4. El destino solitario del traidor
N/A: El texto a continuación, relata una violación lo más light posible. Si no te gusta esto, salta hasta la siguiente separación de guiones.
------------------- INICIO DEL EVENTO -------------------
Camus era salvajemente sometido por Ares. Luego de ser profanado, un vaivén enfurecido rasgó su carne interna. Una de las manazas lo sostuvo por sus cabellos contra el mármol, inmovilizaba su cabeza impidiendo su escape. No podía zafarse por más que puso todas sus fuerzas en cada intento.
Se sentía tan vulnerable y débil...
Las embestidas restregaban el lateral izquierdo de su rostro contra la superficie helada del suelo. La mano sobre su cabeza lo aplastaba más y más. Los movimientos y la fricción contra el marfil, quemaron y rasgaron ese lado de su faz. Pronto, el icor se introdujo en su ojo, dejándolo temporalmente ciego.
Camus llevó desesperado sus manos a su cabeza con la intención de lastimar la manaza que lo mantenía en su sitio. Una y otra vez repitió la acción, mientras soportaba el castigo. En una oportunidad, sintió cómo jalaron de su brazo derecho hacia atrás dislocando su hombro con un crujido aterrador.
No conforme con eso, sus dedos izquierdos fueron brutalmente mordidos. Un alarido rasgó su garganta. Los dientes del mayor atravesaron su piel hasta llegar a los huesos de sus falanges y lo soltó con aburrimiento.
El dolor y desespero, le impidieron pensar con claridad. La marina sólo percibía las emociones oscuras que dejaba la vejación. Cada acto morboso y sádico de Ares contra su cuerpo, se encarnaba en su alma. No hubo piedad alguna por él.
Se sentía humillado, aplastado, considerado como un simple objeto de satisfacción o una hormiga con la cual jugar destrozando todo de él.
Sentía las largas uñas del dios de la guerra hincarse en sus caderas y nalgas haciendo resbalar pequeños hilos de sangre dorada. Le obligaban a continuar, provocando punzadas de dolor a su paso. Su espalda y columna fueron masacradas a mordidas, dejando marcas y cardenales en cualquier zona de su piel otrora nívea.
Camus sabía que sería casi imposible curarse con el poder de su icor, antes de que alguien supiera lo que le había sucedido. También cargaría con esa humillación pública.
Cada que intentaba rebelarse, esas garras lo empujaban abajo con violencia. En el forcejeo, algunos mechones fueron desprendidos de su cráneo, cayendo sin pena ni gloria al piso salpicado de icor.
La marina odiaba cada instante de este tormento, de este castigo que más bien parecía el culmen de una obsesión malsana del dios de la guerra hacia él.
Al inicio, pensó que sería fácil sofocar cualquier grito de dolor o las lágrimas de frustración para no avivar el ímpetu sádico de su violador, pero pronto descubrió que no era el primer ser al que Ares sometía de esta forma.
El bastardo sabía perfectamente qué hacer y rápidamente, la piel interna de su garganta estuvo desgarrada por los alaridos; y sus mejillas, manchadas por el agua salada que resbalaba de sus lagrimales y por el icor que supuraban sus heridas.
Ares estaba pisoteando su orgullo como persona y su honor como dios guerrero. No dejaba nada en pie.
Cometía cada acto vil y despiadado sin importar el daño que ocasionaba. Le obligó a recibirlo por recto y boca. Le manchó el cuerpo con sus fluidos y no hubo un instante en que le diera tregua.
Después de lo que parecieron horas y quizá lo fueran, la marina sólo podía desear sumirse en la inconsciencia que se le escapaba como agua entre las manos y rogar porque todo terminara pronto...
------------------- FIN DEL EVENTO-------------------
— Fue tu culpa, Camus...
Ares se plantó con su magnificencia y abrumador poder que aplastaba y dañaba frente a la marina cuando por fin, dejó de atacarlo sexualmente.
Camus creyó que estaba satisfecho o por lo menos, cansado. Sintió un alivio que sería roto como el cristal de una copa al caer el piso. El castigo continuaba vistiéndose de rasgos psicológicos.
Esas últimas cuatro palabras estaban cubiertas de absoluta perversidad. Le echaban la carga de la responsabilidad por este acto vil y despiadado distorsionando su realidad. Su configuración como persona.
Si Camus era el culpable de haber desatado los instintos carnales del dios, era porque algo no estaba bien en él. Ares lo orillaba a pensar que, en algún momento de su vida, el menor se comportó mal.
Era Camus y sólo Camus, quien debía pensar cuál fue su error para provocar tal maltrato. Así era Ares, un sádico y cruel ente que gozaba del sufrimiento de los que consideraba escoria.
— Te paseaste ufano ante mí con tu belleza, con tu carácter indomable, tu confianza infundada, tus triunfos en las batallas, tu falsa inteligencia, tu frialdad — describía cada una de sus características intrínsecas, lo que le hacía ser Camus... —. Me obsesionaste, me hiciste desearte, me provocaste de forma soez y yo, sólo respondí a tus invitaciones...
La marina tembló visiblemente. Si lo que le constituía como persona estaba mal en él, entonces...
Sentía cómo cientos de puñales destrozaban su psique y las lágrimas escapaban avergonzadas. En un momento de completa debilidad, intentó acomodarse en posición fetal.
Hubo un rechinido de dientes y Camus sintió su cabeza romper el suelo brutalmente. Ares apretaba sus cabellos desprendiendo nuevos mechones. Impedía que adoptara una postura defensiva. No le convenía, su afán estribaba en tenerlo vulnerable.
El sonido que se elevó de ese ataque, provocó carcajadas. La marina arañó histérico el piso intentando escapar arrastrándose, pero la piel de sus falanges estaba para estos momentos, en carne viva. Como muchas partes más de su epidermis.
El pelirrojo fue tratado en carácter de marioneta. Sus movimientos eran aquellos indicados y marcados por los hilos que controlaba Ares. Ya no tenía fuerzas y su icor no sanaba sus heridas a la velocidad acostumbrada.
Desconocía la verdad: desde que puso un pie en la habitación del trono, perdió dos tercios de su poder. Ese, era un secreto que Ares guardaba bien. Por ello, recibía en este sitio a todos sus enemigos para castigarlos. Sin fuerzas para oponerse demasiado, los encuentros devastadores con el dios guerrero quedaban grabados en la psique del desgraciado.
Así, destrozaba el dios de la guerra los espíritus de quienes se alzaban en su contra o de aquellos desgraciados que despertaron su libido...
Camus no pudo descansar. La tensión volvió cuando Ares agarró los cabellos de su nuca levantando su cabeza y se acercó a su oído para dejar caer en él, ese aliento nauseabundo.
— Eras un guerrero que se sentía indomable e inalcanzable, ahora sólo eres basura. Amo cómo se me para cuando someto a los que son como tú...
Ares mordió el hombro del pelirrojo, la única zona libre de marcas y rasguños. Era intencional, quería que este momento lo persiguiera en sus peores pesadillas. Encajó los dientes hasta perforar la piel, apretó los labios y succionó violentamente su icor a pesar de los sonidos doloridos del sometido.
Harto de beber, separó los dientes y le dio una vista de los labios escurriendo sangre dorada. Era grotesco y amedrentador saber que sólo tenías un propósito: alimentar los bajos instintos...
— Por fin, Milo no se interpondrá en mi camino a tu cama. Eres mío, Camus. Me hiciste un gran favor al matarlo...
Y antes de que la marina pudiera procesar esa confesión, Ares volvió a abusarlo sexualmente...
Los pasos fueron ágiles en cuanto divisó a la figura de larga túnica blanca y capa lila. A una distancia prudente entre ellos, el recién llegado postró la rodilla derecha en el piso, agachó la cabeza y puso una mano en su corazón en señal de respeto.
— Mi señor Poseidón, le informo que la escama de Tritón ha vuelto a su lugar de descanso.
El dios de los mares detuvo el avance en mitad del largo pasillo, pues iba de camino a sus aposentos en el templo submarino. De espaldas a la marina, giró el rostro lentamente a la izquierda y miró por encima del hombro a su sirviente.
En ese momento, Poseidón era considerado como el segundo dios más importante del panteón griego, después de Zeus y eso podía sentirse en su cosmos, tan gigantesco como los océanos que rodeaban la tierra.
— ¿Y Camus? — el mar calmo se oía en su voz, dejando un sonido embriagante en los oídos. Ese timbre podía cambiar según su humor, hasta convertirse en una tormenta oceánica de proporciones letales.
— Ha entrado al templo del dios de la guerra, mi señor Poseidón.
El rey de los océanos dirigió el rostro hacia su izquierda. El pasillo estaba flanqueado por dos cortinas de agua. Esas caídas líquidas desplegaban el aroma de la brisa marina en la estancia y ahí donde dirigía la mirada el dios, se mostraba su reflejo inescrutable. Poseidón bajó sus párpados y volteó encarando a su interlocutor.
— Siento que su cosmos se ha debilitado. Me cuesta percibirlo, Sorrento — comentó con los ojos aún cerrados.
— Sucedió desde instantes previos a que la escama saliera del santuario del dios Ares hacia esta dirección, mi señor, pero no hay rastros de icor en ella, lo he confirmado.
Poseidón meditó la información. Sorrento aguardó paciente levantando el rostro para enfocar las facciones de aquél a quien servía. Sin embargo, no pudo penetrar la impasible apariencia. Buscó entonces respuestas en el cuerpo de la divinidad, encontrando una minúscula tensión en el brazo izquierdo que sostenía elegantemente parte de su capa, como era ya costumbre.
— ¿El berserker está realmente muerto?
— Sí, mi señor. Tengo entendido que varios dioses guerreros de los que cuidan a la diosa Athena, fueron testigos del combate. Mantuve comunicación con Kanon y me confirmó que Milo no sólo perdió la vida durante el enfrentamiento, sino que con ayuda de los testigos, se preparó el cuerpo del caído para que fuera bien recibido en los Campos Elíseos...
El sirviente detuvo sus palabras meditando si decir o no, la siguiente información. Al final, supo que ocultar ese dato sería en vano. Se resignó a sentenciar a su compañero de armas.
— Camus forjó un ataúd de cristal para el berserker. Comprobé ese hecho por mis propios ojos. El ataúd es perfecto, no hay rastros del cosmos de Milo, mi señor — se apresuró a decir temiendo la ira de Poseidón.
De nuevo, sólo el agua cayendo por las cascadas que flanqueaban el pasillo, fue el sonido que dominó la estancia.
— Sigue los pasos de Camus, Sorrento. Quiero saber cuál fue el castigo que le impuso Ares.
— Sí, mi señor Poseidón — la marina dudó una fracción de segundo antes de levantarse. Ese titubeo fue captado por el dios —. Ah... — se aclaró la garganta con rapidez —. M-me disculpo p-por... por... — se le atoraron las palabras y un escalofrío recorrió su columna.
Sabía que se llevaba la vida si lo hacía enfurecer.
— Habla. ¿Qué sucede?
— M-mi señor... S-sé que no soy nadie para p-preguntar, p-pero... — tartamudeó y bajó aún más la cabeza encogiendo el cuerpo —. ¿P-por qué nunca me ordenó p-parar la contienda?
«Algo se me escapa...» pensó Saga, uno de los más poderosos caballeros de Athena.
Ese presentimiento le gobernó desde antes de esa fatídica contienda y seguía incrementándose con cada minuto que transcurría. Hacía ya tres días que Milo murió en ese combate sin sentido. Y antes de ayer, Camus entró en el templo de Ares y no sabía nada de él.
Dos días con Ares...
Saga apretó los puños y volvió a caminar como bestia enjaulada de izquierda a derecha dejando un surco en la tierra. Si seguía así, no tenía duda de que cavaría hasta el Inframundo o más allá, al Tártaro. Nunca antes sintió tal impotencia. Le era difícil percibir el cosmos de la marina con claridad, pero tenía el presentimiento de que seguía con Ares.
Y a todo esto, ¿Cuál fue el castigo que le impuso ese malnacido?
El Olimpo y sus enemigos, los Titanes y sus huestes, se encogían de escuchar cuatro nombres: Zeus, Poseidón, Hades y Ares. En ese orden. Si bien el dios de los muertos tenía un poder que rivalizaba o quizá, superaba al del mar, todos sabían que al no sacar la cabeza del Inframundo, su influencia estaba limitada.
Sin embargo, Ares era particular. No se tomaba a bien las ofensas y era el hijito favorito de Hera. Esa diosa tenía una poco recomendable manera de criarlo. Le consintió cada capricho y ahora, el niñito de mamá hacía rabietas descomunales cuando no obtenía lo que deseaba. Y pobre de aquél que fuera el objeto de su ira.
Si Ares decidía transformar a Camus en algún monstruo, cortarle un miembro o ir en contra de la Tradición, Saga dudaba que Poseidón pudiera ganarle en un juicio teniendo a la reina de los dioses en su contra.
La Tradición. Pensar en eso, lo hacía suspirar de fastidio. Era el pacto entre los dioses olímpicos. Lo crearon cuando decidieron unirse para combatir a los Titanes. Consistía básicamente en un tratado de no agresión y ayuda mutua.
Eso significaba que todos los recursos con los que contaba cada dios, se utilizarían para combatir a los enemigos. Eso incluía a sus dioses guerreros, que hacían equipo para enfrentar a algún Titán o alguno de sus descendientes.
El motivo radicaba en que el poder de estos seres era imposible de enfrentar para un dios menor en solitario. Incluso Saga se veía en problemas cuando encontraba a un hijo perdido de estos monstruos.
Todavía recordaba cómo la unión de los tres grandes: Zeus, Hades y Poseidón, así como varios de sus dioses guerreros, a duras penas pudieron encerrar a Cronos.
Si un solo dios iba a por ellos con sus propios medios, tenía el riesgo de desaparecer por completo. Eso le sucedió a Dionisio cuando se enfrentó a un Gigante. ¡Y era sólo un gigante! Aún el dios del vino seguía lamiéndose las heridas que le dejó ese encuentro.
Y todavía quedaban sueltos titanes tan peligrosos como Prometeo, Ceo o Epimeteo. Esta época era toda una pesadilla.
También por ello, se formaron los centros de entrenamiento en los dominios de Zeus, a los cuales acudían los aspirantes. El mismo Saga estuvo en uno cuando pequeño. Ahí entrenó con su hermano gemelo Kanon y conoció a varios de sus actuales camaradas, entre ellos, a Camus...
Saga cerró los ojos pensando de nuevo en la marina. Respiró profundo barajeando todas las opciones. ¿Y si Camus estaba con Poseidón? Era una probabilidad. Sabía que después del dios de la guerra, el de los mares querría arreglar cuentas con su sirviente. Camus saldría de la sartén para caer al fuego.
Descartó la idea pronto, al recordar aquellas ocasiones en el pasado en que, aún estando en el Océano, Saga podía sentir su presencia en el mundo.
Por otro lado, no entendía los motivos de Poseidón. ¿Por qué no los detuvo y los dejó llegar tan lejos?
A menos que...
Un sonido le puso alerta. Estaba en los límites del Santuario de Ares y ningún berserker tenía un solo pretexto para atacarlo. Esta salida era el camino lógico y el más limpio para tomar si estabas herido. Saga conocía la mente fría de Camus y sabía que no se equivocaba.
La tan esperada cosmoenergía por fin se dejó sentir. Saga extendió los labios en una pequeña sonrisa aliviada y se obligó a gastar el atributo de la paciencia. No podía poner un pie en los dominios ajenos, so pena de ser tratado como intruso. Le costó gotas de sudor mantenerse en su lugar.
Su corazón se llenó de angustia sólo de ver que la marina estaba cubierto por una tela de pies a cabeza y se movía errático. Su cosmos era demasiado débil y siete berserkers le seguían muy de cerca, como cuervos listos para sacarle los ojos y las tripas si colapsaba.
— Vamos, Camus... Vamos — si Saga era imprudente, los harían pedazos y el pelirrojo no parecía tener la fuerza para resistir ni siquiera, un golpe del viento.
Los nervios le ponían los pelos de punta y no sólo por cómo los berserkers perseguían a Camus, sino por la marina en sí. Comprendía que caminara con sufrimiento si el castigo fue físico, pero...
No parecía él.
Algo muy malo le pasó.
En cuanto estuvo a la distancia de un salto, Saga no esperó más. En un desafío de velocidad, el de cabellos azules dio el brinco y cargó en brazos a Camus al estilo princesa. Así como afirmó el cuerpo contra el suyo, se lanzó a un lado evadiendo los ataques de los rivales y en el siguiente impulso, logró regresar al lado seguro de la frontera.
Quedó de espaldas a los enemigos mirando por encima del hombro verificando si tenían las agallas de adentrarse a los dominios de Zeus. Por eso también esta zona era perfecta. Los berserkers podían ser violentos, pero no idiotas.
Un combate no autorizado en zona del dios del trueno, equivalía a quedar fulminado.
El padre de los dioses no se tomaba a bien que se jugueteara en sus dominios y se tomaba personal este tipo de ofensas. ¿Y quién le podía reclamar a Zeus la Tradición?
Nadie, por supuesto... mucho menos su hijito Ares.
Más confiado, Saga volteó hasta quedar cara a cara ante ellos. Los vio blasfemar enfurecidos cuando desplegó su mejor sonrisa despectiva para despedirlos.
No había tiempo qué perder en imbéciles. Empezó el camino a máxima velocidad hacia el pequeño templo de Camus en el Olimpo. Cada uno tenía un sitio al cual llegar en esta ciudad de dioses, a pesar de que los santuarios de sus señores estuvieran fuera del Olimpo. Ahí podían reposar o alimentarse debidamente.
Saga apresuró el paso al escuchar la respiración débil y más que eso, al sentir la humedad bajo sus manos. No tenía que ser muy inteligente para saber lo que significaba: icor.
Y en grandes cantidades.
La manta rodeaba y protegía bien a la marina de ojos curiosos y Saga no iba a deshonrarlo, ni a permitir que los demás se aprovecharan de la debilidad de Camus.
Cuidaría ese detalle con su propia vida.
Y al introducirse en el templo con su preciada carga, se preparó para lo peor...
Thanatos perdió el equilibrio con el siguiente choque. Milo aprovechó la superioridad de su postura para sujetar con una mano la cabeza del dios de la muerte y trapear con ella el piso, en una perfecta línea recta. Antes de que su enemigo pudiera reaccionar, el berserker tomó distancia con un salto que le llevó a metros atrás.
La punta de su bota estaba tocando el piso cuando le lanzaron un ataque. Lo contuvo cruzando sus brazos contra el pecho. Quemó su cosmos para disminuir el impacto, casi yéndose de espaldas por el impulso. Aguardó el tiempo necesario para debilitar la amenaza y se deshizo de ella empujándola lejos de sí. Un pilar a lo lejos, recibió la energía y se destrozó.
— Dejemos los juegos, Milo — declaró el de cabellos de plata y se levantó elevando su cosmos —, comparemos poder contra poder. Mi Terrible Providence y tu mejor técnica — alargó las manos al frente reuniendo en ellas su cosmoenergía.
— Ya veo, cumpliré tu capricho — aceptó con sonrisa ladeada, la uña escarlata de Milo creció formando un aguijón —. Mi Aguja Escarlata te destruirá y esperemos que en tu siguiente reencarnación tengas una mejor distribución de atributos. ¡Que lo dudo! — no podía dejar pasar la oportunidad de provocarlo.
— ¡Eres un insecto miserable e insignificante! ¡Te enseñaré a respetarme!
Thanatos perdía el control. Estaba concentrado en aplastar al bicho que se asomó en los Campos Elíseos y extirpar de una vez por todas, el veneno que inyectaba por su simple presencia.
Los dos quemaban su cosmos. Las flores, el pasto, las pequeñas fuentes, así como las estatuas a su alrededor, se hicieron pedazos por la potente energía que desplegaban en la preparación de sus mejores técnicas.
A ninguno pareció importarle si dañaban el jardín sagrado de descanso. Estaban decididos a terminar esta disputa de una vez y por todas. Se concentraban sólo en destrozar a su rival...
Un tercer poder apareció de pronto, atravesando como una flecha el sitio donde se rozaban las dos energías. El cosmos ajeno desequilibró por completo la ecuación y como consecuencia, provocó un estallido. La onda de choque golpeó a ambos dioses guerreros expulsándolos metros atrás sin control.
Thanatos golpeó contra un pilar despedazándolo y después, hizo un surco con su cuerpo en el jardín florido. En cambio, Milo terminó estrellándose con una estatua y después, como era su irónico destino, aterrizó de cabeza en una fuente despedazándola.
— ¡¿QUÉ CREEN QUE ESTÁN HACIENDO PAR DE IDIOTAS?! — el grito contenía una emoción que superaba la furia.
El tono fue chirriante y como si no bastara, el aura del recién llegado abrumó las mentes y corazones de los dos peleadores, obligando a que permanecieran en su sitio hasta tornar claras las actitudes.
Milo fue el primero en recuperarse. De cualquier forma, ya estaba mojado por completo gracias al agua en la que cayó.
— Esto de terminar de cabeza en la fuente es mi defecto fatídico — rezongó.
El rubio se puso en pie fastidiado por su mala fortuna, sacudiéndose el agua de las manos. No importaba lo que hiciera, parecía que las Moiras disfrutaban de reírse a sus costillas y lo habían condenado a sufrir ese destino cíclicamente.
Alzó la cabeza para enfocar al intruso con el ánimo de darle una lección por entrometido. Su rostro de pronto, pasó del hastío y molestia total a la sorpresa y de ahí, a la alegría inmensa.
— ¡HYPNOOOOS! — no pensó en absolutamente nada. Una fracción de tiempo después, estaba cayéndole encima al de ojos dorados y lo estrechó en un cariñoso abrazo —. No sabes cuánto ansiaba verte.
— ¡ALÉJATE DE ÉL, BICHO! — bramó Thanatos, quien quería hundirle la cabeza mojada en la tierra. Temblaba de rabia sólo de ver la dinámica de los otros.
Milo ni se dignó a escucharlo. Tenía el brazo alrededor de los hombros del dios del sueño mientras sonreía ampliamente y lo apretaba contra su costado.
Thanatos encajó las uñas en sus palmas. La protección de la surplice, su armadura, impidió que dañara su piel.
— Si no llegas, te quedas sin hermano, Hyp — sonreía sacudiendo los cabellos húmedos de su nuca.
Al berserker no le importaron sus ropas rotas, ni las manchas por el icor o el agua que escurría. Su entusiasmo era contagioso. Estaba risueño, sus ojos brillaban de alegría y no era el único. Hypnos parecía corresponder esa efusividad. Por más que su expresión fuera distante, una mano rodeaba el hombro del servidor de Ares.
— Eso veo, Milo. ¿Podrías intentar mesurar tu carácter? A nuestro señor Hades no le sienta bien que los Campos Elíseos queden destrozados. ¿Sabes? Y mucho menos ahora que está ansioso porque se acerca la fecha en que nuestra reina vuelva de su estancia con su madre — su voz perdió la dureza.
— Yo no empecé nada, Hypnos — aclaró Milo con gesto de inocencia y lanzó un exagerado suspiro de resignación —. Llegué y tu hermano de inmediato quiso darme la bienvenida — su sonrisa se desplegó encantadora —. ¡Hasta me ayudó con mi atuendo! — extendió los brazos.
Las ropas funerarias estaban hechas... jirones, por usar una palabra educada. A través de ellas, se veían partes del atractivo cuerpo del berserker, como su musculosa pierna derecha, su hombro izquierdo o su lindo abdomen con sus ocho tabletas bien definidas y mordisqueables.
La mirada del dios del sueño repasó por inercia los sitios sin cubrir y se detuvo sobre el primer y segundo cuadro abdominal izquierdo. Ahí, permanecía una increíble marca antigua que seguía sin curarse. ¿No se suponía que todas sus heridas habían sido atendidas antes de enterrarlo? Lo que no entendía era la forma, ni la distribución de la misma, porque eso significaba que...
— ¿Cómo has estado? — empezaron las preguntas de otro rubio con la velocidad de estrellas fugaces que distrajeron al dios del sueño de su análisis —. ¿Por qué no me has visitado? No puedes decir que careces de tiempo porque bien puedes verme en sueños. ¿Tu hermano te pega? Deberías esposarlo a la cama. ¿Acaso es que ya te conseguiste otro amante? Me voy a poner celoso, Hyp... — hizo cara de puchero.
— ¡Hypnos no tiene ningún amante, Milo! — bramó Thanatos acercándose —. ¡Y deja de decirle «Hyp», no te tomes confianzas que no te corresponden! — puso su índice sobre el tórax del berserker.
Hypnos cerró los ojos y pareció contar hasta diez. A un pase de su mano frente al cuerpo de Milo, sus prendas y accesorios quedaron como nuevos. Los ojos de oro se posaron acusadores en su gemelo. Lo separó, poniendo una ínfima presión con la palma sobre su pecho, que fue suficiente para que el otro retrocediera. El dios del sueño se puso en medio de las dos deidades que parecían niños peleando por un juguete. Y el juguete, era él...
— ¿Y ahora cuál fue el pretexto para atacarlo, Thanatos? — parecía hastiado de esta disputa sin sentido.
— Sigue enojado porque te metí la puntita — el aguijón del berserker encontró la oportunidad para inyectar su veneno y después, la punta de su sinhueso paseó por su colmillo izquierdo.
Thanatos apretó las mandíbulas con la provocación. Sus molares se restregaron superiores contra inferiores, resonando con fuerza. Sus ojos se oscurecieron hasta tornarse casi negros.
— ¡Olvídalo! — terminó la disputa, se dio media vuelta y se alejó con pasos furiosos dejando atrás a los dos rubios.
— ¡Hey! Si te sientes tan solito, podemos hacer un trío, Thanatos — le gritó Milo socarrón.
El nombrado desapareció tomando el camino de los dioses sin mirar atrás. Su cosmoenergía tenía matices de violencia.
— Ninguna provocación funciona, Milo. Déjalo por la paz, es inútil y tú, un completo temerario — el de ojos dorados cruzó sus brazos sobre el pecho restando importancia al asunto.
El rubio desplegó una larga y sórdida sonrisa.
— Sabes que nunca me rindo, Hypnos. Voy a lograr mi cometido tarde que temprano. Te lo prometí y yo siempre cumplo mis promesas. Mientras tanto... — puso una mano sobre el hombro del otro —. Vamos, enséñame dónde me quedaré. Tengo ganas de acostarme y sabes que siempre, siempre, hay un lugar en mi cama para ti...
¡Hola! ¿Cómo va?
Desde ya, gracias por leer y por tus estrellitas.
Espero de todo corazón, que hayas disfrutado de esta actualización yyyy...
Aviso que para la próxima, tráete los pañuelos porque se me van a acabar de tanto repartir, pero confío en que le hice justicia a quien aparecerá en el siguiente capítulo.
Agradezco los comentarios
Ya sabes (y si no, te informo) que intentaré publicar este fic SÁBADOS y MIÉRCOLES porque Watty no manda las actualizaciones. ¬¬
Te mando un beso y...
¡Hasta pronto!
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