5. Hoy, ante esta tumba, te digo adiós, mi amor.
En el Olimpo
Cuatro horas pasaron como agua entre los dedos, escurridizas e indiferentes al sufrimiento soportado entre esas paredes.
En la habitación principal, los largos cabellos azules de Saga se adherían a su rostro ceniciento perlado por el sudor de haber combatido a la muerte y seguir en pie encarándola, pues ella no parecía dispuesta a largarse de ahí sin llevarse un jugoso premio.
Sus orbes viridian permanecían estáticos. Sus pupilas brillantes se fueron apagando con la estampa de cada rasguño y mordida. Ese fulgor pereció con la contemplación del sin fin de marcas salvajes en lo que fuera una piel impoluta.
Aturdido, el de cabellos azules comprendió que su mundo después de eso, se transformó. Ahora, como consecuencia de pasar un período tan extenso curando y limpiando las imperfecciones de la epidermis del herido, se habían grabado los tintes violáceos y rojizos con saña en sus retinas. Los veía a todos lados que dirigiera su mirada. Lo perseguían como perros hambrientos sin darle tregua.
Saga, controló precariamente sus impulsos. En particular, ese dolor que partía desde su frente, dañando su nariz y asentándose en sus ojos. Los lagrimales debieron reaccionar en consecuencia y a base de fuerza de voluntad, el guerrero impidió el proceso biológico que transformaría el dolor en agua.
En lugar de ello, perforó la superficie callosa de sus palmas con feroces y despiadadas uñas. De las incisiones, hilos de dorada coloración formaron filigranas caprichosas que recorrieron su epidermis hasta perderse en el vacío.
Prefería el dolor hiriente a la depresión perpetua...
Si bien el aire llegaba fuerte hinchando sus pulmones y escapaba raudo arrebatándole en el camino, la humedad a la boca; el guerrero sentía que se asfixiaba ante semejante realidad. A eso, se sumaban los pitidos atronadores en sus oídos y su cabeza aullaba sin necesidad de boca.
La ironía tornaba su rictus en arrugas de ajenjo. Saga era poseedor de una habilidad, inteligencia y cosmos inimaginables, paseaba entre los dioses siendo reverenciado y al final, nada de eso tenía utilidad.
Al igual que cualquier otro con menos experticia, sus rodillas colapsaron en el grueso mármol helado e inhumano, languideciendo en la inmensidad de la desesperación, la furia y la impotencia.
La causa de tanto sufrimiento tenía nombre, cuerpo y tres días atrás, poseía alma...
El cascarón humano se encontraba recostado en el lecho blanco como la nieve, cubierto por mantas de tonalidad del cielo nocturno, apático al esfuerzo de Saga, que utilizaba todo su cosmos para alentarlo a continuar. Este desgraciado, dormitaba entre pequeños espasmos musculares que reflejaban su malestar general y su indiscutible alteración mental.
Su nombre era Camus y decir que se hundía en el inmenso abismo de la auto-destrucción, era nada comparado con la realidad.
La derrota marcaba su faz y su corazón había escapado a las profundidades de un mar helado convirtiéndose de nuevo, en un iceberg. Estaba atrapado en el interior de sus pesadillas. Había conocido la verdadera oscuridad y ésta lo devoró sin compasión.
«No hay más belleza que la albergada en el inocente que desconoce el otro lado de la vida. Aquella tenebrosa y amarga que apaga sonrisas y las convierte en agua salina».
Los diminutos y escasos tragos de néctar que Camus permitió correr por su garganta sin que escaparan por sus comisuras, no aseguraban la correcta sanación de sus múltiples heridas. Cuando el alma está partida en mil pedazos, ni la ambrosía posee la virtud de reconstruir los antiguos palacios del ser.
Saga sabía que esta noche sería determinante para que Camus continuara su vida o iniciara su partida al Hades. Y aunque odiara lo segundo, el de ojos viridian se apreciaba como un participante de un sádico relato. Se sentía impotente al saber y no poder hacer, como un personaje secundario cuyo papel consiste en estar y mirar sin más, pues había perdido el protagonismo.
Camus se lo había quitado...
El caballero de Athena desperdigó un gutural sonido que reflejó su decepción. Llevó sus manos al rostro para escaparse unos segundos de la realidad, pero ésta le golpeó con un mazo. Podía ver sus palmas y dorso salpicados de icor. El suyo y el de Camus. Esa concepción permitió el paso de un desierto que se instaló en su boca.
La sangre de Camus. La bendita sangre de un guardián fiel que no merecía tal humillación, había sido derramada con desdén e indiferencia, al igual que el agua corrupta y estropeada...
La espantosa realidad le golpeó con la furia de mil truenos. Ni Zeus mismo, cuando castigó a Saga alguna vez, fue capaz de infringir tremendo dolor en su ser.
Ares era reconocido por sus imprudencias, pero ésta, era la más grande de todas. Las incontables heridas, hematomas, mordidas y marcas en Camus, anunciaban el crimen cometido por el dios de la guerra, con el sonido de gruesos tambores de batalla.
¿Por qué tanta saña? ¿Por qué tanto horror? Y lo más importante:
¿Cómo reconstruirse después de tal aberración?
Como si el mismo Zeus supiera lo que pasaba en el pequeño refugio, en el Olimpo resonaron los truenos y al poco tiempo, se desató una terrible tormenta que golpeó los cristales con fiereza.
Saga sentía la acuciante necesidad de salir, correr entre la lluvia y descargar su rabia contra el primer enemigo que se encontrara. Si no, se conformaba con que el agua se llevara una pizca del dolor que mordía su corazón sin misericordia. El esfuerzo por controlar sus impulsos, coloreaba de rojo carmesí sus mejillas y formaba varias gotas de sudor en sus sienes.
Saga no se lamentaba nunca. Sin embargo, esto superaba sus límites...
Una mano se alargó y las yemas de sus dedos se deslizaron por la mejilla herida del pelirrojo que reposaba la cabeza en un almohadón de plumas. Se acercó a él, cambiando con dedicación el paño húmedo de su frente. La marina hervía en fiebre. Saga lo conocía demasiado bien para reconocer que este subidón de temperatura física, era la manifestación indiscutible de la ruptura de su alma...
Ese era el mayor peligro en este descomunal asalto: si Camus no podía unir los trozos de su espíritu, no podría seguir viviendo. Su orgullo se lo impediría, su personalidad le exigiría dar fin a un ser sin sentido, sin utilidad...
Por ello, el conflicto de Saga era mayor: hubo una vez en que Camus lo escuchaba y hoy, parecía que permanecía sumergido en los hielos eternos de los que había nacido. El cosmos del caballero no llegaba a la marina. ¿Por qué?
El de ojos viridian apretó los párpados deseando gritar desesperado. Su colapso se anunció con una gota salina que escapó de su díscolo lagrimal y cayó sobre el mallugado pómulo del que fuera su compañero de batalla hasta hacía apenas un par de años atrás...
Saga lloraba por él... era el único ser, aparte de su madre, por quien había derramado lágrimas y era en vano.
Destrozado, Saga se acomodó en el lecho apoyando la espalda en la pared de la cabecera y aprovechó la inconsciencia de Camus. Levantó su cuerpo entre brazos amables y lo depositó contra su tórax con la amabilidad de quien reconoce a un igual.
Quizá si se acercaba físicamente, el pelirrojo lo dejaría entrar.
Al sentirlo contra él, su mente recordó cada una de las emociones que le despertó la primera vez que puso sus orbes en esos inteligentes rubíes. Lo estrechó suavemente y depositó sus labios sobre la coronilla de sus cabellos.
Aspiró el aroma de las hierbas medicinales y el néctar, mezclados con esa esencia que caracterizaba a la marina. Era la manifestación sublime del invierno adormecido en la profundidad de un tupido bosque. Las notas de madera y bellota, combinaban perfectamente con el pequeño almizcle de la maresía y la mirra. El mayor concentró su cosmos para atrapar esa fragancia en su memoria.
Con suavidad, levantó la mano izquierda del herido recordando con impotencia sus tres dedos medios casi cercenados. Las uñas pintadas de rojo le trajeron recuerdos antiguos. Él conocía el tacto de esas manos sobre su piel, el calor que podía albergar en ellas, la forma en que las manejaba a placer...
Con devoción, llevó el dorso de esa mano a su boca depositando un sentido beso. Presentía que no había forma de curar lo incurable. De borrar lo imborrable. Sólo darle ánimos para continuar y reestructurarse. Si tan sólo el pelirrojo no fuera tan esquivo...
La visión de este Camus malherido, despertaba lo que debía seguir dormido en Saga, quien estrechó el abrazo y su mano alzó por el mentón a la marina recargando la cabeza cuidadosamente en su hombro. Sus viridianos espejos recorrieron cada facción arruinada, sabiendo que sería temporal. La marina sanaría porque él, Saga, lo haría realidad.
Siempre y cuando el pelirrojo quisiera seguir viviendo el tiempo que se requería para ello...
— ¿Por qué Camus? — preguntó al inconsciente. La marina lo oía, pero no le escuchaba; mucho menos podía responderle con ese tono ecuánime que era tan exquisito para Saga. El de cabellos azules negó con la cabeza deprimido. — ¿Por qué no te quedaste conmigo?
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Una vez salieron las primeras palabras, las demás las siguieron como si no hubiera más dique que las contuviera.
¿Y por qué habría de hacerlo si sólo estás presente en cuerpo, Camus?
Debería preocuparme si tuviera que enfrentarte despierto, pues sé que seguramente me mirarás y reprocharás que yo, Saga, sea tan terco para seguir insistiendo en encontrar respuestas a lo que debí comprender hace años.
Y no puedo evitar preguntarme ¿Por qué habría de ser diferente? ¿Por qué permití que te marcharas? ¿Por qué debería darme por vencido?
La fiebre neciamente vuelve a perlar tu frente. Desprendo cada gota de sudor con el paño. Podría pasarme eras y milenios haciendo esto, cuidando de ti y nunca me arrepentiría. Te metiste tan profundo, que no puedo extirparte con ninguna herramienta. Además, no quiero que te vayas...
¿Quién diría que te robarías todo de mí?
Tanto, que no puedo soportar verte así. Entiendo que lo sucedido estos tres días fue un golpe tremendo a tu psique y que tu desvanecimiento, una vez que te tomé en mis brazos, es sólo consecuencia de una necesidad de organizar tu mente y decidir tus siguientes pasos.
Aún así me preocupas. No sé cuál será la respuesta a tu búsqueda. ¿Querrás quedarte o decidirás viajar al Hades?
Sé que soy un idiota por dedicarme a ti mientras tú eres indiferente. Y es mi culpa seguir insistiendo. Aún no puedo desterrar de mis recuerdos aquella tarde cuando llegaste conmigo y...
— ¿Por qué, Camus? — te reprocho —. ¿Por qué esa tarde pusiste fin a nuestro amor y te fuiste de mi lado?
Pensé que estaba todo bien entre nosotros. Teníamos una relación basada en la confianza y la camaradería. Nuestras mentes conectaban, teníamos gustos encontrados, convivíamos con armonía, me correspondías en el lecho...
¿Por qué? Esa maldita pregunta se convirtió en mi peor pesadilla y vuelve ahora con más fuerza que nunca.
Una sonrisa amarga nace en mis labios. Un par de lágrimas resbalan y sé que soy un idiota por estar llorando por ti.
Porque yo te amo, Camus y créeme que intenté ser fuerte por ambos después de que te marchaste llevando contigo mi corazón.
Debía estar quieto, era mi responsabilidad como el mayor de los dos. Debía mantener la calma y evitar que supieras lo destruido que estaba... Corrección, que estoy.
No quería ser el bastardo que te diera una puñalada por un obsesivo amor. No quería ser quien te persiguiera y arruinara tu vida.
¿Quién soy yo para creer que tú debes amarme? El deber es sinónimo de obligación y por tanto, de sufrimiento. Nadie aguanta una carga durante mucho tiempo y sé que a la larga, me convertiría en eso para ti.
— Sólo que duele, ¿Sabes? Duele mucho, mi amor — deposito indebidamente mis labios en tu frente ardiendo.
Fui un terco y egoísta. Paseo mis ojos por tu rostro y me culpo. Me siento responsable por todo esto que te ha pasado. Si hubiera sido más fuerte, si hubiera sido más decidido y hubiera ignorado a Shura cuando exigió que los dejáramos solos...
Milo no estaría muerto y tú...
— ¿Sabes? No soy un personaje secundario en esta tragedia. Al final, me convertí en el villano de la historia, Camus. En uno más cruel que el mismo Ares. Lo siento, perdóname, mi amor — te ruego estrechando tu cuerpo contra mí cuidando de no lastimar más tus heridas.
Porque lo sé mejor que nadie...
Aioros me advirtió que en algún momento, si no lograba extirpar mi amor por ti, cometería una locura. Y no fue una locura, fue un asesinato...
— Quería que lo mataras, Camus. Quería que eliminaras a Milo porque deseaba que volvieras a mí... Sabía que si alzabas tus puños contra él, era porque habías dejado de sentir algo por él y como cuando niños, sólo quería ver aplastado a ese maldito bicho que me quitó lo único que amé. No sabes cómo lo odio por alejarte de mi lado...
Las lágrimas siguen resbalando. Ahora son como mis palabras y mis sentimientos: libres. No hay forma de que se detengan. Reconozco mis fallos y pagaré por ellos en el futuro.
— Lo quería fuera de tu camino, pero no a este costo, Camus... no deseaba que sufrieras así. No quiero que te dejes vencer así. Perdón, perdóname...
Sé, en lo profundo de mi corazón, que no soy el único traidor. Están Ares y Poseidón. Están los demás dioses guerreros que sólo miraron y por miedo a las represalias, no movieron un músculo. Está Kanon, que te deseaba muerto aunque matara a su gemelo en el proceso, pero no les echaré la culpa a ellos de lo que era mi responsabilidad.
— Y yo tampoco pensé en mi hermano, sólo en mi egoísta necesidad de tenerte conmigo — exhalo desesperado.
He cometido muchos errores, pero el de hace tres noches, fue el peor de todos... no sólo falleció un buen camarada, un hermano de armas, un amigo. También en el proceso, de forma indirecta, soy responsable de esta vejación sobre tu persona.
Ares te ha convertido en un ser sin alma. Existes, Camus, porque tu corazón no se ha detenido, pero veo que no tienes ganas de continuar adelante. Y yo, a pesar de todo, conozco la única forma de hacerte volver y para ello, debo renunciar a todo mi amor por ti. Este amor que me consume y me destroza, que se aferra a mí como una sanguijuela succionando cada gota de mi icor...
Debo olvidarte, pues es la manera en que te vea caminar de nuevo. Que te vea sonreír.
Tengo que avanzar. No puedo seguir siendo egoísta. Suficiente tenemos con los dioses que nos gobiernan y nos hacen sufrir. Y sé que tuve suerte de que Zeus, mi señor original, decidiera cederme a su hija Athena, pero otros, como tú, no tienen tan buena esperanza.
Necesito darle un cierre a esto que me carcome, pero no tengo más fuerzas. Sin embargo, cada que miro tu rostro y siento tu fiebre, la rabia que siento me da ánimos para continuar.
Prometo que mañana, cuando el carro del dios Helios aparezca en el cielo, seré el amigo que mereces. Podrás apoyarte en mí sin pedir nada a cambio. Será mi castigo por mi tremenda falta.
Pero hoy, Camus...
— Hoy, sólo quiero estar así contigo pegado a mí. Sólo por hoy, déjame ser egoísta. Te prometo que nadie sabrá lo que aquí suceda. Ni siquiera tú. Hoy sólo recordaré los buenos momentos y al final, te daré un beso. Sólo necesito un beso de ti y después... serás todo suyo. Lo prometo...
Acomodo tu cabeza en mi hombro admirando tu rostro, tus facciones, la suavidad inexplicable de tus cabellos, la tersura de tu piel, la firmeza de tus músculos. Pego mi frente a la tuya sonriendo un poco, aspirando de nuevo ese aroma a invierno y bosque.
¡Cuánto te amo!
¿Te dije alguna vez cuánto adoraba tu cabello cayendo sobre mí? ¿Te dije alguna vez cuánto idolatré las pequeñas sonrisas que me dedicaste? ¿Te dije alguna vez cuán bien me sentía contigo entre mis brazos después de amarnos?
No puedo arrancar de mi mente esas escenas eróticas. La manera en que buscabas mis besos, que entregabas cada parte de ti y parecía que el hielo se convertía en nieve...
En nieve...
Aturdido, repaso esas dos palabras una y otra vez. A pesar de mi dolor, mi carcajada es amarga. Ahora puedo entenderlo todo. Las razones que te hicieron venir a cortar los lazos amorosos conmigo. Sé que sufrías en ese momento, pero tú mejor que yo, sabías que era lo mejor para ambos y todo porque...
— Él te derritió por completo, ¿Verdad, Camus? Él logró lo que nunca pude, convertirte en agua... Eres el dios del agua y el hielo y yo sólo pude ver el invierno, mientras que él, desde el primer momento, fundió cada capa de ti. Te hizo gritar, golpear, perder el control. Ahora recuerdo cómo mientras a mí me sonreías, a él le dedicabas carcajadas y tus ojos brillaban como nunca... Ahora lo entiendo. Ahora sé por qué te fuiste de mi lado. Siempre fui tu compañero, pero nunca tu pareja — la risa sigue y es ajenjo puro.
No importa cuántas lágrimas derrame. Por fin, pude entender el por qué de tu partida.
— Soy un necio. Lo tuve todo el tiempo frente a mi cara y nunca lo acepté — era eso. Me mentí pensando que él se había entrometido y en realidad —, no se puede arrebatar lo que no es tuyo. Y si bien te enamoré, fue un sentimiento efímero. Tú jamás me amaste a plenitud.
Tampoco puedo echarte en cara que me engañaste, Camus. Porque no fue así. Me diste todo lo que podías. Cuando no fue suficiente, llegaste esa noche y te sentaste conmigo poniendo en claro cada parte de tus emociones. Me dijiste lo que no quería oír: que lo nuestro no TE funcionaba. Y partiste...
Sé que no fuiste infiel porque no está en tu naturaleza. No eres un cobarde y mucho menos, una persona retorcida que juega con otros. Simple y llanamente, analizas todo y eres leal con tu lógica.
¿No funciona algo en tu vida? Lo haces a un lado.
Y no puedo culparte por ello, al contrario. Fui yo quien quiso seguir una relación que ya no era tal. Una relación es de dos, no es unilateral. Y cegado, te hice pagar dejando que mataras a Milo...
— El precio fue inconmensurablemente alto, Camus...
¿Debería cumplir mi último capricho? ¿Debería tomar tus labios contra los míos para satisfacer mi egoísta deseo?
¿No he tomado ya todo de ti? ¿No me fue suficiente pisotearte tanto? Fui responsable indirecto de que mataras lo que te hacía feliz y al mismo tiempo, que Ares arrancara tu alma.
— Te amo, Camus... y porque te amo, sé que esto es lo correcto — besarte no sólo significaría mancillarte más de lo que Ares hizo. Sería dañar tu reputación.
Y si soy coherente, ¿De qué me sirve el beso de un hombre que ya no es mío?
Prefiero poseer esos besos que me pertenecieron. Las caricias, sonrisas y momentos llenos de pasión. Esos, los llevo en mi mente y en mi corazón. Ahí reposarán hasta mi muerte.
Después de serenar mi corazón, deposito tu cuerpo delicadamente en la cama de nuevo. Acomodo tus extremidades y tronco para que descanses, cubriéndote con las mantas y coloco el paño fresco en tu frente.
Sé lo que tengo qué hacer aunque me arranque el corazón y camine malherido el resto de mi existencia.
Te lo debo... Es justo lo que necesitas y lo único a lo que harás caso.
Limpio mis lágrimas y aspiro fuertemente para darme valor. En este acto, sé que estoy matando una parte de mí. El amor que siento por ti me permitía seguir viviendo en este mundo ahora gris.
Y en luto por ese amor, por mi corazón que muere, mi cabello cambia de azul a negro.
Es justo, el hombre que te amó, Camus, también está muerto y con esta nueva oscuridad en mi pelo, yo mismo me reconfiguro. Me acepto como el monstruo en que me convertí, en lo que nunca debí ser. Pago mis errores y los purgo porque aún tengo orgullo y por él, salgo de tu templo con un rumbo fijo.
No tardo demasiado a pesar de la tormenta. El agua en mi rostro me hace sentir mejor. Aligera mis ánimos, me libera de mis cargas. Sé que elegí correctamente. Ahora no debo claudicar. Curaré las heridas que infringí, sanaré las almas que destruí.
Soy Saga y nada puede detenerme. Y si de nuevo aparece esa voz egoísta que me pida tenerte conmigo y hacerte mi amante, le diré que se largue al Tártaro. Ya suficiente daño hice por mi debilidad.
No tardo mucho en hacer lo que decidí. Agradezco que todos los objetos de ese templo, sigan tal cual su dueño los dejó. Nadie se atrevió a profanar sus pertenencias y lo agradezco. Los otros dioses al menos, tienen dignidad.
— He vuelto, Camus — te aviso con una pequeña sonrisa —. Sé que no me oyes, pero sé que a él sí lo escucharás.
Con manos solemnes, cambio tu almohada poniendo bajo tu nuca, la que pertenecía a Milo. A pesar de lo que pudiera pasar entre ustedes, te conozco demasiado bien. Y aunque tu corazón se ha convertido en un cubo de hielo, sé que el fuego del rubio te derretirá.
Cambio tus mantas azules por las suyas bermellón, para que lleves su aroma contigo. Me obligo a serenar mi mente y recordar lo que decidí cuando veo que, inconscientemente, las llevas a tu rostro y después, las aprietas contra tu pecho.
¡Estás tan enamorado de él!
Por último, como una confirmación de mi verdadero arrepentimiento, en tu antebrazo izquierdo ato el brazalete de piel que le perteneció a Milo. Sé que lo querrás tener contigo, pues era una de las más preciadas posesiones del rubio.
Para que nadie diga algo y más que eso, para que mi gemelo no te busque problemas, lo cubro con las vendas. Sólo tú y yo, conoceremos este pequeño secreto.
Terminada la labor, me detengo a mirar mi obra y asiento satisfecho. Sé que Milo pudo cometer errores, pero confío en que tú lo hayas perdonado cuando hiciste el ataúd de hielo para él. Sus problemas de pareja son eso, suyos. Y yo, no soy nadie para juzgarlos.
Sólo espero que mis acciones tengan una respuesta favorable en ti y encuentres en el aroma de Milo, las respuestas a tus interrogantes para reconstruir tu alma.
Aspiro de nuevo, profundamente, hasta que mis pulmones se hinchan y pongo mis manos sobre tus orejas depositando un beso en tu frente, como hacen los camaradas de armas. Eso seremos si me lo permites, pues te prometo que en cuanto estés consciente, hablaremos largo y tendido de esto.
— Descansa por ahora, Camus. Recuerda que Milo está contigo y no te abandona... Sigue su senda, vuelve a nosotros y vive por él.
ooooo
El carro de Helios caminaba hacia el cielo. La oscuridad empezaba a clarear con la luz del sol. El amanecer indicaba el final de una noche de angustia y el inicio de la esperanza.
En una cama de nieve, cubierta por sábanas de fuego, un alma en pena dejaba atrás la fiebre que lo encarcelaba. De su boca, un nombre escapó: "Milo", mientras sus manos se aferraban a las mantas que le traían su aroma y le devolvían el alma.
En otro lugar, afuera del templo que le servía de refugio, Saga aceptaba su nuevo papel en la vida de Camus, como el eterno guardián y amigo del dios del hielo.
Para ello, en una parte del jardín adjunto a su lugar de residencia, cavó con ímpetu un hoyo y depositó en su interior varios objetos que guardaba como recuerdo de su amor. Se despidió de ellos, selló con tierra y colocó una lápida.
— Hoy, ante esta tumba, te digo adiós, mi amor.
Sobre ésta, depositó la tela impregnada con el icor de Camus. Se convertiría en el mudo estandarte de esta tragedia y un recordatorio para el ahora pelinegro, de lo que no debía hacer.
La capa se había impregnado de los recuerdos, el dolor y la traición de ambos ex amantes. Tenía consigo tantas emociones, que sólo bastaba dibujar un rostro en ella para que abriera los ojos y derramara lágrimas de icor...
«Hello darkness, my old friend
I've come to talk with you again
Because a vision softly creeping
Left its seeds while I was sleeping».
[The Sounds of Silence | Simon & Garfunkel]
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