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27. Los portales de la esencia.

Olimpo

Casi dos horas después de que Athena informó la decisión de partir, Milo agradeció al universo que la comitiva -por fin- estaba terminando los preparativos. De tener que aguardar más tiempo, algo iba a estallar en su interior y barrería con cada templo a la redonda.

Ya para estos momentos, la impaciencia le hincaba los colmillos con sadismo en la yugular y el dolor de la angustia por el desconocimiento de lo que Camus sufría, era indescriptible.

Esta sensación era igual a enfrentarse a uno de los titanes más poderosos en solitario, pero aún de una pelea así, Milo sabía que saldría avante. Golpeado y cuasi moribundo, pero entero.

Sin embargo, esto de esperar a que otros estuvieran listos para dar fin a la incertidumbre de lo que padecía Camus era mucho, mucho  peor que su batalla contra Prometeo.

No existía dique que contuviera la angustia y la convicción de que el dominio de Cronos valía oro y cada segundo perdido, iba en contra de sus expectativas de salvar a Camus.

Desconocía qué detenía tanto a Athena. Él estaba listo para empezar el viaje apenas ella anunció el viaje a Hiperbórea. Era tanto el dolor, que su rostro mostraba la frustración que lo gobernaba por la obligación de esperar a que la diosa hiciera no-sé-qué-más.

Para colmo de males, la mente de Milo recreaba cientos de escenas variopintas y con finales diferentes, cada uno más depresivo que el otro, de lo que podía estar sucediendo con Camus. De no ser porque nadie sabía llegar a Hiperbórea, habría mandado a Brunhilde primero para que se asegurara de limpiar el camino.

En esa tesitura, encontrándose histérico y sentado en un kline con los brazos cruzados en el tórax, su pierna derecha se movía en taconeos histéricos contra el mármol, en la esperanza de paliar la angustia que lo acechaba como bestia hambrienta de sufrimiento.

Su cosmoenergía le advirtió que Camus corría peligro. Aún a la distancia, percibió a un ser tan antiguo como Cronos que estaba muy cerca  del otrora pelirrojo. Por otro lado, pequeños aguijonazos le advertían que esa presencia atronadora e intimidante, buscaba esclavizar o atar de alguna manera al ser que Milo am...

Que am...

Que... amm...

¡Maldición!

Que quería  demasiado.

Lo quería.

De acuerdo.

¡Lo quería!

Lo quería y...

¿Por qué el «querer» (ya fuera mucho, demasiado, intensamente, lo que fuera) le sabía insípido para describir lo que percibía en su cosmos?

¿Por qué le parecía tan... insignificante ese término para definir la sensación que se movía en sus entrañas, cada que su mente era saturada por las facciones de Camus?

Tuvo unas ansias locas de golpear su cabeza contra la pared en un afán de quebrar el hueso duro y hurgar en su masa cerebral hasta encontrar esa neurona que se negaba a reconocer la verdad en sus emociones respecto a su pelirrojo.

¿No sería más bien que otra neurona tímida, callaba por una estúpida prudencia o...?

¿Cobardía?

¿Él? 

¿Cobarde? 

¿Él? 

¿Milo?

¿Por qué debía ser él  un cobarde?

¡Si era él, el único que protegía a Camus de una maldición que lo podría destruir!

¿Eso era cobardía?

¿Negarse a admitir un sentimiento mayor por el miedo de perder al objeto de su devoción?

De ser así, entonces...

¿Lo que sentía por Camus era más que un simple querer?

Sí, por supuesto, pero entonces ¿por qué no lo decía?

Que lo am...

¿Lo am...a...b...?

—¡Por todos los Hecatónquiros! —blasfemó con un gruñido que emergió desde lo profundo de su pecho—. ¡Es desquiciante!

Sin poder soportar más la espera y mucho menos, los sentimientos entrecortados que rascaban para ascender a la luz y planeaban escapar de su boca, sofocados por las inmensas negaciones que los confrontaban por el pánico de tener y perder; Milo se levantó por impulso dando cuatro pasos al norte, después giró y caminó cuatro pasos en dirección sur, formando una elipse nerviosa, rítmica, perenne e inestable, con las manos metidas en la maraña de hebras que eran sus cabellos.

—¿Quieres comer o beber algo? —le ofreció Brunhilde.

—¿Qué te importa a ti? ladró errático—. ¿Es que no tienes algo más interesante qué hacer? ¿Quizá convocar el caminito de colores o es que en caso de hacerlo, el lobo ese me va a morder el culo por subirme o quizá el pelos de zanahoria me la chupe?

—¿A ti te pagan por decir idioteces o eres de los magnánimos que las regalan a diestra y siniestra porque les gusta escuchar su voz?

—Brunhilde, no estoy de humor... —amenazó con el timbre de su voz.

—Milo, no me importa... —remedó a la perfección.

—¿Te quieres callar?

—Querría se encogió de hombros, pero yo sí reconozco que me gusta mi voz.

—¿Te das cuenta que eres insoportable? gruñó sacudiendo las manos a sus costados.

—Sí reafirmó asintiendo con la cabeza, pero justo entonces, te pones así de mentecato cabeza de lata y se me pasa.

—Brunhildeee...

—Milooo...

Las miradas se encontraron. Una aguamarina, la otra topacio. Centellearon con fuerza. Una airada, la otra indómita y risueña.

—¿Te han dicho que eres un dolor de huevos?

—Eso es un cuento viejo, mejor dime qué tan cierto es que de vez en vez, tu cola es muuuy larga y termina en aguijón.

—¿Quién te dijo eso? se olvidó de su malestar y frunció el entrecejo.

—Ohhh —canturreó y se mordisqueó el labio inferior—, las noticias vuelan en un carro jalado por caballos o bueno, en tu caso, van en ocho patitas.

—Puta madre, ¿acaso no tienes algo más divertido qué hacer en tu vida, en lugar de estar escuchando al meto-en-todo de Helios?

—Pues sí, pero como tengo que esperar todavía y la espera es jodida, pero más el que se la aguanta; me entretengo con el chisme y ¡aquí hay por montones! celebró risueña.

—¡Vete a coger por culo!

—Por culo, por boca, por todos lados, pero... —pausó con intención, elevó el índice derecho y lo dirigió al pecho del rubio—, Bóreasson es novio tuyo, idiota. Pensé que no querías que cogiera con él, pero ya que me mandas a eso, obedeceré —lo molestó entre risitas perversas.

—¡¿Acaso no tienes a otro mejor que Camus, joder?!

—Pos no, tarado. De tener a otro, no estaría acá, pero ya que lo mencionas, te haré el favor: daré mi bracito a torcer, me sacrificaré y te acepto un rapidín. Así que acompañó sus palabras poniendo una mano en el hombro de Milo con complicidad—, ¿prefieres en una cama o en lo oscurito? Siempre podemos hacerlo de palito, tú sabes: de pie y alzo la patita.

Milo sintió la caída de su mandíbula ante semejante falta de prudencia. Su ojo derecho tembló en un tic desenfrenado.

—¡¿QUÉ DIJISTE, DESCOCADA?!

—Ay, Milín. No te pongas tímido, pero en caso de que te preocupe que tu pilín esté chiquitín, recuerda que «más vale chiquito y juguetón, que grandote y huevón [1]».

El rubio respiró agitado y la tensión endureció la zona de sus mandíbulas. Las manos le hormiguearon y parpadeó con frecuencia. Tuvo el impulso de dar media vuelta y dejarla hablando sola.

—¿Hay algún momento en que te callas?

—Cuando la chupo, por supuesto. ¿Sabías que por mis buenas chupadas, Bóreasson terminó siendo mi novio y no un acostón ocasional? ¿Se te antoja, Milín?

Brunhilde avanzó tres pasos, Milo los retrocedió por inercia, que no por cobardía, por el inusitado embate al que era objeto. Las ninfas carecían de tal desfachatez y eran propensas a ser huidizas.

Por ello, el rubio estaba inmerso en un momento ridículo en que sus neuronas corrían aterradas y en círculos ante tanto ataque verbal, sin tener la puntería para responder con eficacia. La culpa era de la situación y la completa oscuridad respecto a lo que le sucedía a Camus. Claro, era eso.

—¿Quieres ponerte seria? Hacemos esto por Camus, no para que me seduzcas.

—Seducirte está en los últimos peldaños de mis objetivos primarios.

—¿Y entonces qué es todo esto?

—Distracción y aligerar ánimos. ¿Te diste cuenta que ocupaste la cabeza en otra cosa que no fuera rumiar porque están tardando?

Cronos se detuvo, Milo parpadeó analizando la situación y soltó un resoplido seguido por una pequeña sonrisa. La valquiria era astuta y se estaba ganando su confianza, así como su estima por montones y montones de puntos.

Aún así, sacudió la cabeza incrédulo por las formas que la otra elegía para lograr su propósito.

—Estamos listos.

Milo tuvo el impulso de besar a Athena por el alivio que le suministró con esas palabras. Ni siquiera tenía forma de cuantificar la paz que se asentó en sus miembros de saber que se pondrían por fin en movimiento. Su sonrisa se extendió y frotó sus manos.

—Brunhilde, vámonos por el puentecito de colores antes de que se te ocurra otra tontería. ¿Y dices que yo las regalo?

—Idiota, pero en caso de que se te haya ocurrido que viajaremos en Bïfrost, te aviso desde ya, que no se va a poder.

El rubio detuvo la marabunta de reclamos que se atoraron en la punta de su lengua porque de todo, algo le hizo dudar.

—¿Cómo que no podemos?

—Porque en primera, Bïfrost está resguardado por los Aesir y en segunda, porque ustedes no tienen icor nórdico. Por más que lo abra, éste no los llevará a ningún lado.

—A mí me llevó.

—¿Que a ti qué?

—A mí me elevó unos metros y me iba a llevar a no sé dónde, pero el guerrero del lobo, ese que fue con tus amigos para ayudar a Camus y combatir en el templo de Ares, me pateó fuera del puentecito y caí de cabeza desde la altura de una montaña.

—¡Por el ojo perdido de Odín! ¡Es imposible!

—No tengo porqué mentir.

Era tanta la seguridad en el rostro del rubio, que la valquiria titubeó. Los ojos topacio se mostraron confundidos y movió el rostro en dirección norte, buscando las respuestas a sus preguntas en un punto determinado para ella, pero invisible para los demás.

—Lo hablaremos después porque te repito: es imposible. Es uno de los candados para que panteones ajenos al Yggdrasil, sean incapaces de intervenir en el Ragnarök; pero si tú lo hiciste, tengo que hablar con las völvas. Quizá seas hijo de algún nórdico.

—Ahora la que habla de imposibles eres tú. Tengo bien firme y claro quién es mi familia y ninguno es nórdico. Todos son de acá.

—¿Y la Kourotrophos? —intervino Athena pensativa—. ¿También ella lo es?

—¡Por supuesto, es hija de Titanes! —refutó y de inmediato se mordió los labios—. E-es decir, ella es de los nuestros.

Ese pequeño titubeo le atrajo poderosas miradas en su persona, se le había ido la lengua muy lejos y lo único que le evitó ser avasallado con preguntas, fue su cara ríspida.

—Dejemos de perder el tiempo y vámonos ya. Camus nos necesita.


Hiperbórea

Los diversos frentes estaban preparados para la batalla que se vaticinaba en la ciudadela. El nerviosismo se respiraba en cada minúsculo rincón y maquillaba cada rostro. Lo que motivaba tanta susceptibilidad en el ambiente, era el regreso de la tumba de la Jötunn y ese sencillo hecho, se había convertido en la mayor amenaza contra cada criatura que habitaba el norte del mundo.

Eso lo tenían claro, pues el mayor enigma caía en su resurrección.

¿Cómo había logrado tal proeza? Ni siquiera el rey de los Jötnar pudo recuperarse del golpe mortal y ahora yacía en la zona prohibida.

Esa pregunta distaba de ser respondida asertivamente por alguno de los presentes. Eran tantas las dudas, que las premisas se desperdigaban como mil vientos por las regiones del norte, cada una más poderosa que la otra.

Una sola certeza se encontraba en los corazones de cada uno de los protagonistas de esta desesperante escena y era que -en caso de ser derrotados-  Skaði sepultaría sin misericordia los panteones nórdico y griego bajo los hielos perennes.

—¡Vamos a la lucha, traigamos la victoria a Asgard e Hiperbórea! —arengó a las huestes el mismísimo Thor con un grito potente y firme—. ¡Que no haya uno que se acobarde! Somos guerreros y le enseñaremos a esa Jötunn lo que es llorar icor.

Los aullidos de los presentes se hicieron escuchar hasta el mismo Yggdrasil, las armas se aprestaron en las manos, los cuerpos tensaron los músculos y los ojos se mantuvieron fijos en Bïfrost que lucía sus mejores galas para este evento principal.

Aesir, valquirias, völvas e hiperbóreos sintieron los corazones golpear cual tambor en sus oídos al ver la trayectoria multicolor. El icor circulaba por sus venas y coloreaba sus pieles. Tenían conciencia de que se aprestaban para la más grande lucha de esa generación y cualquier error podía ser catastrófico.

El propio Aquilon fue uno de los que más sentía la adrenalina a flor de piel, a sabiendas de que la vuelta de esa Jötunn significaba la pérdida de aquél que una vez pudo llamar hijo con todas sus letras y que de él, ahora quedaba una simple carcasa.

El espíritu de Camus estaba muerto, sacrificado cual conejo para complacer los caprichos de un ser vetusto y egoísta, cuyo berrinche alcanzó niveles mortales. Lo que quedaba de su nieto era eso: un títere de carne y hueso, sin las ideas y personalidad que lo distinguían, guiado por los hilos que controlaba esa Jötunn.

Uno que debía destruir llegado el momento, meditó con tristeza.

—¡Aquí llega! —advirtió Odín sintiendo la apoteósica cosmoenergía acercándose a la velocidad de la luz—. ¡A las armas y recuerden: ella debe morir aquí y para siempre!

Un estruendo anunció el arribo tan anunciado, la tierra se resquebrajó en el sitio en donde Bïfrost se posó, quemando la piedra con las bajas temperaturas y del grueso anillo, símbolo que caracterizaba intrínsecamente a este puente, una figura enfundada en una armadura de hielo tan impenetrable como el diamante, avanzó tres pasos lejos del portal dimensional.

—¡ATAQUEN! —ordenó Thor señalando con Mjölnir a la enemiga.

En simultáneo, Aesir, valquirias y völvas lanzaron sus técnicas más poderosas. Una nube de polvillo helado se elevó entre los cuerpos. Algunos alaridos que descargaban tensión, escaparon de las bocas al dirigir los golpes contra la Jötunn. Los corazones latieron frenéticos, el icor fue derramado manchando el piso.

Y con esas marcas doradas, vino la incomprensión alada que golpeaba con la fuerza de un yunque.

Bóreas y los Aesir descubrieron atónitos lo que era vivir en carne propia, el daño producido por sus mejores técnicas. En algún momento, así como elevaron sus cosmos contra aquella que profanaba con su presencia los jardines sagrados, estos les fueron devueltos, reflejados, lastimando a sus dueños. 

La única explicación plausible se encontraba en los resquicios de los galdrar [2] que creaban un muro cuasi invisible frente a la Jötunn que no había movido un solo dedo para defenderse.

—¿Por qué? —exigió Odín a la völva que bloqueó su ataque y se lo devolvió cual espejo, rasgando la armadura del Aesir mayor—. ¿Por qué nos están traicionando?

Las doncellas les miraban impasibles y sin muestras de arrepentimiento. El Aesir tuerto escupió icor en el piso en signo de indignación y rabia.

     »Ataquen a las völvas —le exigió a Hilda. Ella levantó sus armas y se aprestó para el combate, pero apenas las valquirias adelantaron al Aesir, se voltearon en un irrefutable acto de protección a las doncellas—. ¿Cómo? ¿Ustedes también nos traicionan?

—Nosotras obedecemos las órdenes de nuestra hermana y líder, Skuld —le recordó la de cabello platinado—. Y se nos exigió la protección de las völvas por encima de cualquier otro mandato.

—¡Freyja comanda a las valquirias y estoy seguro que no pidió esto!

—Le recuerdo que nuestra señora no se interpondrá en esta disputa. ¿Acaso no fue usted, gran Odín, quien le exigió a la gran Freyja que se hiciera a un lado y permitiera que la magnífica Skuld nos comandara? Usted reclamó una batalla imparcial y para eso, hizo a un lado a la gran Freyja. Luego entonces, seguimos las órdenes de nuestra hermana Skuld y ella mandó cuidar a las völvas. Incluso, mencionó que su bienestar era imprescindible y usted mejor que nadie sabe, que ella siempre se rige por lo que es necesario hacer para que ocurra algo más.

—¿Tanta fue tu arrogancia de creer que las doncellas nórdicas estaban de tu lado, Odín?

Esa voz emanó de la estatua de hielo que se erigía envuelta en ventisca y diamante. La Jötun más peligrosa a la que Asgard enfrentó, se plantaba ante sus adversarios luciendo las joyas de la traición y el despecho, pisando con fuerza la tierra de Midgard que se quemaba bajo sus botas, debido al hielo extremo que emanaba de su ser.

Teniendo de su lado a las völvas y por ende, a las valquirias.

—Skaði, ¿qué hiciste con mi nieto, mal nacida?

—Bóreas—musitó el nombre con desdén—, ¿cómo es que tú, entre todos los presentes, osas dirigirme la palabra después de que tu progenie me traicionó?

—¿Acaso tanto hielo te congeló las neuronas, Skaði? ¿Cómo te atreves a señalar que mi progenie te traicionó, cuando tú la perseguiste y aún ahora, estás aquí porque te bañaste en el  icor de mi nieto?

—Un icor que me pertenecía poco después de su concepción.

—¡Patrañas! Camus era sólo un niño, ¿cómo pudiste cometer tal aberración? ¡Tú lo querías para follarlo!

—¿Por qué no conseguirte ya uno hecho y derecho? —intervino Thor con su típica conducta impulsiva.

—¿Como tú, Odinson? —despreció la Jötunn con gesto altivo.

—¿No es mejor uno que ya sabe meter la verga, a un inexperto que ni siquiera sabe que la tiene para otra cosa que no sea mear?

—De hacer caso a tus palabras —meditó la Jötunn—, debería reconocer que es más interesante cuando acompañas al inocente en su aprendizaje, que cuando se te planta tan campante, con una mala praxis a sus espaldas que sólo hincha su orgullo y lastima a las doncellas que posee en su cama...

—¡Hija de puta! —estalló el olímpico y su cosmoenergía barrió la zona elevando con sus vientos polares todo aquello que no estaba adherido a la tierra, incluyendo aquellos Aesir e hiperbóreos cuyos niveles de poder estaban por debajo del suyo.

Bóreas perdía los cabales y la frustración se alojó en lo profundo de su ser al notar que ni siquiera con ese estallido, lograba levantar un poco la gruesa capa que envolvía la armadura de la Jötunn.

—Te enseñaré a respetar a tus mayores —le alertó la Jötunn.

Del cosmos de Skaði una ventisca nació, creció y se expandió, elevándose hasta encontrarse con los vientos de Bóreas que fueron insuficientes para combatir a sus rivales y fueron destruidos. Todo aquello que el griego levantó, fue aplastado por la técnica de la Jötunn contra el frío piso del jardín. 

Sin embargo, ella aún estaba insatisfecha y para calmar la ira que la gobernaba, congeló las plumas del dios alado dejando constancia de la gran diferencia de poderes entre los dos.

     »No colmes mi paciencia —le advirtió señalando el pecho de Bóreas con el índice—. Tu técnica es equiparable al talento de un niño confrontado conmigo.

—¡Ve a tragar mierda! —ladró exasperado por la impotencia de no lograr más, ignorando el dolor causado por el congelamiento de sus alas—. Te atreviste a tocar a mi hija, mi nieto sufrió por tu culpa, ¡mereces mil castigos y más!

—Tu hija fue tocada porque ella inició las hostilidades.

—¡Tu boca está llena de ponzoña y mentiras!

—No, Bóreas. Esta vez eres tú el equivocado. ¿Por qué no traes a tu hija y establecemos los antecedentes de este ultraje?

—¿Por qué he de poner en tu rango de ataque a aquella que sufrió sólo por tu necedad de cegarte a tus deseos?

—Tu hija sufrió por su capricho de abrirle las piernas a un dios que no la quería y para colmo, ser preñada de un hijo que no deseaba.

—¿Cómo te atreves a manchar la reputación de mi hija?

—Para ti, ¿decir la verdad es manchar lo que ya está lleno de mugre?

—Eres una desgraciada que sólo merece la muerte y...

Tuvo que callar, una ventisca le heló los labios evitando que siguiera despotricando y llevó al punto de ruptura su armadura.

El frío provocado por la Jötunn no podía sofocar el calor del odio extremo que le prodigaba Bóreas.

—Veo que no hay forma de arreglarlo con palabras, Bóreas; entonces las völvas te mostrarán el pasado para que la venda caiga de tus ojos.

—¿C-cómo? —logró decir después de usar su cosmos para separar los labios y tener oportunidad de hablar de nueva cuenta, aunque sus pliegues estuvieran manchados con icor y la piel de su boca en carne viva.

—Que seremos nosotras quienes mostrarán lo sucedido entre Skaði y Quíone —se escuchó la voz de la única völva por la que hasta Odín bajaba cabeza: la gran Elli.

Los Aesir intercambiaron miradas a sabiendas de lo que podría significar oponerse a este rumbo de los acontecimientos. 

Elli no se tocaría el corazón para utilizar su magia y los dejaría diezmados en caso de levantasen los puños en su contra. Y además, la völva era capaz de hacerles olvidar las profecías que les había entregado con generosidad para hacerles pagar el desacato del ataque.

Una regla inquebrantable entre los Aesir, les obligaba a evitar cualquier acto que desatara la furia de una völva y por ello, los nórdicos a regañadientes, mantuvieron sus ímpetus bajo control.

—Bóreas, se hará cómo la sagrada Elli decida —juzgó Odín y le mandó un mensaje a través del cosmos.

El Aesir tuerto se limitó a pedir paciencia al dios olímpico y fundaba su ruego en el hecho de que la Jötunn se había mantenido en guardia, denotando una franca actitud defensiva, que no ofensiva. En cualquier otro momento, habría atacado arrasando con todo en ese lugar sin pensarlo dos veces.

Esa estrategia hacía dudar a Bóreas. El dios era mordido por la confusión, incapaz de comprender lo que motivaba a la Jötunn a exigir la invocación de una galdrar tan arcana como peligrosa para ella misma. 

Una recreación del pasado se pagaba con icor por los servicios prestados, por eso era raro que insistiera con el pasado cuando podía destruir todo y ahorrarse el sacrificio de su icor.

Elli se colocó en el centro del anillo de contención, el resto de las völvas la rodearon estableciéndose cada una en los círculos que formaban el galdrar previamente creado para contener a Camus y ahora...

—¿Es mi imaginación o este anillo les dota de un poder adicional? —comentó a Odín, quien emitió un gruñido.

—Creo que fuimos engañados, Bóreas. Ese anillo no sólo era para mantener a tu nieto bajo control, también tenía otro uso.

—¿El incremento de poder?

—Esa duda será resuelta cuando veamos lo que han tramado. Esto es mucho peor de lo que pensaba. En caso de que las völvas nos hayan traicionado, tendremos que echar mano de todos los recursos para combatirlas.

El Aesir tuerto era inflexible, determinado y muy tajante. Desde el inicio de los tiempos, había respetado la palabra de las völvas, acudido a ellas para pedir consejo, pero ahora estaba en un terreno desconocido. 

Bóreas hizo cálculos mentales de lo que podría ocurrir y el escenario era poco propicio para la victoria: se enfrentarían los Aesir y los hiperbóreos a la Jötunn que puso de rodillas a los asgardianos y todo indicaba que las völvas la iban a defender. Eso sin contar con que las valquirias protegerían a las doncellas de los ataques.

Estaban en desventaja.

     »Trae a tu hija, Bóreas.

Esa orden le aceleró el pulso al Aquilon. Su mirada se dirigió al Aesir tuerto que parecía convencido de lo que sea que planeaba.

—Pero...

—Ahora.

El olímpico rumió una sarta de insultos en su mente antes de invocar a su hija porque no se desoye una orden de Odín sin tener consecuencias. Quíone, a diferencia de otras oportunidades, en lugar de aparecer, le habló a través de su cosmos.

«¿Qué pasa, papito?»

«Ven al jardín».

«No tengo ganas de ser diana del poder de esa tipa».

«¡QUE VENGAS, QUÍONE!»

Sintió un gran exabrupto en la habitación de su hija antes de que -por fin- el cosmos de la diosa de la nieve se dirigiese en su dirección.

—Está en camino —le informó a Odín.

—Más le vale.

Ese comentario le dejó un humor negro. Presentía que algo estaba muy mal y la expresión complacida de Loki le daba muy mala espina.

La elegante Quíone apareció en el umbral que separaba el jardín de la ciudadela. Bóreas la observó y notó el disgusto maquillando cada parte del hermoso rostro.

—Skaði siseó la diosa con los puños crispados y la tensión en cada parte de su ser.

—Quíone saludó con altivez—. ¿Estás a gusto después de todo lo que provocaste?

—¡Yo no provoqué nada! Tú me atacaste.

—¿Acaso no fuiste tú la que se metió a mis dominios y tomó al niño de su cuna?

Bóreas sintió que le jalaban de los pelos del rabo. Su cabeza giró hacia su hija cuyas facciones distaban de la indignación y se ubicaban más cerca de la postura defensiva. De ser cierto lo que la Jötunn decía, entonces...

—El niño estaba conmigo, ¡era mío!

—¡Falso! ¡Te llevaste al niño de mis dominios! —ladró Skaði por primera vez, perdiendo los papeles y lanzando la rabia sin reparo, distorsionando sus bellas facciones para dejar una máscara de odio y resentimiento.

—Es lo que tú dices, ¿acaso no siempre estás sobredimensionando la realidad? —contraatacó la diosa contundente—. ¿No fuiste tú quien se enojó porque eligió a Njörd? ¡Eres una caprichosa que entiende lo que quiere para traer el caos!

—¡Silencio! —bramó Odín con la paciencia agotada—. Las völvas nos mostrarán lo sucedido.

—¡¿QUÉ?! —gritó Quíone con sobresalto—. ¿De qué hablan?

—Que las völvas mostrarán los eventos sucedidos en aquella noche —susurró Loki con una expresión enigmática, mirándose las uñas que parecían ser lo más maravilloso del mundo.

Quíone volteó hacia su padre queriendo encontrar en el rostro del mayor una pizca que desbaratase esa expectativa, pero no encontró algo que le permitiera mantener la calma.

—Papito, tú bien sabes que no podemos confiar en ellas.

—¿Cómo te atreves a sospechar siquiera de las völvas? —estalló Odín—. ¿Quién te crees, niñata, para poner en tela de juicio a las doncellas y sus galdrar?

—¿Acaso están ciegos? La Jötunn está controlando todo, ¡incluso a las völvas!

—¡Serás insensata! —aulló Thor ofendido hasta la médula—. ¡Este insulto se paga con icor!

—¡ALTO! —bramó Bóreas queriendo tener un poco de calma al ver que los Aesir tomaban lugares contra un nuevo enemigo y éste, sorpresivamente, era su hija—. Me disculpo por la irreverencia de Quíone —pidió a los nórdicos y volteó hacia la aludida—. Discúlpate ahora mismo.

—¡Ni loca! Esa Jötunn nos está poniendo una trampa y no voy a permitir que se me juzgue por algo que no hice. ¡Ninguno de ellos tiene el derecho!

—¿Y quién sí lo tiene? —exigió saber Odín mirando con intensidad a Bóreas—. Coincido en que todo esto me parece muy sospechoso, sobre todo porque nadie habló de un juicio y tu hija ya está elevando todo a una situación mucho muy peligrosa. ¿A quién le debemos pedir que venga, para que tu hija no pisotee los años que llevamos de alianza?

Bóreas tragó saliva sin esperarse un evento de esta magnitud. Su cabeza se movió de un lado a otro demostrando que todo estaba saliéndose de sus manos y en la negativa, sus rizos azabaches mostraron la herida de guerra en su ojo izquierdo: aquél que Skaði casi cercena.

El único que miraba todo con algarabía, era Loki. La sonrisa en su rostro era inmensa y elocuente, pero con el foco centrado en Quíone y Bóreas, nadie la captó.

—La única que puede juzgarnos es otra diosa...

—Que venga entonces —exigió alguien que ninguno de ellos esperó.

Elli misma había aparecido para tomar la punta del hilo y con esas palabras, jaló de éste con tal vehemencia, que el tapiz estaba deshaciéndose a los pies de Bóreas.

     »Traigan a esa diosa.

—Imposible. Para eso, tendríamos que invocar a uno de los tres dioses más poderosos de nuestro panteón y ninguno querría estar metido de cabeza en una situación así —declaró Bóreas taciturno—. Ella es la justicia y sólo está supeditada por el destino.

—Me importa una mierda —soltó Thor—. Tu hija ha puesto en tela de duda la indiscutible imparcialidad de las völvas.

—Algo que hizo tu padre antes, Thor —discutió Bóreas ya preso de los nervios y el estrés—. ¡Tu propio padre las llamó traidoras!

—Pero él tiene derecho, es nuestro panteón. En cambio ustedes no. ¡Es como si yo dijera que la diosa esa que los juzga es parcial y decide irse al lado de la barca dependiendo de dónde la cogen mejor, tal y como tu hija lo hizo!

Bóreas no se contuvo, lanzó los vientos contra Thor y lo impactó en uno de los muros con un solo revés. El cuerpo del Aesir resquebrajó la piedra, pero era Odinson, podía resistir eso y mucho más.

—¿Cómo osas tocar a mi hijo? —reclamó Odín levantando su espada contra Bóreas.

—¡Tu hijo cruzó la línea y de ser necesario, destruiré el pacto entre nosotros, pero no admitiré más insultos!

—¿Y tu hija sí tiene la venia para insultar a las völvas? —refutó Odín—. Eres tan cara dura. ¡Un insulto así, es motivo de guerra!

La tensión se cortaba con hacha, los ánimos revueltos provocaban roces por los motivos más ínfimos. 

Esa era la atmósfera provocada por la mera presencia Jötunn, que enfermaba de incertidumbre y furia a los Aesir y dioses por igual.

El único de los presentes que siguió mostrando su beneplácito, fue Loki. 

El dios del engaño tomó asiento disfrutando de los acontecimientos, bebiendo de un cuerno de hidromiel mientras que su cosmoenergía se expandía en búsqueda de alguien...

Ya tenía la forma de colapsar todo y traer a Hiperbórea justo lo que quería: el caos en su forma más primitiva.


Simultáneamente,en las fronteras del Olimpo.

Los cielos de las tierras aledañas a Hiperbórea fueron iluminados por una impresionante aurora boreal. Ésta dispersó sus colores como si quisiera tocar con sus partículas las alas de los dos enormes caballos quienes, una vez dejaron atrás el panorama de las tierras olímpicas y se introdujeron en las planicies cubiertas de nieve, incrementaron su velocidad entre los enormes icebergs que dominaban las zonas acuáticas.

Acostumbrados a ser empujados por los vientos creados por los Jötnar, las dos monturas los planearon con gran maestría soltando briosos sonidos que dejaron las narinas impregnadas con vaho y la adrenalina a flor de piel.

En la bestia azabache que encabezaba la comitiva, la salvaje Brunhilde llevaba a Milo como pasajero. En el corcel pinto, el indomable Dohko cuidaba de su acompañante, la astuta Athena. En esa tesitura, el dios guerrero mantuvo firmes las riendas al notar que su montura desplegaba tremendo poderío al penetrar en los terrenos nórdicos.

A leguas, se podía notar la emoción de la hija de Zeus al pisar tierras que sólo conocía por narraciones y los ojos de zafiro se maravillaron de tanto esplendor blanco y azulado. Lo que más atrapaba la atención de la joven, era la gran aurora boreal. Ese fenómeno luminiscente que los recibía y les obsequiaba un collage de tonos desconocidos para los olímpicos.

En cambio, un Milo sujeto de la cintura de la valquiria, parecía fastidiado por seguir viajando sin llegar a su destino. Para colmo, estaba en un vehículo en el que debía mantener la estática y su inquietud se derramaba por los poros. En un afán de sólo perder el tiempo, volvió a quejarse en el oído de la jinete.

—Recuérdame por qué estamos hasta acá, donde siento que se me congela hasta el occipucio —pronunció estremeciéndose de forma fingida, pues la capa -que Brunhilde le cedió la primera vez que lo convocó- le protegía y mantenía tibio cada sitio de su anatomía y allá donde no llegaba a cubrir, la sapuri hacía un buen trabajo—. No sé cómo soportas tanto frío.

—No sé cómo soportas tanto sol —le devolvió la otra con sonrisa pícara—. Siento que se me quema hasta el culo, sin contar el hecho de que el sol mismo se entera hasta de qué color son mis bragas.

—Eso no es nada, puedo jurar que hasta sabe de qué color tienes los pelos de por allá —acotó con malicia, mascullando para no ser escuchado, según él.

—Imposible.

—¿Por qué? ¡Claro que también lo sabe, él lo ve todo!

—Que no.

—¿Y por qué no? —remedó con fastidio.

—Porque yo no uso de eso.

Por momentos, Milo parpadeó con las neuronas en una pausa absoluta porque razonando las palabras, eso significaba que...

—¿Tú no usas qué? —optó por usar la idiotez a su favor.

—Yo no uso pelos en la concha —respondió bien quitada de la pena.

—¿Cómo que no usas pelos en la...? —repitió con el intelecto de un gigante porque ¿la «concha» era la «vagina»?

—Y no, porque me da flojera que cuando me besan ahí, se ocupen más de quitarse los pelos que de lamerme bien el clítoris.

—¿L-lam-merte-e? —tartamudeó como idiota.

—Bueno, para que me entiendas: lamerme, chuparme, comerme, morderme sin excusas de que los pelos les ahogan. ¡Por eso es mejor todo pelado, no peludo! ¿Entendiste ahora?

—Pelado, no pelu... —se trabó de nueva cuenta, parecía que era la única forma en que Milo podía comunicarse con ella: a trompicones—. ¡La pinche madre que te parió, Brunhilde! —estalló sin anuncio—. ¿Por qué eres tan... tan... tan... ¡bruta!?

—Porque ya que tú eres campana, yo tengo tooodo el derecho de ser bruta —se burló en su cara.

—¿Por qué soy campana? —soltó ignorando la sugerencia mental de que se abstuviera de preguntar.

—Por el «tan, tan».

—¡Bruta, bruta, bien bruta! —le bramó en la oreja, pero ella en lugar de avergonzarse, lanzó una reverenda carcajada que se escuchó incluso en el templo del mar—. ¿Cómo es que Camus se fijó en ti?

—Bóreasson se fijó en que soy una de las pocas valquirias solteras y de paso, la más guapa. Eso sin contar con que yo no estoy sujeta al voto de castidad como mis hermanas. Así que, le doy vuelo a la hilacha —le guiñó un ojo.

—¡Eres una cínica! ¿Acaso no tienes vergüenza?

—La conozco, pero practico la técnica de Thor: la hago a un lado.

Parecía tener respuesta para todo lo que Milo le lanzara. El rubio jamás en su vida conoció a una mujer con un carácter así y mucho menos, una con la lengua pelada, no peluda.

—¡Brunhilde! ¿Por qué no eres una diosa normal?

—Porque no soy diosa, sino valquiria y por otro lado, agradece que no sea normal, porque te vuelvo a recordar que desde que empezaron los preparativos para el viaje, ya habrías estallado del estrés y la frustración si yo no te hubiera aligerado el temperamento.

La boca se le cerró. Milo parpadeó adhiriendo esas palabras a su psique. Se rascó la nuca y frunció el entrecejo.

—Entonces ¿es cierto que dijiste todas estas tonterías sólo para mantenerme tranquilo?

—En parte... —sonrió con alegría—. La otra razón, es porque me encanta verte rojito. ¿Cuando te encamas con alguien, te pones así? Porque estás muy sexy, Milín. ¿No querrías, antes de rescatar a Bóreasson, pasar un ratito rico en mi cama? Te aseguro que se te baja el estrés y ya en caso de que te guste como terapia, podemos hacer tríos en el futuro —aseguró guiñando un ojo.

El corazón en el pecho de Milo brincaba como una liebre sin control. El párpado derecho se agitó con violencia y los oídos le zumbaron.

¿Le había dicho lo que había escuchado?

—¡D-descarada! ¡Es la segunda vez que haces alusión a eso!

—Y por algo será, ¿no crees? —le coqueteó la descarada. Debo reconocer que Bóreasson tiene muy buen gusto.

Milo iba a responderle, pero por el rabillo notó una mancha amorfa en la nieve. Brunhilde siguió la dirección de su mirada y entornó los párpados. 

Entre la nieve, una manada de lobos caminaba con el mismo rumbo que ellos tenían.

—Fenrir —musitó la valquiria.

—¿Fenrir? Yo conozco a uno de cabello platinado, el mismo que me pateó fuera del puente de colores.

—El puente que dices, se llama Bïfrost.

—Bueno, de la cosa «bihelada» esa, como le dices tú. El punto es que el tal Fenrir no era un lobo, sino un dios guerrero.

—¿Bihelada?

—¿Bi-frost? «Bi» es dos y «frost» es...

—¡Milo idiota! —le insultó risueña—. Ese chiste fue de nenes y para que lo sepas, Fenrir es capaz de adoptar una forma lupina porque es parte de su poder original. Lo que no entiendo es qué hace por acá. Fue enviado por el señor Bóreas en una misión.

—¿Quieres bajar a...?

El rubio guardó silencio al sentir el cambio de dirección. El enorme caballo alado se dirigió hacia la manada de lobos. Dohko le siguió porque sin ella, no sabrían cómo llegar a Hiperbórea.

Ambas monturas aterrizaron en la fría nieve a diez metros de distancia de los cánidos que mostraron los dientes como advertencia de que no eran mansos. Fenrir adoptó la forma homínida en el acto, elevando el cosmos con una clara postura de batalla.

—Brunhilde, ¿qué haces con ellos?

—Voy a Hiperbórea a interceder por Bóreasson y ellos son prioritarios para exigir que lo liberen.

—¿Y cómo es eso?

—La que me acompaña, es la diosa Athena. Ella es la hija de Zeus, el olímpico que designó a Bóreas para mediar entre ellos y nosotros. Pensé que Athena podría ser un factor desequilibrante en esta locura.

—El Aquilón no entiende de razones y mucho menos, de sentido común. Ni qué decir de los Aesir. Todos están aterrados ante la expectativa de que Skaði les aplaste y bien merecido se lo tienen después de atacar de forma tan vil a Bóreasson.

—¿Nos ayudarás entonces, Fenrir? Mi hermana Skuld me contó que conoces pasadizos secretos en Hiperbórea y puedes hacernos entrar sin que los otros Aesir o algún Hiperbóreo nos vea y nos impida llegar a nuestro destino.

—¿Y crees que yendo como ladrón en los dominios del Aquilón, te librarás de un castigo y lograrás que te escuchen?

—Nuestro señor Odín va a entender las razones.

—No lo hará, sólo hay un Aesir que puede intervenir a favor de Bóreasson.

—¿Y ese es...? —se le cerró la boca al percibir un escalofrío recorrer el cuerpo—. N-no estaremos hablando de t-tu padre, ¿v-verdad?

A los olímpicos no les pasó desapercibida la manera en que la valiente y bravucona valquiria reculaba con esas palabras.

—¿Y quién más se opondría a todos ellos? —cruzó los brazos sobre el pecho—. ¿Quién estaría un ápice contento al llevar la contra?

—¿Quién es su padre? —intervino Milo dirigiendo su mirada a Brunhilde.

—L-Loki —respondió con ciertas reservas.

—¿Y cuál es el problema?

—Ah, pues... pues... que... —carraspeó con dificultad—. Lo que sucede es que...

—Mi padre es un agente de Aêr explicó Fenrir sin mediar prudencia—. Y como tal, muchos lo consideran tenebroso o malvado por seguir sus instintos.

—¡No es normal que unas voces te hablen para pedirte algo! —renegó Brunhilde—. Y tu padre siempre se excusa con que son del inexpugnable Aêr.

—Las voces de Khaos —comentó el rubio asintiendo solemne.

—¿El caos tiene voces? —indagó Athena con curiosidad nata.

—No el caos como un sinónimo del desorden, sino Khaos —Milo puso énfasis en la pronunciación mientras explicaba ante una Athena interesada y a un Dohko reacio a seguir esta plática. El rubio comprendió bien los motivos de la renuencia de su mentor, sabía bien que pronunciar ese nombre podría traer consecuencias extrañas—. Khaos es amorfa, pero en sí, es la primera diosa, la que existía antes de la creación. De ella, los Primordiales emanaron porque es la esencia de todo. El mundo inició en Khaos y en su momento, ella será su verdugo.

—Y los emisarios de Khaos son todo, menos confiables —refunfuñó Dohko con repelús.

—Los dos amos del caos.

—¿Qué? —el castaño desvió la mirada hacia la diosa.

—Camus y Milo son los dos amos del caos, como mi hermano lo dijo en la profecía. De ser así, ¿también son agentes de Khaos?

Ocupados en mantener la conversación con Athena, fueron ignorantes del pequeño cambio en la postura de Fenrir.

El hijo de Loki se fue internamente al otro extremo: de mostrar oposición ante los recién llegados, ahora analizaba al detalle a Milo, queriendo vislumbrar más allá de lo que se veía a simple vista. Sin esperarlo, el rubio le despertaba un irrefutable interés.

—No lo creo así —razonó Milo—, mi abuela me dijo que estos seres tienen que ser muy particulares y poseer un icor característico. Lo único extraño que me puede definir y describir, es que fui perseguido por la desgracia desde antes de mi nacimiento y esa tendencia se acentuó con la maldición que Hera impuso en mí.

Fenrir pronunció algo ininteligible que hizo voltear a todos los presentes. Jin fue el único que alzó las orejas y ladró en consecuencia. El platinado le acarició la cabeza con una sonrisa enigmática.

—¿Qué dijiste Fenrir?

—Nada, Brunhilde. Nada que te sea importante —encogió los hombros con desgana fingida analizando la mirada de Jin—. Sin embargo, si quieren que abra los caminos para que penetren Hiperbórea y lleguen hasta Odín, lo haré con una sola condición —elevó el índice derecho para imponer un momento de tensión—, quiero que guarden el secreto de que fui yo quien los condujo y acompañó.

—Es un trato —prometió Brunhilde tomando rápido la batuta y sin pensar demasiado.

Milo en cambio, tenía sus reservas. Dudaba de los motivos de Fenrir para mantener su ayuda en secreto y sospechaba de lo que el otro se traía entre las patas. Aún así, mantuvo el silencio pues requería llegar pronto. Camus estaba en peligro y eso era más importante.

Desde que llegaron a las tierras heladas, había un olor en el ambiente que le hacía añorar. Era muy parecido al que percibió cuando se entrevistó con Brunhilde en estas tierras hace unos días y Milo se preguntaba por qué lo captaba.

—Vayamos pues, avancemos hasta las inmediaciones de Hiperbórea y desde ahí, los guiaré a pie —indicó el Aesir transformándose de nuevo en esa bestia lupina tan imponente que tenía el tamaño de una de las monturas.

El pelaje del lobo era como la misma Nyx, profundo y oscuro, con unos ojos de esmeralda tan parecidos a los de su padre, que hablaban de la inteligencia y astucia heredada. En su frente, la marca de un garrazo impedía que en esa cicatriz creciera pelaje y su cuerpo tenía la fuerza de los gigantes.

Fenrir en su forma lupina despertaba estupor, la sensación de paranoia y la absoluta seguridad de que, en caso de hacerlo enojar, la persecución sería interminable. Era el agente principal del Ragnarök y ese destino le dotaba de una presencia distinta a la que Milo estaba acostumbrado. De alguna manera, Fenrir era mucho más macabro que mirar el Inframundo.

Brunhilde y los olímpicos montaron de nuevo y se elevaron en el aire. El hijo de Loki les siguió por tierra guiando a los lobos.

—No esperaba que la manada fuera tan rápida y nos siguiera sin dificultad —comentó Milo mirando hacia los cánidos desde las alturas.

—Es por Fenrir, él les da el vigor para que sean más rápidos. De lo contrario, no podrían continuar su marcha en estos vientos helados y con tanta nieve.

—Interesante —murmuró pensativo—. Su manada es muy pequeña.

—No del todo. Normalmente son entre quince y veinte miembros, pero sé que para esta misión, Fenrir dejó a las hembras y cachorros bajo resguardo. De cualquier forma, les falta un omega. Al parecer, no sobrevivió al encargo del señor Bóreas.

—Tampoco esperé que aceptaras tan rápido la propuesta le amonestó con suavidad—. ¿Por qué querría mantener en secreto que llegó a Hiperbórea?

—A últimas fechas, Fenrir ha estado en pugna con las determinaciones del señor Bóreas. Tan intensas fueron sus fricciones, que el señor lo envió a una misión muy complicada y todos sabíamos que era para deshacerse de él mientras acontecía lo del anillo de contención. Fenrir podrá ser cualquier cosa, pero tiene una relación de hermandad con Bóreasson desde que se conocieron, quizá porque eran el único par de parcos de Hiperbórea. El punto es que congenian muy bien a pesar de las apariencias. En lo personal, confío en Fenrir y puedo meter las manos al fuego de que no hará nada en contra de Bóreasson.

Era tal la seguridad de Brunhilde, que Milo aprovechó que estaba de espaldas a ella para fruncir los labios. En su pecho, una corazonada seguía firme, mordiendo cualquier argumento lógico.

Cerró la boca y la selló para evitar un disgusto entre ellos, pues presentía que la otra no aceptaría dudas o corazonadas sobre alguien que ya tenía catalogado por el trato consuetudinario. Sin embargo, el rubio concentró sus ojos en el lobo mayor y quiso el destino que su sentido agudo de la vista se fijara en un pequeño adorno de manufactura extraña que colgaba en el cuello del cánido.

Su intuición le gritaba que tuviera cuidado, mucho cuidado  con ese sujeto. A finales de cuentas, ¿acaso Hermes permitía que los lobos fueran los guías de su rebaño?

La marcha continuó con algunas conversaciones entre la valquiria y el ex berserker al respecto de los parajes que los rodeaban y algunas de las costumbres nórdicas basadas en los alimentos y bebedizos. Casi una hora después, Brunhilde hizo descender al caballo azabache frente al Aesir.

—Estamos en el sitio que elegiste —aclaró desmontando—. Ahora, ¿por dónde iremos?

Fenrir adoptó la forma homínida y analizó la zona raudo y confiado. Al lado de ellos, Dohko y Athena aguardaron las nuevas instrucciones. La primera, acomodándose el manto que cubría su cuerpo, el segundo cuidando de que ningún enemigo atacara a su señora a traición.

—Por el subsuelo.

—Imposible, esas cuevas están llenas de alimañas.

—Nadie nos atacará —prometió Fenrir—, ni siquiera tendrán el valor de acercarse a nosotros.

—No es lo que me han dicho en Hiperbórea.

—La diferencia recae en que vienes conmigo.

—Como le pase algo a Athena, nos matan a todos, Fenrir.

—Ya te dije que no pasará nada —gruñó impaciente—, vayamos de una vez para que no nos descubran los exploradores.

A regañadientes, Brunhilde les indicó a los olímpicos que le siguieran. Sin embargo, se puso terca en que Milo, Athena y Dohko estuvieran en medio de la manada para que los protegieran y ella se quedó atrás, siendo Fenrir la punta de flecha.

Dohko y Milo intercambiaron una mirada cargada de significaciones. Después de tantos años, las palabras por voz o enviadas a través de la cosmoenergía eran innecesarias. Bastaba un simple encuentro de pupilas para entenderse de maravilla. No por nada eran mentor y alumno.

El hijo de Loki penetró en una cueva disimulada entre la nieve y los demás le siguieron los pasos. En el interior, Milo paseó sus ojos por las diversas estalactitas y estalagmitas rocosas cubiertas por mantos de hielo. Hubiera creído que habría sitios donde el agua correría y descubrió todo lo contrario. La ausencia de calor era perenne y en la oscuridad, podía sentir varias miradas sobre ellos.

Las presencias ocultas eran intensas y le pusieron los vellos de punta por la carga de energía negativa que poseían. Un leve intercambio de cosmos fue necesario entre Dohko y él, su finalidad era inequívoca: establecer pautas para anticiparse a cualquier evento que pusiera en peligro a Athena.

Avanzaron durante largos minutos que parecieron horas, quizá lo fueran. Caminaban entre la negrura apenas rota por algunos filamentos de las armaduras de Fenrir y Brunhilde, que iluminaban precariamente el camino. 

El trayecto era fácil anatómicamente hablando, pero la pesadez del ambiente tétrico les caía como yunque sobre los hombros. Sus agudos sentidos percibían a esos seres que les seguían la pista con atención.

Los ruidos eran frecuentes, el frío les rasguñaba la piel cuando se descuidaban. Era un duro ecosistema y los lobos -que no tenían más que el manto de pelaje- parecían pasarlo mejor que los olímpicos. Estaban más acostumbrados al norte, donde cada escondrijo escondía a un enemigo y al ambiente, que podía aplastar en un descuido.

Milo gruñía queriendo llegar a Hiperbórea, un sitio del que sólo escuchó anécdotas de una voz que añoraba. Tenía prisa, una que se colaba por su corazón y lo dañaba con la angustia. El motivo tenía rostro y nombre. No dejaba de preguntarse cuándo llegarían y si lo harían a tiempo. 

Le desesperaba seguir y seguir sin encontrar fin.

Al menos, hasta que sintió caer la mandíbula sin vida al suelo.

Habían dado una vuelta entre los pasadizos y el panorama cambió diametralmente. Las cuevas tétricas y la sensación de estar constantemente en el filo de una espada que les degollaría, se tornó en la sensación de normalidad gracias a la simple vista de las orillas de un bosque de coníferas, con abetos tan altos que llegaban al cielo estrellado e interminables helechos y arbustos que dibujaban caminos caprichosos.

El sitio era iluminado por una gigantesca luna, dando un aire sobrenatural y ficticio. Milo no podía definir lo que sentía a su alrededor, era algo que superaba sus expectativas y se alejaba del poder basado en la cosmoenergía. Más se parecía a un elemento que conocía desde su tierna infancia, más tendiente a la... ¿magia?.

—¿Un bosque en las profundidades de la tierra? —dejó salir su azoro que fue acompañado por la misma Athena.

—¿Cómo puede ser? Mira allá, un águila —la diosa la señaló con el índice.

Era el ave representativa de su padre, el gran Zeus y por ello, le causaba estupor encontrarla tan al norte.

—No se separen —gruñó Fenrir avanzando por entre los helechos siguiendo un sendero con paso firme y seguro—, esta zona es la más peligrosa de todas.

—¿Qué podría tener de peligroso un bosque? —musitó Dohko fingiendo estupidez, pero con intención oculta.

—Depende de quién sea su gobernante —respondió Brunhilde—. Dejen fuera las percepciones oculares y auditivas, permitan que su cosmos sea el que los guíe.

Milo encontró curiosa la advertencia mientras notaba a un par de conejos que asomaron las cabezas y al ver la comitiva lupina, salieron corriendo sin mirar atrás. Conforme más se adentraba, veía vida y no aquella a la que estaba acostumbrado. Parecía más el campo de juego de la diosa Démeter, pues las plantas eran increíblemente saludables y bellas para el frío que experimentaban.

Era irreal.

¿Sería éste el sitio donde Démeter venía a refugiarse para pasar el tiempo sin su hija? Se decía que Bóreas la alojaba en sus dominios y a pesar de conocer el poder de la olímpica, Milo dudaba en creer que esto fuera obra de ella.

Percibió a lo lejos a una familia de zorros, más allá creyó ver las figuras de un par de criaturas peludas que tenían semejanza con los osos, pero dotadas con una rara cosmoenergía que no dejaba lugar a dudas que de animales, tenían poco.

¿Serían como Fenrir? ¿Serían Aesir con facultades de transformación?.

—¿Qué son? —las señaló sin contener más su curiosidad, deteniendo la marcha y dirigiendo la voz a Brunhilde.

—Pie Grande —rezongó Fenrir—. Hablando de patas: muevan las suyas o se quedan atrás y no me voy a detener por nadie —ordenó malhumorado.

—¿Pie Grande? —insistió tozudo y sin moverse.

—En algunas zonas, son criaturas místicas y en otras, les consideran bestias sin cerebro, pero no te preocupes, no te van a atacar —reiteró la valquiria—. ¿Verdad, Fenrir?

—Si lo atacan, me hago un abrigo de Patas —respondió sin compasión.

—¿Entre tú y cuántos más? —se elevó una voz que resonó en cada fragmento de madera y tallos terminados en agujas o bellotas.

Milo percibió la antigüedad en el timbre vocal, los rasgos de lo eterno y la potencia del viento polar que se cuela por las zonas más protegidas y permea el agua en sitios blindados, teñida por un timbre caprichoso, cuasi infantil.

Esa voz incitaba a la reverencia y por un momento, Milo sintió nostalgia porque la entonación le recordaba a cierto pelirrojo que iba a rescatar. De no ser porque también poseía un toque de travesura, podía creer que era pariente de Camus.

—¡Por eso no querían que abrieran la boca! —los reprendió Fenrir ceñudo antes de voltear en dirección norte, de donde surgía la voz acompañada de un tipo de cosmoenergía cambiante y versátil—. No estaba hablando de ti, ni de los tuyos. Sólo fue un comentario al azar. Tampoco es que tus mascotas vayan a utilizar su magia en nuestra contra. ¿O sí?

—¿Por qué les dices «mascotas»? —le respondieron a Fenrir en ese mismo tono glacial, ahora matizado con el disgusto—. ¿Acaso los lobos que integran tu manada son tus mascotas?

—¡Ellos son parte de mi familia! —alegó incordiado—. Sin embargo, ¿dirás que los Pie Grande son parte de la tuya?

—Los Yetis no son Pie Grande, por más que tu poca inteligencia los compare. Ellos son vestigios de una Era más antigua, con habilidades místicas que no podrías relatar ni aunque te dotaran de grandes recompensas a cambio de ello.

—Para mí son lo mismo, que para ti sean diferentes, es problema tuyo.

El viento se condensó y esa extraña cosmoenergía impregnada de un poder más allá de la comprensión, rodeó a los intrusos. Milo se ubicó frente a Athena, incitado por el sentido común y la costumbre por defenderla. Dohko en cambio, tomó sitio al lado de la diosa, dispuesto a sacrificar la vida de ser necesario.

—¡Venimos en paz! —atajó Brunhilde disgustada—. Lo último que deseamos es un enfrentamiento. Nuestra única intención es llegar sanos y salvos al interior de Hiperbórea.

—Y atraviesan mis dominios sin ofrendar algo a cambio —dejó en claro aquél que seguía oculto entre los abetos.

La atmósfera del bosque dio un giro inesperado. Lo que tenía misticismo, se tornó tan pesado y oscuro como la boca de un lobo. Milo percibió que lo acechaban, seguían cada uno de sus movimientos y de no ser porque consideraba estúpido que los árboles pudieran ser enemigos, tomaría muy en serio alejarse de los abetos.

—No sabía que era requisito para ello —se defendió la valquiria como gato boca arriba—, pero dime tu precio y buscaré pagar.

—¿Acaso te pedí que abrieras la boca, Brunhilde? —le censuró Fenrir con gesto torvo—. Y tú, mestizo de cojones. ¿De cuándo acá me cobras por pasar?

—A ti, nunca, pero estás trayendo a tres extranjeros y una valquiria cuyas energías inquietan a lo que protejo.

—¿Inquietar a quién de todos tus protegidos? Porque desde que entramos, lo único que llega a mi olfato es la curiosidad innata que apesta como la plaga y estoy seguro de que tienen muchas ganas de venir a tocar.

—Ellos, que no Él.

—¿Él está inquieto por tres olímpicos y una valquiria? —increpó incrédulo—. ¡No me hagas reír que me duele la pata! Él, menos que nadie, podría sentirse amenazado.

—Amenazado no es el término.

—¿Entonces?

—Antojado...

Fenrir cerró la boca de tajo dirigiendo los ojos esmeralda hacia la comitiva. Calculó con rapidez los entresijos.

—¿Cuál de los tres le llama la atención? Te anticipo que ella está vedada —señaló a la diosa de la inteligencia.

—¡¿CÓMO TE ATREVES A NEGOCIAR, FENRIR?! —vociferó indignada la valquiria.

—¿Prefieres perder a la diosa entonces?

—¡A ninguno, pedazo de alcornoque!

—Veo que no hay acuerdo —susurró la voz.

—Cállate tú —atajó Fenrir mostrando los colmillos—, aunque puedo mearlos y a Él no le interesará meter las mandíbulas en mis olores.

—¡Qué asco! —dijeron Brunhilde y Milo en forma simultánea.

—¡Dejarás de ser un vulgar! —amonestó la voz.

—¿Qué? —se encogió Fenrir de hombros—. Es la mejor forma de que Él no ataque o se acerque un poco —resolvió con sencillez.

—No vas a orinar a nadie —advirtió Brunhilde.

—Se dice «mear» —se atrevió el otro a aclarar.

—¡Claro que no, idiota!

—¿No se dice así o no los meo?

—¿Me van a ofrendar algo o los dejaré a expensas de Él? interrumpió la voz impaciente.

—Él no va a tocar a nadie porque antes se enfrenta a mí —respondió Fenrir—. En todo caso, tú eres un jodido tocapelotas.

—El lobo hablando de pelos.

—Mejor pelos que el...

Se interrumpió al tiempo que Milo sintió una cosmoenergía extrañamente conocida, que atravesó la distancia y algo  golpeó el sitio donde Fenrir antes se encontraba, pues evadió el ataque con un salto a velocidad muy respetable. El Aesir adoptó su forma lupina, mostró los colmillos y con él, su manada se preparó para una confrontación.

     »Hey, tú, Dökkálfar, dile a tu mascota que ni se le ocurra venir a joder.

Frente a los olímpicos, un apéndice se retrajo y volvió a las tinieblas creadas por la conjunción de abetos que inexplicablemente, parecían más juntos de lo que Milo recordaba.

Al rubio no le pasó desapercibido que esa cola terminaba en un grueso aguijón que segregaba una sustancia que conocía muy bien: veneno, pero en el piso, la tierra humeó achicharrada.

—¡Él no es mi mascota! —le increpó esa voz—. ¿Acaso Jin es la tuya? Y no soy un Dökkálfar, sino un Ljósálfar, lobo ciego y estúpido.

—¡Jin es igual a mí! Por eso no es mi mascota, sino mi familiar, pero ya que estamos, quiero que me digas. ¡Atrévete a decirme! ¿Cómo le llamas entonces tú a eso? —señaló con la cabeza hacia la oscuridad que se condensó entre los abetos—. ¿Es tu hermano o tu hijo? ¿Quizá tu padre, con eso de que no creces?

Del bosque, una criatura terrorífica y de tamaño inconmensurable iba emergiendo ayudada por los abetos que, ante el misterio del momento, se hacían realmente a un lado. Los chasquidos que se originaban en las pinzas, viajaban con el viento. Los golpes de las patas en la tierra, se hacían sentir con pequeñas vibraciones bajo los pies de los visitantes.

El ex berserker entendió por primera vez, la impresión que les causaba a sus enemigos cuando utilizaba su transformación en arácnido en el campo de batalla. Ante él, avanzando de poco en poco, causando estragos a la psique de los intrusos, un gigantesco escorpión de piel tan dura como el mismo diamante, de un blanco inmaculado y un aguijón supurando una sustancia más parecida al fuego mismo, se presentó dispuesto a dar guerra.

—¡Por las barbas de Odín! —escuchó más allá a Brunhilde que se fue a las armas de inmediato poniéndose delante de los olímpicos.

—¡Ni se te ocurra, loca! —la amonestó Fenrir—. Si llegas a tocarlo, el Dökkálfar le soltará las cadenas y Él nos comerá vivos.

—¿Cuántas veces te he dicho que no soy un Dökkálfar?

—No importa cuántas me las digas. Si vives en las sombras, en el interior las cuevas, y no en un sitio luminoso, eres un Dökkálfar.

—Vivo aquí por Él.

—Y Él ya está grandecito como para que lo dejes de amamantar, ¿no crees?

Las pinzas chasquearon con fiereza, el enorme escorpión avanzó varios pasos y, contrario a lo que pudiera creerse por el tamaño que tenía, era poseedor de una velocidad que los hizo tragar saliva.

Sin embargo, Milo le hizo frente. Se interpuso entre ellos y el enorme arácnido con sonrisa torva. Estaba realmente divertido ante la situación. Sería una batalla novedosa para él: enfrentarse de igual a igual.

—Tú no quieres jugar a este juego conmigo —le advirtió llevando su mano directo a la daga de su abuela—. No me provoques a hacer una tontería, ambos sabemos que podemos llegar a un acuerdo —intentó dialogar porque tampoco deseaba tanto un combate y dejar a Athena en mitad de ésta.

Además, tenía alguien por quién evitar la contienda: su pelirrojo. Camus lo necesitaba más que nunca y no podía fallarle.

—¡Él no te va a escuchar! —bramó la voz hastiada—. ¡Soy yo a quien debes complacer! Ustedes están alterando la esencia de este sitio con su mera presencia y requiero un sacrificio.

—¿Qué tipo de sacrificio? —intervino Brunhilde esta vez.

—¡Que se callen! ¿Acaso no saben escuchar y acatar órdenes? —exigió Fenrir—. Y tú, mestizo de cojones, más te vale que le ordenes a tu mascota que no ataque porque entonces vas a conocer lo que es alterar la esencia de este sitio.

—¡Que no es mi mascota! —blasfemó con vehemencia.

El bosque reaccionó al exabrupto, los abetos empezaron a crecer y en realidad, era que sacaban las raíces de la tierra abriendo los ojos y gruñendo con voces huecas.

—No venimos a desatar una guerra, sino a salvar a uno de mis protegidos —habló Athena encendiendo su cosmos beatífico y apacible—. Por favor, no empecemos un roce que perjudique a todos. En muestra de buena voluntad, me disculpo de corazón por alterar este sagrado sitio con nuestra presencia. Sé que el desconocimiento no disculpa el cumplimiento, pero sólo queremos un paso seguro hasta Hiperbórea sin ser notados por los vigías.

Fenrir volteó hacia la diosa con expresión torva para regañarla, pero Dohko se le interpuso.

—Ni se te ocurra siquiera censurar a mi señora —le advirtió con tono que no admitía réplica—. Lo hicimos a tu manera y no funcionó, deja que ella lo haga a la suya.

A pesar de la tensión del momento, una risa cantarina se elevó y la oscuridad que amenazaba con devorarlos, se detuvo en su avance.

—Al menos alguien tiene educación —alabó la voz que se oía ahora más cercana a ellos—. ¡Onodrim, calmen sus ánimos! Ella viene en paz, escuchemos qué tiene por decir.

Athena soltó un aire contenido de forma imperceptible. Alzó la barbilla y ladeó la cabeza.

—Me gustaría platicar con usted, de cara a cara, como dictan las tradiciones y las buenas costumbres. ¿Será que puede dispensar ese toque de benevolente voluntad?

—Ante tales maneras, con mucho gusto —se escuchó y uno de los abetos frente a ellos, bajó una de sus gruesas ramas que descubrió entre sus agujas y bellotas, una figura que no era lo que esperaban.

Era... un niño de unos nueve años. Uno de cabellos azabaches levemente rizados a la altura de los hombros, que brillaban azules como el ala de un cuervo y unos ojos como el cielo estrellado del norte: fulgurantes y profundos. 

La piel lechosa cubría las facciones cinceladas a la perfección. De mejillas de fresas, también estaban decoradas con pecas. Poseía una belleza irreal aún para un dios. Afrodita misma envidiaría ese atractivo subyugante y encantador. Inalcanzable y etéreo.

Milo se sintió tosco en presencia del chico que vestía una túnica que rozaba los tacones de los botines, de una tela sedosa y brillante, en color azul profundo y confección artesanal nunca antes vista por los olímpicos, pues tenía cosidos hilos de plata en runas elegantes y sublimes.

Una capa plateada colgaba de los hombros, ésta se movía como si el viento la acompañara. En la frente, hilos de plata entrelazados formaban lo que parecía una tiara y en línea simétrica a la nariz, remataba con un diamante perfecto para armonizar con las facciones.

—No te confíes por su apariencia, así como lo ves, es más viejo que los abetos que nos rodean —recomendó Fenrir, disgustado por perder el protagonismo.

—Tú no hables —ordenó el pequeño—, como lo dijo el chaparrito, ya perdiste tu oportunidad.

—¿Chaparrito yo? —se indignó Dohko porque le sacaba al otro, una buena cabeza y poco más.

—Y todos son más altos que tú —razonó el niño y al mover la cabeza para dirigirse a Athena, los cabellos ensortijados se deslizaron mostrando que sus orejas terminaban en punta.

—¿Quién eres? —se aventuró la diosa a preguntar.

—Soy Käresthien, pero la familia de mi adar [3], me dice Krest.

—¿Tú eres Krest? —boqueó Brunhilde.

Náto [4]respondió asintiendo con la cabeza, acompañado de una reverencia impecable y una sonrisa engañosamente dulce y amable—. ¿Tú eres Athena, la hija de Zeus? —indagó con interés, atento a la olímpica—. Escuché que te decían así y mi muindor [5] dice que tus cabellos violetas te caracterizan.

—Sí, soy Athena, hija de Zeus. Es un placer conocerte, Krest.

Eru [6] te ha traído hasta acá y es un gusto platicar contigo. ¿Quieres que la paz se dé entre nosotros mientras estés aquí?

—Sí, es lo que me gustaría, mantener la paz.

—Bueno, de ser así —volteó hacia los cipreses—. Onodrim, vuelvan a sus lugares y digan a los demás que sus servicios no son requeridos de momento, pero que estén atentos por si los lobos se ponen tontos. Y tú —volteó hacia el escorpión que todavía seguía en pie de guerra—, ya baja el mal humor, que mi muindor dijo que Athena era de confianza —explicó al tiempo que se acercaba al enorme escorpión y le palmeaba con cariño una de las pinzas—. Y cuidado con la cola, que si me sigues quemando la tierra, me voy a enojar en serio —amenazó ceñudo.

Aún así, el tremendo arácnido tomó con su pinza y mucha delicadeza al pequeño. Lo cargó de esta manera y lo llevó a su lomo. El azabache le permitió tal confianza y se acomodó sentándose con las piernas en flor de loto.

     »Lo que sí debe darse, es el pago.

—¿Cómo dices? —reclamó Milo volviendo a la postura de ataque—. ¡Nadie va a sacrificarse por ti!

—Es lo justo, además, ni siquiera han escuchado lo que pido.

El rubio se adelantó un par de pasos, el escorpión preparó las pinzas, pero Athena intervino poniendo una mano en el brazo del ex berserker.

—¿Y qué pides como sacrificio?

—Que dejes manar tu icor para mí.

—¡Infeliz atrevido! —gruñó Dohko—. ¿Cómo osas exigir el icor bendito de nuestra diosa?

—Si no lo quiero todo encogió los hombros quitando importancia al hecho—, sólo unas gotas.

El clima volvió a incendiarse, Milo y Dohko mostraban su discrepancia con un cosmos incendiado por la ofensa que les provocaba tal desacato. Fenrir ocupó ese tiempo para alejarse y levantar las orejas escuchando algo que sólo percibía él. Su manada lo rodeó protegiendo a su alfa. Brunhilde logró recuperarse de la sorpresa inicial al conocer la identidad del pequeño y tomó la batuta.

—¿Por qué tiene que ser el icor de Athena? ¿No puede ser el mío?

—El tuyo no me sirve, valquiria y están haciendo mucho escándalo por muy poco —reprochó el azabache ceñudo—. Deben aprender algo importante: el icor no se mezcla entre seres diferentes con facilidad. Ya bastante difícil fue sanar a nuestro mellon [7] acarició suavemente la coraza del escorpión—, y al paso del tiempo se vuelve más complicado seguir cuidando de él.

—Esperen un momento —pidió Athena prestando atención a algo—. ¿Estás diciendo que ese escorpión es de icor olímpico?

—Náto —respondió compungido—. Kardia es un... un... —se interrumpió frustrado y gateó hasta asomar la cabeza donde estaban los ojos del arácnido—. ¿Qué se supone que eres?

—¿Kardia? —repitió Milo blanco como el papel—. ¿Kardia? —se acercó de inmediato al otro mirándolo como si fuera la primera vez—. ¿Tú eres Kardia?

El corazón le latía frenético ante semejante descubrimiento. El arácnido chasqueó las pinzas una sola vez como respuesta. Milo no necesitó que el pequeño le tradujera porque lo entendía como si le hablara con voz.

     »La Kourotrophos pensó que te había perdido, que habías muerto después de tu enfrentamiento con Ceo —explicó con la garganta tomada por las emociones y alargó una mano hasta acariciar la dura coraza—. ¡Estuviste aquí todo este tiempo! se alegró inmensamente a sabiendas de que su madre estaría pletórica de saber que seguía vivo.

—¿Quién es Kardia?

—Es mi hermano de vientre, señora Athena —aclaró con los labios temblorosos—. Mi hermano mayor.

Milo acariciaba con cariño las tenazas cuando se sintió levantado por las raíces que surgieron de la tierra. Éstas se aferraron a su cuerpo y lo constriñeron al siguiente segundo, imitando el abrazo de una boa. Apenas logró soltar un gemido y uno de los apéndices más afilados se dirigió raudo con el fin de introducirse en su boca.

Lo vio muy cerca de hundirse y por instantes, temió que llegase a perforar su tráquea. Sin embargo, las raíces de improvisto perdieron la fuerza. El rubio se sintió caer, pero no alcanzó a tocar el suelo: una de las pinzas le sujetó con suavidad y le colocó en el piso.

Notó que las raíces estaban cortadas desde la base por un elemento afilado y sospechó que había sido el escorpión quien acudió en su rescate. 

¡Seguía teniendo el mismo temperamento!

—¿Por qué? —exigió saber el azabache golpeando con las palmas la coraza del escorpión a sabiendas de que era incapaz de lastimarlo—. ¡Tu familia te hizo lo que eres! Tú se lo dijiste a mi muindor. ¡Si te hicieron daño, merecen morir!

El arácnido chasqueó las pinzas frenético, el otro sacudió la cabeza y de un ágil y grácil salto que era una oda a la belleza, quedó frente al enorme monstruo.

     »¡No te entiendo cuando hablas tan rápido! Te recuerdo que no soy mi muindor y tampoco es para que te pongas así. Sólo hice lo que me encargaron: protegerte.

Milo se incorporó con ayuda de Athena y Dohko, siendo mudo testigo de la diatriba entre los otros dos. El pequeño tenía las manos en puños y parecía indignado ante los reclamos del escorpión que aminoró la velocidad de los chasquidos para «comunicarse» con mayor asertividad.

Aún así, el rubio comprendía que de alguna extraña manera, Kardia escapó de las tierras olímpicas y estaba refugiado en este lugar, con estos sujetos. 

Les debía un gran favor por cuidar de su hermano.

     »Entiendo —aceptó el pequeño y soltó un suspiro lánguido cerrando los ojos. Dejó caer los hombros y volteó hacia los otros—. En vista de mi mal proceder, me veo en la penosa necesidad de disculparme —se dirigió a Milo solemne y muy serio para ser un niño de nueve años—. Lamento los actos violentos en tu contra, así como ofrezco también una compensación. ¿Qué quieres a cambio de disculparme? Los ljósálfar no nos caracterizamos por ser injustos y la balanza debe respetarse.

—¿Qué es un «losalar»? —indagó Athena pronunciando mal sin intención.

—Ljósálfar —corrigió Krest en el acto, con tono paciente y del modo en que se habla con un infante. Amoroso y dulce.

—Son elfos de la luz —aclaró Brunhilde—. Aunque para ser un ljósálfar, estás en un sitio muy oscuro.

—Ya aclaré eso, les dije que no es por mi decisión —chasqueó la lengua impaciente—. Mi muindor encontró a Kardia agonizando y descubrió que los lugares con luz y calor le hacen daño, así que lo trajo aquí para que él pudiera vivir tranquilamente. Sin embargo, adar decidió dar permiso a mi muindor para que se mudara aquí con Kardia, así él no estaría solo y también con la venia de nuestro adar, se creó este santuario.

—¿Adar? —musitó Milo.

—Su padre —comentó Brunhilde—, pero si tú eres Krest, tu hermano es Dégel...

—Degïel —le corrigió disgustado—, sí. Él es el guardián de este santuario y de Kardia, pero ahora no está. Partió porque uno de nuestros Osu'Tan está en peligro y fue a con la I'osu a prestar ayuda, así que me pidió que protegiera a este malagradecido —le miró ceñudo.

El escorpión chasqueó las pinzas en respuesta, con ánimo airado y molesto. Los dos se miraron con intensidad a pesar de que el azabache era más pequeño.

—No quiero nada —aclaró Milo—. Defendías a mi hermano, así que no hay nada qué disculpar. Al contrario, te agradezco yo y a tu muindar que lo cuiden. Soy yo el que les debe algo, por eso considero que estamos a mano.

—Muindor —corrigió de nuevo el chiquito con ese mismo tono dulce—, pero si no quieres nada a cambio, yo al menos debo asegurarme que atraviesen este territorio sanos y salvos para llegar a su destino.

—Te lo agradeceríamos mucho —acotó Athena solemne—, pues lo único que queremos es llegar a Hiperbórea lo más pronto posible. Como te dije antes, uno de mis protegidos está en peligro y quiero salvarlo.

—¿Bóreas? —indagó el ljósálfar.

—No, su nieto, Bóreasson —le informó Brunhilde.

—Sin embargo —interrumpió Athena con gesto concentrado—, querías mi icor y te lo daré.

—¡Pero mi señora, no debe hacer eso!

—Dohko —le atajó con gesto serio—, ¿por qué no debería?

—Porque es para ayudar a un monstruo —aseveró señalando al escorpión que dio unos pasos atrás, golpeado por las palabras.

—Yo no veo a ningún monstruo —señaló Athena—, sólo veo a un Titán transformado y sufriendo.

Esas palabras cerraron las bocas de los presentes. Milo sintió que podría besarle la mano por ser tan bondadosa y sacudió la cabeza pensando que, en caso de salir avante de toda esta aventura, quizá algún día podría pedirle a Athena que le permitiera protegerla como su caballero.

Ella se lo había ganado con esta muestra de inteligencia y empatía absoluta. 

¿Por qué todos veían la apariencia física y nunca la interior? ¿Por qué juzgaban tan duramente a alguien cuyo error quizá, sólo fue interponerse ante otro ser más poderoso?

     »Porque eres un titán, ¿no es así? continuó la diosa acercándose al escorpión que dio un chasquido de pinzas—. Eso es un sí —sonrió con alegría—. No sé por qué te transformaron y considero que tu falta ha sido pagada con tu exilio. Milo no se preocuparía por alguien, si éste no lo mereciera y confío en su criterio para ofrecer mi ayuda. ¿Qué necesitas para el ritual, Krest?

—Sólo unas gotas de su icor, laranlas [8] Athena —respondió respetuoso y con una pequeña sonrisa genuina.

—¿Con él lograrán quitarle la maldición y transformarlo?

—No —exhaló con pesar—, nuestra esencia no tiene el poder. Para ello, quien puso la maldición debería quitarla y si no, mi muindor dijo que en un hipotético caso, necesitaríamos convocar la magia de las völvas, mezclarlo con nuestra esencia y con la cosmoenergía de los olímpicos que pudieran manejar magia. [9]

—Nosotros no tenemos de eso —renegó Dohko.

—Tú no tendrás magia —declaró Milo con una sonrisa enigmática—, pero sé de alguien que sí la tiene.

—Imposible, no hay alguien que pueda manejar la magia, es algo antinatural remarcó Dohko sacudiendo la cabeza.

—Pero existe insistió Milo y se acercó al escorpión acariciando una tenaza—. En cuanto termine mi misión y rescate a Camus, vendré a por ti, hermano y haremos lo necesario para que recobres tu forma original —prometió solemne.

—¿Y el ritual entonces para qué servirá? —se interesó la diosa.

—Para que Kardia deje de sufrir —respondió el pequeño—. La maldición no sólo le transformó, sino que hizo que un fuego se instalara en su corazón y quiera comérselo. Cada determinado tiempo, ese fuego alcanza temperaturas terribles y lo deja al borde de la muerte. Mi muindor utiliza su esencia para combatirlo, pero ya es insuficiente con eso. Sin el ritual, llegará el momento en que Kardia terminará calcinado por esa maldición.

—Entonces ¿qué esperamos? —apresuró Athena—. ¿Está bien de mi mano o necesitas de otro sitio?

—Está bien de su mano, laranlas —le sonrió y de entre la túnica, extrajo una daga de manufactura soberbia y filigranas delicadas en la hoja de plata—. Sólo le advierto que el moonsilver no cortará su piel, sino más allá para extraer el icor y parte de su cosmos. Es un poco de éste y lo recuperará al paso de una semana, pero gracias a ello, Kardia podrá seguir viviendo al menos por un par de años más.

—Mi señora, no debería entonces...

—Dohko —advirtió con dureza—, basta de tus intentos por disuadirme. He decidido hacerlo y nada lo impedirá.

—No me parece que justo ahora sea el momento para disminuir sus fuerzas, mi señora.

—En caso de necesitar toda mi fuerza y que ésta sea insuficiente, llamaremos a mi padre. Sin embargo, te estás adelantando a los acontecimientos. En este momento, lo más importante es ayudar a Kardia. Deja de intentar impedirlo porque si fuera Shion quien estuviera en este trance, ¿querrías que sufriera igual?

El moreno bajó la cabeza mordiéndose los labios y apretando los puños con frustración. Milo le puso una mano en el hombro para darle apoyo. La labor de los caballeros era cuidar de la diosa, pero en este caso, el rubio deseaba que ella continuara. La vida de su hermano dependía de ello.

—Te prometo que Athena no gastará todo su poder, gastaré todas mis reservas para que esté bien le dijo con tono solemne.

—¿Qué puedes hacer contra un gigante, Milo? —ladró Dohko disgusto.

—No sé qué sea un gigante, pero yo puedo ayudar —se ofreció Krest.

—Perdón, no quiero demeritar tu amable ofrecimiento sonrió fruncido Dohko, pero ¿qué puede hacer un niño contra un poder inconmensurable?

—No soy un niño —aclaró con un tono oscuro y una energía parecida al cosmos se dejó sentir proveniente del pequeño cuerpo—, yo soy Käresthien —afirmó con vehemencia, al tiempo que su cuerpo se transformaba a la par de su voz. Cada parte de él crecía hasta adoptar la constitución física de un adulto—, príncipe de Alfheimr, guardián de las puertas de los mundos, integrante de la triada que heredó la esencia forjadora de los hielos perennes.

La esencia del ljósálfar era más poderosa que la de Dohko y el bosque a su alrededor reaccionó a ésta, cristalizando cada rincón hasta convertirse en un ecosistema de diamante. Ante los otros, Käresthien lucía una armadura de un metal parecido al de su daga, tan brillante como la luna misma y de sus manos, ráfagas de hielo se condensaban presentando sus respetos a aquél que las domeñaba.

     »Si digo que protegeré a laranlas es porque lo cumpliré, así tenga que desatar al ejército bajo mi mando y meter a la pelea a Degïel. ¿Quedó claro?

Dohko reaccionó a base de su vasta experiencia en batalla abandonando la perplejidad. Gracias a ello, logró asentir solemne y mostrar respeto ante semejante desplante de poder. Milo lo equiparó con el de Athena o quizá, con el de Apolo. Era muy diferente a su cosmoenergía, pero no por ello perdía su intensidad. 

Una vez obtenido el efecto deseado, el ljósálfar jaló de nuevo las cadenas que apresaban su esencia y volvió a la apariencia de un niño, soltando una exhalación de alivio. El rostro volvió a la ligereza perdiendo esa oscuridad, como si el evento jamás hubiera tenido lugar.

     »Me alegra que lleguemos a un acuerdo, entonces empecemos le ofreció la daga a Athena—. Laranlas, corte un poco de su palma y su icor será depositado en esta vasija —de la misma tierra, las raíces se elevaron formando un contenedor que se cristalizó al toque del ljósálfar—. Después de eso, la guardaré para cuando mi muindor vuelva y él llevará a cabo el ritual.

La diosa hizo lo conducente, apretó el filo de la daga y ésta penetró carne, músculo y cosmos. Krest permitió que nueve gotas cayeran en la vasija antes de cerrar la herida con un pase de la mano. Athena analizó la zona, notando que pequeños cristales se adherían a ésta como una segunda piel. La mano se vendó también con una hoja de una planta que Athena no conocía y aliviaba su dolencia.

—Gracias, Krest —le sonrió con beneplácito—. Espero que pronto tu muindor pueda ayudar a Kardia.

—No tardará mucho, me comunicaré con él en cuanto ustedes abandonen este lugar y le avisaré de esta buena noticia —se mostró emocionado acariciando una pinza del escorpión—. ¿Ves? Te dije que conmigo te iba a ir bien.

El otro le respondió a su manera, esos golpes sonaban alebrestados haciendo reír al pequeño.

—Ahora nos despedimos —acotó Athena—, debemos llegar a Hiperbórea con rapidez y todavía queda camino. ¿Verdad?

—Como una hora más —calculó Fenrir que se había integrado a la comitiva después de permanecer aislado.

Dohko se preocupó por la diosa que le sonrió intentando tranquilizarlo, pero la falta de color en las mejillas indicaban silenciosamente lo que había proporcionado por el bienestar de Kardia. 

—No van a caminar, faltaba más —rezongó el pequeño—. ¿Cómo podría mirar a mi muindor si después de tan generoso regalo, les permito arriesgarse en la zona de los Dökkálfar?

—¿De los qué?

—Los elfos oscuros, Milo —le aclaró Brunhilde—. Al contrario de la raza de Krest, son traicioneros, perversos y malignos.

—Y crueles, viles, despiadados y un largo etcétera —resumió el azabache tomando la vasija entre las manos y la desapareció con su esencia—. Para mí, ustedes ya son mellon —sonrió contento—. Significa «amigos» en mi idioma y por ello, les permitiré viajar por una de mis puertas.

—¿Las puertas de Alfheimr? —boqueó Brunhilde.

—Sí, ¿es que hay otras?

—Eso sería un gran honor tartamudeó inclinando la cabeza, agradeciendo así el regalo.

—Lelanda le dio vida a mi muindor, así que se ha ganado mi respeto y amistad por el resto de mi existencia —declaró sonriente.

—¿Por qué le di vida a tu muindor, Krest?

El pequeño guardó silencio sonriendo con picardía y encogió los hombros.

—¿Quieren irse o seguir hablando?

—No, ya perdimos mucho tiempo aquí, necesito que nos vayamos ya —interrumpió Milo ansioso—. Lo siento, hermano, pero Camus es tu Degïel y tengo que rescatarlo.

El escorpión golpeó las pinzas una vez y empujó un poco a Krest.

—Ya voy, ya voy —manifestó concentrándose, su esencia se alzó al infinito y de la tierra, una enorme raíz emergió haciendo temblar el bosque. Los pájaros se elevaron asustados, los animales huyeron y los presentes fueron testigos del poder del guardián, que formó en segundos un imponente árbol y de éste, una puerta se abrió ante ellos—. Hiperbórea está traspasando el umbral, pueden entrar.

—Gracias, Krest —le sonrió Athena y sin dudarlo, le estrechó en un caluroso abrazo—. Gracias por ayudarnos.

—Gracias a ti, lelanda y ten cuidado —le rogó—. Vas a un campo de batalla, que tus ojos no te guíen, que sea tu corazón. Ah y espera —pidió y se desprendió de su tiara que convirtió en un hermoso brazalete que colocó en el brazo derecho de la diosa—. Musita mi nombre a este ornamento y te escucharé no importa dónde estés. Recuerda, tienes mi amistad y mi esencia es tuya, pero vislumbra bien a tu adversario, pues no acostumbro combatir en una batalla injusta.

—Así lo haré, gracias de nuevo —dijo por última vez la diosa antes de penetrar la puerta.

Tras ella, fueron Dohko, Brunhilde, la manada y Fenrir.

—Milo —lo detuvo antes de que traspasara el umbral.

—¿Krest?

—Cuidaré de tu muindor, pero debo advertirte de algo esperó a estar a solas para proseguir—. Si tu Camus es el Degïel de Kardia, entonces tu naturaleza está contaminada. Recuerda que estás en un sitio donde tus costumbres no son iguales a las del Olimpo. 

     »Por ende, escucha antes de hablar, por eso Eru te dio dos orejas y una boca. Atiende a tu corazón, no al estómago, por eso eres un ser pensante y no un animal. Practica la empatía que sentiste por tu muindor y por ende, no prejuzgues. 

     »La verdad es pura y si te lastima, no la busques, pero recuerda que vivir en la mentira encadena y sólo a través de la verdad encontrarás la libertad aunque con ello, sufras porque no puedas seguir practicando una conducta que desde el inicio sabes que está mal. 

     »Y sobre todo, recuerda que no eres el único que vive en este mundo, habemos más que te daremos lo que tenemos para que seas feliz, así sea un hombro en el cual llorar. Aquí, deberás aprender a ser responsable de tus actos y solicitudes porque sólo así, podrás madurar y alcanzarás la felicidad.

Milo escuchó las palabras de Krest y pensó en éstas mientras daba los nueve pasos que le separaban de ese paraje boscoso hasta Hiperbórea. Ser responsable de sus actos era una tarea difícil cuando se tenía entre las manos una situación primordial para su existencia. 

Camus dependía de sus acciones, de que pudiera ser valiente para defenderlo y prudente para decir las palabras adecuadas en el momento preciso. Saberlo no cambiaba la realidad y su corazón se rasgó ante la posibilidad de tener que ser sincero y afrontar la peor pesadilla de su vida en cuestión de minutos.

¿Sería capaz de decir lo que sentía por Camus si se lo exigían? ¿Podría soportar perderlo y ver que Camus moría si decía las dos palabras malditas que se callaba a fuerza de terquedad?

¿Podría perderlo todo para ser libre?

Todo lo vivido le había llevado a este momento y Milo dudó en dar el siguiente paso y alcanzar Hiperbórea a sabiendas de que estaba ante las puertas de la muerte.

Aunque en realidad, él ya vivía muerto en vida sin Camus, sin ese rostro, sin esos ojos, sin esa voz y el calor que le proporcionaba. 

Sin su hogar.

Sin LucyRo...

Empero, tuvo que olvidarse de todo al llegar al sitio, la imagen que se presentaba ante sus ojos era bestial y le quitó el aliento.

La aparición horripilante de una diosa vestida de blanco le provocó a Milo una jaqueca terrible. Con un lazo de seda en los ojos, ésta elevaba con la siniestra a Quíone, a quien sujetaba sólo por los cabellos. Tal era la fuerza que tenía y le permitía seguir inmutable ante los rasguños que la otrora elegante diosa le infringía, mientras se debatía y gritaba.

—¡No, por favor, no! ¡Por favor no, mi señora! ¡Clemencia! ¡Perdón, perdóneme, perdóneme!

Al otro lado de la estancia, dos figuras imponentes detenían al gran Bóreas que bramaba angustiado, presa de la desesperación y un dolor que lo desgarraba. El rostro del orgulloso dios era un amasijo de icor y moretones, pero nada se comparaba al cuerpo roto en varias partes y el espanto que provocaba a Milo, la vista de las antes espléndidas y poderosas alas, que ahora soportaban esqueléticas y desnudas, el peso del hielo y el icor.

El grandioso Bóreas era un insignificante esclavo de la inestabilidad mental producido por la escena vivida ante la mirada de los presentes y obligado a interpretar el papel de la personificación del terror mismo.

Presagiaba el final, perdiendo los colores de la vida mientras alargaba las manos hacia la única hija que más amó y por más esfuerzo que hacía para alcanzarla, a pesar de sus múltiples contusiones, esas dos figuras lo retenían con gran dificultad.

—¡Yo pagaré por ella! ¡Yo pagaré por ella, señora Némesis! ¡Perdónela, pero mi hija no!  ¡Mi hija no!

La estancia se tiñó con una soledad palpable, fría y dura. 

La histeria fue compartida por los testigos de este evento pavoroso que revolvió los intestinos de Milo y lo dejó al filo de la locura. 

Era inexplicable el sentimiento que se percibía y las Keres, las diosas de la muerte violenta, se hacían notar en la piel de cada sujeto y erizaban los vellos de miedo.

Ya presenciar la muerte natural a través de Thanatos era un shock, pero ver lo que se avecinaba con las Keres rondando con risotadas de alegría malsana, era brutal y sólo los sádicos podían mantener la vista en lo que sucedía.

La gran diosa dejó caer la espada sobre el cuello de Quíone y separó la cabeza limpiamente. El cuerpo de la diosa de la nieve cayó con un sonido hueco, transformándose en su elemento, esos blancos y helados cristales que serían su epitafio y quedarían de recuerdo.

Eso sería si muriera de forma natural, puesto que al contacto de las baldosas, la cosmoenergía que constituía a la hija de Bóreas se elevó cual polvo de estrellas hasta el filo de la espada de su verdugo, haciéndose una con ésta.

Estaría atrapada en ella, nutriendo el instrumento mortífero hasta el final de los tiempos con su cosmos, uniéndose a los que la precedieron, potenciando el poder de la gran justiciera.

Ese era el secreto de la magnífica Némesis y por eso los tres grandes la miraban con pánico: su poder era mayor con cada sentencia llevada hasta la exterminación.

Los gritos y berridos de Bóreas rompían el silencio instaurado después de este acto terrorífico, pero a pesar de ello, una voz le calló con la simple entonación. Ni siquiera el dios de los vientos helados se atrevería a opacar a Némesis.

—Está hecho, el juicio solicitado llegó a sentencia y ésta fue exitosamente ejecutada —señaló la Justiciera con su voz inquebrantable, tan suave y dulce, que chocaba con su proceder.

Era la belleza de la muerte personificada, era la Justicia más pura y que destrozaba vidas con un solo tajo de espada. 

La gran Némesis transportó la cabeza de la diosa a un sitio donde reposaría hasta el fin de los tiempos, impidiendo que el Aquilón tuviera al menos un retazo de lo que fuera su hija para llorarla.

La Ejecutora se desplazó levitando hasta una figura de hielo y diamante cuyo aroma reconoció Milo de inmediato. Era el mismo que percibió la primera vez que se encontró con Brunhilde y ahora, mientras venía de camino, antes de encontrarse con Fenrir. 

¿Cómo podía ser que él, pudiera notar y sentir familiaridad por ese aroma? 

Lo más inexplicable y doloroso, era el sentimiento de añoranza  que le generaba. Quería echarse en esos brazos de hielo y hundir su rostro en el pecho de ese ser cubierto de blanco brillante para ser consolado por ella.

¿Por qué?

     » En consecuencia Skaði, como la parte ofendida, tiene todo el derecho de conservar su vínculo con Camus, progenie de Poseidón y Quíone, también llamado Bóreasson. En esa tesitura, Skaði decidirá el lugar que ocupará en su existencia y si desea conservarlo en el Jotunheim, será respetado. Por mi voz, el vínculo que fue reclamado por las Nornas será inquebrantable. Para hacer válida esta sentencia, designo que la sola invocación de mi nombre por Skaði, parte ofendida en este juicio, será suficiente para invocarme y traer la justicia a aquellos que me desobedezcan. Ay de aquellos que se atrevan a contradecir mis designios, pues obtendrán su final destrucción por el filo de mi espada.

Hola, ¿cómo va?

La vida es una HDP cuando una se sienta para terminar este capítulo y descubre que no es tan fácil pensarlo e imaginarlo, que plasmarlo.

No me gusta echar la culpa a mis actividades diarias porque el compromiso contigo es indiscutible, pero espero comprendas, después de leer este capítulo, que difícil fue una palabra muy nimia para lo que resultó ser.

Sin embargo, llegamos a uno de los picos más altos del fic. 

¿Qué te pareció?

¿Cubrió tus expectativas?

Confío que al menos, estarás muy feliz porque lograste ver una muerte, para mí, es la primera de muchas. Sí, leíste bien, muchas en plural.

Actualizaré cuando pueda, pues primero quiero dedicarle un par de capítulos al Paballedo del Patito para acorrientarlo con Propuesta Indecente y sacar ese capítulo que ya me preocupa.

Así que, ten paciencia por favor, estoy dando lo mejor de mí.

Confío en que te haya gustado al menos algunos guiños.

Pronto más y por ende...

¡Hasta pronto!

--- NOTAS DEL AUTOR ---

Los términos élficos los saqué de un traductor, así que pueden ser inexactos. Paciencia y si ves algo que tú sabes que no es así, avísame para tomarlo en cuenta.

1) Huevón - expresión mexicana que se utiliza para indicar que alguien es un flojo llevado al extremo. Al estilo: "Deja de andar de huevón y arregla el auto".

2) Galdrar - los hechizos de las völvas. 

3) Adar - en élfico significa "padre".

4) Náto - en élfico es un rotundo "sí", yo lo interpreto como un "así es". Toma nota que para decir "sí", se dice en élfico: "ná".

5) Muindor - en élfico significa "hermano".

6) Eru - para los elfos, el creador de todo.

7) Mellon - en élfico, significa "amigo".

8) Laranlas - en élfico, es un título de respeto para una dama.

9) Para efectos de este fic, vamos a distinguir entre tres grandes grupos de poder:

La magia de las völvas, que se materializa en los galdrar (hechizos).

La esencia de los elfos, que es propiamente lo que se considera por algunos autores como el glamour. Es esa afinidad con lo "mágico" que no puede ser imitada por aquellos que no nacieron en la raza élfica.

La cosmoenergía y aquí entran los Titanes (Ceo), Jötnar (Skadi), Dioses (Zeus), Dioses Guerreros (Milo), Valquirias (Brunhilde) y un largo etcétera.

Cada uno de estos poderes son diferentes porque cada ser que los posee lo son. En sentido estricto no se mezclan tan fácilmente (sobretodo la esencia y la cosmoenergía), por eso Krest le pide a Athena su icor para hacer el ritual y sanar un poco  a Kardia. 

Sí, sanarlo un poco porque repito, la esencia de los elfos no puede curar una maldición creada por un Titán. Sólo quien la impuso puede quitarla y para ello, debería pagar un alto costo (básicamente perdería gran parte de su cosmoenergía), por eso los dioses no lo hacen.

Para efectos de este fic, va a ser así.

Recuerda: En este fic hago una diferencia de nivel de poderes, basado en una estructura piramidal, que es la siguiente:

Khaos - de ella proviene todo.

Primordiales - primeros seres creados (Gea, Erebus, Nyx, Tártaro, etc.).

Titanes - creados de dos maneras: por procreación o apareamiento (Ceo, Cronos, Helios, Prometeo, etc.) o por división (Thanatos, Hypnos, etc.). 

Ojo: Cuando hablamos de división es que un ente mayor tomó una parte de él y así nació un nuevo ser. Por ejemplo, Nyx jamás tuvo sexo ni se embarazó de los gemelos, se dividió y de ahí "nacieron" Hypnos y Thanatos.

Gigantes - aquí entran también los Hecatónquiros tan nombrados, que son descendientes de los primordiales, pero con menos poder que los titanes.

Dioses - hijos de los titanes o de dioses mayores, aquí se hace la distinción entre:

- Dioses mayores (Zeus, Hera, Poseidón, Hades, Ares, Hermes, Hefesto, Afrodita, Athena, Apolo y Artemisa).

- Dioses menores (Hestia, Deméter, Dioniso, Perséfone, Hebe, Asclepio, Eros, Pan, Tritón, etc.).

- Dioses guerreros - esto es lo que este fic maneja a convenciencia, que son hijos de dioses, pero con poderes "menores". Aquí entran Camus, Milo, Sorrento, Dohko, Radamanthys, Manigoldo, Deathmask, etcétera.

Espero haya quedado claro. Por eso es que insisto en que Milo y Camus son dioses porque para este fic, los hombres no han sido creados y por ende, todavía no existen los semidioses (Hércules).

¿Tienes dudas? Déjala aquí y te la respondo.

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