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28. Llorarás icor.


¡Oh Calíope, musa de la elocuencia!

Cantad, que la imparcial Némesis, la Gran Justicia —la de ojos cegados y que juzga las injurias de los dioses—, fue convocada por las Nornas —las paganas Tejedoras de los dioses nórdicos— a los legendarios e inexpugnables jardines mecidos por el poder de Bóreas —el Viento del Norte, que entonces sonreía petulante, henchido de hybris [1], donde fue bienvenida por hiperbóreos y nórdicos que boquiabiertos se encontraban por su inconmensurable majestad.

Gritad musa, que a pesar de encontrarse en un sitio ajeno a su circunscripción, la Gran Justicia escuchó a Skaði —la gigante de hielo, de mirada altiva y corazón de diamante—, quien acusó a Quíone —la diosa de la blanquísima nieve, de elegante estampa y mirada subyugante—, de delitos y daños cometidos en perjuicio de la primera, mismos que fueron confirmados por las paganas brujerías de aquellas mujeres adoradoras de poderes más allá de la naturaleza, quienes urdieron una telaraña de visiones nutrida por anillos poderosos para impedir que la degradación de la mentira opacara las exigencias de ¡Justicia!

Detallad Calíope, que tras las confirmaciones de los múltiples abusos e injurias inflingidos por Quíone en contra de Skaði; la imparcial Némesis —la severa e inflexible, constituida en la Gran Justicia—, señaló a la acusada como culpable, prometiendo el castigo equivalente al peso de sus faltas. Fue así como se eligió el más aterrador que mil transformaciones o maldiciones: Quíone fue condenada al tétrico Olvido, aquél del que ningún dios o titán escapará por el resto de la creación, pues sus gruesos muros comprimirán las cosmoenergías de los reos y las devolverán a la matriz de la Todopoderosa Khaos.

Relatad elocuente musa, que ninguna súplica de Quíone o de su padre Bóreas en pos de cambiar la sentencia, fue atendida por la imparcial Némesis —pues su juicio dista de ser afectado por las emociones—. En ese desolador escenario, con los gritos de las Keres —las diosas de la muerte violenta que acompañan a la Gran Justicia— como música tétrica y ante los presentes constituidos en testigos, Quíone fue inmolada por el filo de la espada de Némesis, convertida en la Implacable Venganza y enviada al tétrico Olvido, nutriendo con su cosmoenergía proveniente de la nieve, la hoja acerada que trajo consigo la Venganza que sació las exigencias de la ofendida Skaði.

Haced hincapié Calíope, que con el destierro de Quíone —la que fuera diosa de la blanquísima nieve— al tétrico Olvido; se reestableció el orden roto a la tierra de los gigantes de hielo, limpiándose las culpas de la sentenciada por los delitos de defraudar la confianza de su padre Bóreas; pisotear los sagrados pactos entre los olímpicos y asgardianos —tan largamente trabajados y consensuados—; y de igual forma, por despreciar a su hijo Camus —quien fuera conocido por su frío, pero ecuánime corazón y cuya desventura, escrita con icor y humillación, será vengada en su oportunidad y enviará al Olvido a aquellos que lo mancillaron—.

Elevad a la creación deslumbrante musa, vuestra vigorosa poesía épica que inmortalice el fin trágico —pero justo— de Quíone y traed a la memoria de aquellos que lo presenciaron y al conocimiento de quienes os escucharán, la advertencia de lo que sucederá de quebrantarse La Voluntad del regidor de los destinos divinos.

Pues está escrito en piedra, con tinta de icor de los inmolados, las leyes que fueron, son y serán hasta el fin de los tiempos:

¡Muerte a los despreciables y ruines que dañaron al Olimpo, pues no hubo nunca perdón alguno para quienes atentaron contra él!

¡Muerte a los débiles de corazón y faltos de prudencia que traicionaron a sus pares, pues de ellos se nutrió el tétrico Olvido!

¡Muerte a los hinchados de hybris, pues sus actos irreflexivos atrajeron la llegada de la Gran Justicia!

¡Muerte a aquellas que debiendo ser amorosas madres, se convirtieron en traidoras de su propio icor, pues no conocieron la dicha de ser defendidas por el fruto de sus entrañas!

Llevad al Olimpo, elocuente Calíope, vuestra voz. 

Volcad vuestra poesía heórica sobre los oídos divinos, engrandeciendo las acciones de la imparcial Némesis, la Gran Justicia y señalad la ignominia de la orgullosa e ilusa Quíone, la que fue enviada sin retorno al tétrico Olvido, por la osadía de ir en contra de las leyes instauradas por el Grande, el Único, el Inexpugnable Hermano de las Moiras, el funesto e ineludible Destino Mortal.

¡Alzad la gloria de la Gran Justiciera, divina Calíope elocuente! 

Y recordad a los ignorantes, que la imparcial Némesis desempeña en el Orden un rol doble: como la Gran Justicia y la Implacable Venganza, quien concederá la paz a los corazones injuriados porque es, fue y será, la única a quien hasta los Tres Grandes veneraron, respetaron y temieron...

¡Así sea!



Athena conocía los pasajes escritos sobre Némesis, la imparcial, la diosa de la justicia y la venganza. Podía recitar de memoria cada minúsculo detalle respecto de su apariencia y el léxico repetitivo y tedioso que usaba; relatar en voz alta y con los ojos cerrados, los juicios que protagonizó y las sentencias dictadas; e incluso, describir sin temor a equivocarse, las runas grabadas en la espada de la Venganza, pero...

La teoría distaba grotescamente de la realidad.

De manera fortuita, la puerta que abrió el generoso Krest para trasladarla a los Jardines de Hiperbórea, la convirtió en un testigo inesperado de la ejecución de una diosa repleta de hybris que se creyó capaz de evadir la justicia.

Ese simple suceso podría justificar la incómoda sensación de frío que no encontraba fronteras ni diques, penetrando ropajes, mantos sagrados y artilugios protectores, aferrándose a lo más profundo de su cosmoenergía, bajando su temperatura de poco en poco y desatando contracciones musculares repentinas.

Podría ser el responsable de su respiración agitada, la cual dejaba un rastro de humedad materializada en el ambiente, con forma de siluetas fantasmagóricas que desaparecieron al poco, vergonzosas y tímidas. De sus manos ateridas, incapaces de encontrar propósito y vida. De su debilidad sistematizada que nada tenía que ver con la falta de icor que entregó gustosa a Krest para salvar a Kardia.

La aguda mente de Athena descartó que las  bizarras percepciones y los estresantes síntomas tuvieran origen en el ecosistema o provinieran de las técnicas de Bóreas o de la misma Jötunn, que emanaba per natura  un aire invernal. 

Confirmó que la teoría jamás le puso sobre aviso, pues estas improntas desagradables se debían a la imponente cosmoenergía contenida en una figura femenina, de lozana piel e inmaculada presencia: la mismísima Némesis.

Ella, cuyos ojos estaban cubiertos por un lazo de fina textura, aplicaba La Justicia a los Olímpicos sin consideración o triquiñuela alguna. Ella, cuya presencia apretaba los corazones, infundía este sentimiento de incertidumbre, reverencia y miedo, tendiente a transformarse en el siguiente segundo, en un terror atroz.

Fue entonces que Fobos, transformado en un cuchicheo indeseable, se introdujo en el conducto auditivo de Athena, accionando una tragada inconsciente de saliva. Los susurros del señor del miedo debilitaron las piernas y tembleques, las rodillas se vieron imposibilitadas para sostener el peso del cuerpo femenino. Los hombros se engrosaron como sacos de arena queriendo contener la oscuridad desbocada que acompañaba al dios del miedo y salpicaba por doquier.

A regañadientes, Athena reconoció la verdad tras las críticas de Dohko, quien contrariaba a Shion e insistía que los libros no lo enseñaban todo: nunca antes la diosa leyó detalles minuciosos sobre el ambiente que rodeaba los juicios. Quizá fuera porque las palabras eran insuficientes para detallar el estresante telón que caía sobre ellos, la dificultad con que muy pocos de los asistentes permanecían enteros, mientras otros de estómago débil escaparon a la menor oportunidad y a los que les faltó el tiempo o pretexto para desaparecer, se encontraban al borde del colapso nervioso.

Para colmo de males, si la imagen de la imponente Némesis era suficiente para amedrentar las cosmoenergías, su séquito se completaba con las Keres, las diosas de la muerte violenta, hermanas de Thanatos, pero a diferencia de aquél que traía la muerte natural, ellas se caracterizaban por conducirse agresiva, sádica y cruelmente.

Las tres abominables hijas de Nyx se divertían de forma retorcida mientras se llevaba a cabo el juicio de Némesis: volaban por encima de las cabezas de los asistentes o bien, se agazapaban entre las sombras chirriando los blancos dientes, paseando las largas lenguas por los labios desesperadas por probar el icor y en ocasiones, después de ubicar estratégicamente los puntos débiles, bajaban sobre éstos y los acosaban.

Eran ellas las que susurraban infamias en los oídos de aquellos que ocultaban secretos o que presumían de hybris. Eran ellas las que tatuaban con sus curvadas garras y en los inconscientes ajenos, la oscura expectativa de enfrentar a la misma Némesis por incumplir los deberes de todo dios.

Eran ellas las que se regocijaban con el sufrimiento de los acusados, a quienes gritaban injurias o se burlaban de ellos a carcajadas cuando titubeaban; y en añadidura, eran ellas las que adoraban causar impacto en los testigos desatando ánimos perturbadores, destruyendo la cordura para incitar al sadismo y la perversión violenta.

En los días en que Athena estudió a esta justiciera, Shion había puesto sobre la mesa el extraño acontecimiento consuetudinario que acaecía tras los juicios: inexplicablemente se sucedía una cadena de suicidios o muertes por rencillas entre los asistentes a éstos. Desde ahora, Athena podía explicarle a su mentor los motivos que llevaban a estos actos desdeñables aún entre los dioses: el estrés  y el acoso constante, incitaba al estallido violento.

Lo que la joven diosa no había entendido, era el verdadero motivo que convertía a la Keres en invitadas de honor a estos eventos. Ahora lo razonaba: la presencia de estas diosas era imprescindible después de que Némesis administrara Su Justicia, cuya sentencia se ejecutaba a través de su espada inmiscericorde y mandaba al Olvido al dios culpable.

Por ende, al usar el filo de su arma, Némesis mataba violentamente al culpable y gracias a ello, las Keres asistían al festín pletóricas y henchidas de felicidad.

En conclusión: Némesis permitía a las Keres asistir para saciar la sed que les quemaba las gargantas con el bendito líquido, el icor que recorría los cuerpos decapitados de los culpables. De esta forma, la Gran Justicia les entregaba a sus hermanas un pago como retribución a la imposibilidad de cumplir con su función primordial: la de llevar el alma del condenado al Inframundo, pues estas almas y sus cosmoenergías nutrían la espada de Némesis e incrementaban su poder.

Ahora podía comprender el por qué los olímpicos temían, odiaban y reverenciaban a este séquito justiciero y vengativo por igual. De ser otro el escenario, seguro los dioses las habrían desterrado del Olimpo y negado su existencia.

Sin embargo, Moro el dios del Destino Mortal, escribió en su libro sagrado que se debían seguir a rajatabla los divinos designios de la Gran Justicia para instaurar el orden. Por ende, ningún otro ser tomaría el lugar de Némesis, pues a través de su Gran Juicio y su Implacable Venganza, los telares de los Destinos se cumplían y los lazos dorados eran cortados.

Pues de oro es el hilo que representa la vida de los dioses.

Aún después de racionalizar este escenario, Athena encontraba muy intimidante la expectativa de encarar a Némesis para rescatar a Camus. En su corta vida, jamás llegó a una prueba de tal calibre. La mayoría de los dioses le prestaba atención y la respetaba por ser quién era, por tener el padre que tenía. Sin embargo, ahora mismo sentía que sus cartas de presentación no lograrían a deslumbrar a Némesis y mucho menos, a las Keres.

En consecuencia Skaði, como la parte ofendida, tiene todo el derecho de conservar su vínculo con Camus, progenie de Poseidón y Quíone, también llamado Bóreasson. En esa tesitura, Skaði decidirá el lugar que ocupará en su existencia y si desea conservarlo en el Jötunheim, será respetado. Por mi voz, el vínculo que fue reclamado por las Nornas será inquebrantable. Para hacer válida esta sentencia, designo que la sola invocación de mi nombre por Skaði, parte ofendida en este juicio, será suficiente para invocarme y traer la justicia a aquellos que me desobedezcan. Ay de aquellos que se atrevan a contradecir mis designios, pues obtendrán su final destrucción por el filo de mi espada.

Athena percibió en ese preciso momento a Fobos acomodarse en sus espaldas. Que Némesis decidiera el futuro de Camus e incluso, se le diera el poder a Skaði para obligar al otro a permanecer en el Jötunheim, era una afrenta a la independencia que el nieto de Bóreas defendía a capa y espada. Por otro lado, ¿por qué Némesis le entregaba a la Jötunn tantos derechos sobre Camus y por qué él no estaba presente para decidir sobre su vida?

¡Eso era un abuso!

Abrió la boca para oponerse, para argumentar al respecto y lo único que emanó sus cuerdas vocales fue un sonido quebrado. Fobos se burló en su oído, rodeando su cuerpo con esa cosmoenergía de temor que lo caracterizaba, logrando que la columna vertebral de la Diosa enviara un escalofrío masivo al resto de las terminaciones nerviosas.

Athena apretó los ojos y enterró las uñas en las palmas deseando que Hasgard estuviera a su lado. Él le daría la fuerza para seguir y defender a Camus, no por nada se había ganado su amor, pero tampoco podía depender de él.

Ella era Athena, era la diosa de la inteligencia y la guerra. Hija de Zeus y Temis, se había enfrentado a Ares el mismo día de su nacimiento, podía lograr el éxito, podía hacerse escuchar por Némesis.

Aspirando aire, se mordió los labios para encarar la batalla. Un chirrido la puso tensa como las cuerdas de la lira de su hermano Apolo, por el rabillo del ojo descubrió a una Ker acercándose a ella, agazapada, con esa sonrisa sádica que prometía un dolor punzante, moviendo espasmódicamente la cabeza a la derecha, lanzando chispas por los ojos de obsidiana, desplegando los labios una perturbadora sonrisa y alargándose los dientes puntiagudos.

De alguna manera, esta Ker notó la disposición de Athena de intervenir en el juicio y abandonando la tarea de lamer las gotas de icor que pertenecieran a Quíone y manchaban el piso de Hiperbórea, la hija de Nyx ya se aprestaba para el ataque.

Pues estaba escrito desde el nacimiento de Némesis, la Gran Justicia, que ningún ser o divinidad detentó el derecho o la potestad para ir en contra de sus designios: se bajaba la cabeza y se acataba la instrucción.

Incluso los tres grandes dioses: Zeus, Poseidón y Hades, abandonaban los instantes temerarios y se decantaban por el silencio, nutriendo de fama, reverencia y miedo a la Todopoderosa, pero más aún, a las Keres.

Hasta ahora...

—¡Pues a mí no me parece esto! —estalló una voz en el silencio absoluto y la completa quietud, porque ni siquiera Bóreas estaba en sus cabales para que el Viento del Norte soplase.

Innumerables cabezas giraron al unísono, algunas con el impulso de cubrir la boca de esa desvergonzada sin dos dedos de frente, otros gratamente sorprendidos porque tuviera los pantalones bien puestos y ni siquiera la atmósfera le hiciera titubear, otros temiendo por su vida, pero Athena de entre todos, era la única que se sentía tremendamente ofendida en lo profundo de su cosmoenergía.

¿Cómo podía ser que Brunhilde tuviera la voz tan  firme para refutar con tal vehemencia, mientras ella sentía la apoteósica urgencia de carraspear?

¡Nunca se sintió tan avergonzada en toda su corta vida!

—¿Quién ha osado hablar cuando estoy emitiendo una sentencia? —fue la respuesta ríspida en esa voz dulce, tan contradictoria para quien detentaba tales actos funestos.

Las miradas seguían fijas en la única irreverente que incluso dio dos pasos adelante levantando el mentón con rebeldía.

—¡Yo! Brunhilde, hija de Odín, valquiria y...

—¿Cómo osas dirigirme la palabra cuando ni siquiera eres una olímpica Brunhilde, hija de Odín? —la censuró tajante, pero al momento siguiente cedió—: ¿Acaso también existe un agravio en tu contra que haya sido perpetrado por un ser del Olimpo?

—Ah... —jugueteó con el cabello de la nuca—, pues... no —titubeó y se le encendieron los ojos de golpe—, pero usted me está agraviando a mí —tuvo la insensatez de señalar con el índice a la Gran Justicia.

—¿Cómo puedo ser yo la que te agravie a ti, Brunhilde, hija de Odín?

Al escuchar el reclamo de su hermana mayor, las dos Keres más obsesivas y territoriales detuvieron el festín de icor que lamían grotescamente del piso. Entre chillidos y protestas,  alzaron la cabeza dejando surcos con sus garras sobre el hielo y cual aves de rapiña, cayeron alrededor de la valquiria que las miró con el mismo gesto que se dirige a un ser ponzoñoso y mortífero.

—Pues está metiendo a la bolsa a Bóreasson, está dándoselo a esa Jötunn cuando nadie le pidió que lo hiciera, es decir, ¡ayyy...!

La Ker que estaba con Athena, imitó a sus hermanas y aterrizó tras la valquiria, se incorporó olfateando profusamente la nuca de Brunhilde, murmurando palabras que hicieron estremecerse a la otra, que apretó los puños para contener el desesperado impulso de escaparse del área de influencia de las diosas.

—¿Acaso no atendiste a los hechos que se mostraron por aquellas mujeres que se dicen völvas y justificaron las pretensiones de la Jötunn llamada Skaði? —musitó Némesis lacónica.

—Yo no estaba aquí cuando pasó eso, yo llegué cuando usted ya... —se interrumpió gimiendo de pavor al sentir el toque espantoso de esa Ker en su cabello, susurrando palabras escalofriantes en su nuca—, dígale a sus protectoras que me permitan expresarme o les partiré la cabeza como sigan acosándome.

—¿Cómo osas insultar a las grandes Keres, diosas de la muerte violenta?

Milo avanzó en dirección a Brunhilde con la intención de correrla del gran peligro. Temía que siedo la valquiria tan cabezota, no dudara en arriesgar la vida por defender a Camus, ese dios guerrero a quien el rubio llegó acá para salvar. Por desgracia, las Keres y el embrujo que envolvía a los presentes, hacían difícil actuar acertadamente.

Athena por su lado, sacó fuerzas de flaqueza. Aplastó su debilidad provocada por esta atmósfera desquiciante y llevada por su fuerza de voluntad o quizá, por su terquedad, alcanzó la mano de Milo negando imperceptiblemente con la cabeza. En silencio, le hacía hincapié en que ella se haría cargo. Después de ello, se adelantó dos pasos soportando la horripilante cosmoenergía de las Keres.

Era su deber como diosa: dar la cara antes de que una valquiria o un ex berserker fueran heridos. Se concientizó en sacar la casta y alzar la barbilla para encarar con sabiduría este mal trago.

—Señora Némesis, oh Gran Justicia —habló con voz rasposa por el estrés—, me postro ante usted solicitando su beatitud y le ruego encarecidamente que sea comprensiva con la conducta inapropiada de aquella que desconoce sus bondades y actúa instada por los sentimientos —carraspeó sacudiéndose a Fobos de encima para continuar—. Ruego a usted, que me permita establecer correctamente las pautas que Brunhilde, hija de Odín, le expone y tenga piedad por aquella que es ajena a nuestras costumbres.

En un santiamén, dos de las Keres abandonaron a Brunhilde. Una tomó lugar entre Dohko y Milo, manipulando las emociones de los dioses guerreros. La otra aterrizó al lado de Athena expandiendo esa cosmoenergía bestial y aberrante con la intención de hacerla flaquear o contradecirse.

La joven diosa se mordió el lateral de la lengua hasta probar el icor con tal de soportar la cruel embestida emocional y se concentró en llenar su mente de imágenes de Camus, de la tibieza de ese corazón que aparentaba frialdad hasta que alguien le hacía daño a Milo. En Camus sonriendo apretado tras una broma; en Camus analizando con ella el campo de batalla y demostrándole su aguda mente; en Camus contándole sobre Hiperbórea con ese brillo nostálgico en los ojos de rubí; en Camus solemne, pidiéndole que les ayudara a derrotar a Ceo.

—¿Y quién eres tú? —indagó Némesis con esa encantadora voz.

—Soy Athena, hija del padre de los dioses, el gran Zeus y de la prudente Metis —se presentó haciendo una reverencia educada y humilde, lo que pareció complacer a la Gran Justicia—. Se me entregaron los dones de la inteligencia y la guerra. Sin embargo, en esta ocasión hablo como una diosa preocupada por un aliado, un amigo. Hablo en favor de Camus, hijo de Poseidón y Quíone, quien en el pasado fuera mi protector y en virtud de su sacrificio hacia mi persona, es que me atrevo humildemente a abogar por él ante usted, Gran Justicia.

—Me gustaría escucharte Athena, hija de Zeus y Metis, señora de la inteligencia y la guerra, pero mucho me temo que no tienes interés legítimo en este asunto.

—¿Cómo dice —boqueó sin entender y tras carraspear, logró acomodar sus palabras para que fueran educadas al notar el rechinar de dientes de la indignada Ker que seguía sus pasos—, señora mía?  ¿Acaso no tengo la facultad de pedir que mi antiguo protector pueda volver al Olimpo?

—¿Acaso tu dios guerrero es aquél que se conoce en el Olimpo como Camus, también llamado en estas tierras, Bóreasson?

—N-no —respondió a duras penas, pues la Ker ya olfateaba su mejilla causando una sensación aberrante que la recorrió de pies a cabeza—. Camus ya no está bajo mis órdenes.

—¿Acaso es tu hermano o pareja? ¿Él te debe algo?

—N-no —apretó los dientes y los puños, la Ker había gruñido en su oído y despertado emociones extrañas, orientadas a la desesperanza, a la pérdida en batalla de Hasgard y sus temores sobre ese espantoso escenario. Sus piernas temblaron con el impulso irracional e instintivo, de salir corriendo de ahí.

Ahora entendía las palabras que hacían hincapié en el hecho de que nadie podía oponerse a Némesis y mucho menos, mentirle. La cosmoenergía de Athena era rasgada por la Ker y sacaba a flote sus más recónditos secretos y sólo tenía encima a una de ellas. No quería imaginar el escenario en que las tres fueran tras su estampa. 

Ni siquiera podía jugar con la verdad porque la promesa que la relacionaba con Camus la obligaba a ella y no al revés.

—Entonces pequeña Athena, hija de Zeus y Temis, careces de interés legítimo para tomar la palabra a favor de Camus o Bóreasson, progenie de Poseidón el dios del mar y Quíone, la Olvidada.

Athena sintió el mundo caer a sus pies, si Némesis la desestimaba por no ser alguien importante en la vida de Camus, significaba que pocos eran los que podrían abogar por él.

—¡Yo soy su ex novia y le amo todavía! —bramó la valquiria escapando, a base de terquedad, de la influencia de la Ker que la perseguía.

—Ex novia no es lo mismo que actual pareja —aclaró Némesis tajante.

La diosa de la inteligencia notó la desesperación de Brunhilde, pues ella misma compartía esa emoción. Sus ojos rodaron hacia Bóreas y lo vio aún sollozando en el piso, destrozado como nunca lo vio antes.

—Bóreas es su abuelo, Bóreas puede defenderlo —intentó por esa vía.

—No, Athena, diosa de la inteligencia —acotó la Gran Justicia—. Bóreas, el Viento del Norte, ha perdido su facultad de exigir cualquier derecho sobre aquél que fue su nieto, desde el momento en que Quíone, la olvidada, lo despreció.

—¿Quíone despreció a Camus? —repitió asombrada.

—No sólo lo despreció, también intentó matarlo. Ese delito le quitó los derechos sobre Camus, también llamado Bóreasson —aclaró Némesis con tono neutro, como si estuviera hablando del clima—. Por eso el castigo de Quíone, la olvidada, al haber atentado contra su hijo Camus y ser la principal incitadora de los Aesir e Hiperbóreos para matar Skaði, la Jötunn, entre otros delitos, fue penetrar en el Olvido.

—¿Y el de Bóreas? ¿Cuál fue su castigo? ¿Solamente perder los derechos sobre Camus? —indagó por inercia, pues en realidad no quería saber esa respuesta.

—Soy una diosa justa que ve en el interior de las cosmoenergías de los culpables. Mi poderoso hermano Moro, dios del Destino Mortal, me dio la facultad de encontrar en cada uno de los acusados, su mayor temor. El de Quíone, la olvidada, era desaparecer, pero el de Bóreas, el Viento del Norte, era ver morir a su hija y perder a su nieto Camus, también llamado Bóreasson. Con la muerte de Quíone, se ha cumplido a la vez mi sentencia contra Bóreas, por haber atentado contra Skaði, la Jötunn, hasta casi lograr la destrucción total de la última e ignorar al que fuera su nieto cuando en peligro mortal se encontraba.

Athena desvió la mirada de nueva cuenta al Aquilón, esta vez pudo vislumbrar una figura agazapada tras él, oculta entre las desplumadas alas, mordiendo la nuca del dios del invierno, succionando el líquido dorado y bendito de la herida. Fobos rasguñó cada parte de su corazón y provocó que su labio inferior temblara incontrolable al ver las lágrimas de icor que recorrían las mejillas hirsutas de un dios que había envejecido tremendamente en menos de unas horas.

—A-Ate... —susurró con repelús.

La diosa de la fatalidad, aquella que nacía del hybris y de las acciones irreflexivas producto de este delito, se alimentaba de Bóreas. Ella, de cabellos cenizos, ojos que emanaban un fuego inmisericorde, complexión robusta y un semblante tan duro que parecía forjado en granito consumiría al Viento del Norte hasta no dejar de él ni una brisa. 

Athena recordó lo enseñado por su padre: que Ate siguiera los pasos de un dios era mucho peor que caer en el Olvido, pues el desdichado bien podría enloquecer para siempre.

—Así es, ella impartirá el resto del castigo de Bóreas, el Viento del Norte —explicó paciente Némesis—. Ella es la que le infligirá dolor y lo atormentará, pues debes saber que el hybris lleva a la muerte en el caso de Quíone, la olvidada, o bien...

—A la perdición —completó Athena despavorida—, pero... pero... señora mía, ¿se ha dado cuenta del gran desbalance que ha causado en el mundo con este castigo?

—¿Y qué es el balance sin justicia?

—¿Y qué es la justicia sin balance? —contraargumentó Athena—. Ha incapacitado a dos dioses importantes, a los que traen las estaciones. ¿Qué sucederá en el siguiente ciclo cuando Démeter se aleje porque su hija vuelva al Inframundo? ¿Cómo se renovará la tierra?

—Eso debieron pensar Quíone, la olvidada y Bóreas, el Viento del Norte, antes de dejarse tentar por el hybris. Mi sentencia ha sido ejecutada y no hay nada que puedan hacer al respecto.

—¿Y Camus? ¿Camus será entregado a ella? —señaló inconscientemente a la Jötunn—. ¿Bajo qué argumento? ¿Cómo puede ser que una gigante de hielo tenga más derecho que nosotros, los olímpicos, sobre un dios guerrero?  ¡¿Cómo puede ser que ella tenga más derecho sobre Camus, que el mismo Camus?!

Némesis pareció molestarse por las preguntas que le hacían y volteó hacia las dos Keres que abandonaron a sus presas para lanzarse contra la joven diosa, haciéndola objeto de oleadas de cosmoenergía violenta hasta tenerla de rodillas.

—La próxima vez Athena, hija de Zeus y Metis —susurró con fastidio la Gran Justicia—, llega temprano a mi juicio. Así me evitarás el tedio de explicarte cada parte de él y en qué motivaciones y fundamentos doy sustento a mis sentencias.

Dohko actúo de inmediato: se interpuso en el camino de las Keres en pos de proteger a la diosa Athena y pagó cara su osadía. Dos de ellas se le echaron encima como bestias desequilibradas, rasguñando y mordiendo cada parte de él. 

El icor manchó el blanco piso de los Jardines de Hiperbórea, Athena percibió que le fallaban las fuerzas para recuperar la vertical y el motivo recaía en que Fobos había cedido su lugar a Deimos y el gran dios del terror se dejó sentir en el terreno haciendo más pequeño el sitio, incrementando la sensación de ahogo en ella.

Athena tuvo un espacio ínfimo para alcanzar a Dohko y lo aprovechó para cubrir a su guardián con su cuerpo, elevando su cosmoenergía en un afán precario y casi fútil de aliviar el tupido ataque de las Keres y Deimos, sin embargo...

La entrega de su icor a Krest la dejó en el borde del precipicio. La diosa empezó a perder la batalla y a sabiendas de que una acción violenta podría generar que Némesis la castigara por oponerse a las Keres, invocó a la Victoria.

Si tenía que combatir al séquito de la justicia con el afán de proteger a Dohko y asegurarse de que Camus tendría una oportunidad para ser libre...

No dudaría en esgrimir a Nike contra Némesis y su séquito.



https://youtu.be/EJC-_j3SnXk


Entre los aesir, valquirias, völvas e hiperbóreos distribuidos a lo largo del gran jardín cubierto por nieve, escarcha y hielo; se discernía la incomodidad y el anhelo frustrado por escapar del lugar.

Para los Aesir en específico, Némesis era la inigualable representación de la tragedia olímpica mezclada con la sátira y ninguno quería ponerse en medio de esta refriega sedienta de icor, por la creencia fundada de que podrían convertirse en uno más de los acusados. Con el mero hecho de ver el comportamiento de la Justiciera del Olimpo, notaban la presencia de un dios antes desconocido para ellos: Fobos.

Ni siquiera Odín o Thor fueron testigos en sus grandes batallas, de una tensión tan estresante que les dejara los vellos de punta. Los Aesir se dieron cuenta con mucho dolor e infinita vergüenza, que hablaron en voz alta antes de pensar, puesto que al exigir la presencia de Némesis, desataron una escena horripilante jamás imaginada y fueron los causantes indirectos de la muerte de Quíone y la pérdida del entrañable amigo Bóreas.

Quizá debieron resolver las cosas entre ellos, sin abrir esa puerta que el mismo Bóreas temía, pero la presencia de la Jötunn les privó de la coherencia y ahora estaban metidos de cabeza en una situación de la que no veían forma de calmar o peor aún, de ayudar a Bóreas quien, bien o mal, había derramado icor a su lado.

Para colmo de males, además de la presencia de Némesis y sus hermanas las Keres, se agregó a este fastuoso elenco provenido de la perversidad absoluta: Ate, la diosa de la fatalidad con el único objetivo de castigar a Bóreas.

Y también, con tanta incertidumbre y espanto de los testigos, fue ineludible atraer como aves de carroña hambrientas al festín irresistible, a los invencibles Fobos y Deimos, los dioses del miedo y del terror.

Sin embargo, de esta atmósfera que hacía mella en los demás y les impedía realizar un paso en ayuda de los ahora desvalidos, emergió cual ave fénix, un insignificante y diminuto ser de cabellos de oro, ropajes nacidos en el mismo Inframundo y una mirada que podría derretir los hielos perennes.

Él, de entre todos los testigos, era portador de un fuego que lo incitaba a guerrear hasta su último aliento.

Por ende, se transformó de un pequeño dios guerrero a un impresionante coloso y se alzó en toda su altura a pesar del cruel peso que depositaba en su estructura Deimos, aquél que en cuanto notó su llegada a través del portal de Krest y lo vio intentar ayudar a la valquiria, lo atacó sin misericordia olvidándose de los lazos de sangre, con tal de vengarse de lo sucedido en el templo de Ares.

Ese sujeto era Milo, quien rechinó los dientes y su pie se adelantó ante los demás que, enmudecidos, presenciaban esta afrenta descarada contra la pequeña Athena, quien recibía el ataque de las Keres por ir en contra de la sentencia que decidía el destino de Camus, el que por voz de la Gran Justicia, se convertía en propiedad de la Jötunn más despiadada e imparable de las Eddas.

Un primer paso dio lugar a otro. El golpe de sus botas contra el hielo resquebrajó la quietud pasmosa y aterida del poderío de Fobos, pero todavía no era suficiente para apagar los gritos de las Keres que intentaban en vano llegar a un Dohko malherido, pues Athena lo mantenía oculto bajo los delicados brazos evitando más daño a su guardián, en el afán de ser ella la que pagase por las consecuencias de sus actos, tal y como correspondía.

Los tacones metálicos se hundieron con más fuerza llegando a la piedra. El sonido de ese acto de pura fuerza de voluntad, dio origen a una irresistible atracción visual. La figura del ex berserker obtuvo el depósito de todas las miradas de los presentes, excepto de aquella que mantenía el velo sobre los ojos, pero aún bajo éste podía distinguir la realidad a través de las cosmoenergías.

Milo había soportado con vigor los embates de la atmósfera creada por las Keres y de sus hermanos Fobos y Deimos; la intimidante presencia de Némesis, pero más que eso, la cosmoenergía de esa Jötunn que con una sola mirada polar, podría generar un entumecimiento masivo y una hipotermia que contagiaría una constipación descomunal.

Sin embargo, el rubio ya estaba acostumbrado al frío proveniente de un pelirrojo y aunque no podía compararse con el elemento de esa gigante de hielo, ninguna de las triquiñuelas de ésta, lo haría retroceder ni un ápice.

—N-no... no lo acepto. ¡No es justo! —bramó herido hasta lo más profundo, aquél que se convertía en un hijo de la locura y el desacato—. Tal cual dijo la señorita Athena: ¿Dónde está Camus para aceptar o rechazar esta sentencia?  ¡No es un perro para entregarlo al enemigo cual regalo de compensación por las ofensas de Quíone!

Esas palabras hicieron una reacción en cadena en el otrora orgulloso Bóreas, quien había permanecido atareado, rasguñando los resquicios de lo que fuera su hija, de esa nieve que se derretía al compás del paso de Cronos y desaparecía para nunca más hacer presencia en el mundo.

El dios cuyas alas huesudas y desplumadas eran una oda tangible de lo terrorífico que resultaba oponerse a la Justicia, jadeaba y gemía un dolor que podía palparse con sólo alargar las manos.

Se encontraba sumergido en el ojo de un huracán desesperanzador, que rasgaba cada parte de la serenidad que en el pasado, lo mantenía cuasi frío y ecuánime. Ate seguía tras de él, mordiendo la nuca, succionando el icor para debilitar la cosmoenergía del Viento del Norte. Sin embargo, esa voz inyectada con la indignación e impotencia, penetró la gruesa oscuridad de locura y aflicción. Tan así, que le llevó a alzar el rostro envejecido prematuramente por el desarrollo del juicio.

Lágrimas de icor recorrían las gruesas mejillas perdiéndose entre los enredados vellos de la canosa barba, creando riachuelos que desbordaban en la mandíbula y morían al golpe con el piso. Gotas de saliva resbalaban por sus comisuras con cada berrido y gruñido que emitía por boca, lacerando al paso del aire la tierna piel de la tráquea.

El reclamo de Milo levantó del piso a Bóreas y todo aquello que conformaba su cosmoenergía, esos vientos aterradores y violentos, se levantaron alrededor formando un sólido anillo, nutrido por la rabia y la desesperación de ver morir a la única niña que hubo procreado.

—¡Camus no va a ser entregado a esa maldita! —aulló el viento que era la voz misma de Bóreas llegando a los oídos de los presentes y más allá, hasta donde los ausentes pudieran percibir su cosmoenergía—. ¡Perdí a mi hija, no perderé a mi nieto!

Se alzaba de nuevo gigante, imponente, pero un revés de mano fue suficiente para hacerlo caer al piso de rodillas, con las alas quebradas en múltiples pedazos y la piel en carne viva. Tal era la fuerza de su verdugo.

—Nadie te dijo que tenías derecho a manifestar tu desacuerdo, Aquilón —susurró tras él la misma Ate, a quien la compasión por el dolor hecho carne en el dios alado le era muy indiferente—. Vuelve a hablar y te arrancaré las cuerdas vocales —amenazó liberando su cosmoenergía para sumergir más hondo a Bóreas en esa inmundicia nutrida con la culpa y la desesperanza

Al mismo tiempo, Milo percibió un insignificante cambio en la atmósfera: su alma fue vista desde el inicio de su existencia hasta el día de hoy, calando sus puntos buenos y malos, siendo enjuiciado de tajo y sin consulta previa, por la divinidad ciega que permanecía en la estancia.

—¿Quién eres tú para levantar la voz ante MI presencia y negar mi juicio? —reclamó la única que mantenía la compostura y la indiferencia, pues la Justicia dista de ser salvaje y pasional. Se conforma con la ejecución limpia y tajante de las sentencias tras analizar los hechos y los considerandos de un reclamo.

Al escuchar la voz de la Gran Justicia, dos de las Keres reaccionaron en consecuencia, abandonando el ataque a Athena con la intención de llegar a Dohko para hacerlo pedazos. Fue así que se desplazaron a la velocidad de la luz y rodearon a su nuevo objetivo con celeridad.

Sólo una Ker permaneció al lado de la pequeña diosa para mantenerla bajo control, expandiendo su cosmoenergía con tal de que ella y su guardián no pudieran levantar las cabezas.

—Soy uno de los que tiene mejor derecho para presentarme ante Usted y abogar por Camus —argumentó Milo con fuerza observando a Némesis, sabiendo que se jugaba el pellejo en caso de cometer un solo error, pero tenía que hacerlo, debía pelear por Camus como su pelirrojo peleó tantas veces por Milo. Se lo debía, se lo debía a aquél a quien más quería a su lado—; y como tal, tengo derecho a manifestar mi completo desacuerdo y solicitar que haga una revisión exhaustiva del caso que Usted sentencia desfavorablemente. Basta con hacer hincapié en que las pruebas han sido procuradas por alguien que no le ha mostrado todo el panorama.

—¿Acaso insinúas que MI justicia es parcial y manipulable?

—¡Lo afirmo! —bramó el rubio poniendo un pie tras otro, ignorando los gritos y gruñidos de las Keres que hacían temblar las piernas de cualquiera, hasta de la mismísima Athena. Desdeñando la cosmoenergía combinada de sus hermanos Fobos y Deimos tan bien conocida después de compartir tantas batallas, pues el mismo truco no funcionaba dos veces con un dios guerrero—. Camus no puede ser entregado a esta... esta... cosa —señaló a la Jötunn—. No sin escuchar lo que Camus tiene por decir.

—Camus, también llamado Bóreasson, no es parte en este juicio...

—¡Lo es! —afirmó vehemente, mostrando su completo desacuerdo—. Si no lo fuera, ¿qué haces entonces entregándolo como a un perro?

—Es derecho de Skaði, la Jötunn, conservar a Camus, también llamado Bóreasson, debido al pacto que estableció con Quíone, la olvidada...

—¡Derecho mis pelotas! —graznó iracundo.

—¿Cómo osas decir tremenda irreverencia, insolente? —la dulce voz varió unas micras y se engrosó sonando sutilmente alterada dejando notar que era una sentencia de muerte seguir por ese derrotero.

—Me atrevo porque tú misma estás diciendo que Camus puede ser conservado por esta cosa y te contradices diciendo que él no es parte del juicio —era tanta su vehemencia e indignación, que olvidó el trato distinguido que le daba a Némesis y la empezó a tutear—. ¡Por supuesto que lo es y tiene derecho a manifestarse!

—¿Y quién eres tú, quien dice tener derecho para abogar por Camus, también llamado Bóreasson, progenie de Poseidón, dios de los océanos y Quíone, la olvidada? No eres un dios mayor, por lo que Camus no te debe fidelidad, tampoco puedes ser su hermano porque Quíone sólo tuvo un hijo.

—Camus es mi pareja —acotó Milo con rapidez—. ¡Dijiste que sólo un hermano, una pareja o un dios al que sirviera podía abogar por él!

—Y es así, pero deberías hablarme con respeto y al menos, tener la decencia de presentarte.

—Respeto a quien respeto mere... —calló al sentir las garras de una Ker hundirse en su hombro con sadismo—. ¿Cómo... quieres que... hablemos si... tus bestias nos... destrozan?

—No lo harían si tu corazón fuera firme.

—Si me permite, Gran Justicia —pidió la palabra la única que había mantenido el silencio: Skaði plantó los ojos en los que habitaba el invierno sobre la figura del rubio—. Aquél que los olímpicos llaman Camus me comentó que había terminado su relación con este dios guerrero, porque tú eres Milo, ¿no es así?

—¡Terminamos mis pelotas! —reaccionó iracundo—. ¡Tú lo controlas como un títere para que haga lo que tú quieres! ¿Cómo puede ser que él termine conmigo y de inmediato venga a buscarte arriesgando todo en su vida?

—Aquél que los olímpicos llaman Camus terminó contigo ¿sí o no? —insistió la Jötunn.

Némesis esperó la respuesta. Milo frunció los labios con impotencia y resistió una vez más la oleada desquiciante y combinada de las Keres que lo seguían como presa herida, así como de sus hermanos Fobos y Deimos que ansiaban verlo morder el polvo.

—Él me sigue amando por más que tuviéramos una pelea de enamorados...

—¿Y tú lo amas? —le desvió la conversación hábilmente Skaði.

—Eso no te incumbe a ti —respondió tajante sacudiéndose a las Keres, dando varios pasos al frente para evitar la influencia de éstas.

—A mí puede que no —concedió la Jötunn con ánimo helado hasta que una pequeña elevación de la comisura derecha indicó que le ponía una trampa—, pero me parece indispensable de manifestar porque si tú no lo amas, eso no es una pareja —finalizó con ojos brillando como diamantes.

—Ese es un buen punto —manifestó la dulce voz de Némesis—. ¿Camus, también llamado Bóreasson es amado por ti Milo, hijo de Lamia y Ares?

El rubio contuvo la arcada que le generó la pregunta, por eso había manipulado las palabras para ir por un sendero diferente, queriendo zafar a este escenario en el que su respuesta podría ser el final para su adorado Camus debido a la maldición de Hera.

Bajó la cabeza apretando las manos con impotencia. Las Keres gruñeron, susurraron a su oído, rasgaron las prendas que no estaban protegidas por la Surplice. Sus hermanos lo atacaron con todas las fuerzas que habitaban en sus cosmoenergías y a Milo se le encogió el estómago. 

El rubio blasfemó en su mente, con el corazón acelerado y la respiración errática temiendo no ser suficientemente fuerte para resistir estos embates.

De manifestar en voz alta la verdad, podría matar a Camus. De negarlo, Némesis lo mandaría al Jötunheim con esa gigante.

Estaba en una encrucijada.

Además, ¿lo amab...?

¿Lo amab...?

Blasfemó mentalmente, ¡¿por qué ni en su mente podía completar esa palabra?!

—Y-yo lo quiero más que a mi propia vida...

—Querer no es amar —sostuvo Skaði—, se quiere a cualquier persona, pero sólo se ama a aquél con el que se desea compartir la vida. Yo amo al que ustedes llaman Camus.

—¡Mentira!

—No se trata de mis palabras, a finales de cuentas yo ya demostré mi interés legítimo en esta lid —le contradijo la Jötunn—, sino de demostrar el tuyo como ¿pareja? del que ustedes llaman Camus. ¿Estoy en lo correcto, señora Némesis?

Milo sintió el impulso de soltar un bofetón a esa que metía cizaña. La mano le hormigueó y si bien la levantó, fue por dos centímetros y la bajó inquieto porque esa maldita lo estaba metiendo en una red de disensión en la que no tendría escapatoria ni final.

—Es correcto Skaði, la Jötunn. Es tu interés legítimo en este asunto lo que está en entredicho Milo, hijo de Lamia y Ares.

La Jötunn le dedicó una mirada cargada de significados y entre ellos, parecía habitar el brillo de la venganza y el cobro de una gran afrenta.

El ex berserker aspiró profundo hinchando sus pulmones, buscando a toda velocidad una respuesta que no le separara de su pelirrojo.

—Camus es la persona más importante en mi vida —repitió con la intención de darle un giro al asunto, mientras las Keres gritaban y le alborotaban las ideas medio construidas en la mente—. Camus es mi hogar, el único ser con el que puedo ser yo, con el que puedo sonreír y aceptar que la vida tiene sentido.

—¿Lo amas o no? —presionó Skaði.

—¡¿Por qué es tan importante decir esas palabras?! —estalló desesperado, angustiado, acorralado. Sacudió la cabeza, con una vorágine de emociones entremezcladas que combatían en su interior y se sobredimensionaban con el poderío de las Keres y sus hermanos—. ¡Es LucyRo! ¡Es mi LucyRo! —gritó exasperado—. ¿Acaso hay algo más importante que eso?

—¿Lo amas o no?

—¡Vete a la mierda, no tengo por qué decirte eso cuando no hay nadie más que quiera a mi lado, que...! —sacudió la cabeza—. ¡Estoy aquí por él!

—¿Lo amas o no?

—¡Estoy aquí por él, maldición! —insistió errático—. Combatiendo a las Keres, a mis hermanos, a Némesis, a ti. ¡Me enfrenté a mi padre por él! ¿Cómo más puedo demostrar lo que siento por él? ¿Cómo puede ser que sólo esas dos palabras puedan ser la única forma de hacerles ver lo que siento por LucyRo? ¡Es mi LucyRo!

—¿Qué es LucyRo? —indagó Némesis con voz dulce—. ¿Por qué tanto hincapié con esa palabra?

—Es trascendental a mi constitución, a mi naturaleza —defendió impetuoso—. Es lo único que recuerdo del vientre de mi madre, el único gesto de amor que tuvo hacia mí, antes de que todo se destruyera. Ella me prometió que las luciérnagas me reconfortarían cuando la tristeza me acosara, que me impulsarían en mis momentos de mayor estrés, que se reirían conmigo en mis alegrías, que me iluminarían donde Nyx me envolviera, que me acompañarían por el resto de mi vida y en esa tesitura, el único ser que supera a las luciérnagas, es Camus... es mi luciérnaga de cabellos rojos y ojos como los rubíes, es mi LucyRo... ¿Por qué he de perderlo? ¡Es mío! —bramó con ardor.

—Los olímpicos siempre creen que todo es de su propiedad. Aquél que llamas Camus no es tuyo, no es un objeto al cual poseer.

—¿No te mordiste la lengua, gigante del Tártaro? —siseó histérico—. ¡Tú eres la que intenta poseerlo, que procura la propiedad sobre él!

—Él es mío, lo ha sido desde antes de su nacimiento, es mío de formas que un ser como tú jamás podría comprender —sentenció con una fuerza inamovible.

—¡Patrañas! Si tanto dices que no es de mi propiedad, tampoco es tuyo.

—Ese no es el punto, Milo. El punto es, ¿lo amas o no?

—La puta madre que te parió, maldita desgraciada, ¡¿CÓMO VAS A ENTENDER QUE DOS PALABRAS NO, NO, NO, ¡NO! DEFINEN LO QUE SIENTO?! —recriminó con su cosmoenergía elevándose, apretando los puños para no darle un golpe ahí mismo.

—Dos palabras definen tu postura en este juicio, no soy yo la que lo dice, es tu señora Némesis —susurró con discordia disfrazada de ecuanimidad.

—¡Camus es MI pareja! Es mío, cada pequeño pedazo de él, cada mota de tinta que decora su dulce epidermis en forma de pecas cual trazo de una musa halagando su piel, esos ojos de rubí que brillan emocionados al verme, los cabellos de fuego que tan suaves al tacto son y se despliegan lánguidos en mi almohada, las sonrisas tímidas que se acompañan con el rubor de sus mejillas, el aire helado que adora y extraña cada verano, la voz barítona que susurra mi nombre enamorado, cada pequeño atisbo de él, cada partícula de su cosmoenergía, es mía porque él así lo quiso. ¡Es mía! ¡Camus es mío! ¡Es mi pareja, es mi hogar, es mi LucyRo! ¿Acaso no entiendes mis palabras? ¡Camus es para mí, está hecho para mí!

—Sólo veo posesividad y celos, sólo veo perversidad porque hablas de un Camus al que según tú es tuyo, es tu hogar, es para ti, pero olvidas que lo traicionaste, que le diste la espalda en el monte Parnaso, cuando le hiciste creer que ibas a matarlo y el muerto fuiste tú. Ahí lo dejaste abandonado a su suerte, sufriendo y llorando. Si no fuera suficiente, después le echaste en cara que se había acostado con tu padre Ares, pero jamás le diste oportunidad a que te explicara que el mismo Ares fue el que lo violó.

—¡Y me arrepentí al poco tiempo de haberme ido, maldición! —le interrumpió gimiendo presa de la ruina y la fatalidad—. Me di cuenta de que fui un bastardo y desde entonces, estoy haciendo todo lo posible para recuperarlo.

—Recuperarlo... —repitió Némesis con voz dulce—, no se recupera lo que se tiene, se recupera lo que se perdió.

Milo sintió que el piso se abría ante sus pies y lo engullía por completo. Sus ojos se abrieron cuales puertas sin goznes y se le quebró la voz. Sentía que el mundo giraba a su alrededor y tarde, muy tarde, se dio cuenta de que había caído en la trampa de esa Jötunn.

Le había llevado con cuidado, paso a paso a que aceptara la verdad, ayudada por las Keres, por Fobos y Deimos, hasta por la misma Némesis.

Su cuerpo se debilitó, su respiración se cortó de tajo, su corazón se llenó de dolor y angustia.

—Ante la confesión de Milo, hijo de Lamia y Ares, lo desestimo como pareja de Camus, también llamado Bóreasson, pues sus dichos que se toman como prueba contundente, dejan en claro que ya no tiene ese carácter, ya no es pareja de aquél que correctamente juzgué y por ende, será entregado en este mismo momento por mi voz y sentencia a Skaði, la Jötunn, para que...

Lo había perdido, por su propia voz, por sus propios actos, por su propia indiferencia a ese dolor inconmensurable que Camus sintió aquella vez, en el templo que le servía de hogar y que él no supo identificar, comprender y consolar.

—N-no... —sollozó con lágrimas de icor resbalando por sus mejillas, gotas doradas que jamás sintió que se desprendían de sus ojos—. N-no...

Lo entregó a esa Jötunn, pues en el instante mismo que renegó de él y lo acusó, Camus se dejó apresar por la locura que ahora mismo le estaba pasando factura a él y lo obligaba a seguir llorando. Su Camus se había roto, cayendo en las garras de cualquier cosa que esa gigante hizo con él, pasando del rojo verano al azul invierno. Se le congeló el corazón a su LucyRo, todo por... su culpa.

—...decida el lugar en su existencia y si desea conservarlo en el Jötunheim...

Lo perdía, Camus se alejaba de él. Esas sonrisas tímidas que fueron extendiéndose al paso del tiempo y la confianza, ese rubor en las mejillas inherente a su pasión desbordada en el lecho, la piel adornada con tantos pequeños puntos que Milo tardó horas besando y contando, la voz barítona y suave que gemía su nombre, el brillo de sus ojos al sentir el orgasmo...

Lo perdía, lo perdía.

—N-no...

¿Y qué sería de él? De Milo que no sabía vivir sin Camus, que no distinguía el sabor de las manzanas si no era a su lado o sabiéndolo esperando paciente; que no divisaba los colores del cielo porque el mundo era gris sin él; que no disfrutaba de los olores del viento porque todo era podredumbre sin él; que no sentía calor si no provenía de su pelirrojo amante del hielo...

No sabía vivir sin él.

No quería vivir sin él.

—...será respetado. Por mi voz,...

¿Tendría que verlo partir para no volver? ¿Aceptar que Camus se fuera a un mundo frío, helado, al que Helios no accedía y debido a eso, que jamás volviera a ver las luces del amanecer que tanto le gustaban?

¿Sería capaz de resignarse a perderlo y que tuviera otra vida con esa gigante? ¿Que ella disfrutara de los besos, las caricias y abrazos que reconfortaban con un solo roce? ¿Podría permitir que ella ganara? ¿Que ella se lo llevara? ¿Que ella lo sepultara en esa prisión de hielo a la que Milo jamás podría llegar?

¿Podría resignarse a perderlo para siempre?

¡Esto era mil veces peor que verlo morir!

¡Por eso lo traicionó en el monte Parnaso, impotente ante la idea de verlo perder la vida!

¡No, no, su Camus no... No, no, él no!

—¡NO! —bramó acumulando su cosmoenergía en una uña que creció hasta formar el tamaño de una aguja escarlata, apuntando directo al corazón de Skaði—. ¡Tú no te lo llevas, hija de puta! ¡No te lo permitiré! ¡Aguja Es...!

De tajo, su cosmoenergía desapareció producto de un impresionante puñetazo que le asestaron en la mandíbula y lo llevó a impactarse contra uno de los muros del Jardín de Hiperbórea haciéndolo añicos, levantando hielo y polvo que lo cubrieron de pies a cabeza.

Aturdido, se encontró con la cara metida en el hielo, pues la nieve se había derretido después de la muerte de Quíone. Rasguñó el piso, aunque sus manos se llenaran de escarcha y dolor por la quemadura de frío. Se hincó gimiendo, berreando, con lágrimas de icor cual ríos corriendo por sus mejillas.

Ahora sabía lo que sentía Bóreas, pues haber perdido así a quien era parte trascendental de su vida, lo hacía mil veces peor.

¡Pero era su culpa! 

Camus se iba con la gigante por su culpa, por la de Milo, por sus estupideces, por hablar sin pensar, por dejarse llevar por la rabia y la locura en lugar de cuidarlo, protegerlo y ampararlo.

¡Estaba maldito por él mismo! No necesitaba la maldición de Hera, Milo hacía realidad sus peores temores por idiota, su peor pesadilla se hacía realidad.

Sin embargo, no iba a quedarse tranquilo. Oh no. Si no mataba primero a su enemiga mortal, dejaría de llamarse Milo.

—¡¿Estás loco?! —berreó Brunhilde llegando hasta él al siguiente segundo, lo tomó por los laterales de la surplice y lo agitó con vehemencia—. ¿Acaso olvidaste lo que dijo Manigoldo? ¡No puedes usar tu cosmoenergía! Y mucho menos para atacar a esa Jötunn, ¡reverendo imbécil!

Sacudiendo la cabeza para organizar sus ideas y alejar esas luces que veía producto del impacto, Milo empezó a levantarse escupiendo a su lado una masa de icor, saliva y un pedazo de muela. La valquiria pegaba como mula.

—¡No te entrometas, Brunhilde! Voy a matarla ahora mismo y así, Camus va a quedar libre de ella.

—¡Que no, idiota!

La valquiria hacía lo que podía para detener a Milo, pero fue innegable que las fuerzas de Brunhilde eran insuficientes para el ardor que residía en el interior del cosmos del ex berserker, que se rebelaba y se alzaba de nuevo para ir en contra de aquella que le estaba dejando desnudo, desamparado, sin Camus, sin su LucyRo.

—¡Yo invoco a Poseidón! —se oyó la voz firme de Athena en medio del caos, quien lograba alzarse soportando, gracias al ejemplo de Milo, la cosmoenergía combinada de las Keres y de los gemelos Fobos y Deimos—. Yo te invoco, Poseidón, dios de los mares, señor y amo de las marinas para que te presentes aquí, ante mí —ordenó llena de vigor y brío, confiando en que su tío le escucharía y acudiría a su llamado.

—¿Poseidón, hijo de Cronos y Rea, el dios de los mares y Agitador de la Tierra? —inquirió Némesis sin comprender del todo.

Milo mismo estaba azorado por semejante locura. ¿Qué estaba pensando Athena?

—Sí, mi señora. Camus es una marina, su señor jamás le liberó de su juramento —habló Athena guardando su pánico por tener frente a ella a esos dioses que sólo conoció por los libros y a los que nadie, ni Shion o Dohko, su padre o su madre, la prepararon para los efectos que producían en sus instintos—. Por ende, Poseidón es el único que puede objetar en contra de su sentencia. ¿Es correcto?

Milo sentía la bilis subir por su garganta y acumularse amarga en su boca. ¿De todos los dioses que Athena podía convocar, tenía que ser ese hijo de puta que jamás se preocupó por Camus?

¿Cómo esperaba la diosa que el bastardo de Poseidón intercediera por Camus?

¿Cómo?

—Sí, en caso de que Poseidón, hijo de Cronos y Rea, dios de los mares no haya liberado a Camus, también llamado Bóreasson, de su servidumbre, es él quien tiene el interés legal para solicitar un cambio en la sentencia, pero sólo en el carácter de regente de Camus, pues perdió el derecho de pedirlo como padre...

Las palabras de Némesis quedaron interrumpidas al percibir que se acercaba rauda una cosmoenergía tan gigante como los océanos. La Gran Justicia dirigió la cabeza hacia el sur, en tanto que Milo lograba liberarse de Brunhilde e iba belicoso hacia Athena.

—¿Cómo se te ocurre llamarlo a él? —vociferó violento olvidándose de las formalidades en este instante donde perdía los estribos—. ¡Él no va a hacer nada por Camus!

—Es la única posibilidad —susurró Athena preocupada, relamiéndose los labios—, en caso de que él no quiera, necesito que me ceda sus derechos sobre Camus y con eso, podría tener la oportunidad de que Némesis me oiga.

—¿Crees acaso que él va a ceder sus derechos sobre Camus? ¡Por favor! Ese bastardo no hace nada bien y ¡mucho menos por Camus!

La plática histérica y acelerada culminó a la llegada del dios de los mares: Poseidón apareció en los Jardines de Hiperbórea y su simple presencia alebrestó las aguas contenidas en el hielo que presionaron y rompieron sus cadenas. El agua de las fuentes brotó y de las nubes, un manto de lluvia dotó de un poco de paz y alivio a los congregados.

El hijo mediano de Cronos sostenía el tridente que lo caracterizaba en la mano derecha y lucía soberbio las escamas que lo protegían durante las batallas. Ante la majestad que irradiaba, Fobos y Deimos se relegaron a una esquina oculta de su tío abuelo. El océano contenido en esos ojos recorrió el escenario y se detuvo en su sobrina.

—¿Qué es esto, Athena? ¿Por qué me convocas a un sitio en el cual no quiero estar?

—¡Te lo advertí! —bramó Milo iracundo señalando a la diosa con un dedo acusador—. ¡Ése no es bueno para ayudar a nadie!

—Consideraría Milo, que te calles la boca o te la llenaré con agua hasta ahogarte —sentenció el dios de los mares con incordio.

—¿Entre tú y cuántos más? —volteó intransigente a encarar al otro con el fuego que podría evaporar el agua de los mares—. Estoy harto de que siempre desprecies a Camus, ¡es tu hijo, por todos los hecatónquiros!

—Era su hijo... —opinó Skaði con cizaña.

—Que... ¿qué? —eso atrajo la atención del dios de los mares, quien olvidó por un momento a la Jötunn—. No voy a entrar en detalles. No sé quién eres, ni me importa. Sin embargo, abstente de decir cualquier mentira en mi presencia. Es más, no hables si no te lo autorizo.

—Gobernarás los mares, pero no mis dominios.

—¿Tus dominios? Esto es Hiperbórea y está regida por Bóreas, el Viento del Norte —hizo hincapié con impaciencia—. ¿Y ésta quién es? —le preguntó a Athena señalando a la Jötunn con el tridente.

—Ella es Skadi, una gigante de hielo y la Gran Némesis le ha entregado en propiedad a Camus —dijo de corrido aprovechando el momento, para ver si el otro se movilizaba.

—¿Le ha entregado qué? —cuestionó incrédulo.

—Me ha entregado aquél al que ustedes llaman Camus —le afirmó la Jötunn.

—¿Y bajo qué argumentos te lo concedió? —cuestionó y los ojos del océano colisionaron con los del invierno.

—Bajo el concepto de propiedad, por supuesto.

—¿Propiedad? —se mofó—. ¿Qué desayunaste para alucinar semejante estupidez?

—Ni es por desayuno, ni es por estupidez. Quíone me lo entregó antes de nacer y por esa sencilla razón, es mío.

—¡Quíone podrá contarte lo que se le ocurra en esa cabecita hueca, pero Camus también es mi hijo y no es una caracola para que pueda regalarse!

—¿Lo reclamas?

Poseidón abrió la boca y se quedó en silencio. Frunció los labios y dio media vuelta.

     »¿Eso es un no? —insistió la Jötunn.

—Es un hecho que Camus es mi hijo y nadie puede ir en contra de eso.

—Yo lo hago Poseidón, hijo de Cronos y Rea. Yo digo que ya no tienes ningún derecho como padre sobre Camus, también llamado Bóreasson.

—Gran Némesis —aspiró profundo y le dedicó una mirada contenida. En sus pupilas se encontraba el mar picado, a punto de la tormenta—, no entiendo por qué motivo se encuentra usted en este lugar sin la presencia de mis hermanos o la mía. ¿Acaso las Destinos o su hermano, el Inexpugnable Moro, le han pedido que asista a este sitio?

—No, pero me lo pidieron las Nornas, las Tejedoras de los dioses nórdicos.

—Eso no significa que alguno de nosotros, los olímpicos, haya abierto los candados de este juicio y por ende, reclamo la improcedencia de este proceso.

—Podría ser factible tu petición, sin embargo, soy testigo de que se te convocó a este lugar y tú ignoraste los llamados hechos por Bóreas —alegó Skaði.

—No tengo intención de intervenir en absolutamente nada que tenga que ver con este lugar —manifestó Poseidón desapasionado bajando los párpados para volverse inaccesible.

—¿Eso significa que no defenderás a Camus y por ende, acatarás lo que la señora Némesis decidió? —insistió la Jötunn.

—¡Y en el Tártaro los Titanes quieren libertad! —blasfemó el otro dirigiéndole una mirada en la que el mar se impacientaba.

—¿Eso es un sí o un no, en tu raro idioma?

—¡¿Te divierte esto, Jötunn?! —bramó y el mar se convulsionó.

—Sí —respondió lacónica.

—¡Hija de toda tu...! —afianzó el tridente. 

Los Océanos aumentaron su volumen y las olas crecieron bajo la voluntad del señor que los regía.

—No hay lugar para la violencia en este sagrado lugar Poseidón, hijo de Cronos y Rea —exigió Némesis—. Ya suficiente tuve con el exabrupto de Milo, hijo de Lamia y Ares.

—Te pido, Gran Némesis —habló intentando alcanzar a la neutralidad—, que desestimes este juicio hasta que seas convocada por los Tres Grandes.

—Imposible, ya el juicio tomó su rumbo y Quíone, quien fuera la blanquísima nieve, ha sido condenada al Olvido, así como su padre Bóreas, el Viento del Norte, ha sido condenado a ser víctima de Ate, la diosa de la fatalidad.

—¡¿Qué qué?! —vociferó con los ojos abiertos desmesuradamente—. ¡¿Cómo hiciste algo así sin nuestra presencia y pisoteaste los pactos del equilibrio?! ¡Bien sabes que antes de mandar al Olvido a un dios, debe tenerse un sucesor!

—Sin embargo, es cierto lo dicho por Skaði, la Jötunn, al manifestar que fuiste invocado a este juicio en compañía de tus hermanos y ninguno quiso participar del mismo. Yo fui testigo de ello cuando Bóreas, el Viento del Norte, exigió tu presencia y la de Zeus, el Señor de los Rayos y la de Hades, el Juez Supremo del Inframundo y todos la desoyeron. Y entiendo que quien calla, otorga.

—¿Quien calla otorga, dices? —soltó indignado hasta la médula—. ¿Acaso no te dio la cabeza para entender que no era el momento para llevar a cabo este juicio? —golpeó el hielo con el tridente y de inmediato, un círculo alrededor de él, se convirtió en agua.

—La Implacable Venganza no está supeditada a tus tiempos Poseidón, hijo de Cronos y Rea. ¡Ya deberías entenderlo!

Por primera vez, la voz de la diosa se elevó. Sin embargo, no era Némesis, la Gran Justicia la que hablaba con rotundo manifiesto, sino Némesis, la Implacable Venganza quien se hacía sentir en los Jardines de Hiperbórea. 

Las Keres gimieron amedrentadas y volaron tomando posiciones en las grandes torres, alejándose lo más posible de la ira de su hermana mayor.

El propio Deimos tomó a su hermano y se replegaron a las sombras, aguardando la resolución de los acontecimientos. 

La lluvia se detuvo por el poder de Némesis, la Implacable Venganza, que cortó todo rastro de habilidades divinas alrededor suyo.

—Estoy consciente de eso, Implacable Venganza —manifestó Poseidón soportando con aplomo la cosmoenergía de la diosa—. Sin embargo, es requisito indispensable para alcanzar una sentencia justa, que se alleguen al juzgador todas las pruebas pertinentes al juicio. ¿No es esa la base que te impuso tu hermano, el Inexpugnable Moro?

—Es correcto, pero por la inasistencia de quienes debieron cuidar las formas, nunca retrasaré la Implacable Venganza.

—¿Y quién se hará cargo de los dominios de Quíone?

—¿Acaso importa? Debieran ser ustedes quienes resuelvan los entresijos de este inconveniente.

—¿Inconveniente, dices? —rezongó incordiado rechinando los dientes y olvidándose de los formalismos de respeto hacia la diosa—. ¡No es un inconveniente alterar los Destinos del equilibrio y entregar uno de los elementos más destructivos a Khaos! Debiste ser más prudente.

—El prudente debiste ser tú Poseidón, hijo de Cronos y Rea, y hacer acto de presencia en los tiempos marcados —insistió dando un par de pasos en dirección a su interlocutor—. Bóreas, el Viento del Norte, pecó de hybris así como su hija Quíone, la olvidada y ustedes debieron intervenir, debieron controlarlos antes de que todo se saliera de control. Es culpa suya y ahora como castigo...

—No te atrevas a meterme en la bolsa, yo no puse a Bóreas como guardián de las fronteras con los nórdicos.

—Entonces no entiendo qué haces aquí, si no vas a defender a Camus, también llamado Bóreasson, ni vienes a hacerte cargo de Bóreas, el Viento del Norte, y de su hija Quíone, la olvidada.

—Ya te dije que eso lo vemos después.

—Y yo te recuerdo que no tengo tus tiempos, Poseidón, hijo de Cronos y Rea.

—¡Pues te atendrás a mis tiempos, maldición! —golpeó el tridente contra el piso y las aguas subieron de nivel.

—¡¿Acaso te estás oponiendo a mi justicia, insolente?!

—¡Me opongo! —gruñó iracundo—. ¡No quieras que me quede mirando como idiota mientras tú destrozas lo que hemos construido todos estos años de guerra contra los Titanes, a base de icor y sufrimiento!

—¡Compórtate, no admito esa clase de desacatos en mi corte!

—Entonces acepta que el juicio se rehaga bajo otras circunstancias y con otras pruebas. ¡Yo también tengo derecho a manifestar lo que corresponda! ¡Me estás dejando en estado de indefensión! ¿Acaso eso es Justicia? Estoy lleno de rabia e ira, ¡me siento ultrajado y exijo la Implacable Venganza!

Esas palabras, esas últimas dos palabras fueron suficientes para que Némesis cambiara su conducta. Ahora pesaba el ardor de un Poseidón lesionado por la conducta de otros y con ello, su sed de venganza que debía ser cumplida a rajatabla.

—¿Qué quieres cambiar Poseidón, hijo de Cronos y Rea? —musitó con esa voz que volvió a ser dulce.

Las Keres alzaron la cabeza que tenían hundida y los cuerpos se llenaron de vigor. Los chillidos se elevaron con fuerza y los ojos buscaban una nueva víctima para desquiciar. Ante este espectáculo, Fobos y Deimos sintieron su poder aumentar, el miedo y el terror volvían a los cuerpos de los presentes y ellos se deleitaban con el sabor de éstos.

—Requiero que recites la sentencia completa para entender los alcances de mis agravios.

Milo ladeó la cabeza sorprendido porque Poseidón parecía dispuesto a intervenir en el juicio, después de tantas vueltas sin llegar al meollo del asunto, pero ¿lo estaría haciendo para salvar a Camus?

Su mirada se desvió hacia Athena, cuyos ojos brillaban de inteligencia y avidez. Conocía esa actitud: la diosa estaba adquiriendo experiencia a base del proceder de otros para saber conducirse en el futuro.

—Quíone, hija de Bóreas, el Viento del Norte, fue condenada al Olvido por el delito de hybris y por el intento de asesinato contra su propia sangre e hijo Camus, el también llamado Bóreasson, así como contra aquella con la que negoció la entrega de su hijo, Skaði, la Jötunn.

—Explícame eso de la entrega de Camus y los agravios contra Skaði —atajó con la voz cual mar en calma—, por favor. Es indispensable para comprender los hechos y agravios.

—Quíone, quien fuera la blanquísima nieve, al notarse embarazada y carente de una cosmoenergía que sustentara la existencia del ser que gestaba en su vientre, decidió destruir a su progenie, sin embargo...

—Espera un momento, por favor, Gran Justicia. ¿Quíone decidió matar a Camus porque le absorbía energía? —quiso saber Poseidón.

—Así lo declaró. Es sabido que las diosas son incapaces de sustentar por sí mismas la gestación de un hijo producto de una unión con un dios más poderoso que ellas. En consecuencia, deben ser alimentadas con la cosmoenergía del padre en cuestión o un dios de igual o mayor poder. De lo contrario, podrían ser devoradas por su progenie. Quíone, quien fuera la blanquísima nieve, decidió no pedir ayuda de su padre Bóreas o la tuya Poseidón, por ende, Camus también llamado Bóreasson estuvo a punto de devorarla y ella decidió inmolar a su hijo nonato en su propio beneficio.

Milo apretó los puños, encajando las uñas en sus palmas. Esa maldita egoísta había sido capaz de semejante barbaridad. A su lado, la misma Athena hilaba las ideas bajando la cabeza apenada por Camus, le parecía insólito que Quíone fuera tan despiadada.

Poseidón rechinó los dientes, lucía en el rostro un rubor furioso y una tensión en las mandíbulas. Se contenía de hablar mientras apretaba el tridente con una fuerza inusitada de su mano.

—Sigue, Gran Justicia —pidió el dios de los mares habiendo enlazado algunos puntos en la mente.

—Sin embargo, en el intento de inmolar al hijo de sus entrañas Quíone, quien fuera la blanquísima nieve, encontró a Skaði, la Jötunn y tras mucho dialogar, Quíone decidió entregar su hijo no nato a Skaði, quien lo recibió a cambio de mantener el silencio y darle una manzana dorada que entre los nórdicos, dota de vitalidad y juventud. Con ella, Quíone recuperaría la energía perdida durante la gestación. Luego entonces, el pacto se cumplió, pero al paso del tiempo, Quíone se arrepintió de esta acción y temiendo ser descubierta por su padre o por el Olimpo, raptó de su cuna a Camus, también llamado Bóreasson.

Un aullido de indignación inició en las entrañas de los Jardines de Hiperbórea y se extendió por las fronteras. Fenrir lo encabezaba temblando de coraje, con el pelo del lomo erizado, las orejas gachas y los colmillos en franca actitud amenazante. Con él, las manadas de lobos que rodeaban la ciudadela demostraban el malestar que les producía escuchar semejante acto de villanía.

     »Quíone, la blanquísima nieve, fue perseguida por las manadas de lobos con Fenrir, el lobo destructor del mundo, a la cabeza. Sabiendo que era cuestión de tiempo para que Skaði, la Jötunn, la encontrara, Quíone convocó a su padre Bóreas, el Viento del Norte y le hizo saber que Skaði la atacaba a ella y a su bebé.

—¿Entonces Bóreas jamás se enteró de que estaba embarazada? —indagó Poseidón atento al relato, queriendo desenredar el nudo de hilaza.

—Es correcto —concedió Némesis—. Quíone, quien fuera la blanquísima nieve, urdió bien la falacia, pues se había mantenido alejada de Hiperbórea durante ese tiempo para recuperarse y que nadie notara que la manzana dorada era la causante de su vitalidad. Tal y como dices Poseidón, hijo de Cronos y Rea, en esos momentos Bóreas, el Viento del Norte, desconocía que su hija estaba embarazada y creyó en que ella deseaba a Camus, también llamado Bóreasson, a su lado. Fue así como Bóreas convocó a las armas a los dioses guerreros de Hiperbórea, pero también a los Aesir de Asgard, quienes tenían temor y pánico a Skaði, la Jötunn, porque en el pasado la engañaron para que matara a su padre Þjazi, el rey de los Jötnar y quien en ese entonces, era su más mortífero enemigo.

     »Los Aesir vieron la oportunidad de destruir a su segunda mayor enemiga, así que respondieron al llamado de Bóreas. Juntos, atacaron a Skaði y la mandaron al Jötunheim, la tierra de los Jötnar y tras sepultarla, la creyeron muerta.

     »Sin embargo, durante la persecución, Quíone realizó el acto más cruel que toda madre puede hacer contra su hijo en el Olimpo: echó a Camus al mar para ahogarlo. Eso también para los nórdicos, es un crimen atroz sin importar si el niño se salvó o no. Está escrito en las leyes de los Aesir y era una ley que Quíone confesó que conocía, que un niño que nace sin deformaciones, al que se le da un nombre, es presentado ante el padre y ha sobrevivido nueve días posteriores a la ceremonia de presentación, es considerado un miembro de pleno derecho para la familia. Matarlo es un crimen abominable y señal de presagio para la madre.

—Un momento, yo jamás reconocí a Camus hasta después de que cayó al mar.

—Tienes que saber Poseidón, hijo de Cronos y Rea, que para Skaði, la Jötunn, tú no eres el padre. El lugar de padre lo tomó Þjazi, el rey de los Jötnar y quien es a su vez el padre de Skaði. Ante la cosmoenergía y los restos que aún residen en este mundo y que son lo único que queda de Þjazi, se hizo la ceremonia de reconocimiento de Camus, también llamado Bóreasson.

—¿Te quieres follar a tu propio hermano? —estalló Milo indignado—. ¿Cómo puedes ser tan caradura, giganta de mier...?

—¡Cállate, Milo! —exigió Poseidón—. Eso no viene al caso y me desconcentras. Vuelves a interrumpir y te hago tragar el Océano Índico —amenazó señalando al rubio con el tridente. Luego de su amenaza, volvió la mirada a la Justicia—. Gran Némesis, por mera curiosidad: ¿qué nombre se le dio a mi hijo?

—Poseidón, hijo de Cronos y Rea, debes tener algo en claro: Camus también llamado Bóreasson, ya no puede ser considerado tu hijo.

—¿Qué locura estás diciendo? —rugió el dios de los mares—. ¿Por qué no?

—Poseidón, hijo de Cronos y Rea, perdiste los derechos cuando rechazaste a Quíone, quien fuera la blanquísima nieve, pues cuando ella acudió a ti, le dijiste claramente: «no quiero saber nada de ti o de los tuyos. Para mí, no hay nada que nos una». Por ello, Camus también llamado Bóreasson, al ser traicionado y repudiado por ti a través de su madre y después por Quíone, se convirtió en hijo de Þjazi, rey de los Jötnar. Fue Þjazi quien lo nombró Hrimnir, el de la escarcha y ese es el nombre con que se le conoce ante los Jötnar, pues para ellos, Hrimnir es su par.

Poseidón guardó silencio ignorando la atmósfera que las Keres fomentaban a su alrededor formando un triángulo perfecto, con la intención de hacerlo titubear. En respuesta, el dios de los mares envolvió su ser en una esfera de agua y cosmoenergía para paliar el influjo de éstas.

Milo analizaba cada gota de información con el corazón acelerado. Su Camus había sido nombrado primero por los gigantes de hielo, ¿eso cambiaría en algo su posición en el Olimpo? ¿Le considerarían un paria o un traidor? Pasó saliva con dificultad, pues su hermano Deimos estaba de nuevo en sus espaldas queriendo disminuir sus facultades mentales.

—¿Quiere eso decir que Camus es hijo de esa gigante? —indagó Dohko preocupado.

—No, recuerda lo que dijo Krest —le susurró Athena—: el icor no se mezcla. Ella es una gigante de hielo y Camus es progenie de Quíone y Poseidón, la misma Gran Justicia lo manifiesta una y otra vez.

—El icor olímpico es incompatible con el icor de los gigantes de hielo —sentenció Milo—, dicen que el padre es el «Jazi» ese, seguramente porque lo adoptó y la Gran Némesis jamás ha dicho que la giganta fuera más que la hermana —apoyó la idea de Athena.

—Está jodido, follar con tu hermana —se rascó la nuca Dohko.

—¿Y qué son Hera y Zeus, sino hermanos? —hizo ver Athena.

—Ya que estamos, también Démeter y Zeus, pero eso no evitó que procrearan a Kore ¿verdad? —musitó Milo.

Callaron al ver que Poseidón volvía al banquillo de la defensa, Athena absorbía cada parte de ese desempeño legal que iba tatuándose en su memoria.

—Sin embargo, yo lo salvé de la muerte segura —musitó Poseidón enlazando rápidamente las ideas—. Y por ello, fue nombrado Camus. De cierta forma, le otorgué una segunda oportunidad de vivir.

—En esa tesitura, tus argumentos tienen validez Poseidón, hijo de Cronos y Rea —desvió el rostro hacia la Jötunn—. Poseidón tiene derecho sobre Camus, también llamado Bóreasson, pues lo rescató de la muerte segura.

Skaði meditó las palabras con los ojos cerrados. Un esfera de hielo se interpuso entre ella y la primera Ker que intentó acercarse para hacerla titubear. La diosa de la muerte violenta siseó al sentir la quemadura por la gelidez de la estructura que se formó y gruñó iracunda. Sin embargo, esas actitudes no minaban el ánimo de la Jötunn.

Milo se admiró de que la gigante imitara el ejemplo de Poseidón y a su lado, Athena chasqueó los dedos asintiendo con la cabeza, pues parecía entender lo mismo que él: esa era la forma de combatir a las Keres y salir indemne.

—¿Poseidón está reclamando entonces como hijo suyo, al que llaman Camus? —musitó con voz neutral Skaði al tiempo que levantaba los párpados y los ojos de invierno brillaban como diamantes.

Milo volvió a notar una pequeña entonación en la voz, así como una diminuta elevación de la comisura de la gigante. Las identificó en el acto: eran los mismos gestos que usó cuando lo acorraló con la pregunta de si amaba a Camus.

¿Qué estaba planeando esa maldita? Quizá desestimar a Poseidón de alguna manera. ¿Caería el dios de los mares en su trampa? ¿Acaso Poseidón estaba intentando salvar a Camus? ¿De verdad lo hacía o tenía otra motivación oculta?

—¿Reclamas a Camus, también llamado Bóreasson, como progenie tuya Poseidón, hijo de Cronos y Rea?

—¿Acaso debo hacerlo para que tú, Gran Némesis, comprendas cuál es la verdad en mis palabras?

—¿Por qué respondes con una pregunta?

—Tú estás haciendo exactamente lo mismo —contraatacó el dios de los océanos.

Némesis pareció levemente descolocada, frunció el entrecejo por primera vez y llevó una mano al mentón pensativa.

Milo notó en Athena una sonrisa leve, antes de volver a la seriedad. Los ojos de mochuelo le dedicaron un instante de admiración a su tío.

—Este juicio no se basa en preguntas, sino en afirmaciones —argumentó Skaði—. Si no puedes afirmar algo tan sencillo, ¿cómo quieres que continuemos?

—El punto es —atajó Poseidón—, que entonces Quíone fue sentenciada por el delito de intento de infanticidio e intento de asesinato contra la gigante aquí presente.

—Jötunn, soy una Jötunn.

—Como sea —despreció el dios de los océanos—, Bóreas fue sentenciado entonces ¿por?

—Por cinco delitos: el primero fue permitir el engaño de Quíone, quien fuera la blanquísima nieve. El segundo fue llenarse de hybris al creer que su hija no podía engañarlo y seguir una conducta inapropiada basada en una falsa suposición. El tercero fue traicionar a Camus también llamado Bóreasson, hasta casi llevarlo a la inmolación; el cuarto, el intento de asesinato contra Skaði, la Jötunn y por último, pisotear los pactos contra los asgardianos.

Poseidón asintió mirando el piso, la esfera de agua se hizo más gruesa, sólo la abría para mantener la conversación activa.

—¿Y qué pasará con Camus? —llegó al punto medular, el que Milo esperaba con cada partícula de su cosmoenergía.

—Camus será entregado a Skaði, en cumplimiento del pacto con Quíone, la olvidada.

—No puedes hacer eso después de ver las pruebas que te presenté, ¡yo salvé a Camus de morir! Yo también tengo derecho sobre él o...

Poseidón bajó la cabeza y su tridente repiqueteó en el piso. Gruñó desviando el rostro y dio media vuelta alejándose un par de pasos, pero eso lo llevó muy cerca de una Ker que soltó un rugido.

La esfera se alteró, las Keres sonrieron con malicia y atacaron la protección de Poseidón con sus técnicas. El dios de los océanos blasfemó y golpeó el piso con su tridente. Del piso, dos poderosos tornados de agua amenazaron con tragarse a las Keres que dieron un paso atrás.

La tercera seguía rodeando la esfera de hielo de la Jötunn.

     »No tengo qué recordarles a quién están amenazando, ¿verdad?

—Y no tengo qué recordarte Poseidón, hijo de Cronos y Rea, que estás atacando a mis hermanas.

—En eso hay un detalle indudable, Gran Némesis y es que sólo les advierto, que no las ataco. ¿Acaso las ves golpeadas por mi cosmoenergía?

—Ten cuidado con ellas Poseidón, hijo de Cronos y Rea, porque puedo ser yo la que te advierta de forma más convincente.

—Volvamos al juicio, Gran Némesis —insistió el dios—. Bien sabes que tu sentencia debe ser cambiada en la última parte, no en la de Bóreas ni en la de Quíone, en la otra.

—¿Por qué no lo dices con todas sus letras, Poseidón? —le retó Skaði—. Pide que cambie la sentencia de Camus.

—No tengo que hacer lo que tú digas, giganta.

—Este juicio es de palabras claras, no de encubrimientos. ¿No es así, señora Némesis?

—Es correcto, debes ser preciso en tus solicitudes Poseidón, hijo de Cronos y Rea.

—La puta que te parió...

—¿Qué dijiste Poseidón, hijo de Cronos y Rea?

—¡Se lo dije a la giganta, no te halagues tanto, Némesis!

El agua alrededor del dios empezaba a impacientarse. En otro sitio, los mares se picaron, aumentaron su volumen y las olas crecieron en fuerza.

—¡Cuida tu boca Poseidón, hijo de Cronos y Rea!

El dios de los mares golpeó el suelo con el tridente moviéndose como un tiburón en una pecera: irascible, tenso y estresado.

—Ya perdimos demasiado tiempo y debo irme, señora Némesis.

—¡Tú te irás cuando yo lo diga, gigante, ni antes ni después! ¿Te queda claro?

—¡Tú no me ordenas, Poseidón! ¿Quién te has creído?

—Soy el padre de Camus y tú te quedas hasta que pongamos en claro la situación de mi hijo porque no permitiré que la Gran Némesis... 

Volvió a callarse, el tridente estuvo a punto de caerse y lo sujetó a centímetros del suelo.

     »¡Maldita sea!

Skaði mostró una sonrisa que dejó a la vista sus blanquísimos dientes. La intuición de Milo le gritó con vehemencia: esa maldita estaba llevando a Poseidón al barranco. Lo espoleaba para que dijera algo, seguramente para confrontarlo después y dejarlo sin armas.

—¿Que la señora Némesis qué? —insistió la Jötunn.

Poseidón dio media vuelta, sacudió la cabeza y rechinó los dientes. Se apoyó en el tridente mirando el piso, como si éste le pudiera dar las respuestas a sus preguntas.

En ese momento, la realidad se rasgó, un grueso tajo de una cosmoenergía perteneciente al Inframundo rompió el Velo y de éste, como si no fueran suficientes figuras terroríficas, un ser emergió trayendo con él un aura sobrenatural e intimidante.

Hilos de plata decoraban esa cabeza haciendo contraste con la piel morena por la exposición a una zona repleta de calor. El cuerpo lucía, de forma elegante y solemne, la armadura de color del Egeo, creada por el mismo metal forjado por Hefestos, con tonos verde azulados que gradiales se mostraban hipnóticos.

Tras un par de pasos metálicos, los párpados de este ser se levantaron y los orbes de agua de río mostraron un poder más allá de lo imaginable. A las espaldas de este individuo, las puertas del Inframundo seguían abiertas y algunas almas escapaban lo más pronto posible del sitio.

—¡Por todos los hecatónquiros! —blasfemó Milo—, ¿qué rayos estás haciendo tú aquí?

El recién llegado ladeó la cabeza y le dedicó una mirada tan pesada a Milo, que éste sintió el estómago contraerse. El rubio jamás lo había visto así: con esa armadura, con esa cosmoenergía ondulante, con esas cuerdas doradas en las manos como si de redes se tratase. 

Parecía otro ser completamente diferente al que conocía.

—Manigoldo, hijo del Inexpugnable Moro, el destino mortal y Ananké, la necesidad —susurró Némesis desviando el rostro hacia él—. ¿Qué te trae hasta estos lejanos sitios?

—Hola, tía —sonrió con cinismo—, vine a saludarte a ti y a las tías Keres —agitó la mano cual infante—. De paso quería ver si era cierto que fuiste la causante de que Quíone fuera inmolada y Bóreas inutilizado.

—¿Acaso te mandó tu padre y mi hermano, el Inexpugnable Moro, a verificar esto?

—No —respondió en el acto—, mi padre supongo que está por ahí o por allá, pero todavía no sabe de esto —encogió los hombros—. Yo vine por motu propio.

—¿Y cuál es esa motivación, Manigoldo, hijo del Inexpugnable Moro y Ananké, la necesidad?

—Es cuestión más... —se sonrió mostrando los dientes, esa mueca parecía más oscura y sádica que ninguna vista por Milo anteriormente en su amigo—, de ajuste de cuentas.

—¿Puedo saberlo?

—No, tú sigue con lo tuyo, tía y yo sigo con lo mío. ¿Estamos de acuerdo?

—Si no me dices a qué viniste...

—Vine a asegurarme de que alguien no metiera las cuatro patas en el fango porque ya van dos veces que estuvo a punto de chupársela a un hecatónquiro —soltó una risita maléfica y depositó una mirada dura en Milo—, y si me arruina las cosas, le corto los huevos. Capisci?

—Tu madre te hizo tan falto de modales.

—Ohh —se tocó el corazón y puso carita triste—, me duele tanto que pienses así cuando yo te quiero tanto, tía Néme.

—Soy Némesis, la Gran...

—Por eso, tía Néme, por eso te quiero tanto.

—¿En qué íbamos? —retomó la Gran Nëmesis ocultando el fastidio que le provocaba la presencia de su sobrino.

—Poseidón exigía que revocara algo, señora Némesis —apuntaló la Jötunn utilizando la interrupción a su favor.

Las miradas volvieron al dios de los mares que seguía observando su tridente con interés.

—¿Qué quieres que revoque Poseidón, hijo de Cronos y Rea?

El dios mantuvo el silencio, las dos Keres intentaron atravesar la esfera de agua que había vuelto a constituirse y penetrar los pensamientos. Sin embargo, la cosmoenergía del dios del océano fue suficiente para mantenerlas lejos.

Poseidón asintió y sus mares se encontraron con los orbes de Athena.

—¿Soy el padre de Camus? —le preguntó a la menor.

—Sí, tío —respondió extrañada por semejante pregunta.

—¿Soy el señor y tengo la servidumbre de Camus?

—Sí, claro.

—¿Acaso te entregué a Camus como protector a últimas fechas?

—No, tío. Camus sigue siendo tu marina.

—Bien, en esa tesitura...

—¿Por qué es otra la que tiene que afirmar esas cuestiones y no tú, Poseidón? —reclamó Skaði—. ¿Acaso necesitas que otra afirme lo que tú deberías sostener?

—Mira, gigante, no te metas en esto, si la Gran Némesis no me incordia, ¿qué haces tú metiendo la lengua?

—Pero tiene razón Poseidón, hijo de...

—¡Por todos los abismos del mar y el Kraken que habita en ellos! —blasfemó histérico.

—Hagamos un cambio —propuso la Jötunn—, yo te hago las preguntas y tú las respondes.

—¡Y en el Tártaro los Titanes quieren libertad! —volvió a renegar iracundo—. ¿Por qué permite, Gran Némesis, que ésta se entrometa en el juicio?

—Porque tiene una vista aguda y sus comentarios tienen sentido.

—¡Por la cabra que amamantó a Zeus!

—Además, estás en un error.

—¿Ahora qué se te ocurrió, giganta de los montes?

—Soy una Jötunn...

—Eres una giganta, aunque no te guste, un Jötunn es un gigante de hielo, pero a finales de cuentas, un gigante.

—Aquél a quien llaman Camus sigue siendo mío.

—¡Te tragaste un molusco y te hiciste tarada!

—Ya quisieras y a todo esto, ¿por qué?

—Porque aquél a quien llaman Camus no es tuyo, es... ¡maldita sea!

El agua del piso se elevó un par de metros y cayó con violencia de nuevo. Poseidón perdía los papeles y estaba a punto del estallido.

—Es mío, pero si tú dices o más bien, Athena afirmó que tú eres el señor o el que tiene la servidumbre de quien ustedes llaman Camus, ¿eso cómo se confirma?

—Una marina es parte de mi ejército, por supuesto, se confirma con un rango, con la entrega de unas escamas, con un juramento.

—Ahí está el punto.

Milo sintió un escalofrío recorrer su columna vertebral: había notado de nueva cuenta esa expresión en la Jötunn.

—¿De qué hablas?  

—Poseidón, ten cuida...

—¡Van dos, a la siguiente, te tragas el Índico, Milo! —amenazó perdiendo la paciencia—. ¿De qué hablas, giganta de los montes? ¿Ah?

—Las escamas del que tú llamas Camus, te fueron devueltas por él —los labios se desplegaron en una muy pequeña sonrisa—. ¿Verdad?

Poseidón, Athena, Milo y Dohko, sintieron que el mundo se caía bajo sus pies. El silencio golpeó como una pesada loza. Todos sabían que la entrega de una armadura podía significar la renuncia de un dios guerrero a la servidumbre y la Jötunn estaba manipulando ese hecho a su favor.

—Y-yo...

—¿Sí o no, Poseidón? ¿Las escamas te fueron devueltas sí o no?

El titubeo del dios del mar fue aprovechado por las dos Keres. Éstas bramaron y atacaron la esfera acuática que custodiaba a Poseidón. Con ayuda de la tercera Ker que se había dado por vencida en su intento de penetrar el grueso muro de hielo creado por Skaði, tiraron abajo aquello que protegía al dios de los mares.

Airadas por tanta impotencia y esfuerzos banales, la escaramuza dio inicio con tintes sádicos. Los cuatro combatieron: con garras y colmillos por un lado, con el tridente y los puños por el otro. Sin embargo, mientras dos de las Keres atacaban de frente, la tercera lo hizo a traición logrando arrebatar la armadura que protegía el pecho, la espalda y los brazos de Poseidón. 

Entre aullidos belicosos, los múltiples objetivos en contra del dios de los mares y la atmósfera tan pesada impuesta por Fobos y Deimos, obtuvieron como resultado que las garras hicieran jirones la túnica del dios. Al poco, se hundieron con sadismo en la piel hasta encontrar el hueso y las Keres rieron a carcajadas dementes al disfrutar del dulce aroma y color del delicioso icor.

—Es suficiente, hermanas susurró la Gran Némesis—. No maltraten más al dios pidió con serenidad.

Las Keres se alejaron unos pasos entre esas risas chirriantes, las lenguas repasaban las garras manchadas de dorado deleitándose en el sabroso sabor del bendito icor. Ignoraban sus propias heridas infligidas por el dios de los mares y si por alguna de ellas el icor asomaba, otra de sus hermanas la limpiaba con esa detestable acción de lamerla.

Poseidón cayó de rodillas golpeando el agua del suelo con las palmas después del castigo insólito. Encogió el cuerpo soportando el inconmensurable dolor. Gotas de su sagrado sustento mancharon el líquido bajo él, pero ni así cesó en su empeño de continuar la contienda oral:

—Maldita seas tú y toda tu descendencia, giganta de...

—Maldito seas tú, ¡padre traidor y desconsiderado! —le atajó con un signo de rabia en la voz por primera vez.

—¿Por qué? —bramó elevando la mirada con el rostro marcado por las garras de las Keres—. ¿Por qué soy un padre traidor y desconsiderado?

—¡Nunca hiciste pagar a ese dios guerrero que se cebó con Hrimnir! ¡Permitiste que ese rubio rompiera el corazón de Hrimnir con una muerte que él no esperaba! Después vino el tal Ares a hacerlo pedazos, ese tal Aioria lo vendió como cerdo. ¿Cuándo ibas a cobrarte la humillación de Hrimnir? ¿Cuándo ibas a exigir el pago por todos los agravios perpetrados en su contra? acusó vehemente con el dedo señalando la figura caída—. ¿Y todavía te haces llamar padre? No, Poseidón. Tú no eres un padre, tú eres un malnacido que se llena la boca diciendo ser su padre y en realidad, no eres más que otro bastardo machacando a Hrimnir.

—No es cierto, yo... yo...

—¿Qué hiciste cuando él fue a verte, después de haber sido mancillado por ese tal Ares? ¡Le lanzaste una ola y lo alejaste de tu vista como si fuera indigno de estar ante tu presencia! ¡Era tu hijo y lo desechaste como se hace con la basura, en lugar de comprenderlo y contenerlo entre tus brazos!

—¡No fue así! —sacudió la cabeza.

—¿Que no? sonrió cínica—. ¡Miéntete! los ojos de diamante bramaban airados—. Aún así, no has hecho nada en favor de Hrimnir, más que traerlo a Hiperbórea cuando era niño y por ese motivo, este último invierno pude alcanzarlo y volver a hablar con él, reconfortar su corazón que llegó hasta mí hecho jirones y darle una esperanza para seguir adelante. ¡Hrimnir es más mío que tuyo!

—¡Mentira! —sacudió la cabeza y ese impulso le llevó a recuperar la vertical, ignorando el dolor que le producían las heridas, sosteniendo en la diestra el tridente—. Los hechos no fueron así.

—¿Que no? ¿Osas mentirme, Poseidón? la ventisca se agitó tras ella—. ¡Lo vi todo! ¡Vi cada fragmento de Hrimnir siendo pisoteado! bramó indignada—, pero te juro que llorarás icor y terminarás malherido de muerte, pues ominoso es el delito de ignorar el cuidado de Hrimnir. ¡Yo haré que llores icor! ¡Yo haré que pagues por abandonarlo!

—No fue así, no fue así, maldición, no fue así.

—¿Que no? ¡Sigues mintiéndome! aulló iracunda—. Ni siquiera tienes el valor de encarar este juicio y decirle a Némesis la verdad le acusó con el índice golpeando el pecho del dios—. ¡Hrimnir te devolvió la armadura porque no quiere ser más tu hijo, no quiere ser más tu esclavo, te odia y...!

—¡NO, CAMUS NO ME DESCONOCE! —gritó con vehemencia y los mares se elevaron formando olas del tamaño de montañas—. ¡Es mi hijo, es mi niño, es el pequeño que más amo y no voy a permitir que ni tú, ni nadie me lo quite!

Milo seguía esta increíble disputa donde los ánimos estaban caldeados, la Jötunn se había convertido en una cruel y despiadada acusadora, mientras Poseidón se defendía como podía, pero la otra ponía en voz alta los reclamos que el mismo Milo quería gritarle a Poseidón. 

Aún así...

No pasaba desapercibido a los ojos del rubio un cambio importante en el cuerpo del dios del mar: la piel adquiría un extraño tono verdáceo con cada momento y se intensificaba cada que mencionaba a Camus. De reojo, notó a Manigoldo prepararse y recordó lo que su amigo le dijo en la cueva y al unísono, la voz de su abuela resonó en sus memorias advirtiéndole sobre el hijo de Moro, el Destino Mortal.

El estómago se le estrujó, lo mismo que su corazón al entender de golpe lo que estaba pasando. Lo que estaba a punto de suceder, pero si él lo permitía, si Milo dejaba que esto siguiera así, Camus jamás se lo perdonaría...

—¿Que no? desafió la Jötunn—. Mírame quitarte a Hrimnir, Poseidón. Te recuerdo que Némesis ya lo sentenció.

—¡Nunca! No se va a ir contigo —gritó perdiendo los cabales.

—No tienes ningún argumento a favor para evitar eso desdeñó furibunda—. ¡Ni siquiera puedes reclamarlo como tuyo!

—¿Quieres ver que sí? —siseó herido, volteando hacia Némesis—. Gran Némesis, yo Poseidón, hijo de Cronos y Rea, exijo que Camus sea...

—¡Aguja Escarlata!

El dios de los mares había permanecido tan cegado en su discusión con Skaði, que no percibió a Milo eligiendo un sitio perfecto para lanzar su técnica. La Aguja Escarlata penetró limpiamente la garganta del dios de los mares y rompió las cuerdas vocales evitando que siguiera hablando.

Poseidón soltó una bocanada de icor y saliva al piso, cayó de rodillas rasguñando el suelo mientras gemía herido. Golpeó el piso con sus puños iracundo, frenético, desesperado y lo resquebrajó. Su cosmoenergía se elevó hasta el infinito mientras se cumplía lo vaticinado por la Jötunn:

El gran Poseidón, el orgulloso e invencible dios de los mares, lloraba icor y lo hacía angustiado, desesperanzado y roto.

     »¡Todopoderoso Hades, yo te invoco para que cumplas con tu promesa de darme lo que te pido! —rugió Milo elevando a su vez la cosmoenergía que le quedaba.

—¡Milo, idiota! —le reprendió Brunhilde intentando alcanzar al rubio antes de que hiciera una locura, pero era inútil.

El estallido de cosmos del ex berserker cruzó el espacio y tiempo a la velocidad de la luz. Tres segundos bastaro para que los suelos del Jardín de Hiperbórea se abrieran formando una gruesa escalinata que conducía a las entrañas de Gea.

El primero en emerger fue el Cancerbero, quien mostró los colmillos y aulló al cielo alegre de salir de su encierro, observando con ojos de brasas y las tres cabezas babeando ansiosas por dar un buen bocado.

Tras la bestia, sosteniendo una gruesa correa con la mano derecha, el dios del Inframundo hizo su aparición.

Cientos de almas rodeaban a Hades formando un aura sobrenatural y de ultratumba. La sencilla, pero elegante túnica en combinación con el cabello, parecían elaborados con trozos del mismo Erebo. 

Bajo la piel de mármol, los ojos eran dos pedazos de cielo que recorrieron el sitio mostrando una minúscula intriga por lo acontecido y de encontrarse con tantos dioses olímpicos en territorio extranjero. 

Sin embargo, esos terrones de azul tan claro se plantaron en Milo solemnes y neutrales, como todo él era. Con la elegancia digna de la muerte y la sabiduría de quien conoce todas las respuestas que obsesionan a los que no conocen el Inframundo.

—¿Qué requieres de mi persona Milo, que me has convocado hasta estos lugares inhóspitos?

—Le ruego humildemente señor Hades, que haga todo lo posible para callar a su hermano y se lo lleve lejos hasta que la promesa con la Estigia que le evita hablar de Camus o algo parecido, haya terminado y es que tengo la sospecha de que es temporal.

Hades volvió sus cielos hasta la figura de Poseidón que estaba curando la herida producida por la Aguja Escarlata. El dios de los mares tenía el rostro repleto de lágrimas de icor por la impotencia, la humillación y el dolor mortal que lo tenía preso. Sacudía la cabeza rogando clemencia con los orbes de mar, pero Hades se reconocía por carecer de piedad conforme a las circunstancias.

—Que sea... —la gruesa correa que seguía en la mano diestra se aprestó, cruzó el espacio tiempo y sujetó a Poseidón por la cintura sin miramientos. 

El dios de los mares rugió como bestia herida con las cuerdas vocales a medio sanar. Ponía una resistencia titánica, pero el poder de Hades era superior: en primera por ser el primogénito y en segunda, porque la pesada atmósfera producida por las Keres y los dioses Fobos y Deimos era para él, un ánimo festivo.

Un chasquido de los dedos del dios del Inframundo fue suficiente para herir la tierra, que se abrió y engulló rápidamente al dios de los mares quien volvió a poner toda su cosmoenergía en evitarlo y volver a la superficie, pero la brutal respuesta de su hermano mayor le destruyó toda posibilidad de escape. 

Hades volteó los ojos de cielo hacia el Cancerbero acariciando una de las gigantescas patas con suavidad.

     »Mi pequeño llamó con afecto al Cancerbero, que de pequeño no tenía ni una garra, lleva a mi hermano al Tártaro. Enciérralo en la prisión del laberinto, que no escape o perderás la dulce caricia de nuestra amada reina durante un largo, largo tiempo.

Las tres cabezas ladraron al unísono en respuesta a la petición del señor del Inframundo, pues no parecía una orden y mucho menos una amenaza. La mascota de Hades penetró esa gruesa fisura terrestre que volvió a unirse por la voluntad del todopoderoso dios del Inframundo.

     »Hypnos, Thanatos, quiero que se concentren en mantener a mi hermano contenido y apacible musitó tan tranquilo como la muerte—. Les doy carta libre para hundirlo en el sueño o bien, hacerle hincapié en que si incumple el pacto que hizo con Zeus y conmigo de derrotar a los Titanes, no será Manigoldo el que lo hunda en la Estigia por incumplir el pacto que hizo con Camus. 

Hizo una pausa en el diálogo, alisando la impoluta túnica que lo cubría como si fuera más importante que las palabras que susurraba. 

     »Si mi hermano pisotea tantos años de guerra y almas perdidas, seré yo mismo el que lo entregue a su condena eterna a la sagrada y bendita Estigia, pero no sin antes despellejar a Camus frente a sus ojos dijo lo último dejando la sensación de que era una amenaza sin fundamento.

La actitud serena de Hades desdecía sus palabras, quizá fuera una broma entre hermanos, pero... Sí, había un pero: a finales de cuentas, Hades era reconocido en el Olimpo por su enigmática conducta y sobre todo, por el hecho de que cumplía lo que prometía sin necesidad de jurar por la Estigia...

Los señores del sueño y la muerte tranquila salieron de la misma sombra del dios del Inframundo, hicieron una reverencia solemne y tomaron el camino de los dioses.

     »He cumplido tu deseo, Milo musitó devolviendo los ojos de cielo en el espectro.

—Lo sé y agradezco su beatitud al concederme mi capricho, señor Hades comentó haciendo una reverencia en forma de agradecimiento.

—Me alegra que entiendas la magnitud de lo sucedido en este lugar comentó apacible, porque después de arreglar un par de cosas con Némesis, vamos a dialogar sobre la razón por la que tu surplice te abandonó y tu alma tiene la misma tonalidad de la de un dios que no ha penetrado por las fauces del Yomotsu.

Milo abrió los ojos sorprendido y bajó la mirada hacia su cuerpo, las palabras relajadas de Hades eran ciertas: la surplice lo había abandonado y perdía la consistencia física, tomando la transparencia de todo espíritu poseía a medio camino de esa colina mortífera que dividía el Olimpo del Inframundo.

Hades avanzó varios pasos hacia Némesis con paciencia, sin prisa, pero sin pausa. Los ojos de cielo se tornaron casi blancos, pues su cosmoenergía y su estampa, parecían más una estatua con vida que un dios del inframundo.

—¿Qué necesitas de mí Hades, primogénito de Cronos y Rea, Juez Supremo del Inframundo?

—Debemos hablar sobre los acontecimientos ocurridos en este lugar, Némesis.

—No me hablas con respeto —comentó extrañada.

—Te hablo como se le habla a un colega manifestó en el mismo tono tranquilo que lo caracterizaba, de juzgador a juzgador y con la confianza de que me escucharás. En tal tesitura, te informo que estoy en la penosa obligación de apercibir tu conducta.

—¿Cómo dices?

—Tengo pruebas fehacientes por las que se demuestra que te convertiste en una Juez que extralimitó sus facultades y en consecuencia, abusó de su poder manifestó con el mismo tono neutro que lo caracterizaba. Algunos pensarían que carecía de emociones por lo átono de su voz.

     »Los hechos no dejan lugar al error: se te convocó a este lugar por unas Tejedoras pertenecientes al panteón nórdico, por lo que no posees territorialidad por ti sola para solucionar el conflicto. Desoíste la negativa de los Tres Grandes de continuar este juicio y decidiste con la emoción, que no con la razón, que tu proceder era correcto y por ende, juzgaste, sentenciaste y llegaste al exceso de ajusticiar.

     »En consecuencia, desestimaste el procedimiento que te obligaba a ser acompañada por uno de los Tres Grandes para dar certeza a tu juicio o bien, todos en conjunto. 

—Soy competente para dirimirla en soledad y tú lo sabes Hades, hijo de Cronos y Rea.

—En eso te equivocas, Némesis sostuvo firme y decidido—, pues hiciste caso omiso a que esta controversia recae sobre el hecho irrefutable de que un ser del panteón nórdico solicitó justicia sobre los actos de dos dioses olímpicos. Para llegar a una sentencia firme, pero sobre todo legítima, veo necesario establecer un juicio supervisado por los Tres Grandes o bien, por tu hermano el Inexpugnable Moro, como jurado.

La diosa trastabilló y su cosmoenergía fluctuó dudosa.

     »Basándote en pruebas que debieron ser analizadas por un jurado visto el delicado asunto que debía aclararse, caíste en el error de decidir de forma unilateral y mandaste al tétrico Olvido a una diosa cuyo poder no fue debidamente depositado en otro dios. En consecuencia, eres culpable por entregar un poder destructivo a Khaos y de permitir que el hybris gobierne tus actos.

—¿Por qué el hybris? ¡Yo no cometí ese delito!

—Lo hiciste con tu ordenanza de que sean los dioses del Olimpo quien solucionen el conflicto que generaste al mandar a Quíone al tétrico Olvido.

     »También incurriste en el hybris al sentenciar en exceso a Bóreas, cuando tú misma manifestaste que el envío de Quíone al Olvido, era suficiente castigo para él. 

     »Decidiste arbitrariamente que un dios guerrero quede bajo el cuidado de un ser ajeno al Olimpo. Y hay agravante porque estableciste reglas intransigentes y limitaste su defensa a todo aquél que tuviera interés jurídico.  ¿Dónde dejaste la legítima defensa? Esa se configuró en la diosa Athena, puesto que ella hizo una promesa sobre la sagrada Estigia de ayudar a Camus en absolutamente todo lo que sea posible, hasta que derroten a Ceo.

La joven diosa en cuestión se sintió como tonta, bajó la cabeza avergonzada de haber olvidado un dato tan importante. ¡Ella tenía un motivo importante para ayudar a Camus! ¿Cómo pudo haberlo olvidado? Y recordó que era tal la tensión, que las ideas escapaban como pájaros.

En ese momento, Athena se prometió que jamás le volvería a pasar.

—Entonces rehagamos el juicio —susurró intentando mantener la tranquilidad, volviendo a la dulce voz—. Convoquemos a mi...

—¿Rehacer un juicio, Némesis? cuestionó Hades con esa voz neutra—. ¿De qué manera vas a devolver de la matriz de Khaos a Quíone? ¿Cómo vas a resarcir las heridas que las Keres le inflingieron a Poseidón? ¿Y las heridas del dios guerrero Dohko, así como de Athena que sólo levantó la voz para rogarte ser escuchada teniendo legítimo derecho? ¿Cómo vas a devolverle la cordura a Bóreas a tiempo para que el invierno transcurra con normalidad? dejó caer como piedras que pesaban toneladas cada una de las fallas—. Te dejaste envolver en la atmósfera que tus hermanas las Keres instauraron, primaste la sed de icor y eso te hizo perder la mesura. ¿Crees que todo eso se quedará sin castigo?

—¡La Implacable Venganza no espera, Hades, hijo de...!

—¡LA IMPLACABLE VENGANZA NO VA A ESPERAR, PERO ESTA VEZ TU ESPADA SERÁ ESGRIMIDA EN TU CONTRA, POR TU CONDUCTA REPROBABLE PARA TODO JUZGADOR! —bramó Hades con los ojos de cielo tan negros como la tormenta más despiadada.

La tierra tembló ante su demanda. Los espíritus a su alrededor adquirieron una impresionante sed de violencia y saña. Con un chasquido de los dedos de Hades, las almas que hacían fila en el Yomotsu aparecieron, acosaron a las Keres y las masacraron sin reparo.

Los mismos Fobos y Deimos probaron una dosis de sus propias potestades al encontrarse de frente con las empusas, las guardianas del Inframundo que adoptaban la figura de rabiosos perros y los persiguieron con crueldad encarnizada.

Némesis se encontró cara a cara con el Juez Supremo del Inframundo que como ella, no tenía compasión ni piedad. 

     »Denegaste todos los argumentos que te exigían esperar, en tu afán desmedido de impartir la Implacable Venganza, primando las emociones sobre la templanza.

     »Pisoteaste tu rango de juzgadora porque olvidaste que la moderación, esa parte tan nimia e insignificante para ti, es la que en realidad te constituye como la Gran Justicia y sin ella, no existe la Implacable Venganza. Por ello, ahora pagarás las consecuencias de tu desmedido actuar. 

—¡Tú no puedes castigarme, no tienes derecho sobre mí!

—Pero tengo derecho de exigir que haya un juicio en tu contra y se te castigue por el delito del hybris y el tremendo exceso de tus facultades de juzgadora acontecidos en este lugar.

—Hades, ¡nadie puede juzgarme!

—Y ahí te equivocas, pues en este mismo momento le solicito a Manigoldo, como guardián de la Estigia, que convoque al Inexpugnable Moro y a la Inevitable Ananké, para escuchar los reclamos de justicia que Poseidón, Athena y Bóreas tienen en tu contra. Me constituiré como acusador y exigiré a los dos dioses equilibradores un castigo ejemplar por tus excesos. 

—Imposible...

Te recuerdo que el Inexpugnable Moro fue el que te ungió como la Gran Justicia y él tiene el poder de mandar sobre ti. Mantén la compostura Némesis, pues de lo contrario, exigiré que se nombre a un nuevo Juzgador. Mientras tanto, te doy permiso para retirarte. Terminaste de hacer lo que te convocaron otras voces que no fueron las nuestras y lleva contigo a Ate, no la quiero persiguiendo al único que puede mantener el equilibrio y evitar que Khaos gobierne seis meses el Olimpo.

—Pero...

—Sin peros o ¿quieres que le pida a Tártaro te encierre entre sus muros? 

—No te atreverías.

Némesis lo miró ofendida, Hades chasqueó los dedos y una brecha se abrió. Una sombra amorfa avanzó hacia la salida presuroso, queriendo escapar de la oscuridad. Antes de que siquiera avanzara dos pasos, la diosa desapareció llevándose con ella a Ate. El dios del Inframundo cerró el portal y dirigió los ojos de cielo hacia otro ser ahí presente.

En cuanto a ti, Skaði —se plantó frente a la Jötunn—, puedes mantener a Camus en tus dominios los siguientes siete días, siempre y cuando él lo deseé sin coacción ni engaños, pero sobre todo, mientras Athena no lo necesite. ¿Has comprendido las condiciones de este permiso provisional?

—¿Debería obedecerte?

—Te aseguro que no quieres meterte conmigo por las malas, Skaði murmuró lacónico. Estoy siendo benevolente al permitirte conservar temporalmente a Camus con la condición de que él decida su destino. Aprovecha este descanso obligatorio, originado por la situación que mantiene un bozal en la conducta de mi hermano. Eso sí, una vez que la promesa ante la Estigia se haya desvanecido, vendremos los Tres Grandes y te exigiremos cuentas.

—¿Crees que eso me amedrenta?

—Si lo hiciera estaría decepcionado manifestó sin rastros de falsedad, pero has tocado al hijo pequeño de Poseidón. Ahora, piensa bien tus razones o descubrirás que el panteón nórdico es un paseo por las nubes comparado con las atrocidades que reservamos en nuestros dominios. ¿Te quedó claro?

—Bien, eso significa que como uno de los olímpicos osó tocar a Hrimnir, nos arreglaremos en esa vista.

—Que sea, caiga quien caiga, resolveremos las rencillas...

—Que sea, Hades. Espero que seas imparcial.

—A diferencia de Némesis, descubrirás que no hay nadie más imparcial que yo.



Hola, ¿Cómo va?

Éste es el antepenúltimo capítulo de Traición Mortal. 

Quedó muy largo (se aceptan reclamos), pero no podía cortarlo. Esto es un bloque, de mandar una parte del mismo a otro capítulo, se habría perdido la atmósfera y opté porque conservaras el feeling.

Confío en que quedó claro que Quíone está muerta, re'muerta. Poseidón nunca actuó a favor o en contra de Camus debido a una promesa hecha por la Estigia. Bóreas está sumido en la locura debido al castigo de Quíone y Skadi... tiene la "propiedad" de Camus hasta dentro de 7 días en que a Poseidón le quiten "el bozal".

¿Te sorprendí en algo?

Tengo la esperanza de que sí, porque si bien fui dejando caminos de migas al menos en lo de Poseidón, ahora sabes por qué "cambió" de tan bueno que era con Camus de niño al bastardo insensible de ahora. 

Nota: si lees a Sorrento, él está diciendo la verdad sobre la conducta de Poseidón.

Por cierto, lamento lo rebuscado en la forma de expresarse de Némesis, pero ella es así: debe esclarecer quién es quién (es como si dijera los apellidos). Defecto abogacil, me temo xD.

Bueno, pues nos veremos en el penúltimo capítulo de Traición Mortal, espero pueda tenerlo para dentro de 15 días.

Dudas, preguntas, comentarios, quejas, proclamas en este renglón xD.

No me podía ir sin agradecer a todos los que leen en la sombra, a los que me dejan una estrellita, los valientes que comentan porque ustedes son los que me animan a continuar este monstruito. Mil gracias y

¡Hasta la próxima!


NOTA DEL AUTOR:


[1] Hybrys — La hybris es un concepto helénico que se puede traducir como "desmesura" o "soberbia". Se manifiesta mucho con el ego desmedido. El origen de este vocablo se remonta al teatro griego y aludía la gente que robaba escena, además en el ámbito de la mitología era el castigo de los dioses a aquellos que sobrepasaban los límites de lo humano y se adentraban en el terreno de lo divino. Así por ejemplo, Prometeo fue castigado con la hybris por transgredir las leyes impuestas por los dioses al hacer partícipes del conocimiento del fuego a los humanos. [GARGANTILLA MADERA, Cartas al Director]


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