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= Capítulo 3: Mary Christie =


Diario 003

Dejar la casa de Steven fue algo bastante complicado. No podía lidiar con el hecho de que los gatos iban a ser los únicos testigos. No me sentía seguro siendo juzgado por unos malditos gatos. No merecían morir, aunque tampoco me agrada mucho que vivan; deseaba que murieran por algo impactante, como los hámsteres.

Presté atención nula a los detalles y simplemente salí de la casa. Caminé hacia la parada de autobús más cercana, que fue casi dos cuadras después de aquel lugar. Me senté y miré a todas partes, esperando que nadie sospechara nada o siquiera me viera. Toda esta situación no la podía sostener por mucho; me estaba consumiendo. Mis manos temblaban, mi rostro sudaba, arrancando en cada gota el maquillaje de piel que se ve más viva que la mía y mi cabeza picaba por la peluca.

Tuve que esperar unos cuantos minutos, treinta aproximadamente, para que llegase el primer autobús. Parece ser que la vida tiene un sentido de humor negro bastante remarcado con mi ser y me obliga a esperar más en una tortura interna y eterna; este autobús estaba repleto de personas. No había evidencia de que hice cualquier cosa, pues mis manos estaban intactas. Por ahora, mi único problema era que notasen que no era una chica de cabello oscuro y ropa llamativamente casual. Mi sombrero lo podría ocultar bien, pero mis cuerdas vocales y mi figura de la cintura hacia arriba no podría hacerlo.

Me siento tan acongojado por toda esta situación, sobre todo sabiendo que mi única alternativa es tomar ese autobús o esperar a que, por obra del destino, llegue otro. Mi decisión fue hecha con base al tiempo que requería para hacer lo que debía hacer; me subí al final del dilema.

En el interior del autobús había personas de todos tipos; ancianos, jovenzuelos que genuinamente me violarían si fuera mujer y el autobús estuviera solo, con marcas y tatuajes en sus calvas y repugnantes cabezas, mujeres que seguramente se habían peleado con su pareja por algún frívolo conflicto sin sentido, y coronando toda esta situación, había un exceso de todos ellos. Mi interior me ruega por largarme de allí, sin embargo, no tenía salida.

Tomé el primer asiento que vi desocupado y pude relajarme un poco. El suspiró que emergió de mi boca fue tan voraz como el de un canino tras descuartizar un gato con el hocico. Una señora estaba a mi lado, mirando con sus ojos a lo que ella creía que era una bella dama. Me preguntaba varias cosas, siendo fortuna mía que la pastilla no había perdido su efectividad. Ahora temía por atemorizar a la pobre anciana.

Se veía tan solitaria hablando con un extraño a medio camino (o extraña), sin sentir ningún tipo de miedo o temor. Le pregunté porqué iba en el autobús, diciéndome que iba a visitar a su hija desde muy lejos. Tenía los ojos llorosos por saber o enterarse que su marido había muerto en un accidente de su trabajo y necesitaba apoyo. Me contó sobre su esposo, siendo alguien que ella amó mucho mientras estuvo con vida y le regresaba el favor del amor.

Veía con cierta melancolía a la pobre señora. Le di un abrazo y le deseé lo mejor antes de bajar en la parada más cercana a la casa abandonada. Mi maquillaje y todo el vestuario me estaba matando. Incluyendo el peso de la estúpida ropa que tenía debajo del vestuario. Lo único que no podía ocultar era mi gabardina. El vestido verde militar, junto a las botas y los pantalones me estaban matando. Tuve que correr hacia la tienda más cercana para poder cambiarme.

Para mi desgracia (O fortuna), esa "tienda" en realidad era un estúpido bar. No fue problema entrar para cambiarme mi ropa, aunque no tardaron los trogloditas en lanzarme despectivos piropos; me daban asco por lo enfermizos que eran. Entré al baño de hombres, evitando que cualquier persona me viera (aunque dudo que esos bastardos no lo notasen).

Entré al más sucio de los escusados y, sin tener miedo al reino fungi que habitaba en la orina mohosa de aquel pandemonio, comencé a quitarme el vestuario, dejándolo allí y olvidando siquiera que eso era mio. Salí del escusado y me quité la peluca, el maquillaje y los lentes de contacto de color morado que había puesto en mis ojos.

Moví mi cabello a todas direcciones con el fin de hacer que este se despeinara por completo; odio tener el cabello arreglado, aunque eso ya lo había especificado anteriormente en el viejo diario, o tal vez en este; me da igual. Salí del baño siendo William y Charlotte se estaba pudriendo en aquel escusado con hongos y sífilis que solo sabía morir y renacer para volver a morir.

Siendo una dulce dama con vestimenta promedio las miradas eran insoportables; ahora, yo solo podía fantasear con ellas, aunque me sentía observado, juzgado, enjuiciado y castigado por la gente. Todos ellos gritaban en su interior para que todo se arreglase para jamás volver a preocuparse; el eterno dilema del humano por buscar lo eterno. Me causan nauseas.

Todos los allí presentes hablaban de sexo, drogas, lo maravilloso que era el fin de semana y denigraban la integridad de personas que muy probablemente ni siquiera les habían hecho nada; su pequeña cabeza de alcohólicos no les dejaba pensar en las posibilidades, que son infinitas. No se si mi marginación me haga pensarlo así, pero siento que la gente que suele venir aquí o le gusta tomar, tienen una vida muy vacía; todos la tenemos, salvo que no buscamos hacerla interesante con frívolas armas de destrucción anatómica y fisiológica.

Cada quien tiene derecho de hacer lo que quiera con su vida; yo critico lo que amo, lo que odio, lo que veo y lo que no. Soy despreciable. Dejando de lado ello, salí del bar y me dirigí de regreso hacia mi "hogar", donde Maxwell tal vez estaría esperándome para hablar o tal vez refutar mi teoría del amor; no discrepo de su derecho a expresar que piensa del amor; solo no creo que en los tiempos actuales y venideros el amor sea real.

El amor ha muerto... solo nos resta el miedo a la soledad.

Atte. Dolphin, W.

***

Cuando regresó William, me parecía algo distante su forma de caminar y de dirigirse hacia mí, pues me había visto y no había recibido ningún dialogo de él. Aunque, pensándolo bien, se veía agotado. En realidad, no quería interaccionar con nada; tal vez estaba enojado, puesto a que pateó su puerta para poder entrar a la fuerza a su habitación. No quise pensar más sobre ello. Quería continuar mi platica, pero él no parecía estar dispuesto a hablar; ¿y quien era yo para irrumpir en su vida y perturbar su tranquilidad?

Quizá escriba después.

***

Diario 004

Mi mente se está distorsionando y no puedo evitarlo...

De camino a esta pocilga que he llamado casa durante los últimos meses, quizá hace un año, no he parado de pensar en lo mucho que me siento responsable de todo. No puedo evitar llorar, no puedo evitar querer gritar. Mi mente en blanco que se llena de dolor, de tristeza y no sé qué hacer.

Me encuentro más solo que de costumbre y no se porque no me importa porque me debe de importar.

¡Estúpido! ¡Estúpido!

Maldita sea. Ni siquiera se de que mierda estoy hablando. Que la vida me otorgue un momento de muerte para vivir mejor, o un momento de vida para poder morir mejor. No se que clase de maldad me corrompe ahora pero no se siente bien, no está bien. Esto es pútrido, es desgraciado. Es todo lo que un idiota con la capacidad de un primate escribiendo podría esperar de todo. Me siento agotado, me siento sediento.

Busco comerme el mundo entero... quiero comerte a ti... deseo comerte... Kelly, mi primer almuerzo. Tus viseras se sentían tan sinceras, aunque repletas de excremento.

¿Por qué tenías que ser tu Kelly? ¿Por qué debías de ser tu? ¡Tu y tu estúpida falsa amabilidad! ¡Tus estúpidos rulos y estúpidas flores! ¡Los malnacidos de tus padres! ¡Tu sonrisa me pegaba cual sol en deshidratación! ¡Tu y tu maldita existencia! ¡Que bueno que has muerto! ¡Oh... si...!

Me reiré de ti en el más allá, si es que lo hay. Porque logré degustar de tus vísceras como un rey en un festín. Logré sentirme excitado con la sangre de tu garganta en la mía, siendo besado por tu pútrido ser. Afortunado me debería sentir por ser quien te probase a un sentido más profundo.

TE ODIO KELLY.

TE AMO KELLY.

TE DEBORÉ KELLY.

ESTUPIDA Y AMABLEMENTE MORALINA KELLY.

***

La mañana siguiente tuvo un cambio sustancial en cuanto a las otras mañanas. William salía de su habitación con una expresión que solo puedo describir como "un adolescente idiota". Se reía de cualquier cosa, incluso del sin sentido más absurdo que se pudiera pensar. Me veía desde el piso superior y parecía estar en calma con todo. No era como los otros días, donde un sentimiento de incomodidad invadía mi cuerpo al conocerlo.

- ¿Qué te hace tan feliz el día de hoy, William? – Pregunté.

-Nada realmente... Oh espera... De hecho, hay algo que me hace más que feliz en estos instantes y quisiera mostrarte.

-Bueno... Enséñame que ocurre.

Subí a su habitación, como había hecho siempre, entrando sin pedir permiso y notando varias hojas arrugadas que estaban en el suelo, siendo un despilfarro enorme de material. Hasta ese momento, no encontraba nada fuera de lo normal, hasta ver que William traía algo consigo mismo. Parecían ser de un material flexible y tenían una extensión que podía recubrir toda la parte del pecho, como unas de verdad; eran pechos de hule.

- ¿Qué se supone que es eso? – Le pregunté a William mientras este me veía con ilusión ante lo qué suponía que era su nueva obra de arte; más bien, parte de su maquillaje - ¿Tomaste en serio lo de la feminidad para tu papel, no es así?

-En efecto, Maxwell. Ya tengo el papel perfecto, o eso parece ser, puesto a que ellos me dijeron que no podía tener dos extremos de un personaje femenino; ni podía ser una rubia idiota con sensualidad hasta las trancas; tampoco debía de ser una mujer con ego elevado y personalidad fría; tener un extremo de idiotez y de insensibilidad no hacen sino desagradable a una persona real; y yo debo buscar hacer a una persona real; no un estereotipo.

-De acuerdo... me parece curiosa tu forma de ver las cosas.

-Peticiones del colegio, Maxwell.

-Peticiones del colegio... Anotado – Dije tras que me interrumpiera con aquella aclaración – Entonces, ¿ahora necesitarás pechos para actuar mejor? ¿Ahora vas a elaborar una vagina plástica también, William? ¿O prefieres que te consiga, una de la morgue?

-Me impresiona tu sentido del humor. Sin embargo, lo único que necesito en realidad es hacer a una persona equilibrada en mi papel. Malhadado me encuentro al saber que eso es imposible, puesto a que ahora todos son estereotipos y ningún ser humano.

-No entiendo que significa eso.

-Ni siquiera se de que hablo, Maxwell. Solo procuro que todo tenga sentido dentro de la sintaxis, más no del contexto en sí. Solo puedo decirte que debo de pulir mi papel para una mayor credibilidad y sinceridad posible.

-Espero que solo sea eso y vayas a olvidar que eres un hombre vestido de mujer.

-No lo hago, Maxwell.

-Bueno... te dejo con ello. Me alegra que por fin hayas podido encontrar algo más para tu papel.

-Más bien, elaborar.

-Como sea – Dije. No me parecía que fuera la gran cosa y era incluso algo gracioso. No respondí con calidez porque no sabría como lidiar con lo hilarante de la situación.

Tomé un poco de dinero que tenía guardado y pensaba salir de la casa, hasta que escuché a William interrumpiéndome, preguntándome a donde me dirigía.

Le fui sincero al momento de expresarle que me iba a encontrar con mi novia, se sorprendió, mostrando un semblante más expresivo al momento que logré verlo bien a los ojos. Ya tenía tiempo sin ver a mi pareja, desde que había empezado este experimento; unos meses, supongo, para ser especifico.

-Oye, jamás había preguntado esto, ¿cómo se llama tu novia?

-Se llama Reyna – Le dije, encontrando en él un semblante de curiosa duda.

- ¿Reyna? ¿De dónde viene?

-Su madre es española. Su papá parece venir de Francia.

-Oh... Que curioso. Curioso...

Después de esa aclaración, me alejé de la puerta, la cerré y emprendí camino hacia la casa de mi novia, que quedaba, de forma sincera, a un estado de distancia; "tendré que tomar varios autobuses" me dije a mi mismo.

Me preocupaba que no tuviera el dinero suficiente de mis ahorros y no pudiera siquiera ofrecerle una estúpida flor. Suspiré y toda esa parafernalia colérica se desvaneció de mí, a la par que tarareaba Paranoid Android de Radiohead.

***

Diario 005

Dexter Hoffa

Un estúpido irlandés que había tomado las funestas y falsamente alegres miradas de los estudiantes en mi era de estudiante, me hacía regurgitar de formas espectaculares, buscando destacar con su estúpida guitarra. Me siento ciertamente interesado en que clase de cambio puedo encontrar en él y en todo aquél que busque algo como lo que quería ese bastardo.

Solo puedo decir que, tras haber estado con él en un grado y que se enamorara de mi hermana, me hizo odiarlo con el alma; son los celos más inexplicables, puesto a que no tenía problema con que mi hermana socializara con cualquier zopenco, siempre y cuando supiera si valía la pena.

Este tipo tenía una labia digna de envida de cualquier hombre que se hiciera llamar "Don Juan", puesto a que era capaz de convencer a cualquier chica, con su delicadez en las palabras y su alegre imagen de chico creativo.

Ahora que lo pienso, creo que fue una muestra que él mismo se dio cuando intentó seducirme con sus bellas frases y liricas poéticas, enlatadas en una acústica barata con sensaciones vacías. Ahora solo pido que esa seducción de su parte continúe cuando vaya a visitarlo como Mary; una chica de cabello ondulado, con pañoleta blanca y con un fuerte corazón activista; no creo que sea lo mejor, pero es más sencillo actuar como activista, pues suelen ser personas moralmente inestables con pensamientos manipulables.

Grata ironía.

Me puse mis senos falsos, una camiseta que dejase expuesto a aquellos bombones y me dispuse a salir, vistiendo unos vaqueros desgastados, botas cafés y sencillos adornos para el cabello. Mi mirada era igual que las anteriores; adornada con maquillaje más vivo para ocultar mi pálida tez, con ojos color avellana y maquillaje en exceso. Mi personalidad como Mary Christie era tan predecible como Sadie y Charlotte, no obstante, mi atractivo podría cambiar las cosas.

Prometí reunirme con él en su departamento, a las afueras de New London en Connecticut. No fue fácil para mí dar con la ubicación, pidiéndole unas cuantas fotografías para lograr dar con el hogar del enfermizo guitarrista.

Tomé varios autobuses y simplemente llevaba conmigo una toalla y una botella con una solución de bicarbonato y agua (No creía que fuera una buena idea), son el fin de limpiar mis manos si ahora, en estos momentos, requería del uso de fuerza más que bruta.

Llegué al edificio, siendo un lugar de colores pálidos y elegantes, mostrando un frio ambiente; muy posmoderno. Toqué el timbre que daba al apartamento 1-B. Allí supuestamente se encontraba Dexter. Pasaron unos minutos para que esa criatura bajase de su apartamento y se dispusiera a abrirme la puerta, con el fin de que entrara. Lo hizo y pude verlo de reojo. Vestía una camiseta blanca con rayas negras, un pantalón vaquero de color beige y un sombrero de jazzista promedio. Su semblante no era distinguible, pues al igual que cuando estábamos en el colegio, tenía el cabello en la frente, cubriendo sus ojos y no mostrando más de lo necesario.

Me invitó a pasar, mostrando un fuerte interés en mi activismo; mi mentira se basaba en mostrarme como alguien vegetariana con un fuerte interés en lo verde o más bien, en la protección de las plantas. Era una ambientalista o naturista; no sé cómo mierda se diga.

Así como entré, pude notar que se dedico al arte, al igual que el primer idiota al que contacté, en este caso teniendo un fuerte interés en la música, con instrumentos de todo tipo en su hogar; percusión, cuerdas, eólicos, etc. Me mostré "interesada" en su labor como instrumentista, sin embargo, las palabras de su boca eran, como yo esperaba, más dedicadas a alabar mi belleza que en sí, un interés genuino en conocerme.

Como cualquier otro hombre de esa escuela, específicamente del estúpido grupo al cual he estado contactando, no pensaban en nada más que en sexo o una relación más íntima; eran frustrados sexuales sin sentido del ridículo.

Me temo que la misma situación se repetirá; yo lo seduciré, él se someterá o intentará entrar más profundo, yo actuaré de forma brusca y él morirá. Para mi fortuna, él se sentía ciertamente interesado por mis pechos; de una forma tan curiosa que, inclusive, con alegría comenzó a tocarlos, como si fueran comida para un primate; él me reconoció que eran muy suaves.

Ahora con esa tranquilidad en él, quiso plantarme un beso, pero lo detuve; le dije "¿Qué pasaría si alguien se enterase?". Él, con el mismo tono relajado y digno de un enfermo mental disfrutó diciéndome que no pasaría nada cuando en realidad podría pasar mucho; demasiado.

Lo volví a apartar de mí cuando intentó volver a besarme. En esta ocasión no recibí ningún arrebato de ira, solo me dijo que iría a preparar una malteada para los dos; se disculpó, inclusive, por lo que había hecho. Yo me mostré amable ante esa propuesta. Él se fue hacia su cocina y comenzó a hacer de las suyas.

Yo iba detrás de él, si que se diera cuenta de que me encontraba a sus espaldas. Él se sorprendió cuando tomé por sorpresa su cintura, diciéndole con una voz sensual que lo sentía mucho. Le dije que no me sentía segura de nuestra interacción y que quería hacer un ejercicio de confianza para poder saber si realmente confiaba en mí, cosa que aceptó, con ese tono rasposo en sus palabras.

Le pedí que se cubriera los ojos con mi pañoleta y me dejase dirigirlo. Tomé su mano con fuerza y la puse dentro de la licuadora, la cual se encontraba apenas recientemente abierta. Él se mostraba entusiasmado por lo que pudiera pasar, entonces ocurrió...

Prendí la licuadora y, junto con la fruta, su mano se despedazó contra las cuchillas, quedando todo en un batido de frutas y carne con sangre, que era morado y rojizo a la par. El grito de Dexter fuer enfermizo, pero eso no me detuvo de seguir accionando la licuadora, metiendo más su mano y ocasionando que él siguiera sollozando y gritando. Me llamó puta, cerda, bastarda, animal, salvaje, perra y todo epíteto discriminativo en contra de las mujeres hacia mi persona. Fue divertido ver que su teatral actuación de artista se desvanecía con lentitud conforme pasaba el tiempo.

Me quitó la peluca de la cabeza con su otra mano, en un intento por tratar de agarrarme la cara. Quitándola, junto a la pañoleta, mientras yo lo tenía sujetado con la otra mano, teniendo detrás de mi y en mi otra mano, un martillo, me preguntó.

- ¿Eres tú?

-Siempre fui yo, Dexter.

-Supera la muerte de tu hermana, imbécil.

-Espero que lo hagas igual con esto...

Levanté el martillo con mi mano y saqué toda mi furia sin ningún sentido. Todo se hacía rojizo. Sangre salpicaba por las puertas de su cocina y en mi ropa; que bueno que traje conmigo la botella de bicarbonato con agua.

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