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Cenizas

Querido James:

Hoy te escribo esta carta porque siempre me fue fácil trasmitir mis sentimientos sentada tras mi escritorio, dejando que mis pensamientos fluyan sobre el papel y mis ideas queden impresas gracias a la pluma.

Puede que te estés preguntando el porqué de esta carta cuando hoy en día nadie las escribe, sino que se mandan mensajes de texto o emails. Y la respuesta es simple; soy lo suficientemente cobarde como para no atreverme a decírtelo a la cara y lo suficientemente considerada como para no decírtelo a través de un frío mensaje, por eso considero que una carta es la forma correcta para lo que pretendo decirte. Puede que lo consideres un acto cobarde por mi parte, pero aunque no lo creas, escribirte esto para mí es un paso que debo dar si quiero dejarte atrás.

Tú fuiste mi todo, mi vida, mi alma. Mi corazón solo cobraba vida cuando tú aparecías, y se sumía en la tristeza cuando tú te alejabas. Fuiste mi primero, y en esos momentos de tristeza consideré que también mi último. Tú me encontraste, me hiciste sentir cómo sabías que necesitaba sentirme y luego me abandonaste.

Toda nuestra relación se basó en un juego de seducción donde yo no era más que una mera principiante con deseos de que me vieras como una mujer, una con la cual desearas estar al igual que yo deseaba estar contigo. Incumplimos reglas, rompimos tabúes, quebrantamos nuestra pureza, aunque ahora que lo pienso, fue mi pureza la que se turbó con tu presencia.

Para mí significaste un juego prohibido al que me incitaste a jugar, una relación donde reinaban los gritos de placer en vez de los actos de amor. Yo te entregué todo lo que tenía, dejándome engatusar por todo lo que representabas, a pesar de que tú no me entregaste nada.

Susurraste palabras de amor en mis labios, gemiste mi nombre en mis oídos, y gritaste tú declaración a las estrellas una noche de verano. Todo lo que hiciste fueron promesas, bellas declaraciones que me elevaban, haciéndome creer que faltaba poco para alcanzar el sol que tú me prometías.

Pero pobre de mí, incrédula joven inexperta, fácil presa para los demonios como tú, que creyó todo lo que dijiste como una tonta sin razón. Dejé que vendaras mis ojos, dejé que embaucaras mis oídos, accedí a no usar mis labios con tal de que continuaras dándome alas con las que alcanzarte. Pobre de mí cuando llegué a ti, el ardiente y deseado sol que acabó quemando mis alas para dejarme caer al vacío. Tres, cuatro, cinco metros pude llegar a caer, pero lo más doloroso no fue el golpe contra la realidad, sino ver tu rostro admirar mi descenso con un brillo de ojos que mostraba tu verdadero ser; el de un monstruo.

Fue ahí, al comprender tu naturaleza, cuando me rompí es miles de pedazos, convirtiéndome en simple polvo de cristal.

No vi lo que realmente hacías, cómo oscurecías mi vida con en fin de llenar la tuya, como me rompías con tal de divertirte un rato, cómo jugabas conmigo, usándome cómo un juguete al cual abandonabas tras aburrirte. Porque eso fui para ti, la frágil muñeca de porcelana que podrías lastimar en un juego de uno; donde solo uno se divertía y solo uno sufría.

Pensé en todo lo que te dí, todas las primeras veces que yo guardaba para esa persona especial que podría considerar mi héroe, el valiente guerrero que me liberaría de mi torre. Porque eso era lo que yo busqué, eso fue de lo que te disfrazaste, del apuesto y valeroso príncipe que convertiría mi vida en la de un cuento de hadas. Escondiste tu piel de lobo tras un traje de cordero, buscando embaucar a las pobres e inocentes almas como yo que solo deseaban un bello final feliz, como los que me prometían mi madre y mi abuela.

Me diste lo suficiente para que cayera rendida ante tu encanto y luego me usaste como una simple marioneta a la cual controlar sin ninguna dificultad. Colocaste hilos invisibles en mis muñecas, en mis tobillos, incluso en mi voluntad, y solo necesitabas abrir la boca para que estos se movieran por su cuenta, a tu placer, para hacer lo que tú desearas. ¿Y lo peor? Que yo no fui lo suficientemente lista como para abrir los ojos y despertar del sueño en el que me habías inducido con tu canto de sirena.

Y esa fue nuestra relación, una vil mentira para mí, un divertido juego para ti.

Escribo esta carta tras superar mi caída, tras haber sanado las heridas provocadas por ti, tras haber comprendido lo que realmente soy. Te escribo para avisarte de que no triunfaste, no me hundiste, solo me noqueaste. Te escribo para que sepas que no volveré a caer ante ti, ni ante ningún otro como tú.

Cuando por fin me golpeé y fui consciente del estado de letargo en el que me habías mantenido solo pude sentirme traicionada, rota, sucia, vacía. Eso fue lo que hiciste conmigo, cambiarme poco a poco, manipulándome de forma que dejé de ser yo, dejé de ser la persona que era y pasé a ser un recipiente vacío y sin alma, ya que tú me la habías arrebatado.

Te preguntarás, ¿cómo lograste recomponerte de aquello? Por mucho tiempo iba como un velero sin rumbo, dejándome arrastrar por el viento, dejar que la corriente eligiera mi rumbo, hasta que alguien me paró, me cogió y me arregló.

Debo reconocer que después de ti dejé de creer en las personas, no confiaba en nadie, ni siquiera en aquellos que siempre estuvieron ahí para mí, pero gracias a esa persona dejé de vagar sin rumbo y poco a poco me fui construyendo de nuevo. No podía considerarme una sombra de lo que era antes de ti, sino que era alguien completamente nueva. No busqué esos trozos que se quebraron tras mí caída, no, sino que creé unos nuevos más fuertes, más resistentes.

En cierto modo debo darte las gracias, aunque sea lo último que recibas de mí. Gracias a ti y a lo que hiciste conmigo pude convertirme en lo que soy ahora, una mujer única y fuerte que sonreirá de nuevo a pesar de que robaste una parte tan vital de mí como lo era mi corazón. Pero a pesar de ello, juro que construiré uno nuevo que me permita volver a sentir el amor, sentir lo que debería haber sentido al enamorarme de la persona indicada para mí, mi verdadero príncipe azul, pero que a su vez no caerá de nuevo ante gente como tú.

Y con esto me despido de ti, para no volver a hacerlo jamás.

Un saludo, la mujer cuyo corazón dejó de latir en tus manos.

La mujer levantó por fin la pluma de la hoja y tras releer lo escrito sonrió de una extraña forma. En su rostro podía verse la felicidad y liberación que sentía al haber dejado plasmados sus sentimientos y pensamientos en aquel papel, pero en su mirada podía percibirse cierto deje de melancolía al recordar aquellos tiempos.

Con delicadeza dobló la carta y la introdujo en un blanco sobre donde ya había escrita una dirección y un sello decoraba la zona superior derecha de este. La caligrafía era ligeramente floreada, la letra clara y concisa y el papel estaba impregnado en esa sutil fragancia característica de la joven; lavanda.

Se levantó del lugar donde había estado sentada las últimas horas y con el sobre en mano se encaminó fuera de la habitación. Recorrió los acogedores pasillos de la casa y llegó a la cocina, donde dejó la correspondencia sobre la encimera y comenzó a preparase un café.

A pesar de estar ocupada haciendo cosas, su mente no dejaba de divagar perdida entre los recuerdos. Estaba segura de que haber escrito aquella carta era lo correcto, de que liberar su pasado de aquella forma era lo que debía hacer si quería pasar página por completo, no se arrepentía de nada, pero aun así los fantasmas continuaban en su mente. Escribir la primera palabra había sido el desencadenante de que el candado donde escondía recelosa aquellos momentos se rompiera y los liberara ejerciendo sobre ella una sensación abrumadora.

Mientras la cafetera calentaba y preparaba la bebida, la mujer recorría la habitación abriendo y cerrando cajones, cogiendo lo que necesitaba, preparando todo para realizar lo último que debía hacer para dejar ya atrás todo lo que quería olvidar. Colocó un cuenco de cristal con agua frente a ella, sostuvo con su mano derecha el pulcro sobre y con la otra una ardiente cerilla encendida. No necesitó más que acercar levemente el pequeño palo de madera al papel para que la esquina de este comenzara a prenderse.

El fuego iba consumiendo poco a poco, en un ritmo lento pero constante, en una cimbreante danza donde las llamas se deslizaban sobre la superficie, la carta donde todos sus sentimientos y emociones pasadas residían. Aquella era sin duda una forma poco metafórica de quemar su pasado.

Dejó caer lo que quedaba de papel sobre el agua y así continuó presenciando cómo ya se deshacía por completo. Con la última ceniza disuelta en el agua sintió como la antigua ella desapareció por completo de su vida, dejando paso a la mujer que resurgía de las cenizas.
 

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