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= Capítulo 7: ¡Fue él! =


Creo que fue la madrugada cuando escuché los pasos de William de nueva cuenta en la casa. Ya no me sorprendía nada, en lo más mínimo, de su comportamiento, a veces tan extraño y adverso, que me causaba cierta gracia. No era ni de lejos lo más extraño en una persona como él, quien casi siempre vaga solitario. Tal vez no era patético solo alguien sumamente sensible.

Era una lastima no poder dialogar con él en estos momentos puesto a que se encuentra, supongo yo, algo agotado. No todo siempre se había tratado solo de dialogar con él. Era un ser humano y buscaba un descanso. Sin embargo, así como en casi todas las conversaciones que se necesitan por una discusión, aquí ocurre exactamente lo mismo.

Me subí hacia su habitación, toqué su puerta, pero no recibí respuesta. Volví a tocarla con más fuerza y ahí William logró abrirme, dejándome pasar. Cuando entré me encontré con su gabardina negra. La levanté, notando que tenía una parte quemada. Le quería preguntar a William que había ocurrido, pero estaba guardando varias cosas suyas en varias bolsas de plástico negras.

William me pidió que le diera la gabardina, a la par que se la ponía. Le dije que ya me tenía que ir. Él accedió a mi partida, despidiéndose de una forma un tanto fría, no mostrando intención alguna de conocerme. Como empezamos. William seguía en sus cosas y yo solo me despedía. Con mis cosas igualmente en bolsas y algunas en cajas, salí de la casa que tanto tiempo había sido un sitio de alojamiento.

A todo esto, busqué un teléfono publico por donde pudiera hablar con mi amigo Peter, quien vivía cerca de donde yo vivía y podía ayudarme a llegar allí. Además de ello, también podría apoyarme con estas cajas. Tal vez lo invite a cenar.

***

Diario 014

Reyna Durand

Solo anotaré ese nombre para no olvidarlo. Veré si tengo un directorio telefónico. Debe de estar cerca de la gasolina.

***

Llegué con Peter, le llamé por un teléfono publico a casa de sus padres (por suerte sigue viviendo allí) y me dijo que con mucho gusto me llevaría a mi casa. Honestamente me siento más que agotado por todo, por el trabajo de la pastilla, por toda esta situación. Conservo las formulas y espero que eso, junto al proceso, sea algo sencillo de validar frente al consejo.

Ahora puedo tomarme un momento de calma. Estoy con Peter y todo parece apuntar que, generalmente, todo es un disfrute de ahora en adelante. No había notado que ya casi era el año 2000. El nuevo milenio venía y quería comenzarlo a lo grande.

Adiós 1999. Te extrañaré, así como también extrañaré todo lo que he vivido estos meses, siendo solo una rata en una madriguera con un enfermizo sujeto.

Atte. Maxwell Paulson.

***

Diario 015

Los señores Durand tienen una bella casa. El numero telefónico fue el adecuado, salvo que no tuve que usar el estúpido directorio telefónico. Solo tuve que buscar el numero de atención y pedir el número de la casa de los Durand. Había demasiados Durand. Tuve que preguntar a cada uno y hasta el último de todos, contestándome un señor, me dijo que si, efectivamente, tenían una hija llamada Reyna.

Le comenté que era amigo de su novio y que él me había pedido dárselos personalmente. No me cuestionó mi nombre porque su hija había confirmado que era amigo suyo.

Que agradable persona. Creo que buscaré darle a Maxwell la cita perfecta.

***

Diario 016

Después de varios autobuses y una enfermiza cantidad de humeante cantidad de mierda en todos ellos, logré llegar a la localización otorgada por sus padres. Ellos, como mencioné, tienen una bella casa, un hogar digno de un habitante promedio de los suburbios.

***

Diario 017

Los señores Durand me han invitado a cenar. Creo que son más amables de lo que pensé, pese a tener una mala idea de los franceses y su falta de calidez. Creo que debo de dejar de ser tan prejuicioso.

Me temo que ahora debo de tomar el valor de hacer las cosas de una manera correcta. La novia de Maxwell me está viendo mientras hago mis anotaciones. Eso quiere decir que el maquillaje de mis manos es convincente.

***

Diario 018

Creo que se encuentran ciertamente aterrados todos. Su hija me había comentado que habían mencionado en los periódicos que su amiga, Patricia, había sido asesinada en un callejón. Eso me causó cierto revuelo puesto a que creí que nadie lo notaría. Ahora puedo ver que en todos lados hay noticias interesantes que contar.

Su hija comenzó a describir la noticia dándose cuenta de todo lo que significaba ello. Me contó acerca de que heridas tenía, como habían sido dadas, pero lo que me colmó la paciencia fue cuando me redactó las características del asesino o posible implicado, vistiendo ropa oscura y gabardina negra, la cual ardió en llamas.

Esto se estaba saliendo de las manos. Mi expresión mostraba preocupación y esa chica seguía leyendo. También mencionaron que encontraron algunas pruebas de un posible sospechoso; Jonathan Allen.

¡Mierda!, me dije a mi mismo. Ella dijo que era imposible que Jonathan Allen fuera el causante de ello, ya que el mismo periódico, años antes, había redactado el suicido del chico. Su padre sacó el periódico donde venía esa información y Reyna comenzó a ver la fotografía del supuesto suicida.

La gota que derramó el vaso fue cuando me dijo que era muy parecido a Jonathan. Yo le dije que usualmente la gente suele parecerse mucho. Eran cosas de la vida. Ella dejó de lado las burlas y comenzó a notar el parecido de la fotografía con el mío. "Es como si solamente te hubieras pintado el cabello", dijo. En ese momento ella se levantó asustada. Su padre y su madre se preguntaron de ello y yo mostré preocupación también.

-¡Es el! ¡Es el! ¡Es el! ¡Fue el!

Su hija comenzó a gritar y los padres rápidamente se dirigieron al teléfono. No pudieron marcar a ninguna línea posible ni contactar a nadie. Les dije a que se relajaran y que no hicieran un escándalo. Que no había pasado nada en realidad. Estaba metiendo mi mano a la parte trasera de mi pantalón con el fin de hacer lo que debía hacer.

-Fuiste tú, ¿quién más iba a saber dónde trabajaba ella?

Ella se cuestionó a si misma y ello ocasionó que no tuviera elección.

-Espera. Ella nunca te dijo que trabajaba allí, ¿entonces como supiste su lugar de trabajo?

No tenía ni tuve otra elección.

Saqué el revolver de mi padre de mi espalda y lo apunté a ellos.

Lo siento, Maxwell.

***

Ya ha pasado bastante tiempo, creo que días, desde que había dejado de lado todo aquello que representaba la casa de William, sin embargo, también lo había hecho con toda relación externa que tuviera. Me causaba ruido eso. Decidí mandarle varias cartas y esperar por una respuesta, no recibiendo ninguna. Fui a teléfonos públicos con la esperanza de poder hacer algo al respecto y sin suerte, solo recibí un aviso del teléfono muerto.

A todo ello no me percaté que había subido algo de peso. Creo que debo de hacer ejercicio o comer mejor. Mucho mejor. Antes era sumamente escuálido y ahora estaba perdiendo esa apariencia.

Fui hacia un puesto de comida china con el fin de comer algo bueno para poder comenzar a pensar en que hacer este día. En lo que voy por la comida, me encuentro con un puesto de periódicos. Tomé uno de ellos y dejé el resto. Lo abrí y en primera plana apareció la noticia que me causó asombro puro.

La amiga de Reyna, Patricia, había sido asesinada. Fue el mismo día que yo invité a William a hablar con ella y mi novia. La noticia comentaba que el atacante, posible asesino de la chica, vestía con una gabardina negra y esta había sufrido una quemadura, causando que varios espectadores comenzaran a ser llamados por la atención de todo.

¿Una gabardina negra?

...

Recuerdo la conversación con mi novia y con Patricia. Ella decía que una mujer de cabello rojo y vestimenta de cuero ocasionó la muerte del chico del bar ¿Qué acaso William no tenía la vestimenta de aquella mujer pelirroja?

No, no, no. Solo es mi mente sugestionándome. Pero tiene sentido. Me aterra creerlo. Esa mujer de cabello rojo era William y este mismo ya sabía dónde estaba ese bar.

Recuerdo que William se incomodó por lo ocurrido en el bar, así como por la muerte de Nataly. Pensándolo bien, estos últimos días, desde los meses anteriores hubo excesivas cantidades de asesinatos, varios de ellos hombres que tienen una edad similar a la de William.

Todos ellos, incluyendo al chico del bar, tenían la misma edad. Todos los hombres sufrieron muertes, sin embargo, todos aseguran que fueron por mujeres. No hubo hombre implicado. Las notas de los periódicos, las notas en las noticias y las muestras de los cadáveres. Muchos aseguran que, pudieron ser por mujeres, pero era una mujer fuerte, muy fuerte.

William y los papeles femeninos.

¡No! ¡No! ¡Esto es una locura!

William no pudo haber asesinado a nadie.

¿O sí?

Creo que debo de visitarlo de nuevo y resolver esta situación.

***

Diario 019

He regresado de la visita con sus padres y debo de reconocer que ninguno de ellos fue débil. Su padre fue al que más veces tuve que dispararle, un enorme y mastodonte que no era capaz de morir con dignidad sin convertirse en un queso.

Su madre solo costó un disparo en la cabeza. A todos tuve que dispararles en la pierna para inmovilizarlos. Sin embargo, Reyna era una perra fuerte. Esa puta no podría sostenerse, pero luchaba por vivir, luchaba por Maxwell, lo entendía por completo. Sin embargo, esto no ocurriría. No de nuevo.

Bastó un golpe exacto para terminar con todo. Ahora estoy más tranquilo.

***

Cuando tomé un autobús de regreso a la casa de William, tenía los nervios de punta y mi sudor lo denotaba. Todos allí sentían mi hedor, un hedor fétido, un hedor que simbolizaba la duda, pero, sobre todo, el miedo. Me causa horror la idea de que William fuera el responsable. Era sombrío, pero eso no decía realmente nada sobre la situación en realidad. Era incómodo para mí siquiera imaginarlo.

Bajé del autobús y fui caminando a la casa de William con el periódico en mano. Solo bastó con tocar la puerta para que William me abriera la misma. Este mismo me vio con curiosidad.

-Maxwell – Dijo él - ¿Qué haces aquí?

-Hola William, necesito hablar contigo.

-Adelante, hazlo.

Me dejó pasar, causando que sintiera un hedor pútrido en toda la casa.

-Mierda, ¿qué es ese olor?

-Me encontré con varias ratas en el desagüe, tuve que matarlas, pero todavía no ha pasado el basurero a recoger la bolsa con los cadáveres de las ratas. Me disculpo por ello Maxwell.

-Huele horrible – le dije – Como sea, quiero hablar contigo sobre una teoría que está recorriendo mi cabeza. Verás, cuando yo estaba a punto de comer me encontré con un periódico con la muerte de Patricia.

William dejó de lado su rostro tranquilo y comenzó a fruncir el ceño.

-Decía que había sido asesinada por una persona que vestía con gabardina negra y que esta había sufrido una quemadura. Da la casualidad que tu tienes una gabardina negra con una quemadura. También ella, antes de morir, me mencionó que una mujer pelirroja había causado la muerte del chico del bar, con un arma. Esa mujer tiene facciones o tenía similitud con la mujer que tu tuviste que interpretar William. Me parece curioso que nadie notase la diferencia puesta a que tu tenías pastillas de la voz, ¿correcto?

-Maxwell, si piensas lo que creo que piensas...

-No, no creo absolutamente nada, solo busco entender toda la situación. Quiero saber, quiero confirmar que no eres responsable de nada, no lo eres... No eres el asesino, ¿verdad?

-No.

-También recuerdo todas las noticias donde hombres fueron asesinados por mujeres, o eso suponían ya que la última vez que se les vio fue con una mujer y todas ellas tenían rasgos similares a todas las interpretaciones que has intentado hacer. La mujer rubia y la mujer de cabello oscuro. Ahora esto. William, te suplico, te imploro, que me digas que no has hecho nada.

William dejó de lado todo tipo de cordura y sumió su cabeza en su pecho, a la par que el cabello cubría su frente y una carcajada emergía de sus más profundos pensamientos. Era aterrador oírlo reír, sobre todo de esa manera.

-William ¿Fuiste tu?

William seguía riendo y riendo, hasta más no poder.

- ¡Dime la verdad, carajo! ¡Pruébame que todo esto de la actuación y los papeles es verdad! ¡Quiero oírte!

-Amigo. Me encanta ver que eres igual de paranoico que yo.

Solté el periódico a la par que notaba que todo era cierto.

-Si fuiste tú...

Mi cuerpo se quedó completamente pálido y paralizado, ante todo. No podía pensar correctamente. William seguía carcajeándose por completo, como sino hubiera algún fin.

-Puede ser que sí, puede ser que no.

-Pero... ¿Por qué?

-Solo fueron seres sin significancia alguna, Maxwell. Todos ellos no tenían razón de vivir más allá de hacerme real el placer de morir. No había más en ellos que solo una vida repleta de frívolas esperanzas y sueños inertes.

-Nadie de los que habías asesinado merecía hacerlo. No todos tienen expectativas de la vida, William. Todos ellos merecían vivir. No tenías ningún derecho a lastimarlos o acabar su vida. Ninguno de ellos fue malo, tal vez el del bar pero el resto eran pobres y simples personas.

-Oh, mi pobre Maxwell. Me apena tener que decirlo, siempre lo digo, pero ahora especialmente me siento conmocionado por la revelación que te haré. Me duele decirlo y muy sinceramente me aterra como vayas a reaccionar.

-Dime cual es esa revelación, bastardo.

-Oh. El termino de bastardo. Tan frivolo y comercialmente significativo. Se que eres tan vacuo como todo el mundo, sin embargo te daré el derecho de la verdad, mi amigo. En realidad todos ellos no eran más que un recuerdo de la muerte de mi hermana Ana.

-Pero... Pero dijiste que...

- ¡Mentiras! ¡Mentiras! ¡Mentiras! Y más mentiras ¡Vamos! Salta conmigo y vamos a reír porque las mentiras son un desastre. Todos gritan por la verdad, pero cuando la tienen les es tan desgarradoramente aburrida que prefieren no hacer ni decir nada. Todo se vuelve tan monótono que mienten. Sin dejar de lado ello, su hipocresía me enferma.

Tratando de comprender el comportamiento tan alarmantemente extraño y cambiante de William, no podía sino sentirme curioso ante la pregunta de todo.

-Entonces solo fue venganza, ¿correcto?

-Exactamente.

- ¿Pero que tenía que ver Patrícia en todo esto?

-Después de todo, mi querido Maxwell, se convirtió en un placentero habito.

- ¿Qué?

William se acercó a mi y me miró con la palidez de su piel y el brillo bestial y cósmico de sus ojos amarillos, pútridos y enfermizos. De inmediato no tuve un mayor y más certero impulso que soltarle un puñetazo, sin embargo el golpe en la cara pareció no hacerle mucho daño. Seguí dándole puñetazos, pero ninguno hacía efecto en él. Solo sangraba por la nariz, pero nada le hacía efecto.

Su agotamiento era notorio, por lo que William, sin que yo lo esperara, se acercó más a mí, comenzó a acercar sus manos, las cuales estaban muy diferentes a las que recordaba. No eran normales. Tenían trozos destrozados y carcomidos de una quemadura. Las llamas de un recuerdo cuyo significado jamás me será develado, ahora estaban cerca de mí. Esas horridas uñas encarnadas con liquido purulento y ese monstruoso aspecto se acercaban a mi rostro, a la par que William me acercaba más su rostro contra el mio. Me plantó un beso y con ello, comenzó a clavarme sus uñas pútridas en mi espalda.

El desagradable beso se convirtió en una mordida de labios tan dolorosa que lo único que pude hacer fue quitármelo de encima, gritando. Me arrancó un trozo de mi labio superior cuando me lo quité de encima a la par que sentía como mi espalda derramaba algo.

Me levanté inmediatamente para soltarle un puñetazo a William, cosa que no sintió y solo pudo empujarme contra la pared aledaña a la puerta, con fuerza. Mi espalda dolía y trozos de madera emergían de la pared, clavándose en mi espalda.

-Sea donde sea que busques, dentro de tu cerebro y carcomiendo las paredes, aunque no lo quieras, ahí estaré. No tengas duda de ello. Soy tan humano como tú, y aun así me tienes miedo o repulsión. Que divertido eres, Maxwell.

Como un recordatorio final, puso sus uñas en mi mejilla y con rapidez, cortó la carne de la misma, provocando una enorme apertura, de la cual salía mucha sangre, a cascadas. Pude dejarme caer por el dolor, a la par que me levantaba

-Disfruté matando a cada uno de ellos, así como no me arrepiento de que Patricia sufriera ese desagradable destino. Esa zorra estúpida merecía morir, tanto como los malnacidos que les tuve que tocar la polla. No disfruto de masturbar hombres, pero tampoco me niego a hacerlo si eso implica arrancarles la tráquea de un mordisco.

-William. Eres un monstruo.

-O tal vez, un ser humano que no se deja influenciar por realidades socioculturales, políticas y moralinas. Quién sabe, quizá después sea un héroe de guerra o el próximo ganador del premio Nobel de la paz.

-Debo de reportar esto a las autoridades. Lo haré animal, lo juro por todo lo que me importa en esta vida.

- ¿Eso incluye a Reyna?

Cuando dijo eso, un escalofrío recorrió mi cuerpo.

- ¿Por qué mencionas a Reyna?

-Es tu novia y supongo que te importa.

- ¿Pero por qué? Pudiste decir que mi madre o cualquier otra cosa, pero ¿Por qué ella?

-Quien sabe, Max. Ahora yo no soy el paranoico que piensa que solo por mencionar algo, algo puede ocurrir. Solo te digo que hagas lo que tengas que hacer. No me interesa. Largo de mi casa y no quiero que vuelvas.

Después de ello, corrí asustado de la casa, escapando de un enfermizo hombre quien pudo hacer más y más barbaries, quien sabe que clase monstruo estaba enfrentando. Llamé por un teléfono publico a la casa de mi novia, siendo contestado por un hombre, este mismo me preguntó quien era y le dije que era Maxwell, el novio de Reyna. Me preguntó si era Reyna Durand. Le dije que sí, asustado. Me dijo que en esa casa había ocurrido un asesinato.

Mis nervios colapsaron por completo y mi sentimiento de soledad emergió de sus cenizas. La melancolía recorría mi cuerpo, pero más que ello, la rabia. Colgué la llamada y con las pocas monedas que me quedaban, hice una llamada a la policía. Estos tardaron mucho tiempo en contestarme, pero pude conseguir una llamada. Ellos me preguntaron cual era mi emergencia y les comenté lo sucedido, que un hombre había causado la muerte de los Durand. Todos ellos dijeron que ya lo sabían, que el causante de ello era un tal William Dolphin.

Mi cabeza no podía creer lo que decía por completo y estaba a punto de desmayarme, cuando logré recuperar las fuerzas y hablé con tranquilidad con el oficial. Le pregunté si sabían el lugar donde él vivía. Me dijo la dirección y me convertí en un hombre feliz. Ellos vendrían para acá.

La patrulla llegó y pude sentirme aliviado. Les comenté sobre William y ellos comprendieron que esto era algo serio. Ambos oficiales entraron a la casa que les había marcado y me dejaron acompañarlos. Cuando entraron el hedor a putrefacción inundó nuestras narices. Ellos comenzaron a buscar en toda la casa, encontrándose con un sitio limpio. Les dije que subieran al segundo piso y entraran a la habitación de William. Allí encontraron.

Los oficiales me confirmaron que sabía que era Maxwell, el propio William les había informado sobre mí, que era inocente y que no tenía nada que ver en nada. Aun y con ello me pidieron que después de la inspección fuera a la comisaría con ellos, con el fin de dejar de lado todo el proceso de sospecha.

Entraron a la habitación y encontraron quizá lo más desagradable que hayan visto en sus vidas. Yo no podía creerlo y mi cabeza comenzó a dolerme de forma escabrosa. Mis ojos comenzaron a llorar y rugí en el suelo.

Reyna, completamente desnuda, con la cabeza cocida al cuerpo y el mismo en un estado de putrefacción notorio, secretando lixiviados, se encontraba sentada en un trono improvisado de bolsas negras. No podía creerlo y me costaba entenderlo. El cadáver tenía una carta, que fue hecha por William. La tomé con fuerza, quitándola del cadáver, pero antes de que pudiera comenzar a leerla, el cadáver comenzó a secretar una sustancia con un olor distinguible y familiar, a la par que un fosforo comenzó a sacar chispas, por su choque en el suelo.

Las bolsas comenzaron a arder, el cadáver igual. Tanto los oficiales como yo salimos de la habitación, solo para escuchar un estruendoso estallido. Las pruebas, la evidencia de todo y el cadáver de mi novia estaban ardiendo en llamas. Más patrullas y más oficiales llegaron después de varias horas.

Los oficiales me intentaron animar, diciéndome que buscarían a William por donde fuera y donde estuviera, que no se quedaría impune nada. Sin embargo, faltaba algo más por hacer. Leer la carta. Esta misma era la última evidencia de todo. La abrí, dejando de lado el hedor a muerte que llevaba, comencé a leerla, cerca de los oficiales.

Diario 020

Querido Maxwell. Espero con ansias que disfrutes el regalo que te dejé en las bolsas con olor a rata muerta que oliste cuando querías hablar conmigo. Se que te parecerá extraño, pero como necrofílico que soy, se que lograrás comprender que es mi más sincera forma de darte las gracias por todo.

No te preocupes por los oficiales, hice una llamada anónima sobre mí y esta casa. William Dolphin siempre fue el causante de todo, y me alegro que la gente lo sepa. Me hace sentir especial, ¿sabes?

Espero que tengas suerte con tu proyecto.

No te preocupes, saben de sobra que tu no hiciste nada, pues fuiste mi inquilino, un inquilino muy amistoso.

Disfruta a Reyna, colega.

Te doy una advertencia; de no ser por mi placer por decirlo, jamás hubieras descubierto que fui yo. O tal vez si, aunque jamás te diste cuenta por tu propio análisis. Que lástima.

...

Atte. Dolphin, W.

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