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Ada


Un grito ahogado salió de su garganta cuando su cuerpo fue azotado por la falta de gravedad dentro de la cabina del avión. Las turbulencias en el armazón eran mucho más violentas, y hacían vibrar todo lo que se encontraba a su alrededor. El ambiente se había vuelto hostil justo cuando el avión comenzó a colapsar de la nada. Y aunque todo el personal de abordo hablara por los altavoces en un intento fallido de calmar a los pasajeros, sus palabras se perdían ante los gritos y la desesperación. Quiso gritar, pero la presión que sentía en la boca del estómago se lo impedía. Su voz había desaparecido.

El impacto fue tan fuerte que su cuerpo sucumbió a la fuerza, haciendo que se estrellara contra el asiendo de delante, golpeándose la cabeza con el metal que se había desgarrado de este, haciéndose un severo corte sobre la frente. Las sacudidas del avión la desequilibraron, haciendo que cayera al suelo, dolorida y mareada por el incesante dolor de la cabeza...

Cuando abrió nuevamente los ojos, el dolor calaba su cuerpo, invadiendo cada fibra de su ser. Intentó respirar pero una pinzada de dolor en el pecho se lo impidió, intentó moverse, abrir los ojos, y todo fue inútil. Todo a su alrededor se movía y era demasiado confuso. El olor a quemado fue lo que en alerta todo sus sentidos, obligando a su cuerpo a moverse hasta colocarse en una postura que pudiera ver qué había pasado. Lo primero que captó fue el olor a plástico quemado, al cuero de los asientos y el olor a carne quemada. Todo esa armonía de olores le revolvieron el estómago de tal forma que le provocaron varias arcadas con las que luchó hasta controlarlas. Frente a ella, la mitad del avión había desaparecido, como si hubiera sido arrancada de cuajo, y en su lugar se abrían los brazos de una inhóspita selva.

Ver como las hojas de las plantas y la luz del sol se colaba con aquel enorme agujero le puso los pelos de punta, provocándole un ataque de pánico. Lo único que pasaba por su cabeza era escapar, salir de allí, huir. Obligó a sus magullados brazos a moverse, apoyándolos en el suelo para poder levantarse. Se ayudó de los asientos, apoyándose en ellos, para poder andar hacia el exterior. Aún había cuerpos de personas amarrados a las butacas, por los pasillos con los miembros en posiciones imposibles y manchas desangre por todas partes. Aquello había sido una auténtica masacre. Todos estaban muertos, no había nadie.

Aceleró el paso dejándose llevar por el pánico. Corrió, adentrándose en las profundidades de aquella espesa selva. Si con eso desaparecía de aquel lugar, a ella le bastaba. Siguió corriendo, latiéndole el corazón a tal velocidad que la asfixiaba. Esperaba encontrar a alguien que la ayudara, algún puesto de vigilante, lo que fuera. No puso cuanto corrió exactamente hasta que sus pies se negaron a seguir, obligándola a pararse en medio de un diminuto claro por el que se colaban los rayos de sol entre las ramas. Miró hacía el cielo, sin saber exactamente que buscar. Comenzaba a costarle respirar, fruto de la ansiedad, hasta que las lágrimas al fin salieron por sus mejillas como ríos.

—¡QUE ALGUIEN ME AYUDE POR FAVOR! — gritó con todas sus fuerzas, con el último aliento que le quedaban en sus pulmones.

Su única respuesta fue el sonido de los pájaros retomando el vuelo y unas pisadas a su espalda. Unas manos la agarraron por los hombros antes de que esta pudiera girarse por si sola. Gritó y pataleó ante su atacante, luchando por soltarse.

—¡Eh,eh,eh! Tranquila, tranquila. No voy a hacerte nada. — respondió la voz del hombre.

Lo miró sorprendida dejando de luchar. Era joven, con una espesa barba castaña a juego con sus cabello y sus ojos. Llevaba una mochila de campista y vestía con ropas de explorador. Aquel hombre no iba en el avión.

—¿Cómo te llamas? ¿Estás bien? — la bombardeó a preguntas, parecía estar incluso más alterado que ella.

Lo miró, dejando que su cuerpo se relajase, mirando sus profundos ojos castaños. Le estaba preguntando su nombre...

—No se... no se quien soy... — fue lo último que dijo en un hilo de voz antes de caer desmayada sobre los brazos de aquel hombre.

Cuando su cuerpo se quedó completamente inerte, Barrett la agarró con fuerza para que no cayera al suelo.

—¡Mierda!— gruñó.

Horas antes, se encontraba en medio de su exploración cuando el olor a humo lo alertó. Se encontraba en el corazón más profundo del Amazonas y si comenzaba un incendio sería imposible pedir ayuda para apagarlo a tiempo de que no destruyera medio ecosistema. Siguió aquel olor hasta encontrarse con los restos de la mitad de un avión. Por el tamaño y su longitud, dedujo que se trataba de un avión de pocos pasajeros, no como los gigantes de aerolíneas comerciales, sino más bien un tamaño más de avión privado. Se concentró en buscar supervivientes entre los restos, pero no encontró a nadie convida. Un rastros de chatarra lo guió hasta la otra mitad del avión, la parte delantera, y obteniendo el mismo resultado de supervivientes. Cero.

Hasta que oyó el grito de la mujer que se encontraba desmallada entre sus brazos. Barrett la miró, buscando alguna lesión mortal pero solo tenía magulladuras y la ropa rasgada por correr entre tanta maleza. La única herida que pudo encontrar que presentaba síntomas más graves, era un profundo tajo en la frente provocado seguramente por un fuerte golpe en la cabeza. Recordó como había dicho que no sabía quien era. ¿Amnesia provocada por un fuerte golpe?

—O por el propio trauma del accidente. — murmuró.

Pero lo que era realmente sorprendente era como había sido posible que aquella mujer hubiera sobrevivido a semejante accidente, con tan solo unas magulladuras. Mientras que el resto de pasajeros acabaron muertos ¿Tuvo suerte?

Fuera lo que fuera, aquel no era el momento y el lugar para ponerse a analizar los hechos. Tenía que sacarla de allí y llevarla hacia su campamento lo antes posible. Se encontraba a casi tres kilómetros pero cargando cargando con ella a cuestas, tardaría el doble de tiempo de lo habitual. Oprimió una mueca de fastidio por verse obligado a volver tan pronto y tener que dejar su investigación para mañana. Igualmente por culpa del accidente, y el desastre causado,todos los animales de los alrededores habrían huido evitando la catástrofe. Apartó ese pensamiento de su cabeza y comenzó a andar tras agarrar a la chica con firmeza sobre sus hombros.

Tras tres kilómetros de raíces salientes, pendientes, ramas y lianas que esquivar, consiguió llegar a su pequeño campamento. Este estaba situado en la zona más segura que pudo encontrar en medio de la selva. Compuesto por una diminuta casucha hecha de madera, y con los útiles y víveres necesarios para poder sobrevivir los seis meses que duraba su investigación. Dentro solo había una única sala donde albergaba todo lo necesario. Había una diminuta pero práctica estufa de que funcionaba con carbón, en ella cocinaba lo que comía y se calentaba las noches de más frío. Junto a esta se encontraba la cama, al fondo de la sala estaba todo su equipo y pequeño laboratorio que había conseguido montar de forma improvisada, una mesa con una silla y, su pequeño capricho, un sofá de dos plazas que casi ocupaba el espacio que quedaba libre en la sala, pero aveces se dormía mejor en ese viejo sofá que en la desastrosa cama que había conseguido.

Dejó a la joven sobre el sofá lo más delicadamente que pudo, para luego salir corriendo a por un poco de agua de un pozo cercano. Acercó la única silla que tenía, y con el cuenco de agua y un paño, comenzó a limpiarle la sangre seca que había en su rostro y a curarle las heridas. Tenía rasgos propios del norte de Europa; tez clara, con un cabello fino y rubio platino, un cuerpo esbelto, y sino recordaba mal sus ojos eran azul claro. Su ropa tenía la estética y delicadeza delas prendas de lujo; vestida de negro con unos pantalones ajustados y una blusa que ahora estaba rasgada por las mangas, y un colgante de plata con una cadena sencilla y una piedra en forma de óvalo bastante singular. Azul con reflejos plateados, como el cielo de la noche iluminado por las estrellas. Barrett reconoció la piedra como una Goethita irisada, una joya muy poco común y muy cara, ni si quiera en el departamento de su universidad habían podido permitirse el lujo de poder obtener un ejemplas de esas místicas piedras. Si ella había conseguido tener una y en esas magníficas condiciones, podía hacerse una idea de su posible estatus social. Sacudió la cabeza, apartando ese pensamiento de la cabeza. Él nunca fue de los que juzgaban con las apariencias.

Se concentró en curar la herida de su cabeza lo mejor que pudo con el kit de primeros auxilios que tenía. Había lo básico de supervivencia, aparte de algunos antídotos por si llegaba el caso de envenenamiento de algún animal. Barrett curó y vendó la herida de la cabeza, siguió con el resto del rostro y el cuerpo. Presentaba bastantes moratones en la zona de los brazos y abdominal, al igual que algunas heridas que sangraban pero al comprobarlas solo eran bastantes superficiales. El castaño respiró aliviado al ver que no tenía nada grave que no pudiera atender, pero no bajó la guardia todavía. Los golpes en la cabeza podían ser una cosa bastante seria que podían derivar a una embolia. Podía morir mientras dormía y él no podría hacer nada para evitarlo. Podía esperar a que ella despertara. Y así hizo, se quedó esperando sentado junto a ella durante horas, incluso cuando el sueño amenazaba con invadirle,Barrett intentó resistirlo.

No fue hasta que había había caído la noche cuando los ojos de la joven se abrieron con pesadez. Lo primero que vio fue un techo bajo de madera y bastante gastado por el tiempo. Oyó una respiración a su izquierda, un joven sentado en una silla de brazos cruzados dando cabezadas de sueño. Verlo a él le recordó todo lo sucedido. El accidente, los gritos de pánico, el olor a sangre y carne quemada...

Se irguió con todas sus fuerzas en un movimiento tan veloz, despertando en un sobre salto al joven haciendo que su silla tambalease.

—¿Dónde estoy? — preguntó la joven con ansiedad, sin quitarle ojo al hombre.

Barrett volvió a colocarse recto en su silla e intentó hablar con la mayor calma posible.

—Estás en mi cabaña. Aquí estarás a salvo tranquila. —respondió —. Te encontré en la selva cuando corrías pidiendo ayuda. ¿Te acuerdas de eso?

Esta asintió levemente. Su mirada se perdió en el recuerdo o lo que podía ver de él.

—Mi nombre.

—Sí.— dijo Barrett —. Te diste un buen golpe en la cabeza y debe de haberte provocado una amnesia pasajera. ¿Hasta donde puedes recordar?

—Ah... yo... — tartamudeó.

Intentó recordar algo más que no fueran los cadáveres del avión, o los gritos de pánico. Lo único que podía ver con claridad era coas.

—Solo recuerdo el golpe y despertarme rodeada de... de... — se llevó las manos a la cabeza, en un quejido de dolor, aguantando el llanto.

Barrett pudo notar su ansiedad y enseguida tuvo una idea.

—Ada. — dijo de repente. Esta lo miró sin comprender.

—¿Cómo...?

—Es un nombre, para ti. Míralo como una terapia para que te ayude a recordar, teniendo ya algo como un nombre puede que no te sientas tan perdida.

—¡No necesito un nombre! — respondió aún más alterada —. Lo que necesitamos es buscar ayuda, llamar a alguien.

—Me temo que eso será imposible. — respondió Barrett.

—Imposible...—repitió esta sin entender.

Barrett buscó las palabras adecuadas con las que no causarle aún más daño.

—Nos encontramos en el corazón virgen del Amazonas, una zona casi sin explorar. No tenemos teléfono con el que comunicarnos y tampoco hay zonas pobladas con las que establecer contacto, sobre todo en esta época de año tan húmeda.

Los ojos de la rubia se agrandaron cada vez más y más con cada palabra que salía de los labios de Barrett. Su voz resonaba en su cabeza repitiendo una y otra vez que estaban incomunicados, aislados, estaba atrapada en esa selva...

—No, no, no, no. — repetía con ansiedad, moviendo la cabeza y levantándose del sofá. Barrett la siguió preocupado —. Tiene que haber una solución, alguien más tiene que... tiene que estar por aquí.

—No hay nadie Ada...

—Y la terminal... cuando vea que no llegamos a nuestro destino vendrán a buscarnos... eso es.. — seguía hablando con histeria, andando sin rumbo por el escaso espacio de la cabaña.

—Por favor Ada, cálmate. — dijo Barrett alcanzándola. Esta se giró para mirarlo con lágrimas en los ojos.

—¡NO SOY ADA! — gritó — ¡No me llamo así! ¡Me llamo..!

Hizo un esfuerzo sobre humano por intentar recordar cualquier cosa que la definiera, su nombre, lo que fuera, pero su mente estaba en blanco y eso le provocaba aún más ansiedad a su cuerpo. Dejó de luchar contra las lágrimas que se agolpaban en sus ojos, dejándolas salir como cascadas por su rostro. Aislada, sin nombre, sin memoria ni recuerdo a los que aferrarse. Solo estaba él.

—Tranquila, respira por la nariz e intenta relajarte.

Barrett había reconocido sus síntomas como un ataque de pánico. Se acercó a ella hasta volver a guiarla en el sofá, empujándola con suavidad para que sentara y él quedara frente a ella de cuclillas. Limpió sus lágrimas con el dorso de su mano, en un inútil intento de limpiar el sufrimiento de aquella joven.

—Lo siento mucho, créeme que yo también quiero ayudar pero lo más seguro ahora mismo es quedarnos aquí. La noche es demasiado peligrosa. Solo podemos esperar.

Pudo ver como en los ojos de Ada algo se rompía. Había perdido el brillo en su mirada y con él, la esperanza. Ella no era la única que se sentía así. En aquel avión podrían haber ido casi veinte personas que ahora se encontraban a merced de las fieras garras de la selva. Y él no podía hacer nada, no era más que un simple científico que había decidido aislarse del mundo durante los seis meses que duraba esa época de inaccesibilidad, para poder ver a la fauna salvaje en su entorno más pudo. No podía hacer nada por los muerto pero si podía hacer algo por Ada, ayudarla a superar el trauma hasta que pudieran salir de allí, o si por gracia divina, alguien venía a rescatarlos.

Las primeras semanas fueron bastantes singulares. Barrett hizo todo lo que pudo por ayudar a Ada a hablar ya que después de su conversación, dejó de hacerlo. Había permanecido quieta en el sofá sin moverse lo más mínimo, mirando a un punto fijo pensando en dios sabe que, o durmiendo más de doce horas. No era médico, pero sabía identificarlos síntomas de una posible depresión o aislamiento mental. Pero él no podía hacer nada más que tratarla con naturalidad hasta que ella misma decidiera abrirse a él.

Intentó cambiar su rutina con sencillos acercamientos que fueran natural espero al mismo tiempo dejándole su propio espacio, como por ejemplo salir todas las mañanas para concluir su investigación y al mismo tiempo comunicándoselo a ella con palabras amables para que se sintiera integrada. Ada no respondía ni lo miraba, solo permanecía sentada en el sofá y cuando volvía ella no había cambiado deposición. Para las comidas siempre preparaba dos raciones, una para él y otro para ella, se sentaba a su lado y comía con normalidad pero ella no tocaba su plato más que lo necesario dejándolo intacto. Lo intentó todo pero no obtenía ningún resultado. Tenía la sensación de que no estaba haciendo todo lo que estaba en sus manos para ayudarla y que por culpa de eso acabara muriendo de inanición. Jamás se lo perdonaría.

Habían pasado siete días desde el accidente. No había señales de aviones de rescate o equipos de exploración, era justo como se temía Barrett. Soltó una maldición en forma de aspaviento, revoleando sus gafas sobre el pequeño escritorio improvisado. Estaba apuntando las escasas observaciones que había tenido aquel día pero no se concentraba nada en absoluta. Solo podía pensar en el accidente, en Ada y en como ayudarla. Se sentía como un completo inútil. Observó sus apuntes escritos en papel, aquel día había conseguido divisar una familia de lemures pero con una única familia no podía demostrar nada. Necesitaba a un grupo grande, a una manada al completo para demostrar su teoría.

—¿Cómo era el nombre?

La voz de Ada a su espalda lo sorprendió haciendo que reaccionada dando un pequeño salto de su asiento. Se giró, mirándola sorprendido. Había decidido levantarse ella sola del sofá y ahora estaba frente a él. Tenía el rostro mucho más delgado, con los rasgos demasiado marcados.

—¿Perdona que decías? — preguntó Barrett volviendo a recuperar la compostura.

—El nombre. — respondió —. Me dijiste un nombre que podía usar.

—Oh. — comprendió a que se refería —.  Ada. ¿Te gusta?

Parecía que se lo estaba pensando. Mirando a la nada, analizando esas tres letras juntas. Barrett tuvo que reprimir una sonrisa.

—Ada... —repitió la joven encogiéndose de hombros —. Supongo que está bien.

—Solo será provisional, o incluso puedes tú pensar uno, tal vez aciertes.

Intentó bromear, sonriéndole, esperando un reflejo de esta que no hubo. Los labios de Ada seguían como una fina linea, mirándolo fijamente. Tosió para intentar romper la extraña sensación se rechazo.

—Llevas varios días sin comer algo decente, voy a prepararte algo de comer.

—Estoy bien. — respondió monótona.

—Ni hablar. ¿Te has visto? Te estás quedando en los huesos y no pienso dejar que mueras de hambre. — dijo tajante caminando hacia la estufa para encenderla.

Mientras Barrett preparaba algo comestible, Ada se quedó observando el desastre de papeles y fotografías. Observó la pared, donde se encontraba colgado más papeles con fechas, datos y anotaciones en forma de garabatos rápidos junto a fotografías de diferentes animales sacadas con una cámara polaroid. Serpientes, caimanes y diferentes tipos de simios de los cuales el que más le llamó la atención fue uno de pelaje pelirrojo y melena abundante alrededor dela cabeza. En los brazos del simio había otro más pequeño, ambos miraban hacia la cámara. Era una madre y su cría. Ada la cogió para mirarla más de cerca. En el reverso había una fecha y un nombre.

"16/05/2018 Tamarino leon dorado. Por Barrett Hopper"

Llevaba siete días con ese hombre, y ni si quiera se había molestado en preguntarle como se llamaba. Y tampoco se había percatado de su propio estado de dejadez.

—¿Te llamas Barrett? — alzó un poco la voz, volviéndose hacia el castaño. Este estaba removiendo algo dentro de una pequeña cacerola de metal. Por su expresión dedujo que él tampoco había caído en la cuenta de ese detalle.

—¡Claro! ¡Sí, sí! — soltó la cacerola sobre la estufa, limpiándose las manos sobre los pantalones antes de acercase a ella y ofrecersela —. Barrett Hopper, encantado.

Ada se la estrechó con suavidad en un ligero apretón.

—¿Qué haces aquí exactamente, Barrett? — preguntó con curiosidad Ada.

—Estoy investigando la conducta animal en su más puro entorno. Soy científico biólogo, una especie de zoólogo que estudia el comportamiento y conducta natural de los seres vivos más primitivos.

—Vaya... — exclamó Ada —. Cuando te vi, pensé que eras un explorador.

—Ni mucho menos. — respondió sonriendo —. Llevo unos tres meses intentando probar una teoría que tengo.

Barrett volvió a acercarse a la estufa para retirar la cacerola del fuego. Vertió el contenido en un pequeño cuenco y se lo ofreció a Ada que se había sentado en el borde del sofá.

—¿Qué clase de teoría? — preguntó la rubia tomando una cucharada de las judías del cuenco.

—Una bastante difícil la verdad — respondió con una mueca de disgusto. Este se sentó junto a ella — Intento probar que dentro de los ecosistemas que conocemos y de los diferentes seres vivos del mundo animal, existe un subgrupo mucho más desarrollado mental y físicamente. Pero en el que dicho subgrupo, en apariencias es idéntico al ya conocido y estudiado, por lo que su distinción es prácticamente imposible. A no ser que se observe bien.

—¿Un subgrupo? — tomo otra cucharada de judías, completamente hipnotizada por las palabras de Barrett. El olor cálido de las judías había abierto su estómago.

—Sí.—afirmó —. No en términos como una nueva especie, sino más bien dentro de ese mismo grupo igualitario. Lo que intento demostrar es la existencia de un nuevo gen que hemos pasado por alto al dar por hecho que ya sabemos todo lo que podemos conocer del reino animal. Creo que aún hay más y una de mis teorías es la existencia de dicho gen diferenciador. Dicha diferenciación sería básicamente de conducta y fuerza, donde el gen Beta demostraría comportamientos apáticos e impasibles hacia el resto de su manada o clan, dependiendo de la familia a la que nos refiramos. Pero esto queda compensado por una gran inteligencia hacia la hora de arbitrar la resolución de cualquier impedimento. Este sería el gen que intento demostrar su existencia en confrontación con el gen Alfa, en el cual se pueden contemplar comportamientos completamente diferentes; el sujeto demostraría una conducta más cerca y afectiva hacia el resto de su familia pero con un instinto mucho más indómito, que será en este caso su compensación a la hora de comparar con el gen Beta.

Fue al terminar de hablar cuando Barrett se percató de la masiva verborrea que acababa de soltarle a Ada sobre su trabajo. Como bie ndemostraba la expresión con la que lo miraba, era evidente que no había entendido nada de lo que le había dicho. Agachó la cabeza con una sonrisa de vergüenza.

—¿Quiéres qué te lo repita? — preguntó el castaño.

—Y esta vez con palabras humanas, por favor. — respondió Ada dejado el cuenco sobre el suelo una vez vacío.

El castaño pensó una forma más sencilla de hacerle entender el origen y la función de su teoría. Recordó las clases que daba en la universidad como profesor en Londres y como la explicó para que todos sus alumnos de primero la comprendieran. Se levantó del sofá, en busca de algo sobre lo que escribir en su escritorio. Volvió asentarse junto a ella con un viejo cuaderno y un lápiz. Sobre este dibujó un gran círculo y la miró antes de hablar.

—Imaginemos que este círculo es una representación de toda la familia de los felinos ¿vale? — Ada asintió mirando el papel, Barrett dibujó otro círculo dentro de este —, y ahora, imaginemos que este área representa a los leones, por poner un ejemplo. Esta representaría a la raza, que se encuentra dentro de la familia, estoy resumiendo muchísimos tecnicismos que a ti seguramente te suenen a chino, además así lo entenderás mucho mejor. — volvió a dibujar dentro de ese círculo otros dos mucho más pequeños, en cada uno colocó el símbolo griego de Alfa Beta—. Lo que yo intento demostrar es que dentro de esta raza existe otra especie idéntica físicamente a la raza original, pero cuyo comportamiento es diferente.

—¿Dentro de los leones? — preguntó la rubia.

—No solo dentro de la raza de los leones, sino de todo ser vivo que habita la tierra. —respondió—. Es una teoría que abarca al mundo entero. He viajado a Asía, a África e incluso a la mismísima Tundra para poder demostrarlo y por cada lugar que visito siempre salgo con más pistas.

—Parece una idea muy interesante pero lo que no comprendo es su funcionalidad.

—Es como la función de cualquier ser vivo dentro del ecosistema. Todos tienen un papel importante en la cadena que hace girar esta gran máquina llamada Tierra. Con la especie del gen Beta lo que quiero demostrar es que es gracias a ellos que el mundo funciona. Son los que empujan a los Alfa a evolucionar.

Ada podía entender la gravedad de las palabras que estaba diciendo Barrett, una sola especie que ha pasado desapercibida por los ojos de miles de personas y a las que les debían la propia evolución. Era arriesgado pero al mismo tiempo lógico.

—¿Y cómo de grandes pueden ser en su grupo?

—Sorprendéntemente pocos. — respondió con un suspiro —. A lo largo de mis viajes he podido encontrar un grupo completo con suerte, y algunos viajeros solitarios. Calculo que casi un 8% o 7% de la raza son especie Beta. Y siempre van en grupos separados, eso es algo que aun no comprendo.

Observó con determinación el rostro de Barrett sumido en sus pensamientos. Se notaba que aquello era algo realmente importante para él y ella no tenía nada que hacer en esa selva más que estar sentada a que vinieran a rescatarla.

—Déjame ayudarte.

Desde aquel momento la convivencia tuvo un cambio radical. La emocionalmente frágil Ada había desaparecido, y ahora se encontraba ante una enérgica chica como su ayudante. Parecía que se había olvidado del accidente.

Barrett pudo dejarle algo de ropa que no estuviera rota y con la que poder moverse con facilidad. Durante días estuvieran observando animales de todas las razas desde la lejanía, y Ada había resultado ser una compañera de investigación perfecta. Era silenciosa a la hora de acercarse a las zonas peligrosas y astuta sobre los caminos que recorrer. Por las noches se aseguraban que la cabaña fuera segura para que no entrasen los animales salvajes que salían a cazar por la noche, y descansaban tras resumir toda la información recopilada de aquel día. Toda su rutina se había vuelto un círculo continuo en la que los dos juntos se apoyaban el uno en el otro para hacer más efectiva la investigación, aprovechando al máximo el día. Había ocasiones, como en las de aquel día, en la que hacían pequeños descansos al medio día a los pies de los árboles.

Ada dejó su mochila a los pies de una enorme raíz que sobre salia del suelo, justo antes de sentarse sobre ella. Barrett la imitó, con un amplio suspiro de cansancio. Aquel día la calor del ambiente apretaba con fuerza y le estaba haciendo sudar más de lo normal. En aquellas circunstancias hidratarse bien era la diferencia entre la vida y la muerte. Abrió su maleta y sacó dos cantimploras de agua ,lanzándole una a Ada.

—¿De dónde sacas tanta agua? — preguntó abriendo la cantimplora y dando un sorbo.

—Hay un pozo cercano al campamento. Recojo un buen cubo por las mañanas antes de que te levantes y la hiervo para desparasitarla.

—Por eso siempre es agua caliente. — respondió con una mueca de desagrado mientras dejaba la cantimplora en el suelo.

—Es mejor no beberla directamente, créeme. — dijo Barrett en tono jovial.

Este se rió al ver como la expresión de Ada cambiaba a más desagrado todavía. Cuando comenzaron la investigación juntos todo eran frases cortas y monotonía en el habla, pero de ahí hasta donde se encontraban ahora, Ada parecía que poco a poco iba desenvolviéndose más y atreviéndose más a expresarse a través de gestos como aquel. No sabía con certeza si eso era algo debido aún por las secuelas del accidente o que simplemente era desconfianza hacia él, pero lo que estaba seguro era que Ada parecía aprender cada día un poco más sobre como ser humana.

Elevó la vista a cielo, donde el sol se encontraba en uno de sus puntos más altos del medio día, y las hojas de las gigantescos árboles les proporcionaba aquella maravillosa sombra. Una de las plantas llamó si atención, una de hojas largas y finas de cuyas ramas crecían pequeños frutos de color rojizo. Menuda suerte, pensó mientras se levantaba de un salto y buscaba el tronco original.

Ada miró con curiosidad como el castaño desaparecía durante escasos segundos entre la maleza y volvía a aparecer con las manos cargadas de una especie de fruto rojo.

—¡Hoy tenemos suerte!— dijo este en una exclamación y una sonrisa victoriosa — ¡Son bayas de Acai!

Le ofreció un par de dichos frutos de color rojizo con pequeñas motas verdes por donde iban colgadas de la rama. La textura de la piel era áspera, parecida a la de la manzana pero blanda como la del melocotón.

—Es una de mis frutas favoritas de aquí y prácticamente no se venden en ningún lugar fuera de este continente. Tienes que probarla.

—No se, no me trasmite mucha confianza que la hayas cogido directamente de donde sea que la hayas cogido. — respondió desconfiada la rubia.

Barrett agarró su navaja, cortando una de las bayas por la mitad y metiéndosela en la boca sin vacilación. Absorbió toda la pulpa dejando solo la cascara. Un gemido de placer salió de sus labios. El sabor del fruto invadió su paladar haciendo que sonriera.

—Llevo comiéndolas desde que llegué y no me he muerto. Venga prueba una.

La joven lo miró dudosa, antes de imitar su gesto no sin antes oler antes un poco el interior de la pulpa. Decidió introducírselo en la boca como había hecho Barrett, sin vacilación, y se encontró con un sabor agridulce y fresco. Mientras masticaba iba descubriendo que el sabor cambiaba, al principio el agridulce invadía su paladar pero al hacerlo pasar por su garganta este soltaba una pizca de frescor ácido agradable. Incluso podía llegar a decir que ya no tenía tanta calor como antes gracias a ese frescor. Clavó sus ojos sobre los de Barrett, el cual la observaba expectante con una sonrisa en sus labios, una sonrisa que jamás perdía.

—¿Y bien? — se apresuró a preguntar.

—No esta mal.  — respondió llevándose la otra mitad a los labios.

Barrett soltó una carcajada ante esa respuesta. Ada no era demasiado específica, siempre con respuestas evasivas o de puntos medios. Estaba claro que no iba a ser diferente en aquel caso, ella siempre mantenía ese aura de misterio y era algo que a él le encantaba.Cada cosa que conocía nuevo sobre ella, era todo una sorpresa. Observó como la joven abría un nuevo fruto por la mitad y se lo comía con más lentitud que el anterior, concentrándose en el mágico sabor. El castaño no pudo evitar quedarse hipnotizado con la imagen de Ada distraída, siendo bañada por la suave luz del sol que se colaba entre las hojas de aquellos gigantes bestias de la vegetación, rodeada de colores y sonidos que te transportaban al paraíso. Agarró su cámara polaroid y disparó una fotografía hacia ella. Aquella imagen debía ser mortalizada.

Ada escuchó el disparo de la cámara justo cuando terminaba de tragarse la otra mitad del segundo fruto que se había comido. Vio como Barrett cogía la instantánea con una sonría en sus labios completamente diferente a la que estaba acostumbrada a ver. Era más amplia y dulce, no comprendía porque sonreía así ante una fotografía suya.

—¿Me has hecho una foto?— preguntó esta.

Barrett la miró con un atisbo de vergüenza en su mirada, la cual apartó al encontrarse con sus ojos.

—No quería molestarte, se te veía feliz y no he podido evitarlo.

—No me molestas, tranquilo. — se apresuró a decir — ¿Puedo verla?

Se levantó de su asiento para volver a sentarse junto a él. La foto no tenía ningún tipo de misterio, solo era ella sentada comiendo el fruto. Miró a Barrett y este sonrió con timidez.

—Sales muy guapa. — dijo en un susurro.

Ada volvió a mirar su fotografía; estaba con el pelo recogido en una coleta alta pero de una forma muy descuidada, con ropa que le quedaba grande y cubierta de sudor. No encontraba la belleza por ningún lado. Pero que Barrett lo encontrara no le sorprendía, él era así,siempre veía aquello que ella no era capaz de encontrar. La belleza donde no lo había o la luz cuando todo era sombra. Era una de sus cualidades que lo hacían único y al mismo tiempo interesante y agradable. No recordaba a nada ni a nadie, era con Barrett con quien estaba comenzando a vivir de nuevo y en el fondo se sentía agradecida de estar junto a él.

—Gracias. — dijo con una suave sonrisa.

Los pómulos de Barrett se sonrojaron levemente. Extrañada iba a preguntarle que le pasaba pero este se levantó de un salto, agarrando su mochila de nuevo.

—Creo que deberíamos seguir un poco más, yendo hacia el río y así podemos volver más rápido luego. — se apresuró a decir de forma apurada.

Aquel cambio tan drástico de tema dejó a la joven sorprendida. Pero tenía razón, no podíamos entretenernos ya que podía anochecer en cualquier momento y nos convenía quedarnos rezagados. Así que cogió la mochila y siguió al castaño.

No fue hasta el camino devuelva hacia el campamento, que una fuerte jaqueca acompañada de unas insistentes nauseas, comenzaron a dejar a Ada sin fuerzas. Preocupado, Barrett decidió dejar la exploración para el día siguiente y volver lo antes posible al campamento. Allí se encargó de ayudar a recostar sobre la cama a la joven y hacer que todo estuviera lo más cómodo posible. Por desgracian no contaba con nada que pueda ayudarla con el dolor de cabeza, se había prohibido traer ese tipo de medicamentos por el impacto medioambiental que podía causar en el caso que alguna calleja en manos de los animales por accidente. Y ahora se arrepentía de no haberlas traído ya que las jaquecas de Ada no solo fueron caso de una noche, a lo largo de varios días estaba había sufrido varias veces de esa dolencia, y aunque ella siempre le quitaba importancia y se disculpaba por causarle tantas molestas, sabía el dolor que podía llegar a causar unas jaquecas que no fueron tratadas correctamente.

Aquel día, Ada obligó a Barrett a salir sin ella. Él se había ofrecido a quedarse para ayudarla pero eso no haría más que hacerla sentir culpable. Iba a pasarse el día entero metida en la cama intentando dormir para que la jaqueca fuera a menos, no necesitaba ayuda para eso. Cerró los ojos e intentó relajar todo su cuerpo, ignorando el dolor persistente de su cabeza. Aquella vez, tuvo un sueño por primera vez. Estaba en una fiesta de cumpleaños, en una lujosa casa al lado de la costa por el olor a mar que entraba por la ventana, y se encontraba rodeada de personas que la miraban. Rodeando una majestuosa mesa de madera, sobre la que había comida de todas las clases y un precioso pastel de cumpleaños decorado con delicadas flores hechas de azúcar y decoradas con todos los colores imaginables. Dos velas con el número quince estaban encendidas sobre el pastel.

La mano de un hombre se posó sobre su hombro, captando su atención. No reconocía su rostro, solo podía ver que era un hombre entrado en la edad y cuyas canas asomaban el cabello rubio de la cabeza.

—Felicidades querida. — dijo tendiéndole una pequeña caja de terciopelo azul. Su voz ronca, sin emoción.

Abrió la caja y en el interior se encontraba un precioso collar de playa con el colgante tenía un medallón hecho con una piedra con reflejos negros y azules que centelleaban con la luz. Era su colgante.

—Recuerda, nunca debes quitártelo. — volvió a decirle el hombre.

Miró a su alrededor, a los diferentes invitados que rodeaban la mesa para celebrar su cumpleaños. Todos llevaban aquella piedra en alguna pieza de bisutería, todos la observaban sin decir palabra. Ninguno de ellos sonreía. Aquellas personas eran su familia, y no podía reconocer a ninguno de ellos.

Para cuando abrió los ojos el sol casi se había ocultado. El dolor de cabeza se había ido al igual que las nauseas. Se irguió frotándoselos ojos con ambas manos. El colgante que había visto en sus sueños colgaba de su pecho. Misteriosamente no se lo había quitado nunca, era lo único que permanecía en ella después del accidente y hasta ese sueño no sabía su origen. Un regalo de cumpleaños de su posible padre. No poder recordar ni si quiera su nombre la indignaba más que entristecerla. Había visto su cara con claridad en su sueño, ¿Por qué no sentía ningún vinculo hacia él o hacia ninguna persona que había visto?

—Estás despierta. ¿Cómo te encuentras? — la voz de Barrett entrando en la casa llamó su atención.

—Mejor, ¿qué tal ha ido?

—Nada del otro mundo. — dijo soltando la mochila con un deje de molestia —. Hay días que se consigue más y otros nada, no puedo deprimirme por eso. ¿Tienes hambre? — le preguntó mientras abría el baúl con los vieres.

—Un poco. — respondió —. He soñado algo, o más bien he recordado algo a través de un sueño.

Barrett se giró, mirándola sorprendido. Llevaba dos latas de judías en las manos.

—¡Qué bien! ¿Y qué has recordado?

—Nada importante. — se apresuró a decir —. Solo que este collar es un regalo de cumpleaños. — señaló el medallón que colgaba de su cuello —. Pero no he recordado ni reconocido el rostro de ninguno de los familiares que estaban en el recuerdo. Es frustrante...

Barrett abrió las dos latas de judías y las colocaba en un cazo sobre el fuego mientras decía:

—Eso es un gran paso Ada, poco a poco vas recordando detalles de tu vida pasada.

—Pero no he reconocido a nadie. — repitió frustrada.

—Pero has dicho con seguridad que eran tu familia ¿no?

Ada lo observó interrogativa. Era cierto que había afirmado sin vacilar que era su familia aunque no reconociera a ninguno.

—Sí... —dijo al fin.

—Eso ya es un gran paso. Tu subconsciente también te esta ayudando a recordar solo que de una forma más esquiva. — las judías al fuego comenzaron a desprender un olor delicioso. Barrett se giró para mirarla —. Solo necesitas un poco más de tiempo y...

Dejó la frase sin acabar.

—¿Y?— inquirió ella pero este no le respondió.

Agarró un paño de tela y se acercó a ella apresuradamente.

—Te está sangrando la nariz. — dijo mientras se la limpiaba.

Ada se sorprendió al ver el paño con restos de su sangre. Instintivamente se llevó los dedos hacia la punta, manchándoselos de una hemorragia que parecía no cesar. Ni si quiera había notado que estaba sangrando.

—¿Te duele algo? — el rostro de Barrett era serio y su voz cargada de preocupación. Ella estaba comenzando a asustarse.

—No... — negó con un deje.

—Tranquila, solo es una pequeña hemorragia, parará enseguida. — Barrett se forzó a sonreírle para que no se asustara aunque en el fondo él también estaba aterrorizado —. Seguro que el tiempo y el cambio de presión te la han abierto. Tranquila...

Pero las hemorragias no cesaron en los tres días siguientes, al igual que las energías de Ada iban cada vez a menos. Había días en los que no podía levantarse de la cama, y no poder hacer nada por ella no hacía más que hervirle la sangre a Barrett. La impotencia lo invadía haciéndole sentir como un completo inútil. Ada se moría delante de él y no podía hacer nada más que lamentarse. ¿En qué momento se le había ocurrido irse a un lugar tan apartado de la mano del hombre? ¿Por qué el destino jugaba así con él? Primero le ofrecía a Ada y ahora se la intentaba arrebatar. Pero no iba a permitírselo. Recogería sus cosas, empaquetaría lo necesario y que pudiera llevar en la mano, y saldrían los dos de aquella selva costase lo que costase. El único precio que debía pagar era dejar su investigación, por la que estaba dedicándose en cuerpo y alma dando su vida, un precio que estaba dispuesto a pagar con tal de que Ada no muriera.

La mañana antes de irse, tras una fuerte discusión la noche anterior con la joven por la decisión de Barrett en la cual no había cambiado de opinión, una pesadilla lo despertó dejándole el corazón desbocado y en un puño. Se irguió con rapidez, con unsudor frío recorriendo su espalda y el corazón amenazándole por salirsele por la garganta. Acababa de soñar con Ada y como moría a manos de un jaguar. Aún le temblaban las manos al recordar como enel sueño aquella bestia se lanzaba sobre ella rasgándole la piel hasta matarla. Había sido tan real que casi se había visto cubierto de sangre segundo después de despertar. Respiró hondo, pasándoselas manos por el rostro para calmarse. Frente a él, colgada en la pared, tenía la fotografía que le había hecho a Ada días atrás. Verla lo tranquilizó. Miró hacia la cama donde dormía la joven, pero esta se encontraba vacía.

El corazón se le volvió a encoger en cuestión de segundos.Levantándose del sofá de un salto, fue en su búsqueda. La cama esta deshecha y su ropa junto a sus botas no estaban, eso quería decir que había salido. Ada sabía que no podía salir sola a la selva, era demasiado peligroso sobre todo para alguien inexperto como ella. Pero peor aún era pensar en su estado de salud y como en cualquier momento podía colapsar. Sin limitarse a coger sus propias botas, Barrett corrió hacia la puerta, abriéndola de par en par para ir a buscarla. Justo delante se encontraba el jaguar más grande que había visto nunca.

Su cuerpo se quedó paralizado cuando los ojos del animal se posaron sobre él. Pudo notar como el lomo se le erizaba mientras enseñaba los dientes en un siseo amenazador. Barrett estaba inmóvil, con los ojos fijo sobre el animal sin pestañear y una mano aún sobre el picaporte de la puerta. Tanteaba la posibilidad de cerrarla de golpe pero de poco serviría si el felino decidía correr hacia él, ya que en cuestión de segundos lo tendría encima.

—¿Barrett?— oyó la voz de Ada frente a él.

Agarraba un montón de ramas y observaba al jaguar que tenía frente a ella. El pánico se apoderó de él al darse cuenta que entre ellos dos había un animal salvaje y peligroso.

Ada observaba al animal con atención, parecía estar apunto de saltarle encima a Barrett justo cuando llegó, ahora sus ojos estaban sobre ella y la miraba con la misma mirada de peligro. Miró los ojos del animal sin vacilación, aquel animal estaba cazándola, más bien estaba protegiendo algo. Al segundo comprendió que no iba a atacarla. Dejó los troncos en el suelo y se acercó a él lentamente hasta agacharse quedando en cuclillas frente al felino.

El jaguar la miró a los ojos sin miedo en su mirada, ya no tenía el lomo erizado ni siseaba. Esta sonrió cuando el animal dejó que posara su mano sobre su cabeza para acariciarlo con suavidad. El felino había entendido que ella no era una amenaza. Miró hacia un lado, emitiendo un pequeño rugido, el cual fue respondido por otros tres más pequeños proveniente de los arbustos. Tres cachorros salieron a trompicones ante la llamada de su madre. El jaguar volvió a mirarla como si fuera una mas de ellos, antes de continuar con su camino seguida de sus tres crías. Ada sonrió al verlas desaparecer. Se levantó golpeándose las rodillas para sacudir el polvo del suelo y volviendo a por las ramas que había recogido para la estufa, pero el Barrett se lo impidió agarrándola del brazo con brusquedad. Esta lo miró con el ceño fruncido. Tenía el rostro completamente desencajado por la sorpresa y su respiración era acelerada.

—¿Qué...?— intentó decir pero las palabras se les atrancaban en la garganta — ¿Qué has hecho? ¿Cómo se te ocurre salir en tu estado? ¿Y si te hubiera atacado? ¡Te habría matado!

Barrett hablaba con rapidez, había notado que siempre lo hacía cuando estaba al borde de un ataque.

—No he hecho nada. — respondió —. Y estoy bien. Me he levantado sin sangrado y con energía. Ya no hace falta que nos vayamos.

—¡Has acariciando a un jaguar con crías como si fuera un gatito! Y me da igual que este mejor, hay que irse porque esta claro que algo te sucede y yo no puedo hacer nada por ayudarte aquí. Necesitas un hospital, ya lo hablamos ayer.— dijo completamente alterado.

Ada soltó el agarre de su brazo de un tirón sin apartar la mirada. Que renunciada a todo lo que había trabajado, en su sueño, en sumisión, por ella le parecía ridículo. Estaba apunto de contestarle cuando los ojos de Barrett cambiaron de expresión a preocupación. Notó como algo cálido salía por su cavidad nasal. Se llevó los dedos a la nariz y sus ojos se abrieron al ver que era sangre. Otra vez.

—Estás sangrando. — dijo Barrett en un hilo de voz — ¿Entiendes ahora por qué tenemos que irnos? No estás bien Ada...

Las palabras de Barrett la golpearon devolviéndola a la realidad. Una fuerte picazón se aferró a su garganta haciendo que un ataque de tos la doblara por la mitad. El castaño se apresuró a agarrarla para que no cayera al suelo, pero esta no dejaba de toser. Los pulmones le ardían cada vez más y sentía como algo salía de su garganta. Al intentar volver a coger aire observó que tenía las manos llenas de sangre. El pánico la invadió al saborear el sabor metálico de la sangre entre sus labios.

—¿Qué me esta pasando Barrett? — pregunto en un gimoteo. Sintió como los brazos de este la oprimían más fuerte contra su pecho.

—Nos vamos ahora mismo en busca de ayuda. — dijo besando su coronilla, jurándose que no dejaría que muriera entre sus brazos.

—Vaya, parece que he llegado justo a tiempo.

A su espalda, la voz grave de un hombre hizo que se sorprendiera. Se giró, sin soltar a Ada, descubriendo la figura de un hombre vestido con un traje chaqueta gris, sacudiéndose la americana con despreocupación. Tenía el cabello rubio, los ojos azules y el porte de ser un hombre joven dedicado a los negocios. ¿Cómo había llegado allí?

—¿Quién eres? — dijo Barrett amenazante.

El hombre lo miró a él y luego a ella.

—Me llamo Ezekiel Adamson y vengo a llevarme a Meredith conmigo. Soy su... mayordomo, podríamos decir, pero primero le agradecería que se alejara de ella ya que la está matando con su cercanía.

Aquello no tenía ningún sentido para el castaño, aquel hombre acababa de afirmar que era él quien la estaba matando. Estaba claro que no era más que un loco que se había perdido en la jungla, porque aquello no tenía ningún sentido.

—Ezekiel...— oyó un débil susurro de los labios de Ada.

Esta tenía el rostro pálido, con restos de sangre en la nariz y en la comisura de los labios. La imagen sería desgarradora a no ser por la sorpresa y el alivio que vio en sus ojos. El rubio dio un paso hacia ellos, inclinando la cabeza en señal de respeto. Barrett la agarró con más fuerza.

—Señorita, he venido a por usted. Lamento mucho la tardanza.

—No va a ir a ninguna parte hasta que me explique qué está pasando. —dijo Barrett completamente furioso, y Ezekiel no hizo más que mirarlo con la misma pasividad que lo exasperaba.

—Tranquilo Barrett. — Ada colocó una mano sobre la mejilla del castaño, dedicándole una suave sonrisa —. Conozco a Ezekiel desde que era una niña, no tienes de qué preocuparte. He recordado.

—Señorita Meredith, tenemos que irnos antes de que sea más grave su estado.

Ignoró las insistencias del rubio a sus espaldas. Solo veía a Ada.

—¿Qué está pasando Ada?— imploró Barrett hacia la joven esperando una respuesta.

Ésta lo miró con tristeza antes de asentir.

—Ezekiel, déjanos uno momento por favor.

—Pero Señora...

—No te lo estoy preguntando Ezekiel — lo cortó Ada con autoridad.

A regañadientes, dejó a la joven a solas con el castaño, perdiéndose entre la maleza. Ada se soltó con suavidad de los brazos del castaño pero sin alejarse demasiado. Sabía que esa iba a ser la última vez que hablasen o se vieran. Ver a Ezekiel le había devuelto a la realidad con todos sus recuerdos. Ella y Barrett eran incompatibles. Se le desgarró el corazón ante tal cruel realidad.

—Has recuperado la memoria con verle a él ¿verdad? — preguntó el joven, esta asintió.

—Me llamo Meredith Walterson y soy de Londres. — la joven analizó cual era la mejor forma de decir lo que estaba apunto de contarle —. Tú siempre te preguntas por qué los Beta y los Alfa nunca están juntos ¿verdad?

Barrett tardó unos segundos en comprender de qué le estaba hablando. Se refería a su teoría.

—¿Qué tiene que ver eso ahora? — preguntó enfadado.

—La respuesta es que son incompatibles entre ellos físicamente. Hay algo que los mata, a los Beta, si este permanece cerca del Alfa, no me preguntes el qué pero es la verdad. La realidad... —se apresuró a decir esta, intentando mantener el temblor que comenzaba a sentir en sus piernas.

De todas las respuestas posibles esa era la que menos se esperaba. Que el Beta era matado por el Alfa, no comprendía porque...

Los pensamientos de Barrett se silenciaron al recordar las palabras de Ezekiel, al ver los labios de Ada manchados de sangre, al recordarlas jaquecas, la falta de energía... Todo había comenzado al estar cerca de él. Había metido a todas las especies vivas y conocidas en su teoría pero se había olvidado de la más obvia. La especie humana.

—Eres un... — Ada sintió antes de que pudiera acabar la frase.

Aquella afirmación fue como un jarro de agua fría. En un segundo su teoría había sido confirmada, pero a qué precio. Era demasiado para Barrett.

—Lo siento mucho Barrett, pero debo irme. — la voz de Ada escondía una mota de culpabilidad.

—Antes de que termine de matarte ¿no?— respondió con amargura.

De los ojos de la joven se escaparon dos silenciosa lágrima de color carmesí. Esta alargó la mano para borrarla sin resultado. El corazón de Barrett se encogió al comprender que era cierto, la estaba matando.

—Te lo compensaré, lo juro.

No podía dejar las cosas así, dejar que Ada se marchara con ese sentimiento matándolo en la boca del estómago. No lo permitiría. Cuando pasó por su lado, agarró su brazo, obligándola a que se girase hacia él, pegando su pecho contra el propio y uniendo sus labios con un beso. No le importó el sabor de la sangre, ni lo fría que estaba su piel. Lo único que importaba era que ella le estaba correspondiendo con más fuerza y deseo que el suyo. Él no era el único con esos sentimientos de rabia y frustración, ella sentía lo mismo que él.

—No me arrepiento de haberte conocido. — susurró sobre sus labios cuando el beso finalizó —. No te arrepientas nunca de nada Ada...

Pudo sentir como esta asentía, al borde de las lágrimas, antes de separarse de sus brazos y marcharse para siempre. Y así, tal como llegó Ada, no, Meredith, se fue. Barrett no quiso ver por donde se iba, ni como desaparecía por la maleza. Sabía perfectamente que eso lo atormentaría.

Los meses siguientes que pasó en soledad, no hizo investigación ¿Para qué? Acababa de descubrir la verdad y seguramente nadie jamás lo creería. Pero el mayor motivo era la perdida total del interés. Con la ida de Meredith todo había dejado de tener sentido.

De vuelva en su hogar en Londres, cuatro meses después, Barrett seguía recordando lo sucedido en la selva pero había encontrado un nuevo punto de vista desde donde poder enfocarlo. Ya no le interesaba demostrar la existencia del gen, ahora quería abarcar a algo mucho más grande.

—¡Profesor Hopper, espere! — reconoció la voz de uno de sus estudiantes.

Se giró a mitad de los escalones de la universidad en la que trabajaba para ver como un estudiante de segundo corría hacia él.

—¿Sí?

—Ha llegado esta carta para usted. Es de envío urgente y querían que se la diéramos en mano hoy mismo.— el alumno le tendió un sobre blanco sin remitente.

—Muchas gracias. — respondió con una sonrisa.

Barrett esperó a que el alumno se hubiera marchado para abrir el sobre. En su interior no había mas que una pequeña nota junto con un cheque de 70.000 libras. Ante la sorpresa, leyó la pequeña nota con rapidez.

"No dejes de abrirle los ojos al mundo" —Ada

El corazón le dio un vuelco al leer el nombre. Su Ada.

La imagen de las lágrimas rojas sobre sus ojos le vino a la cabeza como una advertencia, al igual que la sensación de sus labios contra los propios. Recibir el dinero era una sensación agridulce, él no quería nada de aquello. Buscó en su bolsa la billetera y de esta sacó la fotografía de Meredith en medio de la selva comiendo bayas de Acai. La miró con añoranza, la extrañaba...

En aquel momento lo decidió. Usaría ese dinero y sería el primer paso para cumplir su objetivo, su nuevo perspectiva; la búsqueda de una cura, y lo haría por ella.



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