16. La red dorada.
Milo vio la lanza de Deimos ser lanzada en dirección de Camus. Sus instintos primarios fueron los que reaccionaron antes que su mente. Se interpuso en el camino sintiendo la necesidad de proteger a la marina. No soportaba la idea de verlo lesionado o herido, de que su piel se lastimara o sufriera en exceso.
Así pues, vio la punta atravesar el aire helado y llegar hasta su propio pecho. Por un momento, supo que iba a morir definitivamente y... se sintió bien. Era por una buena razón. No, era por la mejor razón de todas. Camus por él. Era un buen intercambio.
La punta penetró un centímetro de su carne y después, una energía impresionante, fría y poderosa, le tomó del cuerpo y lo elevó con destino incierto.
Los colores de la cosmoenergía eran variados, parecía un arcoíris en el que viajaba a velocidad de la luz. Elevó la mirada y le sorprendió ver a los Aesir a su alrededor. Frey abría la comitiva y el resto de los guerreros le seguían. Tardó apenas unos segundos, los justos para que ubicara a Camus y comprobara que estaba sano y salvo.
Sin embargo, uno de esos guerreros lo vio y sonrió con malicia. El tal Fenrir se desplazó por la luz con la facilidad de quien acostumbra usar este transporte. Le pateó el pecho y lo lanzó fuera del halo. Milo sintió su cuerpo caer hacia la tierra a toda velocidad. No le preocupaba eso...
Le preocupaba que no pudiera estar con Camus y hablar con él.
El Bïfrost llegó a Hiperbórea a los pocos segundos dejando a los Aesir libres para dirigir sus pasos a donde desearan.
— ¿No fuiste algo rudo con el guapito, Fenrir? — indagó Surt con una mueca en el rostro.
— Tsk — respondió lacónico el aludido, acercándose a un lobo de tremendo tamaño que le movía el rabo —. Hola, ¿Me extrañaste?
El de cabellos plateados no se conocía por tener una buena interacción con los demás. Los lobos que le seguían, eran sus únicos compañeros con los que hablaba y hasta reía. Era un caso digno de estudio.
Algunos guerreros recién llegados se desperdigaron por el sitio sentándose en la mesa servida con un grandioso festín, a comer y celebrar su victoria. Otros se fueron a otros lugares lejos del salón principal para atender sus heridas. Frey, Hilda, Surt y Midgard, se quedaron cerca de Camus.
— Aquí lo tienes — le ofreció Hilda el cofre —. Oye, Camus, ¿Tan importante es para ti?
— Por supuesto... — respondió en automático mirando con codicia el objeto dorado con los símbolos de Hefestos y Ares.
— Me refería al rubio — le corrigió la valquiria con tono suave —, vi cómo manchaste su ropa de icor para que el Bïfrost se lo llevara.
— No sé de qué me hablas, Hilda. Además, no se tiene registro que hacer eso sirva, por lo tanto, es un desperdicio de icor — desmeritó haciendo una reverencia con la cabeza —. Agradezco su valiosa ayuda, Aesir. Sin ustedes, no hubiera logrado mi objetivo y espero que les haya divertido enfrentarse con los berserkers del dios de la guerra.
— ¿Enfrentarnos? — se mofó Midgard —. Los hicimos puré de berserker — se quejó con molestia. —, pensé que eran más fuertes...
Ese era el pesar general de los Aesir, habían escuchado las epopeyas de los dioses guerreros y querían medirse desde hace años, pero el resultado fue patético y falto de sabor para ellos.
— Es la consecuencia de un dios que no cuida a sus guerreros. Si los renueva a cada rato, no logran tener experiencia en combate — hizo notar Surt —. El título de «Dios de la guerra» le viene grande.
— Sí, pero mientras tanto, me parece que el Olimpo tiene problemas si esos son sus guerreros más fuertes — opinó Siegfried con gesto taciturno.
— La verdad, algo hay que halagarle a Ares — los demás voltearon a ver a Midgard —. Tiene una muy, pero muy alta autoestima para creerse dios de la guerra*.
Las risas estallaron entre los presentes y le celebraron el chiste al rubio yendo a por cuernos de hidromiel y comida. Camus no tenía nada qué decir. Llevó sus pasos hacia la salida, mientras Hilda y Frey intercambiaban miradas. El castaño tomó las riendas de la situación.
— Camus — le llamó adelantándose para alcanzarlo, Hilda se quedó en la retaguardia —, sabes que esto que te pasó es muy malo, ¿Verdad? — señaló su cabello.
— No sé a qué te refieres — musitó con tono aburrido —. Y antes de que digas algo más, si te refieres a mi cambio físico, te pediré que te metas en tus asuntos.
— ¡Camus! — le reprendió el castaño. La marina jamás fue tan irrespetuoso en su trato —. Deberías comprender que esto que te sucede es...
— Algo que no te importa, Frey — le interrumpió con tono que no admitía réplica —. Gracias por la ayuda, dile a mi abuelo que después vendré a presentar mis respetos de la forma apropiada, pero debo enfocarme en mi misión.
No dijo más, dejó caer icor en el piso concentrándose en el sitio al cual quería viajar y el Bïfrost se abrió para él. Le parecía falto de sentido discutir algo que no deseaba cambiar y estaba poco dispuesto a escuchar necedades. Además, debía aprovechar el momento. Parecía que Zeus estaba enojado por algo, quizá supiera que su hijo Ares había sido atacado por Milo y él.
Tenía poco tiempo para entregar el cofre antes de que los Héroes del padre de los dioses fueran por él y lo apresaran.
El camino del arcoíris le llevó hasta el templo de Athena. La marina salió del mismo buscando rastros del cosmos de la diosa. La encontró en su jardín, con un Aioros en período de recuperación sentado en un kline con el torso desnudo. Sus heridas aún eran de cuidado y le pareció interesante que Saga estaba a su vera y cambiaba los vendajes del herido.
— El gran Zeus sí que está enojado — se sonreía un poco Aioros mirando el cielo completamente negro, así como los rayos y truenos golpeando sin cesar.
— Me pregunto qué lo tiene así. Ojalá que el objeto de su ira esté lejos de su alcance o mañana tendremos funeral — comentó Saga preocupado mientras colocaba el ungüento sobre la herida, acariciando la piel del castaño con ternura y afecto.
Ante la presencia de Camus, ambos le saludaron con una pequeña sonrisa y siguieron en lo suyo. A pocos pasos de ellos, Hasgard se encontraba sentado en otro kline y la diosa atendía sus heridas a medio cicatrizar después del enfrentamiento con Ceo, ayudada por Shion.
Athena revisaba cada marca con dedicación, cariño y una humildad extraña para un dios. Actuaba como una ninfa más y no parecía molestar ser la que limpiara la piel del caballero. A su lado estaba Odysseus, que utilizaba su cosmoenergía para ir sanando de poco en poco al enorme dios guerrero.
— ¡Camus! — le saludó la diosa con una espléndida sonrisa hasta que vio el estado en que se encontraba la marina —. ¡Estás herido! Odysseus, por favor, ayúdalo — le pidió con urgencia.
— No se preocupe por mí, señora — le quitó el peso con tono neutro —. Primero hablaré con usted y después, iré a mi templo donde curaré mi cuerpo. Me disculpo por presentarme tan desprolijo ante su presencia — inclinó la cabeza.
— Déjate de tonterías protocolares — le reprendió la diosa —. Lo importante es que estés bien. Odysseus, por favor cumple mi orden — repitió con un tono imperativo —, no admito negativas, Camus.
Le señaló con su dedo índice aún manchado con algunos ungüentos y una mirada firme. La marina se limitó a sentarse donde le fue indicado sabiendo lo terca que podía ponerse la diosa con esto de las curaciones. Era la única que se tomaba muy a pecho el perseguir a sus caballeros personalmente, hasta ver que estaban completamente recuperados.
Poseidón si bien se inquietaba con una marina herida, siempre mandaba a Sorrento para asegurarse de que todo estaba en orden. Sólo con Camus iba personalmente, pero esos tiempos ya se habían terminado.
— ¿Al menos me permite entregarle el cofre, señora? — intentó llamar su atención sobre lo que tenía importancia —. Ahora que el cielo está nublado, es el momento propicio para hablar de esto. Ceo no podrá escuchar ni ver nada, si Urano tiene a la diosa Néfele y sus algodonosas faldas cubriendo la creación.
— De acuerdo, esperemos que a mi padre le dure más el enojo para terminar bien con esto.
La diosa le sonrió a Hasgard con los ojitos brillantes, éste le devolvió el gesto y besó devoto el dorso de la mano femenina. Athena le acarició la mejilla con afecto al enorme hombre y después, se acercó a la marina mientras limpiaba el ungüento de las palmas de sus manos con un paño, siendo escrupulosa de no tocar el dorso para no quitarse el beso.
— ¿Y esto es...? — no entendía qué le ofrecían.
— Le dije que me encargaría de encontrar lo que debilitaría físicamente al enemigo y lo encontré, está en esa caja.
La diosa arqueó una ceja dejando el objeto sobre una mesa. Varios mochuelos volaron intrigados y curiosos posándose en las ramas cercanas de los árboles que les daban sombra. Uno de ellos aterrizó en el hombro de la diosa y fisgoneó ululando.
— Es interesante, ¿Verdad? — le habló Athena al ave acariciando su cabecita recibiendo un picotazo cariñoso en su dedo.
El resto de los mochuelos sacudieron sus alas respondiendo a la par. Un trueno tremendo sonó en el cielo y los obligó a volar para refugiarse en las pajareras creadas alrededor del jardín. Los caballeros tragaron saliva sabiendo que Zeus seguía furioso y esperaban que todo saliera medianamente bien para el desgraciado.
— Por cierto Camus — se acordó con la furia del dios del rayo —. Quería decirte que el plan está en marcha. En cuanto te fuiste, entregué lo que me diste en las manos de mi padre. Todo salió conforme a lo que planeamos, hoy en la noche se empezará con la creación de las nuevas luces que cegarán los ojos del enemigo, aunque me temo que si sigue así de furioso, tendré que ir a recordarle que tiene trabajo, con cuidado de que no me incinere — se burló risueña.
Shion era el único que se tomaba el atrevimiento de reprender a la diosa, como su mentor que era. Sin embargo, ella siguió riendo bajito, sin preocuparse un poco porque el gran Zeus la fuera a fulminar. Athena mejor que nadie conocía la oscuridad de los dioses y sabía a qué atenerse. Su propio padre, ni más ni menos, la había tragado siendo apenas un feto por miedo a su poder.
— Me parece perfecto, señora — manifestó su satisfacción la marina —. Mientras más pronto, mejor.
En tanto, Odysseus utilizó su cosmoenergía para sanar las heridas de la marina que eran pocas y sin consideración. La piel iba cambiando hasta recuperar su estado natural y Camus sentía cómo sus energías también se restauraban. Tener a este caballero de su lado, era una gran jugada para Athena y podía comprender el por qué de la insistencia de Zeus, para que Hermes lo cediera.
— ¿Esto acaso es...? — interrogó la diosa con voz quebrada, sorprendida por lo que tenía en sus manos y brillaba como el sol.
— La red dorada con la que Hefestos capturó a Ares cuando lo encontró teniendo sexo con Afrodita — respondió Camus sin emoción en la voz.
Todas las miradas voltearon de inmediato hacia ellos. Aioros se puso en pie rápidamente para acercarse a verla de cerca, Saga le siguió y pronto estaban todos alrededor de la caja sin atreverse a hacer más.
— Según los rumores — contó la marina sintiendo que hasta Odysseus dejó su labor y después, lo vio acercarse al objeto —, Ares y Afrodita eran amantes a espaldas de Hefestos y tenían relaciones sexuales en la cama del dios tuerto. Se reunían por la noche para que Helios no los viera y fuera a informar. Sin embargo, una noche el vigía que les avisaba a los amantes sobre la llegada del titán se durmió y Helios los descubrió, así que fue a contarle a Hefestos.
Los demás conocían esa historia, por supuesto. Hefestos sabía que no podía ser rival de su hermano Ares, así que confeccionó una tela tan delgada que era invisible. La red dorada. La puso en su cama y fingió partir a un lugar remoto. Cuando los amantes se reunieron, Hefestos dejó caer la tela sobre los infieles y llamó a todos los dioses para que los vieran.
Las diosas se negaron por pudor, pero los dioses acudieron. Se mofaron de ambos, que estaban desnudos, atados y sin poder moverse con el miembro de Ares dentro de Afrodita. Alguno de los dioses incluso se mofó diciendo que con gusto cambiaría su lugar por Ares.
— Fue Poseidón quien ordenó que los soltaran después de ser encontrados — siguió Camus —. Y si bien Ares partió de ahí preso por la vergüenza, tal cual no quería Hefestos, ese episodio los humilló lo suficiente para que dejaran de ser amantes.
Se decía que hasta ese momento, Afrodita evitaba cualquier encuentro con Ares por miedo a la ira de Hefestos. Camus sospechaba que en realidad, los amantes esperaban la oportunidad de que las aguas se calmaran, para volver a sus juegos.
— Sin embargo, se decía que la red había desaparecido — acotó Saga revisando la tela con cuidado de no quedar pegado en ella —. Por eso es que nadie sabía dónde estaba.
Otro rayo en el firmamento les hizo callar un momento hasta que el trueno retumbó en el sitio. Se sentían, a pesar de todo, seguros de que podían seguir hablando sin ser observados por Urano, pero les inquietaba tanta ira en el padre de los dioses. Eso no era normal...
— Es correcto — afirmó la marina —. Sin embargo, mi señor Poseidón me contó la historia cuando era pequeño, para que supiera que hasta los más pequeños secretos salen a la luz tarde o temprano. Y me contó que la verdadera razón del por qué no pudieron soltarse, fue debido a que la red, en lugar de ser pegajosa como la de una araña común, tiene la facultad de disminuir el poder dos tercios de aquél que la toca.
Tras esa observación, la red cayó muerta en su caja. Nadie se atrevía a tocarla.
No fue difícil corroborar esa historia para Camus, con lo que percibió en el salón del trono la primera vez. Era inexplicable por qué su cosmos había sido afectado sin razón aparente. Sabía que su padre no tenía ese artefacto, pero no le parecía raro que Ares, temeroso de ser envuelto en ella por segunda ocasión, se hubiera apoderado de ella.
Por ello, entendió que debía ir de nuevo al dios de la guerra, aunque eso significara postrarse, humillarse y ser tomado por esa bestia, todo para encontrar el sitio donde se encontraba la red. El fin último, justificaba los actos cometidos.
Y la sintió apenas colocó el trasero en el trono. Era la zona donde más podía percibirse. Entendió que por eso Ares recibía a sus enemigos en ese sitio. De alguna manera, al poner su sello en la caja, hizo que el poder de la red se extendiera en todo su salón sin afectarlo y eso ahora podían aprovecharlo.
— Así que ese es el truco de la red dorada — susurró Athena y sonrió encantada —. ¿Y cómo es que la encontraste Camus?
— Eso no importa, señora — desvió la mirada sin querer hablar del tema.
Afortunadamente, la diosa era lo suficientemente inteligente para no insistir en ello y los caballeros prudentes, una vez posaron sus miradas en el rostro esquivo de la marina.
— El punto es... — continuó Camus mirando el cielo todavía lleno de nubes, oscuro y que impedía la vista de Urano —. Tenemos el arma para retener a Ceo. Así, en cuanto el titán sea envuelto con ella, será retenido, sus fuerzas disminuirán y la flecha dará en el blanco con certeza.
La diosa asintió con una sonrisa suave.
— Te agradezco el enorme sacrificio que hiciste para obtener esta red — se acercó a él y le tomó el rostro con las manos para fijar sus orbes violáceos en los azules como la noche —. Gracias, Camus. Gracias por todo.
Las heridas que portaba eran señal inequívoca de lo que sufrió para cumplir con su promesa. Ese día, el plan era que ella iba con Zeus y él, se hacía cargo de conseguir el método para retener al titán.
— No fui el único, señora.
— Agradeceré después a quienes me indiques, te lo prometo — sonrió la bella diosa y un trueno le interrumpió. —. ¡Bueno, bueno! Ya veo que mi padre no va a dejar por la paz a su presa. Espero que esto no traiga peores repercusiones.
Se acarició la mejilla preocupada mientras miraba el cielo nublado. Sacudió la cabeza para quitarse las nubes negras y palmeó un par de veces.
— ¡Vayamos dentro, caballeros! Sigamos las curaciones en el interior, que merecen todos una buena copa de néctar. ¡Ah! Les tengo que confesar que me encontré con una valquiria que es amiga mía y me trajo hidromiel de Hiperbórea. ¿Alguien quiere probar?
Con esas palabras, la diosa les incitó a entrar y aunque Shion reclamaba que podía ser contraproducente beber un licor ajeno al Olimpo, Athena le reprendía llevando en sus manos la caja conseguida por Camus.
— ¡No sabes divertirte, Shion! Lo mejor de la vida es experimentar y ya si nos emborrachamos con la hidromiel, estamos en casa. Podemos caer dormidos en la cama y nadie contará mañana nuestras hazañas — reía bromista.
Camus pensó que era extraño ver a una diosa con un humor tan ligero y dispuesta a estrechar lazos con sus guerreros. Si los otros señores siguieran su ejemplo, el Olimpo sería un mejor lugar.
— ¡Llamen al resto de los caballeros! — ordenó la diosa —. No quiero que nadie falte, tenemos que celebrar que vamos por buen camino. También traigan ambrosía, carne y la comida favorita de cada uno. Hilda me dijo que debíamos comer algo o si no, la borrachera sería peor — soltó la carcajada sin saber cómo iba a resultar, pero sospechando que se iban a divertir mucho.
— ¡Mi señora! — intentó hacerla entrar en razón Shion.
Ya dentro, los mochuelos iban aleteando trayendo lo que la diosa había ordenado. Ella no tenía ninfas que la ayudaran, sus aves eran sus amigos y sirvientes a cambio de una buena comilona y muchas caricias. Estaban tan consentidos como los caballeros bajo su mando, quienes también ayudaban a cumplir sus deseos y estaban ayudando a los mochuelos a poner todo en la mesa.
— ¡Y hay que servir dos copas para Shion! — decidió de inmediato al escuchar el reclamo —. A ver si así, se anima a declararle su amor a Dohko.
— ¡Mi señora! — se oyó el grito escandalizado del caballero mirando a todos lados con la esperanza de que el aludido no hubiera llegado aún.
— Oh, vamos — se quejó la diosa llevando las manos a la cintura —. ¿Me vas a negar que pones ojitos de borrego cada que el tigre aparece acechando?
Le echó en cara Athena entre risas pícaras, señalando la cara de Shion con el índice. Éste tenía la cara hecha un tomate negando con la cabeza frenético.
— ¿Me vas a mentir a mí, que soy tu diosa? — sacudió su cabeza con molestia —. Oh no, Shion y no me retes, porque verás que te echo al tigre encima — amenazó y el muriano volvió a restregar sus manos angustiado —, pero te juro que este jueguito del «te miro como borrego y no te digo nada porque me transformé en pez», se terminó.
Los demás dioses guerreros no dejaban de reír.
Era sabido desde hace mucho tiempo, que Shion siempre miraba a Dohko y nada. Volvía a voltear y nada, ponía los ojitos sobre él una vez más y... ¡Nada!
Incluso se decía que el muriano quizá era más pez que borrego, porque «nada», pero parecía que -por fin- se le había acabado la jugarreta, porque Athena parecía decidida.
— P-pe... pe... ¡Mi señora! — intentaba Shion hacerla entrar en razón.
— ¡Hoy el ojitos de borrego se le declara al tigre o el tigre se come al borrego! Y si no, me dejo de llamar Athena, pero se acabó el pez.
El siguiente trueno cegó los balidos de Shion y las carcajadas de los demás.
Templo de Zeus
Seis noches después...
El padre de los dioses elevó su mirada a Urano portando en su diestra el Forjador. Se concentró en el diseño del nuevo conjunto de estrellas que estaba creando. Llevaba ya seis días trabajando en esto, sin salir de su templo.
Ningún otro dios sabía lo que hacía en la soledad de su Santuario, con excepción de su hija Athena, que le fue llevando los bocetos de las 80 constelaciones, como ella les llamaba. Antes, Urano tenía una singular distribución de las estrellas que Zeus debía desviar gracias al martillo forjador y acomodando con fuerza, para dar lugar a las figuras que su hija deseaba.
Eso sin contar con los nuevos cuerpos estelares que seguramente debería formar para culminar la totalidad de las ocho decenas de constelaciones.
Era un antojo desgastante. La labor consumía gran parte de la cosmoenergía del padre de los dioses y de no ser porque entendía el propósito final, lo hubiera dejado a un lado para concentrarse en arreglar el desastre hecho por su esposa y su hijo.
En el instante que abandonó el templo de Hera, les prohibió salir de ahí, so pena de mandarlos a ejecutar de inmediato. Eso despertó la ira de la diosa que lo acusó de aprovechar esto para irse con una de sus muchas amantes. A Zeus le convenía que pensara eso, así no podría adivinar lo que estaba haciendo.
Seis noches transcurrieron y apenas llevaba hechas 18 constelaciones. Pretendía esta jornada, terminar cuatro para ir a descansar. Mientras menos personas supieran su labor, Ceo no tendría tiempo de actuar para evitar que lo cegaran por completo. La estrategia era demasiado buena y Zeus meditó de dónde había salido la idea.
Athena dijo que el Forjador fue encontrado por Milo, el hijo de Lamia. Poniendo su mente en orden, Zeus se dio cuenta de que Milo era su nieto, el hijo de Ares y que encontrara el martillo de Urano solo, era una proeza por parte de él.
Por más que Ares negase su icor corriendo por las venas de ese dios guerrero, el padre de los dioses no era estúpido. Para él, Milo era su nieto y eso le hizo sonreír de orgullo.
El Forjador y la estrategia salió de esa cabeza rubia. Milo se llevó la vida para realizar su plan, para no despertar la atención de Ceo y Zeus entendía su motivación. Una vez que una estrella fugaz caía del cielo, era imposible que el Titán del Conocimiento pudiera profetizar sus pasos.
Si Milo moría, Ceo estaba incapacitado para anticipar sus movimientos. Era un sistema infalible. De alguna manera, Zeus debía premiar a su nieto sin despertar la ira de Hera o el despecho de Ares.
¡Eran tan idiotas!
Unos pasos tras el padre de los dioses, le sacaron de su meditación. Le intrigaba saber quién podía acudir ante su presencia y grande fue su sorpresa al encontrarse cara a cara con su hermano.
— Poseidón — susurró mientras el otro se ponía a su lado —. No esperaba verte aquí.
— Así que aquí estás y por eso está negada la entrada a tu templo — razonó el señor de los mares mientras tomaba uno de los bocetos de Athena y lo revisaba con interés —. ¿La constelación del signo de Tauro? — sus ojos de océano se elevaron hacia los del cielo —. ¿Quieres explicarme o hago mis conjeturas?
Zeus exhaló con fuerza pensando que no podría terminar pronto las constelaciones si era interrumpido. Por otro lado, tenía una plática pendiente con su hermano y si bien debía reconocer que Fobos rasguñaba su corazón cada que pensaba en ella, no la podía posponer más si el otro estaba frente a él.
— Es una estrategia para cegar a Ceo — empezó dejando el Forjador en la mesa. En cuanto su cosmoenergía dejó de nutrir el martillo, volvió a ser un colgante —. Éste es el Forjador, con el cual Urano creó todas las estrellas y le dio forma al firmamento nocturno.
Poseidón siguió su línea de pensamiento, volvió la mirada a la constelación de Tauro y admiró el trazo de Athena. Desde que nació, la diosa demostró grandes dotes de inteligencia y el dios mayor sonrió pensando que a pesar de cualquier disputa que pudieran tener ambos, la admiración que sentía por ella nunca terminaría.
Por eso, no se opuso a que Camus la protegiera. Al contrario, debía reconocer que albergaba en su pecho algo más que simple admiración y que...
— Así que tengo que cambiar el rostro de Urano — le confió Zeus interrumpiendo los pensamientos de Poseidón —. Sin embargo, me lleva tiempo y un uso tremendo de cosmoenergía, así que decidí hacerlo en soledad.
— Ya veo — asintió con una sonrisa leve —. Tu hija es muy inteligente.
— Sí, pero esta estrategia no vino de ella.
— ¿Ah no? — interrogó intrigado por saber quién tuvo tan astuto plan.
— No, provino de mi nieto, Milo — expresó con orgullo, bebiendo un trago de néctar.
— ¿Ya es oficial que es tu nieto? — se mofó el otro sirviéndose una copa, revisando el resto de los bocetos —. ¿Qué Milo no es el berserker de Scorpio? — se hizo el despistado.
— Exactamente y tu marina le ayudó en esto — le informó señalando a su hermano —. Camus fue el que recibió el Forjador después de que Milo lo encontrara en el Tártaro y lo entregó a Athena.
— ¿Mi Camus? — interrogó con una sonrisa enigmática.
— No te hagas idiota, te conozco demasiado bien — lo reprendió con molestia —. Ya lo sabías...
Poseidón soltó una carcajada tomando el colgante con su mano, acarició la figura de oro y éste respondió a su icor transformándose en el martillo. El dios del mar lo sostuvo pensativo.
— Sé a lo que vienes, Poseidón — atajó Zeus exhalando con fuerza —. Y te prometo que no se quedará sin castigo.
— ¿A qué te refieres? — comentó arqueando una ceja pasando el Forjador a su mano izquierda para sopesar el poder que emitía —. ¿Zeus? — lo presionó.
— Maldita sea, creo que abrí la boca de más — se lamentó el padre de los dioses rascándose la nuca —. Mejor le hablo a Helios y que te lo diga.
— No, Zeus — sacudió la cabeza —, me lo vas a decir tú — le golpeó el pecho con el índice.
El menor de los dioses se restregó la cara con la palma, sabía que Poseidón se iba a encabronar y terminarían en pleito.
— Ares violó a Camus...
Poseidón aspiró fuerte, miró el Forjador en su mano y Zeus se arrepintió de haberlo dicho justo cuando tenía tremenda arma en su poder. El dios de los mares apretó con fuerza tremenda el mango y volteó hacia el firmamento.
Eligió rápido un diseño y se quedó con la constelación del signo de Piscis. Le pareció apropiado para él. Su túnica cayó cuando se desprendió de ella quedándose sólo con los pantalones y encendió su cosmoenergía al máximo. Zeus temió que fuera a hacer una locura, pero en cambio, se quedó asombrado al ver cómo su hermano prácticamente diseñaba la constelación con una mano precisa y sin tanto esfuerzo.
— Quiero un castigo ejemplar para él — siseó guardando su rabia, ocupando ese mal humor en forjar la constelación —. Y vas a hacerte a un lado cuando lo exija — amenazó mirando con ojos de mar embravecido al dios del rayo.
— Sabes que no pue...
— ¡ME IMPORTA POCO Y NADA, ZEUS! — vociferó con una rabia que hizo cimbrar el lugar. Las estrellas se posicionaron con mayor rapidez —. Entiende que si me contengo y no mato ahora mismo a Ares, es porque no quiero a Némesis tras mi cabeza, pero en cuanto aparezca ella, seré yo quien exija la compensación — rechinó los dientes terminando la constelación.
Zeus no entendía cómo es que su hermano podía crear la agrupación de estrellas tan fácil si a él, le costó tanto formar una sola. Poseidón le dio un toque extra, haciendo brillar más una de las esferas de luz y exhaló con fuerza.
— Me dejarás a Ares en bandeja de plata y a cambio...
— ¿Sí? — incitó a que el otro continuara.
— No te voy a dar la espalda en esta pelea y vendré a ayudarte con todas las constelaciones relacionadas con el elemento agua — se quedó frente a frente con Zeus hasta que sus narices se tocaron —. ¿Quedó claro?
— No entiendo cómo es que te pones así, cuando la última vez que tu General acudió a tu presencia, lo trataste con la punta de la bota y lo sacaste con una ola — soltó Zeus irreflexivo.
Los mares se elevaron, las olas crecieron exorbitantemente y muchas costas en la tierra fueron golpeadas con violencia. El dios del rayo se dio cuenta y apretó los labios.
— Lo que yo haga o deje de hacer con Camus, es parte de nuestra relación y ni tú, ni ningún otro dios puede meter las narices — protestó Poseidón con dureza —. ¿Acaso yo te aconsejé cuando sucedió lo de Saga y Kanon? Te recuerdo que Hades pidió que los separaras y a cambio, decidiste mandar uno al Inframundo y quedarte con el otro, que fue mucho peor de lo que te pedía nuestro hermano — reprochó con vigor. — Así como tú haces lo que quieres con tus Héroes, yo hago con mis marinas lo que se me salga de la punta del falo, ¿Entendido?
El padre de los dioses resopló pensativo. No estaba tan mal, a finales de cuentas sabía que tarde o temprano alguien se enteraría y Némesis aparecería. Por el contrario, no ceder podría hacer que Poseidón arrasara con el Olimpo.
— De acuerdo — cedió con frustración —. ¿Algo más?
— Sí — declaró el mayor de los dioses —. Bóreas quiere que Camus vuelva a Hiperbórea como uno de sus Aesir porque supo que no impedí la pelea que tuvo con Milo, así que le vas a negar el capricho, hasta que te avise de lo contrario.
— ¿Qué pasó en esa pelea?
— ¿No lo sabías? — Poseidón rodó los ojos dentro de sus cuencas —. ¿Y te dices abuelo de Milo? — se mofó con malicia. — ¿Cómo crees que tu nieto murió?
— Ah, cierto.
Eran tantos los dioses menores, que Zeus estaba un poco perdido. Puso en orden sus pensamientos, porque esa noticia hasta se la dijo Helios, pero estaba tan enojado en ese momento, que no prestó mucha atención.
Camus mató a Milo, así que fue con Ares, éste le puso de castigo tres días para violarlo, después vino la marca... ¡Ay, la marca!
— Bien — susurró buscando la forma de no exacerbar más a su hermano —. No mataré a Camus por asesinar a mi nieto, pero tú te tranquilizas.
— ¿Y yo por qué?
— Porque Ares le puso la marca a Camus.
— ¿Qué?
Esa voz tan queda, hizo que Zeus buscara rápido otra constelación para que Poseidón desviara la energía, como hizo antes. Encontró la del cisne y se la entregó señalando el cielo.
— Ares le puso su marca a Camus — le instó Zeus a que mirara Poseidón hacia el firmamento —. Ésta constelación puede ser muy buena para ti.
— ¡¡¡TU HIJO DE PUTA ESTÁ MUERTO!!! — gritó con todas sus fuerzas.
Esta vez no funcionó la estrategia, Poseidón quería matar a Ares con el mismo Forjador de ser necesario y Zeus no podía detener al dios del Océano por más que lo sostuviera con ambos brazos por la espalda.
— ¡HADEEES! — llamó frenético el dios del rayo al otro.
El rey del Inframundo apareció por el camino de los dioses, justo cuando Poseidón estaba por llegar a la salida de la cámara donde Zeus se encontraba. Los miró sin comprender la escena. El dios del rayo prácticamente hacía surco con los talones de sus botas en el marfil, conteniendo precariamente la furia del océano.
— ¡Poseidón va a matar a Ares!
— ¡Porque le puso su asquerosa marca a Camus! — gritó con fiereza.
Poseidón estaba más rojo que la grana y tenía ganas de matar a ese bastardo de una vez por todas. Ya le había dejado pasar dos y una tercera, eran demasiadas para él.
Hades se dedicó a pasear sus ojos de cielo en calma por ambos. Optó por acercarse a la mesa y mirar los bocetos.
— Éste del signo de Cáncer me gusta, me recuerda a DeathMask — mencionó con tono neutro.
— ¿No me vas a ayudar a detener a nuestro hermano? — renegó Zeus.
— No sé por qué — susurró Hades —. Si un guerrero no le informa a su señor sobre los abusos de otro dios mayor, es porque no quiere que lo sepa — eso enfrió al instante a Poseidón, que volteó hacia Hades pensativo —. ¿Camus no es el nieto de Bóreas?
El dios del Inframundo se acercó al de los mares para tomar el Forjador. Poseidón asintió meditando aún y Hades caminó hacia la vista de la bóveda celeste concentrándose.
— Entonces no sé por qué te indignas, Poseidón. Ese chico siempre fue muy independiente después de que regresó de su primer entrenamiento de Hiperbórea — opinó creando el signo de Cáncer —. No me sorprendería que lo ocultara para no tener un problema mayor o porque no le convenía aún. Camus se reconoce por... — meditó un instante —. Ser una mente muy activa. Nunca hace algo sin tener un plan detrás...
— Eso no me lo dijo — musitó de forma inconsciente.
— ¿Y por qué te lo iba a decir? — renegó Zeus porque no entendía el punto.
— Olvídalo — zanjó Poseidón, sentándose en uno de los klines meditando.
— Ya que estamos los tres juntos — empezó Zeus —. Digo, si ha de arder el Olimpo, que arda.
Sus hermanos le miraron sin comprender. Hades dejó de crear la constelación para dedicar su atención al menor de los tres.
— Ares golpeó a Milo y Milo le encajó su lanza — susurró mirando al dios del Inframundo.
— Esa no es mi culpa.
— No estoy diciendo eso, estoy informando — dejó claro porque tenía un objetivo —. Milo es hijo de Lamia.
Los dos dioses se quedaron pensando hasta que comprendieron el punto.
— Hera la transformó aún estando embarazada de Milo.
Poseidón y Hades no supieron qué decir. Eso era un enorme delito para cualquier dios porque significaba maldecir a ambas vidas. Némesis no dejaría pasar por alto algo así.
— Lamia estaba embarazada de Ares, por lo que le entendí a Helios, atacó a Ares que llamó a su madre y Hera la transformó por tocar a Ares.
— Es una idiota — sentenció Hades sin pena ni gloria. Ni se ocupó de fijarse en cómo sus hermanos se quedaron sorprendidos porque él no insultaba a nadie —. Así que Milo es hijo de Lamia y de Ares. Fue berserker de él, cuando se enfrentó a Camus, no impidió su duelo porque estaba deseando tener sexo con la marina. Milo viene al Inframundo... obtiene el Forjador, lo entrega, supongo que a Camus porque tendría sentido que vaya con su amante y Ares marca a Camus. ¿Por qué te casaste con Hera y dejaste que educara a Ares? Es más, ¿Por qué sigue vivo Ares?
— Por idiota — respondió Poseidón —. ¿Cómo supiste que Milo consiguió el Forjador?
— ¿Acaso crees que no sé lo que pasa en mis dominios? — desdeñó Hades volviendo a la constelación —. El punto es, ¿Qué vas a hacer Zeus?
— Quiero perder la guerra contra los Titanes...
— ¿QUÉ? — gritaron ambos dioses al unísono.
— Quiero divorciarme de Hera y para eso, necesito que ambos me den la espalda — confirmó Zeus —, y perder la guerra, claro...
Monte Otris,
Fortaleza de los Titanes.
Dos noches después.
Helios terminaba la jornada, estaba dejando su carro cuando volteó hacia el monte Otris preocupado porque desde hace mucho que no veía actividad. Ceo era uno de los titanes a los que más le temía por su inteligencia, pero no era el único. Como Crius se decidiera a unirse a Ceo, los Olímpicos verían sus vidas en peligro.
Rascaba sus cabellos de fuego pensativo, cuando un rico vientito le pasó por un lado. Eolo no era, tampoco el violento Bóreas. Helios dirigió sus ojos hacia el borrón y descubrió unos tobillos elegantes, unas pantorrillas torneadas, unos muslos bien llenitos y un culito que...
— Ay padre Urano, tú que tienes tantas estrellas, lanza una a ese pedazo de dios, así lo tumbas y yo me lo quedo — rezó con ímpetu con las manos entrelazadas mirando al oscuro firmamento.
El titán volteó hacia sus caballos, les acarició las crines y sonrió. Total, sólo iba a ser por una noche. Nadie se daría cuenta...
Y se lanzó tras Hermes.
— ¡Hoy me desquito, hoy me desquito! — prometió con tremenda sonrisa yendo a toda velocidad tras su objetivo.
Mientras tanto, Ceo estaba frenético. Miraba a Urano con ojos desorbitados y el corazón latiendo errático. Había nuevas estrellas y las que restaban, estaban agrupadas de otra forma que él no podía comprender ni encontrar sentido. Esto sucedía en el hemisferio oeste, era lo peor de todo porque de ahí venían las advertencias sobre los enemigos.
¿Quién hacía esto? De cualquier forma, para ello necesitaban el...
— El Forjador — susurró con el estómago siendo rasgado por Deimos —. Eso significa — titubeó por segundos —, que entraron a Nyx, al laberinto y... — se sintió como si le quitaran el piso —. Lo encontraron y evadieron todas las trampas.
Sacudió la cabeza porque era imposible. Para ello, necesitaban una habilidad muy rara que sólo estaba en su icor. Era un regalo de Urano para él y...
— ¡ASTERIA! — bramó histérico.
Ceo golpeó los objetos que se encontraban sobre la gran mesa que cayeron al piso con un estruendo. Al poco tiempo apareció Asteria por la puerta del gran salón.
— Aquí estoy, Padre — saludó haciendo una reverencia.
— ¿Dónde está Hécate? — siseó con ira en tanto sus cientos de ojos buscaban desesperados en el mundo —. ¿Dónde está tu hija?
— Está donde la dejaste, padre — contestó la titánide —, en la prisión que creaste para ella.
Los ojos se fijaron en el sitio y la encontró cubierta por las oscurecidas mantas de pies a cabeza en una esquina, sacudiéndose entre sollozos y gemidos suaves por el maltrato sufrido noches pasadas. La descartó de inmediato, ella no podía escapar de ahí. Su cabeza buscó otros objetivos. Quizá había sido el bastardo de Hades.
— ¿La estrella del señor del caos que es como el trigo desapareció ya?
Sus ojos se fijaron en el cielo, pero ahora era imposible ubicarla, con el cambio de las estrellas.
— Sí, padre — respondió tranquila —. Hace tres días que su luz desapareció en el Tártaro.
— Esto no me gusta — volvió a decir con frustración —. ¿Lo has visto? El cielo cambia, estoy empezando a perder la visión.
— Y no eres el único, también mis oráculos están desquiciados, padre — le aseguró la titánide con voz neutra.
Ceo golpeó con fiereza la madera de la mesa y ésta se astilló dejando las marcas de sus puños. Caminó inquieto de un lado al otro, sacudiendo la cabeza.
— Se está cumpliendo — siseó con la voz tomada por Fobos —. Está sucediendo. ¡Llama a Lelanto! Iremos con Prometeo de una vez por todas.
— Sí, padre.
Una vez la titánide abandonó la estancia, Ceo volvió a fijarse en la prisión. La otrora bella y distante Hécate seguía atemorizada por las sombras. Estaba bien, se lo había ganado. Después bajaría con ella para satisfacer en su carne, sus deseos carnales.
Con esa esperanza, viajó con Lelanto hacia las tierras donde Prometeo tenía su hogar. No fue difícil encontrar al titán, que al verlos pareció disgustado.
— ¿Qué haces en mis terrenos, Ceo?
— Vengo a ofrecerte la libertad absoluta, Prometeo — comentó con voz neutra —. Si te unes a mí, podríamos matar a Athena y después, ir tras Ares para que vengues la afrenta vivida por su berserker.
El titán acarició la zona donde su ojo tenía un tremendo tajo. Mantuvo el silencio pensativo mirando hacia Urano.
— Tengo a Lelanto, Asteria y Perses conmigo — comentó con tono firme —. Todos están dispuestos a pelear contra el Olimpo y destronar a los que se dicen dioses.
Prometeo tomó asiento sobre una montaña, tal era su tamaño. Meditó lo que le ofrecían mientras Ceo esperaba paciente. Era inútil presionar al titán.
— ¿Le ofrecerás esto a Menecio?
— ¿Quieres que lo haga? — corroboró porque conocía bien su disputa con su violento y cruel hermano.
— No — confirmó negando con la cabeza —. Si él participa, no cuentes conmigo.
— Esto es una estrategia pensante e ingeniosa, Prometeo — aseguró convencido —. Por eso es que elijo bien a mis compañeros.
El otro se puso en pie, caminando hasta un enorme riachuelo. Disminuyó su tamaño hasta alcanzar el de un dios, para hundir las piernas en el agua aún sopesando las posibilidades.
— Ven dentro de tres noches y te daré mi respuesta — pidió sumergiéndose más en el líquido —. Y ten cuidado, Ceo. No juzgues a los dioses débiles, no caigas en el error que cometí.
— Lo sé, pero te aseguro que mataremos a los dioses si te unes a mí, gracias a mi estrategia — estaba convencido de ello —. Seremos invencibles.
Prometeo no respondió, bajó la mirada a su reflejo y sólo recordó a ese guerrero de Ares. El rubio estaba casi vencido a sus pies, sangrando por el cuello después del doble espadazo y después, se transformó en una aberración monstruosa, cuyo aguijón casi lo deja ciego y su veneno tardó años en abandonar su cuerpo.
Hola, ¿Cómo va?
Por poco no sacaba esta actualización porque se me complicaron algunas cosas con la tramita, pero espero rescatarla antes de que llegue el miércoles próximo. xD
Cosas de organización básicamente.
Debo agradecer a:
*Frase épica de Mercamus. ¡Todos los derechos reservados! xDDD (Imposible no ponerla)
*Ojo, SÍ, son 80 constelaciones las que Zeus va a hacer. Me reservo el derecho de no completar las 88. xD
Créditos de la imagen de la cabecera a su creador.
Gracias a ti por leer, por estar acá al pendiente, por comentar, por regalar una estrella.
Y como ya sabes, nos vemos
¡Hasta la próxima!
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