Capítulo 14
«Hay pocos a quienes quiera de verdad, y menos aún de quienes piense bien. Cuanto más conozco al mundo más me desagrada, y todos los días el tiempo confirma mi creencia en la inconsistencia del carácter humano, y en lo poco que puede uno fiarse de las apariencias de bondad o inteligencia». Lo dijo Elizabeth Bennet en Orgullo y prejuicio hace más de doscientos años y, aun así, es como si el tiempo no hubiese transcurrido, ya que seguramente muchas personas piensan así hasta el día de hoy, incluyéndome.
Es increíble cómo las apariencias sí engañan. ¿Cómo es posible que una persona que creía tan dulce y amable pueda encerrar tanto misterio a su alrededor? Sacudo mi cabeza.
«Dejá de pensar en ella».
Mientras sigo caminando sin rumbo alguno, más frases de Elizabeth bennet aparecen en mi cabeza, lo que me hace desear aún más tener un libro entre mis manos. Es tan inexplicable el amor que siento por las palabras escritas sobre un papel, que no sabría cómo describirlo. Aunque, podría llamarlo «una obsesión», ya que el efecto que los libros producen en mí, va más allá de un simple amor. Es una obsesión que no sé cómo se desarrolló y que tampoco podría describirla en palabras, pero es mi obsesión, y me encanta y no pienso hacer nada al respecto.
Aburrida de dar vueltas sin sentido por las mismas calles, decido ir a una librería que vi por el centro hace unos días. Seguro no tiene mucha variedad de libros, pero tal vez podría encontrar algo interesante.
Camino sin recordar bien la dirección de esa librería que vi, pero confiando en mi "buen" sentido de la orientación. Luego de unos minutos, cuando comienzo a sentir que me perdí entre en las calles de este pueblo, veo un cartel que me resulta familiar. Boulevard libros. Esa es.
Abro la puerta y entro en la pequeña librería. Miro alrededor y solo veo montones y montones de libros cubriendo las repisas sobre la pared y el largo mostrador que tengo enfrente de mí. Todos están un poco desordenados y la mayoría parecen ser viejos.
—¿Hola? —digo/pregunto con el fin de saber si hay alguien que trabaje acá y me pueda ayudar. No estoy buscando nada en particular sinceramente, pero me gustaría saber qué novelas juveniles de amor tienen a disposición; así evitaría la búsqueda por repisas que no tengan nada que ver con ese tópico.
Una señora aparece detrás del mostrador entre los montones de libros apilados. Los corre a un costado y cuando ya no hay tantos libros cubriendo el mostrador, comienzo a mirarla detenidamente. Es una mujer de unos cincuenta o sesenta años seguramente, no más. Es rubia, con algunas canas cubriendo su cabellera que le llega hasta la mitad del pecho más o menos. Tiene unos ojos verdes hermosos y unas facciones muy lindas... podría decir que hasta me recuerda a alguien, pero ¿a quién exactamente?
«¿A quién mierda me recuerda? ¿A qui...» Ya sé, bueno, es una posibilidad, pero tiene un gran parecido a Casy. Sus ojos son tan iguales que asustan y las facciones son muy parecidas, por no hablar del color de cabello. ¿Será la tía de Casy?
Casy. Es imposible sacármela de la cabeza; no importa lo que haga siempre algo, una situación, alguien o mis propios pensamientos me recuerdan a ella.
—¿Hola? —me saluda la señora que tengo enfrente, y puedo notar por su tono de voz que no es la primera vez que lo hace.
—Oh, hola. Estaba buscando novelas juveniles de amor, ¿tiene alguna? —pregunto con el tono más amable que puedo.
Sin siquiera responderme sale de la habitación, con cara de pocos amigos. «Sin dudas Casy no heredó su amabilidad de ella...» Aunque puede que ni siquiera sea la tía. Es decir, hay millones de personas rubias de ojos verdes que no son parientes, por supuesto. Pero esas facciones... las malditas facciones no mienten.
—Acá —me dice la mujer con un tono bastante alto que me hace sobresaltar.
Asiento y fuerzo una sonrisa, mientras veo los libros que va acomodando sobre el mostrador para que yo pueda verlos. No son muchos, no voy a mentir. Solo hay cuatro libros de esta categoría por lo que parece. Eso, o no quiso mostrarme más.
Paso la mano por la tapa de cada libro mientras leo los nombres de cada uno. Alex, ¿quizás?; Canciones para Paula; Love Rosie; y una edición muy antigua de Orgullo y prejuicio. Hmm... ¿cual debería llevar? Orgullo y prejuicio claramente no, ya que tengo dos ediciones de esta historia y mi mamá me va a matar si se entera que usé la plata que me dio para la escuela para comprar un libro que ya releí unas doscientas veces; así que ese queda descartado. Los otros también quedan descartados porque estoy segura que tengo estos mismos títulos en la repisa de mi cuarto.
Cuando estoy a punto de preguntarle a la señora qué otros libros de esta misma categoría tiene disponibles para mostrarme, mi celular comienza a vibrar en mi bolsillo, lo que es raro porque siempre lo tengo silenciado.
La vibración retumba en el silencio de esta tienda, tanto que hace que la mujer de antes, quien ahora está ocupada leyendo el diario, se sobresalte y me mire con mala cara. Le ofrezco una sonrisa a modo de disculpa y salgo de la librería para poder contestar más tranquila afuera.
Saco mi celular del bolsillo delantero de mi mochila y veo que el número que me está llamando no lo tengo agendado.
—¿Hola? —digo con la voz un poco temblorosa.
—¡Hannah! ¡Hola! ¿Dónde estás? ¿Por qué te fuiste de la escuela? ¿Y por qué mierda le diste tu número de teléfono a Leonardo? —dice una voz dulce que me resulta familiar, aunque con un tono enfadado.
Casy. Dios mío, lo último que necesitaba. No tengo ganas de hablar con ella, y ciertamente no tengo ganas de que me recrimine cosas de ese modo. ¿Por qué me está llamando, además? Creí que no íbamos a volver a hablar, por lo menos hoy. De todos modos, aunque no lo quiera admitir, me pone contenta escuchar su voz, más contenta de lo que debería.
—¿Hannah? ¿Seguís ahí? Contestame por favor —me suplica y puedo notar la desesperación en su voz.
—Acá estoy, ¿qué querés? —digo, un poco fría y molesta.
—Saber de vos, me preocupé cuando no te vi a la hora de la salida; solo quería saber si estabas bien. Después de nuestra charla esta mañana... te fuiste y no volví a saber de vos y... Bueno, solo quería que hablemos.
Sonrío. Esta debe ser unas de las pocas veces en las que alguien se preocupó por mí y se siente maravilloso. Me hace sentir algo en el pecho que solo puedo describir como felicidad y, la verdad, que es un sentimiento que espero sentir a menudo. Cosas como estas a veces me hacen pensar que Casy no es tan mala como yo creo, solo tiene secretos... Bueno, hasta donde sé.
—Estoy bien, no te preocupes, solo quería irme de la escuela; necesitaba un rato al aire libre —digo, esperando a que ella responda algo, pero no lo hace.
Ambas nos quedamos calladas unos segundos, pensando en qué decir. Y me recuerda a la situación de ayer cuando estábamos en el bar, almorzando, las dos incómodas en nuestros asientos, sin saber qué decir.
—Ey... ¿Querés... que nos veamos? Para seguir hablando, tengo aún más cosas que contarte —me pregunta, muy dudosa. Parece que no soy la única a la que le afectó nuestro encuentro de esta mañana.
Medito la respuesta unos segundos. ¿En serio es buena idea que nos volvamos a ver hoy? Digo, creo que las dos ya tuvimos suficiente de todo esto, aunque, al mismo tiempo, quiero verla y escuchar lo que tiene para decirme. Además, ahora que lo pienso más fríamente, puede que mi reacción ante lo que me contó esta mañana haya sido un poco... exagerada. Sí, bueno, bastante exagerada. Es decir, ¿quién soy yo para reaccionar así? Solo me estaba contando que... bueno, hizo... eso. Sí, fue shockeante y sí, me sorprendió, pero no soy su pareja para reaccionar como si me hubiera metido los cuernos. Además, si no me hubiera ido, seguro podríamos haber hablado; ella me hubiera explicado por qué hizo lo que hizo y todo hubiera sido diferente. Pero en vez de hacer eso —que seguramente es lo que cualquier persona sensata hubiera hecho— me fui. Huí de la situación y me enojé con ella. La juzgué y escapé de clases para vagar por las calles de este pueblo.
«En serio, ¿Qué es lo que me pasa?»
—¿Hannah? —vuelve a llamar Casy.
Su voz interrumpe mis pensamientos, que cada vez pesan más sobre mí y me hacen reflexionar acerca de lo que hice. Yo no necesito una disculpa; ella sí. Casy se disculpó varias veces conmigo y yo la perdoné —ahora es mi turno de hacer lo mismo.
—Perdón. Sí, veámonos. ¿Cuando salgas de clase te parece? Yo estoy por el boulevard, en una librería. Podemos encontrarnos en una heladería si querés.
Concuerda conmigo, elegimos la heladería en donde nos vamos a encontrar y colgamos. Guardo mi celular de vuelta en mi mochila y entro a la librería, con la intención de agradecerle a la vendedora por la atención y decirle que no voy a comprar ningún libro.
Cuando entro veo que la mujer no está detrás del mostrador y tampoco lo están los libros que me mostró. Cerrando la puerta, salgo nuevamente.
«Qué mujer tan extraña...»
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