10. Errores imperdonables.
Cada parte de su cuerpo dolía, sin mencionar el apestoso y nauseabundo aroma a la simiente de Ares que lo cubría, así como las mordidas y rasguños hechas en su piel. Sin embargo, ninguna de ellas se comparaba a la marca en su cadera que le imposibilitaba el movimiento fluido y ardía a cada paso que daba.
Aún así, gracias a su fuerza de voluntad, Camus logró volver a su templo antes de que Helios asomara con su carruaje y llevase las noticias de su nueva tortura, más rápido que ni el propio Hermes a los dioses.
Fue un alivio llegar a la hermosa poza que tenía en la habitación detrás de su dormitorio, hundirse en ella y lavar la suciedad de su piel y cabello deseando que esto se hubiera terminado hoy y sin embargo, tenía ahora sobre su cabeza una espada mucho más peligrosa que la de su castigo.
Se encontraba sin rumbo y mientras pasaba sus manos por su epidermis, su cabeza volvió a sumergirse en los recuerdos. Su corazón se rasgó con crueldad y dejó fluir las lágrimas que resbalaron con el agua que echaba sobre sí.
Desconocía la manera de remediar los males acontecidos e impulsados por sus propios actos. Cuando se dio cuenta de que seguiría vivo y tendría que afrontar la realidad, no esperó que fuera tan difícil.
No era ingenuo y mucho menos estúpido para no saber que en este mundo de dioses, nadie le concedería un milagro.
Un dios menor tenía una perspectiva diferente, pero no reconfortaba su ser, pues...
¿A quién le vas a rezar para que te traiga tranquilidad?
Ni Camus, siendo una marina, podía presentarse ante su dios Poseidón para rogar clemencia. A finales de cuentas, todo era parte de su castigo por matar a un berserker y su señor le dejó claro que no deseaba verlo de nuevo hasta no ser convocado.
Su señor Poseidón...
Se mantuvo en silencio pensativo mientras el agua corría por su piel recordando lo que sintió en esa gran ola que lo lanzó fuera de la habitación del trono marino. Su señor jamás fue tan agresivo con él, entonces...
Se puso en pie con el corazón desbocado.
¿Sería cierto?
Una sonrisa ligera apareció en sus labios. Necesitaba meditar y sabía el lugar idóneo para hacerlo. Eso lo aprendió en la ciudad de su abuelo.
Debía encontrar lo que se le escapaba, debía encontrar el mensaje oculto porque el Emperador del océano no hacía algo por capricho, todo tenía un por qué.
Tres días después...
Aioria terminó de entrenar con Shura con una sonrisa plena. Sentía el sudor recorrer su epidermis completamente desnuda y estaba satisfecho por los avances que había logrado en el lapso de tiempo desde que le asignaron al caballero azabache como su nuevo compañero.
En realidad, era casi un mentor por lo mucho que le enseñaba.
Sin embargo, por más bien que le hiciera esta nueva dinámica, extrañaba a Milo. Cada momento sin él, le parecía un hierro al rojo vivo clavado en el estómago. El berserker fue un hombre formidable, un amigo incondicional y un maestro respetable.
Era cierto que su personalidad distó mucho de la esperada en un dios guerrero pues tenía un carácter coqueto y bribón, pero quien lo conocía bien, como el león, sabía que podía confiar en él y que no hacía nada sin un propósito visible u oculto.
Él siempre tenía un as bajo la manga.
— Aioria, ¿Otra vez pensando en Milo?
— Lo siento, Shura — sacudió su cabeza.
Gotas de sudor se desprendieron de su rostro y volaron en todas direcciones. Con una mano, el león se acomodó varios mechones de cabello tras la cabeza.
— No puedo sacarme de la cabeza que todo lo de la pelea entre Camus y Milo fue tan extraño y no puedo resignarme a su pérdida.
— Lo entiendo y comparto tu apreciación.
Aioria se quedó congelado y el agua que concentró en sus manos para llevar a su rostro, se deslizó gota a gota hasta quedarse sin nada.
— Sin embargo, lo que hiciste al entregar a Camus hace tres días, no fue honorable.
— ¡Tampoco lo fue matar a un compañero de armas, Shura! — rugió el león dolido. — Y lo confieso, no fue mi mejor obra ese día, pero él se lo merecía — dijo convencido de ello. — Espero que haya sufrido cada golpe de Ares.
— Dicen que no fueron sólo golpes.
El rubio se detuvo en su proceso de limpieza. Esperó a que el otro siguiera hablando, pero Shura ya estaba alejándose de ahí rumbo a su templo, con el cuerpo tan desnudo como el mismo león.
— Nos vemos mañana, Aioria. Espero que puedas descansar bien hoy.
¿A qué se refería?
Por más que hurgó en las penúltimas palabras del azabache, no encontraba respuesta alguna. Se mesó los cabellos frustrado, tomó su túnica y aún desnudo, caminó hacia su templo pensativo.
El estómago se le revolvió al mirar a lo lejos la figura de Camus. No parecía tan lastimado. Si lo reflexionaba, si tres días atrás recibió su castigo y seguía con esas marcas, entonces Ares no tuvo clemencia por él.
La sensación que lo embargó fue agridulce.
A pesar de todo, Milo en algún momento le confesó su amorío con el pelirrojo y aún recordaba esa emoción que se permeó en su timbre de voz. Lo sabía al berserker fascinado por la marina y eso lo hacía enojar.
Milo lo quiso y Camus lo mató.
¿Dónde estaba el cariño entonces?
¿Se lo profesó alguna vez ese cubo de hielo a su mentor?
Ese sentimiento negativo le obligó a acelerar el paso, ponerse la túnica e interceptar el camino de Camus.
— Ya veo que Ares te maltrató un poco.
No podía superar su duelo. Estaba en la etapa de negación, donde todas las emociones eran volátiles y sólo necesitaban una chispa, para estallar tan fuerte como los mismos volcanes.
Odiaba a este pelirrojo por matar a su mentor; lo odiaba por mirarlo con esos ojos que parecían resignados a recibir más tormento; lo odiaba porque sus pupilas no brillaban con frialdad, sino con culpa; lo odiaba por bajar la cabeza aceptando su error...
Lo odiaba tanto, que concentró ese sentimiento en su puño y lo golpeó tan fuerte, que el cuerpo de Camus salió disparado metros atrás y todavía en el piso, se convulsionó por los restos de electricidad que caracterizaban la técnica del león.
— ¡Di algo, maldición, Camus! — bramó porque era más fácil si él se defendía.
Si acaso la marina no pareciera tan afectada y volviera a esa frialdad que tuvo cuando les dijo que preparasen a Milo para su ataúd, Aioria lo podía seguir golpeando hasta hartarse.
Camus se levantó y volvió a posicionarse ante él, como esperando más maltrato, más ira física, más impactos.
Aioria no podía calmarse, ni siquiera un poco.
Toda su cosmoenergía sufría la pérdida y se consolaba de la peor forma, al aplicar todo el posible castigo a aquél que le había arrancado a su mejor amigo.
— ¡Te odio, Camus, te odio!
Los golpes a puño cerrado disminuyeron a bofetadas, de ahí bajaron a empujones, después sus manos se aferraron a sus brazos sacudiendo su cuerpo.
Al final, sólo pudo apretar la túnica del pelirrojo llorando desconsoladamente.
— ¿Por qué, si él te amaba, Camus? — se desplomó contra él, entre llantos.
— No, Aioria... él no me amaba — se atrevió a decir.
La mano del pelirrojo se ocupó de acariciar los gruesos mechones castaños, conteniendo su dolor entre sus brazos, acunándolo contra su cuerpo como si el rubio fuera un hermano para él.
— ¿Por qué mientes, Camus? — volvió a sacudirlo escupiendo las palabras. — ¿Acaso estás ciego, aparte de ser incapaz de sentir algo?
— No miento, él jamás me lo dijo y de cualquier forma Aioria, ya no tiene sentido — su voz fue apenas un susurro cuando prosiguió, — Milo está muerto...
— ¡POR TU CULPA!
Lanzó de nuevo su técnica y esta vez la furia volvió a su ser.
Escucharlo como si le doliera, le hacía pensar que era un bipolar. Le cayó encima con una lluvia de golpes, lo aprisionó bajo su cuerpo y su rodilla se afianzó en sus caderas con la intención de castigarlo peor.
El alarido de Camus le hizo congelarse.
En automático, el león cayó atrás sorprendido al ver cómo el pelirrojo protegía una zona en sus caderas. Con el corazón acelerado, la mano de Aioria fue a la túnica ajena y la levantó sin que le importase pisotear el orgullo del otro.
Lo que sus ojos percibieron le dejó tan golpeado, que perdió el aire.
Temblaba en el conocimiento de que Camus no era de esos dioses que permitiría algo así por nada del mundo.
Ni siquiera de Milo...
Aioria entendió entonces las palabras de Shura.
"Dicen que no fueron sólo golpes"
¿Ese era el castigo de Ares?
Recordar los comentarios de los berserkers mientras buscaban a la marina, le asqueó. Ahora comprendía muchas de las frases que mencionaron, sin sentido para él en aquél momento.
Ares violó a Camus y no conforme con eso, lo marcó como su puta...
Aioria dio varios pasos atrás al tiempo que Camus protegía de nuevo su piel con la coraza de su túnica, bajando la cabeza avergonzado.
— ¿Eso... eso... eso también lo permití?
La pregunta no era para Camus, era para él.
— No podías saberlo, Aioria — todavía le disculpó Camus.
No podía soportarlo.
Entregó a la marina con el dios de la guerra sin saber lo que iba a sufrir. Lo puso en bandeja de plata para que cometieran con él, la peor humillación para un dios.
Aioria detestaba que los dioses mayores cometieran ese acto tan vil y ahora, él mismo era cómplice.
No lo había hecho, pero como decían, era tan culpable el que mata a la vaca, como el que le agarra la pata.
No lo soportó...
Aioria escapó de ahí a toda velocidad con los ojos llenos de lágrimas porque no lo podía procesar, no podía aceptar que hubiera acusado a Camus de su dolor como un hijo de la más grandísima puta, cuando en realidad, el único culpable de su odio, era él mismo que no podía superar la pérdida de su mentor.
Y en el remolino de emociones por esa negación a la realidad, hizo de la marina un guiñapo.
Ojalá nunca viera de nuevo a Milo porque su mentor se lo reprocharía.
Bah, no importaba Milo...
Aioria mismo, no se lo perdonaba.
Esa misma noche...
Athena entró emocionada al coto de cacería con su séquito tras ella. El monstruo que estaban persiguiendo, parecía demasiado astuto para esconderse de la diosa y eso la ponía de buen humor. Le gustaba que desafiaran su intelecto.
Dohko estaba a su lado con Shion , entre ambos planeaban una buena estrategia para hacer salir al enemigo mientras que detrás, estaban Saga y Aioros revisando la zona con paso raudo. Shura y Hasgard estaban ligeramente más separados, alerta por cualquier eventualidad.
Entre los siete, harían un buen trabajo.
Aún así, extrañaba a Camus y a Milo. El primero tenía muy buenas ideas y la hacía sentir más en familia, pues la marina tenía la protección del padrastro de Athena, Tritón. Y el bicho como le decían los otros, la hacía reír con esa dinámica de conquista perenne sobre el pelirrojo y su increíble forma de combatir.
Desgraciadamente, apenas duraron a su lado un par de años antes de que sus señores volvieran a requerir de sus servicios. A pesar de lo poco que los conoció, los estimaba y los añoraba en ocasiones como ésta.
Saber que se enfrentaron y el combate culminó con la muerte del berserker, la dejaba con un amargo sabor de boca.
Por supuesto, no le parecía muy lógico lo sucedido. Por más que analizaba al hartazgo lo que le dijeron sus caballeros, no lograba encauzar la razón de su pleito que los llevó a un combate mortal.
Lo que le daba mala espina, era que Milo, siendo mucho mejor guerrero que Camus, terminó muerto y la marina casi ilesa.
Algo se le escapaba, su intuición no se equivocaba en eso, pero si fuera como lo imaginaba, entonces había algo más profundo de lo que se veía a simple vista.
Y conociendo a Milo, cualquier cosa era posible...
— Mi señora Athena, el hijo de Equidna parece haber ido en esa dirección — señaló Dohko con el índice.
Athena dejó relegado el tema de los guerreros para concentrar su atención. No sería feliz si alguno de sus caballeros saliera lastimado de esta cacería y el monstruo podía ser mortal si se caía en el error de desmeritar al enemigo.
— Si lo cercamos antes de llegar a las faldas de la ladera, podríamos utilizar la hondonada para cortar su escape — opinó Shion.
— De acuerdo, vamos entonces — la diosa subió a su caballo analizando el sitio.
Algo no le gustaba. Éste era su lugar favorito de esparcimiento y lo conocía al dedillo. El hecho de que la bestia corriera hacia esta zona, la hacía dudar.
— Caballeros, tengan cuidado. Algo no está bien — aconsejó empezando la carrera.
Dohko y Shion tomaron sus lugares siendo punta de lanza. Shura y Hasgard se acomodaron a sus laterales y en la retaguardia, Saga y Aioros iban con paso firme.
En esencia, los posibles percances estaban cubiertos, pero no podía estar segura de nada.
La zona se conformaba por un pequeño bosque, con un claro bastante agradable. Al lado este, el conjunto de árboles terminaba en las faldas de la ladera con la hondonada que mencionaron sus caballeros. Y al lado norte, el acantilado llevaba a los dominios de Poseidón...
Se adentraron entre los troncos de los árboles, siguiendo los caminos de tierra formados por el tránsito ordinario. El olor a los abetos y pinos entremezclados, hacían que la fragancia se combinara con la marea que provenía del mar gracias al impulso del dios Eolo.
Sin embargo, apenas avanzaron unos cuantos metros, Hasgard se detuvo de golpe. Athena no dudó en detener a su caballo confiando en su guardián.
— Ese olor, ¿Lo sienten? — aleteaba sus fosas nasales levantando la cabeza.
La diosa se concentró en él, cerró los ojos inhalando con fuerza detectando el aroma al bosque y más profundo, el del pelaje y un aceite muy especial utilizado sólo por un grupo variopinto de individuos. Abrió los ojos sabiendo qué detuvo el paso de Hasgard.
— ¡Centauros! — advirtió y el caballo se encabritó dispuesto al combate.
Los caballeros la rodearon y Aioros sacó su arco rápidamente. Todos los caballeros analizaron al detalle su entorno queriendo encontrar alguna muestra del enemigo que indicara su ubicación.
Si eran centauros, atacarían con flechas y si bien Dohko tenía su escudo, así como Shion su muro de cristal; fuera de eso, nadie más podía formar una defensa sólida si es que eran demasiados los proyectiles y venían en todas direcciones.
— Salgamos de aquí — pidió Athena.
La diosa de la guerra no despreciaba un combate, pero reconocía que en un bosque, llevaban las de perder. Esas criaturas eran demasiado buenas escondiéndose entre los árboles y sus flechas certeras. Ser temerarios no les ayudaría en absolutamente nada, más que terminar muertos.
— Afuera estaríamos al descubierto, mi señora — observó Shura con su mente aguda.
— Lo sé, pero afuera puedo invocar mi escudo y rodear a todos sin que haya huecos en la defensa, por los árboles o las hojas — descubrió Athena su estrategia.
Se apresuraron a abandonar el sitio.
Al menos, lo intentaron.
Cerrando el camino ante ellos, apareció un enemigo mucho peor. Ceo avanzaba en su encuentro flanqueado por dos de sus hijos y los caballeros supieron que estaban en desventaja.
Entre las flechas y los tres enemigos al frente, parecía que no tenían forma de escapar o de salir ilesos.
Habían caído trágicamente en la trampa mortal de Ceo y parecía que de seguir las cosas en esta tesitura, nadie de ellos saldría vivo.
Después de la huida de Aioria, Camus logró llegar a su templo y se recargó contra uno de los pilares interiores pensando que nunca en su existencia, derramó tanto icor.
Él mismo se sorprendía por cómo su cuerpo iba sanando sin tener efectos colaterales con sólo alimentarse adecuadamente y guardar reposo, cuando otros dioses menores necesitaban incluso, de la cosmoenergía de sus señores.
La responsable de este metabolismo único, era su herencia.
Si no fuera hijo y nieto de ese par de dioses, no podría seguir en pie con tantos castigos en tan corto lapso de tiempo. Era el lado positivo de su procedencia, porque también tenía más aspectos negativos de los que podía contar.
Arrastró los pies hacia la poza de agua en la habitación detrás de su dormitorio. Se impacientó al pensar que cuando estaba sanando de la agresión de Ares, llegó Aioria y lo dejó al límite.
Se despojó de los restos de su túnica y fue hundiendo su cuerpo en el frío líquido, ronroneando de placer.
Él prefería estas temperaturas debido a su madre, así como por su lugar de nacimiento. Más caliente, le parecía insoportable al tacto. Lo entendió después de su estancia en la ciudad de su abuelo.
Entró por completo al agua, sin dejar nada de su cuerpo afuera. Se concentró y aún hundido casi hasta el fondo, congeló todo el líquido. Ahí, en esa temperatura, podía regenerarse mucho mejor.
Era un secreto que usaba en contadas ocasiones y sólo su padre y su abuelo lo conocían.
Con su organismo sumido en el éxtasis, con su icor sanando con mayor rapidez sus heridas, sus pensamientos volaron al joven león analizando su situación al detalle.
Si se atreviera a juzgar al joven rubio por dar rienda suelta a sus sentimientos, sería un juez intransigente y de doble moral.
Aunque Camus se moría de ganas por imitarlo, había hecho una promesa de contenerse.
Eso era lo más difícil de todo. La presa de su corazón estaba llenándose cada vez más de emociones oscuras y sabía que en algún momento nada podría detener su flujo y su ser verdaderamente se convertiría en hielo.
Aún así, debía esforzarse. Las consecuencias de sus actos todavía lo perseguían y seguían enterradas en su corazón como una enredadera con gruesas y filosas espinas que lo lastimaban cada que perdía el piso, así fuera por un par de centímetros en el aire.
Despegarse de la realidad podía ser mortal para los que le rodeaban y pensando en ello, su mente lo transportó a su último entrenamiento con Bente...
Hace muchos años atrás.
— ¿Camus?
Bente, la diosa del oleaje profundo, era la hija de Poseidón y Anfitrite.
Por órdenes de su padre, era la guardiana y mentora del pequeño Camus y lo adiestraba en diferentes técnicas para que el niño de escasos cinco años, pudiera familiarizarse con su poder.
La diosa tenía unos cabellos de un color azul profundo llegando al azabache, era alta como cualquier otra, de figura delgada y tonificada. Su piel era tan blanca que daba la ilusión que nunca fue tocada por Helios.
Sus facciones delicadas y muy femeninas, daban un marco impresionante a esos ojos que parecían del mismo color que el mar Mediterráneo, por las tonalidades azules y verdes que daban la ilusión de estar en constante movimiento.
Era una belleza como pocas diosas y por supuesto, el pequeño Camus se sentía irremediablemente atraído a ella, por eso la obedecía sin rechistar cada comanda.
En ese momento, ambos se encontraban situados sobre la superficie de magma solidificada del volcán Stromboli, en mitad del mar Mediterráneo.
El sitio de entrenamiento fue elegido cuidadosamente porque las olas eran mucho más feroces, producto de los movimientos telúricos por cada emanación del cráter y era deber de Camus, hacer realidad cualquier orden de la diosa.
Si el pequeño quería convertirse en un dios guerrero al servicio de Poseidón, necesitaba controlar las corrientes marinas. Sin embargo, cada vez que dejaba salir su cosmoenergía, algo salía mal.
— ¿Qué pasa? — insistió la diosa.
El pequeño pelirrojo resopló con los puños apretados hasta que sus nudillos se pusieron blancos. No tenía palabras para explicar lo que él tampoco entendía.
— ¿Quieres contarme? — presionó su guardiana.
— Es inútil, Bente — el aire escapó de sus pulmones con resignación. — No puedo expresarte qué está mal. Dices que tengo icor de procedencia marina en las venas. Sé que nuestro señor Poseidón me da su venia y su protección, pero el agua se niega a hacer lo que quiero.
La diosa se acercó y se hincó frente a él, retirando con delicadeza algunas pelirrojas hebras de su rostro húmedo.
— Sólo debes dejar que tu cosmos se eleve. Ya entendiste que tenemos una gran fuerza que emana desde lo profundo de tu ser, que se nutre del alma y la mente. Si reside en tu interior, puede expandirse como el Big Bang, pero lo necesitas liberar. ¿Qué te hace sentir libre, Camus?
La voz de Bente, a pesar de poseer un carácter tan indómito, era dulzura pura cuando hablaba con el pequeño que cuidó desde bebé y al que consideraba un hermanito. Por ello, una sonrisa comprensiva se desplegó en los labios de fresa.
— ¿Qué me hace sentir libre? No lo sé, Bente... — se restregó sus cabellos ofuscado. — Además, el mar es insípido.
Bente parpadeó tantas veces, que Camus se sintió tentado a detener las pestañas con sus deditos. Su guardiana tenía una abrumada expresión dibujada en la faz.
— El mar me atrae sin remedio, me siento familiarizado con él y me reconforta, pero cada que agrando mi cosmoenergía para que haga lo que me indicas, es... raro.
— ¿Raro? — la diosa se rascó esos cabellos oscuros con incredulidad. — ¿Qué es raro, Camus?
— Pues que... — movió sus manos errático — el mar es... — frunció sus labios. — ¡No tiene sentido! — lo sacó sin pensar, sin enlazar la lógica. — Es un líquido sin forma, insulso, no puedo hacer con él lo que mi corazón anhela. Le falta algo, siento que eso, el océano es... — buscó la palabra para no herir a su mentora. Fue inútil. — ¡El océano es la cosa más inútil del mundo!
Las carcajadas de su mentora resonaron en sus oídos. Eso lo hizo enojarse aún más y cruzar los bracitos frente a su pecho ofendido, resoplando con fastidio.
— ¿El océano es lo más inútil del mundo? Oh, cariño, espero que papá no te haya escuchado porque va a ensartar tu lindo trasero con su tridente — siguió riéndose.
— Es inútil, Bente, por más que me esfuerzo, el mar no me responde — dijo frustrado mirando a la hija de Poseidón con impotencia y lágrimas en los ojos. — Dices que el mar ocupa todo el espacio que puede contenerlo, pero a mí me parece que sólo se me escurre entre los dedos y me exaspera que se escape — explicó con desesperación — ¡No quiero que se escape, quiero que se quede quieto!
Ella se serenó con muchos esfuerzos al ver ese exabrupto en el pequeño y le puso una mano en el hombro.
— No te desanimes, Camus — le intentó dar ánimo, — si bien es poco común que algo como lo tuyo suceda, quizá sea cuestión de tiempo.
— O cuestión de que no sirvo para esto — rezongó el pequeño.
Su carácter era complicado. El dios menor ya tenía una herencia bastante difícil y no ayudaba que su madre lo hubiera abandonado arrojándolo al mar. Estaba resentido con la vida, con su figura materna, con lo que era y que no pudiera hacer lo que su mentora le pedía, a pesar de que Poseidón se apiadó de él y lo recogió, lo hacía sentir un inútil.
— Camus, estás siendo intolerante, eres un pequeño de apenas cinco años y...
— ¿A los cuántos años a ti ya te respondía el mar, Bente? — reprochó.
— Desde que nací — respondió la diosa más a fuerza que de ganas porque sabía lo que iba a suceder a continuación.
— ¿Ves? — por supuesto, Camus lo tomó a mal. — El agua no es mi elemento, no me sirve y ni me obedece. No me quiere y punto — empezó el pequeño a enojarse y soltar pequeñas lágrimas que sólo lo frustraron más.
Bente se armó de paciencia porque no quería decir algo que lo hiciera estallar. Camus era muy violento en sus arranques de ira y por más que la diosa hiciera por calmarlo, a veces necesitaba desmayarlo para que enfriara sus ánimos o pedirle a su hermano Tritón que entrenara con él hasta el agotamiento.
Esta vez, una voz penetró en la cosmoenergía de la diosa y le dio una orden.
«"Déjalo liberarse" » era el propio Poseidón quien lo pedía.
«"¿Y si no lo puedo controlar, padre?" » respondió con inquietud.
«"Intervendré entonces. Déjalo ser, llévalo hasta el límite, hija. Empújalo". »
Mientras ella hablaba con su padre vía cosmos, Camus volvía a intentar controlar las olas. Sus manos se extendieron hacia el mar y le ordenó alzarse. Éste empezó a responder, pero como sucedía en sus entrenamientos, en cuanto el chico se confío y quiso cambiar el rumbo de la corriente marina, ésta volvió a caer sin control y lo salpicó todo.
— ¿Ves, Bente? — se quejó golpeando con su talón la superficie de magma solidificada, mirando sus ropas mojadas desanimado — ¡No sirvo para esto!
— Sí, entonces tienes razón, Camus — la diosa optó por hacer lo que le pidió Poseidón. — No sirves para esto. No puedes ser una marina y por supuesto, nunca le podrás pagar a mi padre lo que hizo por ti.
El tono era duro e inclemente, tan cortante como las olas de la profundidad y tan mortífero como la presión acuática.
— Dejaré de perder mi tiempo contigo e iré a enseñarle a Sorrento, Él seguramente con su flauta podrá tener un mejor futuro que tú.
Bente lo abandonó al sumergirse en las aguas.
Camus se quedó temblando, entre lágrimas de frustración e ira, con la opresión en el pecho amenazando con matar sus esperanzas de corresponder a un buen gesto del dios del mar y al mismo tiempo, sintiéndose rechazado por su guardiana, tal y como su madre hizo con él.
El pequeño pelirrojo cayó de rodillas en la tierra, apretando con sus manos la lava solidificada con desesperación y la rabia despertando en cada poro de su ser.
Mientras su cuerpo temblaba con angustia y furia, Camus se dejó abrazar a esas sensaciones negativas y crueles, que le incitaron a abrir su boca y expulsar de ella, un grito tremendo que resonó en todo el Stromboli y más allá.
«"Espero que sepas lo que haces, padre" » se comunicó vía cosmos Bente con Poseidón.
«"Aléjate lo más pronto posible, voy para allá" » fue la respuesta.
La diosa hizo caso, empezó a nadar con el impulso de su poder cuando sintió un estallido violento de una cosmoenergía.
Simultáneamente, se dio cuenta de que las aguas del mar bajaban la temperatura de forma impresionante, a pesar de estar tan cerca de un volcán activo.
La diosa se apresuró a escapar esforzando al máximo su cuerpo, pero fue inútil.
Como si el mar Mediterráneo fuera parte del Océano Ártico, la diosa sintió que las aguas adquirían materia y se iban cristalizando a su alrededor.
«"¡Padre!" » solicitó ayuda en vano.
El hielo se formó tan rápidamente, que la atrapó dentro. La temperatura seguía bajando tan violentamente, que sus escamas se empezaron a escarchar. Era imposible, eso sólo podría significar que alguien estaba llegando a un nivel de congelación imposible.
Ningún dios logró antes esa proeza en el Mediterráneo, esto era más propio de las frías tierras del norte.
La diosa de las olas profundas empezó a perder el aliento, ni siquiera podía sentir la corriente marina y tampoco, los espasmos del volcán Stromboli.
Todo era un sólido perenne y absoluto.
En medio de su terror, volvió a llamar a su padre.
La cosmoenergía de Poseidón se dejó sentir a su alrededor y su tridente la liberó de su cárcel helada. El dios la elevó hasta la superficie donde fue depositada suavemente de espaldas en el mar congelado.
El pecho le estallaba por la falta de aire, pero fueron peores sus jadeos, cuando logró sentarse y elevó la mirada viendo todo el volcán Stromboli y una gran superficie de mar, brillando como el diamante.
No había duda, estaban congelados como las orillas de sus escamas. Si hubiera estado más tiempo ahí dentro, su protección se habría roto por la bajada de temperatura.
¿Quién había hecho esto?
— ¿Estás bien, Bente? — la voz de su padre a su lado le reconfortó.
La diosa se puso en pie y corrió a abrazarlo. Sacudió la cabeza sin poder explicarse, pues su garganta estaba tan lastimada por el frío, que le fue imposible emitir palabra alguna.
«"¿Qué fue eso?" » preguntó al cosmos de su progenitor.
— Es el poder de Camus. Nunca te lo dije, te lo entregué siendo un bebé sin informarte de quién era hijo. Su madre, es la diosa de la nieve y su abuelo, es Bóreas.
Bente sintió la piel estremecerse. Bóreas, era el dios furioso y violento que traía el invierno y congelaba todo a su paso. Aún así, él jamás pudo helar un volcán como su nieto.
La diosa tembló de miedo.
— Por eso jamás lograste que terminara de familiarizarse con el agua, Bente — su padre le calentó con su cosmos.
— ¿Nieto de Bóreas? — la diosa por fin pudo hablar y su mirada paseó por toda la circunferencia congelada. — Es... — tiritó por miedo — aterrador su poder.
— Sí, en caso de perder por completo el control y no, porque es su herencia haciéndose presente — Poseidón sonrió con orgullo. — Camus será el dios del hielo y agua. Para que la segunda lo obedezca, debe sacar su lado oscuro, el del hielo. Por eso el mar le parecía insulso — sonrió con diversión.
— Entiendo — dijo cuando fue encajando las piezas en su mente. — Como nieto de Bóreas, domina el hielo y la temperatura, después el agua es cuestión de tiempo.
— Correcto, con el tiempo, Camus superará a todos mis hijos — dijo con una extraña satisfacción. — Iré por él, Bente. Ve a con tu madre y come algo de ambrosía, lo necesitas — besó su frente con ternura. — Bien hecho, hija, lo entrenaste hasta que no pudiste darle más. Ahora es momento de que él encuentre su destino.
El dios del mar empezó a caminar hacia el ahora apagado volcán.
— ¿Y dónde es eso, padre? — no quería separarse de él. — ¿A dónde vas a enviar a mi pequeño Camus?
— A Hiperbórea, donde su abuelo deberá entrenarlo. Sólo ese viejo cascarrabias puede asegurarse de que Camus se convierta en el dios del hielo.
Hiperbórea, la ciudad que estaba en el centro de los dominios del dios Bóreas, su señor y regente. El sitio donde los dioses vivían en una felicidad absoluta y los dioses niños no envejecen. Si Camus iba ahí, podrían pasar diez, veinte o más años y el pequeño volvería al Olimpo teniendo la misma edad de cinco años.
— ¿Podrías decirle que no fue mi intención lastimarlo, padre? — preguntó ansiosa. — No quise abandonar a Camus.
— Lo haré — le calmó su padre. — Ahora ve tranquila, hija mía, ve con tu madre Anfitrite.
—--- ooooo —---
Camus jadeaba con fuerza mirando todo a su alrededor con una agridulce sensación.
¡Lo encontró!
Encontró lo que le hacía libre y las lágrimas heladas recorrieron sus mejillas. Quería ir con Bente y decirle que pudo hacerlo.
Sin embargo, no la veía por ningún lado.
Todo era brillante, cristalizado, helado y hermoso. Se sintió sobrecogido por las emociones que lo atacaron con nostalgia.
— Tu alma extraña lo que tu mente y cuerpo no recuerdan, Camus.
Escuchó tras él y volteó para encontrarse con Poseidón.
— Mi señor — hincó la rodilla en el hielo con un sentimiento de absoluta devoción.
Fue recompensado con una mano que acarició sus cabellos rojos. Alzó la cabeza y lo miró hincar una rodilla frente a él. La hermosa túnica blanca lo envolvía y la capa lila seguía colgando del antebrazo, una vez que dejó clavado el tridente en la ahora, superficie congelada.
— Mi niño — le dijo emocionado y lo arropó entre los brazos cuando Camus buscó tocarlo. — Bien hecho, has descubierto tu verdadero poder — felicitó sonriendo.
— Lo logré, mi señor, por fin puedo ser una marina a su servicio y devolverle los favores que me otorgó al recogerme cuando mi madre me arrojó al mar — dijo el pequeño entre lágrimas.
— Camus — lo obligó a que le mirara sujetando su pequeño mentón. Los ojos se volvieron mar en calma — tú no tienes que devolverme nada. Y si quieres una misión para tenerme contento, será hacer honor a tu persona.
— ¿Qué es eso, mi señor?
— Significa que seas fiel a ti y sólo a ti — dijo con voz firme y convencida. — Mientras tú sigas tu camino sin importar a donde te lleve, yo seré feliz y me sentiré orgulloso de haberte recibido en mis dominios. ¿Entiendes?
Camus no logró entender a qué se refería Poseidón cuando le dijo eso. Sólo se limpió sus lágrimas con el dorso de sus manos y asintió con la cabeza.
— Seré una marina que le dará honor a esa misión, mi señor.
— Así se habla — le pellizcó la nariz con los dedos índice y pulgar haciendo que el pequeño se riera.
Poseidón se puso en pie mirando a su alrededor con entusiasmo.
— Creo que exageré un poco — el pequeño se mesó los cabellos avergonzado y sus ojos volvieron a hacerse agua. — Lo lamento mucho — empezó a llorar.
— Sí, pero "un poco" no expresa cuánto me sorprende y abruma tu estallido de emociones. Necesitas contenerlo, Camus. Esa será tu segunda misión — le miró muy serio, limpiando con su capa sus gotas de agua salada — mientras no puedas controlar este poder, tendrás que mantener tus sentimientos en las profundidades. Deberás aprender a no dejarte llevar — ordenó con voz neutral. — Es una gran carga para alguien tan pequeño, pero no podemos hacer otra cosa — volvió a pasar los ojos por el volcán ahora inactivo. — Es demasiado peligrosa tu liberación completa, Bente casi termina congelada.
Eso hizo sollozar al pequeño que de inmediato, fue reconfortado por los brazos del dios mayor y lo cargó, haciendo que le rodeara la cintura con las piernitas, acariciando su mejilla.
— Tranquilo, Camus, ella está bien — dijo con voz suave apretando al pequeño contra su cuello. — Y te manda decir que no fue cierto nada de lo que te dijo, sólo quería llevarte al extremo. Ella no prefiere a Sorrento sobre ti, ni tampoco piensa que no serás una marina, mucho menos que pierda su tiempo contigo. Sólo fueron mentiras para que pudieras ser libre. ¿La perdonas y también a mí?
— ¿Por qué, mi señor, si quien me lo dijo fue Bente? Y yo ya la perdoné. Supe que era mentira en cuanto miré todo a mi alrededor y vi que logré lo que me pedía — se abrazó al cuello del mayor. Estar ahí, le reconfortó y dejó de llorar. — Bente se cree muy astuta como Tritón, pero ambos fallan porque les conozco sus miradas — le confesó con sonrisa pequeña.
— Perdóname porque yo se lo pedí, Camus — le aclaró acomodando sus cabellos rojos tras la oreja.
— Lo sé, ella no haría algo así sin que usted se lo pidiera, mi señor — estaba muy convencido de sus palabras. — Jamás me haría daño porque me ama como a un hermano.
Poseidón dejó caer los párpados hasta la mitad de sus ojos mirando por el rabillo del ojo a tan intuitivo chico.
— Nos conoces demasiado bien, Camus.
— Conozco a quienes amo, mi señor — sonrió emocionado con las mejillas aún rojas por su llanto.
— Entonces entenderás cuánto me duele lo que voy a hacer ahora — su cara se ensombreció de pesar. — Te dejaré bajo el cuidado de tu abuelo, Bóreas. Él es el dios del viento del norte y en su ciudad Hiperbórea, te enseñará a pulir todas tus habilidades. Necesito que controles tu cosmoenergía y vuelvas a mí lo más pronto posible. ¿Podrás hacerlo?
Camus asintió con la cabeza muy serio a pesar de que le dolía separarse de su señor, pero él lo dijo: tenía que volver a él muy pronto. Lo quería a su lado y esa seguridad le dio motivos para sentirse tranquilo.
— Se lo prometo, mi señor. Me controlaré siempre para no volver a hacer algo como esto — su tono era muy adulto. — Iré a con mi abuelo a que me entrene y cuando esté listo, volveré a usted, pero quiero a cambio algo...
Poseidón arqueó una ceja sorprendido por tal atrevimiento.
— ¿Tú? ¿Acaso osas pedirme algo a mí? — fingió dureza.
— Sí — sonrió poquito mordisqueando su labio inferior nervioso.
— ¿Y qué es? — le miró con la ceja arqueada.
— La armadura de Tritón — dijo como quien hace una gran travesura. — Yo quiero que Tritón me apadrine cuando me convierta en su marina.
El pelirrojo se comportaba muy diferente con Tritón, a como era con Bente.
Con el hijo de Poseidón, peleaba constantemente porque sus personalidades chocaban un día sí y al otro también.
Había días en que Camus le arrojaba lo que tuviera a la mano y a punto estuvo de ensartarlo con el Tridente del propio Tritón.
Sin embargo, el pelirrojo lo adoraba porque el joven Tritón jamás se contenía en sus entrenamientos y le enseñaba mucho, aunque después le hiciera cualquier travesura, como pintarle los cabellos con tinta de calamar.
— Eres masoquista, pides al único con el que te llevas muy mal — besó su frente entre risas. — Hecho, mi hijo Tritón será quien te apadrine. ¿Algo más?
— No soy masoquista, porque en el fondo, muuuuy en el fondo, Tritón y yo nos queremos mucho — le confesó feliz y entusiasmado por la promesa, seguro que al otro dios le encantaría la idea, así estarían más unidos que nunca. — Si mi abuelo es Bóreas, entonces ahora entiendo por qué amo tanto a los caballos como le pasa a usted, mi señor.
— Sí, aunque lo tuyo es más mío, que de tu abuelo — zanjó celoso y posesivo. — Cuando vuelvas, iremos a cabalgar — prometió besando su frente. — Júrale a tu señor que te cuidarás, Camus.
— Lo haré, mi señor, se lo juro.
— Cuando vuelvas, te contaré un secreto... — sonrió con enigmática expresión.
— Quizá descubra que ya lo sé — le guiñó un ojo atrevido.
— ¿Cómo podrías saberlo? — el dios mayor lo miró con intensidad.
— Porque yo sé todo lo que hacen las personas que amo.
Las risas del pequeño y del señor del Océano, se oyeron en su camino rumbo al Océano Ártico, donde Bóreas tenía su hogar.
Una abertura en la realidad trajo a Camus al presente. El hielo a su alrededor se fragmentó y se convirtió de nuevo en agua a voluntad de la marina, temiendo que alguien se asomara y fuera descubierto.
Se levantó con rapidez, mirando su cuerpo en el reflejo acuático. Estaba recuperado al completo y sonrió satisfecho.
Absorbió las gotas que recorrían su piel y se puso la túnica antes de salir de la habitación de aseo.
El golpe en la puerta volvió a sonar.
No podía saber qué hora era hasta que Helios con su carro apareciera en el oeste. Aún así, le pareció muy tarde para que le molestaran.
¿Sería un mensaje de su señor Poseidón?
Apresuró el paso con el cabello aún húmedo y pequeñas gotas mojando su túnica ahí donde sus rizos se posaban.
Al abrir la puerta, sus ojos se abrieron tremendos de pura impresión. No pudo reaccionar, sólo dio pasos atrás golpeado por la sorpresa.
Eso hizo que la persona atrás del marco ingresara sin problemas, cerrando la madera tras él. Vestía una surplice que era una réplica a la armadura que poseía cuando lo vio la última vez. Parecía muy sano y atractivo, incluso bastante recuperado pues su cosmoenergía parecía intacta.
— Hola, LucyRo — en los labios del idiota asomó una sonrisa perezosa. — Pensé en venir a visitarte y darte mis saludos personal...
Camus lo calló de un golpe que le mandó directo al muro principal, fragmentando la pared.
— ¡Te voy a re-matar, Milo!
¡Hola! ¿Cómo va?
Aquí tienes otro capítulo de nuestra Traición Mortal.
Dejamos más cosas resueltas y al mismo tiempo más dudas.
¿Qué pasará ahora que Milo apareció frente a Camus?
Ya quería llegar a este punto porque en el próximo capítulo, muchos velos caerán.
Gracias a quienes leen, dan estrellitas y comentan.
¡Nos leemos el miércoles!
Hasta pronto.
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