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23. El dolor transforma.



Monte Olimpo

El carro de Helios había desaparecido del firmamento y a pesar de lo avanzado de la noche, Milo debía presentarse ante Athena o sino, su señor Hades haría finos cortes con su verga y terminaría marinada con un toque de limón y especias. 

Era una panorámica tan agradable como chupársela a un Hecatónquiro. 

Milo restregó sus cabellos descuidando su arreglo personal ante la perspectiva de terminar como parte de un menú amateur y movió el culito para acatar las órdenes impartidas con anterioridad.

Además, ya estaba hasta la coronilla de tanto lío, necesitaba una luz iluminando el tenebroso sendero, algo que saliera bien y esta entrevista con Athena tenía buenas expectativas.

Confiaba en la diosa de la sabiduría y la guerra y que llegarían a un buen entendimiento para encontrar al otro hijo de puta de Ceo. 

Milo pisó las escaleras del templo de Athena y sacudió de su cabello los pequeños copos de nieve aferrados a él. Ojalá fuera tan fácil desterrar su recién terminada entrevista con Brunhilde, que le había dejado más inquieto que perra en pleno celo.

¿Qué había dicho la hipócrita esa, que no sabía mantener los belfos lejos de Camus? ¿Que el nivel de un gigante de hielo de la tierra de los hielos equivalía a un titán o a un gigante griego?

¿A cuál de los dos?

Chasqueó la lengua con un regusto amargo. Sin importar la enormidad del cosmos enemigo, Milo lo enfrentaría sin cuartel para rescatar a Camus de esa manipulación. Se lo debía después de maltratarlo y dudar de él, pero todo tenía un tiempo, un lugar y un espacio.

Y éste, no era el de traer los recuerdos de esa hija del iceberg y sus garras sobre la marina. Era el de Athena y Hades, así como el ofrecimiento de ayuda. 

Con esa seguridad, se encaminó a la entrada del templo y fue recibido por Wisdom, el mochuelo que de forma regular hacía las veces de guardián. La vista del pájaro agitando las plumas parado sobre una base de madera, le movió al espectro los labios con un gesto macabro.

La personalidad de Wisdom se prestaba a pensamientos maliciosos y es que de todos los sirvientes de Athena, era el más chismoso, entrometido e insufrible. Y para colmo, tenía un ego que le hacía sentir una de las águilas de Zeus.

Claro, un águila de alma con el tamaño de un aguilucho porque en el caso de que Milo pusiera la mano extendida junto a Wisdom...

Ejem... sobraba más mano que mochuelo. 

¡Es que era de bolsillo!

Como la mayoría de las aves de esta especie que servían a Athena.

Para su fortuna, Wisdom estaba asustado con su presencia. A pesar de ser un pájaro, el mochuelo era tan inteligente como una ninfa y de seguro conocía el hecho de que Milo estaba muerto. Su presencia en el templo de Athena era sospechosa, podía ser un espectro en el mejor de los casos y sería bienvenido como un guerrero más del Olimpo, pero si fuera un alma errante...

De esas que jalan las plumas y lo dejan pelón o de esas que sacan sustos y causan pánico... 

¡Debería cerrarle la puerta en las narices!

El ulular se volvió frenético y era particularmente divertido proviniendo de ese polluelo.

—También es agradable verte, Wisdom —ironizó rodando los ojos dentro de sus cuencas—. Es indispensable que avises a la diosa Athena que debo entregarle un mensaje.

El mochuelo esponjó las plumas con más susto, soltó gritos desquiciados de reclamo y aleteó yendo y viniendo al azar alrededor de Milo, hiperventilando con histeria.

»Vamos, vamos, vuela y avisa. Me quedaré aquí —prometió cruzando los brazos sobre el pecho.

El ave se asentó en su base de madera sólo para girar la cabeza a un lado, luego hacia el otro como hacían los de su especie, en ese movimiento tan curioso que el humano tiende a imitar y Milo no se quedó atrás queriendo que le prestara atención a él, no a su cabeza llena de... plumas.

Wisdom tenía sus reservas acerca de que Milo cumpliera su promesa de estar quieto y los cambios de posición erráticos lo dejaron muy en claro. Culminó con una sacudida de cabeza tan negativa, que conllevó a un arquear de ceja en el rostro del espectro.

»Va-a-mos —alentó aplaudiendo impaciente para aturdirlo—. Te mueves o haré sopa de mochuelo con brotes de patata.

La amenaza surtió el efecto deseado: el pájaro se puso tieso, se le esponjaron las plumas y batió las alas de forma tal, que adquirió la velocidad de la luz. Milo sonrió con malicia y después, soltó la carcajada. Al menos podía burlarse de alguien.

Caminó de un lado al otro frente a la puerta, aguardando la presencia de la señora del templo. Mientras tanto, su cabeza fue acribillada con cientos de imágenes de Camus. A pesar de su esfuerzo por sacarlas de su mente con cada hebra de su cosmos, el éxito se le escapó de las manos. 

Y es que esa mirada helada en la marina le comía las neuronas.

—¿Cómo es que te ensañas con una pobre ave?

La mera presencia de Athena le inclinó la cabeza y le colocó un puño sobre su corazón. A pesar de todo, la jovencita seguía teniendo su fidelidad bien ganada a base de esfuerzo e icor derramado.

Athena recibía heridas al mismo nivel de sus protectores y en el momento en que estos se descuidaban, era muy capaz de dar la vida por su gente. Esas razones motivaron a sus guerreros a establecer estrategias para su protección después de la tercera pelea. 

Ya en un par de oportunidades, Milo tuvo que intervenir para evitar un desastre mayor porque ella aprovechaba los huecos para penetrar armaduras, ignorando el pánico generalizado de sus santos por esos actos en apariencia suicidas.

El título de diosa de la guerra estaba hecho a su medida y ella le hacía honor a raudales.

—Señora —saludó con una de sus sonrisas arrebatadoras—, es que a su polluelo se le arrugó el culito y no quería cooperar.

Wisdom ululó ofendido, posado sobre el hombro de la diosa que lo protegía. Era como un perro chihuahua, mientras estuviera al lado de Athena, era vigoroso y valiente, pero a solas... 

—¿Y quién no? Todos pensamos que estabas en una de las apretadas prisiones del Inframundo y ahora, resulta que estás acá de visita y sin previo aviso —refutó ceñuda, cruzando los brazos sobre el pecho. Y deja de coquetearme, reserva esas sonrisitas a otro —aleteó el dedo índice frente a la cara del rubio.

Milo soltó una risita divertida y se alborotó los cabellos encantado porque su seducción golpeara con una pared de acero cada vez que Athena estaba ante él. Era muy refrescante que la joven diosa se indignara porque Milo le coqueteara.

—No fue intencional, señora —mintió relamiendo su colmillo izquierdo—. Pues ahora mismo vengo a informarle algo que le gustará o quizá no. ¿Podemos hablar en privado?

Su vista captó el comité de recepción compuesto por Shion y Dohko. Detrás de ellos, les acompañaban decenas de mochuelos airados, cuya intención consistía en hacer pagar el desacato contra Wisdom, que chillaba furioso esponjando las plumas.

Milo presentía que si Athena se negaba a darle la bienvenida, esas aves le convertirían en la cena.

Aún recordaba esa pelea brutal que presenció de pequeño: un mochuelo se batía a duelo contra un alacrán. El resultado final le hizo respetar al ave y es que la forma en que el arácnido terminó hecho trizas, empezando por el aguijón, le producía pesadillas de vez en vez.

A pesar de todo, sonrió con la emoción recorriendo sus venas. En caso de desatarse un conato de bronca, sería divertido enfrentarse a los guardianes emplumados de Athena y ver quién terminaba más despeinado.

—Pasa, eres bienvenido —cedió la diosa y los mochuelos voltearon hacia ella, aleteando y chillando indignados por esa cruel traición—, ya luego te daré una lección por lo que le hiciste a Wisdom.

Esa amenaza calmó los ánimos. Las aves volaron por encima de sus cabezas, encabezadas por el ofendido y algunas de mala voluntad, gritaron con furia lanzando picotazos al aire como una advertencia velada hacia Milo, que comprendió en el acto. 

Más le valía portarse bien o esta vez no habría Athena que le salvara de la bandada.

—Lo lamento, pero no lo lamento —susurró el rubio siguiendo sus pasos.

Evitó decir otra barbaridad. De ofender aún más a los mochuelos, éstos serían capaces de adornar su capa con la que ocultaba su surplice con toneladas de excremento antes de buscar su punto débil y atacarlo sin piedad. 

Esas aves se caracterizaban por un ufano proceder y conducta sin igual, eran inteligentes y sabias, pero muy fáciles de ofender. Las venganzas que perpetraban, rivalizarían a la perfección con un castigo de Hades.

Con el alboroto tras ellos, las habitaciones personales de la diosa fueron su destino, acompañados de los dos consejeros. Athena seguía con sus viejas costumbres y no abandonaba a Shion o a Dohko cuando algo importante se dialogaba entre esas paredes.

Tomaron asiento en los klinai y Milo aguardó el momento de que ella le invitara a empezar. Para fortuna de su impaciencia, la espera fue corta.

—¿Y bien? ¿En qué puedo ayudarte?

Dohko se ocupó de servir las copas de néctar y Shion de acercar los platos de ambrosía. El rubio agradeció con unas palabras y atacó el plato, estaba famélico para estos momentos y el estrés incrementó su ansiedad oral.

—Usted no, pero mi señor Hades...

—¿Ya lo consideras como tu señor? —indagó jocosa ante tal revelación.

Milo sacudió los cabellos de su nuca nervioso y levantó sus gruesos hombros. De cierta forma era así, la capa se había abierto y partes de su surplice lo ponían de manifiesto.

—Soy uno de sus espectros ahora —se rindió ante esa imagen—. Temporal y a prueba, pero su espectro.

—Me alegra, Milo —confesó risueña—. Ya te merecías tener a un buen señor a quien servir.

Un silencio incómodo se instaló en la habitación cuando el fantasma de Ares se hizo presente. Athena lo notó y buscó una salida rápida.

»Bueno y entonces —retomó la plática—, tu señor Hades...

—Enviará al Cancerbero para que rastreé a Ceo.

—¡¿QUÉ?!

Tres voces se alzaron estridentes. Milo se obligó a mantener la compostura, pero los rostros desencajados lo dejaban difícil. Una pequeña sonrisa asomó en sus labios y tuvo la decencia de contener la carcajada.

—Enviará al...

—Eso lo escuché —atajó Athena—, pero... ¿Está loco? ¿Cómo vamos a controlarlo?

—No lo enviará sólo a él, vendremos Radamanthys y yo para eso.

—Ah, ¡qué alivio! —ironizó Dohko sin mala intención—. Ya pensaba en cuál caballero utilizar para darle de comer.

—¿Acaso dudas de mis capacidades, Dohko?

—Comprenderás mi escepticismo, Milo. Esa mascota es el Tártaro mismo cuando sus instintos se despiertan y no hay correa lo bastante grande para mantenerlo quieto.

—Lo sé, pero mi señor confía en que podemos dominarlo.

—¡Y en el Tártaro, los Titanes quieren libertad! —gruñó Dohko.

—¡Basta! —calmó los ánimos la diosa—. ¿Y de verdad pueden controlarlo? —se le escapó con nerviosismo—. Como algo le suceda, mi tío vendrá y nos hará añicos. Yo todavía soy muy joven para terminar encerrada en el Tártaro...

—Fue lo que le discutí, pero parece tranquilo y convencido de que es una buena idea —murmuró intentando mantener la compostura.

—La muerte siempre es tranquila y llega convencida a arrancarte la vida cuando menos te lo esperas —refutó Shion.

El silencio volvió a la habitación, la sombra de la preocupación se erigió en todo su esplendor incomodando, golpeando y cercenando los costados de la coherencia. La influencia de Fobos apareció invisible jugueteando con los cuatro presentes.

Mientras tanto, Athena mordisqueaba la uña de su pulgar. No el filo, sino la parte que todavía seguía encarnada. Podría decirse que hincaba los dientes sobre la yema de su dedo, pero la diosa hacía hincapié en su uña, ahí la mandíbula inferior se removía o presionaba a placer. 

En contraste, Milo se atiborró de esferas de ambrosía paliando así su estrés. Los consejeros cruzaron los brazos aguardando la determinación de su señora. Dohko movía incansable el tobillo, golpeando con impaciencia el piso con su talón. Shion le puso una mano sobre el hombro para relajar su ánimo. Al no tener resultado, le acarició la nuca con las uñas.

El tigre se estremeció y frunció los labios mirando al otro con gesto de incordio. Sin embargo, la táctica de Shion funcionó, pues dejó de taconear. El muviano sabía qué hacer para distraer al otro. 

A estas alturas, ya se conocían demasiado bien.

—Como si no tuviera suficientes quebraderos de cabeza con la profecía, ahora debo inquietarme con el Cancerbero preparándose para jugar en el Olimpo —se lamentó Athena y siguió mordiendo la uña con fastidio.

—¿Profecía? —repitió Milo—. ¿Qué profecía?

La diosa de cabellos lilas soltó una larga exhalación y acarició los muslos de arriba a abajo. Buscaba las palabras correctas.

—Mi hermano Apolo tiene un nuevo don. Al parecer, puede leer las estrellas del nuevo firmamento como hacía Ceo.

—¿Ya cambiaron el rostro de Urano?

El espectro se emocionó y acudió raudo a una ventana de la habitación. Asomó la cabeza maravillándose ante el nuevo collage de estrellas y figuras que danzaban en el cielo.

»Es... es bellísimo, señora —admiró fascinado.

—Gracias, estoy muy contenta con los avances y si bien todavía no terminan, está quedando tal como lo imaginé comentó sentada en su lugar. Sin embargo, ahora tenemos que resolver la profecía de los dos guerreros del caos que vencerán a Ceo —le confió con una pequeña sonrisa—. Y creemos que uno se refiere a Camus.

—¿Por qué a Camus? —se le dispararon todas las alarmas.

—Porque Ceo lo nombró como el guerrero de la tormenta y el diamante una noche que nos enfrentamos a él —manifestó tomando un papiro y se lo ofreció—. Lee por ti mismo.

Milo paseó sus ojos intrigados por la escritura, revisando cada línea, cada concepto y le temblaron los labios. Las imágenes iban asentándose en su mente, claras ante su ojo interno que las captaba en ese preciso momento.

—De hielo uno, con coraza de fuego.

Con ese fragmento, él también pensaba en Camus. En el largo y sedoso cabello rojo, en los ojos de rubí envueltos por rizadas pestañas..

¿Cuántas veces lo comparó con el fuego por esas características? Aunque fuera de corazón en apariencia frío, tenía muchas actitudes intensas y flamables. Por eso lo adoraba, era su complemento, su otro yo en el cuerpo formado por otros padres.

»De fuego el otro, con piel de hielo —continuó con voz titubeante—. Uno era bello como el trigo, portador de ponzoña y espinas...

Sus cejas tuvieron una importante reunión encima de su tabique nasal. ¿Podría ser que esta parte se refería a él? No sólo por su cabello, sino por su transformación en escorpión.

¿Y si... y si en realidad sólo quería interpretar la profecía como le convenía, buscando algo  que lo uniera a Camus y le asegurase que lo volvería a ver?

¿Podría ser su angustia la que le jugaba una mala pasada?

—Tenemos dudas con ese guerrero —agregó Athena—, porque hay muchos que coinciden con esa descripción. Rubios, que manejan los venenos, apasionados por fuera, enigmáticos por dentro...

—¿Por qué apasionados por fuera y enigmáticos por dentro? ¿No sería al revés?

—No, porque la descripción del primer guerrero del caos empata con los dos renglones del segundo párrafo. Eso ya lo revisamos con Apolo tres veces, entonces sería: «De hielo uno, con coraza de fuego», lo que significa que es insensible en el interior y por fuera, demasiado expresivo o algo así —comentó con frustración arqueando una ceja—. Y de ahí, enlaza con «uno era bello como el trigo, portador de ponzoña y espinas, con seis semillas granates hirió de muerte al ciclo invicto».

Un enorme hueco se instaló en el estómago de Milo. Sacudió la cabeza alejando las diversas ideas y señaló con el índice esa parte. Impaciente, la acribilló con golpecitos de su uña.

—¿A qué se refiere con el «ciclo invicto»?

Debía sacar las dudas antes de ilusionarse y cometer un error garrafal que pusiera en riesgo la vida de Camus.

—Era el nombre que se le daba a la diosa Démeter —explicó Shion—, lo ostentaba antes de que su hija Kore fuera entregada al Inframundo como consorte del dios Hades.

—Se le denominaba «el ciclo invicto» porque la primavera tenía carácter de eterna —completó Dohko.

—Pero el tío Hades no es rubio —refunfuñó la joven—. Tampoco tiene veneno y espinas —exhaló con frustración—. Y él fue quien la venció con las semillas de granada o granates como lo describe.

Milo sentía sus manos temblando. Si quería una respuesta, la tenía ahora mismo. Su historia lo gritaba y con un hilo de voz, murmuró:

—No, Athena. Esto es lo que me define. Fui yo el que le dijo a La Doncella sobre las seis semillas de granada...

—¡¿Fuiste tú?! —exclamó Shion con la mandíbula en el piso.

—¡¿Qué?! empalmó su voz Dohko—. ¿No fue Hades? —remató debiendo sentarse porque las piernas le temblaban.

Athena boqueaba como pez fuera del agua, con los ojitos abiertos de par en par aturdida por semejante revelación. 

Era un asunto muy serio que Milo tuviera la autoría de un acto fatal como éste. Con ello, puso en jaque al Olimpo y abrió las puertas a Bóreas. Si Zeus se enteraba, podría castigar al rubio sin dudar y más porque Némesis tuvo que aparecer para impartir justicia.

Némesis, esa diosa grotesca y monstruosa a la que todos le tenían terror y por la que procuraban resolver sus asuntos antes de invocarla. 

Y es que...

Némesis jamás, jamás  se iba con las manos limpias...

Athena volvió a su tic de mordisquear la uña, los ojos parecían dos puertas bien abiertas e hiperventilaba. Esto lo cambiaba todo, ya tenía la respuesta a sus incógnitas.

—¡Explícate! —exigió la joven alterada antes de que sus premisas se asentaran con firmeza—. ¿Por qué lo dices?

La diosa echó al frente el cuerpo con los codos apoyados en los muslos y orientó su cuerpo al rubio sin siquiera levantarse del kline, en el afán de no perderse una sola de sus palabras.

—En ese momento, yo tenía cinco años. Estaba jugando con alguien y por azares del destino, terminé en los Campos Elíseos. En el templo de Hades, encontré a Kore frente a un gran banquete y hablamos sobre el dios del Inframundo. Ella me preguntó qué haría yo si mi felicidad dependiera de no ver más a mi abuela. Aunque era un niño, entendí por las diversas preguntas que me hacía, que ella más allá de interesarse en mi familia, quería saber a través de mis decisiones si había una salida a su disyuntiva. Kore sufría por su madre ante su creciente interés por elegir a Hades. Comprendiendo su dilema, le dije que comiera las seis semillas de granada, pero si no quería, le dejé mis manzanas para que no tuviera hambre.

—Y yo siempre pensé que el culpable era mi tío Hades —balbuceó Athena—. Démeter asegura que fue él quien se las dio a mi hermana Kore.

—Ese fue el argumento que se tomó como verídico —razonó Shion—. La joven Kore sostenía que ella eligió las semillas, pero nadie le hizo caso. La diosa Démeter insistía en que era una chiquilla inocente y los dioses la juzgaron de inexperta. En ese momento, parecía muy raro que ella tuviera conocimiento de qué comer exactamente para caminar en ambos mundos con normalidad. Además, ella jamás comentó que alguien le hubiera aconsejado así.

—Y aunque lo dijera, ¿alguien le hubiera creído? —opinó Dohko—. Démeter con su egolatría y su obsesión por su hija, no entiende de razones. La pobre chica no puede ser feliz en su matrimonio porque su madre hace berrinche.

—¡Dohko! —censuró Athena—. Eso ya es problema de mi hermana, pero en algo tienes razón, Kore debería pararle los pies a su madre. Eso de los achaques, de sus desplantes, de poner en jaque al Olimpo, de no entender que mi hermana creció. Mi tío ha sido muy paciente, pero un día...

—Me censura y de todas formas dice lo mismo y aún más —le confió a Shion rodando los ojos.

El muviano le pellizcó con discreción el muslo reprendiendo así su conducta, Dohko le miró ceñudo. Le respondieron unos ojos entrecerrados y al tigre no le quedó más que sobarse el pellizco y claudicar. A finales de cuentas, discutía con el muviano. De ser cualquier otro, Dohko se habría impuesto, pero Shion tenía poder sobre él.

Y no quería hacerlo enojar o lo pagaría en la noche.

—El punto es —retomó la plática Milo—, que yo le confesé a La Doncella que mi abuela utilizaba artimañas para salirse con la suya y le expliqué que las seis semillas le permitirían estar la mitad de tiempo con Hades y la otra mitad con su madre. Ella tomó su decisión.

—Ahora que sabemos la verdad —añadió Athena con una pequeña sonrisa—, intentemos que no salga de aquí porque no quiero que Démeter mate al otro guerrero del caos como venganza —comentó con malicia—. Ahora la profecía tiene todo el sentido...

—Está bien, no me gustaría que Démeter sepa lo que hice, pero... ¿De qué habla, señora?

—Lee el tercer párrafo, Milo.

—Mmmhh. Los dos amos del caos portaron la telaraña del sueño y con su magia, cegaron, vencieron y hundieron al ermitaño viejo...

—¡Ahí! —enfatizó la diosa señalando al aire con el dedo índice—. Cuando leí eso de «cegar», pensé en ti porque Camus llegó con el Forjador que tú habías encontrado. Tú, nadie más y con la expresa finalidad de cegar a Ceo. Tenía coherencia que el segundo amo del caos fueras tú. Rubio, tu transformación en arácnido que te hace portador de ponzoña, pero lo de las semillas lo echaba por tierra porque irremediablemente me llevaba a mi tío Hades. Ahora, con esto que dijiste, las piezas del rompecabezas están en su sitio. Y por otro lado, la telaraña es la red dorada, la que Camus nos trajo.

—¡¿Camus te trajo qué...?! —chilló estupefacto.

—La red dorada —explicó complacida, con una admiración hacia la marina ausente—, creación de Hefesto para atrapar a Ares y Afrodita en... en... tú sabes —calló nerviosa y avergonzada.

—Sí, la recuerdo —comentó entornando los ojos—. Ares se enfurecía con la mera mención de ésta, pero ¿dónde la encontró? ¡Ha estado perdida años!

—Tengo sospechas, pero nada firme porque Camus se lo guardó. Cuando la trajo, estaba dentro de un cofre. Tenía los sellos de Hefesto rotos por el sello de Ares —mencionó encogiendo los delgados hombros—, y además, ese día Camus estaba muy golpeado.

Mientras Athena se ponía en pie y buscaba algo, Milo pensaba en ese contenedor. ¿Sería el que sacó del trono de Ares?

Sus pensamientos se interrumpieron ante la visión de ese arcón dorado. Milo se puso en pie, se acercó y lo identificó al instante.

—Así que por eso fue con Ares de nuevo —murmuró sintiendo que las piezas encajaban en su cabeza—. No fue porque lo manipularan...

Entonces, Camus en ese momento tenía consciencia de sus actos y decidía por sí mismo a pesar de su orgullo, siguiendo su misión de buscar un ítem que les diera el triunfo contra Ceo...

¿Cuándo se dio el cambio radical? ¿Cuándo dejó de ser él y el hechizo empezó a causar estragos para seguir los preceptos de esa gigante?

—¿De qué hablas? ¿Qué manipulación? —indagó la diosa abriendo el cofre para mostrarle la tela.

Milo sacudió la cabeza, pues no quería hablar al respecto. Athena fue prudente y decidió continuar con la plática que tenían.

»Como ves, parece una telaraña —sacó una parte de ella sin miedo y la enredó en su mano. De momento, era inofensiva—. Camus dijo que el verdadero poder de la red consistía en disminuir dos terceras partes de la cosmoenergía de alguien.

¡Así que por eso Ares tenía tanto poder en su salón del trono!

En su momento, tenía sospechas de que algo en ese sitio tenía ese efecto, pero no la certeza, mucho menos el qué podría ser.

El dios de la guerra usaba la red dorada a su conveniencia, de esa manera nadie podía hacerle frente en ese lugar. Maldito bastardo cobarde, pero su indignación no impedía que admirara la astucia de Ares, quien utilizaba los medios a su favor.

A pesar de su enojo, Milo reconoció que eso le había heredado al bastardo. Sus estrategias y forma de ver el escenario bélico. Tan es así, que sonrió con astuta intención.

—Entiendo. Recomendaría que grabara sus sellos sobre el cofre, señora —musitó y ante el gesto intrigado de la diosa, le aclaró—. Sospecho que Ares le puso los suyos para que la red lo obedeciera a él y no a Hefesto. Si hace lo mismo, entonces Ares no podría recobrar el artefacto, le servirá a usted por la eternidad...

Milo volvió la vista al manuscrito queriendo ahora seguir con la lectura y descifrar este enigma que lo tenía más que incentivado. Athena volteó con Shion y éste de inmediato fue a por algunos papiros para hacer lo que recomendó Milo.

La diosa de la inteligencia comprendía ahora por qué la profecía los ponía a ambos como protagonistas. Milo era tan buen estratega como Camus y hacían una dupla imparable. Era una pena que en su vida amorosa fueran una bazofia, pero rogaría a Afrodita para que les diera un empujoncito y los sacara del bache.

»La profecía dice que «cegaron», lo que ya está hecho con la búsqueda del Forjador y el cambio de Urano; «vencieron», significa que ganaremos y «hundieron», entonces lo mandaremos al Tártaro...

—Al ermitaño viejo —completó Athena con tono tranquilo—, así es como se le llamaba antes a Ceo. Todo cuadra y Milo... —le llamó con suavidad. El guerrero le prestó atención—. ¿Por qué buscaste el Forjador? No logro entender cómo es que pensaste en eso. ¿Qué te hizo decidir esa estrategia?

El rubio meditó el abrir la boca relamiendo su colmillo izquierdo. Al final, encogió los hombros, Athena era su aliada y bien o mal, el juramento que hizo sobre la Estige la obligaba a brindar su ayuda hasta que atraparan a Ceo y si Camus estaba en esta profecía, debería ser sincero con ella.

En algún momento podría necesitarla si lo de esa giganta se salía de control.

—Cuando Lamia me arrancó de su vientre, presa del instinto homicida ocasionado por la maldición de Hera;  la Kourotrophos me salvó, protegió y crió como a su hijo. Por eso, reconozco que soy hijo de Lamia, pero la Kourotrophos es a la que considero mi madre.

El ex berserker no relataba su historia a nadie, ni siquiera a Camus, y si ahora los hacía partícipes, era porque les tenía algo de confianza; por ello, el pacto silencioso entre la diosa y los dos guardianes fue inconsciente. Debían callar esta historia o el rubio no les volvería a contar algo privado.

En la mente de Athena, muchísimas dudas que se gestaban sin una sola respuesta. Milo era un enigma en sí, sólo había que ver su familia cuyos nombres se definían por sus roles: Abuela, madre...

Ahora confesaba que su madre era la Kourotrophos,  un detalle que ¡no solucionaba nada! 

Podía ser cualquiera. Ese título lo tenían aquellas diosas que se afanaban en cuidar a los infantes...

El punto era, que todos en su familia tenían carácter anónimo. La única que tenía nombre, era Lamia y para variar, nadie sabía de quién era hija. Otro que a últimas fechas asomó la cabeza fue Ares. Y eso le hizo pensar a Athena que ella era tía de Milo, curiosamente.

»Dentro de sus enseñanzas —continuó el rubio cuidando de no dejar nada al aire—, me contó sobre las entidades primordiales, haciendo hincapié en Gea, Tártaro y Caos. Ustedes saben que de Gea, nació Urano, pero ella me contó lo que desconocen y es cómo Urano creó su rostro, así que había una forma de cambiarlo... —titubeó jugueteando con la copa de néctar—. Por otro lado, sé que el poder de Ceo no sólo son sus miles de ojos que todo lo ven. Su importancia hace hincapié en la herencia que su padre le dio para ver el futuro, adivinar a través de las estrellas. Si le quitaba eso, Ceo no lograría moverse a tiempo, se abriría una brecha aunque fuera pequeña, para ensartar la flecha que le lleve al Tártaro. Lo demás es historia...

—¿Por qué tanto el afán de combatir a Ceo? ¿No sufriste ya el tiempo que te mantuvo preso hace cuatro años? insistió la diosa.

—¡Por eso mismo! gruñó iracundo—. No le perdono que me haya secuestrado durante la campaña en el extremo sur de Gea...

Athena guardó silencio recordando esos horribles meses en los que vivieron con el alma en vilo.

—Vamos, Milo, no puedes ser tan rencoroso. Esa época fue muy oscura para todos nosotros, pero pensé que lo habías superado cuando te liberó.

—¿Superado? Oh, no sonrió con odio homicida—, a ese Titán le tengo reservadas muchas cosas y ninguna de ellas es agradable. Ya lo cegué, pero esta profecía me da el aliento para seguir jodiéndolo y saber que triunfaré. Viví veinticinco meses bajo su yugo, cien largas semanas en las que me mantuvo como rehén para obtener su fin.

Lo que más odio le tenía, era que al secuestrarlo, Ceo casi arruinó la promesa que Camus le hizo a Milo en aquel sueño, de que tendría una relación con él cuando volviera de la misión de Ares.

—Recuerdo comentó Athena, que Ares recibió órdenes de combatir a los gigantes con su ejército en aquellas tierras y tú todavía estabas bajo mis órdenes.

—Claro, el hijo de puta exigió que me soltaras alegando que era más importante su misión que estar aquí entrenándote. Hizo un tremendo berrinche, te discutió y llamó hasta su madre. No quitó el dedo del renglón hasta que accediste a entregarme. Y lo que debió ser una incursión fugaz, terminó siendo una campaña de más de cinco meses. Para colmo, al término nos encontramos con Ceo de frente. Fue una carnicería...

—Ares contó que su ejército, diezmado por los gigantes, fue presa fácil para el Titán, pero en el Olimpo se sabía cómo Ares se las gastaba. Pocos le creímos que peleó con uñas y dientes.

—¡Por supuesto que no lo hizo! En cuanto vio la oportunidad salió corriendo, como siempre...

—Créeme, lo sospechamos, lo que nos pesaba era tu pérdida. Ares dijo que Ceo te había matado y ese argumento no se puso en duda por todos los dioses porque conocíamos que dabas todo en el campo de batalla. Lo que me sorprendió fue cuando Camus, que tenía una tensa relación contigo, me pidió permiso para ausentarte con el fin de ir a buscarte. 

—Y tú fuiste con él exhaló con una pequeña sonrisa. 

No se sabía tan importante para Athena.

—Por supuesto, la idea salió de él y no quise dejarlo solo. Temia que hiciera una tontería. Así que junté a los dioses guerreros que quisieron acompañarme y fuimos a investigar. Por desgracia no encontramos rastros, más allá de tu daga que Camus guardó. Durante seis meses seguimos una búsqueda infructuosa.

Milo sabía esa parte, Camus se lo contó. Año y medio después del ataque, la marina empezó una relación con Saga. El berserker no podía culparlo y comprendía que dieciocho meses en plena época de guerra, eran una eternidad. Las esperanzas de que Milo estuviera vivo se habían desvanecido con el aire, pues Ceo se encargó de ello.

—Fue cuando todo se vino abajo rememoró Dohko—, creímos las palabras de Ares de que Ceo te había matado y tu alma había sido atada a alguna vasija o algo parecido porque no había rastros de ti en el Inframundo. Manigoldo estuvo atento por si te veía en Yomotsu y nada, pero tampoco te encontrábamos por ningún lado, ni sentíamos tu cosmoenergía en Gaia...

—Fue muy frustrante interrumpió Shion. Incluso para Camus, por eso nos sorprendió tanto cuando, veintiséis meses después del ataque, apareciste en el Olimpo desmejorado y famélico.

—Dijiste que Ceo te había secuestrado susurró Athena acongojada—, pero Ares insistía en que eras un espía del titán en el Olimpo y por eso te exigió a su lado, para vigilarte.

—¡Ja! se burló Milo por la desvergonzada actitud de Ares—. Vigilarme, claro se calló la verdad detrás de esas palabras y la presión que el dios de la guerra impuso sobre el rubio para hacer lo que él quería.

Para aprovecharse de lo sucedido y cebarse sin límites con él...

—Fue cuando dijiste que Ceo había usado un hechizo para ser indetectable —comentó Athena con desgana—. Y como te rehusaste a decir cómo lo logró, algunos dioses dejaron de confiar en ti y otros quisieron tu cabeza en una pica como... ¡Cierto! Démeter era una de las que votaron a favor de tu destrucción, así que ahora mucho menos vamos a decirle que fuiste tú quien le quitó a su niña.

—Bah, de cualquier forma, no me habrían creído.

—¿Creer qué?

—Que Hécate fue la que puso el hechizo.

—¿Hécate, la nodriza de mi padre, traicionó al Olimpo? chilló escandalizada.

—¿Ven? —rodó los ojos dentro de sus cuencas—. Ustedes sólo piensan en blancos y negros reprochó con gesto de incordio—, por eso es que te pido que por el bienestar de nuestra misión, nadie hable de lo que les acabo de contar.

—Pero Milo...

El rubio ignoró la súplica en esa voz, volvió a su lugar y tomó asiento revisando la profecía desde el inicio para desviar el tema. Había dicho demasiado sobre él y se arrepintió por hablar de Hécate. Debió callarse eso.

Athena se mordió la lengua reconociendo que el escorpión endureció su armadura. Por la sorpresa de saber que la única diosa capaz de manejar la magia fue la culpable de que no pudieran encontrar a Ceo, habló por inercia. 

Ahora la sensibilidad de Milo selló sus oídos. Era típico en él cuando iba entregando algo y se le contradecía. Sería complicado reabrir el canal, a menos que hubiera una extraña posibilidad y debía ser por otra vía.

—Y vi a dos guerreros padecer el amor, el odio y la traición mortal, de tres leyó con mala actitud.

Milo se centró en el significado, el cual era variable. Cada amo del caos padecería el amor de tres, el odio y la traición. No cualquier traición, sino una que pusiera en riesgo mortal su vida.

¿Eso significaba que el amor lo sentiría Milo o que alguien lo amaba a él?

La importancia de estas profecías, así como de las maldiciones, estaba en las palabras.

Sacudió la cabeza y se enfocó en Camus. Era más fácil. Él tenía el amor de... ¿su abuelo?

Y si no, ¿de quién?

Ahora no parecía tan fácil resolver esta parte. Resopló estresado restregando su cabellera. Las profecías eran intrincadas y la vida de Camus estaba en peligro.

—Pensamos que el amor podría ser fraternal y abarcaría a los dos padres y el tercero, sería la pareja —acotó Athena.

—Pamplinas, mis padres no me aman... —cortó Milo con desdén.

—No, pero tú siempre has hablado de tu abuela —insistió un poco la diosa, y ahora dijiste sobre la Kourotrophos...

Si lo ponía así, refutar era inútil. Sabía que ellas lo amaban, pero ¿el otro amor? ¿La pareja?

—Camus no me ama —reprochó por lo bajo.

—¿Te dijo eso? jadeó Athena abriendo los ojos como platos.

—No es necesario, yo sé que no me puede amar porqu...

Apenas terminó de decirlo, una fortísima palmada le llevó la cabeza abajo, al grado tal que casi renovó el papiro con su cara.

Cada articulación, músculo y tendón del rubio se convirtió en metal. El golpe fue duro, le hizo ver estrellas fugaces cayendo y seguía levemente aturdido. Sin embargo, su interior se revolvió con saña, la piel se afiebró coloreando sus facciones. El espectro se puso en pie y encaró sin dudar.

»¡Firmaste tu sentencia de muer...!

Athena arqueó una ceja y le advirtió con un brillo en las pupilas que guardara silencio o buscaría un mejor  castigo. Había sido ella quien le dio tremendo zape.

—¡Nunca se habla por los demás, Milo! —aleccionó con dureza y un gesto furioso—. Si tu abuela o la Kourotrophos no te lo enseñaron lo hago yo, que soy una amiga y me preocupo por ti. ¿Cómo osas creerte amo y señor de lo que siente Camus?  ¿Acaso tienes el don de la clarividencia?  

Nadie osaba ponerle una mano encima a Milo y se iba tan tranquilo. Ni siquiera esta diosa...

—¿Acaso te ha dicho que me ama, Athena? —le tuteó olvidándose del respeto. Se lo perdió al recibir tremendo golpe, estaba enfocado en la pelea, sus ojos eran el Tártaro mismo, profundo y tenebroso—. Porque se le olvidó decírmelo y no parecía que estuviera muy enamorado de mí la última vez que nos vimos.

—¡Si no te amara, no hubiera movido un dedo para buscarte cuando pasó lo de Ceo!  señaló con vehemencia. Por algo era la diosa de la guerra, Athena no se aminaló ante su presencia furiosa —. No habría participado en la pantomima donde terminaste muerto para ayudarte. No me traería el Forjador, ni me convencería de prometer sobre la Estige que te cuidaría también. ¿Acaso estás ciego para no ver lo que hace Camus por ti?

Esas palabras lo dejaron callado. Se restregó más los cabellos y bajó la cabeza.

—¡Lo nuestro sólo es sexo...!

—Quizá porque es lo que te dices a ti una y otra vez para acallar ese sentimiento que no reconoces —susurró la diosa con gesto resignado. Eso dejó sin habla al rubio—. Sólo no pongas en duda los sentimientos  de Camus porque tú estés inquieto y no conozcas la verdad. ¿Está bien? La siguiente vez, pregunta, Milo. No asumas. Deja de ser tan soberbio y cabezota.

No quería reconocerlo, estaba incapacitado para actuar diferente y quizá la diosa tenía un poco de razón, pero era incapaz de mantener la calma cuando Camus salía a la plática.

¿Y si era él quien se limitaba? ¿Y si sólo quería ver lo que le hacía sentir seguro?

—La traición mortal de tres —volvió al escrito con terquedad, obligándose a pensar en algo más—, eso significa que tres nos traicionaron. En mi caso, bien podrían ser mi madre, mi padre y...

—Camus —susurró Shion—, cuando te mató.

—No, yo lo traicioné porque el plan era diferente. Yo debía matarlo, no al revés...

—¿Tú deberías matar a Camus? —intervino la diosa sintiendo que iba de sorpresa en sorpresa.

—Sí, ese era el plan inicial, pero acordé eso porque sabía que Camus no me mataría...

—Ay...

La diosa parecía realmente afectada. Milo quiso preguntar el motivo, abrió la boca para ello, pero Athena sacudió la cabeza y le arrebató la oportunidad. Milo chasqueó la lengua, pero obedeció. A finales de cuentas, él también le ocultaba cosas.

—De hielo uno, con coraza de fuego —continuó a regañadientes, indignado porque le paguen con la misma moneda y le mantuvieran en la ignorancia.

—Éste eres tú, tan abierto y desinhibido por fuera y un enigma por dentro, incapaz de amar —opinó Athena.

Milo sintió una aguja en su pecho penetrar su carne y sangrando en abundancia. ¿Así lo veían? ¿Ese era su comportamiento?

Tuvo que reconocer la verdad. Sí, ese era él. Incapaz de amar...

¿Y quería cambiar?

Le temblaron las manos y bajó la cabeza con un gran peso sobre los hombros. Apabullado y resentido con las Moiras porque la realidad era mucho más arisca que el propio Camus. 

Sentía que estaba doliéndose con una herida mortal y en lugar de querer sanar, esa herida lo estaba transformando en algo que cambiaría por completo su forma de ser.

—De fuego el otro, con piel de hielo —se obligó a seguir leyendo.

—Camus —zanjó Athena—, ese es Camus porque tiene un corazón tremendo, grande y cálido, capaz de dar todo por quienes le importan, pero por fuera, mira a todos por encima del hombro con ese gesto indiferente que provocan ganas de patearle el trasero.

—¡Hey! —reprochó Milo ceñudo—. ¿Por qué habla tan mal de Camus?

—¡Porque es cierto! puso sus manos con las palmas abiertas a los lados de su cuerpo—. Hay días que me mira y me siento un bicho ante su presencia.

—Ah, bueno —sonrió relamiéndose el colmillo izquierdo—, pensé que sólo yo era un bicho ante sus ojos.

—No, en algún momento hice una encuesta entre todos y llegamos al acuerdo de que Camus nos mira por igual con esa ventisca helada. Es parte de su personalidad y tú siempre serás un bicho ante sus ojos, pero eres suyo...

Milo soltó una risita recordando con ternura las actitudes de su otrora pelirrojo. Podía causar acidez estomacal con su mera conducta, frialdad en los miembros y dolores de cabeza por su altivez, pero tenía razón Athena: su Camus era capaz de dar todo de su parte para ayudar a alguien, sólo por considerarlo justo y adecuado.

En eso radicaba la fuerza de su alma y la intensidad de sus emociones, en pelear por la justicia sin importar contra qué o quién.

Por eso lo am...

Se aclaró la garganta con un carraspeo sacudiendo la cabeza. No, no podía sentir eso por él, la palabra de tres letras no iba con él. No estaba en su vocabulario y debía desterrarla.

Él no lo am... no, eso no lo hacía. 

Él no podía am... no, porque... 

¡Ah, era tan difícil!

Exasperado, se rascó la nuca.

—Sigamos —presionó con malhumor causando la curiosidad de la diosa—. De fuego el otro, con piel de hielo. Uno era bello, bla, bla, bla, esto ya me lo sé. Ammm... —balbuceó revisando el resto—, acá está. El otro era tormenta y diamante, de corazón convicto —leyó chasqueando la lengua.

—Eso fue lo que gritó Ceo cuando vio a Camus —explicó Athena jugueteando con la copa de néctar—, que era el guerrero de la tormenta y el diamante.

—El corazón convicto tendría que ver con esa afición de Camus por tragarse sus sentimientos —opinó restregando sus rubios cabellos—, porque cada que pierde el control, estalla...

—Nunca lo he visto estallar —cotilleó Athena—. ¿Es muy intenso cuando lo hace?

—Cuenta la leyenda que Camus siendo un niño —le contó Shion—, congeló un volcán, mi señora.

—¡¿Un volcán?!

—En plena actividad y también un buen trecho del mar —acotó el muviano—. Es cierto lo que dice Milo, cuando Camus pierde el control, sus estallidos son violentos y letales.

—Alguna vez Camus me contó que Poseidón le encargó jamás olvidarse quién era y de cierta forma, Camus se sentía preso por sus palabras, por su orden, pero esta parte... «su icor místico conquistó al mar y liberó a su reina de las ruinas» —recitó Milo con muchas dudas porque no lo entendía del todo—. ¿Es por este estallido que congeló al mar?

—No, me parece que a pesar de ser una gran hazaña para su corta edad, presiento que esa parte de conquistar al mar tiene que ver con otra cosa —atajó Athena dejando una gran incógnita en la habitación que tampoco supo despejar.

—Y liberó a su reina de las ruinas —repitió Shion pensando—. ¿Camus tiene una reina?

En su mente, Milo recordó lo que le dijo Brunhilde, que Camus se sacrificaría por esa maldita giganta.

Athena le dirigió una pesada mirada, Milo la ignoró porque sería inútil hablar de algo que todavía era una incógnita.

—¿Le puedo pedir un favor, señora?

—¿Qué necesitas, Milo?

—¿Podría investigar quién es el padre de Camus?

—¿Y eso para qué?

—Por favor, es indispensable saber quién es su padre.

Athena deseaba insistir, pero claudicó. Milo estaba demostrando tener una visión superior y la diosa no quería coartar esa iniciativa.

—De acuerdo, lo investigaré. ¿Cuándo volverás?

—Cuando me llame. Supongo que mi señor no se quejará si hago equipo con usted y permanezco a su lado, a finales de cuentas él decidió que le ayudara.



Terminada la entrevista, Milo se despidió de Athena, así como de sus consejeros y caminó hacia la salida. 

En el jardín, escuchó algo que le detuvo en seco. Su cuerpo se giró y sintió la bilis subir desde su estómago hasta su boca quemando todo a su paso. Chasqueó la lengua y avanzó hacia el sitio relamiéndose el colmillo izquierdo.

De espaldas a él, un hombre de cabellos castaños claro dialogaba con un azabache. Shura fue el primero en notar a Milo e hizo una señal a su interlocutor con la cabeza. Aioria volteó con curiosidad hacia atrás y al ver a su mentor, se le abrieron los ojos como platos.

—¡¿Milo?! estuvo a punto de sonreír, pero el corazón golpeó frenético al ver el rictus de su mentor.

—Ponte en guardia, Aioria —ordenó sin compasión acortando la distancia que los separaba a zancadas—. Ponte en guardia porque no quiero que digan que te ataqué a traición como tú lo hiciste con Camus al entregarlo con Ares.

El joven león sintió perder la temperatura del cuerpo y bajó la mirada avergonzado.

—No tengo excusa, Milo... tú puedes... puedes...

—¡No te atrevas a comportarte como un mártir, idiota! —reclamó con vigor, furioso porque justo en estos momentos, el otro tuviera honor—. ¡No ahora! ordenó frustrado señalando con su índice al joven—. Te ensañaste con Camus y lo hiciste mierda. No te atrevas a bajar la cabeza y más te vale defenderte.

—Fue mi cul...

La frase quedó incompleta. Milo utilizó su Aguja Escarlata y dañó el cuerpo del que fuera su pupilo, el chiquillo que cuidó y adiestró. Lo hacía con saña, dolorido por su actitud, dejando a su paso quince golpes posicionados para que el león sufriera el tormento, se desangrara y ni así estaba satisfecho.

El joven terminó en el piso boqueando, tosiendo sangre. De los quince sitios manaba icor en abundancia. El cuerpo temblaba y el rostro mostraba la dolencia generalizada por las heridas. Sin embargo, sufría más por el reproche marcado en las facciones de su mentor. Esa mueca de desprecio que vio dirigida a otros, pero jamás hacia él, lo hacía sentir como basura y no tenía idea de cómo disculparse para que Milo le perdonara.

—¿Por qué a Camus? —le echó en cara con vehemencia, agarrando la toga, zarandeando con ella su cuerpo—. ¿Por qué, Aioria?  ¿Acaso no conocías mis sentimient...?

Se le congelaron las palabras en la boca. Sus «sentimientos» por Camus. Cada que avanzaba Cronos, descubría que se encontraba más errático, histérico y desesperado por esa marina. Hundió el puño en el estómago de Aioria odiando que el castaño claro aceptara el castigo cabizbajo y con resignación.

¡Maldito Aioria!

—¡Porque conocía lo que sentías por él, es que lo ataqué! sollozó angustiado—. No podía entender por qué si tú lo cuidabas, él te traicionó. Lo siento Milo, lo siento. Perdón...

—¡Odio que te comportes así! —ladró contra el rostro del otro, atrapando las prendas para acercarlo más. Lo sacudió histérico. Tanta comprensión y aceptación por parte de Aioria lo estaba destruyendo, lo ponía entre la espada y la pared entre hacerlo trizas y perdonarlo—. ¿Por qué, Aioria?  ¿Por qué a Camus?

—Porque él te mató, Milo —respondió con lágrimas resbalando por las mejillas—. Te mató y yo no quería que ese delito quedara sin castigo. Y después, cuando me dijo Athena del Forjador, lo entendí todo, pero era demasiado tarde.

Milo preparó otro golpe, pero Shura le hizo frente y lo detuvo en el aire antes de que conectara con el cuerpo malherido del joven león.

—Ya basta, Milo —lo calmó con esa voz fría como hoja de metal—. ¿No ves que ya se culpa lo suficiente? Ya descargaste en él tu rabia, ya le hiciste pagar por su error, pero no permitiré que este correctivo se convierta en un abuso. Aioria comprendió su equivocación y tú deberías de reconocer que si hubieras sido sincero, no habría pasado esto.

—¿Sincero? ¿De qué carajos me hablas, Shura?

—Si nos hubieras dicho que la pelea era una representación y una falacia, tan así que le entregaste a Camus el Forjador, Aioria no hubiera buscado vengarse. Podrás reclamar lo que quieras: que no pensó con la cabeza al entregarlo con Ares, que se dejó llevar por su estómago, lo que quieras. Aún así, debes de reconocer que Aioria te quiere como el maestro y el amigo que eres para él. Y te defendió, te vengó y jamás hubiera entregado a Camus de saber los fines retorcidos de Ares. Porque lo sabes, lo conoces muy bien. Además, los amigos y los pupilos toman venganza a favor de aquellos que les dieron tanto... y tu error fue dejar a Camus ante nuestros ojos como un traidor y no decir al menos a alguien que lo defendiera. Fue tu culpa callar, ya te descargaste contra Aioria, ahora déjalo en paz.

Shura no iba a permitir más daño, volteó con el joven león, puso un brazo sobre sus hombros y se lo empezó a llevar de ahí a sabiendas de que Milo no los atacaría por la espalda. No era un maldito cobarde.

Aioria volteó a mirarlo y no pudo, se negó a dejar las cosas así, en esta situación irresuelta. Se soltó de Shura y volvió con Milo con la cabeza gacha.

—No sabía que Ares haría eso, si lo hubiera sospechado, sabes que habría buscado otra forma de castigar a Camus. Si sirve de algo, yo le pedí perdón a Camus hace unos días y... —exhaló con pesar—, literalmente me mandó a la mierda. Sé que Camus es particular, frío y distante, pero el que vi con el cabello azul, no me pareció tan... Camus.

—Aioria... —susurró con mal humor—, tengo ganas de seguirte machacando, pero en algo tiene razón el idiota ese de allá —señaló con la cabeza a Shura—. Si hubiera confiado en ti, pero no podía... no podía decirle a nadie.

—No te preocupes, yo lo entiendo y...

—Cuando arregle las cosas, volverás a disculparte con Camus —zanjó con malestar—. Y si vuelves a cagarla así, te prometo que te quito la melena y los huevos, Aioria. ¡Con Camus no! —reprochó y le soltó otra Aguja Escarlata en el pecho para detener la hemorragia aunque disfrutó con el dolor que le provocó—. No vuelvas a meterte jamás con él o ya no me tocaré el corazón y te voy a matar. ¿Entendido?

A duras penas, el león asintió con las piernas temblorosas.





Milo escapó -literalmente- del templo de Athena sin mirar atrás, con la firme convicción de terminar este día de locos que no quería llegar a su fin.

Su cabeza giraba en torno a diferentes variables, empezando por Hades, Kanon, Camus y la giganta prosiguiendo con la profecía, para culminar con Aioria y su corazón noble.

Esa actitud amable de su pupilo le ganó la partida. En el fondo lo quería y ese detalle, lo detuvo de convertirlo en polvo de estrellas por imbécil, como le pasó a Kanon...

Odiaba que Aioria tuviera parte de la razón, detestaba que Shura se lo restregara. Sin embargo, su afán de calmar sus ansias homicidas con ese gato sufriente no alcanzó su punto final. 

No pudo porque a finales de cuentas, Aioria era su compañero desde niños.

De sólo imaginar esos ojos llenos de dolor cuando le pedía perdón, lo hacía sentir mierda.

¡Puta madre!

La jaqueca amenazaba con reventar sus sienes, tenía los puños doloridos por los golpes dados a su pupilo y por un loco momento, deseó colarse en el templo de Camus para robarse algo de ahí: una capa, una manta, una almohada...

El mero aroma de la marina tenía un efecto relajante en él, lo hacía sentir mejor y confiaba que tendría el mismo resultado ahora que sentía el mundo derrumbarse a sus pies.

¡Maldita sea!

Cómo lo extrañaba, quería tenerlo frente a él, al menos escuchar esa voz fría, ver la mirada glaciar...

Era increíble que apenas estaba solo, ese pelirrojo volvía a su mente. ¿Cómo era que atacaba sus recuerdos de esas formas inexplicables?

¿Y si fuera cierto que estaba enamorado de él?

¿Y si todo lo que sentía, se englobaba en esas dos palabras que tanto pánico le generaban?

¿Era eso... el amor?

Se frotó los cabellos que para ese momento eran más un entresijo de cables de acero que fibras de queratina. Estaba enredado y muy alborotado, faltarían diez mil peines para lograr ponerlo en orden y la paciencia de un santo, porque nadie se atrevería a sentarse y hacerse cargo de ello.

Ni su abuela...

Una imagen llenó la cámara de sus recuerdos: Camus la protagonizaba. Él se atrevía, se sentaba cuando Milo llegaba y le cepillaba el cabello para relajar su mal humor. Camus acomodaba la cabeza rubia sobre su muslo y alisaba cada mechón con tal dulzura, que se convirtió en un momento muy especial para Milo.

No había lascivia, ni lujuria. Ni siquiera besos pasionales o abrazos enfermizos. Era Camus con el cepillo de oro, liberando de los nudos sus cabellos hasta dejarlos lustrosos y manejables, aunque para cuando Camus terminaba, Milo estaba completamente dormido apoyado en el muslo del otro.

¿Hace cuánto que no dormía tan apaciblemente? ¿Desde que puso un pie en el Inframundo o desde que se alejó de Camus?

Parecía que habían pasado siglos y no casi dos meses...

El rubio caminó por los pasillos entre los templos del Olimpo que permanecían en silencio a esas horas de la noche. El frío del invierno se colaba por la capa que le puso Brunhilde y jamás la devolvió. A pesar de ello, su cuerpo seguía tibio.

Como en los brazos de Camus...

Maldita sea, otra vez volvía a la marina.

¡Cómo lo extrañaba!

Ese dios guerrero era su otra parte y empezaba a masticar ese cambio en su ser. Dolía, por supuesto, era parte de crecer, de madurar, pero deseaba un poco de serenidad para aceptar el giro.

—Dichosos los ojos que te ven y más aquellos que logran pasearse por tus nalgas, Milo —escuchó una voz a sus espaldas con un tono particularmente burlón—. Llegó un momento en que pensé que tanto tiempo en el templo de Athena era para inaugurar tu culito con Dohko y Shion.

—¡Cállate Manigoldo! —ordenó Milo con reproche—. Sólo a ti se te ocurriría una idea tan idiota como esa...

—¿La de inaugurar tu culo o tener algo con Dohko y Shion? —se acercó lentamente entre la neblina que se alzaba gracias al frío polar que tocaba el Olimpo. Su surplice brillaba en la noche con tono particularmente lúgubre. Lo que más resaltaba en él, era su mirada profunda y mortífera—. Dicen que a pesar de los años que llevan a cuestas, resultaron ser un par de maduros bastante hiperactivos en cualquier superficie horizontal. Es un dato que sería interesante de comprobar.

—No haré ninguna de las dos —se cruzó de brazos sacudiendo la cabeza—. Y tampoco me interesa averiguar si ellos son tan buenos en bolas o no. Si tanto te llama la atención, pon tu culo y quizá Dohko te haga el favor porque lo que es Shion... espera sentado porque parado te vas a cansar.

—Aburrido —alguien más habló desde la oscuridad, un fuego fatuo se originó en una palma de la mano y se extendió iluminando un rostro atractivo, pero igual de mortífero que el otro—, si Shion me dijera que me metiera a su camita, no lo dudaría. Y no me importaría quién le diera a quién...

—Hasta le pedirías lechita para dormir mejor, DeathMask —le restregó Milo sacudiendo la cabeza—. Ha de ser el peor de mis días si ustedes dos están aquí. ¿Ahora qué hicieron?

—¿Nosotros? —se burló el mayor de los oscuros dioses—. Más bien dime tú, qué desmadre estuviste haciendo, porque tu línea casi se evapora.

Con los ojos fijos en Milo, DeathMask paseó la orilla del pulgar por el cuello, en franca señal de quien está a punto de ser asesinado violentamente.

—¿De qué hablas? ¡Ustedes dijeron que iba a funcionar por el tiempo establecido! No me salgan con idioteces —les echó bronca poniendo las manos en su cintura.

—No te hagas que la virgen te habla —reprochó DeathMask—, estuviste consumiendo demasiada cosmoenergía estos días y la cagaste. Supongo que pensaste que como te la regalaban, la quemaste de a gratis y lo jodiste todo.

—Te quedan cinco días, quizá menos, Milo —advirtió el mayor—. Tenemos que hacer el ritual lo más pronto posible antes de que un solo estallido de tu cosmos te corte los huevos y no podamos encontrarlos en el universo.

—Aunque podemos prestarte los nuestros para que los chupes, seguro que querrás los tuyos —se mofó DeathMask—. Eso sin contar con que te tendremos de vecino por y para siempre y me da repelus la idea de estar escuchando tus ronquidos a las noches...

—¿Y cuándo tendríamos que hacer eso? —indagó restregándose los rubios cabellos.

Era lo último que le faltaba, que ese par viniera a decirle que las cosas habían salido mal porque estuvo utilizando su cosmos. ¿Y qué esperaban? Si todo se fue a la mierda después de...

¡Ja!

Claro, se arruinó justo cuando encontró el Forjador. El tiempo que había ganado en esa búsqueda, se fue al Inframundo cuando se le olvidó contactar con este par, por el ir y venir con Camus.

—Ya... —soltó Manigoldo—, ya, ya... Es más, ayer es el hoy, puto.

Milo soltó un aire contenido y el vaho por la diferencia de temperatura de su cuerpo y el exterior, se levantó desdibujando sus facciones.

—Puta madre, Mani-Manito —se restregó una vez más los rubios cabellos—. ¡Me dijiste que iba a resistir!

—¡Y tú me dijiste que no harías pendejadas! —reventó el mayor—. ¿Y qué fue lo primero que hiciste? Te pusiste al tú por tú con tu papacito y luego, de golpe y porrazo, te enfrentaste a Cejamanthys y de pilón, te acabas de pelear con el gato con botas. ¡Caray! Si me hubieras dicho que te pondrías tan putamente activo y chupavergas, te hubiera pedido el culito o la boca para darte de mi leche, puto.

—Idiota soez —renegó.

—Oh, como tu boca está tan limpia de mierda y leche porque Camusín por fin te mandó al re'carajo, te sientes capaz de criticar —le soltó DeathMask mirando sus uñas—. Actívate, puto. No te vamos a ayudar más, suficiente paro te estamos haciendo atajándote ahora, con el riesgo de que nuestro señor se dé cuenta de lo que hicimos y nos mande derechito a la punta de la verga de Hypnos y Thanatos, que bien nos tienen ganas desde hace mucho.

Milo chasqueó la lengua revolviéndose más los cabellos. Ni se sorprendió cuando los dedos se atoraron en cuanto los hundió. Ya su melena había dado de sí.

—Pues vayamos a hacerlo ahora que tengo tiempo.

—¿Y tú crees que es igual de rápido que Zeus violando a una ninfa? —refutó Manigoldo—. Nanay, puto. Necesito al menos tres días para conseguir los elementos e ingredientes para el ritual. Eso sin contar con que hay que ir por tú-sabes-qué al ya-sabes-dónde y hasta donde me quedé, está bien resguardadito.

—¿Entonces por qué carajos me estás jodiendo antes de tiempo si no tienes nada? —reventó Milo.

—¡Para que sepas lo que pasa, pendejo!

—¡Para que no malgastes tu cosmos, tarado!

Milo ya no supo quién dijo qué, pues los dos simultáneamente respondieron como los hermanitos re'igual. Uno menso y el otro igual. Gemelitos debieron ser. Se frotó el rostro con ambas manos frustrado.

—Ahhh —soltó Milo un grueso suspiro lleno de fastidio y agotamiento—, entonces... ¿Cuándo?

—Pasado mañana, puto —propuso Manigoldo—. ya sabes dónde, porque no podemos ir y venir con el puto bloque de hielo, no me jodas, idiota.

—Y aunque pudiéramos, no vamos a hacerlo a menos que nos pongas el culito de modo porque el tuyo es uno de los más cotizados en el Olimpo —se mofó DeathMask con sus manos en la nuca entre risitas maliciosas.

—Ya quisieras tenerme a punto.

—No, a punto no, pero sí a mano o a punta de verga porque...

—Ya cállate, joder —Milo gruñó y le dio un buen zape a DeathMask.

Manigoldo defendió a su hermano y le regresó el golpe al rubio.

—Con mi hermano te calmas refunfuñó y evitó que Milo se lo devolviera—. Ahora vete de aquí, que tenemos que trabajar.

—¡A la verga con ustedes! —resopló caminando al azar.

—¿Te diste cuenta de que estás caminando rumbo al templo de Camus? —le gritó DeathMask entre risas.

—¡LA PUTA MADRE! —blasfemó con ganas.

Sí, era cierto, estaba caminando hacia allá. Es más, estaba a tres templos de llegar. Se detuvo fastidiado, restregando su cara con la palma.

Enojado, dio media vuelta avanzando con más rapidez, se colocó en un sitio y procuró abrir el camino de los dioses. Descubrió que le fallaba la habilidad una y otra vez. Parecía que su inconsciente no tenía ganas de ir a ningún lado y por ello, el camino era endeble.

—¿Por qué no agarras lo que te olvidaste y vuelves a los Campos? —le gritó Manigoldo. Apenas volteó Milo, le golpeó en la cara una manta azul oscuro—. Lárgate ya... la próxima vez no dejes tus cosas en templos ajenos.

¿Cómo diantres ese hijo de la puta fruta supo lo que estaba buscando, lo que quería y necesitaba?

Su cara fue un poema al mirar a Manigoldo que sonreía ufano. Antes de hacer una estupidez extra, Milo llamó al camino de los dioses que para su fortuna, se levantó firme y fuerte.

Se concentró en llegar a los Elíseos, meterse en su templo y desaparecer el resto de la noche sumido en un aroma, como un maldito loco, un desquiciado y obsesionado dios inflamado por sus hormonas.

Pero era Camus, ese olor era de Camus y no había en el mundo absolutamente nada más que lo anclara a la realidad y al deseo de vivir.

—Por ti... para ti... pelearé aunque me duela, aunque me aterre —prometió acariciando la tela—, aunque sienta que pueda perderte. Por los dioses, LucyRo... ¿Por qué te metiste tan hondo? ¿Qué me hiciste que no te puedo sacar?





¡Hola! ¿Cómo va?

Este capítulo enlazó algunos cabos y dejó sueltos otros.

¿Imaginas lo que se viene con los dos cangrejos y Milo? 

Esta dinámica entre ellos me gustó para que fuera así, sin pelos en la lengua, malhablados, pero definitivamente con algo especial entre ellos.

Nos vemos pronto y gracias por tus lecturas, estrellitas y comentarios.

Muchos besos y abrazos.


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