Cobardía
Querido Eric:
Aquí me hallo, vulnerable y en mi plenitud, abriendo mi corazón y escribiendo esta carta para ti. Sé lo que nuestro acabó y que, como bien dejaste claro, no hay más que un error que habías cometido, pero con estas palabras espero poder hacerte ver lo que ocasionaste con tu egoísta decisión y lo que perdiste al irte.
Todavía recuerdo cuando nos conocimos. Yo no era más que una sencilla chica de diecisiete años y vida corriente y tú el admirado y deseado capitán del equipo de fútbol. Miraras por dónde miras éramos un cliché terrible.
Nunca me contaste cómo fue que te percataste de mi existencia, a fin de cuentas yo no era más que una pequeña figura en el tumulto de mujeres del instituto, y ni siquiera coincidimos en ninguna clase, por lo que para mí el cómo me hallaste es todo un misterio, pero lo que sí recuerdo es cuando yo me percaté de ti, o bueno, de lo que representabas. Fue un día de invierno, la brisa helada no nos permitió disfrutar del tiempo de descanso en el patio, por lo que tuvimos que regresar antes de una clase, y cuando llegué a una pequeña y sencilla flor descansando sobre mi mesa. No había notado ni firma, y nadie a lo largo del día reclamó habérmela mandado, pero desde ese día no dejé de recibir pequeños presentes: flores de distintos tipos, sencillas frases específicas de sacarme sonrisas y algún que otro poema terriblemente escrito,
Y fue así como te convertiste en mi admirador secreto. Otro cliché terrible.
Yo hice todo lo posible por desenmascararte, buscando tu mirada en todo momento, y tú todo lo posible por rehuirme, escondido entre las sombras, pero finalmente y tras un arduo trabajo conseguí mi objetivo; logré pillarte desprevenido. Puede que ese día no sea lo suficientemente cuidadoso, o puede que en el fondo ya no busque ocultar su identidad, pero ambos acabamos uno frente a otro: yo sorprendida y tú avergonzado.
Yo te pregunté el porqué de esos sentimientos hacia mí y tú solo me contestaste que mi sonrisa fue la causante de ello. Fue lo más bonito que alguna vez me hubieran dicho. Y ese fue nuestro comienzo.
Comenzamos un algo, algo nuestro y tan especial que esos días a tu lado significaron el despertar de mi corazón, el cual despertaba de aquel letargo en el que siempre estuvo sumido, y sin más comenzaron a latir en sintonía con el tuyo. Nos dedicamos palabras de amor, sentimientos tan inocentes como lo éramos nosotros, unos niños inexpertos, y nos entregamos el uno al otro en un acto de amor tan puro como lo era nuestro amor. Todo era perfecto, o bueno, casi todo.
Las caricias, los besos, los sentimientos, todo lo que éramos quedaba sumido en la oscuridad y siempre en el anonimato. Nadie lo sabía, no todavía rogabas, temeroso de la reacción de tu padre afirmabas, y yo, como una ingenua y enamorada te creí. Porque tú no podías mentirme, no tú. Y así fue pasando nuestro tiempo, entre sombras.
Yo te quería, y tú me querías, ambos éramos detectados de nuestras perfecciones y nuestros defectos pero los amamos de todas las formas, como solo una feliz pareja podría hacerlo. Pero todo eso se derrumbó, como una torre mal construida porque, a fin de cuentas, nuestra relación se construyó en una base poco sólida.
Cada vez era más difícil ocultar lo nuestro, y tú cambiabas, completamente, al no estar a mi lado.
¿Qué tenía de malo mostrar lo que tu corazón tenía?
Ese fue tu mayor defecto, lo que derrumbó nuestra relación y lo que rompió mi corazón.
Una inseguridad Un qué diría la gente. Un sentimiento cobarde que corroía tus entrañas como una enfermedad sin cura. Y a pesar de esto, nunca pude reprochártelo porque siempre fuiste mi debilidad.
Y, tristemente, ese acabó siendo nuestro final. Yo te llamé, esperando que cambias tu decisión; tú me miraste a los ojos, los cuales transmitían lo que mi corazón tenía; yo te supliqué, con la voz rota y los ojos aguados en lágrimas; y tú te marchaste, a sabiendas de que con cada paso mi alma se fragmentaba hasta convertirse en un mero fantasma de lo que vivimos.
Tomaste tú la decisión, elegiste la apariencia antes que los sentimientos, elegiste la opción cobarde antes que la valiente. Pero, sobre todas esas cosas, elegiste al resto antes que a mí.
Egoístamente me usaste a tu antojo, asegurándome que me amabas en las sombras y rehuyendo mi mirada en la claridad. Egoístamente defendiste tus sentimientos sin pensar siquiera en los míos. Egoístamente salvaste tu corazón mientras rompías el mío. Y, a pesar de eso, aun con mi ser destruido por la pena, jamás pude odiarte. Yo te quería, yo te amaba. Y si te soy sincera, aun te quiero, y aun te amo.
No juzgué tus actos, no castigué tus mentiras, pero como tú no supiste agradecerlo, arruinaste aun más mi vida.
Un día de invierno comenzó nuestra relación, y un día de invierno mi infierno comenzó.
Todo comenzó con miradas indiscretas, ojos que me seguían allá donde iba. No les presté atención, no pensé que fuera algo importante. Luego, con risitas y murmullos a mis espaldas, comentarios malignos hacia mi persona, alguien en quien nunca habían reparado. Tras eso hicieron los empujones y las zancadillas, esos golpes leves que parecían hechos sin malicia. No les tomé importancia, todo el mundo tenía un mal día. Y, finalmente, llegó la culminación: un mensaje tan frio y cruel como solo los adolescentes llegaron a serlo.
La zorra del capitán.
Las letras ocupaban toda mi taquilla, de un oscuro negro que se deslizaba hacia el suelo y marcaba los regueros de su caída. No podía asimilarlo, no quería creerlo, porque sabía que no era cierto.
La gente reía a mis espaldas, mis costados, divertidos por la broma que me habían gastado. No comprendía como había terminado eso allí, como alguien supo lo nuestro, como alguien lo había malinterpretado, pero lo peor de todo, como tú no lo habías negado.
Ese día corrí en tu búsqueda, algo que ambos habíamos acordado no haríamos en público, pero nuestra relación ya había terminado, y mi integridad estaba en el juego. Te encontré en un pasillo, rodeado de tus amigos, y no dudé en acercarme a ti. Te sorprendí, lo supe leer en tu mirada, cuando me coloqué frente a tu rostro. Te expliqué lo que ocurrió, te supliqué que las sacaras de su error, pero lo único que hiciste tú fue callar con el arrepentimiento dibujado en tu mirada.
No dijiste nada, no negaste nada, solo te quedaste aguantando mi mirada y lamentando a tu compañera la cobardía. Las lágrimas escaparon finalmente de mis ojos, sabedoras de su libertad, mientras mi corazón se quebraba de nuevo a causa de tu voluntad.
Nunca supe quién desveló nuestra verdad, pero a partir de ese instante nada volvió a ser igual.
Las lágrimas se convirtieron en mis compañeras, y los insultos en mi realidad, ya pesar de mi sufrimiento nunca te lo pude reprochar.
Ahora aquí me hallo, dispuesta a liberar mi corazón, del dolor que le causaste por tu pusilánime acción. Nunca pensaste en nadie que no se tratara de ti, dejaste que me hundiera un cambio de tu salvación. Y ahora aquí te digo, que te jodan y adiós .
Un beso, la mujer cuyo corazón murió por tu cobardía.
El brillo de la pantalla ilumina el rostro de la mujer, otorgándole un aspecto lúgubre debido a la oscuridad que la rodeaba.
Cuando sus dedos dejaron de teclear lo que su mente dictaba rápidamente como la tensión que antes oprimía su corazón se disolvía lentamente. Ya no quedaba sentimiento alguno sin tener miedo, ya estaban todos plasmados en aquel mensaje que con tal tristeza había escrito.
Respirando con profundidad e intentando calmar y enfriar su mente cerró los ojos y dejó que el sentimiento de liberación recorriera libre su cuerpo. No podía evitar que una pequeña sonrisa escapara y se dibujara en sus labios.
Cuando el tiempo dejó de tener importancia abrió los ojos y tras leer de nuevo su mensaje lo envió a su destinatario.
El correo desapareció de su pantalla y el texto Su mensaje ha sido enviado lo sustituyó. Ya estaba todo hecho, ya estaba todo dicho, y mucho tiempo su corazón pudo al fin tomar un respiro.
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