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El Surgimiento de la familia Myoui

Pov: Narrador omnisciente.

Chan se detuvo en medio de la habitación, sus ojos castaños vagaron por el caótico despacho de la Duquesa antes de posarse en la figura de la pelinegra. El desorden en la sala parecía reflejar un desinterés creciente por parte de su dueña. Libros y documentos estaban esparcidos por toda la habitación, algunos abiertos en páginas aleatorias, otros en pilas inestables que amenazaban con colapsar en cualquier momento. Las cortinas colgaban en un estado de abandono, entreabiertas, dejando que solo una fracción de luz se filtrara, creando un ambiente sombrío. Las velas, ya casi consumidas, lanzaban parpadeantes sombras sobre el escritorio, proyectando una tenue luz sobre la madera marcada por incontables años de uso. El aire estaba impregnado con un tenue olor a cera y pergamino viejo, indicando que habían pasado días, quizás semanas, desde la última vez que los sirvientes habían cruzado el umbral para limpiar o siquiera ventilar. Sin embargo, Mina, no parecía en lo más mínimo preocupada por el estado de la habitación. Su única preocupación aparente era el libro que tenía entre sus manos.

Chan observó en silencio por un momento, notando la tensión en los hombros de Mina, la manera en que sus dedos crispaban las páginas del libro como si este contuviera respuestas a preguntas que solo ella conocía. Con un suspiro apenas audible, se acercó al escritorio, sus pasos resonando ligeramente en el suelo de madera. Sin mediar palabra, dejó caer la pila de papeles que llevaba consigo sobre la mesa. El sonido seco de las hojas al chocar con la madera resonó en la habitación, rompiendo el hechizo en el que Mina parecía estar envuelta.

La Duquesa alzó la mirada, visiblemente confundida, como si acabara de ser arrancada de un sueño profundo. Sus ojos, normalmente brillantes y llenos de determinación, ahora mostraban signos evidentes de fatiga.

—¿Cuándo fue la última vez que durmió? —Chan cuestionó en el momento en que observó las oscuras ojeras. Mina no pareció escuchar o simplemente no le importó ya que rápidamente agachó su mirada para continuar con su lectura—Duquesa—le llamó sin poder ocultar su fastidio—... necesito que vea estos papales—cambió el tema de conversación, sin despegar su atención en la forma en que ella olímpicamente continuaba ignorándolo—algunos fueron enviadas directamente desde el Sur, al parecer el nuevo Duque desea mantener una buena relación con el Norte, estas...—perdió la voz mientras que presionaba sus dedos sobre la pila de papeles—provienen directamente de la Capital.

—¿Sabes? Este libro dice que es recomendado hablar con moderación frente a los bebés, ya que, los ruidos fuertes fácilmente los pueden asustar—ella alzó la voz de forma suave, como si estuviese hablando consigo misma—también es importante pronunciar sus nombres, de manera clara y sin vacilar, eso les ayudará a adaptarse a nuestro vocabulario—prosiguió, su atención aun fija en lo que tenía entre las manos.

Chan tragó saliva mientras que podía oír el pasar de las hojas a través de sus yemas.

—Lo sé... —respondió, casi mecánicamente— me lo ha repetido desde que la princesa y el príncipe aprendieron a girarse. Pero insisto, es crucial que lea estas cartas —su voz, ahora con un tinte de desesperación, reflejaba la urgencia que sentía, pero su acompañante estaba de todo menos interesada por el tema— las relaciones con el Sur y la Capital no pueden ser ignoradas.

Finalmente, Mina levantó la vista, pero no fue para mirar los papeles que Chan anteriormente había dejado caer, sino más bien para realizar otro comentario que nada tenía que ver con el asunto que él consideraba de gran vitalidad.

—Sharon y Dohyun ya van a comenzar a comer, así que debo prepararme— ella replicó sin estar realmente interesada por realizar sus actividades como Gran Duquesa—además, conoces el Norte tan bien como yo. Puedes responder a esas cartas en mi nombre—agregó al mismo tiempo en que regresaba su atención hacia el libro—debo de estudiar bien... esa es la única manera de aligerar la carga a Nayeon.

Chan volvió a suspirar.

—Yo sé que el cuidado de los niños y la preparación de la ceremonia con la Duquesa Nayeon es de gran vitalidad para usted, pero le recuerdo, yo no soy el Duque del Norte, no cargo con la responsabilidad—respondió haciendo su mejor esfuerzo por no alzar la voz—... ese es su trabajo, usted debe realizarlo—agregó con su atención fija en como ella elevaba una de sus manos tratando de restarle importancia al asunto. Instintivamente dio un paso hacia su dirección—aunque el Norte esté en calma por ahora, es nuestra responsabilidad garantizar que esa tranquilidad se mantenga.

Las palabras de Chan parecían resonar en el aire, como si cada una se asentara en el silencio que los rodeaba. Mina, aparentemente desinteresada al principio, continuó hojeando un libro con una lentitud deliberada, como si quisiera diluir la importancia de la conversación con el ruido sordo de las páginas. Sin embargo, cuando el castaño mencionó la responsabilidad que recaía sobre ellos, algo en su interior pareció detenerse. Rápidamente ella cerró el libro con un gesto firme, presionando la palma de su mano sobre el lomo de cuero envejecido. Sus ojos, antes vagos y distraídos, se enfocaron en un punto distante mientras su espalda se hundía contra el respaldo de su asiento. El cuero crujió suavemente bajo la presión de sus omóplatos, pero ella apenas lo notó; su mente estaba ocupada en la maraña de decisiones y responsabilidades que había ignorado hasta ahora.

El silencio se prolongó, denso y cargado de una tensión sutil que solo la intimidad compartida entre ellos podía generar.

—¿Leíste todas las cartas? —Mina decidió preguntar al mismo tiempo en que sus ojos se enfocaban en el cuerpo ajeno. Este rápidamente asintió con su cabeza mientras que sus hombros se tensaban y sus manos se entrelazaban por delante de sus caderas—¿Haz hecho una filtración?

Chan se tensó. Ella lo notó, pero decidió esperar a que se animara a hablar antes de comenzar a pensar de más.

—... Ellos quieren mantener una buena relación con usted —contestó sin querer responder con sinceridad mientras que sentía el peso de las palabras que aún no había dicho. Rápidamente observó, como la Duquesa sin apartar la mirada de él, comenzaba a golpear suavemente la tapa de su libro con la punta de su dedo. Se estaba impacientando—... aunque hubo uno que otro que se atrevió a demostrar osadía, pero me tomé el atrevimiento de desechar sus cartas, no era algo que debiese ocupar de su tiempo.

Mina enmarcó su ceja: eso le había interesado.

—¿Mostraron osadía? —cuestionó interesada por entender quién en su sano juicio sería tan estúpido como para realizar una amenaza contra el Ducado cuando era bien sabido hasta donde podía llegar la Tirana del Norte para proteger a su familia.

Chan no tuvo el valor como para poder responder, en silencio miró hacia la pared observando la falta de cuadros, debo llamar al pintor lo antes posible, se recordó mientras que sus ojos volvían a recaer sobre el cuerpo de la Duquesa siendo más que consciente que no sería muy inteligente de su parte el continuar ignorando su pregunta.

Lo diría aun cuando sabía que su cabeza podría correr riesgo.

—Algunos insinuaron una unión matrimonial con los princi...

Guardó abruptamente silencio tras sentir como el libro que anteriormente habían estado sobre los dedos de la Duquesa ahora volaba tocando suavemente su oreja y mejilla, para terminar recostado con el lomo roto sobre el suelo, cerca de la mesa de centro y los sofás.

—Se me ha resbalado... —Mina comentó mientras que él se llevaba su mano contra la zona lastimada sintiendo la piel caliente. Había olvidado lo intimidante que podía ser—¿De que estábamos hablando? —preguntó de manera dulce como la miel, pero sus ojos, duros y penetrantes, contradecían la sonrisa falsa que curvaba sus labios.

El corazón de Chan se aceleró. Podía sentir el frío sudor lentamente deslizándose por su espalda.

—Nada...—murmuró con su atención fija en la forma en que ella asentía con su cabeza.

La pelinegra volvió a recostar su espalda contra el respaldo de su asiento. Daba la impresión de que estaba distraída, pero Chan sabía que ella solo estaba haciendo su mejor esfuerzo por contener su rabia.

—Para la próxima vez... si algún noble tiene la osadía de solicitar la mano de uno de mis hijos, por favor, no lo rechaces—retomó la conversación tras notar como su acompañante se mantenía en silencio—me encantaría conocer el nombre de la persona que tendrá el honor de ser torturada por mis manos.

—Usted le prometió a la Duquesa que no volvería a lastimar a nadie—murmuró, con la esperanza de aplacar los impulsos de la contraría, pero sin mucha convicción en su voz. En el fondo él sabía que ella no podría cambiar su naturaleza, no por completo.

Mina esbozó una sonrisa que apenas curvó sus labios, pero sus ojos permanecieron fríos. Desde el otro lado de la mesa, su gesto podría haberse interpretado como una invitación amable, pero había algo en la rigidez de su mandíbula y la tensión en su mirada que traicionaba esa aparente calidez. Lentamente, apoyó los codos sobre la superficie de la mesa, haciendo que el leve chirrido de la madera se percibiera como un eco que resonaba en la habitación, una advertencia sutil de que lo que venía a continuación no sería una conversación ligera.

—Te equivocas, Chan—replicó, con una calma helada que hizo eco en la estancia—le prometí a mi esposa que no volvería a sostener una espada, mucho menos que iría a la guerra, y tengo pensado el cumplirlas—confesó sin cambiar el tono tranquilo de su voz—pero...—murmuró esta vez llevando su mano contra su mejilla, dejando descansar sus nudillos sobre su piel—nunca prometí que no lastimaría a nadie.

Ella sostuvo la mirada del contrario durante unos segundos que parecieron eternos, creando una tensión que se asentó en la habitación como un pesado manto de incertidumbre. Sin embargo, no permitió que esa incomodidad la afectara. Su atención pronto se desvió hacia las cartas que yacían sobre la mesa, esperando a ser leídas. Con una calma meticulosa, estiró las manos y tomó un par de hojas, deslizando los dedos sobre el papel con una destreza que reflejaba años de experiencia. El ambiente era denso, casi palpable, pero ella no mostró señales de impaciencia ni de incomodidad. Chan, por su parte, permaneció inmóvil, observando cómo ella tomaba el frasco de tinta y una pluma.

Finalmente, ella rompió el silencio, dejando caer la primera carta sobre la mesa con un gesto de desprecio antes de tomar otra. Su voz era baja, pero cargada de una mezcla de desdén y frustración.

—Arrogantes y tan estúpidos... Si no fuera por la calculada y peligrosa inteligencia de Jihyo, y por lo bien que Momo está domada bajo su influencia, este reino ya habría caído en la quiebra —comentó, sin apartar la vista del nuevo documento que tenía entre manos—ni siquiera parecen interesados en el estado de sus tierras. Están más preocupados por ver quién puede besar mis pies más rápido.

—Duquesa...

—¿Es un requisito el ser estúpido para tener un titulo noble? —cuestionó sin medir su propio veneno—¿Cómo se atreven? Jamás en sus vidas verán el rostro de mis hijos—prosiguió soltando una hoja para agarrar otra— cerraré el Norte y bloquearé todas sus entradas... los haré morirse de hambre.

Farfullada incapaz de poder dejar el tema hasta acá. El castaño simplemente la siguió mirando.

—Duques...

—No lo pensé antes porque no tuve tiempo, pero era obvio que tratarían de usarlos—prosiguió, ignorando por completo el llamado de Chan—son niños hermosos y carismáticos, Dohyun posee una sonrisa tranquila, en cambio, el intenso verde de la mirada de Sharon te roba hasta el aliento—continuó recordando las facetas de sus hijos mientras que rasgaba la carta que tenía en su poder para agarrar otra—será normal que la gente los amé, ya aman a Seungwoo—dejó la carta para agarrar una nueva. En realidad, ni siquiera se molestó en terminar de leerla—¿Debería prohibir los nacimientos en el Norte?, no me preocupa mucho el Sur y la Capital ya que puedo bloquear las entradas, pero las verdaderas amenazas están aquí, en mis tierras.

Chan la vio con cierta incredulidad.

—El Norte sufriría pérdidas demasiado significativas si usted prohíbe los nacimientos —replicó con voz tensa, tratando de razonar con ella. Se inclinó un poco hacia adelante, esperando encontrar una chispa de comprensión en sus ojos. Pero Mina, fría e imperturbable, no alzó la mirada—nuestro pueblo estaría en verdadero peligro, por favor, reconsidere sus palabras—insistió cada vez más desesperado.

—No los prohibiría para siempre—ella contestó como si estuviese hablando un tema trivial—con que se abstengan unos cuarenta años es más que suficiente—agregó encogiéndose de hombros. Con calma sostuvo otra de las sin fin de cartas y sin leer demasiado la firmó, para luego proseguir con la siguiente—así no debería preocuparme que un patán o una mujerzuela trate de llevarse a mis hijos.

Chan la miraba, perplejo, tratando de entender en qué momento ella se había transformado en esa figura tan impenetrable. ¿Cuándo había comenzado esa obsesión? ¿Desde el nacimiento de sus hijos, o quizás después, mientras los observaba crecer bajo su protección? El cambio en ella había sido sutil, casi imperceptible, pero ahora, frente a él, quedaba claro que la Mina que una vez conoció ya no existía. En su lugar, había surgido una mujer mucho más peligrosa, cegada por su posesividad y temor, envuelta en una coraza de celos que la distanciaba de todo lo que antes parecía importar.

Él tardó en darse cuenta de cuán profundo había sido ese cambio. Ahora lo veía con dolorosa claridad: Mina de madre era mucho más peligrosa. Sus hijos eran su vida, y ella estaba dispuesta a todo para protegerlos, incluso si eso significaba arrastrar al Norte a la ruina.

Mientras Chan reflexionaba sobre esto, Mina, inmersa en sus propios pensamientos, se perdió en las infinitas consecuencias que traería el crecimiento de los niños. Ni siquiera notó cuando él, finalmente derrotado, dio media vuelta y se alejó de su escritorio. Los pasos de Chan resonaron en el pasillo, pero en vez de desaparecer, el eco de sus pisadas comenzó a volverse cada vez más cercanas, como si hubiese decidido a ultimo momento regresar a su despacho.

—¿Cerrar el Norte? ¿Prohibir los nacimientos?

La suave y tranquila voz de Nayeon llenó el silencio del cuarto provocando que Mina bruscamente alzase su mirada. La pregunta de Nayeon la había tomado por sorpresa, sacándola de su ensimismamiento. Incapaz de poder quedarse quieta, se levantó con la urgencia de alguien que ha sido llamado a la acción, como si un resorte invisible la hubiese impulsado. Rodeó la mesa rápidamente, casi tropezando en su apuro por acortar la distancia que las separaba. Cada paso que daba hacia su esposa estaba cargado de una mezcla de ansiedad y necesidad. Sus manos temblaban ligeramente, reflejando la tormenta interna que la asolaba. Su corazón latía con una fuerza desmedida, casi como en aquellos días lejanos cuando había descubierto los sentimientos que ahora la controlaban. El impulso de abrazar a la contraria la dominó por completo, buscando refugio en ese contacto que antes había sido su consuelo, pero Nayeon, con un movimiento casi imperceptible, se apartó, esquivando el abrazo de Mina sin apenas esfuerzo, como si aquello fuera un gesto automático, sin relevancia.

Mina se detuvo en seco, sus brazos aún extendidos hacia adelante, suspendidos en el aire como si no comprendieran lo que acababa de suceder. El rechazo, aunque sutil, fue un golpe inesperado. Se quedó quieta, los ojos abiertos de par en par, más sorprendida que herida.

En silencio, la pelinegra observó a la castaña, como si la estuviera viendo por primera vez. Los ojos de la mujer frente a ella, intensos y penetrantes, le parecían casi irreales. La luz tenue de la habitación hacía que sus orbes brillaran con un fulgor inquietante. Pero, al mismo tiempo, Nayeon la observaba de vuelta, con una expresión completamente diferente. Ella solo quería entender en qué momento su esposa se había transformado en esta clase de idiota.

—¿Qué te sucede? —la castaña rompió nuevamente el silencio. Mina le sostuvo la mirada.

—¿Por qué?

—No puedes tener a tus hijos aislados del mundo real—sentenció Nayeon, su voz firme y cargada de frustración. Las palabras caían como martillos sobre los hombros de la contraria, quien, sin levantar la mirada, asintió débilmente. El reproche era severo, pero no injustificado—no son objetos, no son de tu propiedad, ni siquiera mía y eso que yo los parí—continuó sin detener la rudeza en su tono.

Sin decir una palabra, Mina se dejó caer de rodillas frente a la más joven. El sonido de su caída fue casi imperceptible, pero el gesto resonó en el espacio entre ellas como un eco profundo y antiguo. La castaña, sorprendida, entrecerró los ojos y dio un paso hacia atrás, como si el acto de sumisión de su esposa la hubiera golpeado de alguna manera.

—¿Por qué te arrodillas? —cuestionó exasperada.

—Es una forma de pedir perdón—con las manos firmemente colocadas sobre sus muslos, respondió en voz baja, apenas un murmullo—lo leí en los textos que Chan trajo de la Capital—agregó al mismo tiempo en que inclinaba su cabeza como si tuviese intenciones de presionarla contra el suelo.

Nayeon se quedó inmóvil por un segundo, observando la figura frágil de su esposa inclinada ante ella. Sus pensamientos eran un torbellino de emociones contradictorias. Una parte de ella quería gritar, sacudir a Mina para que dejara de comportarse como si su único propósito en la vida fuera complacerla. Pero otra parte, la más profunda, sabía que lo que Mina hacía no era por debilidad, sino por amor. Amor malinterpretado quizás, pero amor al fin y al cabo.

—Ese...—y acortó su propio insulto. Con una de sus manos puesta sobre su frente—ha...—suspiró alejando sus dedos de sus facciones para poner ambas sobre sus caderas—no harás nada estúpido, solo encárgate de amar a nuestros hijos, yo seré la responsable de velar la parte social y sentimental de ellos.

Mina alzó su mirada. Sus ojos de cachorro mojado parecían estar llenos de dudas.

—¿Por qué? —se atrevió a preguntar, sin despegar su atención de la castaña.

—Porque claramente tu careces de sentido común—replicó con sus cejas juntas y los dedos hundidos sobre su bonito vestido—deja de estar en el suelo—agregó sin poder contener su propia exasperación.

El silencio se hizo denso, pero Mina no se levantó, al menos no de la manera que Nayeon esperaba. Para su sorpresa, su esposa, con movimientos lentos y cuidadosos, comenzó a rebuscar en los bolsillos de su pantalón. Nayeon la observó en silencio, sin apartar la mirada. Por un momento, un destello de curiosidad cruzó su mente, pero no alcanzó a formar una idea clara de lo que la contraria estaba haciendo. ¿Por qué se demoraba tanto? ¿Qué buscaba? No había dado indicios de que planeara nada especial. Cuando Mina finalmente sacó algo de su bolsillo, Nayeon sintió que el tiempo se detenía. Lo que sostenía entre sus manos era una pequeña caja de terciopelo rojo. Un tono tan vibrante como sus ojos.

La castaña abrió los ojos con sorpresa, sin entender lo que estaba ocurriendo. La ceremonia de su boda estaba prevista para dentro de tres meses. Los preparativos estaban casi completos. No había necesidad de más gestos ni promesas formales. Sin embargo, ahí estaba Mina, arrodillada ante ella, con una pequeña caja en sus manos.

—Minari, ¿Qué estás haciendo? —preguntó, su voz ahora cargada de una mezcla de incredulidad y confusión.

La contraria no respondió de inmediato. En cambio, con cuidado se las arregló para poder abrir la caja, revelando un delicado anillo de piedras verdes y rojizas muy parecidas a los ojos de sus hijos. Nayeon sintió que su corazón daba un vuelco. El anillo no era el que habían elegido para la boda. Era otro, uno que Mina debía haber guardado en secreto, uno que parecía simbolizar algo más allá del simple compromiso.

—Lo mandé a fabricar el día que Dohyun y Sharon abrieron los ojos—confesó sin responder realmente a su pregunta. La castaña continuó observándola, notando que ni siquiera parecía estar temblando con sus manos alzadas hacia el aire. Específicamente hacia su dirección—si giras la mano podrás ver el color de Dohyun—comentó moviendo suavemente la caja para hacer énfasis en su explicación—si la mueves hacia este lado se podrá notar los ojos de Sharon—agregó moviéndola hacia el otro lado—y si lo dejas de frente podrás ver el color de Seungwoo.

Nayeon solo parpadeo. Incrédula.

—... ¿Por qué? —cuestionó en un suave susurro.

—Porque los niños son lo más importante para ti—respondió sin siquiera titubear—...no, corrijo, los niños son lo más importante para nosotras—contestó mientras que alejaba su mano de la caja para llevarla hacia su cuello—he mandado a pedir uno en forma de collar, así jamás lo perderé—comentó dejando en evidencia la preciosa piedra que adornaba su lecha piel.

Su esposa simplemente continuó en su puesto.

—... ¿No vas a realizar la pregunta? —preguntó tras unos minutos de silencio absoluto.

Mina la observó sorprendida, mientras que el calor en sus orejas lentamente comenzaba a hacerse presente. Apresuradamente entreabrió sus labios, dispuesta en alzar la voz, aunque torpemente la cerró. Se le había secado la garganta, así que en silencio tragó saliva y se relamió los labios, para luego volver a entreabrir su boca.

—Tú, ¿Qui... Tú, ¿Quie...—trastabilló con sus propias palabras.

El hecho de que su esposa la mirase con esa intensidad la ponía de los nervios. Así que debió suponer que no sería capaz de hacer la pregunta aun cuando había practicado incontables veces frente a los demás caballeros, hasta del propio Chan, pero no era lo mismo. Ninguno de ellos poseía el intenso tono verdoso de su amada. Como era de esperarse Nayeon la salvó, de la misma forma en que la salvó en esta vida y como lo hará en las próximas. Con calma se inclinó agarrando la caja entre sus manos. Por un segundo creyó que ella se pondría el anillo y hasta ahí llegaría su tan planeada proposición, pero para su sorpresa la castaña se arrodilló justo en frente a ella.

—¿Quieres casarte conmigo? —ella cuestionó con mayor tranquilidad de lo que Mina había soñado en realizar. La pelinegra simplemente parpadeó aturdida.

Bueno, no era lo que esperaba, pero tampoco se iba a negar.

—Claro—aceptó mientras que sentía como la castaña agarraba de su mano con toda la intención de colocarle el anillo—¿Huh?, no espera... se supone que lo diseñé para ti—comentó, aunque no hizo ningún movimiento para evitar que ella deslizara el anillo en su dedo anular.

—... No hay ninguna ley que prohibía hacerlo—Nayeon replicó encogiéndose de hombros—además tus manos son hermosas... deberían estar envueltas en anillos de la misma forma en que yo las tengo—comentó al mismo tiempo en que movía sus dedos al aire para dejar en evidencia las joyas que Mina le había dado con el pasar de los meses—aunque deseo tu collar—confesó acortando la distancia entre ambas para sostener su cuello.

Mina no tuvo realmente tiempo de reaccionar cuando las manos hábiles de su esposa le habían quitado el colgante.

—¿Me haces los honores? —preguntó agitando el collar frente a sus ojos.

La pelinegra era consciente que, si no podía ir en su contra, solo debía unirse. Y eso hizo. Rápidamente sostuvo el collar y se incliné observando como su esposa dejaba su cuello libre. Mina ni siquiera ocultó la sonrisa traviesa que se asomaba en sus facciones tras rozar sus dedos sobre su piel lechosa, le fascinaba el saber que aun podía causar reacciones en la contraria como si no hubiese pasado tiempo ya desde la primera vez de ambas.

—Minari...—le llamó con suavidad. Como si temiese romper la tranquilidad que había entre las dos.

—¿Sí? —La pelinegra cuestionó mientras que terminaba de colocar el colgante. Se alejó de su cuerpo sintiendo su propia anatomía reaccionando ante la cercanía. Sus ojos no tardaron en encontrarse.

Rápidamente las manos de la castaña se fueron hacia su camiseta, tirando de ella para que su rostro pudiese alcanzar su oreja.

—... Hoy es un día seguro—susurró con una familiaridad que desarmó a su amante.

Mina no necesitaba más explicaciones. Sabía perfectamente a lo que se refería. Ese simple comentario era suficiente para que todo su cuerpo se estremeciera de anticipación. Sin mediar palabra, se inclinó hacia Nayeon y la besó con una pasión contenida, como si todo lo que sentía se hubiese estado acumulando solo para estallar en ese momento. Las manos de Mina, calientes y ansiosas comenzaron a recorrer el cuerpo de la contraria, como si estuviera redescubriendo cada centímetro de su piel. El beso se intensificó, sus labios moviéndose con una urgencia que ambas compartían. El aire a su alrededor se llenaba de la mezcla de sus respiraciones, entrecortadas por la necesidad de sentir más, de estar más cerca. Todo lo que existía era el tacto, el calor, el deseo que fluía entre ellas, haciéndoles olvidar el tiempo y el espacio.

Y el tiempo transcurrió y la tan anhelada boda por fin se estaba llevando a cabo.

En el interior de la iglesia, el aire parecía suspendido en un silencio reverente. Era una estructura majestuosa, con columnas de mármol blanco que se alzaban hacia un techo abovedado, decorado con pinturas que parecían contar grandes historias. La luz que penetraba a través de los vitrales de colores creaba un caleidoscopio de tonos dorados, azules y rojos, pintando el suelo de piedra con sombras danzantes. Cada rincón del lugar estaba impregnado de una quietud solemne, como si incluso el tiempo se hubiera detenido en respeto a la ocasión que estaba por celebrarse. Los bancos de madera oscura, pulidos por años de devoción, estaban ocupados, repletos de los caballeros del Ducado y uno que otro invitado de la Capital, - solo estaba Momo y Namjoon (el mayordomo que trabaja desde la Capital), quienes se encargaron personalmente de sostener a los pequeños Dohyun y Sharon-.

Frente al altar, una joven novia permanecía de pie, con la espalda recta y las manos temblorosas entrelazadas sobre su traje blanco. Era la imagen perfecta de una novia en el día de su boda. Su cabello oscuro bien peinado hacia atrás resaltaba sus expresiones; no había maquillaje en sus facciones, pero tampoco es como si lo necesitará, Mina naturalmente era hermosa. El traje, de un blanco puro, se ajustaba perfectamente a su figura, con detalles de encaje que recorrían sus mangas y la espalda expuesta. Sus ojos tan rojos como el vino, pero a la vez tan brillantes como una gema pulida se mantuvo fijas en la entrada. Cada segundo que pasaba parecía eterno, mientras esperaba con el corazón latiéndole con fuerza. La amada a quien aguardaba aún no había llegado, y aunque su rostro reflejaba serenidad, una pequeña sombra de incertidumbre se asomaba en su mirada. No era un temor a que no llegara, sino una mezcla de emoción y ansiedad por el momento tan esperado. Se había imaginado este día tantas veces, había soñado con el instante en que la vería entrar por esas grandes puertas de madera, vestida de gala, con esa sonrisa que siempre lograba calmarla. Así que esperó, y esperó hasta que la figura de Chan se hizo de notar.

Mina no iba a negar que fue una gran sorpresa el enterarse de que Chan sería quién acompañaría a su esposa al altar, pero era de esperarse teniendo en cuenta que ambas eran huérfanas.

La pelinegra observó fijamente como él caminaba con su brazo flexionado en dirección de Nayeon. Mina se paralizó, ni siquiera tuvo valor para poder parpadear, le preocupaba que el hacerlo le impidiese memorizar perfectamente como ella estaba vestida. La castaña llevaba un hermoso vestido blanco, delicadamente confeccionado con capas de seda que se deslizaban como un susurro en el aire. El encaje que adornaba el corsé se entrelazaba en patrones florales que realzaba su figura de manera elegante, era simplemente hermosa, poseía una belleza que casi rozaba lo irreal. Mina tragó saliva sintiendo sus ojos arder, estaba a punto de llorar y eso que ni siquiera estaba triste. Aun le costaba poder entender sus propias emociones, pero no quiso pensar mucho en ello. No era el momento indicado para cuestionarse ese tipo de problemas.

—Mina.

Y ella volvió a sus sentidos notando como Nayeon ya estaba a su lado con su hermoso rostro siendo ocultado por el delicado velo que brillaba sutilmente bajo la luz que se filtraba a través de los grandes ventanales. Hasta Chan se había marchado para colocarse a un lado de Seungwoo quién ni siquiera había podido ocultar sus lágrimas.

—Sí, acepto—Mina respondió por instinto mientras que veía como los delicados hombros de su esposa se sacudían ante la suave risa que se filtraba de sus preciosos labios.

—Aun no he hecho la pregunta—Jihyo contestó sin sonar realmente molesta.

Nayeon rápidamente agarró de las manos de la contraria al mismo tiempo en que se inclinaba.

—Nadie te apura—susurró para luego simplemente volver a su posición inicial.

Jihyo alzó las manos con solemnidad, atrayendo la atención de todos hacia la pareja.

—Queridos amigos —comenzó con una voz firme pero suave— estamos reunidos aquí hoy para celebrar el amor entre Mina y Nayeon. Hoy, se unen en matrimonio para compartir sus vidas como compañeras de viaje, amigos y amantes, para enfrentar juntos lo que la vida les depare.

Mina respiró profundamente, sabiendo que pronto sería su turno para hablar. Jihyo prosiguió con una leve sonrisa. A pesar de todo, disfrutaba de ver el nerviosismo en la mujer que consideraba como la Tirana del Norte.

—Mina y Nayeon, hoy es un día en el que deciden amarse el uno al otro incondicionalmente. Pero antes de continuar, deseo recordarles que el matrimonio no es solo un compromiso legal, sino un acto profundo de fe y amor—comentó como si estuviese diciendo sutilmente que podían negarse, aunque claramente eso jamás pasaría porque Nayeon no lo permitiría, mucho menos Mina lo haría.

Jihyo suspiró como si fuese ella quién estuviese a punto de casarse.

—¿Nayeon, recibe usted a esta mujer para ser su esposa, para vivir junto en sagrado matrimonio, para amarla, honrarla, consolarla y cuidarla, en salud y enfermedad, guardándole fidelidad, durante el tiempo que dure sus vidas? —preguntó con sus ojos fijos en la castaña.

Nayeon impulsivamente asintió con su cabeza.

—Sí, acepto.

Mina casi se le salé el corazón por la garganta tras notar como los ojos de la Santa recaían sobre su cuerpo.

—¿Mina, recibe usted a esta mujer para ser su esposa, para vivir junto en sagrado matrimonio, para amarla, honrarla, consolarla y cuidarla, en salud y enfermedad, guardándole fidelidad, durante el tiempo que dure sus vidas?

—Sí, acepto.

— ¿Están listos para hacer sus votos?

Nayeon asintió primero, apretando suavemente las manos de Mina. Sus ojos, que ya estaban vidriosos, buscaron por debajo del velo los de ella mientras se aclaraba la garganta. Parecía querer decir mil cosas a la vez, pero tomó aire, y comenzó con una voz temblorosa, pero segura.

—Mina... desde el primer día que te conocí, supe que mi vida nunca volvería a ser la misma. Contigo aprendí lo que significa realmente el amor, la paciencia y la comprensión. Prometo que, a partir de hoy, siempre te cuidaré, te respetaré y estaré a tu lado en los momentos buenos y en los difíciles. Nunca permitiré que te lastimes, me aseguraré de protegerte, aunque sea acosta de mi vida.

Los ojos de Mina brillaban con lágrimas que se resistían a caer. Nayeon tragó saliva antes de continuar, su voz más firme ahora.

—No puedo imaginarme un mundo donde tu no estes presente, así que hoy te escojo y lo volvería hacer una y otra vez, en esta o en cualquier otra vida... porque te amo —trató de finalizar mientras que tragaba saliva—te amo con todo mi ser.

El silencio que siguió no tardó en ser quebrado por el suave suspiro que la pelinegra soltó en un desesperado intento por mantener sus propias emociones controladas. Abrumada por el amor de Nayeon decidió tomar una buena bocanada de aire, llenando su pecho, para luego simplemente soltarlo.

—Nayeon... cuando pienso en todo lo que hemos pasado juntos, no puedo evitar pensar que esto es un sueño. Contigo he encontrado una paz que nunca pensé que necesitaba, me hiciste sentir amada, me hiciste entender que no todo era mi culpa, me volviste un humano, descongelaste mi corazón—sus palabras se tropezaban entre sí ante los nervios por confesar todo lo que la castaña la hacía sentir—prometo que siempre te apoyaré, compartiré tus sueños y tus temores.

Su voz se quebró un poco, pero se recuperó rápidamente, continuando con más fuerza.

—Prometo amarte en cada uno de tus días, incluso en aquellos en los que quizás ni siquiera te ames a ti misma—confesó sin despegar sus ojos de la forma en como las gotas resbalaban por debajo del velo ajeno—te amo Nayeon, te amo muchísimo.

Un murmullo de emoción recorrió la sala, y los susurros de los invitados se hicieron audibles por un momento antes de que Jihyo alzara las manos una vez más, silenciando a la multitud.

—Gracias por compartir sus votos —dijo con una sonrisa cálida, aunque era evidente que estaba haciendo un gran esfuerzo por no echarse a llorar—ahora, si ambos están de acuerdo, procederemos al intercambio de anillos.

Un niño pequeño, salió de entre la multitud. Su cabello negro llamaba la atención de todos los presentes mientras que las lágrimas resbalaban tímidamente por sus mejillas. Seungwoo continuó llorando sin dejar de caminar. Mina tuvo que apretar suavemente de las manos de la castaña para evitar que ella corriera a su rescate. Cuando llegó al altar, la pelinegra no dudó en inclinarse presionando suavemente sus manos sobre las mejillas del contrario tratando de limpiar sus húmedas y sonrojadas mejillas, "no llores, mocoso" murmuró con suavidad, para luego simplemente tomar los anillos y enderezarse.

—Con estos anillos —continuó Jihyo mientras que Seungwoo se alejaba yendo directamente donde el castaño, quién distraídamente trataba de consolar a Jackson y Changbin que berreaban muy cerca de su puesto— sellarán el compromiso que han hecho hoy—prosiguió observando detenidamente a la joven pareja— que estos anillos sean un símbolo eterno de su amor y lealtad.

Nayeon tomó el anillo primero, deslizándolo lentamente en el dedo de Mina mientras susurraba suavemente:

—Con este anillo, te entrego mi corazón, mi alma y mi vida.

Mina, con manos temblorosas pero una sonrisa que infartaría a más de alguno hizo lo mismo, colocando el anillo en el dedo de la contraria.

—Con este anillo —dijo con una voz que apenas era un susurro— prometo amarte siempre, en todas las formas posibles.

Jihyo rápidamente volvió a llamar la atención de todos los presentes.

—Por el poder que me ha sido otorgado, los declaro esposa y mujer. Mina, puedes besar a la novia.

Mina ni siquiera esperó a que la Santa finalizara bien sus palabras cuando ya había estirado sus manos agarrando suavemente del velo de Nayeon para echarlo hacia atrás. Sinceramente, agradecía que ella hubiese mantenido su rostro escondido, si no, no hubiese sido capaz de mantener la cordura ante lo preciosa que se veía con el tenue maquillaje que adornaba sus atractivas facciones. Casi sin aliento tiró suavemente del cuerpo de la castaña hacia su dirección y la besó, bajo los aplausos y las exclamaciones de alegría por parte de los invitados.

La ceremonia había culminado, pero para ellas, la diversión apenas comenzaba.

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