FUERTE ROBLE I
Fuerte Roble, Tierras Fértiles.
La doncella se levantó temprano aquél día. Las secas hojas de los árboles se habían colado por las ventanas de la habitación.
«Pierina ha olvidado cerrar los postigos ―se dijo a sí misma mientras se dirigía hacia la ventana―. Ya está muy vieja para éstos trabajos.»
Luego de un rato, se sumergió por largos minutos en el agua tibia y burbujeante. Permitió que su anciana criada le lavara sus castaños cabellos, ya que una ola de piojos había invadido Fuerte Roble hacía una luna atrás y no podía permitirse estar indecorosa para la ejecución del Bandido Luna y mucho menos para su último banquete en la región, el cual se celebraría al anochecer. Lord Domen, su señor padre, había invitado a todos los Señores y Damas de la región, incluyendo a Altaír Lemar, noble hijo del Señor de Muros Blancos.
La doncella Cassia se preguntaba a menudo cómo era posible que Lord Ricker, siendo un hombre poco agraciado por los Dioses, pudiera haber engendrado a un hombre tan hermoso como era Altaír.
«Altaír El Bello» Se refería a él a menudo cuando cuchicheaba con sus amigas.
Pero Cassia no solo estaba emocionada por ver al joven heredero de Muros Blancos, sino que principalmente porque al llegar la luna llena, partiría a la capital para convertirse en una de las damas de compañía de la princesa Edda Folmener, conocería al Rey y a su familia real, los largos pasillos del Palacio de Verano, las cristalinas aguas de la playa que rodeaban el castillo, asistiría al mítico baile del Nuevo Mundo y estaría rodeada de las personas más influyentes del Reino.
«Hasta podría encontrar un esposo noble adecuado y de alto rango» pensaba a menudo.
― ¿Y si hago mal todas mis tareas y decepciono a la princesa? ―preguntaba sin pausa la joven doncella mientras que la criada le peinaba el cabello―. Ella ya no me querrá y me devolverá hacía aquí; Sería una vergüenza de la Casa Rossal.
― ¡Oh, dulce niña! ―canturreó la criada―. Si la joven princesa la ha elegido personalmente, es porque ha visto algo especial en usted. Aprenderá a realizar sus tareas en cuanto llegue allí. La paciencia es arma y armadura.
―No conozco personalmente a la princesa, ni siquiera al Rey o a la Reina―protestó preocupada mientras Pierina trenzaba su cabellera―. Mi señor padre solo recibió la carta con la invitación.
―Grandes invitaciones son enviadas a grandes Casas―sentenció la anciana en un tono sombrío.
Cassia no le prestó atención y se observó en el espejo, comprobó detenidamente el peinado; su castaño cabello estaba recogido en dos grandes trenzas que formaban una rosa.
«Como las que decoran el escudo de nuestro Linaje» pensó mientras se levantaba del tocador de roble ennegrecido.
Pierina la vistió con un camisón de lino blanco que había lavado tres veces en lejía, y encima de él depositó un largo vestido de lana fina que tenía un color rojo oscurecido y que era ocasionalmente utilizado para media estación; parecía ser un día donde el sol brillaba, pero el viento corría fuerte.
Cuando los primeros rayos de sol se colaron por las ventanas de su habitación, Cassia escuchó una trompeta. Dejó inmediatamente el vestido de lana que estaba bordando y Pierina, quién guiaba sus puntos, se levantó del asiento.
―Dejaremos estos vestidos de fiesta para otra ocasión―sentenció suavemente la anciana―. Su señor padre estará esperando en el patio central.
Cassia se levantó y acomodó su cabello.
― ¿No vendrás a ver la ejecución? ―preguntó la joven.
―He visto demasiados ajusticiamientos en mi longeva vida―respondió juntando sus manos―. Y en cada una de ellas, siento que un pequeño trozo de mi bondad desaparece.
Cassia esbozó una tierna sonrisa y se dirigió a la puerta.
En el centro del Gran Patio habían instalado un improvisado patíbulo de madera oscura, mientras que el pueblo llano comenzaba a aglomerarse a su alrededor.
Cassia observó desde lejos al verdugo que vestía una túnica negra, hasta que un guardia Rossal le tocó el hombro.
―Por aquí, mi Señora―dijo rápidamente el hombre.
Caminó entre el tumulto de gente, mientras que el fornido guardia empujaba violentamente a los campesinos y artesanos. Cuando llegaron hacia el centro, la joven se percató que toda su familia estaba parada allí esperando.
Lord Domen, su señor padre le lanzó una mirada tosca. Cassia se apresuró y se irguió junto a su madre.
―Llegas tarde, como siempre―le susurró su señora madre.
―Perdón―contestó la joven mientras observaba una extraña mirada en su madre.
Un sacerdote vestido con la distintiva túnica blanca y negra de Los Antiguos, se paró al frente del patíbulo. Guió su mirada hacia Lord Domen, quien asintió con un gesto firme.
―Traed al sentenciado―le dijo a los guardias que esperaban estoicos.
Cuando acarrearon al maltrecho hombre, Lord Domen dio un paso al frente y tosió para aclarar la voz.
―Pueblo de Fuerte Roble, les hablo para decirles que el hombre que tienen enfrente ha cometido un horripilante acto contra ustedes, los Robleños―dijo con una voz elevada―. Ha robado las dotes de madera de roble, que hombres como ustedes ha talado con el sudor de su frente. ¿Y para qué? Para complacer nada más que sus deseos egoístas de amontonar monedas de oros, vendiéndolos a los bandidos que tanto daño nos han hecho las últimas lunas.
Los campesinos y artesanos comenzaron a gritar improperios, mientras que el larguirucho hombre observaba el suelo con sus manos atadas.
―Ningún hombre o mujer que se atreva a cometer una traición como ésta a su Señor saldrá con vida―dijo haciendo una pausa―. Yo, Lord Domen de Rossal, hijo de la Tierra, Servidor del Fuego, Duque de la región de Fuerte Roble, te condeno a muerte.
El público aplaudió y sus voces se elevaron más.
Lord Domen le hizo un gesto al verdugo quién se posicionó en el patíbulo. Los guardias agarraron violentamente al bandido y lo depositaron de rodillas.
El sacerdote se acercó por atrás y se posicionó frente a él. Recitó unos cuantos pasajes del Libro de los Elementos y situó la mano derecha en la frente del hombre.
― ¿Tienes algunas últimas palabras? ―preguntó el Antiguo―. Recuerda que los dioses todo lo oyen.
El bandido lo observó con los ojos vacíos.
― ¡Sus reinos están podridos y malditos! ―comenzó a vociferar el hombre―. ¡Cada uno de ustedes caerá como moscas y seré yo quien los observe quemándose en la Oscuridad!
Sus gritos fueron ahogados por un certero puñetazo del guardia que reposaba a su lado.
Cassia sintió que una pequeña angustia subía por su estómago. Un rubor cubrió el rostro de Lord Domen quién dio la aprobación al verdugo de ejecutar su misión.
El corpulento hombre de túnica negra empujó al bandido y aplastó su torso con el pie. Desenvainó una gran espada y la dejó caer con violencia. La sangre comenzó a brotar del cercenado cuello del infeliz hombre.
Un escalofrío recorrió la espalda de la joven doncella mientras que Pierina se apoderó de sus pensamientos.
El atardecer no demoró en caer sobre el castillo. Alguien golpeó suavemente la puerta de su habitación y luego de unos segundos entró su madre, Lady Lena. Era una mujer alta, de rostro solemne y de cabellos dorados que caían sobre sus hombros.
―Los cocineros ya están terminando el banquete―anunció mientras se acercaba a la joven―. Ordené a que compraran los mejores mariscos y pescados del puerto, como también que se hicieran grandes porciones de ensaladas con los frutos del bosque, tal como te gusta.
―Muchas gracias madre―contestó Cassia mientras se ponía encima un abrigo gris de lana gruesa―. Un pequeño nerviosismo se ha apoderado de mí, madre. Quiero que todo salga perfecto, deberías ordenar que los músicos afinen sus instrumentos dentro del salón, el banquete que celebramos para el día de la cosecha fue conocido por las horribles melodías que ofrecimos a nuestros invitados. Y quiero que recibamos a Altaír con grandes honores, dígale a Sir Fernan que prepare una bienvenida con el escudo de la Casa Lemar.
Su madre asintió sin objeciones. Cassia conocía ese gesto, lo había hecho cuando trató de decirle que su amiga Nadia había sido raptada por los salvajes del reino Birka, o cuando le informó que el mayor de sus hermanos, Taro, había sido tristemente tragado por el Mar de los Dioses.
― ¿Qué es lo que sucede, madre?
―En la mañana un jinete arribó desde Montehierro y nos ha entregado una carta; Lord Ricker y su señora esposa han muerto.
Cassia se levantó de la incómoda silla.
― ¿Cómo ha sucedido? ―preguntó casi gritando.
―Se encontraban en la tierra natal de Lady Eleana―contestó su madre con el mismo tono―. Al parecer iban camino a una justa que se realizaría por los Caballeros de Hierro, las ruedas de la carroza no resistieron las quebradas y cayeron al vacío.
Cassia pensó lo peor y soltó un pequeño grito que fue acallado con su propia mano.
― ¡Es horrible! ¿Estaba Altaír con ellos?
―Sí que estaba con ellos―respondió Lady Lena―. Afortunadamente se trasladaba en otra carroza que no sufrió daño alguno.
El alma volvió rápidamente al cuerpo de la muchacha.
―Eso significa que no vendrá―se dijo para sí misma lamentándose.
―Lo dudo, querida mía ¿Quieres escribirle una carta expresando tus condolencias? El jinete partirá en un momento de vuelta a Muros Blancos, donde está reposando el joven Lemar. Podríamos poner tu carta junto a la de tu padre. Altaír lo valorará mucho en estos momentos.
― ¡Por supuesto! ―dijo Cassia juntando sus manos.
―Creo que es hora de bajar y de reunir a la familia―cambió de tema su madre―. Buscaré al castellano para que arme la bienvenida en el patio central.
Lady Lena no esperó respuesta y se marchó de la habitación. Esta noche no podría ver a Altaír El Bello, pero había un banquete que celebrar y bailes que danzar.
El frío comenzaba a apoderarse de la incipiente noche. La niebla proveniente de los bosques de Roble entraba cautelosa por las murallas del castillo, mientras que los invitados se apresuraban a entrar al Gran Salón. Era una habitación amplia y alta; diez columnas de sillares de piedra oscura se erguían paralelamente en la habitación, mientras que, en los huecos de cada estructura, una escultura de un importante Lord reposaba con firmeza. Los candelabros colgaban del alto techo e iluminaban el suelo recubierto de madera clara. Un gran rosetón con vidrios rojos dejaba pasar la luz de la luna e impactaba en la pálida piel de Cassia.
La mesa en donde la familia Rossal estaba sentada se ubicaba en un altillo que destacaba entre las demás mesas largas que se repartían en el salón para los señores y sus damas. La joven estaba sentada en el quinto lugar, naturalmente su padre estaba primero, seguido de su madre, luego su hermano menor Lander y el más pequeño de todos, Myro. Finalmente venía ella y su hermana Iona.
Lord Domen aplaudió dos veces y la servidumbre entró rápidamente. Grandes bandejas de fruta de temporada comenzaron a repartirse por las distintas mesas. Cassia observaba cómo un Lord regordete no dejaba avanzar al pobre muchacho que servía las frutillas; sacaba un puñado con su mano y cuando terminaba de introducírselas a la boca, ya tenía su rojiza mano sobre la bandeja. Por otro lado, una dama de avanzada edad prohibía a sus gemelos que comieran arándanos debido al sarpullido que les provocaba.
«Será una gran noche» pensó. Y así fue.
Luego de ingerir las frescas frutas, la servidumbre sirvió los platos fuertes; por un extremo de la habitación había un gran jabalí bañado en salsa de arándanos y perdices en jugo de ciruelo, mientras que, en el otro extremo, los invitados comían guise de almejas con salsa amarilla y pescado escabechado.
Lander Rossal tomaba lentamente de su copa de bronce, parecía ingerir su contenido con una expresión de disgusto. No le gustaba el sabor de la cerveza, pero según su padre, el amargo líquido era bebida de hombres y él ya estaba a punto de convertirse en uno.
Su pequeño hermano Myro comenzaba a quedarse dormido sobre la larga mesa, fue en ese momento en que Lady Lena ordenó a una de las nodrizas que lo llevara inmediatamente a la cama, ya que el baile estaba a punto de comenzar.
Los músicos subieron al altillo que estaba ubicado entre los pilares oscuros. Cassia escuchó los pequeños soplos que realizaban en sus flautas, luego escuchó un suave desliz de un arpa y la música brotó.
La joven doncella se percató que dos de sus amigas se acercaban al centro de la habitación para inaugurar el baile, estaban acompañadas por dos gemelos de cabellos dorados que provenían de las zonas pantanosas del sur, donde las tierras fértiles lindaban con las imponentes cumbres de las Montañas Nevadas.
Danzaban en círculos, bajo una perfecta sincronía. Aquel baile provenía de una tradición milenaria de los Primeros Hombres de Tierra, no obstante, en los últimos años y bajo la influencia del Imperio del Fuego, el baile había sufrido algunas variaciones en el ritmo.
―Al parecer Lord Hagnos quiere bailar contigo―le susurró al oído su hermana Iona―. Ha estado mirándote desde que la sidra se terminó.
«Es verdad, me ha estado observando con sus oscuros ojos toda la velada» pensó mientras un leve rubor invadía sus pómulos.
―Calla tu boca―le dijo Cassia en voz baja―. Es un hombre mayor, tiene dos hijas y un joven heredero.
―He escuchado que no se ha comprometido desde que su señora esposa murió―Iona esbozó una extraña sonrisa―. Quizá no ha traído a su heredero porque está interesado en buscar una novia apropiada para él mismo.
Cassia observó a su hermana con un atisbo de molestia y bebió un poco del vino que había sido traído del Valle Rojo, no le gustaba el sabor, pero en un banquete como el de aquella noche, era algo que debía hacer.
Una de las amigas de Cassia la observó de reojo mientras su acompañante giraba a su alrededor. Tenía los cabellos oscuros, rizados y cortos. Llevaba encima una saya de color ocre que parecía inflarse con el baile, mientras que un corpiño desteñido le apretaba la cintura. Su nombre era Rita Tonkel, hija del encargado de la extracción de la madera de roble en el bosque.
Cassia dirigió su mirada hacia su madre.
―Madre, me gustaría acompañar a Rita en el baile.
Lady Lena inclinó su cabeza para escucharla mejor.
― ¿Quieres bailar con alguno de sus acompañantes? ―preguntó en un tono solemne―. Debes preguntar a tu señor padre.
―No tienes por qué preocuparte―dijo mientras un rubor de apoderaba de su rostro―. Deseo bailar con Rita.
Su madre sonrió.
―Entonces no debes preguntar nada. Disfruta tu noche.
Cassia asintió, disculpó a sus padres y empujó la gran silla de roble oscuro hacia atrás. Se levantó y bajó apresurada del altillo.
Rita agarró su mano mientras Cassia estaba distraída observando cómo un Lord regordete agarraba la nalga de una sirvienta.
Se organizó un círculo en medio del salón, Cassia sostenía mano con Rita y con un hombre fornido que había sido nombrado caballero tres lunas atrás. Mientras los participantes giraban hacia la derecha intercambiando un pie delante del otro, cantaban al unísono:
Y cuando la Sombra engulló las almas de luz
El Fuego rugió contra la oscuridad
¡Oh! La Tierra tembló
¡Oh! El aire danzó
Y el agua se congeló...
Aquella era la canción favorita de Cassia. Recordó que su nodriza Maen le había enseñado una variedad de poemas y tonadillas de todas las regiones cuando apenas tenía cuatro primaveras. Sin embargo, "El Rugido del Fuego" era la que ocupaba su mente día y noche. Solía cantarla en las mañanas cuando se dirigía a rezar al templo, en las tardes cuando bordaba algún vestido o en las noches antes de irse a dormir.
Así fue como al cabo de un tiempo, todos en el castillo comenzaron a referirse hacia Cassia como Lady Rugido, hasta que aquella noticia llegó a los oídos de su señora madre que prohibió estrictamente que alguien la llamase de aquel modo.
La joven Rossal se sintió mareada y soltó suavemente la mano de Rita. Ella la observó sonriente y siguió danzando en círculos mientras cantaban las siguientes estrofas. Cassia se separó del grupo dispuesta a volver al altillo cuando alguien posó la mano sobre el huesudo hombro de la doncella.
― ¡Mi señora! ―escuchó una profunda voz desde atrás―. Los Dioses de Tierra la han bendecido con una belleza sin igual.
«Está bebido, muy bebido» pensó al momento en que se daba vuelta.
― Muchas gracias, mi Señor―sonrió nerviosa―. Agradezco enormemente su esfuerzo al venir desde Bordemar.
―Largos e incómodos viajes siempre tienen su recompensa―Lord Hagnos puso en su lugar un castaño cabello de Cassia que se había escapado de su peinado.
―Discúlpeme, Lord Hagnos―dijo retrocediendo un paso y observando de reojo a su señora madre―. Me gustaría tomar un poco de aire fresco.
― ¿Quieres compañía, mi Señora?
«Eres una estúpida, ahora querrá seguirte donde nadie podrá vernos» pensó furiosa.
―No será necesaria tal molesta, mi Señor―intercedió Lady Lena con una voz firme―. Sus hijas están esperándolo para el caldillo de pescado que se servirá en breve.
―Por supuesto, mi Señora, que tenga una buena velada, Lady Lena―luego se volteó hacia Cassia―. Y agradezco de corazón tu invitación.
El alto Lord se marchó tambaleante y desapareció entre la multitud que continuaba cotilleando y bebiendo.
―Gracias, madre―dijo Cassia sonrojada.
―Lord Hagnos tiene grandes porciones de tierra en Bordemar y fuertes vasallos―dijo casi susurrando―. Pero es sabido que su trato no es digno de un caballero.
― ¡Madre! ―exclamó la muchacha―No es lo que piensas. Es un hombre muy mayor para mí.
Lady Lena juntó sus manos y esbozó una tierna sonrisa.
―Me encuentro un poco descompuesta―continuó diciendo Cassia―. ¿Podría tomar un poco de aire?
―Por supuesto―respondió suspirando―. Sir Fernan está afuera custodiando las puertas, dile que no te quite el ojo de encima.
Cassia asintió tranquilamente y se dirigió hacia las puertas. Saludó con un gesto amable a cada noble caballero y dama que se encontraban en el camino, hasta que por fin Sir Fernan abrió las puertas. Una fría brisa danzó en sus ruborizados pómulos. El castellano la acompañó hacia el patio central y montó guardia.
La noche estaba despejada e iluminada por las estrellas que se repartían en el firmamento. En las murallas del castillo reposaban grandes antorchas que se difuminaban con la espesa niebla que se esparcía por el aire. Cassia oteó el establo que se encontraba en la parte derecha del patio y observó un caballo blanco que refunfuñaba.
La joven comprobó que su pelaje era suave como el aterciopelado que cubría su lecho. Al cabo, el caballo retrocedió bruscamente, una sombra emergió desde el fondo y caminó hacia la alta doncella.
Cassia intentó gritar, pero antes que la voz saliera de su boca, reconoció a la silueta; era Alexandor Goldtur, hijo del Castellano Sir Fernan. Trabajaba en los establos del castillo y conocía a la doncella desde que eran niños de pecho, pues Sir Fernan era uno de los hombres más leales a Lord Domen, siendo el castellano mismo quien lideró la defensa del castillo en los tiempos de la invasión de la Sombra.
Alexandor vivía en una pequeña cabaña donde el poblado que se ubicaba a las afueras del castillo lindaba con los profundos bosques. Cassia solía cabalgar tardes enteras entre los macizos de roble junto al muchacho, mientras él compartía antiguas historias sobre míticos héroes que alguna vez pisaron aquellas tierras, como también Cassia le contaba escalofriantes relatos que acontecían en el Nuevo Mundo. Era un joven delgado, alto para su edad, de cabellos largos y castaños como la madera de los bosques y de piel pálida como la nieve que caía en las tierras del invierno.
―Espero no haberla asustado, mi Señora―dijo el joven disculpándose―. Noté que le ha gustado Luna.
― ¿Es así como se llama? ―preguntó Cassia observando al hermoso animal.
―Es la única que ha nacido de éste color. Llegó al mundo en una noche donde las estrellas estaban ocultas y lo único que iluminaba el establo era la magnífica luna. Su madre murió cuando dio a luz, así que tuvimos que ponerla junto a otros recién nacidos.
―Es una yegua realmente bella.
―Sin duda, mi Señora―dijo acariciando el lomo de Luna.
―No te he visto celebrando el banquete―la muchacha no dejaba de observar el caballo―. ¿Tu padre no te ha dejado entrar?
―Nada de eso, mi Señora―respondió tímido―. Sabe bien que en aquellas mesas no encuentro mi sitio. Soy el hijo de un castellano, no hijo de un noble señor de ricas tierras.
―No digas tonterías, eres mi amigo y te he invitado como también he invitado a Rita, al hijo del carnicero y a algunos cocineros del castillo.
―Discúlpeme, mi Señora―dijo el muchacho dejando una cubeta de agua sobre el suelo―. No me sentiría cómodo allí dentro.
Cassia retiró suavemente su mano del lomo de Luna.
―He oído que partirá a Piedrafuego a servir a la princesa Folmener mucho antes de lo planeado―dijo Alexandor limpiándose las manos con un trapo sucio.
―Has escuchado bien, partiré a la Capital en luna llena. No puedo sentirme más ansiosa.
―Es un largo viaje, mi Señora. Discúlpeme, pero ¿Acaso no extrañará dejar Fuerte Roble?
«¿Este castillo de madera podrida?» pensó mientras los jóvenes se ponían en marcha hacía el Roble más alto que decoraba el patio.
―Por supuesto que lo haré, Alexandor―mintió mirando el suelo―. Pero la grandeza demanda sacrificios.
― ¿Pero qué grandeza sería esa? ―preguntó el joven frunciendo el ceño.
―Tener el privilegio de servir a la corona―respondió sorprendida Cassia.
―Discúlpeme nuevamente, mi Señora―intervino el joven con una voz firme mientras se detenían bajo el gran roble― ¿Por qué debemos servir a la corona Folmener, si estas fértiles tierras han pertenecido a los Dugues por cientos de años?
―Sabes bien por qué―contestó ruborizada y exaltada―. Los Folmener provienen de una de las dinastías más antiguas del continente, fueron ellos mismos quienes expulsaron a los Hombres de la Sombra cuando nos invadieron desde el Aguijón.
― ¿Por qué debemos obedecer al Fuego, cuando hemos sido engendrados por la Tierra?
―Eh...Eres todo un rebelde―respondió Cassia con una sonrisa incómoda―. No dejes nunca que tu padre te escuche.
Ambos jóvenes se detuvieron bajo el gran roble que estaba ubicado en el centro del patio. Era uno de los árboles más antiguos del sector y en los libros se decía que los Primeros Hombres de Tierra habían construido un templo alrededor de aquel árbol para adorar a la Diosa Flor. Sin embargo, luego de pequeñas guerras entre las diferentes tribus de la región, el templo había quedado reducido a escombros. Fue allí cuando el primer Lord de Fuerte Roble, en honor a sus antepasados, construyó el castillo en torno al gran Roble.
La niebla había desaparecido lentamente, mientras un frío soplo revolvía los cabellos sujetados de la doncella. Alexandor parecía molesto observando el suelo y un gran silenció reinó en el patio.
Algunas hojas del roble cayeron suavemente desde las ramas, no obstante, ninguna parecía depositarse en el suelo, sino que danzaban hacia las puertas del Gran Salón. Cassia las observó sorprendida mientras que Alexandor anonadado trataba de seguirlas.
Al cabo, un sonido seco se cernió sobre la joven, quien al instante observó hacia la copa del árbol y notó que las ramas crujían con fiereza. Ella dio un paso al lado y lanzó un pequeño grito. Alexandor volvió a su encuentro apresurado.
― ¿Está bien, mi Señora?
― ¿Has visto eso? ―preguntó Cassia con la respiración agitada.
―Sin duda, mi Señora. El viento se está comportando de manera extraña―sentenció el joven mientras oteaba las secas hojas que se habían acumulado en las puertas del salón―. Los vientos del sur soplan cada vez con más fuerza. Quizá se acerca una tormenta.
―Así veo...―la doncella lo observó temblando―. Será mejor que vuelva al banquete. De repente me ha entrado un frío terrible.
Cassia no esperó respuesta y caminó hacia la puerta. Observó que Sir Fernan dormía de pie frente a la entrada. De pronto la joven sintió un gran deseo de irse de Fuerte Roble.
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