Capítulo 6
HANNAH
Me dieron el alta hace exactamente diez minutos atrás. Algunas zonas de mi cuerpo continúan un tanto doloridas, sobre todo mi corazón...
Me cuesta mucho olvidarme de lo que ocurrió aquella noche en la casa de ese imbécil. Me cuesta horrores borrar la sensación de sus manos agarrándome por detrás y arrastrándome hacia... No tengo idea a donde me llevó luego de drogarme, pero supongo que no debe haber sido un lugar muy bonito.
Es indescriptible lo que siento, pero creo que si hay una palabra que me pueda definir ahora mismo es: incompetente. Siento una impotencia muy grande al no poder recordar qué fue lo que me pasó. Y lo peor de todo es que siento que todavía no caigo. Es como si aún estuviera en la etapa del shock inicial. No puedo enojarme, gritar; solo llorar en silencio y lamentarme por no haber previsto la situación. Sabía lo que le hacía a Casy, entonces, ¿por qué mierda puse un pie en esa casa? ¿Por qué fui tan idiota? Si hubiera ignorado el mensaje que recibí y me hubiera quedado en mi casa, nada de esto hubiera pasado.
Suspiro y agacho la cabeza. La levanto y miro a mi alrededor. Al menos la sala de espera está vacía, por lo que puedo llorar sin que nadie lo note.
Vuelvo a agachar la cabeza y las lágrimas comienzan a salir. El miedo comienza a intensificarse y la ansiedad crece en cuanto la realidad me golpea como un bate de béisbol.
No tengo nada, absolutamente nada. Perdí a mi mamá —aunque sinceramente creo que es mejor estar sin madre que convivir con una madre así—, me quedé sin hogar, sin papá, sin amiga —o lo que sea que hayamos sido Casy y yo— hasta perdí la dignidad enfrente de toda una fiesta...
Estoy más sola que antes. Ahora sí que no tengo a nadie ni tampoco tengo a donde ir, ya que volver a mi casa no es una opción. No quiero volver a ese infierno.
No puedo creer que en pocos meses perdí lo poco que tenía hasta quedarme sin nada. Ahora ni siquiera sé cómo voy a comprar los analgésicos que necesito, ¡si ni siquiera tengo dinero! Ni siquiera tengo una familia que se preocupe por que tome los analgésicos...
Suelto un suspiro e intento respirar profundamente hasta calmarme, pero no lo consigo. Mi ansiedad crece, mi miedo crece, mi respiración se acelera y cuando estoy al borde de un ataque de pánico una mano se posa sobre mi hombro, lo que hace que gire mi cabeza hacia el costado. Casy.
—¿Hannah? ¿Qué hacés acá? ¿Ya te dieron el alta? —pregunta con una gran sonrisa que demuestra la felicidad que tiene de verme sin esos asquerosos tubos incrustados en mi piel y postrada en esa horrible cama. De cualquier manera, su expresión enseguida se torna triste al notar mis ojos llorosos y rojos—. ¿Qué pasó? —pregunta al tiempo que me acaricia la mejilla con una mano, limpiando las lágrimas que empapan mi piel.
¿En serio me lo está preguntando? Es una idiota.
—¿En serio querés que te responda? ¿No te podés responder vos sola esa estúpida pregunta? —le contesto, mi tono muy severo y tajante.
Agacha la cabeza y enseguida se da cuenta a que me estoy refiriendo.
—Lo sé, lo siento. Yo... —se detiene y su mirada se pierde en la ventana más próxima a donde estamos sentada.
—¿Vos? —Insisto. No me gusta que me dejen a medias y ¡oh, casualidad! Eso es lo que ella siempre hace.
—Yo solo me enteré que él fue quién me robó el celular para mandarte ese mensaje, pero si querés que averigüe más, puedo hacerlo... —se ofrece.
¿Y a qué viene eso? No le dije en ningún momento que quería saber bien lo que había ocurrido. OK, sí quiero saber, pero me parece extraño que me lo haya ofrecido...
Saber qué ocurrió no va a hacer que me sienta mejor. No va a revertir la situación.
—Está bien, no necesito tu ayuda.
Se sorprende ante mi reacción y su expresión triste se acentúa, pero me importa una mierda.
La observo durante unos segundos y... por un momento siento la necesidad de hablar de lo que me hizo Leo, de hablar de lo que le hace a ella y de cómo podemos parar a este psicópata de que siga haciendo daño. Sin embargo, por alguna extraña razón, lo único que sale de mi boca es:
—¿Por qué viniste?
Sus ojos se abren un poco y se aleja unos centímetros de mí.
—Me preocupé por vos y quise venir a verte —me responde, sin más. Ninguna emoción detrás de esas palabras.
Pongo los ojos en blanco al escuchar esa respuesta y suelto un bufido, cansada de la misma mierda de siempre.
—Castille, basta. No podemos seguir así —mi tono de voz es extrañamente bajo, como nunca antes lo estuvo.
Siempre es lo mismo. Siempre es la misma situación entre nosotras. No importa cuánto nos amemos y cuánto queramos estar juntas, nos hicimos tanto daño que ahora cada vez que estamos juntas... nos odiamos y queremos estar lo más lejos una de la otra. Es verdad cuándo dicen que del amor al odio hay solo un paso.
—Casy, me echaste de tu casa y me dejaste en claro que no querés tener nada conmigo —mis ojos se pegan a los de ella—. Entonces, ¿qué mierda querés ahora? Dejame en paz de una vez, ¿querés? —ni siquiera me molesto en levantar mi voz, ya que no me quedan más fuerzas para pelear con ella.
Su expresión se torna triste y sus labios comienzan a temblar. Sus ojos se llenan de lágrimas y estas comienzan a resbalarse por sus mejillas. Está dolida, lo sé, pero no hay nada más que pueda hacer; lo nuestro... nunca va a ocurrir.
—Hannah, en serio lo siento. Sé que dije cosas... que no debería haber dicho —se lamenta, con la cabeza gacha y haciendo lo posible porque los sollozos no quiebren su voz.
—El problema es que siempre es la misma mierda Castille. Hace semanas que llevamos así y después de esto que pasó... no sé si quiero algo con vos. De hecho, no quiero nada con vos. Solo traes problemas a mi vida —digo, rotundamente, decidida con cada una de mis palabras.
Me mira un breve segundo y se muerde el labio al tiempo que cierra con fuerza los ojos, con demasiada fuerza, lo que hace que me pregunte si quizás lo hace para intentar borrar esta imagen y esta conversación de su mente.
Abre los ojos y vuelve a alzar la mirada, un poco más calmada que hace segundos atrás.
—¿A dónde vas a ir? ¿Estás esperando a tu mamá? —pregunta cambiando de tema rotundamente.
Mierda. No se supone que debía preguntar eso. No tiene por qué meterse en mis putos asuntos. ¡Qué mierda le importa a dónde voy!
—Em —digo para ganar tiempo y pensar en alguna mentira que suene convincente y creíble.
Me mira extrañada y enseguida pregunta:
—No tenés a donde ir, ¿verdad?
Frunzo el ceño y me muerdo el interior de mi mejilla, conteniéndome de no mandarla a la mierda. ¿Cómo supo eso? ¿Por qué sabe todo de mí? ¡Dios!
—Yo...
—Hannah, decime la verdad —declara, enfadada. Su tono de voz, firme.
—¡Está bien! ¡No tengo a donde mierda ir! ¿Contenta? ¡Ahora dejame en paz de una puta vez! —esta vez sí grito y sí me paro, agarro las cosas y cruzo la puerta del hospital para alejarme lo más pronto posible de Casy.
—¡Hannah! —me llama, pero no me pienso dar vuelta—. ¡Por favor, Hannah! ¡Esperá un segundo!
Cuando oigo su voz más de cerca comienzo a caminar más rápido y cuando creo que finalmente la perdí, una mano me agarra de la muñeca y me fuerza a darme vuelta.
—¡Soltáme! —grito y me zafo de su agarre.
—Por favor, Hannah, escuchame —dice, desesperada, y por un segundo siento que va a arrodillarse y juntar sus manos a modo de súplica, pero no sucede.
—Ya me cansé de escucharte. Lo único que hice siempre fue escucharte y darte lugar a que me explicaras los misterios que te rodeaban, pero siempre me mentiste y cuando juraste habérmelo contado todo... enseguida me daba cuenta que no era así. Hasta cuando creí que teníamos una oportunidad para intentar lo nuestro... me mandaste a la mierda y me echaste de tu casa después de haber tenido sexo. Así que lo siento por no querer escucharte ahora Castille, pero ya tuviste tu oportunidad y la echaste a perder, como siempre lo hacés.
Se queda en silencio unos minutos, dubitativa. Por un momento me pregunto si fui muy dura o si mi elección de palabras fue la correcta, pero pronto me vienen a la mente millones de situaciones en las que ella fue quién me trató como basura y rápidamente se me olvida.
—Tenés razón, Hannah. No voy a insistir más con eso; no voy a intentar solucionar lo nuestro. Ya dije todo lo que tenía para decir y la verdad que... por más que lo intentemos... lo nuestro nunca va a poder ser —agacha la cabeza, toma una bocanada de aire y continúa—. Pero, a pesar de todo lo que pasamos y lo tensa que se volvió nuestra relación, no puedo evitar preocuparme por vos. Por eso te quiero ofrecer que, si no tenés ningún lugar a donde ir, podés quedarte en mi casa unos días. Tengo un colchón inflable —sonríe levemente y se limpia las lágrimas remanentes de sus mejillas—. No es lo más cómodo del mundo, pero es mejor que el piso —vuelve a sonreír y se calla, dándome lugar a que responda. Cuando no lo hago, vuelve a hablar— ya sé que creés que es una mala idea, pero te prometo que si te quedás en mi casa ni siquiera es necesario que nos dirijamos la palabra. Podés hablar con mi tía, o con nadie, como gustes... Sólo quiero que estés segura y tengas un lugar donde vivir. Vos me ayudaste con tanto Hannah ... quiero hacer lo mismo por vos. Solo decí que sí.
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