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Capítulo 4

La clase por fin termina y todos salen corriendo como si la misma se tratara de un infierno. Yo, por el contrario, soy una de las últimas en salir. Ya se fueron casi todos, hasta las amigas de Casy, menos ella y la maestra, claro, que sigue sentada en su escritorio. Casy todavía sigue guardando sus cosas en el bolso, pero de una manera ridículamente lenta. ¿Será que me está esperando?

Cuando me cuelgo la mochila a un hombro, escucho unos pasos detrás de mí, y me doy cuenta que efectivamente es así —Casy me estaba esperando. Me doy vuelta y ambas sonreímos, sin saber muy bien qué decir. No soy la mejor iniciando una conversación y menos con una persona nueva. Me pone nerviosa y mi cerebro se bloquea y no piensa con claridad.

Nos seguimos mirando un par de segundos y ambas notamos el nerviosismo en la otra. Ella se toca el pelo una y otra vez, como si intentara arrancarselo. Es claro que, entre nosotras dos, ella es la que más nerviosa está.

Podría aprovechar estos minutos que estamos solas para preguntarle por su acento. Estoy noventa y cinco por ciento segura de que esta chica no es de acá; y es una cuestión que estuvo en mi mente desde que la escuché hablar por primera vez. Pero la pregunta tendrá que esperar porque una voz dulce me llama:

—Señorita Rivero, por favor no se vaya todavía. Debo hablar con usted.

Me doy vuelta y miro a la maestra, asintiendo. Luego miro a Casy, que me dice que me tome mi tiempo —ella me espera afuera.

Casy sale del salón y la maestra y yo nos quedamos a solas. Camino hasta su escritorio y acerco una silla de un banco enfrente del mismo. Me siento y observo su rostro más detenidamente. Parece joven, de unos treinta o treinta y algo. Tiene unos bonitos ojos marrones y bonitas facciones. Seguro de adolescente era una de las chicas más hermosas de su clase, a diferencia de mí, que fui votada la más fea de la clase durante toda la primaria.

—Sí, dígame —me aventuro a decirle al ver que ninguna de las dos habla, contestando a lo que me dijo anteriormente.

—Quería presentarme formalmente. Soy Daniela Salvatierra, y cómo pudo ver durante la clase, soy la profesora de derecho. Lamento que mi introducción de usted haya sido corta y casi escueta debo decir, pero ya habrá oportunidades para que sus compañeros la conozcan y pueda hacer amigos —dice con una voz más autoritaria que antes, como si estuviera tratando de endurecer su tono a propósito.

La miro unos segundos y asimilo lo que me va diciendo. Parece una mujer seria, correcta, amable, culta y es claro que habla de manera muy formal, por lo menos conmigo, lo que me hace dudar de la edad que pensé que podía llegar a tener.

—Claro, no se preocupe.

—Bien, ahora quería hablar de algo más importante. —Hace una pausa mientras abre uno de los cajones de su escritorio y saca una carpeta azul, mientras yo espero ansiosa a que siga hablando— veo que se ha cambiado de escuela porque en la anterior tuvo ciertos problemas, ¿verdad? —dice mientras lee un papel dentro de la carpeta.

Creo que sé hacia dónde va esta conversación. Seguro leyó mi ficha personal y se encontró con la carta que escribió mi mamá. Una carta que prefiero no recordar y por la que peleamos mucho. Según decía en los papeles de inscripción, alguien a cargo del alumno debía escribir una carta al colegio detallando porque su hijo se inscribía a esta escuela. Y, además, si provenía de una escuela anterior, detallar porque decidió cambiarse. Claro, mi madre eligió escribir la pura verdad y hablar sobre mis problemas de bullying. Cuando la terminó de escribir, me la entregó para que la leyera y le diera mi aprobación. Claramente no fue así y tuvimos una gran discusión, ya que yo no quería contarles a otros mis problemas. No lo necesitaba. No quería que otros sientan pena por mí y que los maestros estén con un ojo encima mío, viendo si hago amigos o como estoy o lo que sea. Quería mantener ese pasado alejado del presente y de esta nueva etapa. Quería empezar totalmente de cero, sin rastros del pasado. Luego de varios días de discusión sobre el tema, mi madre dijo que no la iba a mandar, pero siempre sospeché que lo iba a hacer de todos modos, y esto lo confirmó.

La profesora me sigue mirando, esperando una respuesta por parte mía, que no llega. Sé que va a querer que le cuente más de mi situación y luego me va a ofrecer su ayuda. Pero yo no la quiero. Ya estoy bien así—me acostumbré a curarme sola. No necesito a nadie que sane mis heridas porque yo soy la única que se sana a sí misma desde los cinco años, cuando todo comenzó. Aunque claro, mi deseo de tener una mejor amiga continúa vigente. Y es que tener una amiga de verdad, una persona en quién confiar... alguien con quién pasar el tiempo... es mi sueño desde muy pequeña. Siempre quise tener a una amiga a mi lado con la que pudiera confiar para hablar de cosas serias e importantes, pero también divertirme y olvidarme de mis problemas entre risas, pijamadas y helado. Eso que parece tan simple y normal, es mi sueño desde los cinco años —un sueño que hasta ahora no cumplí.

—¿Hannah? ¿Es así? —insiste ante mi silencio.

Asiento de mala gana. No quiero ser irrespetuosa. Jamás lo soy, pero tampoco quiero seguir hablando del tema, así que espero que deje de hablar cuanto antes.

Chasquea la lengua y mira hacia otro lado; como si pensara en algo. Quizás ya se esté arrepintiendo de esta conversación al ver mi actitud, qué es lo que espero.

—Bueno, veo que no tenés ganas de hablar de esto por el momento. Lo entiendo, solo quería presentarme y desearte un buen comienzo. Yo voy a ser la persona que va a estar a cargo tuyo. No para vigilarte, ni mucho menos, solo para ver cómo te desenvolves los primeros días en esta nueva institución. Me voy a encargar de ver que rindas bien, como va tu día a día, todo. En fin, cualquier cosa que necesites me avisás —dice tuteándome, mientras empieza a guardar sus cosas en su bolso rápidamente.

¿Qué? ¿Me va a vigilar? Se ve que la niña nueva que sufrió de bullying si o si necesita una maestra que se encargue de ella. Me incomoda tener a alguien tan pendiente de mí todo el tiempo, ni siquiera mi mamá está tan pendiente de mi como lo va a estar Daniela Salvatierra en las próximas semanas.

—Claro, gracias, nos vemos —es lo único que puedo decir, ya quiero irme de acá.

Nos despedimos, ambas con una sonrisa y salimos por la puerta. Ella delante, yo detrás. Cuando la maestra gira y se aparta de enfrente mío, puedo ver que Casy está apoyada de espaldas contra la pared de enfrente de la puerta del salón. Está mirando su celular mientras se hace bucles con el dedo en el pelo, el cual tiene un poco alborotado, aunque sigue estando muy linda como a primera hora cuando la vi. En cambio, yo tengo la remera sucia de cuando caí al piso y la frente con un chichón, por no mencionar algunos moretones que seguro tengo en mi espalda.

—¿Lista? —me pregunta Casy cuando levanta la vista del celular y me mira a los ojos.

—Sí, lista.

—¿Qué era lo que quería?

—Sólo presentarse y desearme buena suerte.

Cosa que es verdad —en parte fue así. Pero opto por obviar la parte del bullying y todos esos pensamientos que pasaron por mi cabeza. No necesito que Casy empiece a sentir pena por mí y se compadezca de las situaciones que viví.

—Bien, bueno, solo faltan cuatro clases para el horario del almuerzo. ¿Querés... almorzar... conmigo?

Sonrío. Es la primera vez que alguien que no sea mi mamá o el resto de mi familia me invita a comer. De hecho, a hacer algo en general.

Asiento y sonrío mostrando todos mis dientes, sin ocultar mi felicidad.

—Perfecto. Dame tu número así nos comunicamos por cualquier cosa, pero, igual, apenas terminen las clases vamos. Pensaba ir a un bar por acá cerca.

Asiento nuevamente e intercambiamos nuestros números de teléfono.

—Suena perfecto.

—Genial, ¿te molesta si vienen mis amigas? Ya sabés, las que viste antes; Dilara y Valentina. Quiero que las conozcas. 

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