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ACTO 5: El perfume de la sangre

DANIEL

―Yo sé disparar. ―Erick dio un paso al frente.

―¿Sabes usar una M16? ―le pregunté, tomé la ametralladora que había puesto en el suelo y se la entregué a Erick.

―Soy el hijo de un policía, ¿qué crees? ―mencionó Erick, confiado, mirando el arma por todas partes, verificando que todo en ella estuviera en orden.

Lo cierto es que me costó bastante tomar esa decisión; incluso me era demasiado molesto que Isabell anduviera con una M16 también. No se sabía en qué momento podría apuntarme y volarme la cabeza. Después de lo que hice, no me extrañaría que quisiera vengarse.

―¿Planeas dispararle al monstruo? ―cuestionó Hanna, mirándome de soslayo. Ella estaba tranquila a diferencia de cuando salimos de la sala. Eso me alegraba.

Negué con la cabeza.

―No, porque atraeríamos a los que ya se fueron; pero en caso de alguna emergencia, Erick podría hacerse cargo, o tú. Por ahora, tengo planeado utilizar esto... ―Luego señalé el hacha de una sola mano amarrada en mi cinturón.

―¿Crees ser capaz de hacerle algo con eso? ―preguntó la pequeña Emilia―. ¿Y si son más fuertes que un humano ordinario? Podría atraparte y...

―No va a ser así ―negó Hanna.

Su respuesta hizo voltearme a verla. Me interesaba saber por qué concluyó aquello con esa seguridad tan determinante.

―¿Por qué estás tan segura? ―Steven la miró, incrédulo, temeroso―. En algunas películas, los zombis siempre ganan más fuerza de la que tenían cuando eran humanos. Podría ser que estos sean así...

Hanna lo miró sin decir nada, envió un dedo a su mentón, giró los ojos hacia arriba, sonrió y después cerró los párpados.

―Este no es el caso. ―Volvió a negar Hanna; y Steven estuvo a punto de decir algo, pero ella siguió con su explicación―. Si estas cosas fueran más fuertes que un humano ordinario, ¿no crees que los seis de ahora hubieran podido tumbar la puerta? ―explicó Hanna y señaló la puerta. Estoy casi segura de que sus niveles de fuerza equivalen a la masa muscular que tengan sus cuerpos. 

―¿O sea que entre más grandes más fuertes? ―preguntó Emilia.

―Sí ―afirmó Hanna.

Al parecer Steven no tuvo más qué decir.

―Necesitamos un plan. No quiero lanzarme a morir como un imbécil por andar improvisando ―comenté, regresando al tema anterior.

Todos guardaron silencio, pensando, planeando, mirando a sus alrededores, buscando alternativas. Nadie decía nada. Yo tampoco tenía idea de qué hacer. ¿A caso debería salir, acercarme sigilosamente e intentar meterle un hachazo en el centro de la cabeza? ¿Así de simple?

«¿Y si no se muere con el primer zarpazo del hacha? ―reflexioné―. Tendría que ser muy rápido y preciso para propinarle otro golpe. Pero... ¿y si el hacha se queda atascada en su cráneo? Podría morder a alguno, o a Hanna... ¿Acaso soy capaz de hacer algo como eso?»

Una parte de mi dudó, y la seguridad que tenía en mí mismo, comenzó a flaquear. ¿Por qué tenía que ser yo y no otro el que actuara valientemente? ¿Por qué yo tenía que cargar con esa responsabilidad? En fin... decidí ser el idiota que pone la cara por el bien de Hanna... todo por ella; además, yo poseía las capacidades para esta tarea.

«¿Por qué dudo tanto si el viejo oso me enseñó bien?»

Después de... que mamá fuera asesinada, papá, siendo presa de la paranoia y temiendo a que yo no tuviera los medios necesarios para defenderme yo solo en este mundo, me enseñó a manejar un gran número de armas y a pelear.

«Puedo hacerlo.»

Mi confianza, aunque escasamente, empezó a recuperarse.

«Pero te fallé, papá. Me enseñaste que debía defenderme, pero no me defendí cuando debí hacerlo. Me quedé callado y nunca te dije lo que me pasaba en la universidad con Hellan. Probablemente hubieras tirado tu trabajo a la mierda y me hubieras dicho que pusiera en su lugar a ese hijo de puta, aunque fuera el hijo de tu jefe. Quizás...»

Mis estúpidos pensamientos se desviaron de manera increíble, así que cerré los ojos y sacudí la cabeza; pero antes de poder recomponerme, al abrirlos, de nuevo lo vi... La sombra de Hellan, de pie a la espalda de Emilia y Erick, observándome. Sus ojos ámbar brillaban. Sonrió, mostrando unos horrendos y blancos colmillos puntiagudos, como si fuera uno de esos monstruos come carne, pero más aterrador y más grande que cualquiera que hubiera visto. Comencé a temblar.

¿En serio podría haber puesto en su sitio a ese cabrón si papá no hubiera estado en medio? ¿Habría sido posible ganarle a ese gorila sin un arma? Quizás no... Quizás simplemente utilicé a papá como una excusa para no pelear contra el miedo que ese hijo de puta me generaba.

«¿Solo soy capaz de tomar el control de mi vida con un arma en las manos?» Me hice esa pregunta.

Mis rodillas flaquearon un poco.

―No eres nadie sin arma, pendejo. ―La voz de Hellan, gutural, profunda, inhumana, me habló. Nadie más lo escuchó... solo yo―. Eres la mierda pegada a mi zapato. Si hubiéramos sido tú y yo a mano limpia, no habría quedado cara en ti que pudiera verse. Eres un maldito cobarde, aunque no te culpo; eres un pobre arrastrado de mierda y tu papá también estaba en mis manos. En resumidas cuentas, fuiste solo una ovejita que decidió salirse del redil. Eres escoria, eres un puto zancudo en mi almuerzo... y este nuevo mundo no está hecho para maricas como tú.

―Cállate ―musité y Hellan comenzó a reírse; parecía un demonio―. Cállate ―repetí, pero Hellan no hacía caso, y su risa solo se volvía más escandalosa. Tomé la AK47 que colgaba de la correa en mi cuello, apreté la empuñadura y empecé a temblar.

―Eso, imbécil, toma el arma y compórtate como el gran y valiente hombre que eres, dispárame, demuestra lo que eres capaz de hacer; ah... es cierto, no eres capaz de nada sin un arma.

«Soy capaz...»

―¡No eres capaz de nada, basura!

«Te maté... estás muerto...»

―¡Y vaya forma tan masculina de matarme, escondido tras la mirilla de una puta arma!

―¿Daniel? ―Hanna tocó mi hombro―. ¿Qué opinas? 

Me observó con su pequeña carita en forma de corazón.

―¿Sobre qué? ―Muy confundido, intenté sonreír.

Hellan continuaba allí parado. Cerré los ojos con fuerza y me sobé las sienes con los pulgares.

«Por favor, solo vete.» Pedí, al borde de la desesperación.

Cuando los abrí, él desapareció, como si se hubiera desvanecido en las sombras que lo rodeaban. Sentí que el aire volvía a mis pulmones; no supe en qué momento había dejado de respirar.

Me estaba volviendo loco, y sentí ganas de reírme a carcajadas sin razón alguna.

―Estás distraído ―dijo Hanna, sonriendo de medio lado, y, como una ola del mar, sus labios de nuevo me arrastraron a la realidad―. Isabell propuso que utilicemos la salida de emergencia. Así podríamos evitar enfrentarnos al zombi.

Tenía que concentrarme... Hellan podría esperar; era un muerto después de todo.

―¿Por qué mejor no nos quedamos aquí y esperamos? ―sugirió Steven, en un hilo de voz casi imperceptible―. Este espacio es seguro.

―Al menos lo es por ahora ―contestó Hanna―. Por cierto... ¿tienen suficiente comida?

―La verdad es que no ―negó Erick.

―Nos repartimos mi almuerzo hace horas; era lo único que teníamos ―agregó Emilia.

―Sin comida, Steven, dime, ¿cuánto aguantarías? ―Dijo Hanna, siempre teniendo tacto con sus palabras; ella en verdad sabía cómo tratar a las personas, a diferencia de mí―. Además, ¿en serio crees que alguien vendrá a rescatarnos? Ay Steven, si vieras cómo están las cosas abajo... Dudo que alguna ayuda, si es que la hay, suba hasta acá.

―Yo ―tartamudeó Steven―... tengo miedo.

―¿Quieres quedarte aquí? ―preguntó Hanna, y Steven negó moviendo la cabeza. Luego se giró hacia los demás―. ¿Puedo concluir que están colaborando porque también desean salir, ¿verdad? Es que... estoy por pensar que los estamos arrastrando a esto.

―Claro que quiero irme. ―Asintió Erick.

―Obvio que sí ―afirmó Emilia, con una expresión decidida.

―Perfecto. ―Luego Hanna miró a William y este no dijo nada, ni tampoco hizo algún gesto que indicara respuesta alguna de su parte.

Noté que Isabell me observaba de reojo y después se acercó a Hanna, cargando con la pesada M16 entre sus brazos. Su mirada, para nada discreta, había estado atosigándome desde hace un buen rato, pero me parecía mejor ignorarla. Además, ¿por qué estaba tan cerca de Hanna? Aunque... pensándolo bien, no era rara esa cercanía. A pesar de todo, Isabell fue perdonada y, por extraño que sonara, podría ser que tenía un sentimiento de agradecimiento hacia Hanna. Pero en cuanto a mí, Isabell no tenía ningún sentimiento de agradecimiento.

«Puede que me odie, o... me tema. ¿Qué será peor? ¿Que me odie? ¿Que me tema?»

―¡Entonces vamos ya a esa salida de emergencia! ―exclamó Isabell, con una expresión llena de motivación y energía.

―Chicos, pero hay un problema. ―Erick se dirigió a nosotros, frunciendo el ceño―. La bibliotecaria tuvo la misma idea que tú ―Observó a Isabell―, y salió por la puerta de emergencia muy asustada. ―Luego señaló una puerta que había cerca de la recepción, trancada por una barricada improvisada con algunas mesitas y sillas―. Sus gritos fueron suficiente información para que nos diéramos cuenta el destino que corrió por allá...

―Después de... que muriera, escuchamos muchos, muchos ruidos extraños al otro lado de esa puerta ―intervino Emilia, mordiendo su fino y rojizo labio inferior, temblorosa y, al parecer, triste.

―Con ruidos extraños, ¿te refieres a esas cosas? ―opiné.

―Sí... ―Asintió Emilia, y su semblante se ensombreció―. Quizás eran ocho, o nueve... o puede que más... Luego reaccionamos e inmediatamente hicimos esa inútil barricada.

Conque la otra alternativa de salida estaba infestada de esos putos. 

No pude evitar suspirar. 

Pero quizás esto era lo correcto, ya que quería hacerme cargo del asiático porque mi instinto me decía que lo matara cuanto antes. Ese tipo me generaba escalofríos. ¿Por qué seguía por aquí y no se fue con sus amiguitos a comer a otra parte? Nos siguió desde el primer piso, y algo dentro de mí decía que nos iba a seguir por mucho más tiempo. ¿Sería el olor? ¿Nos olfateaba como si fuera un perro de caza? Podría ser una posibilidad.

―Si vamos a salir de aquí, prefiero ir contra uno solo ―dijo Erick, señalando la puerta corrediza.

―Estoy de acuerdo ―habló Isabell, asintiendo―. Ya tengo mucha hambre... No como nada desde el desayuno, y ya se está oscureciendo. Quiero ir a una tienda.

―Yo estoy igual ―añadió Emilia, tocándose el estómago con una mano, haciendo un puchero.

―Y yo. ―Luego Steven.

―Y yo también. ―Después Erick.

Y William no dijo nada.

A través de los ventanales de la zona de lectura, pude ver la puesta del sol. El cielo cada vez se estaba poniendo más naranja. Nos quedaban casi cuatro horas de luz.

El estómago me vibró. También sentí un poco de hambre a pesar de haber comido no hace mucho; y ellos, que no se habían echado nada en la boca desde la mañana, ¿cómo se estaban sintiendo? Me dio un poco de lástima. En la mochila tenía los chocolates y las papitas. ¿Debería ser amable y darles?

«Sí... ―concluí―. Después de todo, creo que nos van a acompañar, y su ayuda en este momento es invaluable. Sería genial que estuviéramos en buenos términos. El único problema es ese idiota de mierda. ―Miré a William―. Me pone nervioso tenerlo cerca.»

―Chicos ―los llamé, al tiempo que descolgaba el maletín de mi espalda y abría el cierre―. Si tienen hambre, aquí tienen. ―Después saqué los chocolates y las papitas―. Podemos dividirlo entre todos.

El rostro que más se iluminó fue el de Emilia; sus ojos brillaron como estrellas y su boca se mantuvo abierta como un perro salivando. Erick, William y Steven, por otra parte, parecía que se fueran a poner a llorar.

«También tengo que darle a ese inútil ―pensé, teniendo en la mira a William.»

Steven me agradeció dos veces, sonriendo de oreja a oreja. Emilia, mientras comía de las papitas, seguía dándome las gracias, y Erick no paraba de palmearme la espalda, diciendo que yo era lo mejor que le había pasado en la vida. E Isabell guardó silencio, aunque bueno, me dio las gracias, pero la vi un poco reservada; de seguro fue consciente de que estos alimentos eran de sus difuntos amigos.

Por otro lado, William estaba cerca, sin intención de venir por comida.

―Puedo... ¿puedo darle, aunque sea un poco? ―Me preguntó Erick, con una expresión suplicante, girándose hacia el pobre William.

Asentí con los ojos cerrados, degustando un chocolate que me había metido en la boca.

Cuando nos terminamos todas las provisiones, Hanna, habiéndose enviado un último bocado de papitas que yo mismo le había dado, habló sin perder más tiempo:

―Tengo un plan para matar al asiático. ―Me observó de reojo y luego, susurrando, se dirigió a mí―. ¿Estás seguro de que vas a ser tú el que... lo mate?

―Sí, estoy seguro ―sonreí―. ¿De qué se trata el plan?

Hanna asintió, aunque no vi que estuviera muy feliz; estaba preocupada. Luego miró la varilla cruzada en diagonal que trancaba la puerta, y, mirando al grupo, dijo:

―Este es uno de los tubos que sostienen las cortinas de las ventanas, ¿verdad? ―Y Erick asintió―. ¿Dónde están?

―¿Qué cosa? ―cuestionó Emilia, enarcando una ceja.

―Las cortinas ―explicó Hanna.

―Las guardamos en los armarios ―respondió Steven.

―¿Alguien podría traerlas? ―pidió Hanna.

―Yo voy. ―Emilia decidió hacerse cargo de la tarea y se fue al rincón de la derecha, donde estaban los armarios y casilleros.

―¿Qué planeas hacer? ―Erick tenía bastante curiosidad, como todos.

―Esperemos a Emilia para que ella también lo escuche ―anunció Hanna, cruzándose de brazos.

Tras unos cuantos segundos, Emilia volvió, sosteniendo en sus manos, unas pesadas cortinas color vino; se le notaba bastante incómoda al caminar.

―Te ayudo, Emi. ―Se ofreció Erick, y recibió las cortinas.

―Gracias. 

―Bien. ―Vi que Hanna, antes de hablar, tomó aire profundamente, cerró los ojos y luego exhaló lento, muy lento―. Voy explicar cómo vamos a matar a esa cosa de afuera. ―Carraspeó la garganta y continuó―. Somos siete personas. ―Señaló a todos; incluso contó a William―. Daniel se va a encargar de hacerle frente; pero antes, cuatro de nosotros, tomando cada esquina de esa gruesa cortina, cubrirán al zombi desde la cabeza hasta los pies e intentarán hacerlo caer jalando en una sola dirección con fuerza. Y otros dos, entre esos Erick, se quedará atrás en caso de que ocurra algo inesperado, listos para disparar.

―¿Y quiénes serán los cuatro que se arriesgarán? ―Me sorprendió mucho escuchar hablar al hasta ahora silencioso William; ya me había olvidado del sonido de su hermosa voz.

―Obviamente entre esos estarás tú ―le dije, y lo desafié con la mirada―. No quiero, por ningún motivo, tenerte a mis espaldas, y Hanna será la segunda que porte un arma desde atrás, y te vigilará; y en caso de que se te ocurra comportarte como un... ―Estuve a punto de soltarle un insulto, pero me contuve―... como un bobito, ella se encargará de corregirte, ¿me entiendes?

Vi que Hanna apretó la magnum en sus manos y William, resignado, asintió.

―¿Qué haré con esta cosa? ―Isabell preguntó aquello, haciendo hincapié en la M16 que, desde hace un buen rato, ella misma custodiaba.

―Si alguien más supiera disparar, entonces podríamos usarla ―comentó Hanna―, y estaríamos más seguros, pero...

―Entiendo. ―Isabell asintió y depositó la M16 en el suelo.

Yo me acerqué, Isabell se puso en guardia.

―Dámela un momento ―pedí, y ella obedeció.

Me entregó el arma y le puse el seguro, intentando que William no viera cómo lo hice; aunque si el tipo sabía usar armas, entonces mis precauciones podrían ser estúpidas. Pero si no sabía usarlas, y decidía traicionarnos y tomar la M16 sin autorización, se le complicaría la tarea de quitarle el seguro para dispararme.

William se quitó su saco y se lo amarró en la cintura. Ahora solo tenía una ajustada camisa blanca simple, que dejaba sus fuertes brazos a la vista de todos.

Nos comenzamos a organizar. Por petición mía, William, junto con Steven, encabezaron al grupo de la cortina. Por otra parte, Isabell y Emilia, se posicionaron por detrás de ellos. Cada uno sostenía un extremo de la pesada tela, temblorosos.

Les recordé por enésima vez que el zombi era ciego, y que, si se acercaban a paso lento, él no los detectaría. Hanna y Erick estarían en la retaguardia, apuntando con las armas en caso tal de un fallo inevitable.

Antes de abrir la puerta, descolgué la AK47 de mi cuello y la dejé sobre un estante. Me asomé por la ventanilla, esperando a que el asiático estuviera lejos de la entrada. Cuando lo vi cerca de las escaleras, quité el tubo y deslicé despacio la puerta. Un familiar frío comenzó a nacer desde el centro de mi pecho y se esparcía hacia mis piernas.

«¿Podrán hacerlo? ―cuestioné en mi cabeza―. En caso de que algo salga mal, ¿Erick podrá hacerse cargo? ¿O Hanna? ¿Morderán a alguno? ¿Podré matarlo?»

Cuando la puerta ya estuvo abierta, el grupo cortina comenzó a caminar hacia el zombi. Me sorprendió ver la coordinación con la que se movían, y sus pasos apenas sonaban al contacto con la baldosa. William estaba a la derecha, caminando pegado a la pared, así como Steven con la pared de la izquierda. Isabell caminaba a la espalda de Steven y Emilia por detrás de William. Yo salí detrás de ellos con el hacha en mano, escuchando mi corazón palpitar como tambores en un carnaval. Me costaba respirar. Las rodillas me temblaban. Se me secó la garganta y sentí punzadas en el pecho.

«Esto es una mala idea ―pensé, y una fría gota de sudor recorrió toda mi espalda―. ¿Por qué mierdas tuve que ofrecerme a hacer esto? El hacha se va a quedar clavada en su cráneo...»

Me giré hacia atrás. Vi a Erick muy concentrado, y Hanna me regresó la mirada. Me quedé observándola un momento y ella me sonrió. Luego, sin emitir sonido alguno; solo moviendo sus lindos labios, me dijo:

―Tranquilo, todo saldrá bien.

Me sentí aliviado al saber que contaba con ella y con Erick protegiéndome la espalda.

«Si voy a morir, no me importaría hacerlo protegiendo a Hanna.» Morir de esa forma no sería tan malo. No me importaba derramar mi sangre si eso implicaba que la de Hanna seguiría corriendo por sus venas. Si ella iba a seguir con vida, no me molestaría entregarle a la muerte la mía. Esa fue la conclusión a la que llegué, y me sentía satisfecho con ella. 

Ahora el miedo simplemente desapareció.

Estábamos cerca del monstruo. Él se dirigía en nuestra dirección, olisqueando el aire, gruñendo como un animal, temblando de vez en cuando como si, de repente, una descarga eléctrica invadiera su cuerpo. Sus ojos negro escarlata, se encontraron con los míos. Me dio escalofríos. Sus manos manchadas de sangre, se alzaron hacia nosotros y mi corazón aceleró su ritmo drásticamente.

«¿Sabe que estamos aquí?» Pensé en lo peor. Pero no parecía el caso, ya que bajó las manos y siguió acercándose, ignorando nuestra presencia.

―Ahora... ―susurré.

Y William tomó la delantera junto con Steven.

Los dos, alzando la cortina por encima de sus cabezas, rodearon al monstruo y lo cubrieron. El asiático lanzó un rugido espantoso, su cuerpo se estremeció y comenzó lanzar manotazos alrededor de él, pero ya era demasiado tarde. Isabell corrió en paralelo junto a Emilia y terminaron de envolverlo con la cortina. Luego, cuando los cuatro ya estuvieron juntos por detrás del zombi, jalaron con todas sus fuerzas y lo hicieron caer.

«¡Ya!»

Corrí hacia el regalo que envolvieron para mí; pero algo salió mal.

―No... ―dije.

El monstruo comenzó a sacudirse violentamente, y el extremo de la cortina que sostenía Steven se soltó. El asiático volvió a colocarse en pie, veloz como un gato.

―¡Mierda, mierda! ―gritó William.

Aún estando cubierto con la cortina, aquel ser se lanzó sobre Emilia y la tumbó de espaldas.

―¡Ayuda! ―gritó ella, llorando, asustada.

―¡Dispárale, Erick! ―ordené.

―No puedo... ―respondió Erick, y vi de reojo que estaba pálido.

Hanna, al contrario del estúpido Erick que se quedó tieso como una verga erecta, cerró un ojito intentando apuntar, pero no disparaba; después de todo, ella no tenía mucha experiencia.

Isabell y Steven se quedaron inmóviles, observando con la boca abierta al bulto dentro de esa cortina sacudiéndose encima de Emilia, quien se defendía colocando sus manos al frente de su cara.

Pero lo inesperado sucedió.

William corrió y enredó sus fuertes brazos a través del cuello del monstruo. Sus músculos se tensaron; vi que las venas de sus pálidos antebrazos se brotaron. Su cara se puso roja como la superficie de una manzana y sus grises ojos me observaron frunciendo el ceño.

―¡Hazlo ya, mierda, ya, ya! ―gritó, escupiendo saliva, forcejando contra ese ser.

No lo dudé más. Elevé el hacha por encima de mi cabeza y corrí hacia ellos, centrando mis ojos únicamente en la cabeza del monstruo envuelta con la cortina. Descargué un ataque con todas mis fuerzas. La sangre salpicó en mi cara y cayó sobre los ojos de William.

―¡Maldita sea! ―maldijo William, soltó al asiático y procedió a retirarse el espeso y oscuro líquido de los ojos.

Como pensé que iba a pasar, el hacha se quedó clavada en la cabeza de ese infeliz que aún no moría. Así que lo embestí, haciéndolo caer de espaldas y me acaballé sobre él. Utilizando todas mis fuerzas, tomé el pomo del hacha y tiré de ella. El filo se desclavó del cráneo. Sin esperar tan siquiera un segundo, volví a asestarle otro golpe, luego otro, y luego otro. Escuchaba cómo los huesos de su cara y su cabeza se astillaban; y no me detuve. Seguí clavando el filo del hacha sin contar cuántas veces lo había hecho ya. El líquido me encegueció. No veía nada más que el oscuro rojo de su sangre. Otro golpe más, y el cuerpo del asiático convulsionó bajo el mío. Y...

―Ya, Daniel ―habló Hanna con una dulce voz, tocándome el hombro. Me sobresalté. La miré, y no sé por qué sentí ganas de llorar.

Las lágrimas bajaron por mis mejillas. Solté el hacha, vi mis manos totalmente manchadas. Mi buso favorito estaba empapado, y mis jeans pasaron de ser azules a rojos. El bulto sobre el que aún me encontraba sentado, ya no se movía, ni gruñía.

Las rodillas me temblaban, pero aun así me obligué a levantarme. Miré de nuevo a Hanna, y ella me rodeó con sus brazos.

―Lo hiciste excelente ―susurró.

Me aferré a su cuerpo y dejé que su aroma a lavanda inundara mis fosas. Me encantaba ese aroma, y me embriagué con él.

¡Como siempre, mil y mil gracias por haber llegado hasta aquí!

Si el capítulo te gustó, no olvides regalarme un voto ✨

Y también recuerda que si encontraste errores ortográficos, puedes corregirme con plena y absoluta confianza.

¡Nos vemos en el siguiente acto!

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