro contrincantes más para ganar la eliminatoria del torneo. Saga y él, estaban haciendo una mancuerna envidiable en mitad del Coliseo mientras los dioses mayores y sus guardianes miraban con interés. Camus se dirigió a la zona señalada anteriormente por su amigo para tener una visibilidad mejor y deshacerse de un competidor más.

¡Cuidado a la derecha! — avisó el pelirrojo al notar por el rabillo el ataque de un espectro dirigido al ojiviridian. 

Saga no sólo lo evadió, sino que le dio una patada inclemente que lo llevó al piso sin sentido. Quedaban dos enemigos más y lograrían su meta. Los camaradas se acomodaron espalda con espalda para cerrar espacios.

 — ¿Qué dices? ¿Congelas al mío y yo lanzo por los aires al tuyo? — propuso el peliazul en un susurro que Camus percibió divertido. 

Hagámoslo — sentenció el pelirrojo.

Un segundo después, en una combinación perfecta, evadieron los ataques de los rivales y Camus quedó de frente al berseker. Utilizó su polvo de diamantes y heló los ánimos de su adversario. Al voltear, Saga había cumplido su promesa. A cuatro metros de distancia, estaba el dios guerrero de Artemisa que necesitaban neutralizar.

Eran los últimos en pie y habían cumplido con las expectativas. Los vítores se elevaron en el Coliseo y ambos sonrieron golpeando su puño en señal de festejo. 

No estuvo tan mal — dijo Camus con una sonrisa mientras se dirigía a los lugares que les correspondían como semifinalistas.

Hacemos una excelente mancuerna y lo sabes. Por más que estés bajo el servicio de Poseidón, no te olvidas de cómo sincronizar conmigo — le palmeó Saga el hombro. 

Los ojos de Camus recorrieron a su amigo. El peliazul portaba la armadura sagrada de los Héroes, tal como se les denominaba a los dioses guerreros de Zeus. Blanca como las nubes, con filigranas en dorado y aplicaciones en diamante, se ajustaba a su figura estupendamente.

Insisto, Saga — se admiró sacudiendo de sus escamas el polvo que se les había adherido. — Se nota que el dios Hefestos hizo un gran trabajo — se alegró con una sonrisa pequeña aceptando la copa de néctar que le ofrecieron.

Gracias, tú tampoco te quedas atrás. Se nota que Tritón decidió cuidarte bien — confesó el Héroe poniendo una mano sobre el hombro del pelirrojo. — La escama es soberbia.

Se rieron acomodándose para ver el siguiente combate. Desde que habían sido convocados por el dios Zeus, se les había ordenado hacer una eliminatoria hasta quedar doce sirvientes. Al final, no sabían el por qué, pero para Camus era un obsequio volver a pelear hombro con hombro con Saga. Lo extrañaba desde que ambos fueron enviados para obtener sus armaduras y luego de eso, cada uno fue asignado a un lugar de vigilancia alejado.

Era la primera vez que se veían después de tanto tiempo y como dioses guerreros. Esta escaramuza era indudablemente el mejor pretexto para ver cuánto habían mejorado el uno alejado del otro.

¿Y cuál es el objetivo de esto, maestro Dohko? — quiso saber Saga preguntándole al mayor que por toda respuesta, encogió los hombros. 

Seguirá siendo un misterio — negó Camus con la cabeza terminándose el néctar y siendo recompensado con un relleno de la copa. Al menos, se encargaban de curar sus heridas.

El siguiente combate le dejó boquiabierto. Los dos participantes que dominaban la contienda parecían sincronizarse tanto o mejor que Saga y Camus. No sólo eso. La belleza de los ataques de uno se combinaban con la inquebrantable defensa del otro. Intercambiaban lugares con facilidad pasmosa y los espectadores los miraban fascinados.

¿No se suponía que tu gemelo Kanon se había ido bajo el servicio de Hades? — indagó Camus observando cómo uno de esos dos formidables combatientes era justo el nombrado.

Sí y no... Mi señor Zeus decidió que nos separaría para que ningún otro dios se quejara de que nos tenía y éramos peligrosos para los demás. Así que, Kanon estará unos años con Hades y yo con Zeus y después, haremos cambio. Él con Zeus, yo con Hades. 

Ya veo... no sabía que los Dióskouroi de los que tanto hablan eran ustedes — susurró Camus. 

Saga mostró una mueca que no parecía sonrisa. Al contrario, estaba más del lado de la amargura que de la alegría.

Somos pocos los gemelos en el mundo. Y Hades se quedó con Hypnos y Thanatos. Dicen que no quiere que haya otros que puedan opacar el poder de ellos...

Camus guardó silencio. Entendía a qué se refería. Por los celos de un dios, los gemelos sufrirían por estar lejos. Y sabía que Saga y Kanon eran demasiado unidos. Seguramente esto había devastado a su amigo.

Lamento no haber estado ahí para al menos tomar un par de copas — susurró la marina.

No te preocupes. Estás aquí y de vez en vez, puedo ver a Kanon, así que no todo está perdido...

Cualquiera podía pensar que teniendo al hermano gemelo de Saga como compañero, el otro guerrero no necesitaba hacer mucho. En cambio, era lo contrario. Estaban equiparados en poder y en estrategias. Aunados a esa combinación de movimientos, se deshicieron de sus enemigos en un tiempo récord.

¿Quién es el que hace dupla con Kanon? — se interesó Camus y sólo recibió un golpe en el hombro por parte de Saga.

Ya lo verás... desgraciadamente mi hermano no sólo tiene malos ratos, sino también malos gustos y ese, es el peor de todos con los que se ha encamado — resopló el peliazul.

Cuando el guerrero al lado de Kanon se desprendió del casco de su armadura, Camus abrió tan grandes los ojos, que parecían del tamaño del ártico.

¿Él...? ¿Él es el amante de Kanon?

¿Verdad que mi hermano tiene pésimo gusto? — Saga sonrió divertido. — Sí, tu viejo enemigo el bicho, es el amante de mi hermanito...

Camus no podía creerlo. Si no lo hubiera visto con sus propios ojos, pensaría que le bromeaban. Milo no sólo se había convertido en un berserker, sino que seguía con vida después de la última contienda contra Prometeo hacía una semana atrás, donde Ares había recibido una dura derrota y, se rumoraba, abandonó a su suerte a sus guerreros.

De esa batalla salieron vivos apenas tres servidores del dios de la guerra: Fobos, Deimos y Scorpio. De los primeros dos, nadie dudaba. Eran los dioses del miedo y del terror, respectivamente y sabían usar sus poderes para destruir las mentes de sus enemigos. 

Si Milo había sido el último, significaba que él era el famoso Scorpio  de quien se oían epopeyas por sus proezas y fue entonces, quien casi deja ciego a Prometeo.

Vaya con el bicho... — susurró Camus porque ahora viéndolo combatir, no tenía la menor duda de que era increíble y le sorprendía porque no recordaba que fuera tan agresivo en combate como contaban los rumores. Ni siquiera ahora, en este desafío, se mostró violento. Fue ecuánime, dio los golpes exactos y economizó movimientos.

Lo había dejado a Camus con la boca literalmente abierta y con ganas de medir fuerzas con él.

¡Miren quién está aquí! — lo que no había cambiado, era ese tono efusivo que ponía a Camus de malas. Lo vio llegar cerca de ellos y saludar moviendo los dedos con la palma abierta como si de verdad se alegrara de encontrarse a la marina. — ¡Hola, LucyRo!  Te extrañé — ignoró por completo a Saga.

Milo no dudó en tomar asiento entre Camus y Saga, separándolos. Se volteó dándole la espalda al peliazul para dedicar su atención en la marina. Había crecido bastante y estaba a la altura del pelirrojo. Su constitución física engrosó al paso de los años y tenía un par de cicatrices muy recientes. Una que atravesaba diagonalmente desde la ceja derecha hasta la comisura izquierda y la otra en el cuello. La del rostro le daba un aire más salvaje y rebelde. La otra, denotaba cuán cerca había estado de morir.

Sin pensar, Camus llevó su mano diestra a la herida de ese cuello. Era horrenda y gritaba cuán cerca había estado de morir. Sus dedos palparon con suma delicadeza sintiendo una opresión en el vientre. Se descubrió odiando esta marca que seguía sin sanar. 

El corte había sido profundo y Camus no entendía cómo tenía dos tajos. Uno que atravesaba de lado a lado el cuello y otro desde la mitad del primero, hacia abajo. Por la temperatura baja y el color pálido de la piel bajo sus dedos, Camus supo que Milo todavía no se recuperaba de la pérdida de sangre. Seguía débil de su contienda. 

La marina sintió rabia hacia Ares. Maldito cobarde. ¿Por qué tenía Milo que arriesgar su vida por él? Ese pensamiento le hizo rechinar los dientes de frustración. 

Hey, Camus. Estoy bien, te lo juro — le guiñó un ojo el rubio con tono tranquilizador. — Va a sanar pronto y sabes que desaparecerá por completo — le prometió acariciando la mano del pelirrojo con la suya suavemente. — Sólo necesito descansar un poco — los dedos del berserker eran cariñosos.

Camus sintió que Milo buscaba consolarlo. Las aguamarinas brillaban con demasiadas emociones cuando se encontraron con sus rubíes. Por un momento, Cronos detuvo el tiempo y el pelirrojo se sintió atraído por los labios del otro. Vio la punta de esa lengua aparecer y mojarlos. La suya la imitó. 

La distancia se fue acortando...

Un carraspeo de Saga penetró los oídos de Camus y rápido resopló rodando sus ojos dentro de sus cuencas, alejando sus dedos y desviando la cara.

Sólo quería asegurarme de la distancia y profundidad adecuada para arrancarte la cabeza, bicho — comentó mirando sus uñas. — No te hagas ilusiones con eso de que me preocupo por ti...

Milo estalló en una gran carcajada echando atrás la cabeza. Se rascó la nuca buscando una frase ingeniosa qué decirle, pero la presencia de Zeus le cerró la boca. El padre de los dioses apareció con una desconocida jovencita de cabello pelilila a su lado. Ante el cuchicheo, bastó un chasquido de dedos del señor del rayo para que el silencio se hiciera presente.

Dioses, les presento a mi recién nacida hija Athena. 

¿Otra hija? Camus intercambió miradas con Milo y después, con Saga. Los tres, como atraídos por un imán, voltearon hacia Hera que parecía furiosa. 

Oh-oh. 

Otra hija ilegítima de Zeus. Eso causará problemas en el Olimpo, como si no tuvieran suficiente con los Titanes.

Ella necesitará guardianes. Así que mientras son forjadas sus propias armaduras y elegidos sus dioses guerreros, aquellos que acaban de ser los finalistas del pequeño torneo organizado, serán los encargados de cuidar de su bienestar. 

Otra mirada intercambiada con Milo. No sería la primera vez que un dios mayor decidiera tomar de entre los demás sirvientes, a un puñado de ellos para servir de protección. Sobre todo después de lo que pasó con Dionisio y el ataque del gigante. 

Sin embargo, tomarse la molestia de ponerlos a pelear para elegir a los mejores, hablaba mucho de cuánto Zeus apreciaba a esta nueva hija.

Por fin tengo el pretexto perfecto para estar contigo, Camus — Milo parecía estar muy complacido con esta reunión inesperada de guardianes para la nueva diosa. Incluso, sonreía con alegría mirando el rostro de Camus que optó por colocar los ojos en un lugar seguro y ese, era Zeus.

Athena será nombrada como la diosa de la inteligencia... — siguió el señor del rayo y tras una dramática pausa, agregó — así como diosa de la guerra... — dejó caer su voz inclemente.

¡Si eso no es un castigo por la última batalla perdida, no sé qué puede ser, Ares! — blasfemó Milo con una risa tan franca, que los demás sirvientes le miraron con miedo.

Camus mismo llevó su mano tapando esa boca y le obligó a bajar la cabeza ocultándola en su regazo para que nadie le mirase. Afortunadamente, Ares parecía concentrado en su padre con el rostro lívido y Hera tampoco hacía mucho caso a los insignificantes sirvientes. Esto era una guerra entre dioses mayores.

¡Cállate, idiota! — dijo Camus en el oído de Milo agachándose para que nadie más le escuchara. — Y mantén tu cabeza aquí. No la levantes — chirrió los dientes con ira cubriendo al berserker además, con su capa. 

Por una extraña razón, no quería que le sucediera algo después de que casi muere por la cobardía de Ares. No, no quería más cicatrices en Milo. No si podía evitarlo...

Hablando de Milo... 

Camus sentía su largo cabello sobre sus muslos, la cabeza contra su abdomen y una mano en su rodilla. Al estar cubierto con su capa, el rubio parecía muy tranquilo. Un instante después, sintió que la tranquilidad se terminaba en el berserker. 

La mano de la marina que cubría la boca del rubio, fue atrapada y sintió su palma ser cubierta por suaves besos. Camus respingó, pero se obligó a no hacer un alboroto o ahí seguramente el padre de los dioses les fulminaba con un rayo.

Escuchó la risita de Milo debajo y luego, la punta de una lengua recorrió las líneas de su palma. Camus sintió una indescriptible ola de calor que se irrigó desde los lugares donde pasaba esa sinhueso hasta su virilidad. Mordió su mejilla interna para distraerse con el dolor.

 Dioses mayores — continuó Zeus, — los espero en mi salón principal para discutir los detalles. Los guerreros que no fueron elegidos, pueden retirarse — y tras esto, los demás sirvientes empezaron a retirarse.

Espero que esta vez, no se peleen demasiado — la voz de Saga hizo tangibles las preocupaciones de todos.

El pelirrojo no pudo responder. Sentía su dedo medio siendo introducido a la boca caliente del rubio. Lo succionaba acompasado, con intensidad. Camus sintió un gemido queriendo escapar y lo atrapó con fuerza. Se quedó sin saber qué hacer mordiéndose los labios.

Si empujaba a Milo, los dioses que aún estaban rezagados, voltearían. Entre ellos, Ares y seguramente querría vengarse si escuchó el desafío del bocazas. No tenía más opción que mantenerse en su sitio.

Aún sintiendo cómo su dedo era devorado por esa boca sin descanso, Camus volteó a ver a su padre con miedo a que estuviera disgustado por los acontecimientos. Sin embargo, no vio señal alguna. Eso le reconfortó un poco.

Al menos, hasta que Milo mordió la punta de su dedo.  Camus se puso tieso y contó hasta diez mil a toda velocidad. Temblaba levemente por esa osadía y por más que intentara quitarle la mano, el rubio la atrapaba mejor. Además, si Camus levantaba ahora al berserker, su erección se notaría de aquí al Tártaro.

Lo había metido en un grave aprieto, pero una vez que todos los dioses se fueron, Camus calculó y empujó al rubio con desesperación, jalando su capa para que quedara sobre sus caderas y nadie captara el motivo de su bochorno mientras cruzaba sus piernas en posición de loto.

El berserker cayó al piso entre risas. Se frotó la nuca con pereza y el rostro levemente sonrojado. Relamió los labios mojados de saliva por sus previas acciones eróticas. Los demás lo atribuyeron inocentemente que se debía al calor bajo la capa. Milo se puso en pie, se despojó de la armadura y estiró el cuerpo frente a Camus en una clara invitación a poner un ojo sobre él. Tenía un pequeño bulto en esos pantalones que el pelirrojo ignoró de inmediato.

Gracias, Camus. No sabía que me estimabas tanto — le guiñó un ojo con sonrisa traviesa. — Agradezco que me cuidaras. ¿Quieres que te dé las gracias de nuevo? — la lengua acarició el colmillo izquierdo.

La marina resopló de nuevo intentando recuperar su frialdad, pero podía sentir aún el eco de la boca y lengua de Milo en su mano. Y ni hablar de su entrepierna.

Si alguien va a matarte por boquiflojo, prefiero ser yo — rezongó incordiado y exhaló con fuerza intentando buscar algo que le distrajera. — Milo... Tú fuiste el tercero que sobrevivió a la batalla de Prometeo con Fobos y Deimos, ¿Verdad?

El aludido oscureció el semblante y desvió la cabeza a un lado. Encogió los hombros y miró a los demás. 

Bueno, pues somos doce. Curioso número — Milo se fue como siempre, por la tangente. 

Camus se desprendió de su armadura. No tenía caso usarla si sólo estaban ellos. Paseó la mirada por los rostros: Shion, Hasgard, Saga, Kanon, Manigoldo, Aioria, Milo, Aioros, Shura, Dohko, Odysseus y él. 

¡Somos dos docenas de huevos! — dijo Milo y los demás le miraron con ganas de enterrarle la cabeza en la tierra. — Qué poco sentido del humor tienen — les reprendió. — ¿Qué hacemos ahora?

Esperar... — zanjó Dohko.

Eso era un albur teniendo a personas tan inquietas como Manigoldo, Aioria, Milo y de paso, a  un Kanon que azuzaba a los otros tres para no aburrirse. 

Camus ni siquiera tenía ganas de moverse aún. Estaba trabajando arduamente para bajar su erección. Odiaba a Milo, éste pronto estaba midiendo fuerzas con los tres inquietos yendo a la arena para tener más espacio y maniobrar mejor.

Shion, Hasgard y Dohko hablaban apartados. El resto, eran espectadores y Camus, analizaba a Milo hasta que se sintió mejor y decidió darle su merecido. Se puso en pie bajando de las gradas hacia la área de combate.

Uno a uno, Milo... veamos qué tanto aprendiste — quería comprobar con su propias habilidades eso. 

De acuerdo, Camus. No te quejes si terminas conmigo encima y te gusta cómo te la meto — advirtió señalando al pelirrojo.

Manigoldo le celebró el chiste, pero Kanon resopló molesto. 

No me gustan los hombres para el sexo — dejó claro Camus a ver si así entendía que fue molesto que le chupeteara y besuqueara la mano.

¿Cómo que no te gustan? No lo demostraste antes — dijo con conocimiento de causa y una sonrisa petulante. — ¿Nunca te has encamado con alguien?  — arqueó una ceja.

Los demás pararon para escuchar eso. Era raro que un dios no probara las mieles del acto sexual o bien, con personas de su mismo sexo.

Sí, con mujeres. ¿Vas a hablar de mi vida sexual o a entrenar? — reprochó poniéndose en guardia.

Pues en realidad me interesa más hablar de tu culo virg...

Ya no pudo terminar la frase. El polvo de diamantes le congeló las piernas y Milo cambió el semblante. El ataque sin advertencia alguna, activó algo en él. No hubo sonrisas, ni bromas. El berserker rompió el hielo y peleó en automático. Camus iba parreando los golpes débiles y esquivando los fuertes. 

La velocidad de Milo aumentó sin advertencia. La marina se encontró con un sinfín de puños y patadas que lo lanzaron metros atrás. Logró recuperarse a duras penas y para darse tiempo, puso un muro de hielo enfrente.

¿De verdad crees que eso te va a proteger, Camus?  Oh, esta vez ni Dohko te salvará,  LucyRo — en un santiamén, el muro tuvo catorce golpes precisos. — Aguja Escarlata — anunció Milo antes de que su técnica impactara el hielo destrozándolo y venciendo a Camus con un golpe certero.

La marina quedó boca arriba en el piso, sintiendo un dolor tremendo en donde la uña de Milo penetró. Llevó una mano para sofocar el calor que lo envolvía, tan desquiciado como una fiebre, tan fulminante como una aguja. Milo se paró a su lado, dominándolo con su altura y una energía que era desconocida cuando entrenaban de niños.

No soy el mismo Milo que conociste, Camus. Ten más respeto la próxima vez — sentenció tomando su brazo para ponerlo en pie. 

La marina se sostuvo con sus piernas, pero no hubo forma de que pudiera mantener la postura. El pecho seguía doliéndole implacable. El berserker entornó los párpados y volvió a penetrar su carne con sus dedos medio e índice. Sólo entonces empezó a mejorar el pelirrojo. 

Milo aprovechó la debilidad de la marina y lo echó sobre su hombro divertido. Camus sintió que se le subían los colores por la humillación y un extraño sentimiento que nacía de cómo le tomaba el otro. No sabía qué significaba el calor que se extendía desde donde su cuerpo se tocaba hasta la punta de sus dedos.

Ah, ¿Alguien quiere culo virgen para cenar...? — cuando volteó hacia los otros guerreros, se encontró cara a cara con Ares.

Los ojos de obsidiana repasaron con lentitud la visión del trasero redondeado y carnoso de la marina.

Interesante — dijo Ares paseando la punta de la lengua por sus labios.

Milo no dudó. Bajó a Camus al piso y lo ocultó tras su cuerpo con ojos fijos en el dios de la guerra. La postura del berserker ante su dios, eran una advertencia y declaración tan claras como el cristal. Camus no estaba solo, Milo lo protegía.

Ares ladeó la cabeza con indignación. Su mano se alzó y se estampó contra la mejilla del berserker. El impacto le rompió la nariz y lo llevó al suelo de rodillas. 

Quítate de mi camino.  

Apenas lo dijo, Milo estaba de nuevo frente a él, limpiándose la sangre con desdén y una sonrisa sádica. Sus ojos brillaban con determinación.

Ares fue a darle otro bofetón y esta vez, dos manos le detuvieron. Una era de Milo y la otra, de Camus. 

¿Cómo osas tú rebelarte ante mí? 

Ares ignoró a Camus y escupió las palabras en el rostro de Milo que no se acobardó. Al contrario, levantó el mentón y apretó el agarre en su brazo. A su lado, la marina imitó el gesto congelando la extremidad. Por un momento, el dios de la guerra pareció acobardarse.

¡CAMUS! — se oyó el mar de la tormenta en ese timbre de voz. — ¿QUÉ ESTÁS HACIENDO? — exigió saber Poseidón. 

Ares volteó hacia el dios de los mares que se acercaba a paso firme. Eso le permitió recuperar la apariencia y jaló su brazo ahora que Camus lo había soltado. Sin embargo, no pudo deshacerse del agarre de Milo que le persiguió dando un par de pasos adelante. 

Lo arreglaremos después, Milo — sentenció Ares furioso intentando dominarlo con su presencia.

Cuando quieras siempre y cuando no sea en tu salón del trono — dijo el berserker con rabia en los ojos.

¡Insolente! — Ares explotó su cosmos. Esa ráfaga mandó varios metros atrás a Milo y a Camus, por su proximidad con el rubio. — ¡Voy a matarte aquí de una vez por tod...!

¡BASTA! — una voz diferente se escuchó al tiempo que un gran cosmos desvanecía el de Ares. 

Las cabezas giraron hacia la fuente de tal cosmoenergía. La nueva diosa se acercaba con premura y desaprobación en su rostro. 

¡Ares! Te prohíbo volver a tocar a ese berserker — dijo en cuanto estuvo frente al dios de la guerra.

¡¿Tú?! ¿Y con qué derecho? ¡Milo es mío! — bramó Ares como un niño haciendo una pataleta.

Con el derecho que me da que los dioses guerreros de este lugar, son ahora mis protectores. Y como ellos me protegen, tengo la obligación de cuidarlos — la mujer parecía una leona defendiendo a sus cachorros. — Milo era tuyo, ahora me pertenece, Ares...

El dios de la guerra bramó. Intentó irse contra Athena con todo su cosmos y la jovencita reaccionó haciendo lo mismo. Después de un instante de pulseada, la explosión llevó a Ares de espaldas al piso con la boca llena de icor. 

Una sola persona sonrío con este evento y sus ojos eran mares que se regocijaban con la figura que enfocaban. Estaba tremendamente encantado por la jovencita que seguía de pie después de enfrentarse al dios de la guerra.

Un trueno reventó en todo el Olimpo. Zeus parecía furioso por lo que estaba sucediendo. Ares se puso en pie limpiándose la sangre.

Te salvas porque mi padre ha hablado, pero si no... estarías muerta, diosa de porquería — la amenazó con el índice. 

A mi señora no la amenazas — apareció Milo de nueva cuenta desafiando a Ares. 

Y esta vez, no estaba solo. Camus y los demás guerreros empezaron a congregarse. Ares escupió icor a los pies de Milo.

Volverás a mí, Milo... y me vengaré donde más te duele — prometió y sus ojos pasaron hacia Camus con una elocuencia que sólo su berserker podía entender.




Monte Otris, refugio de los Titanes.
Día presente.


Un Titán miraba hacia el firmamento buscando las respuestas que necesitaba. Era uno de pocos que seguían en libertad. La culpa era de Cronos, que vio alzarse a sus propios hijos en su contra, pero el resto de sus hermanos pagaron las consecuencias. 

Maldito el día en que los dioses nacieron y no fueron muertos. Maldita Rea que ocultó a Zeus. Malditos los cíclopes por unirse a ellos. Traidores y viles. Malditos todos.

No seguirán reinando por mucho tiempo — dijo el Titán revisando las estrellas. — Padre Urano tú que me diste la facultad de ver en tus dominios el futuro, ayúdame. Tú que me permitiste tener el don de la profecía, guíame. Permíteme como el primero en tener este regalo, la facultad de encontrar las respuestas a mis preguntas. Oh, padre Urano, escúchame. Tu hijo Ceo, el Titán del Conocimiento, te convoca — recitó al cielo en un soliloquio. — Concédeme padre, la facultad de observar a mi enemiga. Indícame la forma de destruir a Athena pues sin ella, Zeus se cegará de dolor. Y dame la clave para convencer a Prometeo de nuevo y que mate a Ares esta vez...

Sin la diosa de la inteligencia y el dios de la guerra por antonomasia, el Olimpo no podrá defenderse. Esa era la estrategia de Ceo y sabía que su padre Urano le ayudaba. Pronto, sus hermanos serían liberados y entre todos, matarían a los dioses de uno a uno...

Ah, lo veo. Gracias padre Urano, ahora entiendo qué debo hacer...




Monte Olimpo


Camus logró abrir sus ojos por primera vez en cuatro largos días. Aún se sentía mareado y la cabeza le pesaba. Logró sentarse a base de esfuerzo y la convicción de que necesitaba estar en el mundo real. Paseó la vista por la estancia encontrándose solo. Sin embargo, una copa de néctar y un tazón con ambrosía en la mesa al lado, le hicieron comprender que alguien le estuvo acompañando.

Se sorprendió de encontrar la manta de Milo sobre su cama. Reconocía su tacto suave y aterciopelado. El rojo bermellón lo conmovió. Llevó la tela hacia su rostro y encontró su aroma. 

La traje porque sabía que te ayudaría a salir adelante — la voz de Saga le asustó.

Soltó la manta de golpe. Encogió los hombros desviando el rostro hacia la pared con párpados caídos.

Sólo quería saber de quién era. Me da igual si es o no de él... — dijo con indiferencia.

Ya veo... entonces no te molestará si me la llevo — Saga fue a buscar la manta y Camus se la puso lejos del alcance. — Entiendo — pareció divertido. — Bueno, pues me alegra que hayas despertado, deberías comer algo.

El cambio de tema hizo levantar los ojos de rubí a los viridian y su rostro mostró la sorpresa. Una mano se alargó hasta atrapar un mechón de pelo oscuro.

Saga, tus cabellos... — no supo qué decir.

Lo sé, pero es parte de crecer — sonrió débilmente y tomó la mano que sujetaba sus hebras. — Quiero pedir tu perdón.

La marina lo miró sin comprender mientras sentía el calor de esa palma en su dorso aún frío por la pérdida de icor.

Debí detenerte antes de que sucediera esa desgracia... — empezó Saga.

El pelirrojo puso un dedo en los labios del otro de inmediato. El ahora azabache se lo quitó para proseguir.

Déjame desahogar, por favor — ante el silencio de la marina, continuó. — Fui egoísta contigo. Fingí ser fuerte cuando en realidad no te había dejado de amar. Estaba celoso de Milo, así que por eso no quise insistir. No fue que respetara tu decisión de pelear con él. Yo... — titubeó — lo quería muerto en la esperanza de que tú volvieras a mí.

Camus bajó la cabeza. Sus rubíes se fijaron en la manta que lo cubría. Apretó los párpados con fuerza congelando la avalancha de emociones que amenazaba con aplastarlo.

Fue al ver tus heridas que comprendí todo — la tensión se hizo presente en la marina. — Tranquilo. Nada saldrá de mis labios y nadie te vio en el estado en que llegaste. Para todos, Ares te golpeó hasta casi matarte — sus ojos volvieron a encontrarse. — Era lo justo, Camus. Enterré mi amor por ti y aunque sé que esto es reciente, te prometo que puedes contar conmigo para lo que sea. Seré el amigo que fui sin motivos amorosos. Seré tu guardián. Sólo perdóname, por favor.

Yo no tengo nada qué perdonarte, Saga — su voz sonó firme a pesar de cómo latía su corazón. — Lo de Milo y yo... debía suceder así — su boca mostró una mueca amarga. — Si hubieras intervenido, te hubiéramos dañado para seguir nuestra contienda. Así que insisto, yo no tengo nada qué perdonar — acarició la tela carmesí y sus ojos se hicieron agua.

¿Por qué, Camus? ¿Por qué lo hiciste?

Porque así tenía que hacerse, Saga... — derramó una lágrima al levantar la mirada a su ahora amigo. — Lamento que la pérdida de tu amor por mí sea tan devastadora — acarició de nuevo su cabello triste por su tonalidad. — Sin embargo, sé que vas a encontrar a alguien que te merezca, Saga. Eres una gran persona y te deseo lo mejor.

El azabache sonrió a pesar del sabor amargo en los labios. 

Sé que será así, Saga — dijo Camus convencido con una pequeña sonrisa. — Quizá ya esté en tu camino, pero como sólo tenías ojos para mí, no lo notaste antes.

El pelirrojo se ganó una mirada sospechosa; aún así, el azabache se encogió de hombros ladeando la cabeza un poco más tranquilo.

Mira a tu alrededor cuando salgas de aquí, Saga. Estoy seguro de que ahora lo podrás ver — le prometió.

El azabache se acarició el mentón concentrado. Sacudió después la cabeza alejando los pensamientos y se puso en pie. 

De cualquier forma, tengo que presentarme ante Athena. Me alegra que estés mejor. Te veré más al rato, Camus. Come y bebe, por favor. Recupera esas heridas y si necesitas ayuda para darle una patada en el culo a Ares... — le observó detenidamente. — Conozco a una diosa que no dudaría en ayudarte.

Camus se quedó callado, sus ojos brillaban de pronto con entendimiento.

No estás solo, Camus... tienes a alguien también. Te regreso tu consejo: mira a tu alrededor cuando salgas de aquí. Ahora lo podrás ver...

Tras una despedida donde intercambiaron besos en sus frentes como camaradas, Saga salió del templo con más energía sin saber que alguien a lo lejos se detenía y lo miraba con furia.

Camus no merecía tantas atenciones. Eso se iba a terminar pronto, se prometió aquél que no soportaba la idea de que la marina se saliera con la suya.

Él se haría cargo de que recibiera su merecido...



¡Hola! ¿Cómo va?

Este capítulo salió serio. Bueeeh, habrá más en el futuro donde todo sea risas. Necesitaba asentar varios puntos para que fueras enterándote por qué hacen lo que hacen los chicos en el futuro.

Así que, te leo en los comentarios si tienes algo que desahogar o preguntar. 

Gracias por todo y...

¡Hasta luego!

Pd. La imagen de la cabecera, es propiedad de su autor, lo único que hice fue la modificación en el rostro de Milo para que pudiera observarse las heridas que me imaginé tras la contienda como Prometeo.

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