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Cena sangrienta.

Advertencia: se recomienda no leer el capitulo si eres una persona sensible a la sangre y asesinato de menores. 

Pov: Myoui Mina. 

Después de limpiar concienzudamente mi armadura en las aguas cristalinas del río, regresé junto al príncipe Chaewon hacia la zona donde el resto de los caballeros habían montado temporalmente el campamento. A pesar del cansancio abrumador que sentía, conciliar el sueño resultó una tarea ardua aquella noche. Mi cuerpo estaba exhausto, pero mi mente no dejaba de dar vueltas. Cada intento de cerrar los ojos solo traía consigo pensamientos que se entrelazaban y me atormentaban sin piedad. Finalmente, me incorporé de golpe, frustrada por mi incapacidad para descansar. Observé en la penumbra cómo la llama de la vela se consumía lentamente, proyectando sombras danzantes sobre las paredes de la tienda. Decidí esperar en silencio el nuevo amanecer, buscando en la quietud de la noche algún consuelo para mi mente agitada.

El tiempo pasaba lentamente mientras los primeros rayos de luz empezaban a filtrarse por las rendijas de la tienda. El cielo gradualmente se tornaba más claro, anunciando el inicio de un nuevo día. Fue entonces cuando me di cuenta de que, a pesar de la falta de sueño, había encontrado una especie de paz en la quietud de aquella fría noche.

—Duquesa... ¿Esta despierta? —la voz tranquila de Chan llenó el silencio del cuarto—voy a pasar—anunció mientras yo permanecía sentada, observando detenidamente cómo movía la tela para abrirse paso. Sus ojos pronto encontraron los míos—¿No logró descansar?

—Estoy bien—respondí al mismo tiempo en que me colocaba de pie—vamos, tenemos que partir a la Capital—comenté mientras que tomaba mi espada.

¿Huh?, pensé, bajando la mirada. No dije nada al respecto, simplemente moví mi arma, sintiendo que algo no estaba bien, aunque no podía explicar exactamente por qué tenía esa extraña sensación.

¿Era idea mía o se sentía más liviana?

—¿Sucede algo? —Chan cuestionó, haciendo que volviera mi atención hacia él.

—No, no pasa nada—respondí, tratando de ignorar esa creciente inquietud.

Chan asintió, pero no parecía completamente convencido. Nos preparamos en silencio, cada uno perdido en sus pensamientos. Era evidente que algo perturbaba el ambiente, pero ninguno de los dos estaba dispuesto a abordarlo directamente.

Finalmente, cuando estuvimos listos para partir, nos dirigimos hacia la Capital, cada uno montando su caballo correspondiente. El sol se alzaba lentamente, pintando el cielo con tonos cálidos que contrastaban con mi intranquilidad interna. No había tenido la oportunidad de hablar con Chaewon desde la noche anterior, y de alguna manera, agradecía ese silencio. La conversación que mantuvimos en el río había dejado un eco de tensión en el aire, y ahora ansiaba un poco de paz, aunque fuera durante este breve trayecto. A medida que avanzábamos por el camino, el paisaje cambiaba gradualmente. Los campos verdes se extendían a nuestro alrededor, salpicados aquí y allá por pequeños pueblos que despertaban lentamente con la llegada del día.

Mientras guiaba a mi caballo con concentración, aprovechaba el tiempo para ordenar mis pensamientos. Habían sucedido demasiadas cosas en muy poco tiempo y las preocupaciones no me dejaban en paz. No podía evitar pensar en cómo estaría mi esposa. ¿La repentina llegada de los caballeros Reales la habría asustado?, me cuestioné, sintiendo cómo la ansiedad comenzaba a carcomer lentamente mi mente. A pesar de que sabía que ella era fuerte y capaz de enfrentar cualquier situación, no podía impedir que mi mente se llenara de imágenes de ella preocupada en nuestra casa, esperando mi tan anhelado regreso.

Intenté enfocarme en el camino frente a mí, en el ritmo constante de los cascos de mi caballo sobre el suelo. El sol se elevaba más alto en el cielo, bañando el paisaje con una luz dorada y reconfortante. Sin embargo, incluso la serenidad del entorno no lograba disipar del todo la inquietud que sentía en el pecho.

Yo debía regresar... ojalá no dentro de un cajón.

Continuamos avanzando sin hacer ninguna parada aun cuando el hambre y el cansancio empezaban a hacerse sentir entre los guardias. En silencio, cada uno de nosotros siguió sobre su caballo, manteniendo una vigilancia constante a nuestro alrededor para prevenir posibles ataques. Sin embargo, el viaje transcurría notablemente tranquilo. Demasiado tranquilo diría yo.

Finalmente, vislumbré las majestuosas murallas que separaban el Norte y el Sur de la gran Capital. Ante nosotros se erguía una imponente estructura de piedra, adornada con enormes telas que ostentaban el escudo de la familia Real. Habíamos llegado finalmente a nuestro destino. Del otro lado se podía oír las trompetas sonando con fuerza, tal parece que los arqueros que custodiaban las murallas dieron a conocer nuestra repentina llegada. El bullicio festivo del festival nos dio una bienvenida abrumadora, confirmando nuestras sospechas de que nuestra llegada no había pasado para nada desapercibida, como si fuesen consciente de que llegaríamos mucho antes de que yo o siquiera Chan supiésemos el tiempo que nos tomaría llegar a la Capital. Fue entonces cuando noté cómo Chaewon, que hasta ahora se había mantenido discretamente entre los guardias del Norte y del Sur, tomaba la delantera con determinación. Su figura se destacaba entre la multitud, mostrando una confianza y autoridad que no dejaban lugar a dudas sobre su posición y objetivos.

Nos adentramos lentamente por los portones abiertos de la muralla, cruzando el umbral hacia la bulliciosa y vibrante Capital. Las calles estaban abarrotadas de gente, cada una disfrutando del festival con un entusiasmo casi contagioso; puestos de mercado llenos de colores y aromas competían por nuestra atención mientras avanzábamos hacia el corazón de la ciudad.

Claramente, esto no había sido organizado a raíz de nuestra llegada. A pesar de que ninguno de mis acompañantes parecía dispuesto a cuestionarlo abiertamente, sabía perfectamente que el Rey había planeado meticulosamente este recibimiento para disuadir cualquier intento directo contra la corona. Es más inteligente de lo que creí, pensé para mí mientras avanzábamos por las bulliciosas calles, observando cómo las mujeres entregaban flores a los guardias que pasaban cerca de ellas. El ambiente festivo y las sonrisas parecían sinceras, pero percibía una falsedad subyacente en toda la escena. Era difícil creer que esta alegría fuera genuina. La cuidadosa coreografía de los eventos, la meticulosa distribución de la seguridad y la exuberancia forzada de los ciudadanos me llevaban a pensar que todo estaba cuidadosamente orquestado para proyectar una imagen de estabilidad y armonía.

Algo claramente irreal para lo que yo conocía.

A medida que avanzábamos, las calles se estrechaban y las casas de piedra oscura parecían apretujarse unas contra otras, como si intentaran contener la efervescencia de la multitud que se congregaba para celebrar. Los mercados rebosaban de vida, ofreciendo desde exquisitas artesanías hasta fragancias exóticas que se mezclaban en el aire con el aroma de la comida callejera.

Cada gesto de amabilidad y cada muestra de apoyo al paso de los guardias reales parecían estar cuidadosamente calculados para tranquilizar a la población y reforzar la autoridad de la corona.

Se sentía asquerosamente peligroso.

No tardamos demasiado en llegar al gran palacio Real. En silencio alcé mi mentón para observar el amplio balcón donde el Rey estaba de pie, acompañado de su bella y joven esposa. Junto a ellos, sólo tres príncipes aún vivían; demasiado jóvenes para ser enviados a la guerra, estaban condenados a la cautividad detrás de los imponentes muros del palacio, esperando alcanzar la mayoría de edad para comenzar con esa silenciosa batalla sangrienta que tarde o temprano daría a conocer al siguiente Rey. La reina, con su porte sereno pero vigilante, contrastaba con la presencia imponente del imbécil que tenía como marido. Su figura, marcada por los años de liderazgo y batallas políticas, irradiaba una falsas autoridad y una cautela palpable, parecía ser un buen Rey... insisto, solo parecía. Los príncipes en cambio me observaban con ojos curiosos y expectantes.

Era evidente que ninguno de ellos tenía ni la más menor idea de lo que ocurriría en el momento en que su hermano mayor ingresase en sus aposentos.

A medida que avanzábamos hacia la entrada principal del palacio, el aire se cargaba de un silencio tenso y expectante. Los guardias, con sus armaduras brillantes y posturas rígidas, vigilaban cada uno de nuestros movimientos con una atención meticulosa. El sol comenzaba a ponerse en el horizonte, bañando el palacio y sus alrededores con tonos dorados que realzaban la majestuosidad de la imponente estructura. Cada paso del caballo resonaba sobre el adoquinado, amplificando la solemnidad del momento. Fui la primera en descender de mi montura cuando vi al mayordomo y mano derecha del Rey. Este nos estaba esperando pacientemente en la entrada. Su figura erguida y su semblante imperturbable irradiaban una calma calculada, como si todo en su mundo estuviera bajo control.

Los rayos dorados del atardecer iluminaban su rostro, resaltando las arrugas profundas que contaban historias de años de servicio y lealtad indiscutible al trono. La sombra alargada del palacio se extendía detrás de él, subrayando la enorme presencia que tenía este hombre en los asuntos del reino.

Frente a mí se encontraba Simon Clorth, un hombre con el que había que tener extremo cuidado. Ese vejestorio había sido la mano derecha del antiguo Rey, el abuelo de Chaewon, y había pasado más tiempo en el palacio que cualquier otra persona. Su presencia era una enciclopedia viviente de los secretos más oscuros y recónditos de este lugar. Nuestros ojos se encontraron rápidamente, y pude percibir de inmediato el desdén en su mirada. Era evidente que no le agradaba: él siempre había despreciado a los Myoui, y ese desprecio se intensificó cuando mi abuelo se negó rotundamente a aceptarlo en nuestras tierras. Para Simon, el hecho de que mi abuelo lo hubiera rechazado fue un insulto personal que nunca perdonó.

Grande fue la sorpresa del antiguo Duque tras saber que ese pequeño Simon que parecía anhelar su posición ahora estaba siendo la mano derecha del joven Rey, un tonto e inexperto Rey que deseaba la paz en el Imperio, una paz que jamás fue capaz de lograr.

—Bienvenida Gran Duquesa y joven Marqués—me saludó haciendo una suave reverencia. Mis hombros bruscamente se tensaron tras notar que él había reconocido a Chan, él ya no es heredero de la casa Marquesa, pensé con mi atención fija en la tranquilidad con la que se enderezaba para poder enfocar toda su atención en el peliblanco que estaba ya a mi lado—Joven príncipe, ¿Ha tenido un agradable viaje?

Insisto, Simon Clorth no era alguien a quien se pudiera tomar a la ligera. Cada uno de sus gestos, incluso la ligera inclinación de su cabeza en señal de saludo estaba cargada de significado. Esperaba que Chaewon fuese consciente de que este vejestorio era nuestro primer obstáculo.

—¿Por qué mi padre no ha bajado? —Chaewon cuestionó con cierta irritación. Tal parece que él tampoco había esperado que el Rey nos hubiese dado la bienvenida desde el balcón—no toquen nada de nuestro equipaje, hay un regalo que Mina le dará a mis padres así que Chan tienes permitido sacar el regalo—ordenó estrictamente que nada fuese tocado mientras que mi perro no dudaba en darme un vistazo. Yo solo asentí permitiendo que él fuese directamente hacia su caballo.

Rápidamente pude notar los ojos inquietos del contrario, creo haber notado un rastro de molestia en el brillo de sus orbes, pero no estoy del todo segura.

—Su majestad el Rey los está esperando en el gran comedor... por favor, acompañadme—pidió mientras que yo deslizaba mi mirada hacia el resto de los cansados caballeros—oh... casi lo olvido—abruptamente regresó su atención hacia el resto del personal—el resto de los caballeros pueden ir a la sala común, ahí se está sirviendo la comida, aunque pueden ir directamente a los baños si es que desean asearse.

Fue todo lo que dijo mientras que ingresábamos al castillo. Al cruzar el umbral de la entrada del palacio, fui recibida por un vestíbulo vasto y opulento. El suelo estaba cubierto con mármol pulido, de un blanco inmaculado, intercalado con intrincados mosaicos que representaban escenas de victorias históricas y leyendas del reino. Las paredes, revestidas con tapices ricamente bordados, narraban historias de glorias pasadas y figuras ilustres de la dinastía real. Candelabros colgaban del techo alto, sus cristales brillando con la luz de innumerables velas, arrojando destellos de luz cálida que bailaban sobre las superficies doradas y plateadas. A cada lado del vestíbulo, columnas de mármol con capiteles dorados se elevaban majestuosamente, sosteniendo un techo abovedado pintado con frescos detallados de cielos azules. Mientras avanzaba por el corredor principal, el sonido de mis pasos junto con el de Chan, Chaewon y Simon resonaba suavemente contra las paredes, acompañado por el eco lejano de conversaciones y risas apagadas provenientes de algún lugar más profundo del palacio. El aire estaba impregnado con el sutil aroma de incienso y flores frescas, cuidadosamente dispuestas en jarrones de porcelana sobre mesas de caoba situadas estratégicamente a lo largo del pasillo.

Las ventanas altas y estrechas, decoradas con vitrales coloridos, permitían que la luz del sol poniente se filtrara, pintando patrones iridiscentes en el suelo y las paredes. Guardias en armaduras ceremoniales, con lanzas decorativas, permanecían firmes a intervalos regulares, sus miradas fijas al frente, añadiendo una capa de solemne vigilancia al ambiente.

Finalmente, las puertas del comedor se hicieron visibles al final del pasillo. Eran enormes, de madera maciza, adornadas con tallas complejas de escenas de caza y festines. Cuando el mayordomo las abrió, fuimos recibidos por una explosión de luz y color. El comedor era una amplia sala, con un techo abovedado pintado de un tono marrón oscuro y una larga mesa de banquete que se extendía casi a lo largo de toda la habitación, sus paredes estaban decoradas con retratos de la familia real enmarcadas en oro y plata. La mesa estaba cubierta con un mantel de brocado dorado, y sobre ella se disponían candelabros de plata, centros de mesa florales y una variedad de platos de porcelana fina, llenos de manjares y delicias. Comida que claramente en el Norte jamás se vería.

—¡Por fin han llegado! —exclamó el Rey, su voz resonando con autoridad y alegría en el vasto comedor.

Tras oírlo mis ojos recorrieron rápidamente la larga mesa, deteniéndose en cada rostro. Me sorprendió la presencia silenciosa de Jihyo sentada en una de las esquinas muy lejos de la presencia de los príncipes y de la propia reina. ¿Cómo ha llegado tan rápido? Me cuestioné, sintiendo una mezcla de sorpresa y confusión tras su rápida llegada: sinceramente había esperado llegar antes que ella. Mientras continuaba observando, una punzada de inquietud me atravesó al recordar el hecho de que había ingresado al palacio solo con Chan y Chaewon, ¿Dónde esta Byunje y el chico del Ducado del Sur?, me pregunté mientras que seguía viendo la mesa notando como ellos no estaban presente.

Rápidamente traté de recordar si había percibido siquiera sus presencias en algún punto del trayecto. La falta de respuesta clara en mi mente solo aumentó mi ansiedad, pero traté de no pensar más en ello y simplemente me enfoqué en el Rey. Este estaba sentado en la cabecera de la mesa, emanaba una falsa presencia imponente. Sus ojos, aquellos feos ojos que por tanto tiempo me habían atormentado me veían con cierta diversión, como si en el fondo estuviese disfrutando el tenerme en la palma de su mano. La reina, a su lado, mantenía una expresión serena, pero sus ojos no dejaban de moverse, tomando nota de cada detalle en la sala aun cuando habían menos de diez personas en su interior. Los príncipes, aún jóvenes, observaban la escena con interés, conscientes de la importancia del momento.

Mi inquietud crecía con cada paso, pero me esforcé por mantener una fachada tranquila al mismo tiempo en que avanzaba hacia la mesa. Finalmente tomé asiento, ubicándome al lado de Chaewon mientras que veía al otro lado de la mesa, justo frente a mí, estaba el príncipe Jon, de dieciséis años, aunque cuya estatura y porte desmentían su juventud al punto que en más de una ocasión habían sugerido su presencia en las guerras tras creer que ya había cumplido su mayoría de edad. A su lado, sus hermanos estaban sentados en orden decreciente de edad, una formación que subrayaba la jerarquía dentro de la familia real, mientras que a mi lado derecho se sentó Chan, quedando justo al lado de la silenciosa Jihyo, quién parecía demasiado tranquila para ser la misma Jihyo que recordaba hace un par de días atrás.

¿Qué demonios sucedió?

—Duquesa... ¿Es cierto que usted es la más fuerte de este Imperio? —La pregunta inocente del príncipe más joven rompió el silencio de la sala, destacándose por sobre la voz tranquila de su padre.

Mi atención se centró inmediatamente en el niño. Sinceramente, tenía un cierto parecido a Seungwoo, aunque era evidente que era más grande que mi hijo, probablemente debió ya cumplir los diez años, quizás un poco más. En verdad, no me importaba.

Seungwoo es más adorable.

—No—respondí tajantemente mientras que giraba mi rostro para enfocar mis orbes sobre el rostro divertido del Rey—¿Por qué estamos haciendo esto? —pregunté notando como él ni siquiera se molestaba en ocultar su diversión.

—Teniendo en cuenta que mi hija espera a tu bebé... deberías ser más amables con los niños—comentó el Rey ignorando por completo mi pregunta mientras que mi mirada se desviaba hacia el pequeño príncipe notando como él hacia su mejor esfuerzo por ocultar sus cejas fruncidas—debes tener cuidado... tu manera hostil podría ser fácilmente considerada traición—agregó tras notar la indiferencia en mi expresión.

Tuve que apretar mi quijada para detener mis insultos.

—La Duquesa lamenta su osadía—rápidamente Chan saltó a defenderme haciendo una suave reverencia en señal de sumisión.

—No es necesario tu disculpa—la reina, por fin, se tomó la molestia de alzar la voz, provocando que mi atención recayera en ella. Era una mujer hermosa, probablemente diez o veinte años menor que el propio Rey. Aunque lo más sorprendente era el hecho de saber que fue capaz de parir siete niños consecutivos—... es de conocimiento popular lo animal que puede llegar a ser nuestra monstruosa Duquesa, ¿No es así? ¿Querida? —cuestionó presionando sus codos sobre la mesa permitiendo que ese largo cabello blanco tan característico de la realeza se llevase por completo mi atención.

—Eso dicen—respondí, bajando la mirada hacia el plato perfectamente puesto frente a mí.

Evidentemente no probaré esto, pensé siendo consciente de las altas probabilidades que había de que estuviese envenenado.

La tensión en la sala era palpable. Cada palabra, cada gesto, estaba cargado de subtexto y amenazas veladas. El Rey, con su diversión mal disimulada, la reina con su veneno verbal disfrazado de cortesía. La cena continuaba, y el murmullo de las conversaciones entre los propios príncipes se reanudaba lentamente.

La comida en mi plato permanecía intacta.

—¿Querida? ¿No vas a probar tu comida? —preguntó la reina, su voz impregnada de una dulzura que solo acentuaba el filo de su sarcasmo, llamando nuevamente mi atención hacia ella.

Los príncipes y hasta el propio Rey habían comenzado a comer de sus platos, sin embargo, ni yo ni los chicos a mi lado se habían animado a tocar sus platos, incluso Chaewon, quién siempre se había mostrado tan seguro y arrogante permanencia en silencio, con sus manos puestas a un lado de los servicios, sin tener el suficiente valor como para poder sostener el tenedor.

Él sabía que moriría si probaba bocado.

Mis ojos no tardaron en encontrarse nuevamente con los de la reina: ella se mantenía con una sonrisa serena mientras que me observaba, como si estuviese esperando a que comenzase a comer. Era plenamente consciente de que no podía, ni debía actuar con arrogancia, a pesar de que poseo la fuerza y el poder suficiente para matar a todos en esta mesa, seguíamos estando en el palacio, no era el mejor momento para tratar de comenzar la revolución, por lo menos debo asegurarme de que esos guardias salgan, pensé deslizando mi atención hacia la pared notando los casi quince guardias que había a nuestro alrededor, demasiados para ser una simple casualidad, pensé regresando mi atención hacia aquella mujer.

—No tengo mucho apetito esta noche —respondí con voz firme, intentando mantener mi compostura

Rápidamente los príncipes guardaron silencio, como si estuvieran atentos a nuestra conversación. La reina inclinó ligeramente la cabeza, como si aceptara mi respuesta, aunque la mirada en sus ojos decía otra cosa. Por un segundo realmente creí que las cosas terminarían hasta ahí, pero para mí desgracia rápidamente pude notar la manera en que el príncipe Jon había decidido enfocar toda su atención en Chan como si sintiera alguna especie de fascinación por su presencia.

—Joven Marqués, usted no sería tan cruel de despreciar nuestra comida, ¿Verdad?

La voz del príncipe resonó nuevamente en la sala, impregnada de una falsa amabilidad que no hizo más que incrementar la tensión que ya había en el lugar. Como era de esperarse pude ver por el rabillo de mis ojos la manera en que los brazos de Chan se tensaban ante la repentina pregunta, no creo que sea tan imbécil como para caer en la evidente provocación, pensé con mi atención aun fija sobre los hijos del Rey.

—Pareces demasiado preocupada —continuó esta vez la reina. No pude evitar regresar mi atención hacia sus facciones notando la manera en que ella me brindaba una falsa sonrisa: esa típica sonrisa que no alcanza a llegar a sus ojos— evidentemente no somos tan estúpidos como para envenenar tu plato.

Podía sentir cómo Chan se movía a mi lado, su inquietud palpable en el silencio que siguió a las palabras de la reina. No seas estúpido, pensé sin moverme de mi sitio, sabiendo que cualquier acción precipitada podría tener consecuencias desastrosas. Los ojos expectantes de todos en la sala seguían cada uno de nuestros movimientos, como si estuviéramos en una especie de espectáculo macabro.

La reina mantuvo su mirada fija en mí, su expresión serena y casi divertida comenzaba a sacarme de mis casillas. Sabía que estaba jugando con nosotros, disfrutando de nuestra incomodidad. Decidí mirar a Chan notando como se esforzaba por mantener la compostura. Su rostro estaba pálido, y sus manos temblaban ligeramente mientras intentaba mantener una apariencia tranquila.

—No se preocupe, Su Majestad —dijo finalmente, su voz temblorosa pero firme—no tengo intención de despreciar su hospitalidad.

Yo no lo podía creer.

La reina en cambio simplemente sonrió hasta ocultar el azul de su mirada, satisfecha con su respuesta.

Chan, con un suspiro apenas audible, finalmente decidió tomar un bocado. Observé de reojo cómo levantaba su tenedor y lo llevaba a su boca. Todo sucedió en cámara lenta: el movimiento de su brazo, el leve parpadeo de sus ojos, la manera en que sus labios se cerraron alrededor de la comida. Por un momento, todo pareció normal. Chan masticó lentamente, su expresión no mostraba ningún signo de malestar. Sin embargo, apenas unos segundos después, noté un cambio. Sus ojos se abrieron un poco más de lo normal, su respiración se hizo más rápida y superficial.

—¿Chan? —susurré sin siquiera poder entender el porqué de mi preocupación.

Él no respondió. En su lugar, comenzó a parpadear rápidamente, como si tratara de aclarar su visión. Una gota de sudor rodó por su frente, brillando bajo la luz de las velas. Su mano tembló visiblemente mientras bajaba el tenedor y lo dejaba caer sobre el plato con un ruido sordo.

No tardó mucho en comenzar a toser. Esto me traía un desagradable recuerdo.

—Parece que algo no le ha sentado bien —comentó el príncipe Jeon con una indiferencia que me hizo hervir de ira.

Desvié mi atención hacia las personas sentadas frente a mí. El Rey y la Reina fingían una sorpresa que casi por un segundo creí que era genuina; mantenían una expresión cuidadosamente esculpida para ocultar cualquier implicación ante lo ocurrido. Sin embargo, el mayor de sus hijos adolescentes, Jeon, ni siquiera intentaba disimular su diversión. Una sonrisa burlona se dibujaba en su rostro mientras observaba a Chan retorciéndose de dolor. Tu hiciste esto, pensé, mis ojos fijos en su rostro, notando cada pequeña mueca, cada ligero cambio en su expresión. Mi mirada era intensa, penetrante, y no tardó en hacerle sentir incómodo.

Jeon intentó mantener la compostura, pero sus ojos comenzaron a esquivar los míos, su sonrisa vaciló.

—¡Jihyo sálvalo! —y para mi sorpresa no fui yo quién alzó la voz, sino Chaewon quién había arrastrado su silla hacia atrás hasta que el respaldo de esta chocó directamente contra el suelo.

Pude oír sus pies moviéndose torpemente hacia la dirección de mi acompañante mientras que la cabeza de Chan se azotaba contra la mesa-posiblemente contra su propio plato-permitiendo que la sangre se deslizara sin control sobre la madera. Chaewon pasó velozmente por detrás de mí, al mismo tiempo en que otra silla volvía a sonar demostrando que, probablemente Jihyo había reaccionado en un desesperado intento por ayudar a mi compañero. El hedor a sangre fresca no tardó en penetrar mis fosas nasales. En un completo silencio giré mi rostro observando atentamente la manera en que las facciones de Chan comenzaban a empaparse a causa de la sangre que se filtraba por su boca sin ningún tipo de control. Rápidamente y de forma temblorosa Jihyo trató de levantarlo, pero el cuerpo de Chan era mucho más pesado de lo que ella podía fácilmente cargar, así que solo pudo agarrar su mentón tratando de evitar que su mejilla continuase recostada en esa viscosa posa rojiza.

Mis ojos se enfocaron en ella, no pude evitar el paralizarme: ella lloraba tan desesperadamente que me hacía sentir incomoda. Sinceramente, no podía escucharla, pero ante la rapidez con la que movía la boca sabía que estaba suplicando que resistiera, que no muriera, no frente a ella, mucho menos frente a mí. Chaewon en cambio no tardó nada en sacarlo de la silla para dejarlo cómodamente recostado en el suelo. Continué con mi atención fija en ellos, ver a Chan en ese estado era como recordar el día que creí que perdería a mi familia, dolía, quemaba, sentía la sangre hervida, quería gritar, quería matarlos, quería torturar a todos en este maldito lugar, pero mis manos no se movían, mis piernas no reaccionaban, no podía salir del trance, me estaba volviendo loca.

—¡Pff!

La risa de uno de los hijos del Rey me sacó abruptamente de mi ensimismamiento. Mis párpados se ampliaron mientras que mis cortas uñas se hundían sobre la piel de mis palmas; ni siquiera me había percatado del hecho de que había apretado los puños. Decidí mantener mi atención durante unos segundos más en las acciones de Chaewon percatándome de la forma apresurada con la que había decidido arrastrar a Chan aún más lejos de la mesa como si muy en su interior fuese consciente de que la guerra comenzaría. Fue toda una sorpresa notar la forma en que él usaba su cuerpo para proteger a mi perro, ¿Por qué lo estás haciendo?, me cuestioné tratando de entender su repentino cambio de actitud.

No podía comprenderlo.

—M~Mi maná no funciona...

Alcancé a escuchar la voz temblorosa de Jihyo por sobre la agitada respiración de Chaewon.

—Lamentamos profundamente esta situación, haremos todo lo posible para investigar lo ocurrido, mientras tanto permítanos curar al joven Marqués con nuestros propios Santos—comentó el Rey mientras que yo simplemente seguía en mi puesto—guardias, llévenselo para poder seguir disfrutando de nuestra comida.

—Quietos—ordené con tal grado de frialdad que los guardias impulsivamente se quedaron en su sitio. Con calma regresé mi atención hacia el Rey notando sus orejas rojas ante la repentina vergüenza—... ha—suspiré al mismo tiempo en que deslizaba mis dedos hacia mis cubiertos—ni siquiera pueden cometer bien un homicidio... son tan estúpidos—los insulté sin más con mi atención fija en como ahora hasta la propia reina se había sonrojado por culpa neta de la rabia y vergüenza—¿Realmente creen que tus guardias pueden detenerme? ¿Qué alguien en este maldito lugar puede protegerte?

—D~Duquesa... calme su ira—pidió el Rey con el rabo entre las patas.

—¿Calmar mi ira? —cuestioné esbozando una tensa sonrisa—¿Realmente crees que yo lo dejaré pasar? ¿Eres tan idiota para creer que tus palabras tienen algún tipo de poder sobre mí? —repliqué sintiendo la sangre caliente fluyendo a través de mi cabeza, bombeando con tanta agresividad que no me dejaba pensar con claridad—... ni siquiera pudiste utilizar otro maldito veneno—agregué sin poder contener mi retorcida diversión—eres un perro estúpido, ¿Cómo olvidaste que este es el veneno que casi se llevó a mi esposa?

Por fin pude ver el miedo en sus ojos. Probablemente esto no había sido orquestado por él o por la propia reina, y mis suposiciones fueron rápidamente respondida ante la brusquedad con la que sus ojos y los de su esposa se habían ido directamente hacia su hijo demostrando de esa manera que el tonto había actuado por cuenta propia. Lástima... cuida mejor de tu hijo, en la próxima vida, pensé al mismo tiempo en que tomaba entre mis falanges el cuchillo que reposaba al lado del resto de mis cubiertos. Ni siquiera di oportunidad de reacción, con una destreza casi envidiable arrojé el metal directamente hacia la garganta del príncipe Jeon, quién me miró primero con temor, sin comprender del todo lo que ocurría, aunque el horror en el rostro de la reina indicaba que ella sí lo entendía demasiado bien. Con gestos torpes, el muchacho intentó apartar el arma de su cuello, permitiendo que la sangre salpicara hacia la mesa, los platos y los propios cuerpos de la reina y sus hermanos. Como era de esperarse su madre trató de hacer algo al respecto, con desesperación presionó sus manos sobre la garganta de Jeon quién se había inclinado en un desesperado intento por salvar su patética vida, pero no había mucho que hacer, le había dado justamente en sus arterias, no había manera posible en que sobreviviese a menos que Jihyo usase su maná curativo.

—¡Santa salva a mi hijo! —la reina exigió, pero Jihyo ni siquiera parecía estar prestándole real atención.

Como era de esperarse no pasó mucho tiempo antes de que muriera enfrente de sus padres y hermanos.

El silencio se hizo insoportable.

—... Lamento profundamente esta tragedia, haré todo lo posible para investigar esta situación.

Decidí utilizar las mismas palabras venenosas que el Rey utilizó mientras que mis ojos rojizos veían la manera en que la reina abrazaba a Jeon como si no pudiese creer que él realmente hubiese muerto. Con calma apoyé mi codo sobre la mesa dejando mi nudillo recargado sobre mi mejilla. Disfruté por completo la manera en que los guardias osaban en sacar sus espadas, aunque ninguno parecía tener la intención de acercarse, buenos perros, pueden oler el peligro, pensé regresando mi atención hacia el Rey notando sus ojos desorbitados.

—... ¿Por qué lo hiciste? —y la seriedad en el tono voz del Rey realmente me había irritado.

¿En serio eres tan idiota para no comprenderlo?

—Eres el único tonto de todos los reyes que se atrevió atacar al Norte—aclaré mientras que llevaba mi mano libre contra mi propia copa, con cuidado deslicé las yemas de mis dedos sobre el borde del cristal. Él no dudó en encontrarse nuevamente con mis ojos—cuestiónatelo, ¿Por qué razón ninguno de todas tus generaciones se atrevió a ir en contra de los Myoui?

—... Porque los Myoui te matarán aun si eso conlleva a perder su propia vida—y fue Chaewon quién se atrevió a alzar la voz.

—¿Ves? —comenté sin despegar mi atención en el Rey—por lo menos no todos tus hijos son unos idiotas—aclaré al mismo tiempo en que me levantaba desenvainando mi espada—aunque no puedo decir lo mismo de tus perros—agregué dando un paso hacia atrás permitiendo que el respaldo de mi asiento chocase con el suelo.

—¡Mi hijo no! —bramó la reina con su rostro enrojecido ante el llanto—¡Te mataré Myoui Mina! ¡A ti y a toda tu maldita familia! —continuó gritando mientras que yo balanceaba mi arma de aquí para allá.

Por un segundo creí que los quince guardias se lanzarían contra mí, pero para mi sorpresa solo cuatro tuvieron el suficiente valor como para avanzar hacia mi dirección con toda la intención de atacarme, así que no dudé en responder el ataque atrapando cada uno de sus golpes escuchando el seco sonido del metal siendo chocado una y otra vez hasta que el silencio propio de la muerte llenó la habitación.

En silencio limpié mi arma con la propia ropa de uno de los guardias.

—Si está es la calidad de tu personal... me temo que no lo lograrás—respondí con cierta frialdad mientras que el Rey simplemente permanecía en su sitio abrumado de toda esta situación—oh si... esperen que les tengo un regalo—comenté al mismo tiempo en que me alejaba para tomar la caja que minutos antes Chan había dejado en la parte más alejada de la mesa.

—¿Quieres ver el regalo quete hice querido Rey? 

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