Conoce tu lugar
Pov: Im Nayeon.
El silencio nunca había sido tan insoportable como lo estaba siendo en estos momentos, pero no me atrevía a alzar la voz por temor a que mis propios pensamientos me pudieran traicionar, así que continué apoyada en la pared con mis dedos aferrándose a la suave tela que cubría gran parte de mi cuerpo; esta vez los sirvientes me habían obligado a cambiarme de ropa, como pudieron se las arreglaron para limpiar mi desastroso cuerpo mientras que yo mantenía mi atención fija en la forma en que los guardias trasladaban el abatida cuerpo de mi esposa hacia su propia cama. En un colchón limpio, y suave, muy alejado del desastre que yo había dejado posterior a mi proceso de parto. Ya más arreglada y sin sentir el hedor propio de mi sangre, me escondí en el cuarto donde estaba mi mujer sintiendo los ojos ardiendo y la garganta cerrada. Nunca pensé que volvería a verla en un estado tan deplorable, su majestuoso cuerpo que en algún momento llegó a ser tan intimidante y cautivador, ahora parecía verse más pequeño y frágil, como si las propias sabanas que cubrían gran parte de su anatomía pudiesen llegar a romperla por su propio peso.
Debo confesar que aun no había visto a mis hijos, y aunque había visto a Seungwoo tras salir del pasillo, no tuve el valor como para poder contenerlo, así que solo seguí con mi camino sintiendo sus ojos fijos en mi cuerpo hasta que lo perdí tras cerrar la puerta. Sabía que los bebés y mi muchachito mayor estaban bien, ya que cada una hora-precisamente una hora-, Jackson hacia acto de presencia para informar el estado de los pequeños, en su ultima visita se atrevió a preguntar el nombre de los niños, parecía incomodo con la idea de simplemente llamarlos herederos, pero yo no tenía cabezas para poder darles un nombre apropiado, mucho menos deseaba que otra persona que no fuese Mina los nombrase, así que esquivé la pregunta con una simple y fría mirada.
Suspiré mientras que llevaba mis dedos contra mi esternón, para luego subir hacia mi garganta sintiendo la compresa envuelta en mi piel, misma zona donde anteriormente había tratado de matarme, me generaba vergüenza el simple hecho de pensar en que había perdido el control de mis emociones, pero no pude realmente evitarlo, a pesar de que la situación había sido distinta y que en esta ocasión no la había encontrado en medio de los escombros con innumerables espadas atravesando su bonito cuerpo, la idea de verla morir frente a mis ojos desequilibrio por completo mi mente, dejé de pensar, dejé de razonar, tan solo me centré en ella, y en cómo estaba perdiendo al amor de mi vida. Sobre todo, que moría y que yo no podía hacer nada para evitarlo.
Eso realmente me rompió.
De repente y para mi propia sorpresa el crujido de la madera rompió por completo el silencio en la habitación, con cierta rapidez giré mi rostro deslizando mi mirada en dirección del sonido. Con los labios sellados y el rostro prácticamente inexpresivo enfoqué mi vista en Jihyo quién se encontraba acomodándose en una de las sillas de la habitación, aunque lo que mas llamó mi atención fue el hecho de que su mano derecha seguía presionando con fuerza el sucio pañuelo de seda sobre sus fosas nasales mientras que su mirada se veía más oscura de lo normal a causa de las ojeras que enmarcaban sus facciones. El sangrado continuaba, pero en menor cantidad a como había estado horas atrás. Prácticamente a los segundos de comenzar el tratamiento y aun cuando yo le estaba brindando gran parte de mi maná, su cuerpo no parecía ser capaz de soportar todo el desgaste; la sangre rápidamente brotó de sus fosas nasales, hasta llegó a vomitar sangre sobre el cuerpo ya estropeado de mi esposa, por un momento pensé que ella también moriría frente a mí, pero no lo hizo, porque ella era fuerte, probablemente mucho más fuerte que cualquier otra persona en este Imperio o de este mundo, así que continuó con su trabajo mientras que tragaba el sabor metálico que desprendía su propia garganta.
Cuando finalizó permitió que Mina fuese trasladada y henos aquí, ambas esperando de que ocurra un milagro.
—Su núcleo esta restaurado... estoy segura de que pude sentir vagamente sus latidos—Jihyo decidió romper el silencio que habíamos creado provocando que yo tuviese que contener el aliento por temor de que estuviese hablando antes de tiempo.
—Aunque ni siquiera parece que pueda respirar con normalidad, pero no se está pudriendo, así que viva debe estar—agregó soltando una amarga risilla, pero sin tener siquiera el valor como para poder acercarse para comprobar si su teoría era acertada—en fin, por lo menos ya no está tuerta—continuó con su monologo mientras que se encogía de hombros.
Me obligué a desviar la mirada de Jihyo y volví a enfocarme en mi esposa. Sus vendajes, que antes cubrían cada rincón de su cuerpo herido, ahora brillaban por su ausencia revelando de mejor manera de su bonita figura. Jihyo realmente era poderosa; había logrado restaurar por completo el núcleo de Mina, hasta logró que su ojo derecho, que había desaparecido sin dejar rastro, ahora estuviese completo y lleno de vida. Incluso las cicatrices que habían desfigurado su anatomía habían sido borradas casi por completo. Pero a pesar de todo este milagroso avance, ella seguía sin despertar, sumida en un silencio inquietante, sin dar el más mínimo indicio de querer mejorar.
Me dediqué a observar su rostro sereno, Mina era bonita, en realidad, siempre había sido bonita, sin importar las circunstancias su brillante apariencia se robaba las miradas sin ningún tipo de esfuerzo, así que temía que alguien más pudiese arrebatarme lo que tanto me tomó conquistar. Deslicé mi mirada hacia su pecho cubierto por un blanco camisón, podía notar sutilmente la manera en que se alzaba con respiraciones tan leves que eran casi imperceptibles, pero sabía que respiraba. Podía jurar ante Dios que lo que veía era real.
Cada minuto que pasaba sentía el peso de la incertidumbre crecer, como una sombra que se cernía sobre mi angustiado corazón. ¿Qué más podíamos hacer? Jihyo había hecho lo imposible, había revertido daños que parecían irreparables, pero había una batalla que ni siquiera su maná parecía poder ganar: la voluntad de mi esposa de regresar a nosotros.
El cuarto estaba impregnado con el olor de hierbas curativas, y el suave resplandor de las velas danzaba en las paredes, proyectando sombras que parecían querer cobrar vida propia. Afuera, la noche se había instalado, y un silencio casi sepulcral envolvía la casa, como si el mundo exterior respetara la gravedad de la situación que se desarrollaba dentro.
—¿Crees que... que está sufriendo? —murmuré finalmente, incapaz de mantener el silencio por más tiempo mientras que mis ojos volvían a recaer sobre el cuerpo de la castaña.
La idea de que pudiera estar atrapada en algún tipo de dolor incomunicable me desgarraba por dentro. Rápidamente Jihyo quién hasta ahora había tratado de evitar en vano mi mirada, por fin se atrevió a observarme, permitiéndome ver la forma en que sus ojos trataban de ocultar la tristeza que debía estar lentamente consumiéndola por esa cruel fachada de confianza.
—No lo sé —respondió con honestidad, su voz apenas un susurro.
Sinceramente no esperaba que fuese sincera. Creí que me llenaría la cabeza con una falsa esperanza.
—Pero dudo mucho que se rinda—agregó tras unos segundos de completo silencio—digo... es Mina sabes, ella jamás permitiría que otra persona entrase en tu vida—confesó al mismo tiempo en que se limpiaba la nariz.
—No hay manera de que yo busque a otra persona —repliqué, un tanto ofendida, mientras la incredulidad se reflejaba en mi voz. Sinceramente lo esperaba de cualquier otra persona, menos de ella.
Jihyo en vez de responder simplemente agachó su mirada observando su sucio pañuelo para luego llevarlo nuevamente hacia sus fosas nasales y repetir de esa manera el mismo movimiento. Cuando creyó que ya no estaba sangrando simplemente dejó la tela sobre sus muslos para así poder elevar su mirada encontrándose de frente con mi intranquila expresión.
—Ya... pero Mina está loca, siempre ha estado loca —confesó, su voz sonando extrañamente despreocupada, como si las consecuencias de sus palabras no tuvieran peso alguno—si su mente enferma cree que hay una mosca revoloteando sobre su comida, no dudará en aplastarla, incluso si eso significa arruinar su propia cena.
Me quedé en silencio. No tenía como refutarla.
—¿Deberíamos traer a la mosca? —preguntó de repente, siendo este acompañado por un destello de humor oscuro que brillaba a través de sus ojos.
—¿Tantas ganas tienes de morir? —repliqué notando como sus comisuras se alzaban, quizás tuvo la leve sensación de que estaba conversando con Mina en vez de conmigo.
—Depende del día—confesó encogiéndose nuevamente de hombros—ahora mismo estoy tan agotada que no me vendría mal un descanso eterno.
—No es divertido—contesté con cierto malestar.
—Lo sé—aceptó dándome la razón.
Volvimos a ese cómodo silencio, aunque no duró demasiado tiempo. Sinceramente hubiese deseado que jamás hubiese hecho esa pregunta.
—¿Qué harás si Mina despierta y desea matar al niño que lleva la maldición?
Se atrevió a romper el silencio con una pregunta que desgarró el aire, haciendo que mi espalda se despegara bruscamente de la pared contra la que me apoyaba. El impacto de sus palabras fue tan profundo que sentí una oleada de frío recorrer mi cuerpo.
—Mis hijos no están malditos—gruñí molesta de su comportamiento.
Jihyo, sin embargo, no se inmutó. Mantuvo su compostura con una serenidad que, de alguna manera, solo intensificó mi frustración. Sus ojos, tan tranquilos como un lago en calma, me observaban sin juicio, solo con una curiosidad que bordeaba lo inquietante. Rápidamente levantó las manos en señal de paz, reconociendo la tensión que sus palabras habían causado.
—Lo sé—admitió, con una suavidad que contrastaba con la dureza de la conversación—pero Mina no dudará en creer que el niño está maldito, igual a como ella lo está.
—Ellos no están malditos—afirmé sin darle espacio para que cuestionara, pero me veía como si estuviese jugando con mi cabeza.
¿Qué vas a saber tú?
—... Una mujer capaz de embarazar a otra... ¿No te parece una cruel maldición? —cuestionó con un deje de diversión en el tono de su voz—digo... por lo menos le gustan las chicas, pero si le gustara un hombre, ¿No sería una crueldad no estar con uno por no poder concebir herederos?
—Muchas mujeres no son capaces de concebir—repliqué aun sin saber porque razón lo estaba haciendo.
—¿Y como son tratadas? —cuestionó disfrutando de mi irritación—mujeres que no pueden parir son tratadas peores que un simple animal.
Cállate... no viene al caso, pensé mientras que cerraba mis puños con fuerza, y sentí cómo las uñas se clavaban en la palma de mis manos, en un intento desesperado de contener la rabia que empezaba a arder dentro de mí.
—¿En serio no te lo has preguntado porque ella tiene esa terrible maldición? —insistió, con una sonrisa sutil en los labios, como si disfrutara viendo cómo plantaba semillas de duda en mi mente, semillas que comenzaban a enraizarse con cada segundo que pasaba.
Déjame en paz.
—No sé a donde quieres llegar, pero es suficiente—ordené sin cambiar mi expresión.
Jihyo suspiró recostando su espalda contra el respaldo de su silla.
—Solo digo que tengas cuidado y protejas a tus hijos—replicó mientras que yo apretaba mis labios—ni tú sabes de lo que Mina es capa...
—Y yo te digo que no hay necesidad, Mina jamás lastimará a un bebé, menos a mis hijos—le interrumpí de forma dura, mi voz había salido más alta de lo que había pretendido, pero con una seguridad que, en el fondo, temía que fuera infundada.
Jihyo me observó con una expresión que me resultó inquietante, como si ella supiera algo que yo desconocía, algo que podría fácilmente cambiarlo todo.
—¿Qué? —pregunté oyendo mi propia voz temblorosa, pero ella simplemente sonrió y desvió la mirada hacia el techo, como si hubiese perdido interés por continuar con la conversación.
—Nada—respondió con un tono que indicaba lo contrario—solo me parece adorable tu inocencia.
Esas palabras se clavaron en mí como un dardo, envenenando mi mente con una mezcla de miedo y confusión. Estuve a punto de responder, de preguntarle con furia qué demonios estaba insinuando, pero algo me detuvo. Un oscuro presentimiento se instaló en mi pecho, diciéndome que la respuesta, fuera cual fuera, sería dolorosa, más de lo que podría soportar en ese momento. Y yo no estaba preparada para seguir sufriendo, no otra vez. Así que, en lugar de enfrentarlo, decidí dejarlo pasar... o al menos eso intenté. Pero mi cuerpo me traicionó.
Lentamente, como si las emociones reprimidas se negaran a quedarse atrapadas, las lágrimas comenzaron a resbalar por mis mejillas, silenciosas y pesadas. La sorpresa me golpeó tanto como a Jihyo, quien, al ver mi reacción, pareció vacilar. Sus manos buscaron apoyo en el respaldo de su asiento, mientras sus ojos, por un breve instante, reflejaban algo parecido a la culpa. Una culpa que tal vez ella no esperaba sentir. Irritada conmigo misma y avergonzada de haber dejado escapar mis emociones de nuevo, llevé mis manos con torpeza a mi rostro, intentando inútilmente ocultar las lágrimas que no podía controlar. Era un gesto tonto, lo sabía, pero en ese momento, era todo lo que podía hacer para protegerme, para no desmoronarme por completo bajo la mirada de la contraria.
—Lo siento—se disculpó mientras que yo sacudía mi cabeza en negación—pero...
—No quiero saberlo—la interrumpí mientras que me limpiabas las mejillas—ha...—tomé una buena bocanada de aire en un desesperado intento por recomponerme—realmente no quiero saberlo—confesé al mismo tiempo en que la veía—aun si lo que sea que sepas fuese tan terrible como para horrorizarme, no quiero saberlo... Dios, realmente no quiero saberlo...
Creí que ella lo entendería. De verdad que pensé que dejaría el tema hasta acá.
—... Entonces déjame proteger al niño—su súplica me tomó por sorpresa, así que solo pude mirarla, incapaz de procesar la magnitud de lo que acababa de decir—déjame criarlo lejos del Norte.
Parpadee incrédula.
—¿Te estas escuchando? —cuestioné tratando de entender si ella realmente comprendía lo que estaba diciendo—¿Le estas pidiendo a una madre que entregue a su hijo recién nacido? ¡Un hijo que ni siquiera ha sostenido en sus brazos! —mi tono se alzó, rabioso, mientras sentía el calor de la indignación subiendo por mi cuello, extendiéndose por mi rostro—estas cruzando la línea, Park.
Vi sus hombros tensarse, pero ni eso parecía detenerla.
—Ese niño morirá en el Ducado—pronunció las palabras con una frialdad que no esperaba de ella.
Sentí que el mundo se tambaleaba bajo mis pies y, sin pensarlo, cerré la distancia entre nosotras con unos pocos pasos. Rápidamente mi mano voló hacia su rostro con una fuerza que no fui capaz de reconocer como propia mientras que el sonido de la bofetada resonó en la habitación, un estallido que parecía partir en dos la realidad. El silencio que siguió fue ensordecedor, solo roto por mi respiración entrecortada.
Vi cómo Jihyo se enderezaba lentamente, su mejilla empezando a tomar un tono rojizo que se extendía hasta su oreja. No mostró signos de rabia ni de arrepentimiento; solo una serena aceptación.
—Vale, me lo merecía —admitió en un murmullo, su voz calmada, casi resignada no me hizo sentir mejor.
—E~Estoy tan cansada de esta mierda—confesé, sintiendo cómo mi voz se quebraba, cómo la rabia daba paso a una profunda y desgarradora tristeza—así que detente, y deja de decir estupideces como llevarte a mi hijo lejos de mí.
—... Solo estoy tratando de protegerlo.
Sus palabras colgaron en el aire entre nosotras, creando una barrera invisible y dolorosa. Mi mente se llenó de imágenes, recuerdos que no quería enfrentar, pero que ahora se presentaban con una claridad aterradora. ¿Protegerlo? ¿De quién o de qué? No podía evitar que el nombre de Mina cruzara por mi mente. La simple idea de que Jihyo pudiera pensar que mi esposa era una amenaza para nuestro hijo me resultaba insoportable, pero no me atrevía a preguntar, no tenía el suficiente valor como para cuestionar porque básicamente me aterraba la respuesta.
Me aterrorizaba no conocer a mi propia esposa.
Alguien tocó la puerta en el preciso instante en que la tensión en el aire estaba a punto de desbordarse. Fingiendo una serenidad que no sentía, giré lentamente el rostro hacia la puerta, intentando mantener la calma, aunque mi corazón latía con fuerza. Rápidamente la puerta se abrió con un leve chirrido, la cabeza Jeongin apareció en el umbral, asomándose con una cautela palpable, como si temiera interrumpir algo más que una simple conversación. Sus ojos, siempre tan expresivos, recorrieron la habitación con rapidez, pero inevitablemente terminaron posándose en mí. En ese instante, un destello de emoción cruzó su mirada, un brillo que ya había notado en otras ocasiones, y que esta vez me hizo estremecer.
Sabía, con una certeza incómoda, que Jeongin sentía algo por mí. No podía negarlo ni ante mí misma. La forma en que sus ojos se iluminaban cada vez que se encontraban con los míos, la manera en que su respiración se volvía más rápida y superficial cuando estábamos cerca... Era evidente. Lo más perturbador era que ni siquiera hacía el esfuerzo de ocultarlo. Y eso me aterrorizaba. No por mí, sino por él. Mina, con su carácter frío y su determinación implacable, lo mataría si alguna vez se daba cuenta. Estaba segura de que, si llegaba a notar la forma en que Jeongin me miraba, no dudaría ni por un segundo en actuar.
Su amor por mí era fuerte, pero su sentido de posesión y su capacidad para la crueldad lo eran aún más.
—¿Qué sucede? —pregunté notando como él parpadeaba aturdido para luego simplemente asomarse por completo permitiéndome ver lo que sostenía entre sus brazos.
—Los niños tienen hambre —confesó, mientras avanzaba hacia mí sin preocuparse en absoluto de si Mina pudiera despertarse. Sus palabras, cargadas de una mezcla de diversión y preocupación, continuaron— el pequeño In es bastante tranquilo, pero la pequeña Nay no parece tener mucha paciencia; está exigiendo su comida —comentó, con una sonrisa que reflejaba su ternura hacia los recién nacidos.
Yo lo observaba en silencio mientras que mi ceño lentamente comenzaba a fruncirse tras escuchar sus palabras. La mención de los nombres me sorprendió de la misma manera con la que me molestó.
—... ¿Le pusiste nombres a mis hijos? —pregunté sonando más arisca de lo que había pensado.
Jeongin se detuvo en seco, como si acabara de darse cuenta de la magnitud de su acción. Sus ojos se abrieron de par en par, y la sonrisa se desvaneció lentamente de su rostro.
—Oh... ¿Cometí un error? —dijo, su expresión cambiando a una de ligera preocupación—es que me pareció cruel que niños tan preciosos no tuviesen nombres, así que les llamé In y Nay—agregó mientras que yo veía por el rabillo de mis ojos como Jihyo se acercaba a mi hijo.
—Park. Aléjate de mis hijos—ordené notando como ella bruscamente se detenía.
—Solo quería ver su condición.
—No necesito que lo hagas—repliqué viendo como ella simplemente suspiraba para caminar esta vez hacia la cama.
Con calma se sentó a un lado de Mina y simplemente la observó.
—Dame a mi niña—pedí, volviendo mi atención a Jeongin. Su expresión cambió a una de rápida obediencia, y sin vacilar, me pasó a mi bebé.
Finalmente, tuve al pequeño entre mis brazos, y casi me rompo a llorar tras sentir el calor que desprendía su menudo cuerpo y la suavidad propia de su piel. Con cuidado me senté donde anteriormente se había sentado Jihyo y sin esperar siquiera a que Jeongin se girase decidí exponer mi pecho permitiendo que ella, con una energía sorprendente para su tamaño, comenzase a buscar. Su pequeña boca se movía de un lado a otro, y tras unos momentos de búsqueda frenética, finalmente logró engancharse correctamente. La sensación era extraña, pero no me quejé. Con calma, coloqué mi mano sobre su sedoso y corto cabello castaño, sintiendo cómo su cuerpo se asentaba sobre mi antebrazo. A pesar de que a simple vista parecía que había sacado todos mis rasgos, esa fine nariz y el pequeño lunar que sobresalía por sobre su pequeña boca definitivamente habían sido heredados de Mina.
—... Le dije que no tenía mucha paciencia—Jeongin se atrevió a alzar la voz provocando que yo alzase mi mirada notando como él simplemente veía fijamente a mi hija—Nay realmente será una niña explosiva, probablemente será igual de enérgica que Seungwoo.
Pude notar un ligero destello de orgullo en su mirada, pero fue más que suficiente para hacerme comprender que él estaba cometiendo un grave error.
—No llames a mi hija por ese nombre —dije con firmeza, asegurándome de que nuestras miradas se encontraran. La intensidad de mi tono buscaba establecer una barrera clara y definitiva. En sus ojos vi por un breve instante su dolor, como si en su ingenuidad hubiera esperado que su opinión pudiera alterar la realidad. Su expresión solo avivó mi molestia—su nombre es Sharon... Myoui Sharon —añadí con determinación, como si al darle un nombre concreto, pudiera borrar de un golpe cualquier pretensión de apropiación que él mostraba hacia mi hija.
El hecho de que él, y no Mina, hubiera decidido el nombre de mi hija, me resultaba intolerable. Cada vez que pronunciaba ese nombre no deseado, sentía una punzada de resentimiento. Era como si él hubiera usurpado un derecho fundamental que debía corresponder a la madre de mis hijos.
—Pero a mi me gust...
—Jeongin—y antes de que yo pudiese decir algo. Jihyo rápidamente alzó la voz provocando que él voltease hacia ella, sus ojos reflejaban sorpresa y desdén al mismo tiempo—tu opinión aquí no importa, así que cállate. Estás frente a la Gran Duquesa —agregó, subrayando su posición con una autoridad palpable.
Jeongin, visiblemente desorientado y humillado, volteó hacia mí en busca de un apoyo que no iba a recibir. Sus ojos reflejaban una esperanza vana, como si esperara que intercediera a su favor. Rápidamente desvié mi mirada hacia Sharon, quién había dejado de comer. Con delicadeza la levanté y la acomodé en mi hombro para así comenzar a golpear suavemente de su espalda de la misma forma en que la partera me había enseñado meses atrás. No me tomé el tiempo para observar la expresión en el rostro de Jeongin; mi atención estaba completamente centrada en mi hija. Una vez que Sharon se durmió, me levanté de mi silla para llevarla hacia la improvisada cuna que los sirvientes habían dispuesto en un rincón de la habitación por si deseaba tener a los niños cerca de Mina. Con cuidado la recosté sobre las suaves almohadas notando como ella flexionaba sus brazos por sobre su cabeza, la oía haciendo suaves quejidos que enterneció mi corazón, para luego simplemente seguir durmiendo.
Con un último vistazo a mi hija, regresé a donde estaba Jeongin y, sin titubear, decidí arrancarle de los brazos a mi pequeño niño. Sinceramente, ya no quería que él tuviese ningún tipo de contacto con mis hijos, ni siquiera con Seungwoo. Simplemente sentía que estaba mal.
—El niño se llama Dohyun, Myoui Dohyun—respondí ignorando por completo la expresión que realizó mientras que caminaba hacia la silla. Con calma me senté mientras que revelaba mi otro pecho permitiendo que Dohyun comenzase a comer—así que no lo vuelvas a llamar In o Nay, es desagradable.
Mis palabras, aunque duras, eran necesarias. Sabía que el engaño solo fomentaría esperanzas falsas, y no quería que Mina se despertara con una visión errónea de la situación.
Dohyun y Sharon eran hijos de Mina, no de Jeongin. Él debía entender eso.
—... ¿Y si la Duquesa muere? —se atrevió a preguntar.
Hasta Jihyo se sorprendió de la pregunta ya que su espalda rápidamente se despegó del respaldo de la cama. Sinceramente, tuve que hacer un gran esfuerzo por controlar mis emociones, la partera me había dicho que mis emociones podían afectar al bebé, sobre todo si amantaba, así que debía tener cuidado.
—¡Jeongin!
—Si mi esposa muere—interrumpí a Jihyo mientras que veía fijamente al muchacho notando lo desesperado que estaba—y yo enviudo, permaneceré viuda hasta mi muerte, y si mis hijos por alguna extraña razón creen que tu eres su figura paterna, entonces te mataré—respondí viendo por fin su desconcierto—no te confundas Jeongin... Mina no es la única que está mal de la cabeza—terminé sonriendo con suavidad—así que no digas estupideces... hasta un bufón sabe que tipo de chistes puede realizar frente al Rey.
Él me veía como si yo le hubiese roto su juguete favorito.
—... Sí, lo lamento—se disculpó como pudo mientras que hacia una pequeña reverencia—si me disculpa... me marcharé—y como si fuese un ente simplemente dio media vuelta y se fue.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro