Capítulo 7. Banderas rojas
Hay una mujer con un corsé blanco y una diadema de plumas interpretando una canción en el escenario cuando se nos acerca un camarero ofreciéndonos bebidas. Le decimos que estamos bien, así que pasa a la mesa de al lado. Nia finalmente regresa, parece enfadada. No hace falta coaccionarla para que nos diga que Levon no está muy contento de que estemos aquí. Según parece, estuvo a punto de enloquecer pidiéndole que se marchara, casi se ahoga de angustia cuando Frey subió al escenario.
Me pregunto por qué Levon estaría tan preocupado, supe que había gato encerrado desde que se mostraron tan sospechosos cuando les pregunté por su trabajo. Especialmente Frey con su mirada de advertencia. Es bastante obvio que mi vecino no quería que supiéramos lo que realmente hace aquí, pero ¿por qué? No es como que vayamos a juzgarlo… tan duramente. ¿Nos tomó por sorpresa? Pues sí. No todos los días ves a alguien que conoces bailando casi desnudo en un escenario, pero como alguien que también aprecia el arte, puedo ver más allá de ese baile erótico que acaba de realizar para los muchos ojos lujuriosos de hombres y mujeres que acudieron a ver las actuaciones de esta noche. ¿Voy a burlarme de él por eso? Por supuesto, ¿quién te crees que soy? Incluso podría fingir estar angustiada como lo estaría mi tía religiosa si la trajera a presenciar el espectáculo.
Esto va a ser divertido, me río para mis adentros. Quién iba a decir que el pequeño Frey pasaría de bailar en la escuela a bailar en un cabaré de Los Ángeles. Sus amigos del equipo de baloncesto estarían sumamente decepcionados. Tengo que contarle esto a Clary inmediatamente.
—Ah, me la estoy pasando re bien —afirma Liv, luego de dar un trago a su bebida.
Honestamente, yo también. Ni siquiera me importan las miradas hostiles que Levon me lanza de vez en cuando. De nuevo, ¿por qué está enfadado? No es culpa mía que Nia quisiera venir aquí, tampoco que su compañero de piso se avergüence de su trabajo. Así es Frey. Siempre tiene miedo de algo. En teatro temía no ser lo suficientemente bueno, estaba convencido de que no era un buen cantante, hasta que logré convencerlo de lo contrario. Sin embargo, está noche parecía bastante seguro en el escenario. A ver si mantiene esa actitud hasta mañana, apuesto a que no.
Tengo razón, porque no vuelve a salir a escena. Le pillo escabulléndose a la zona del bar momentos más tarde: se ha cambiado de atuendo y ahora lleva el mismo uniforme que Levon. Nuestras miradas se cruzan por un breve instante antes de que él mire hacia otro lado, fingiendo acomodarse el sombrero negro. Evita deliberadamente el contacto visual durante el resto de la noche, así es como sé que la oleada de confianza que le invadió durante su baile ha desaparecido.
¿Adónde se ha ido tu sonrisa arrogante, querido amigo? Incluso te inclinaste ante mí y ahora no puedes mirarme.
No puedo decir que no me tienta hablar con él, pero estoy aquí para divertirme, así que concentro toda mi atención en las presentaciones. Algunos bailan, otros cantan, es realmente divertido, especialmente porque Liv asume el papel de juez y puntúa los bailes con dureza.
Un desconocido de una mesa cercana me envía una bebida rosada que Liv acaba reclamando para sí misma, y a una hora que sin duda preocuparía a mi madre, dejamos atrás el glamour del club Le Fievre y nos abrimos paso hacia la noche. A petición de Nia, compramos donas del 7-Eleven, las cuales devoramos en su auto antes de que ella nos lleve de vuelta a Sunshine Oaks. Insistimos en que se quede a dormir en nuestro apartamento, pero al parecer no tiene miedo de volver sola a casa. Se marcha moviendo la cabeza al ritmo de una canción que nunca he oído.
Olivia y yo nos quedamos casi a oscuras en la entrada del complejo, compartimos una breve mirada antes de apresurarnos a entrar. Navegamos por los pasillos en silencio, intentando hacer el menor ruido posible para no suscitar ninguna queja. Por suerte, conseguimos llegar al apartamento sin contratiempos.
No me juzgues, pero esta vez no tengo fuerzas para seguir mi rutina nocturna. Con suerte me desmaquillo los ojos y cambio el vestido por un camisón antes de irme a dormir.
A la mañana siguiente me despierto con un montón de llamadas de un número desconocido y el olor a salchicha en el aire. Me encuentro con Clary en la cocina, está haciendo huevos revueltos y, para mi sorpresa, tienen un aspecto apetitoso. La señora cotilla que llevo dentro me insta a contarle todo sobre la salida con Nia de inmediato.
Parece impresionada, pero como Liv y yo, no juzga a nuestro vecino. Aunque se ríe de él con ganas, e incluso bromea diciendo que debería preguntar si hay alguna vacante en Le Fievre. Mira, no sería una idea tan descabellada si yo tuviera la mitad del talento de Frey. Pero sinceramente no me veo bailando de esa manera en un futuro próximo. Podría ser escandaloso, todas mis tías sufrirían un aneurisma al mismo tiempo. Aunque no puedo decidir si esto último es algo bueno o malo.
Estoy bromeando. Por razones legales, no quiero que ningún miembro de mi familia muera. Ya me he enfrentado a suficientes tragedias, además, todo el mundo debe permanecer respirando hasta que la boda de mi hermana haya pasado.
No ocurre nada interesante durante el desayuno o justo después. Las chicas y yo limpiamos el apartamento juntas, luego Liv sugiere que horneemos algo, por lo que preparamos una tarta de queso.
—Oigan, leí por ahí que las personas que hornean postres tan seguido… tienen depresión —murmura Clary, contemplando el horno, pensativa.
¿Qué tiene que ver la repostería con la depresión? Me río y continuó lavando los utensilios utilizados en la elaboración de nuestro delicioso postre.
Escucho el característico sonido de mi teléfono recibiendo un mensaje de texto y, como tengo las manos cubiertas de jabón, le pido a Clary que lo saque de mi bolsillo.
—Es tu primo —dice ella, aparentemente muy divertida.
—¿Qué quiere? —Suelto un suspiro, no estoy muy contenta con él que digamos. Jamás olvidaré la destrucción de mi sable láser.
—Te está preguntando si te gustó la presentación de Frey.
Me detengo. ¿Por qué Jacob lo sabe todo? Uno no puede tener secretos oscuros con familiares tan entrometidos como él. Sólo espero que mamá no se entere de mi visita a Le Fievre porque mi primo es más cotilla que mis amigas y yo juntas; tiende a exagerar los hechos.
No pienso caer en provocaciones, así que decido no responder. Regreso a mi habitación, pues a la tarta le va a tomar unas horas enfriarse para ser desmoldada. Me pongo los auriculares, selecciono una de mis múltiples listas de reproducción y me entretengo con un libro de mandalas para colorear.
El pintar mandalas es una excelente técnica de relajación, me ha ayudado bastante a gestionar mis niveles de ansiedad en los últimos días. Realmente aporta serenidad y contribuye a fortalecer la creatividad.
Pierdo la noción del tiempo, pero casi he terminado de colorear una página entera cuando la cabeza de Frey aparece en el marco de la puerta abierta de mi habitación. Pongo la música en pausa, me quito los cascos y le miro interrogante.
—Olivia me dejó pasar —dice torpemente, sin atreverse a entrar del todo al cuarto.
Claro que lo dejó pasar al departamento, es su modelo.
Como no respondo de inmediato, se pasa una mano por el cabello esponjoso en un gesto inconsciente que me hace saber lo nervioso que está.
—¿En qué puedo ayudarte, Frey? —digo, con aparente desinterés y vuelvo la vista a mi libro de mandalas.
Le toma un buen rato responder, tanto que coloreo dos óvalos pequeños de rojo antes de volver a escuchar su voz.
—Avril, te juro que no soy prostituto.
Me cuesta mantener la compostura. Quiero reírme. ¿Debería hacerle sudar o ser amable y comprensiva con él? La primera opción me parece más atractiva, así que, nada más para torturarlo, digo:
—Sé la diferencia entre la prostitución y el striptease, cariño. No hace falta que me lo expliques.
Frey se escandaliza y se precipita a mi cama para sentarse a mi lado sin invitación previa. Mira, qué confianza la suya, ¿de casualidad no quiere acurrucarse a mi lado y cubrirse con mi frazada favorita?
—No soy stripper, soy bailarín.
—Sí, los strippers bailan para entretener. —Me encojo de hombros, cambiando el lápiz color rojo por uno azul.
—Cielos, mujer —puedo oír el estrés en su voz—, te digo que no soy…
Por pura maldad, lo interrumpo.
—Bailas y te quitas la ropa, esa es la definición de…
Mi vecino alarga el brazo y me tapa la boca con la palma de su gigantesca mano. Debería lamerlo. A mi nadie me hace callar así.
—Joder, escúchame, atiendo la barra... la mayor parte del tiempo. No hace mucho que empecé a bailar, ¿está bien? Uno de los bailarines se lesionó, y resulta que el barman más inexperto —se señala a sí mismo con el dedo—, o sea yo, es un chico de teatro. Así que le sustituí esa noche y a Madame Astaire, la dueña del club, le gustó. Lo que viste ayer fue una coreografía bastante atrevida…
Aparto su mano de mi cara, sólo para continuar torturándolo.
—Muy atrevida de verdad, pensaba que ibas a acabar desnudo —digo burlona, él rueda los ojos.
—La única prenda que me quité fue la camisa porque formaba parte de la historia que queríamos contar —apunta, y no puedo evitar recordar el vaporoso baile que me hizo sonrojar hace menos de veinticuatro horas—. El espectáculo de Le Fievre se centra en el baile, el vestuario excéntrico y el entretenimiento, que incluye comedia, canto e incluso poesía. Por lo general, evitamos los desnudos integrales.
¿Por lo general?
—¡Oh, espera! —salto con falsa excitación—. Creo que ahora lo entiendo, eres como Christina Aguilera en Burlesque. Sólo que no tan sexy y talentoso.
—Vaya, no me quieras tanto, Stitch —murmura sarcásticamente.
Finalmente, me permito reír. Está bien, no hay por qué ser tan cruel, es tiempo de hacerle saber lo poco que me importa su trabajo, en el buen sentido.
—Relájate, Frey, vas a empezar a perder pelo. —Dado que él se sintió con la libertad de tocarme y taparme la boca con la mano para que dejara de hablar, no me abstengo de revolver su cabello amigablemente—. Sólo te estoy molestando. Honestamente, no me importa lo que hagas o dejes de hacer para ganarte la vida.
Se muestra sorprendido y eso me parece un poco insultante.
—¿De verdad?
—Sí, ¿qué, es tan difícil de creer?
Lo piensa demasiado.
¿Qué clase de persona cree que soy? Digo, estoy consciente de la impresión que doy, pero no porque sea una chica de casa, que no bebe ni fuma, con poca experiencia en relaciones, interesada en el teatro y la repostería, a menudo llamada princesita, quiere decir que voy por la vida juzgando a las personas.
—Recuerdo que eras un poco prejuiciosa…
Sin embargo, él es el que está asumiendo cosas sobre mí.
—Bueno, la gente cambia —afirmo, frunciendo el ceño—. Y aunque me incomodara tu trabajo, ¿por qué te importaría mi opinión?
Mi pregunta le deja sin habla por un momento. Probablemente no sepa la respuesta.
—No lo sé —admite en voz baja, confirmando mis pensamientos—. Supongo que no debería importarme. Pero es que…
—Es que nada —le detengo—, está bien… Quiero decir, deberías estar explotando tu talento en Broadway, pero por algo se empieza. Tú haz lo tuyo.
Parece que mis palabras le han quitado un peso de encima porque sonríe y me envuelve en un abrazo inesperado. Todo mi cuerpo se paraliza al contacto, pero el calor de su cercanía hace vibrar mi corazón. Mi mente se nubla y no puedo pensar en nada más que en la sensación de sus brazos alrededor de mí, en la manera en que su respiración roza mi cuello. Sólo estoy aquí, en este momento, con él, y no quiero que termine, así que lo abrazo de vuelta.
Es él quien finalmente se aparta porque yo no tengo la fuerza para hacerlo. Entonces me doy cuenta de la forma en que mi cuerpo y emociones me han traicionado otra vez. Frey tiene un extraño efecto en mí porque, muy a mi pesar, me encuentro buscando su calor una vez que se ha marchado. ¿Será porque echaba de menos ser su amiga? Sí, definitivamente echaba de menos sus abrazos de oso.
No me da tiempo de volver a pintar mandalas después de que mi vecino se haya ido porque Nia me envía un mensaje que me hace precipitarme a la sala, donde Liv trabaja en el boceto de un vestido.
—¡Conseguí el trabajo! —grito, victoriosa.
Olivia levanta la cabeza y, segundos después, las dos celebramos la noticia con un baile de victoria en medio de la sala. Desde el cuarto de baño, escucho a Clary gritar para felicitarme.
Mi primer día en Sherwood's transcurre sin problemas, aprendo mucho y Kaida responde a cada una de mis preguntas. Harper, la barista estrella del lugar no es muy simpática, pero no le presto atención. Por otra parte, el chico que le ayuda atendiendo la caja y al cual aparentemente está capacitando en la preparación de bebidas, es amable. Tal vez tiene experiencia en hablar con la gente o es naturalmente comunicativo porque en el lapso de una semana, he reunido suficiente información para hacer una biografía de su vida. También tengo un problema con uno de sus primos que ni siquiera conozco, y sé un montón de datos nuevos de Pokémon, como que su creador era un apasionado de los insectos. Cosa que, si me preguntas, tiene mucho sentido.
Debería presentárselo a Liv. Son muy parecidos y creo que se llevarían bien. A ella también le gusta Pokémon, si no me equivoco, tiene una pequeña colección de cartas antiguas almacenadas en alguna parte de su habitación.
Cuando mi turno de trabajo está por terminar y la chica tímida con una bolsa de Mulan pintada a mano (a la que convencí de comprar un juego de libros de fantasía bastante costoso) va camino a la puerta, escucho a mi compañero discutir con un cliente que ha pedido un latte con chocolate.
—Entonces sería un café moca…
—No, un latte con chocolate —alega una mujer rubia de melena lacia por encima de los hombros.
Ezra asiente, para después proceder a explicarle a la mujer que un café con leche y chocolate es básicamente un mocaccino. Pero ella es inflexible en su orden, así que él simplemente sonríe.
Una vez que la mujer densa se ha ido, Ezra me hace señas para que me acerque, así que lo hago con cautela y me da una galleta cubierta con un remolino de crema de mantequilla.
—¿Se la puedes llevar a esa chica de por allá? —Señala a una adolescente cómodamente sentada cerca de la ventana, quien agita la cabeza al ritmo de una canción desconocida que sólo ella puede escuchar gracias a los audífonos inalámbricos que lleva puestos.
Lo hago sin protestar, si bien soy la especialista en libros que se encarga de seleccionar, ordenar, recomendar títulos a los clientes y responder sus preguntas, también me toca desempeñar el papel de mesera, especialmente en los momentos intensos en donde todo el equipo está a máxima velocidad.
—Disculpa, ¿esté es mi café? —Se acerca un hombre de pronunciado retroceso de la línea de nacimiento del cabello, una vez que he entregado con éxito la galleta sabor a churro a la chica de los audífonos.
—¿Te llamas Colton y pediste un macchiato? —pregunta Ezra, achicando los ojos. El hombre menea la cabeza como respuesta negativa—. Entonces no es tu bebida, con permiso.
Su hora de salida también se aproxima, lo que significa que está cansado y su afabilidad está por agotarse.
—Ay, Duarte —suspira mi compañero luego de que el hombre vuelva a sentarse en espera de su bebida, estirando los brazos—, algunas personas me hacen sentir tan inteligente. ¿Vas a querer café hoy?
Por supuesto que quiero café. Todos los días antes de salir, Ezra me hace un café helado para llevar como muestra de solidaridad.
Quince minutos más tarde, mi compañero y yo por fin nos libramos de interactuar con gente arisca. Caminamos juntos un rato y compartimos opiniones sobre la nueva serie de televisión con la que ambos estamos obsesionados, antes de vernos obligados a continuar sin el otro. Una lástima porque tengo mucho que decir del último episodio de la primera temporada. Supongo que Liv y Clary tendrán que escucharme hablar sobre cazadores sobrenaturales que se ven envueltos en un conflicto arcaico entre fuerzas inmortales y terminan viviendo bajo el techo del mismísimo conde Drácula.
Sinceramente, me preocupé cuando se anunció que el libro iba a ser adaptado en formato serie. Especialmente porque los productores y distribuidores que compraron los derechos tienen un largo historial de malas adaptaciones. Pero me complace decir que estoy satisfecha con el producto final, el guión es bueno y el reparto divino. Supongo que eso es lo que consigues cuando te ciñes al material original.
Mi teléfono recibe una llamada y suspiro cuando veo que se trata de Jacob. Yo pensaba que sería mi madre la que me llamaría más a menudo, pero mi primo ha demostrado que no puede vivir sin mí. No exagero, una vez mamá y yo pasamos meses en México y casi se muere de la angustia.
—¿Por qué me llamas?
Lo escucho bufar al otro lado de la línea.
—Primero que nada, hola, yo estoy bien, ¿y tú? Segundo, te llamo porque estoy harto de que el estúpido de tu ex no deje de molestarme.
Me detengo y transcurren varios segundos antes de que pueda responder a su queja. Sé a quién se refiere, pero aún así me veo en la necesidad de decir:
—No tengo un ex…
Un nuevo bufido escapa de los labios de mi primo.
—No te hagas la tonta, estoy hablando de Campbell.
No me hago la tonta, Xavier no es mi ex novio porque nunca fuimos pareja, no oficialmente. Jamás me lo pidió, en su lugar, me rompió el corazón.
—¡Me ha llamado como cinco veces en los últimos días! —continúa Jacob, indignado a más no poder—. ¿Puedes creer que me pidió que te convenciera de hablar con él?
Como si tal cosa fuera a suceder. No creo que sea capaz de mantener una conversación civilizada con él.
—¿Y por qué le respondes, tonto?
—Para decirle que vaya a comer mierda, por supuesto. Le dije que te deje en paz si no se las quiere ver conmigo. Tengo unas ganas de romperle la cara que no te imaginas. —Contengo una risotada, Jacob siempre está listo para saltar a la garganta de Xavier, incluso antes de que éste último traicionara mi confianza, no tenía el favor de ningún miembro de mi familia.
A mi madre no le gustaba, y a ella le agrada cualquier persona con la mínima decencia humana.
Eso debería haber sido una bandera roja.
Xavier tenía muchas banderas rojas, en realidad. Bebía mucho, era desconfiado, impredecible, siempre intentando justificar sus acciones, y jamás fue capaz de comunicar sus sentimientos a tiempo.
Sus acciones rompieron mucho más que mi corazón; hicieron pedazos mi ego. Verás, yo siempre pensé que era inteligente, pero él me hizo parecer la mujer más ingenua del planeta.
—En lo que a mí concierne, puedes romperle lo que quieras —digo, para después dar un sorbo a mi café.
—¿Estás segura? —me cuestiona Jacob, la duda de la sospecha en su voz—. Avril, no te llamé solo para quejarme, sino para advertirte. Si me entero de que hablas con Campbell, te juro que la colección de libros que dejaste acá sufrirá las consecuencias.
Con mis libros no.
—A mi no me conminas, gusano estúpido. Y no te acerques a mi librero —le advierto porque sé que cumple sus amenazas.
—Tú no te acerques a Campbell.
Ruedo los ojos.
—No lo voy a hacer.
—Más te vale, adicta a la cafeína.
Finalmente, Caitlyn ha decidido que sus damas de honor van a vestir de azul. Inicialmente quería burdeos, pero eran demasiado oscuros para una boda de verano. La última vez que hablamos solicitó mi opinión sobre el color coral, hoy me ha obligado a decidir entre lavanda y azul claro. Desde luego, le dije que la elección era completamente suya, cosa que no le sentó bien. Me dijo, casi al borde de las lágrimas, que la boda estaba peligrosamente cerca, así que necesitaba elegir un color definitivo. Entonces, desde el egoísmo puro, elegí el que mejor va con mi tono de piel.
Una vez que mi hermana tiene mis medidas y el asunto del diseño de los vestidos está resuelto, Olivia nos arrastra a Clary y a mi a una tienda de telas que ha estado queriendo visitar desde hace semanas.
Pasamos la tarde entre rollos de tela de todos los colores y texturas, persiguiendo a Liv de un lado a otro en busca de los materiales perfectos para un traje de dos piezas con el que aparentemente ha soñado y ahora intenta hacer realidad.
—¿No deberías concentrarte en el lanzamiento de tu tienda en línea? —cuestiona Clary de mala gana, cuando Liv se detiene a inspeccionar una brillante tela turquesa que no había notado antes en un pasillo que ya hemos recorrido dos veces.
En realidad, creo que debería de hacer otra cosa que no sea coser y comprar materiales, sobre todo porque es lo único que ha estado haciendo desde que varias casas de moda, propiedad de renombrados diseñadores, la rechazaron. Ahora está centrada en abrir su propia tienda, lo cual es una buena idea porque tiene una cantidad decente de seguidores en redes —gente interesada en sus diseños— pero apenas ha dormido, las ojeras son cada vez más prominentes en su rostro.
—La primera colección está lista —responde Liv, sus ojos fijos en lo importante—. Sólo necesito a alguien que modele las prendas para la página.
—¿No es Frey tu modelo? —murmura Clary, deslizando los dedos sobre un trozo de tela aterciopelada.
—A puerta cerrada, pero no sé si le guste la idea de que su rostro sea lo primero que aparezca en mi sitio web —dice contemplativa, pero segundos después su expresión cambia—. Además, no luciría bien los vestidos, tiene los hombros muy anchos. —Se le escapa una risa alegre—. Si tan solo tuviera una amiga que luzca genial ante las cámaras…
Tardo un momento en darme cuenta de que está hablando de mí. Y me mira con ojos suplicantes.
Maldición.
—¿Y qué me vas a dar a cambio? —pregunto ávidamente.
—Serás el rostro femenino de la marca, ¿qué más quieres? —discute, echándome en cara mi codicia.
Quiero muchas cosas, pero no estás para saberlas, amiga.
Al final, Liv me convence de modelar para su marca y se declara satisfecha con su selección de telas. Nada más abandonamos el lugar, Clary afirma que se muere de hambre, así que vamos a un centro comercial al aire libre. Entramos a un restaurante de comida rápida con azulejos de cerámica rojos y blancos que cubren las paredes, muebles de vinilo, luces neón de distintas formas que añaden un toque de nostalgia al ambiente brillante, y un montón de decoraciones retro, como carteles de películas clásicas y fotografías de estrellas de Hollywood de la época dorada. Un homenaje a la cultura popular estadounidense.
Clary pide una hamburguesa con queso suizo y aguacate troceado. Liv ordena tiras de pollo con salsa, tostadas, una guarnición de ensalada de col y patatas fritas. Yo me pido un sándwich de pavo con salsa de arándanos. Pese a que el lugar está casi lleno, no tenemos que esperar mucho para que llegue nuestra comida.
—Todavía no puedo superar el hecho de que te gusta la ensalada de col —dice Liv con cara de verdadero asco mientras transfiere dicho alimento de su plato al mío.
—Avril es un bicho raro, ya deberías saberlo —se burla Clary, inspeccionando su hamburguesa antes de probarla—. Le gustan las galletas de limón y las pasas.
Eso es verdad.
Pero no creo que sea raro. Las galletas de limón están infravaloradas, ¡a mi madre también le encantan! Y supongo que simplemente me acostumbré al consumo de pasas gracias a mis problemas digestivos.
Además, la gente come cosas peores. Como los mariscos, por ejemplo. Estoy convencida de que sólo fingen que les gustan… porque el sabor es horrible. No me hagas hablar del olor. Cualquier cosa que venga del mar me revuelve el estómago.
Después de terminar nuestra cena, paseamos un rato por el centro comercial. Estoy mirando un par de vaqueros cerca de la entrada de una renombrada tienda de ropa, cuando veo pasar a un grupo de chicas corriendo. No pienso nada al respecto, pero entonces veo a otra chica corriendo detrás del primer grupo, y luego a otra, y a otra más. Antes de que pueda entender lo que está pasando, escucho gritos. Hay una conmoción en el exterior.
Me giro para mirar a mis amigas, sin embargo, no se las ve por ninguna parte. Sin supervisión, la curiosidad se apodera de mí, así que salgo de la tienda y lo que veo me hace querer volver corriendo al interior. Hay una multitud de fans y paparazzi a unos metros de distancia. Se empujan unos a otros para echar un vistazo a quien quiera que sea la persona que el personal de seguridad del centro comercial intenta proteger.
Un hombre robusto se abre paso entre la multitud; pide a gritos que se aparten. Empuja a la gente a un lado, abriendo camino a un muchacho alto que camina encorvado, con la cabeza gacha, y lleva puesta una sudadera roja, una gorra de béisbol y gafas de sol.
Me tambaleo hacia atrás cuando veo que la multitud se aproxima en mi dirección, siguiendo al desconocido como ovejas a un pastor.
Intercambio una mirada nerviosa con el guarda de la tienda, él se encoge de hombros y menea la cabeza, como diciendo «un día normal en Los Ángeles».
Da miedo, ¿verdad? Imagínate no poder ir de compras sin que una multitud te rodee, grite tu nombre y te ponga el móvil en la cara por una foto. Eso es probablemente lo que más me asusta de la fama. ¿Y si no lo tolero y la gente dice que soy una desagradecida? Bueno, al menos podría llorar en una mansión y limpiar mis lágrimas con billetes mientras leo los comentarios de odio de la gente en mis redes.
Vuelvo a entrar a la tienda, sonriendo por mis pensamientos bobos. Sigo sin ver a las chicas y culpo abiertamente a su estatura. Son tan pequeñas que no puedo verlas entre tanta ropa y gente desconocida.
Cerca del área de ropa masculina, mientras envidio lo cómodas que parecen ser las prendas de los chicos —también sopeso la idea de comprar una sudadera y luego fingir que se la robé a mi novio— un rostro familiar reclama mi atención.
Sus ojos se encuentran con los míos.
El chico que me dedicó una canción e inmediatamente desató el caos entre su pequeña base de fans, se encuentra ahora frente a mí, a solo unos pasos de distancia. Y lo único en lo que puedo pensar es en la terrible descripción de su publicación: «Avril siempre tendrá un lugar en nuestros corazones», como si se despidiera de alguien que falleció, no de una chica a la que traicionó.
Imbécil.
Me invade el deseo de salir corriendo cuando veo a Roy, el guitarrista de West Sun y mejor amigo de Xavier, girar la cabeza en mi dirección.
¿Luchar o huir?
Huir, definitivamente huir es la mejor opción.
Sin embargo, soy desmesuradamente lenta, por lo que me es imposible escapar. Consigo darme la vuelta, pero el sonido peligroso de una voz familiar me llama.
Solía encantarme la forma en que pronunciaba mi nombre, pues resonaba seguro en su boca. Años después, parte de mí se alegra de que eso haya cambiado, gracias a ello, he podido descubrir y apreciar otras voces. Otras formas de decir mi nombre que me hacen sentir en paz de nuevo.
—Avril —vuelve a decir Xavier, más alto esta vez.
Me giro para mirarle. Tiene un aspecto infernal, sus ojos hundidos y con bolsas oscuras resaltan en su rostro enfermizo. Se ve increíblemente pálido, le tiemblan las manos. Por un momento, la naturaleza protectora de mi signo del zodiaco me gana, pero me abofeteo mentalmente un segundo después.
No te atrevas a preocuparte por él, Avril. Saca a relucir el temperamento de los Duarte. Mantente fuerte.
—¡Eh, Avril! —me saluda Roy con una sonrisa que parece sincera. Tiene mejor aspecto que Xavier, aunque su cabello quemado por decoloraciones y tintes grita por ayuda.
Le advertí que algún día iba a quedarse calvo… Parece que ese día se acerca.
Permanezco en silencio, mirándoles con cara seria.
—Es bueno verte —dice Xavier, sus manos temblorosas encuentran refugio en los bolsillos de su chaqueta.
Hipócrita.
—No puedo decir lo mismo —respondo, suprimiendo la rabia con éxito—. ¿Qué es lo que quieres? —La pregunta va dirigida a él únicamente.
Xavier aparta la mirada, ahora no son sólo sus manos, sino todo su cuerpo el que tiembla de ansiedad.
—Te he estado llamando —habla suavemente. Sus ojos azules se atreven a volver a mirarme.
—Sí, lo sé —asiento desinteresadamente—, no he contestado por una razón.
En otro tiempo, nunca le habría respondido así. Me preocupaba mucho por él. Sus sentimientos eran lo más importante para mí, y fue un error. No por lo que hizo, sino por el hecho de que me descuidé a mí misma por su bien.
No hay que destrozar nuestro corazón para reparar el de otra persona.
—Tenemos… tenemos que hablar —afirma ganando confianza de repente—. Quiero explicarte. Tienes que saber lo que pasó…
Oh, yo sé lo que pasó. No necesito ninguna explicación porque lo vi con mis propios ojos. No dio explicaciones entonces, ¿por qué iba a hacerlo ahora?
—No —la firmeza de mi propia voz me toma por sorpresa—. No quiero escucharte.
—Avril, por favor… —suplica Xavier, y Roy se mueve incómodo a su lado.
—No. Y te voy a pedir que dejes de molestar a mi familia —digo, exponiendo finalmente una pequeña parte de mi ira real—. Ya tuvimos suficiente de ti.
La cara de Xavier se arruga en una mueca.
—Avril… —interviene Roy.
—Buenas noches.
Me doy la vuelta y comienzo a caminar en dirección opuesta, alejándome lo más rápido que puedo. Para mi infortunio, escucho los pasos de alguien detrás de mí.
Rayos.
—¡Avril, espera! —Roy se interpone en mi camino. Es más alto que yo, por lo que mis ojos se elevan, mirándolo con una mezcla de enfado y tristeza.
Intento rodearlo, pero él da un paso a un lado para evitar que me vaya.
—Déjame pasar.
O te daré una bofetada, cabello de escoba vieja.
—Debes hablar con Xavier —proclama descaradamente—. Él te necesita.
Me río, la amargura y la ironía de la situación hacen que me sienta enferma.
—¿Él me necesita? Por favor, Roy, no…
—Sí, Avril. Él te necesita, y yo creo que tú también lo necesitas a él.
La afirmación de Roy me lleva a preguntarme, muy angustiada, si los miembros de West Sun están perdiendo la cabeza gradualmente.
Por eso las drogas son malas.
Todo mi cuerpo se tensa en el momento en que las manos de Roy encuentran un lugar en mis hombros.
—Escucha —susurra, inclinándose hacia mi—, sabes que Xavier jamás va a decírtelo a la cara porque le cuesta aceptar sus sentimientos… aunque lo consuman por dentro, pero está destrozado. Lo que hizo fue un error. Pero él te ama, y sé que está dispuesto a hacer cualquier cosa para recuperarte.
Me da grima.
Xavier no cometió un error. Hizo una elección. Y cada elección tiene consecuencias.
—Xavier no me quiere, jamás lo hizo…
Roy exhala ruidosamente; nunca ha sido un hombre paciente. Tampoco es como que quiera su paciencia.
—A veces la gente comete errores y se arrepiente de esos errores y quiere hacer las cosas bien. —Me habla como una madre cansada a un niño travieso—. Xavier quiere hacer las cosas bien contigo. Por favor, dale la oportunidad de hacerlo.
Tras un momento de contemplación, meneó la cabeza.
—Lo siento, no puedo.
—No ha dormido, ni ha comido bien en días… —insiste—, le es difícil concentrarse porque sólo piensa en ti. Por favor, Avril.
¿Acaso intenta hacer que me sienta culpable?
—Suéltame, Roy.
Derrotado, sus manos liberan mis brazos.
—Todo puede volver a ser como antes… Solo tienes que escucharlo.
La cuestión es que no quiero que las cosas vuelvan a ser como antes porque hace dos años estaba rota. Hace dos años no tenía a Frey.
Olivia está indignada, y puedo ver la culpa reflejada en su rostro por no haber estado allí para mí durante mi confrontación con Xavier y Roy. «Sí hubiera estado presente» es la frase que repite continuamente, «les habría dado una buena dosis de palos en la cabeza a cada uno. No se habrían acercado a ti de esa manera, te lo juro». Pese a que me encargo de dejar en claro que no es su culpa y que la violencia no es la solución, sigue despotricando todo el camino a Sunshine Oaks.
Por otra parte, Clary nos escucha atentamente, quizás evaluando la situación antes de externar una opinión. Sólo después de que pasamos junto a Marcello y le deseamos buenas noches, ella habla:
—Tal vez deberías verlo. —Dos cabezas, la mía y la de Liv, se giran hacia ella, preguntándonos si la hemos oído bien.
—¿Lo dices en serio? —Salta Liv, con voz más alta de lo necesario.
—Avril merece una explicación. —Clary se encoge de hombros.
Me veo incapaz de pronunciar ni una palabra. Por suerte, Liv habla en mi nombre.
—No hay explicación válida para…
—Eso no es lo que estoy diciendo —alega la de cabello corto, para no dar lugar a interpretaciones erróneas.
Liv se detiene en el pasillo y, dedicando a Clary una mirada retadora, indaga: —¿Entonces qué estás diciendo?
—Nunca se disculpó, ¿no es cierto? —Ignora los ojos de Olivia para buscar los míos en su lugar. Todo lo que hago es menear la cabeza de lado a lado—. Te mereces una disculpa —concluye—. Xavier necesita disculparse y tú necesitas oírlo. Ambos merecen un cierre.
No estoy segura de que Xavier esté buscando un cierre. Tampoco tengo la intención de darle muchas vueltas al asunto, por lo que distraigo a mi mente caótica con algo mucho más importante que chicos, corazones rotos y drama innecesario: convocatorias de casting.
Funciona de maravilla. Fijo toda mi atención en mi computadora, hay muchos anuncios de casting recientes. Veo que están buscando una protagonista de 21 a 31 años para la séptima temporada de un reality show que da a los solteros la oportunidad de encontrar el amor.
Sí, eso no es lo que estoy buscando. Sobre todo porque la descripción del anuncio es: estamos buscando el nuevo elenco de solteros atractivos que estén listos para el mejor momento de sus vidas.
El mejor momento de mi vida será cuando gane un Oscar, gracias.
Sigo navegando en busca de algo que valga la pena, y finalmente lo encuentro a pocos minutos de la madrugada, un proyecto con varios papeles a los que postularse. Pero hay uno en específico que me llama la atención, el personaje se llama Summer. Una chica sabia más allá de su edad, que si bien a simple vista parece ser la típica «chica de al lado», es compleja y seductora. Está atrapada en una mala relación con un hombre mayor y es una pieza fundamental para el personaje central, un muchacho llamado Jansen. Ambos personajes desarrollan una conexión especial, eso agrega capas de complejidad y un mayor significado a la historia. Summer es, y cito, «una fuerza de la naturaleza, de las que todos necesitamos en nuestras vidas».
También hay una pequeña descripción de su apariencia deseada y vestuario: hermosa pero discreta. Usualmente va vestida con vaqueros, camisa y botas.
No digo que sea hermosa, pero definitivamente voy a intentarlo. Solo piden fotos y un demo reel, así que aplico para el trabajo inmediatamente. Después de eso, por fin puedo irme a la cama tranquilamente. O esa es mi intención antes de que mi mente me traicione y los pensamientos intrusivos no me dejen dormir.
Me remuevo ansiosa sobre el colchón, ninguna posición parece lo suficientemente cómoda para dormir.
Tal vez Clary tenga razón.
Quizá merezca una disculpa. Aunque, nadie puede asegurarme que Xavier busca pedir perdón desde un lugar de sinceridad.
Maldita sea.
Busco mi teléfono en la mesita de noche, la luz de la pantalla me hace achicar los ojos en la oscuridad. Abro la configuración de mis mensajes, el número de Xavier aparece en mis pocos contactos bloqueados y lo miro fijamente durante un rato.
Me voy a arrepentir de esto.
¡Gracias por leer!
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