= Capítulo 1: Sadie Ward =
Al siguiente día, desperté para dar un paseo en mi laboratorio, dando vueltas y vueltas. Pero fue extraño.
Eran difíciles de describir mis sentimientos hasta la actualidad. Era... una situación complicada. No puedo decir que me sentía mal, porque no era así; en lo absoluto.
Sin embargo, era algo poco casual, por no decir anormal en varios sentidos, sea cual sea el sentido al que va dirigido esto. No se que pensar. No se que piensen mis compañeros. Había logrado algo tan insignificante con todo mi conocimiento. Logré algo tan ridículo, pero a la vez fascinante. Me... me aterra creer lo que he hecho. Me siento orgulloso... a medias.
No creo que esto haya tenido que funcionar como lo hizo. Y el hecho de que ocurriera tal cual, pueden ser dos motivos. El primero fue uno que tuve en mi mente mucho tiempo; quizá estoy destinado para cosas grandes en sectores pequeños. Dar una perspectiva cambiando todo. La otra, y esa la obtuve después de mi estancia con William, fue que lo que sea que se encuentra arriba, lo que sea que esté juzgándonos, ha dicho que yo debía ser un momento de diversión.
De alguna manera, puedo entender lo que sienten a veces los hombres o las mujeres que tienen sexo solo por tenerlo y no por amor; utilizados, vacíos, sin nada que valiera la pena y con mucho posiblemente por perder. Ahora no me puedo detener. Estoy en la meta y algo más grande se avecina. No debo parar por más estúpido que sea el obstáculo y lo inútil que pueda ser. Debo continuar.
¿Qué sería de mi si dejo esta estúpida broma detrás de mí? ¿Qué hará el mundo si descubre que mi chiste me sumió en colera absoluta o insuficiencia humana? ¿Seré respetado acaso? Aunque, en realidad, perdí toda la dignidad que me sobraba. Me siento estafado. Parece que todo me sonríe y aun así, se ríe de mí. Sin embargo, por más horribles que se puedan poner las cosas, debo seguir.
El día de hoy fue un tanto extraño. Esto lo puedo explicar, aunque sea con tres grandes eventos. Dividiré este día como una obra de teatro, si es que se necesita.
El primer acto lo llamaré "El cabello de la desdicha". Un título muy dramático para un evento pequeño. William seguía trabajando en su habitación y mi curiosidad había quedado penetrada en mi ser al momento que vi su oficina de trabajo. Repleta de materiales enfermizos, mi mente no se disparó a otra parte. Se sintió como si hubiera visto por primera vez una herida. Era... extraño.
Al tocar la puerta, nadie abrió, aunque William me dijo que pasara. No tenía miedo y mucho menos algún tipo de restricción para mí. Solo me dijo que podía entrar. Yo accedí a su desinteresada invitación. En su tono de voz era evidente la concentración en otra cosa. No presté importancia a ello y decidí solo postrarme impecable en el centro de la habitación de William, quien no me veía ni siquiera para saludar. Era como si algo lo tuviera hipnotizado por completo.
- ¿Qué haces William?
Este mismo no quiso mediar palabras. Solamente se sintió abrumado por la pregunta, o eso pareció, ya que al escucharme levantó su cabeza, como si fuera un golpe repentino. Se dio la vuelta como si lo hubieran descubierto en algo y solamente mostró su mano. Esta tenía un cabello castaño, algo tan natural para mí que no sabía que pensar; quizá era un cabello de una rata, tal vez mientras se quitaba uno de sus cabellos vio algo horrido como el cadáver de un animal muerto, valga lo redundante de lo anterior.
Grata y algo particular fue mi sorpresa al notar que no era nada de eso, en lo absoluto. Era, por así decirlo, algo digno de un chiste de mal gusto, o algo que solamente personas con un humor especifico, un grupito de idiotas con un chiste local, podría entender; William tenía entre sus dedos un cabello suyo.
- ¿Qué es eso, William? – Pregunté por una respuesta, fuera la que fuera, si tenía sentido o siquiera valía la pena ser escuchada; a estas alturas eso era lo que menos importaba.
-Esto, mi querido Maxwell, es algo único para mí. Algo que me da a entender que ya no debo temer. Que ya no debo de preguntarme si hago lo correcto o siquiera si lo que hago tiene alguna pizca de sentido. Esto, mi querido Maxwell, es mi paso al otro lado. Algo sin precedentes.
En ese instante creí que William se había vuelto completamente loco, en todos los sentidos. Me perturbaba un poco la idea, sin embargo, no podía pensar en que hacer ese momento. Era, digamos, algo complicado para mi decir las cosas; William actuaba con delirantes aspiraciones, que no hacían sino hacerme sentir acongojado.
-No te entiendo William.
-Tengo en mente algo grande, Max. Es algo que está fuera de tu comprensión, de todos en realidad. Ese papel que debo de actuar será una maravilla que cualquiera de los idiotas del jurado va a aplaudir de forma exuberantes. Reirán al recordar que un idiota como yo pudo burlar sus capacidades en un actor pulcro y directo. Que soquetes serán esos mojigatos.
- ¿Ocupas alegorías o eres franco conmigo al momento de decir todo eso?
-Puedo ser de todo, Max. Menos una cosa.
William se acercó de forma apresurada hacia mí, como si de un gato intentara atrapar a un ratón y evitar comérselo; algo así como la relación de Tom y Jerry. Sin embargo, yo me sentía aterrado por la reacción de William, a diferencia de Jerry.
- ¿Qué cosa, William? – Pregunté evitando hacer o decir algo que fuera imprudente.
-Que jamás usaría alegorías de no ser un evento relevante. Eso quiere decir que esto es más que un brillo, una llamada de alerta de la vida que me recuerda el porqué hice lo que hice. No me siento arrepentido. Solo espero que funcione.
-De acuerdo... Si mis palabras sirven de algo, estoy seguro de que todo saldrá bien.
-No estes seguro de ello. La mala suerte viene cuando alguien asegura la buena.
- ¿Qué acaso no puedo desearte suerte?
-La suerte se desea cuando quieres que a quien se la mandes tenga un golpe de realidad. En resumidas cuentas, la suerte es una forma indirecta de decirte que tienes que abrir los ojos. Yo ya los tengo abiertos. Míralos, Max.
William, mientras se encontraba cerca de mí, noté que sus ojos, con iris amarilla y con venas reventando lentamente, me miraban de forma permanente, como si tuviera algo en mi que lo hiciera irritable para él el estarme contemplando.
-Los veo William. Mira. Solo diré que... Necesito que me digas si vas a necesitar algo de mí.
-Oh, Maxwell. Vaya que necesito algo de ti. Tu precioso y delicado medicamento. Una pastilla hará la diferencia.
-De acuerdo... ¿Cuánto tiempo duró el efecto en ti?
-Un total de cinco horas. Un lapso muy pequeño.
-No necesito que me des sermones.
-No lo hago, Maxwell. Es solo que necesitaré dosis mayores para poder cubrir toda la sesión y la audición. No sé si eso sea un inconveniente.
-Claro que no, William. El hecho de que me pidas más me facilitará el poder reproducir con más facilidad la formula y sin equivocaciones.
- ¿Cuántas pastillas hiciste en tu primera prueba?
-Solo hice... creo que la que te di fue la única.
- ¿Solo una?
-Disculpa si no sabía cómo hacerla correctamente – Respondí con sarcasmo.
-No, no tienes porqué disculparte. Solo digo que pudiste haber intentado más. Solo digo ¿Qué hubiera pasado si la pastilla inicial no hubiera funcionado?
-El "Hubiera" no existe, William. – Le dije eso tras escuchar lo que me dijo. A su respuesta a mi sarcasmo, no se si no lo entiende, o simplemente me considera un ignorante y no le parece relevante lo que digo.
- ¿Cuánto tiempo te costó producir esa pastilla?
-Solo debo de comprimir los componentes y listo. El método de centrifugación hará el resto – Evadí el tiempo, debido a que no lo consideraba importante. Para mí, importaba más el proceso.
- ¿Cómo lo haces?
-Ocupo medias para poder revolver la mezcla. Después de ello, someto las mezclas prensadas a temperaturas altas. Arriba de los 230º C. Esto lo hago con una placa de calentamiento. Pongo las pastillas en una bandeja de cristal y mientras siguen compactadas,
William me miró fijamente.
-No tengo otra forma de hacerlo William. No me culpes si no tengo un laboratorio de alta gama y debo de usar materiales básicos.
-Me pareció algo creativo Maxwell. Te veo con admiración. No pienses mal de mí. Pero mi duda es cuánto tiempo te costaría hacer varias pastillas.
-Tengo recursos suficientes, sin embargo, en lo que tardo en compactarla, me llevo casi media hora en fabricarla.
-Perfecto. Solo necesito que hagas ocho pastillas.
- ¿Ocho? – Pregunté asombrado - ¿Por qué esa cantidad?
-Si los efectos duran cinco horas, puedo tener varias sesiones. Un total de cuatro y que duren más de lo esperado.
No me sentía convencido por lo que William decía. Parecía algo más profundo lo que buscaba. Quizá las sesiones de actuación duraban bastante tiempo. Probablemente solo debo de dejar de pensar completamente sobre aquello.
Me salí de la habitación y fui a mi cuarto para comenzar el proceso. Tomé las sustancias necesarias, encendí una llama con mi mechero Bunsen, calenté la solución para la compactación, la cual estaba solida y a una temperatura que superaba los 900º C, pasaba a ser una sustancia sólida. Esta sustancia era a base de extractos naturales. Estos no afectaban en nada a la composición de la pastilla y tampoco eran notorios sus efectos en el ser humano. O al menos, William no me habló acerca de los síntomas que presentó con la primera pastilla.
Posterior a ello, compacté los componentes de la pastilla, evitando que esta tuviera algún efecto secundario; evitar que se separasen, se mezclasen por completo y que ambas partes tuvieran alguna reacción química por fallos de cálculos, cantidades o componentes erróneos. Tras ello, bañé las pastillas compactadas en la sustancia que había hecho. En total, tomó cuatro horas hacer los medicamentos; en lo que es juntar, compactar, centrifugar y poner a prueba con el ambiente o a la espera de consumo; sin reacciones notorias.
Antes de la compactación, puse a prueba la sustancia para ver si cumplía con el nivel de pH; ningún cambió; se encontró en un nivel 6, comparándose con la leche, como había sido en la creación de la primera sustancia.
Perfecto. Mi cabeza procesó esa frase a la par que dejaba reposar los medicamentos y no encontraba anomalías. Tuve que esperar una media hora para que los medicamentos pudieran ser entregados a William. En esa media hora decidí distender mi mente y dibujar algunos garabatos en esta libreta. Además de la medicina, adoro dibujar cualquier cosa en este cuaderno. A veces suelo hacer animales, en otras ocasiones personas, pero siempre termina todo en un patrón de garabatos, curvas y esquinas, tan cuadradas que de tan solo verlas me causan comezón.
Pasaron los treinta minutos, por lo que tomé todas las pastillas y subí al segundo piso para entregárselas a William. Al abrir la puerta, no pidiendo permiso, vi a William con un labial en sus manos, pintando sus labios con un rojo intenso y carmesí. Había también maquillado sus ojos y sus mejillas. Hasta ese entonces no había notado algo en William. Su rostro era extraño.
Cuando no traía maquillaje, parecía ser un hombre cansado, un sujeto con un vacío en su interior, que cuando reía, era grotesco. Sin embargo, su rostro maquillado era atractivo. Tenía una apariencia femenina algo enfermiza. Era, por así decirlo, otra persona.
- ¿William? – William volteó de forma instantánea al momento que me escuchó. No se asustó en lo más mínimo, aunque se mostraba algo perturbado. De inmediato levantó su cuello, como si expusiera un arrogante ímpetu. Era como un gato esfinge.
- ¿Ya tienes el medicamento, Maxwell?
Me cuestionó de forma egocéntrica con esa postura, a lo que solamente asentí. El asintió, diciendo que lo había hecho bien y que me retirara. No era algo cómodo para ninguno de los dos. Sobre todo, para mí. A partir de allí, salí corriendo de la habitación y me encerré en la mía, como si hubiera visto algo horrible; no obstante, fue más por bochorno.
Me mantuve encerrado casi todo el día; desde la una de la tarde hasta las doce de la madrugada. Solamente dibujé garabatos en mi libreta, dormí como un ogro por mi trabajo y analizaba mi habitación. Era un lugar bastante limpio. Me había vuelto loco, aunque me agradaba la idea de desconectarme del mundo, aunque esta idea era aburrida.
He releído todo lo que he escrito y uso mucho el termino de "extraño". Honestamente todo lo que he vivido en esta casa parece un chiste de mal gusto o un redundante comentario simbólico de la vida ante mi para nada humilde labor; llena de tantos chistes que puede ser cancerígena para todos.
En la tarde, oí a William decir que se retiraría a su sesión de actuación. No dije nada. Él se retiró y estuvo fuera todo el día. No supe de él. Quizá si hubiera un teléfono en la casa probablemente podría haber llamado, pero no existe tal cosa. Es un espacio vacío y oscuro, silencioso y alejado de toda periferia humana; ahora habitaba otro mundo.
Todo el día transcurrió sin preocupación, sin miedo, sin nada; todo era vacío. Me volvía lentamente más loco que de costumbre. Esta cordura regresó cuando William lo hizo. El se mostraba alegre por la actuación, o eso mostraba.
- ¿Qué pasó William? – Pregunté mientras este subía las escaleras cargando consigo mismo un vestido verde envuelto y una peluca rubia.
-Nada Maxwell. Solo me dijeron que debía de ser menos estúpido y así obtendría mi papel.
- ¿Cómo que estúpido? – Pregunté con algo de asombro.
-Las rubias tontas son un estereotipo arrogantemente desagradable. Debo de intentar algo más intrépido, Maxwell. Pero oye. Me sirvieron tus pastillas, más de lo que creí.
- ¿En serio? – Me sentí halagado ante ese comentario.
-Descansa Maxwell. Lo has hecho bien.
Tras ello, William cerró su puerta y se encerró en su prisión personal. Ahora yo me sentía mejor que nunca, aunque solo fueran unas palabras, significaban más de lo que podía decir o expresar algo, lo que fuera. Decidí dar un paseo ahora que William había regresado. Tomé fuerzas y salí por la puerta, importándome poco lo que pudiera pasar. Necesitaba algo de aire fresco.
Diario 001
Patrick Anderson.
Hoy ese idiota ha caído y mi éxtasis no puede evitar sentirse realizado, aunque eso fuera solo un concepto y uno una persona. Ese sujeto entenderá que no debe de actuar con un soquete con quien sea.
Este tipo lo he seguido durante varios años, bajo un seudónimo falso. El pobre ilusionado piensa que mi nombre es Sadie Ward, o bueno, pensaba.
Ahora nada en la cloaca de la inmundicia que dejó de existir. Las cartas eran insistentes, ni siquiera se detenía con fotos que le mandaba. Era complicado el ángulo cuando eres tu el que toma las fotografías. Algo que debo de agradecer era que a ese bastardo le gustaban con tetas pequeñas. El culo era algo que jamás me había pedido. Solo quería besar mis gruesos labios, y eso sería algo que el idiota ese tendría, sin duda alguna. Que grata ironía, la de un sujeto que siendo un superficial en los tiempos del instituto, ahora se muestra un poco menos cachondo que en aquellos años.
Probé la pastilla de Maxwell y ahora la iba a usar por completo. La dosis debía de ser la misma, o tal vez debería de intentar dividirla para cambiar el efecto. O tal vez no debo de jugar con ello. Tomé el medicamento en la forma que se me había pedido, aunque antes debía de vestirme. La peluca rubia era incómoda para mí, aunque lo peor era el uso de tacones. Una herramienta de tortura femenina. Los odio completamente.
Debo de concentrarme.
Patrick me enviaba cartas, a la par que me mandaba fotos, de todo tipo. Algunas con camiseta, otras sin ella. En ocasiones me mandaba fotografías de su pene. Era muy curioso. Algunas caricias y el hombre se vuelven manipulable, idiota, susceptible a las ordenes de una mujer. Eso no lo hace menos valioso ni a la mujer más autoritaria; solo demuestra que las relaciones tienen extraños y peculiares encajes.
Bien. Me puse las prendas, me maquillé y me propuse a tomar dos pastillas. En realidad, solo tomé una y en el momento que se dieran casi las cinco horas me tomaría la otra. Ese era mi plan.
Tomé un taxi, después de vestirme, y me dirigí hacia una cafetería en la zona turística de Providence. O al menos, eso parecía, pues era una zona sumamente concurrida. Allí fue donde lo había visto por primera vez. Yo vestía de mujer porque me enteré por un viejo colega del colegio que él visitaba usualmente ese café. Lo vi y él me lanzó algunas miradas.
Mi colega me preguntó por qué necesitaba esa información. Yo le tuve que mentir que necesitaba verlo porque le debía algo de plata. Él dejó de preguntar por ello tras esa mentira. Lo cierto es que quería verlo por otras intenciones.
Al reencontrarnos, él se mostró más que urgido por amor y afecto femenino. Tenía el mismo cuerpo de atleta idiota estereotipado; rubio, musculoso, pantalones que le quedan ajustados y de ojos azules. No buscaba dejarme irritar por ello, por lo que decidí que, si al menos iba a fingir ser una mujer, debía disfrutar un café y una rosquilla gratis. Qué grandes beneficios.
Posterior a una platica que se resumió en que contáramos lo que nos gustaba del otro, donde descubrí que él estaba dedicándose a la pintura y buscaba un museo en donde exponer sus obras, causándome una sensación de ira reencarnada,
Tomamos un taxi hacia su departamento. Él vivía en una zona algo distinta a lo que usualmente se encuentra en Providence, que se muestra siempre como un sitio sin mayores llamativos. Era un lugar bastante deleznable en todos los sentidos. Me invitó a pasar a un viejo edificio con la pinta más escabrosa que haya visto jamás.
Hasta este momento no creí que hubiera funcionado el plan; maquillarme con tonos durazno, ponerme labial rojizo y usar peluca tenían bastante efecto. Sobre la peluca, tuve que usar una de esas estúpidas redes de cabello que usan los cocineros para poder mantener pegada la peluca en mi cabeza y evitar que algún movimiento brusco la hiciera caer.
Entramos a su hogar, repleto de periódico en el suelo y varios lienzos con pinturas en proceso. Latas de pintura por todas partes y una desordenada sala eran su carta de presentación. Siendo hombre considero que eso es desagradable. No me quiero imaginar que pensaría si fuera mujer. Me dijo que estaba remodelando. Para no parecer sospechoso, hice una mueca de desagrado, aunque no en su totalidad. Sentía como poco a poco los efectos de la pastilla se desvanecían, causando que tuviera que hablar más suave. Le pregunté, con lo último de mi voz femenina si tenía agua. Él me ofreció un vaso y corrí rápidamente hacia una habitación. La que fuera.
Para mi fortuna acerté con el baño y tomé mi pastilla. Los efectos de ahogamiento y lo complicado del medicamento surgieron. Los síntomas secundarios aparecieron, teniendo una inmensa comezón al momento de tomarla. No podía rascarme, aunque lo quisiera, pues ya no tenía uñas. Las que tenía puestas eran una imitación de plástico.
El idiota me preguntó si me encontraba bien, cosa que respondí que sí, sintiendo un alivio enorme al momento de escuchar mi voz. Salí tranquilamente del baño y había un par de cervezas en uno de los sillones. Él me ofreció una, diciéndole que yo no tomaba. Cosa que era cierta.
Él comenzó a beber, como si se tratase de alguien que toma agua. La tomó con mucha velocidad y fue apresuradamente a tomar la segunda. Las tomaba tan fácilmente como si fuera agua. Fue por otras dos cervezas y tomó más rápido que antes. Durante esto me platicaba que cosas le gustaban, que hacía en sus tiempos libres y soltó algunos comentarios picaros hacia mí.
Me reconoció que tenía una figura delicada, que, aunque no tuviera tetas, era sumamente deliciosa. Eso me hizo sentir halagado en parte. Nunca había recibido un cumplido en mi maldita vida, más allá de alguno que fuera un chiste de mal gusto entre chicas malcriadas y familiares que solo sienten lastima.
Me tomó por la cintura y postró sus labios frente a los míos. El hedor a cerveza me produjo nauseas. Le di un beso también, pero el era más ambicioso. Me buscó meter la lengua en mi garganta y hacerme sentir lo que muchos llaman un beso francés. Lo hizo y yo solo me dejé llevar. Me dejé llevar, hasta el momento que comenzó a tocar mis muslos y tratar de meter su mano en mi entrepierna. Definitivamente estaba borracho.
Lo aparté de mí y su repuesta inmediata, como el primate sin sentido que es, fue un puñetazo. Hice una actuación digna de un Oscar dejándome caer y comenzando a llorar, mientras que me levantaba lentamente. Era mi oportunidad. Me gritaba que era un hombre por el cual matarían millones de mujeres y que debían sentirme privilegiada por salir con él, por ser quien iba a hacerme mujer. Sus palabras eran sumamente irónicas para mí. Demasiado cómicas y ridículas.
Me quería dar otro puñetazo, pero lo detuve con mis fuerzas. Lo tiré al suelo y postrándome en su torso, comencé a darle puñetazos en su rostro, causando que la sangre salpicara por todo el suelo y parte de la pared y mi rostro.
Tomé un poco de pintura que tenía cerca y le lancé todo el bote en el rostro, causando que no pudiera ver. Quería gritar, pero le tapé la boca con mi mano mientras su alarido ahogado humedecía mis palmas y el maquillaje de la misma se mezclaba con sus labios.
Él lloraba pidiendo ayuda con su tenue vocecilla de eunuco. Busqué algo pesado para poder usarlo en su contra y me encontré con una lata de pintura cerrada. Pesaba bastante para poder cargarla y poder usarla a mi favor.
Me preguntó por qué había hecho todo eso. Yo solo le respondí.
-Ana Allen
...
¿La recuerdas?
Solo bastaron cuatro golpes...
Su rostro quedó irreconocible... pero mi dolor seguía allí... en esa masa multiforme de sangre y carne.
Sentía insatisfacción y...
a la vez...
...
placer...
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