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17. Hoy termina todo.

Helios miró hacia el mundo mientras conducía su carro por el cielo. Meditaba lo que sucedía en el monte Otris con sus familiares. Ellos estaban actuando en las sombras, nunca mejor dicho, pues aprovechaban la noche para evitar que él viera algo de sus planes. 

Ceo era demasiado inteligente y Helios temía cualquier cosa que se le pasara por la cabeza. El Olimpo debía actuar lo antes posible para evitar un daño mayor, pero se preguntaba cuál sería la mejor estrategia para neutralizar esa amenaza.

Sabía que la mente de Athena estaba en movimiento. Sus caballeros entrenaban día y noche después de haberse recuperado de las heridas del último enfrentamiento con el titán del conocimiento. Aún así, no podrían hacer mucho si Ceo seguía teniendo de su lado a tres grandes más: Lelanto, Perses y Asteria.

Si Ceo lograba pactar con un cuarto titán y para como estaban las cosas con el ejército de Ares hecho papilla, el Olimpo tendría su primera gran derrota en mucho tiempo.

Algo se debía hacer. La destrucción que sus hermanos buscaban no era la respuesta a sus demandas y Helios pensó en que él debía actuar de alguna manera y meditó la pertinencia de su intervención.

En su rango de visión se asomaron unas alas que adornaban unas botas de blanquísima hechura. Helios sintió el corazón acelerado y a pesar de que sabía los riesgos, bajó rápidamente para hablar con el mensajero de los dioses.

— ¿A dónde vas tan solito, es la hora de ir por el pan? — indagó con una de sus mejores sonrisas.

El dios de ojos como el mercurio líquido, se detuvo a una distancia prudente. El cabello corto ondeaba de forma hipnótica sobre su cabeza. Era del mismo tono de sus orbes y parecía tener vida propia. Su figura era un poco más menuda que la de Helios, pero conservaba líneas rectas y musculosas, con unas largas piernas dignas del corredor más importante del Olimpo.

El rictus del mensajero se tornó inquisitivo porque era la segunda vez que el Titán se interponía en el camino. La primera fue la noche pasada y por sus ocupaciones, Hermes declinó la invitación a cenar, pero hoy...

¿Será que el viejo Helios quería más que una simple charla para desestresar el ánimo?

— No acostumbro ir acompañado, pues nadie puede igualar mi paso y tampoco voy por el pan — explicó lacónico el de cabellos como el mercurio —. Más bien, ¿A dónde quieres ir tú con tanta insistencia?

Helios tragó saliva con fuerza desviando el rostro. Era bastante difícil reconocer que se sentía atraído por este joven y elevó la comisura del labio con timidez.

— Y bueno, por ir, puedo ir con mis ojitos bellos y coquetos a cualquier lado — explicó sacudiendo la cabeza —, digo soy yo, el guapo y caliente sol. Si quiero ir y mirar a las ninfas ser perseguidas por los faunos, pues lo haré y decidiré si les mando más calorcito o por el contrario, jugueteo con las nubes para darles sombrita a sus culitos para mostrar sus peludas nalgas. Si se me antoja ver a Poseidón hablando con Bóreas en su templo y ver cómo les patea el culo a los Aesir con su tridente después de casi burlarse de Bente y Tritón, pues también; aunque el viejo cara de limón me mire feo porque derretí su hielito. No es como que alguien me mande, ¿Sabes? Y por otro lado, si te refieres a ir por ir, pues ya tengo una trayectoria básica, como que no me puedo desviar porque ya sabes que el gruñón Zeus se pone a vociferar, pero no fuera su hijito Ares porque no le dice ni pío por más que meta la pata hasta el fondo del lodo y se ensucie el hoyo.

— Tú haces lo que Abel o Apolo te ordenan — aclaró cruzando los brazos sobre su pecho . Tengo entendido que ellos son los que te controlan, Helios. No me salgas con el discurso del todopoderoso.

— ¡Ja! Eso es lo que te hacen creer ese par de bobos cuando hablan, porque no saben otra cosa que estar abriendo la boca para decir tonterías o comerse los rabos de otros, pero a escondidas, no vayan a pensar que pierden el título de machos sin pelo en pecho — sus ojos de fuego se incendiaron divertidos —. Ellos no son más que críos para mí. Sin embargo, no es algo que yo les he de desmentir — encogió los hombros y después, se sonrió un poco más malicioso —. Además, es muy divertido seguirles el juego y cuando desean que haga una tontería, les quemo los cabellos y otras cosas más propensas a ocultarse de mis rayos solares, como las nalgas y el hoyito en medio de ellas. ¡Que vengan y controlen mi carro! A ver si son tan dignos y luego que cacareen como gallinas que ellos son el dios del sol. 

— ¿Así que piensas traicionar a Abel y a Apolo?

— ¿Acaso a ti te dicen cómo entregar los mensajes, Hermes? — contraatacó ofendido — Porque si lo piensas bien, yo no estoy traicionando a nadie si no los escucho cuando me exigen algo. Es como si de pronto apareciera un semidios y dijera: «Yo soy el que tiene la potestad de los mensajes de los dioses y Hermes hasta me chupa lo que me sale de la punta de la verga». Aunque por supuesto, yo consideraría que les faltaría tener tus buenas piernas. ¿Te han dicho que son largas e increíbles? ¡Quién fuera gota de sudor para recorrerlas y lametearlas enteritas!

Hermes seguía la línea de razonamiento asintiendo con la cabeza, hasta que el otro se metió con sus piernas. La boca se le abrió unos centímetros y por un momento, quiso mandarlo al Tártaro por estar diciendo esas tonterías. Sin embargo...

A pesar de ser uno de los primeros Titanes, Helios tenía un buen cuerpo y una cara llena de atractivo y picardía, sin contar con el hecho de que no era casquivano y a diferencia de otros dioses, carecía en su historial de violaciones, lo que era raro para un titán tan fuerte como él.

— Así que le gusto al Titán del Sol — paladeó las palabras con vanidad —. Pensé que tenías a tu esposa y a tus hijos.

— Todos tenemos lo mismo — se justificó sin justificar sus preferencias —, Zeus tiene a Hera, Poseidón a Anfitrite, Hades a Perséfone, hasta tú tienes tus hijos, como por ejemplo Odysseus, pero al paso del tiempo... No sé tu experiencia, pero en la mía, veo que ellas se cansan porque estoy trabajando en el día y se creen que sólo pienso en el sexo cuando llego en la noche. Es difícil estar esperando a ver cuándo siguen el escarceo erótico mientras escucho sus gritos histéricos porque estoy afuera y no les hago caso, ignorando que llego al menos con algún detallito o me siento a escuchar lo que les pasó en el día cuando yo lo veo desde arriba. Soy el sol, me entero de todo, que si las vio mal Hera, que si los quitones no están a la moda, que si me pusieron el cuerno con un berserker. Además, no puedo darme un día libre para que me toquen el solecito inferior y tampoco me debería estar controlando a cada rato, si tengo ganas de ponerme cariñoso en las noches, me gustaría que mi pareja también. Yo también tengo un corazoncito, ¿Sabías?

— Eso sin contar con que te recriminan que si los hijos hicieron algo y tú no estuviste presente. Y cuando los regañas y no funciona, también es tu culpa. Ya viste a tu hijo, que terminó fulminado por Zeus...

— Ah, bueno, pero es que Clímene no entendió que yo le advertí a Faeton y nada, el chiquillo se empecinó en conducir mi carro y los caballos se encabritaron y luego Zeus le lanzó un rayo, ¿Por qué no le aventó una manzana o una roca? Al menos de eso lo hubiera salvado con una plasta de baba en la cabeza. El gruñón exageró — resopló fastidiado —. Y por supuesto, Clímene me abandonó como un perro desvalido a mitad del desierto. Si al menos me hubiera dejado después de tener sexo de despedida, habría resistido pero no. Se puso toda digna y se marchó dejando solito a mi solecito inferior. ¿Acaso no vio que yo también sufría? Si hasta me negué a subirme al carro el día siguiente, no quise ni trabajar mientras lloraba por mi hijo. ¡Yo también amaba al chico! ¿Qué culpa tengo de que en vez de «Faeton», debimos llamarlo «Burro», por terco?

Era difícil para cualquier dios seguir las palabras de Helios cuando se ponía a hablar sacando de un lado y de otro mientras contaba un pasaje. La fortuna del titán recaía en que Hermes era muy parecido en eso y podía entender bien sus procesos mentales.

— Sí, lo de Faeton fue malo — reconoció con pesar mirando el carro que seguía su camino —. ¿Por qué a últimas fechas no estás calentando tanto? Sí, entiendo que Démeter se ha ido y llegó Bóreas, pero está más frío que otros ciclos — reprochó.

Helios bajó los párpados a media asta fijando sus ojos de fuego en los de mercurio un tanto ofendido.

— ¿Insinúas que yo no te puedo calentar igual?

Hermes no supo cómo entender esas palabras. Tenía la sospecha de que estaban en un terreno menos solar  y sí más sexual.

— Me refiero a que el Olimpo está más frío durante las jornadas diurnas.

— Ah eso — desmeritó el titán —, no sé si tenga que ver con tanto Aesir en el Olimpo. Ohhh, hablando de eso — se acordó y tomó los hombros de Hermes con emotividad, lo que hizo que se le incendiaran los cabellos —. ¿Te enteraste de la paliza que le dieron los nórdicos a los berserkers? ¡Los hicieron mierda de vaca! Fue increíble cómo llegaron los guerreros esos altaneros y violentos para matar a Camus y a Milo, pero llegaron los Aesir en ese caminito de arcoíris y pum, pam, paz, papas con puré de tomate dulce y ni siquiera se los comieron, los dejaron como tapete para que Ares se piense de nuevo en ponerse al tú por tú con el Camus y el Milo.

Por supuesto, mientras contaba, lanzaba al aire golpes para emular los dados por los guerreros de Bóreas a los de Ares. Hermes se rio al escucharlo, podía imaginar perfectamente la escena contada de forma tan dinámica.

— ¿Milo? ¿El Milo de Ares? — interrumpió rápido porque no quería perderse el dato —. ¿El que se convierte en escorpión? ¿Acaso estuvo ahí? Pero cuando llegué no había nadie ajeno al templo de Ares. Incluso, Fobos y Deimos estaban furiosos como el Cancerbero sin hueso, porque decían que se habían ido todos y los dejaron ahí, vestidos y alborotados dando golpes a los berserkers que seguían moviéndose — se emocionó el chismoso, que diga, el mensajero de los dioses.

— ¡Claro! Ese mero, ¿No sabes que ahora es un Espectro de Hades? — le contó bullicioso —. Aunque no entiendo por qué se fue en la cosa esa de colores porque yo ya había visto a otros a los que les ponían icor, dizque para que viajaran y nada, los mataban porque no volaban. Era horrible ver que los otros se iban y al que se quedaba, lo agujereaban todo.

Hermes también sabía algo al respecto. Nadie ajeno a los Aesir podía utilizar el Bïfrost, por más que le bañaran en icor helado.

— ¿Será que tiene sangre distinta a la que pensamos? Si es hijo de Lamia, quizá el padre es un Aesir — meditó Hermes y supuso las cosas —. De cualquier forma, me llama la atención que Milo sea un Espectro — sacudió la cabeza —, los odia aunque nadie sabe por qué.

— Ah, eso — recordó Helios rascándose la nuca —, pues resulta que es hijo de Ares, porque el mismito hijo de su pava madre lo dijo, pero eso lo reconoció y pues tampoco lo reconoció cuando Camus abría las aletas y le decía «juega a la minería en mi hoyito» y después, a traición, casi congeló la lanza de carne entre las ancas de rana que tiene Ares por patas — le contó con rapidez —, pero al final resultó que sí. El Milo no es hijo de un Aesir, sino de Ares y queda en duda del por qué voló en el arcoíris. Quizá el arcoíris quería ver bajo su quitón y asegurarse de que tenía buen culo. Por cierto, tienes razón, todavía recuerdo que cuando era un niño, el Milo decía que iría al Inframundo a pedirle a Hades que le diera el permiso de ser su Espectro y un día, amaneció blasfemando contra los dioses guerreros del dios de lo oscurito y por eso el Milo se hizo berserker, para darle una paliza a todos.

— Espera, espera — le pidió Hermes aún sofocado —. ¿Milo es hijo de Ares?

— Oh, ¿Verdad que es bueno? — se burló divertido —. Milito terminó siendo una conjunción divertida de muchas cosas y al mismo tiempo, es un nieto de su perra abuela que va tras Hypnos con tal de encamarse a Thanatos mientras le chilla a Camus porque le abrió las aletas a Ares. ¡Es un enredo de patas y mira que cuando se transforma tiene ocho! Y yo me pregunto... ¿Cómo le hacía Camus para jugar con él? ¿Se dejaba meter la verga o la cola de escorpión o quizá ambas?

— No entiendo al chico. ¿Por qué si todo el tiempo miraba fascinado a Camus, ahora va tras las nalgas de Thanatos? Es un enigma, tan fácil que sería decirle a Camus «me gustas, te quiero, quiero estar contigo».

— No lo hará, tiene que ver con la maldición que Hera puso sobre su madre en ese arranque enloquecido que buscaba cuidar a su mocoso y al final, sólo lo sobreprotegió y mira ahora, es un imbécil redomado que de Dios de la Guerra tiene, lo que Abel y Apolo de Dioses del Sol. Sólo en sus fantasías puede existir tal título porque quien recibe el peso de su ejército es su tríada o lo era su tríada. Ya sabes, Fobos, Deimos y hasta que Milo le encajó la lanza de Ares en el pecho del susodicho, Escorpio. Si hubieras visto cómo le salió la sangre, la cara de idiota que tenía el Ares, la sorpresa, la ira de Milo, la satisfacción de hacerlo mierda. ¡Huuuuy, odio que se haya escapado!

— Espera, espera — pidió Hermes porque de verdad que ahora se fue al otro lado del mundo —. ¿Hera fue la que maldijo a Lamia?

— ¿Ves? Te digo que te juntes conmigo, Hermes — invitó con una sonrisa taimada —, así te enteras de todos los chismes.

— ¿A cambio de qué, de ser violado? sacudió la cabeza espantado.

— ¿Tú quién crees que soy, un «nalga oteo, nalga quiero»?* gruñó enojadísimo.

La cara de Hermes así como esa ceja arqueada, los párpados entornados y los brazos cruzados, lo decían todo. Sí, lo acusaba de eso y más.

— Oh, está bien, lo pensé contigo, pero yo nunca me animo a usar la fuerza. Yo hablo, endulzo el oído — refunfuñó molesto —, odio el sexo combativo, lo prefiero correspondido, así que me toquen, que me mimen, que me besen el solecito de abajo y me acaricien mi cabellito. No soy una bestia como Ares o... bueno, ya tú sabes.

Ninguno de los dos habló, pero ambos pensaban singularmente en Zeus. Era el único abusivo mayor en el Olimpo.

— De acuerdo — aceptó Hermes después de meditarlo un rato —, nos vemos en la noche para cenar y más te vale que prepares algo rico.

— ¿Yo? — se señaló con el índice —. ¿Me viste cara de cocinera? ¡Si a duras penas sé hacer unos huevos duros y me quedan aguados! Ni te cuento cuando intenté hacer un té, se me quemó el agua y para variar, el día que me dijeron el secreto para un rico batido de banana, le puse sal en vez de azúcar.

El dios de cabellos de mercurio empezaba a irse con una risita.

— ¿Acaso no fuiste tú el que me invitó, Helios? Esfuérzate.

El titán lo vio irse y resopló rascándose la nuca. Sabía los gustos de Hermes, no por nada lo estuvo mirando durante mucho tiempo, pero de eso a cocinar.

— Ah ya sé, le pediré ayuda a las ninfas — resolvió desviando sus pasos —. Esta noche, nalga ceno.





Inframundo

«Enojado» era una palabra que no se acercaba ni por asomo a la rabia que sentía despertar en el estómago y subir como la bilis hasta su boca, dejando un sabor tan amargo como el ajenjo.

La palabra «furioso» podía acercarse, pero «encabronado», estaba en la línea de lo que definía a las intensas emociones que lo gobernaban, pues su panorama estaba salpicado de una coloración rojiza y su mente estaba enfocada en una sola idea.

Venganza.

En cuanto el Aesir lo pateó fuera de ese extraño camino de colores, Milo sintió su cuerpo dirigirse a gran velocidad, estrellarse contra la tierra y antes de hacer nada, Hypnos apareció a su vera y lo durmió sin siquiera pedir permiso.

Esas eran las consecuencias de su actuar irreflexivo para el criterio de La Doncella y su abuela. Ellas no podían entender cómo se sintió Milo cuando supo el horror que vivió Camus. 

El conocer lo que sufrió la marina, inflamó su cabeza y vació para que existiera la única idea de destruir a Ares, sin pensar en lo que le podría suceder después. 

Milo quiso muerto a ese bastardo, desmembrado y arrojado a la fuente primaria. No, sería mejor echarlo al laberinto, donde las sanguijuelas se harían cargo de que Ares nunca pudiera escapar de ahí. Al menos, viviría el horror de ser bocadillo de los más repulsivos seres de toda la creación. Era un pago justo.

Tocar a Camus sentenció al dios de la guerra. Le parecía increíble que Ares cayera tan bajo de  esperar paciente a que Camus lo matara y quitara del camino, sólo para mancillar la fina y sedosa piel del pelirrojo, para arrebatar sus besos y profanar ese rincón, que para el escorpión equivalía el saberse en casa.

Ares tocó una de las dos cosas que eran sagradas para él y la única persona por la que moriría sin dudar. 

Por eso en aquél momento, no dudó en ignorar a su abuela y a La Doncella. 

Milo se dejó caer en el templo que fuera su cuartel de batalla, buscando la única arma que le haría daño a Ares. Esa lanza que abandonaba en sus acomodaciones y si era cierto que no era progenie del dios de la guerra, le quemaría la mano.

Recordó su risa irónica cuando el artilugio mortal se adaptó a su palma obedeciendo cada comanda suya. Después de eso, el herir a Ares fue una muerte anunciada desde el momento en que puso las asquerosas manos en Camus.

La marina era suya y Milo era el único que podía tenerlo. Odiaba la idea de que Ares se ufanó con los berserkers por haber mancillado a Camus. Odiaba pensar que se burló a carcajadas, gritando que el General más importante de Poseidón había caído en su trampa y lo había gozado hasta el hartazgo. 

No aceptaba esa humillación, ni esa exhibición pública cuando entendía que si Camus lo hizo, fue porque primero pagó el costo de la Tradición y después, porque necesitaba ese cofre que sacaron de debajo del trono.

Milo debía cobrarse cada una de las afrentas de Ares hasta que le suplicara piedad. Una que llegaría cuando el mundo se hiciera pedazos.

Sin embargo, aún tenía otro enigma por resolver. 

¿Qué había dentro de ese cofre que fuera tan importante para Camus, como para permitir una vejación más?

No entendía a la marina, ni mucho menos sus movimientos tan faltos de emociones. Ofrecerse tan impúdicamente era antinatural en él, si lo hizo con Milo era porque ya tenían tiempo juntos y se había generado una confianza mutua.

Su cuerpo rezumaba energía después de ocho largos días en reposo. Ese fue el lapso total del descanso obligado por las dos mujeres que se sentían dueñas de su destino, hasta que fue despertado un par de horas atrás. 

Bien, sucedió lo que ellas querían. Sus heridas estaban curadas y ahora, nada podía evitar que buscara a Ares y reventara su cabeza contra el piso, tal como ellas temían que hiciera cuando fue arrojado del Bïfrost, argumentando que a él no le interesaba en aquel momento volver con vida.

Lo conocían demasiado bien. 

¿Qué era su vida a cambio de darle su merecido a ese hijo de puta?

Se restregó el rostro con ambas manos deteniéndose en el umbral entre la primera prisión y el río Estigia. Estaba en el borde de la locura y la pérdida total de raciocinio. En lo único que podía pensar era en vengarse, en destruir a Ares y asegurarse de que no volviera a acercarse a Camus nunca más.

El muy cobarde había escapado rápidamente y Milo podía cortarse los testículos si no estaba con su madre. Otra gran hija de puta.

Tenía que hacer algo y rápido, antes de que ese par mandara a las Furias tras su cabeza. Eso le intrigó. Suponía que algo pasaba y debía ser grande para que Ares y Hera estuvieran tan callados e inactivos.

Restregó con impaciencia su rostro de nuevo, serenándose para pensar bien. Era difícil con la mente tan alterada. Sin embargo, entendía que no podía dejarse llevar por el estómago cuando estaban llegando a la meta. 

Aún así, tenía que ir a hablar con ese cubo de hielo en el que se convirtió su pelirrojo y poner en orden algunos puntos. Sí, necesitaba hablar con él, intentar solucionar algo y se conformaba con robarle un beso, un abrazo. Lo que fuera, durante ese proceso.

Anhelaba el contacto de Camus...

Su roce lo calmaba, le mejoraba el día, le permitiría pensar bien para crear una estrategia y arruinar la vida de Ares. Con esa determinación, se concentró y se transportó hasta el sitio donde sentía la cosmoenergía del objeto de su deseo.

Repasó con curiosidad el lugar, se encontraba en una de las zonas de entrenamiento para los dioses guerreros. La presencia de Camus estaba cerca y supuso que estaría detrás del Coliseo. Pensando en él, en lo que tenía qué decir, avanzó con paso ligero. 

La marina debía entender que esa marca en la blanca piel fue un golpe directo a sus gónadas y respondió en consecuencia.

El exabrupto de Milo fue motivado por la actitud tan deliberada de Camus por permitir tal atrocidad por parte de Ares. 

¿Qué tenía en la cabeza en ese momento? ¿Nieve? 

La culpa por su estallido fue de la marina. Dejarse marcar era inconcebible. Sin importar las circunstancias, Camus debía tener cinco dedos de frente para comprender que una señal así, era una traición completa para Milo.

¿Qué hubiera pasado si no fuera hijo de Ares y al momento de tocarlo, las cosas salieran mal?

Sí, eso debería entender Camus. La culpa no fue de Milo, si tuvo culpa, fue de su reacción intensa, pero Milo era así y Camus lo conocía desde antes. Quejarse era en vano. Podían solucionar sus problemas y después de tener sexo, se encargarían de ese cabello porque el azul no lo favorecía, Milo quería a su pelirrojo y él tenía que cambiarse ese deta... lle...

La voz en su mente se esfumó al dar la vuelta en el coliseo y encontrarse cara a cara con el causante de sus desvelos, disfrutando de un beso apasionado con una mujer de larga cabellera de un negro ala de cuervo, piel tan blanca como la misma nieve y un largo traje blanco con detalles en azul oscuro y dorado.

No, ella  no...

Una erupción volcánica empezó en su cuerpo y se originó en su estómago. Ascendió e incendió sus células al paso, hasta estallar en su cabeza. Si lo veía antes todo rojo, ahora era fuego. Cada parte de él estaba tensa y deseaba matar. 

— ¡Por todas las maldiciones juntas! ¿Qué puuuTAS MADRES SIGNIFICA ESTO?

Él quiso ir a platicar tranquilo, pero así ni siquiera se puede hablar. La desvergüenza de Camus fue mayor porque a pesar de los gritos, ¡Ni siquiera separó un solo dedo de esa... esa...!

— ¡BRUNHILDE, AL MENOS TÚ TEN LA DECENCIA DE... DE...!

Quería matar a ambos, a la valquiria por tocar lo que era suyo, a Camus porque de todas las mujeres con las que se podía besuquear tenía que elegirla a ella

Y para colmo, la parejita seguía trenzada en ese ósculo tan erótico que llamaba la atención de varios dioses guerreros a su alrededor. Era una humillación total, pública y que a Milo le hacía enfurecer.

El rubio se impulsó con la velocidad de la luz, tomó a la mujer y a la marina de los brazos y empujó hasta lograr que la atracción de ellos se disolviera. Sus ojos aguamarinas lanzaban rayos y centellas cuando posó su mirada en los verdes esmeralda de la nórdica, que todavía tuvo la indecencia de repasar sus labios con la punta de la lengua bastante sonrojada por el erotismo.

El rubio rechinó sus muelas con ganas de ponerle a la otra un par de bofetones, pero la culpa no era de ella. Dirigió toda su rabia a Camus que paseaba la yema de su dedo pulgar sobre el labio inferior con pasmosa tranquilidad.

— ¿Qué crees que haces? — articuló conteniéndose por muy poco —. ¿Qué te pasa, Camus? ¡Somos pareja!

— Lo éramos — aclaró el otro sin una emoción que lo gobernara —. Si te conocí, no me acuerdo y Brunhilde queda mejor para la expectativa de vida que estoy planeando.

— ¡Y EN EL TÁRTARO LOS TITANES QUIEREN LIBERTAD! — estalló de nuevo sacudiendo los brazos de la marina con ambas manos —. Camus, no digas tonterías. Está bien que me excedí la últim... penúltima vez que nos vimos, pero no es para que hagas esto. ¡Para que me hagas esto!

El otro dios guerrero fijó sus ojos en los suyos. Los que antes fueran rubíes, eran ahora zafiros oscuros que lo miraban sin emociones. Estaba frío y distante.

— Te recomiendo que lo superes — musitó con aburrimiento —, te dije que estabas fuera de mi vida. ¿Creíste que mentía?

El rubio sacudió su cabeza, en su mente las piezas se golpeaban sin encajar. Era un caos pasado por fuego y oscuridad. Camus lo estaba traicionando y ahora le remarcaba que no tenía cabida en su vida.

— No, tú no, Camus — negó en rotundo —. Tú no puedes echar por tierra tanto, tú... ¡Tú eres mío, tú debes estar conmigo!

— Te equivocas, si pensaste que soy uno de tus perros, estás mal de la cabez..

— ¡NO ERES MI PERRO! — chilló sacudiendo de nuevo los brazos de la marina con el estómago destrozado por el fuego y las tripas revueltas —. Nunca lo fuiste...  estaba incrédulo porque Camus pensara así —. ¡Tú eras el ser más importante de mi vida después de mi abuela!

Sentía el corazón sangrando, la cabeza le dolía como si le hubieran golpeado miles de veces. El aire le faltaba, la boca tenía ese regusto amargo y vomitivo.

— ¿Y crees que me interesa ser algo tuyo? — desdeñó con tedio —. Suéltame o atente a las consecuencias.

— ¿Y cuáles van a ser, Camus? — siseó con dolor emocional y psíquico —. ¿De qué manera me vas a lastimar más de lo que estás hacien...?

Soltó un alarido cuando sus manos bajaron la temperatura hasta casi congelarse. Las separó por inercia, por instinto de supervivencia y sus pupilas se dilataron sin entender lo que estaba pasando. Por un momento, vio algo extraño en los ojos de la marina. Fue una micra de segundo, pero juraría que su esclerótica se volvió tan azul como el mismo hielo. Al parpadear, la marina seguía igual que a últimas fechas.

— ¿Camus?

— Ya te lo dije, Milo — reiteró manteniendo la mirada del rubio con firmeza y una convicción única —, ya no queda nada que nos una, más que un deber de terminar una batalla como cualquier otro dios guerrero. Estás fuera de mi vida desde que te eché de mi templo y ni siquiera tienes la dignidad de entender eso. ¿Qué buscas? ¿Sexo? — despreció las emociones del otro —. Prefiero a una mujer que pueda tener a mis hijos, tal cual mi abuelo me lo exigió la última vez que estuve en Hiperbórea.

— ¿Qué te...? — indagó y se detuvo. No tenía palabras, estaba en shock porque esos ojos eran muy diferentes a los de Camus —. ¿Cómo... quién...?

— Por eso no mereces ni mi atención — menospreció con fastidio —, porque sólo sirves para la guerra y el sexo. Te mueves muy bien en la cama Milo, pero como tú, recuerda que también Brunhilde se mueve genial y además, insisto en que puede darme hijos. ¿Por qué no te buscas a otro que te soporte? Yo ya me cansé de ti.

— Camus...

— Evítame la pena de despreciarte de nuevo, deja de arrastrarte como una sanguijuela por mis atenciones — pidió y le dio la espalda alargando la mano hacia la valquiria.

Brunhilde dudó un instante en tomar esa mano, pero un brillo azulino en los ojos de Camus, la espoleó a apresurarse.

— Si te vas ahora, no pienses que te volveré a buscar — sentenció Milo con el ánimo belicoso —, ni esperes que te sea fiel.

— Por mí, métete con Kanon, Hypnos y Thanatos al unísono, me da igual.

Camus ni siquiera se dignó a mirarlo, en cuanto Brunhilde estrechó su palma, el dios guerrero invocó el Bïfrost y desaparecieron de ahí.

El espectro sacudió la cabeza incrédulo por lo sucedido, con una rabia destructiva en su estómago acampando a sus anchas. Si eso quería Camus...

Volvió al Inframundo con ganas de destruir al primero que se interpusiera en su camino. De todas las mujeres, tenía que ser Brunhilde la elegida. Podía recordar los gemidos de Camus cuando estaba con ella, sus miradas emotivas cada que se encontraban y sus pequeñas sonrisas dirigidas a la valquiria.

Se restregó el rostro con las manos histérico, bramando de rabia y celos, apretando sus cabellos y desprendiendo algunos de ellos por la tensión acumulada.

— ¿Milo, estás bien?

El aludido volteó hacia el único que no esperaba ver. El dios del sueño lo miraba incrédulo.

— Es el día, Hypnos — aclaró con voz apenas contenida —. Dijiste que podía entregarme a tu hermano, que no había ningún riesgo — sonrió con locura —, prepara todo. Hoy tu hermano termina en mi cama...

Hoy era el día para finiquitar cuentas. Hoy, terminaría todo.





Hola, ¿Cómo va?

¡Llegamos a 1k de vistas! 

¡Gracias a todos los que siguen esta historia!

*Felicidad, felicidad*

Ya poniéndonos serias (?) creo que este capítulo deja más dudas de las que intenté aclarar. De cualquier forma, de poco en poco irás atando los cabos.

Vamos a entrar a una etapa donde iremos descubriendo secretitos por aquí, secretitos por allá y al menos yo, me voy a divertir escribiendo lo que se viene porque será... ¡Brutal!

El siguiente capítulo va a iniciar de golpe y porrazo con un Flashback, te aviso desde ahora.

Y espero que nos podamos ver el miércoles sin falta.

Mando muchos chocolates para la histeria y...

¡Hasta pronto!

Aclaraciones

Como ya es costumbre en mí, cuando una frase de los comentarios me gana el corazón, la meto por acá, así que...

* Nalgas veo, nalgas quiero --- Frase épica de Degelallard xD  

Crédito a la imagen de la portada a sus autores, que hacen maravillas. Sólo me tomé el atrevimiento de modificar los ojos de Camus para que puedas apreciar lo que vio Milo.

La otra imagen, por supuesto, es la bellísima Brunhilde. 

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