Defendiendo lo que es suyo
Narrador omnisciente.
El rumor de que la Gran Duquesa había contraído matrimonio con la hija bastarda del Marqués Im y que prontamente iba a realizar una boda privada rápidamente comenzó a esparcirse por las frías tierras del Norte, así que para ella no fue para nada una sorpresa el oír al nervioso Chan avisando que los nobles que cuidaban fervientemente de su vasto territorio se encontraban en el gran salón esperando con calma el recibir una respuesta que pudiese aclarar el absurdo rumor de ella estando compartiendo su vida con alguien más. La pelinegra soltó un suave suspiro mientras que se revolvía el cabello tratando de esa forma poder mantener la calma, francamente este tipo de situaciones eran un fastidio para ella, le irritaba la simple idea de tener que ver las caras de aquellos idiotas y más cuando tenía que dar explicaciones; ella, la Gran Duquesa, no debía darle explicaciones a nadie más que no fuese su esposa. Irritada mantuvo sus ojos fijos en su sirviente, él parecía estar realmente asustado así que decidió en un completo silencio simplemente el levantarse de su asiento sabiendo que sería mejor terminar con esto de una buena vez que estar prolongando lo inevitable.
De repente, para su sorpresa el suave susurro malicioso que provenía de sus propios demonios bruscamente acariciaron sus oídos, por instintos se quedó quieta sintiendo unas frías manos agarrándola desde el cuello tratando de someterla contra su escritorio así que rápidamente presionó sus manos sobre la madera ejerciendo toda la fuerza que tenía para no inclinar la cabeza, jadeó de golpe sintiendo el calor abrasador perforando su piel; ellos querían devorar la poca alma que aún conservaba, ella lo sabía. Mina por impulso apretó los dientes siendo plenamente consciente de que solo era su mente tratando de acabar con su cordura para darle paso a que sus instintos salvajes actuasen por cuenta propia. Chan al notar como su expresión había cambiado y la forma en que sus dedos se hundían sobre la madera no tardó en comprender que lo que más temía nuevamente estaba ocurriendo. Francamente, tras la llegada de la joven Nayeon olvidó momentáneamente de que Mina seguía teniendo la necesidad de asesinar, en sí, creyó que con la existencia de la Madame, Mina podría controlar el monstruo que continuaba creciendo con el pasar de los años.
La pelinegra tomó una buena bocanada de aire mientras que se mordía el interior de su mejilla sintiendo el caliente líquido deslizándose por su lengua y entre sus encías.
La primera vez que la muchacha fue consciente de la existencia de los demonios en el interior de su cabeza, fue el día que asesinó al primer ser humano, desde ese día que los monstruos en el interior de su mente no se callaban. Ella intentó de todo para poder silenciarlos desde herirse hasta encerrarse en su habitación, hubo una temporada que dejó de utilizar su espada teniendo la genuina esperanzada de que ellos por fin la dejasen en paz, pero las cosas no salieron como lo ella lo había planeado, en realidad, solo empeoraron, el hambre voraz de arrancar el alma a alguien más se hizo realmente insoportable, así que durante ese frío invierno, cuando tenía tan solo veintitrés años la joven Duquesa asesinó una docena de humanos. Cuando los demonios tomaban el mando de su cuerpo ella no podía hacer nada al respecto, la dominaban, aprovechaban sus miedos y se alimentaban de ellos, así que cuando la matanza terminaba y el hedor de la sangre envolvía sus fosas nasales ella podía ser testigo de las terribles acciones que cometió sin ser consciente de ello. Tras la matanza que realizó sin ayuda de nadie, tomó la decisión de torturar ella misma a los presos con tal de poder mantener a los demonios satisfechos. Ahora bien, ese había su primer medio de contraataque con estas bestias que convivían junto ella, francamente creyó que no tendría otra forma de poder solucionar las cosas, pero cuando vio por primera vez a Nayeon y sintió cómo, por primera vez los demonios se callaban se dio cuenta que había una pequeña posibilidad de que ella pudiese salvarla de su locura. Para su desgracia solo fue en esa ocasión que los demonios guardaron silencio aunque sí que era verdad que, a comparación de antes, ellos se mostraban más apacibles cuando ella estaba cerca de la pelinegra. Mina aún no tiene una respuesta clara del por qué ellos estaban actuando de esa forma cuando la castaña andaba cerca suyo, de momento, piensa que, durante estos días había estado tan ocupada tratando de entender el actuar de su joven esposa que tal vez por esa razón no sentía tanto la presencia asfixiante de los demonios, pero ahora que se estaban llevando relativamente bien, el hambre voraz volvía a estar presente.
Los demonios continuaron susurrando sobre sus oídos mientras que sus dedos calientes continuaban tocando sin pudor alguno las partes expuestas de su trabajado cuerpo; Mina las sentía como si se estuviesen deslizando cuan serpiente no actuaría, rápidamente le hicieron recordar el anhelo de sentir el hedor de la sangre fresca de sus enemigos; ellos deseaban con tantas fuerzas que comenzaba a ser realmente difícil el poder mantener la calma. Mina volvió a jadear a la vez que se inclinaba. Con fuerza continuó apretando sus dientes sintiendo la cabeza bombeando con la suficiente violencia para causarle un dolor desagradable.
No podía perder el control, Mina lo sabía, no debía dejar que ellos ganaran.
—Duquesa...—Chan no tardó en armarse de valor para llamarla con suavidad notando rápidamente como ella simplemente trataba de enderezarse llevándose una de sus manos contra su frente para limpiar el sudor que había comenzado a escurrir por su piel. Agotada la chica alzó su mirada observando cómo el muchacho no dudaba en tensarse en su sitio ante esos fríos ojos color escarlata que la mayor poseía estando completamente fijos en su pálida expresión—¿Desea que saque a sus vasallos del Ducado?—cuestionó aún cuando el miedo en su cuerpo era completamente abrumador. Él era consciente de que debía medir sus palabras, debía tener cuidado con lo que decía o siquiera pensaba; en estos momentos Mina perfectamente podría perder el control por la cosa más pequeña e insignificante, así que debía encargarse de dejar que, por lo menos los nobles salieran con vida de la habitación.
—No—rápidamente la chica respondió mientras que deslizaba su palma de su frente para llevarla contra su cuello. Maldición, pensó la pelinegra sintiendo como el hambre no la dejaba en paz. A pesar de que había asesinado a una de sus mascotas, y que día tras días torturaba al ya desgastado herrero, seguía sin ser suficiente para callar las voces de su cabeza—...—en silencio tomó una buena bocanada de aire mientras que bajaba su mano. Fingiendo tranquilidad se acomodó la ropa metiendo su camiseta dentro de sus pantalones para luego envolver su espalda con una gruesa chaqueta. La espada continuaba colgando al lado de su cintura, por un segundo pensó que lo mejor sería dejarla en el despacho, pero su mano rápidamente se posó sobre el mango de ésta en señal de no querer dejarla ir—vamos...—respondió comenzando a caminar fuera de su escritorio—quiero escuchar que tienen que decir estos imbéciles—aclaró a la vez que caminaba hacia la salida sintiendo el deseo de sangre cada vez siendo más difícil de tolerar.
Cuando la pelinegra llegó a estar frente a la puerta decidió simplemente estirar una de sus manos para abrir de esta, lo hizo con la suficiente fuerza para sentir el frescor causado por la misma inercia de su acción acariciando su corto cabello azabache. Rápidamente sus piernas se quedaron paralizadas en su sitio al notar con sorpresa como su esposa estaba de pie frente a la habitación con una pequeña bandeja de plata sobre sus palmas dejando en exhibición unas galletas malformadas. No supo que decir, se quedó quieta notando la vergüenza en la expresión ajena, como si estuviese haciendo un gran esfuerzo para estar de pie, frente a su despacho. Mina al comprender de quién se trataba decidió dar un paso hacia atrás sintiendo como el deseo mortal de querer lastimar a alguien bruscamente aumentaba llegando al punto que realmente pasó por su cabeza el sacar su espada para lastimar a su propia esposa, a quién juró jamás dejar que nadie lastimara. Aléjate de mí, suplicó notando como ella era incapaz de mirarla a los ojos. Para su mala suerte, Nayeon malinterpretó la situación, ella, de forma ingenua creyó que su esposa le estaba dejando pasar así que simplemente dio un paso hacia adelante consiguiendo acortar la distancia entre ambas. Mina genuinamente asustada por perder el control solo atinó a elevar su mano golpeando con fuerza la bandeja en un vano intento por hacerla retroceder, como era de esperarse, está voló por los aires mandando su contenido directo al suelo sin darle tiempo a ninguno de los presentes de poder hacer algo al respecto. La castaña amplió sus párpados ante la sorpresa mientras que se llevaba las manos al pecho, la pelinegra en cambio, al comprender lo que había hecho simplemente atinó a retroceder sintiendo la culpa azotando violentamente su cabeza. Chan rápidamente se acercó interponiéndose entre la Gran Duquesa y su esposa, aún cuando era consciente de que la probabilidad de morir bajo las manos de su dueña eran muy altas, el chico de todas formas elevó sus manos tratando de no inquietar a la bestia, pero los demonios en ella no parecían querer tranquilizarse.
Mina jadeo sintiendo el hambre carcomiendo su estómago así que sin siquiera dudarlo decidió presionar sus manos sobre su abdomen hundiendo sus dedos por sobre su camiseta solo para poder callar lo que estaba sintiendo, basta... por favor, detente, suplicó sabiendo que estaba asustando a su joven esposa. Rápidamente los demonios internos de Mina se las arreglaron para hacerla arrodillarse en el suelo, por instinto llevó sus manos contra la fría madera notando como sus dedos no dejaban de sacudirse. Francamente, Mina esperaba que Chan se las arreglara para sacar a la castaña, sabía que prontamente perdería el control y no quería asesinar a la única mujer que parecía no tenerle miedo.
Chan no pudo lograrlo, aún cuando era evidente el miedo que envolvía el cuerpo de la joven castaña, ella de todas formas decidió empujar el hombro del más alto para comenzar a acercarse donde se encontraba la temblorosa pelinegra. El chico sorprendido simplemente la miró, como si no fuese capaz de comprender lo que estaba ocurriendo, mientras que ella, con cuidado encorvó los hombros al igual que sus rodillas comenzando de esa forma a acercarse suavemente en dirección de Mina como si estuviese tratando de tocar a un animal visiblemente asustado. Mina, al sentir su presencia simplemente atinó a alzar la mirada viendo con un genuino odio y desprecio las tranquilas facciones que su esposa estaba dejando ver.
—M~Madam...
Chan trató de llamar a la necia castaña, pero como lo sospechaba, ella simplemente lo ignoró arrodillándose calmadamente frente a su esposa notando como la pelinegra no dudaba en retroceder como si fuese consciente que, en cualquier momento podría atacar. Aún cuando era evidente el hecho de que Mina no estaba bien, ella hizo todo lo posible por mantener la calma, con fuerza se mordió el labio inferior mientras que cerraba sus puños sintiendo las cortas uñas perforando cruelmente su piel; estaba haciendo todo lo posible por alimentar los demonios sin tener que utilizar el cuerpo de alguien más.
Por primera vez, Mina estaba haciendo todo lo posible por no lastimar a alguien. Chan no podía creer que lo estaba presenciando.
—¡A~Aléjate!—bramó la más alta mientras que el instinto asesino brotaba sin control de su cuerpo. Su insano poder rápidamente comenzó a hacer estragos en el interior de la habitación, Chan a pesar de haber sido testigo de este, aún no era capaz de soportarlo así que bruscamente cayó al suelo llevándose las manos al cuello sin tener oportunidad de poder protegerse. Nayeon en cambio, a pesar de parecer a punto de desmayarse, de todas formas logró estar frente a su rostro—te mataré...—amenazó notando como ella no parecía intimidada por sus palabras—si me tocas, te mataré—confesó notando como la muchacha simplemente le sonreía con suavidad mientras que estiraba su mano presionando su cálida palma sobre su mejilla consiguiendo que su piel se erizara ante el contacto—te... te mataré—murmuró sintiendo el sabor de su propia sangre envolviendo el interior de la boca.
—Creo en ti—respondió Nayeon haciendo que Mina ampliara sus párpados ante la sorpresa que le había causado recordar frescamente el día que ella le prometió que jamás permitiría que alguien la lastimase—sé que jamás me dañaras, así que no me moveré por mucho que me amenaces—confesó notando la forma en que la más alta le estaba viendo—Mina...—le llamó a la vez que estiraba su otra mano dejando esta posada en su otra mejilla— ya puedes detenerte—aclaró mirándola directamente a los ojos. Mina no supo que decir, mucho menos que hacer al sentir como ella la volvía a sorprender al inclinarse para envolver sus brazos sobre sus hombros. La pelinegra lo sintió fácilmente, las extremidades de Nayeon se sacudía ante el miedo; estaba realmente asustada, su cuerpo desprendía ese sentimiento a pesar de que posiblemente no era su verdadera intención—regresa a ti—susurró presionando esta vez su palma contra la cabeza ajena. Mina se mantuvo en su sitio durante unos segundos tratando de recordar cuando alguien se había tomado la molestia de darle ese tipo de cariño.
Por segunda vez los demonios habían guardado silencio.
—Ha...—Mina jadeó expulsando con fuerza el aire de sus pulmones mientras que elevaba sus brazos presionando sus amplias palmas sobre su delgada espalda—...—guardó silencio escuchando la suave respiración de su acompañante siendo aplastada por la suya. Lentamente el instinto asesino que desprendía su cuerpo comenzaba a disiparse, a pesar de que Nayeon no lo comentó, ella lo supo de inmediato al oír el fuerte jadeo por parte de Chan quién por fin había conseguido tomar una bocanada de aire—... lo siento—se disculpó sin más a la vez que presionaba su mejilla sobre el hombro ajeno notando las galletas en el suelo—lo arruiné—confesó sintiéndose realmente arrepentida por sus propias acciones sin control.
Chan, adolorido se las arregló para tomar asiento tratando de asegurarse de que lo que había escuchado estaba bien. Sorprendido simplemente guardó silencio mientras que oía atentamente como, la Gran Duquesa, la terrorífica Tirana del Norte se había disculpado y aceptado su error sin verse en la necesidad de primero haber asesinado a un par de personas. Él no lo podía creer aún cuando estaba siendo testigo de ello.
Nayeon al escucharla por impulso giró su rostro posando sus ojos en las galletas que ya estaban ensuciadas en el suelo. Por un momento realmente sintió pena ya que todo su trabajo había quedado destruido en menos de un segundo a manos de quién se suponía que debía disfrutarlo, pero en el momento en que se enderezó dejando sus antebrazos apoyados sobre los hombros ajenos quedando aún lo suficientemente cerca de su esposa para notar cada pequeño detalle que componía su atractivo rostro supo de inmediato que no había sido realmente su intención el lanzar sus esfuerzos contra el suelo, así que la perdonó.
—Está bien—aceptó las cosas sin más, tan propio de ella. Francamente, esa actitud no le gustaba a Mina aún cuando sabía que no había mucho que pudiese hacer para que ella cambiase—puedo volver a cocinarl... ¿Mina?—cuestionó al notar como ella se levantaba comenzando a caminar hacia donde estaba la comida sin importarle la forma en que Nayeon le veía—¿Qué estás haciend... ¡Espera!—suplicó a la vez que se levantaba notando como la pelinegra sin siquiera mostrar preocupación se las llevaba a la boca comenzando a masticar—¡No lo hagas, estan sucias!—aclaró en el momento que quedó a su lado. Con rapidez le arrebató un pedazo, pero Mina con calma agarro de su muñeca y se inclinó atrapando entre sus labios la comida y parte de su dedo—t~tú...—y no pudo evitar el sonrojarse al notar la forma en que la contraría le veía.
En el momento que Mina se levantó, solo había tenido planeado comer una para que su esposa comprendiera que sus esfuerzos no habían sido desperdicios por su actitud compulsiva, pero cuando posó aquel pedazo sobre su lengua y sintió, por primera vez en años el sabor de la comida no pudo detenerse. Con ansiedad se llevó un par más de galletas escuchando de fondo como Nayeon continuaba llamando su nombre, con fuerza comenzó a masticar sintiendo el picor en sus ojos, ¿De verdad iba a llorar? se cuestionó sorprendida de estar teniendo ese tipo de reacción, pero para su suerte logró contener las emociones viendo con interés como su esposa le estaba observando; ella parecía estar llena de preocupación. La pelinegra tranquilamente tragó pensando seriamente que había estado delicioso; jamás probó algo parecido, así que no sabía si este era el sabor natural de las galletas o simplemente había estado bueno porque fueron hechas por Nayeon.
—Estuvo delicioso—admitió mientras que se limpiaba las comisuras de la boca notando como las mejillas de su esposa estaban completamente encendidas—...—no pudo soportar esa actitud adorable en su mujer, así que en silencio giró su rostro notando como Chan estaba observando lo que ocurría entre ella y la joven castaña—ya me siento mejor—confesó a la vez que daba un paso hacia atrás sabiendo que tenía algo que hacer—ya no tengo ganas de matar.
—E~Eso...—y Chan tuvo que morderse la lengua para no soltar "es imposible" sabiendo que eso podría calmar la tranquilidad en la bestia—... ¿Quiere que la lleve donde sus vasallos?—cuestionó esperanzado de que ella se negara y que, solo por esta vez, permitiría dejar a los nobles con sus cabezas adheridas a sus cuellos. Para su mala suerte, la pelinegra simplemente asintió con su cabeza, así que no le quedó de otra más que levantarse—por favor... acompañeme Gran Duquesa.
—Nayeon—Mina rápidamente le llamó ignorando momentáneamente al más alto. Su esposa con calma giró su rostro posando sus bonitos ojos verdes en su tranquila expresión—no estaban envenenadas—aclaró referente a la comida que había consumido consiguiendo que su acompañante simplemente inflara sus mejillas ante la irritación que le había causado el oírla. Mina la miró sorprendida, francamente ella no esperaba esa reacción—ams...—estaba avergonzada y Chan era testigo de eso—bueno...—impulsivamente miró la pared tratando de ordenar sus propias ideas—tienes permitido ingresar en mi despacho si es para traer comida—aclaró haciendo que ella la viera con los párpados completamente abiertos.
Chan se quedó quieto. Él había escuchado bien, no había sido un error; realmente la Gran Duquesa había dado el permiso para que alguien más ingresara en su lugar privado cuantas veces quisiera. Ese tipo de cosas no ocurrían con frecuencia, en realidad, era la primera vez que ella permitía que una mujer ingresara en su espacio personal. Probablemente su Madame aún no entendía el avance significativo que Mina acababa de hacer, es probable que nadie lo entendiera, pero el hecho de que ella hubiese permitido que alguien más ingresara y que le trajera comida aún cuando la probabilidad de matarla incrementaba, eso significaba que ella estaba confiando plenamente en su mujer.
—¿Gran Duquesa?—Chan realmente no quería interrumpir el momento, pero sabía que si la llevaba las cosas podrían salir mal. En silencio Mina le dio un rápido vistazo haciendo que él se incomodara—¿Vamos?—cuestionó observando atentamente como la pelinegra le daba un par de palmas sobre la cabeza ajena para luego simplemente comenzar a caminar hacia su dirección.
—Quedate en tu habitación—ordenó dándole un rápido vistazo para notar que ella seguía estando en su sitio—no tardaré—aclaró dejando al aire una situación que fácilmente podría ser malinterpretada—muévete—fue todo lo que dijo en el momento que llegó donde Chan, él, avergonzado simplemente comenzó a caminar sin antes hacer una reverencia para despedirse de Nayeon. Ella seguía aturdida por lo que había escuchado, así que tardó un poco más en responder—hablo en serio—aclaró cuando sus ojos estuvieron enfocados en su esposa—no salgas de tu habitación—no parecía que estuviese jugando, así que Nayeon simplemente aceptó.
Pov: Myoui Mina.
Las voces seguían calladas y se mantuvieron así hasta que llegué a la habitación. Chan parecía nervioso dandome una que otra mirada mientras que caminábamos hacia nuestro destino. Decidí no hacer comentarios, la situación se había entornado extraña, él había visto una faceta en mi que nadie conocía, así que francamente era incómodo, pero tampoco iba a estar dándole explicaciones por lo cual, la incomodidad en ambos simplemente empeoraba. Se detuvo en el momento que llegamos, con calma pasé por su lado sin tomarme la molestia de escucharlo avisando mi ingreso. Chan nervioso trató de seguirme el paso mientras que yo me paraba en el umbral de la puerta viendo con cierta indiferencia como los nobles se colocaban de pie. Frente a mi estaba el Barón Kim, Marqués Park, Conde Minatozaki y el vizconde Son.
—Tomen asiento—ordené mientras que ingresaba con Chan caminando obedientemente detrás de mí. Ni siquiera me tomé la molestia de verlos, con calma caminé hacia mi puesto donde tomé asiento, esto es una pérdida de tiempo, pensé a la vez que veía como ellos parecían a punto de explotar—me casé y no hay nada que ustedes puedan hacer, así que ahorrémonos malos entendidos y acepten la realidad—aclaré presionando mi codo contra el reposabrazos para dejar descansar mi mejilla sobre mi puño cerrado. Rápidamente pude notar como el Barón Kim era el primero en colocarse de pie.
—¡Gran Duquesa!—me llamó mientras que yo solo lo veía en silencio—usted... se casó con la hija del Marqués...—se notaba a simple vista que estaba haciendo un gran esfuerzo por no saltar la palabra "bastarda", buen chico, pensé sabiendo que, con solo escucharlo no dudaría en cortar su cabeza—¡Usted debería estar casada con una princesa!—aclaró haciendo que yo apretara mis labios sintiendo el escozor en mi labio inferior ante lo lastimado que lo había dejado al tratar de controlar mi locura—¡Gran Duquesa pienselo bien!—suplicó al punto de arrodillarse—puede perfectamente tener una mujer de su altura—continuó hablando. Al notar que no se callaría decidí simplemente contar en mi mente siendo consciente que no podía arruinar mi buen humor solo por las palabras vagas de un idiota—¡Si tanto es su anhelo por casarse puedo ofrecer a mi hija!.
—¡No, mi hija es mucho mejor que la suya!—aclaró el Conde mientras que yo deslizaba mi mirada de la expresión angustiada del Barón para centrarme en el otro idiota. ¿Será consciente de las infidelidades de su esposa? me pregunté con interés a la misma vez que lograba sentir escalofríos recorriendo por toda la extensión de mi espalda—Duquesa—rápidamente se acercó colocándose al lado del otro idiota patético—acepte la mano de mi hija, le juro que ella es la mujer perfecta que usted se merece.
Al escucharlo no pude evitar el alzar una de mis cejas.
—¿Qué te hace pensar que mi mujer no es perfecta?—pregunté sintiéndome gratamente sorprendida de estar aún manteniendo la calma—... ha...—suspiré deslizando mis dedos de mi mejilla hacia mi nuca, esto se estaba volviendo una molestia—no me pongan de mal humor—aconsejé mientras que mis ojos fríos se posaban en cada uno de los individuos notando fácilmente como ellos tensaban sus hombros—...—en silencio posee mis ojos en el Conde—tenga cuidado Conde Minatozaki—comenté manteniendo mi mirada fija en la forma en que sus hombros se habían sacudido—las palabras son muy afiladas... usted ni siquiera se dará cuenta cuando ya tenga la lengua cortada, así que tenga cuidado con lo que dice—aclaré consiguiendo que él presionara su frente contra el suelo—ha... veo que no ha quedado claro así que lo repetiré nuevamente—continué hablando mientras que me acomodaba en mi asiento—ya estoy casada. La boda se realizará dentro de unas semanas y de la cual ustedes no están invitados así que ni se aparezcan frente a mi—aclaré a la vez que me inclinaba consiguiendo que ellos se mantuvieran paralizados—no tengo pensado en dejarla ir, así que no intenten nada estúpido porque en cualquier momento puedo hacer limpieza en mis tierras—dejé la amenaza sobre la mesa, ahora solo quedaba de ellos el ver como querían actuar.
—Gran Duquesa—este fue el turno del Marqués Park. Él tenía una posición elevada desde que su hija fue considerada Santa, no es un hombre que fácilmente pueda ser tocado, pero si me hacia enojar, su cabeza de todas formas rodara por el suelo—no estoy a favor—confesó haciendo que yo simplemente mantuviera mi atención fija en su calmada expresión—es una hija ilegítima—mis puños se cerraron al oírlo hablar de mi esposa—la sangre mezclada no debe tener el poder que usted le está ofreciendo—aclaró haciendo que yo me levantara.
Como era de esperarse rápidamente los demás vasallos retrocedieron menos el Marqués quién continuó estando en su sitio.
—¿Realmente crees que el poder de tu hija te mantiene a salvo en el Norte?—cuestioné notando por primera vez desde que llegué su expresión sorprendida—...—en silencio me incliné presionando mi dedo sobre su hombro—puede que tengas inhumanidad, pero eso solo funciona en la Capital... en estos momentos estas en mi territorio, por ende, son mis reglas—susurré notando su piel erizarse—así que si vuelves a hacerme perder el tiempo diciendo tonterías como sangre mezclada o hija ilegítima, no dudaré en dejar a tu hija huérfana... ¿Lo ha comprendido?—pregunté a la vez que me alejaba dándole unas secas palmadas a su hombro.
—Duque...
—Lo repetiré una última vez y espero que, con esto les quede claro en sus pequeños cerebros—comenté dando un paso hacia atrás interrumpiendo al Conde antes de que dijera algo que me terminara por volver loca—me casé—confesé mientras que posaba mis manos detrás de mi espalda—mi mujer se llama Myoui Nayeon y no necesito ni quiero a nadie más que no sea ella, ¿Quedó claro?—realmente estaba irritada, quería sacar mi espada y matarlos a todos, pero sabía que la sangre quedaría impregnada en mi ropa y no podía ir así a ver a mi esposa, por lo cual, decidí contenerme—esta es mi primera y ultima advertencia—aclaré manteniendo aún mis ojos en cada uno de las personas que seguían estando en la habitación—no toquen a mi mujer... solo con que uno de sus cabellos esté fuera de sitio y yo los mataré a cada uno de ustedes y luego iré por todo lo que aman—admití logrando que ellos temblaran—nunca olviden que soy yo quién les está mostrando misericordia así no sean tan idiotas de pensar que tendrán otra oportunidad.
—Gracias Duquesa—rápidamente todos agradecieron por mi misericordia.
No respondí, con tranquilidad salí de la habitación dejándolos ahí, temblando en rabia. Francamente sabía que ellos me odiaban, pero no me importaba, yo destruiría todo aquel que tratase de lastimar a mi esposa.
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