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I. singularidad.

Cuando Lalisa nació, lo primero que vió fue a aquella preciosa mujer, de piel perfectamente blanca, que cargaba con una sonrisa llena de orgullo y un par de hoyuelos en sus mejillas.

—¿H-Hola? —murmuró, sin entender qué hacia allí, miró su cuerpo, cubierto con una tela blanca semitransparente, sus manos recorrieron sus estilizados músculos, sintiendo su propio tacto sobre su piel.

—Lalisa, Diosa de lo Bello... —dijo aquella mujer, acercándose a ella, para tomar su mejilla y acunar su rostro, sus ojitos llenos de estrellas, el rubor en su rostro, sus labios perfectamente rosados y su cabello algo rizado que enmarcada perfectamente su facciones...—. Eres hermosa, Lalisa.

>> Soy quien te creó, soy la Diosa Creadora, la Diosa mayor, soy tu Diosa.

Lalisa la miró con aquellos redondos ojitos, llenos de brillos y admiración, con sus labios entreabiertos por la sorpresa.

—¿Qué hago aquí? —preguntó, su voz era baja y dulce, todo de ella era hermoso.

—Estás aquí para reinar y ser venerada sobre todo lo hermoso, de todos los mundos. En la Tierra de los humanos, en el Mundo de Arriba... Incluso del Inframundo.

—¿Qué es eso? —preguntó, estaba confundida por tanta nueva información.

—Ahora estamos en el Mundo de Arriba —comenzó a hablar aquella Diosa Creadora—. Hogar de los Dioses, mí reino más próspero, aquí vivimos todos los Dioses —tomó su mano para ayudarla a levantarse, seguía sentada en el suelo, debajo de aquella cúpula, iluminada perfectamente por la luna—. Luego está la Tierra de los Humanos, también es nuestro reino, es donde nuestros creyentes habitan, nos veneran, a cambio de su admiración los Dioses los cuidamos y les damos regalos, cada uno de los Dioses está allí para regalarles algo.

La Diosa Creadora hizo un ademán, de la nada una ventana apreció frente a sus ojos, las estrellas en los iris de Lalisa brillaron, imágenes de una tierra desconocida pero hermosa, con aquellos seres que se parecían a ellas, pero se veían pequeños, algunos corrían detrás de otros entre los árboles, o la gente que pasaba, que cargaba alimentos o cosas, todos sonreían y se veían hermosos.

Lalisa amó a los humanos desde el primer momento en que los vió, y la Diosa Creadora lo notó en aquella sonrisa.

—¿Qué puedo darles yo a ellos? —preguntó la castaña, mirando con desconcierto a la Diosa mayor—. Soy nueva... No sé qué hacer.

—Tú, Lalisa, eres la Diosa de todo lo Bello, eso no se muestra solo en tu apariencia física —explicó—. Todo lo que hagas por los humanos a ellos les parecerá hermoso, cosas que ellos no han admirado aún serán tuyas: el cálido brillo del atardecer, el sonido del mar, las luces de las luciérnagas recorriendo los campos... Todo eso es Bello, y todo será tuyo, tú lo manejas a partir de hoy: puedes hacer del atardecer más rosa, puedes llenar el mundo con el brillo de los pequeños bichos de luz, puedes hacer que el mar suene más o menos... Todo eso y más.

Lalisa asintió, se veía tan emocionada de hacer todo aquello, no había dejado de ver a los pequeños humanos, sin darle más atención a la Diosa Creadora.

La imagen se borró en un segundo, dejando a la castaña con un vacío en su pecho, sus mejillas fueron tomadas con algo de fuerza por la mayor, para que voltearan su rostro hacia ella.

—Eres mi más preciada y hermosa creación, Lalisa. —le recordó, su tono fue bastante grave y posesivo, aunque la joven Diosa no lo notó en ese momento.

Ese fue el primer día de su vida, su primer recuerdo, aunque solo iba a ser su primera razón por querer irse.

Había más Dioses a demás de ella, eran muchísimos, algunos llevaban muchísimo tiempo allí, ella era la más nueva y la favorita de la Diosa Creadora, y esta lo recalcaba en cada reunión que era obligada a asistir.

No le permitía juntarse mucho con los otros Dioses, lejos de las reuniones, Lalisa se confinaba en su palacio privado, dónde podía pasar todo el día viendo a los humanos, con el tiempo había aprendido a controlar sus poderes y le regalaba cosas bellas a los humanos mil veces al día, quería hacer que cada personita tuviera un día hermoso, así que hacia volar a las mariposas más bellas hacia ellos, que los pájaros cantaran miles de melodías, y sus favoritas eran las luciérnagas, que llenaba el mundo de la noche con sus lucecitas.

Lalisa pasaba demasiado tiempo en aquel palacio, y a la Diosa Creadora le pareció que estaba muy solitaria.

—Lalisa, te tengo un regalo. —dijo, entrando a su hogar, interrumpiendo la imagen de sus lindos humanos.

La castaña la miró con curiosidad, porque no sabía que ella podía recibir regalos, estaba acostumbrada a darlos.

La Diosa mayor se acercó a ella, peinó uno de aquellos leves y largos rizos detrás de su oreja, para luego llevar su mano por su cuello, hasta acariciar sus clavículas, dándole un escalofrío.

Finalmente su mano se alejó de ella, sintiendo alivio, pero pudo ver aquella pequeña luz que surgió de su pecho, aquella que la otra parecía tirar de finos hilos luminosos.

La luz giró frente a ella, sintiendo algo de miedo al no entender, hasta que de pronto tomó una forma algo conocida, una criatura propia del mundo de los humanos: un conejito, de color dorado, sus ojitos también estaban llenos de estrellas y luces, la miraron con la misa curiosidad.

—¿Qué es esto? —preguntó, acercó sus manos a la criatura, tomándola por debajo de las patas y acunándola sobre su pecho, mientras acariciaba sus largar orejas.

—Es tu protectora, es especial para tí, está hecha con una parte de tu alma, por lo que está conectada a tí, a tus emociones y pensamientos, todo; y estará contigo por toda la eternidad —explicó—. También te hará compañía, para que no te sientas sola.

>> Ella no puede hablar, pero pueden compartir pensamientos, para comunicarse.

La conejita frotó su cabeza contra la palma de la mano de la joven Diosa, haciéndola sonreír.

‹‹Lili›› escuchó aquella vocecita en su cabeza, no era suya, sino de la linda criatura en sus brazos.

—Gracias, es muy linda. —dijo, mirando a la pequeña conejita.

Si era honesta, lo único que Lalisa agradecía de la Diosa Creadora, era esa pequeña criatura, Lili, la única que podía considerar como su amiga en todos los mundos.

Lili la entendía, ella también amaba a los humanos, podía quedarse junto a ella para admirarlos todo el día, la única diferencia entre ambas es que la pequeña coneja era más responsable que ella, le recordaba cuando debía dormir, cuando comer, cuando salir a pasear, y si no cumplía se ponía a saltar, chillar y morder.

Lalisa no se llevaba con los otros Dioses, principalmente, porque la Creadora la sobreprotegía, y la presentaba como ‹‹su más bella creación››, no como ella quería ser reconocida, ella era más que una cara bonita, más que una favorita, o un juguete, mucho más que una creación.

De esta forma, Lalisa y Lili seguían solas, eran únicas debido a su trato de parte de la Diosa Creadora, y por ser considerada ‹‹demasiado bonita››, había Dioses que no podían verla a la cara porque era demasiado, según ellos.

Entonces ambas eran singulares, algo tan único y especial, que estaban solas, y se sentía sola aún con los demás Dioses a su lado, aún con la Creadora diciendo lo hermosa que era, y presumiéndola ante todos, ella siempre estaba sola.

Por eso quiso irse, y por eso logró escapar, dejando a Lili en su palacio, la conejita se había negado a ir porque era incorrecto, pero Lalisa ya no podía soportarlo.

Fue hacia el único lugar donde aquella Diosa no podría encontrarla, un lugar alejado incluso de sus lindos y amados humanos: El Inframundo, la Tierra de los Dioses muertos.

¡Gracias por leer!

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