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Capítulo 6. Le Fievre

Últimas noticias sobre Pedro: sigue vivo. Realmente los cactus son plantas fáciles de cuidar, son resistentes, y por lo general no necesitan mucho riego. Sería preocupante que le hubiera ocurrido algo malo a nuestro bebé tan pronto, ¿no es verdad? Diría mucho de nosotras y nuestras capacidades.

Novedades sobre mi salud dental: a veces siento molestias, a veces es como si no pasara nada dentro de mi boca. Supongo que es normal, pero es bastante probable que visite pronto al dentista.

Ha pasado una semana desde que las chicas y yo salimos con nuestros vecinos. Lo más interesante que sucedió desde entonces fue el embarazoso incidente de Olivia en una panadería cubana de la zona que visitamos el martes. Verás, mi querida amiga buscaba budín de chocolate, y lo encontró, pero se le dobló el tobillo en el estacionamiento del lugar. Nuestro postre salió volando por los aires. Afortunadamente, la caja solo sufrió una abolladura; el budín experimentó daños menores. Olivia se vio incapaz de volver a Sunshine Oaks a pie, por lo que tomamos un taxi. Tremenda aventura.

Hoy es viernes, y tengo una entrevista de trabajo en Sherwood's Books, una cafebrería de fachada intencionalmente antigua, pintada de verde, con un letrero de madera que reza el nombre del lugar en letras doradas. 

Nada más entrar al lugar, me envuelve el aroma de café recién hecho. Mi mirada vaga por las estanterías repletas de clásicos, bestsellers y joyas ocultas mientras recorro el lugar. 

Me recibe Kaida, la propia dueña de la tienda, nos estrechamos las manos antes de subir al segundo piso. La mujer de cabello rizado me conduce a un espacio solitario, nos sentamos en acogedores sillones color tierra, ella me pide que hable de mi interés por los libros. Respondo que siempre he sido una ávida lectora, pues mi hermana mayor me llevaba con ella a la biblioteca pública. Caitlyn me inculcó la pasión por la lectura, cosa que hacía falta en una familia de gente imperativa con poco interés en las letras. 

—¿Qué tipo de libros te gusta leer? —pregunta Kaida. 

—De todo —respondo con honestidad—. De Tolkien a Austen, amo la fantasía, la ciencia ficción, el horror… Realmente disfruto de cualquier género.

—¿Cómo enfocarías la recomendación de libros a los clientes?

—Bueno, preguntaría por los intereses y autores favoritos de dichos clientes. En base a la respuesta que reciba, recomendaría algunos títulos y hablaría brevemente sobre el argumento de los que evoquen más interés.

Kaida toma algunas notas antes de pronunciar la siguiente pregunta: 

—¿Cómo te mantienes al día de las novedades y las tendencias del sector?

A lo que yo respondo diciendo que sigo a blogueros, editores y autores en múltiples redes sociales, esto parece complacerla. La entrevista transcurre sin contratiempos, Kaida es realmente una mujer agradable, está relajada, abierta a la conversación y me sonríe constantemente de forma casi maternal. Lo cual puede ser considerado poco profesional, pero me hace sentir cómoda. 

—Por último, ¿por qué te gustaría trabajar en Sherwood's? 

Entenderás que uno debe exagerar un poco cuando le hacen esta pregunta o cualquiera de sus variantes en las entrevistas. Pues eso es precisamente lo que hago. De forma muy convincente, digo que mi deseo es laborar ayudando a lectores a descubrir nuevos libros con el potencial de convertirse en el favorito de sus estanterías, y contribuir a una comunidad que comparte mi pasión.

—Bueno, Avril, ha sido un placer charlar contigo. —Kaida me da la mano nuevamente al concluir la entrevista—. Pronto estaremos en contacto.

Honestamente, creo que lo hice bien. 

Complacida, me permito explorar la tienda que con suerte será mi lugar de trabajo. En las estanterías hay hojas de roble y bellotas talladas, cosa que me parece un estupendo detalle. La estética del local está claramente inspirada en Robin Hood, uno de mis personajes favoritos de todos los tiempos. Aunque el ambiente es acogedor y resulta muy tentador quedarme, pedir un café y gastar cientos de dólares en libros, logro convencerme a mí misma de no comprar nada.

Cuando me dispongo a marcharme, me encuentro con el rostro familiar de una mujer que lleva un libro aferrado al pecho y evalúa la portada de otro que ha sacado de la sección de fantasía. 

Aparto la mirada en el mismo momento en que ella levanta la cabeza y pretendo no haberla visto. 

—¡Avril! —Nia se acerca a mí con una sonrisa, me abraza y me besa la mejilla como si fuéramos amigas íntimas—. ¿Cómo estás, nena? 

—Nia, hola —respondo con voz extraña—, estoy bien. 

Olvido agregar el «¿Y tú?» al final de la oración, pero eso no es impedimento para que la conversación fluya. Ella es bastante comunicativa. 

—¿Qué haces aquí, nena? No, espera… —suelta una risa—, no respondas. Qué pregunta tan boba. No hay mucho que puedas hacer en una librería más que, bueno… —señala la estantería. 

En este lugar también venden café, pero supongo que tiene razón. Si no hubiera venido aquí con la esperanza de conseguir un empleo, probablemente compraría libros. Aunque, si lo piensas, la gente se reúne en lugares como estos para citas de estudio, entre otras cosas. Así que su pregunta no es tan boba. 

—De hecho, no estoy aquí para comprar libros. Acabo de tener una entrevista de trabajo. 

Nia enarca las cejas. 

—¿Aquí en Sherwood's? —pregunta. Por alguna razón, su voz contiene un tono de sorpresa y emoción que por un momento parece injustificado. No hago más que asentir—. ¡No puede ser! Mi mamá es la dueña.

—¿Tú madre? ¿Kaida? —Esta vez es ella quien asiente. 

Vaya, qué pequeño es el mundo, diría mi abuela. 

—Ella es encantadora. 

—Sólo a veces… —dice con una gran sonrisa—. Oye, ¿te has leído «El Circo de la Noche»? —Nia me muestra la cubierta de la novela de Erin Morgenstern. 

Asiento con entusiasmo. Es una de mis favoritas. Se trata de una novela emocionante, llena de personajes intrigantes que se desenvuelven en un mundo fascinante. Una lectura excelente para todos aquellos amantes de la aventura. 

De repente me encuentro enfrascada en una activa conversación con Nia. A medida que profundizamos en la charla sobre libros, descubro que compartimos gustos y opiniones, además de un amor incondicional por la fantasía. 

—Nena, me aseguraré de que consigas el trabajo. —Nia me dedica una mirada cómplice—. Dame tu número. 

No estoy segura de hasta qué punto puede influir en su madre, pero Nia no ha sido más que amable conmigo, así que le doy mi número de teléfono. Coincido con ella cuando dice que deberíamos quedar para salir alguna vez. Realmente no me vendría mal ampliar mi círculo social. 






Clary está haciendo palomitas en el microondas cuando llego al apartamento. Me parece que encuentra entretenido el proceso porque sus ojos están pegados a la puerta con rejilla del electrodoméstico mientras la bolsa con el maíz danza en el plato giratorio.

Sólo mira en mi dirección cuando la saludo y le pregunto qué tal ha ido su día. No hablamos desde ayer en la noche, pues cuando me levanté esta mañana ella ya se había ido al trabajo, y salí para mi entrevista antes de su retorno.  

—Hola, Avy. Ha sido un día… interesante. —Me lanza una mirada muy suspicaz, después mira en dirección a la sala—. Tenemos un invitado.

Entrecierro los ojos, precipitándome a la sala de estar. Realmente no me sorprende ver a Frey en mi apartamento, hemos estado muy unidos esta última semana, pero definitivamente me desconcierta el hecho de verlo modelar un traje incompleto ante los ojos críticos de Olivia. 

—Umm... ¿qué está pasando aquí? 

Dos cabezas giran en mi dirección. Olivia se ríe entre dientes.

—Hola, Avy —me saluda mi amiga como si nada. 

—Hola, ¿desde cuando nuestra sala se convirtió en una pasarela? —Me cruzo de brazos para conminar una explicación.

—Desde que Frey se ofreció amablemente a hacer de modelo para mi nuevo proyecto de moda —responde la diseñadora, garabateando algo en su cuaderno. 

Desde su lugar al centro de la sala, Parker se apresura a esclarecer la situación para mi. 

—En realidad, sólo vine a preguntar si tenían una batidora que pudiera tomar prestada, pero tu amiga es muy persuasiva, y resulta que tenías razón, Avril, soy un hombre de muchos talentos —apunta, guiñándome un ojo descaradamente. 

Por alguna razón mis mejillas se calientan, no hago más que desviar la mirada. Un hombre de muchos talentos, claro.

Olivia señala a su modelo, y dice: —Estoy diseñando una colección de ropa masculina. Frey me está ayudando a perfeccionar el look de alma torturada y melancólica.

Mi vecino hace una pose dramática a la cual me es imposible no reaccionar con una risa. ¿Tiene que hacerme reír siempre? Es estúpidamente encantador, lo cual es peligroso… para ambos. 

Con intenciones desconocidas, Liv procede a solicitar mi opinión sobre su modelo, cuestionando si me parece bueno en su trabajo o no.  Evalúo furtivamente a Parker antes de externar mi crudo veredicto.

—No. 

—Gracias por el voto de confianza —murmura Frey sarcásticamente.

Me encojo de hombros. Honestamente, no pienso decirle que es condenadamente guapo, después tendría que lidiar con su ego inflado. 

—De nada. —Le sonrío con inocencia—. Pero me alegro de que por fin alguien está aprovechando tu talento natural para la melancolía y tu aspecto de película de Tim Burton. 

Entrecierra los ojos, tal vez evaluando si puede tomar mis palabras como un cumplido o simplemente aceptar el insulto.

—Bueno, alguien tiene que mantener vivo el arte, Stitch. 

Antes de que pueda pedirle que no me llame como el extraterrestre azul con serios problemas de actitud, creado para provocar el caos en la galaxia, Clary irrumpe en la habitación con un bol de lo que supongo que son palomitas, pero no se ve feliz. 

—Oigan, creo que se me quemaron un poco las palomitas. 

Un poco es quedarse corto, en el recipiente hay más rosetas negras que blancas.

—¿Sos boluda o te haces? —dice Olivia mientras pienso en lo difícil que será eliminar el olor a maíz quemado del microondas—. ¡Cómo vas a quemar los pochoclos!

Me río al escuchar a Liv pronunciar «pochoclos». No hay explicación, pero la palabra siempre me ha causado gracia, al igual que «palta» y «frutilla». 

—Yo no hice nada, fue el microondas —se excusa Clary. 

—¿Cuánto tiempo les pusiste? —Frey se entromete.

Clary responde que sólo lo recomendado en el empaque, también alega que hay algo mal con el microondas. Liv, por supuesto, difiere. 

—No sirves para nada —se burla, acto seguido, le indica a nuestro vecino que se dé media vuelta. Él obedece sin rechistar. 

—Déjame en paz —pide Clary, desparramándose en el sofá—. Mejor voy a pedir una hamburguesa… ¿alguien quiere?

De palomitas a hamburguesas, vaya cambio. Meneó la cabeza y procedo a huir a mi habitación. 





Frey termina de modelar para Liv antes del anochecer. Previo a su partida, pasa por mi habitación para despedirse, así que lo acompañó hasta la puerta e intento ignorar el hecho de que vuelve a llamarme Stitch antes de salir al pasillo. Un choque de nudillos después, él se marcha con una sonrisa. 

Finalmente a solas, Olivia me detiene en la sala para preguntarme cómo me fue en la entrevista y obligarme a cenar algo, incluso cuando le digo que no tengo hambre. Me convence al mencionar a mi madre, con quien mantiene contacto directo, a quien informa diariamente de mis andadas. Prácticamente amenazada de muerte, con tal de no enfrentarme a la ira inconmensurable de una mamá latina, me preparo gachas de avena con canela.

Clary se va a la cama temprano, pues ha tenido un día duro en el trabajo. En cambio, Liv y yo permanecemos en la sala hasta entrada la madrugada, porque se nos ocurre la brillante idea de comenzar una telenovela colombiana bastante adictiva. La buena noticia es que mañana es sábado, por lo tanto, ninguna tiene que levantarse temprano.

Ni siquiera Clary, con más horas de sueño acumuladas, es capaz de abandonar la comodidad de su cama antes de las once. La primera en levantarse soy yo, hago omelets para todas, desayunamos en la sala viendo La Ley y el Orden, después nos alistamos para ir al centro comercial, hacemos algunas compras necesarias e innecesarias que van desde papel de baño hasta utensilios de cocina cuyo aspecto resulta tentador pero realmente no hacen nada que no puedas hacer con un cuchillo, y una sandwichera. Para un trío de amigas que intenta ahorrar, comprar un electrodoméstico con una sola función… es un derroche de dinero. ¿Esto nos detiene? No, ni siquiera Olivia, la más responsable e informada, se niega al prospecto de un sándwich de queso bien hecho.

Pasamos más tiempo del previsto recorriendo los pasillos del supermercado, así que, para cuando regresamos a Sunshine Oaks, ya es hora de almorzar. Me ofrezco a cocinar de nuevo, pero Olivia insiste en hacerlo ella. Aun así, permanezco en la cocina como apoyo moral. 

Los espaguetis a la carbonara están casi listos, cuando oigo mi teléfono sonando en mi habitación. He estado evitando llamadas toda la semana, no preguntes por qué. Pero la persona que llama es insistente. Salgo de la cocina para averiguar quién llama con tanta urgencia; para mi fortuna, es una voz amigable la que me saluda.

La escucho pronunciar «¡Nena! ¿Cómo estás?», y respondo con el típico «Estoy bien, ¿y tú?». Esto es suficiente para que Nia comparta conmigo detalles no solicitados de su vida, antes de revelar el motivo de su llamada. 

—Escucha, estaba pensando... ¿Les gustaría a ti y a tus amigas salir esta noche? He estado queriendo visitar este club en Hollywood del que todo el mundo habla, pero no he tenido la oportunidad… —Nia habla tan rápido que me cuesta seguirle el ritmo y dar sentido a sus palabras—. ¿Te gusta la música en vivo? 

—Eh, sí. 

Por supuesto que me gusta la música en vivo, soy una niña de teatro. Sin embargo, la idea de visitar un club no me parece tan atractiva.

—Entonces… —dice Nia, alargando la palabra. Claramente está esperando que le responda.  

—Sí, seguro. —Contra mi buen juicio, diría el señor Darcy, acepto la invitación—. Salgamos está noche.

—Genial —salta Nia, complacida—. Paso por ustedes a las diez en punto. Ponte algo bonito. 

Nia cuelga el teléfono sin más, y caigo en la cuenta: las chicas me van a matar. Dejo caer el teléfono sobre la cama y me apresuro a volver a la cocina. Como Olivia me conoce mejor de lo que me conozco a mí misma, en cuanto ve la expresión culpable en mi rostro, me cuestiona en tono acusador. 

Le digo que, una vez más, he aceptado una invitación sin consultarles antes. Me apresuro a añadir que no tienen por qué venir conmigo si no quieren, pero como ya he dicho que sí, yo no puedo defraudar a Nia. Está bien, sí puedo, pero me gustaría agregar su nombre a mi corta lista de amigos, pues da la impresión de ser una chica agradable y divertida. Todo lo contrario a su malhumorado primo, a quien le disgusto tanto como a Edward Cullen le disgustó el hecho de que Bella Swan se sentara a su lado en clase. Excepto que Levon no es un vampiro hermoso al que mi sangre canta. Simplemente no le agrado. 

Clary, como era de esperarse, se niega a salir esta noche; me recuerda lo mucho que odia los clubes nocturnos. Olivia, por su parte, lo pone a consideración. 

—De acuerdo, iré contigo —acepta, una vez que ha terminado de comer—. No voy a dejar que salgas sola con una chica que acabamos de conocer.

Ves, por eso la amo. Y por el hecho de que se ofrece a maquillarme los ojos. Por supuesto, acepto la oferta. A las 9 de la noche ya ha acabado conmigo y comenzado su propio maquillaje. Mientras ella se hace el delineado, yo lucho por peinarme el flequillo de cortina, pero mi cabello está en su día indomable. 

Al menos mi atuendo es bonito. Llevo un vestido que compré hace tiempo pero que nunca he usado porque es un poco ajustado y corto para alguien con montones de inseguridades como yo, pero que por alguna razón decidí ponerme hoy, junto con una chaqueta negra y botas largas. 

A cinco minutos de las diez en punto, recibo un mensaje de Nia, dejándome saber que está aquí para recogernos. 

Busco mi bolso mientras Olivia se mira en el espejo de mi habitación, evaluando su apariencia desde distintos ángulos. 

—Bueno, es lo mejor que puedo hacer —murmura, más para sí misma que para mis oídos. 

Me la quedo mirando inquisitivamente.

—¿A qué te refieres? —Mi pregunta se formula con cautela. 

Olivia se encoge de hombros, tratando de quitarle importancia al asunto, y se señala a sí misma. Detecto cierta amarga resignación en su voz cuando dice: 

—A que no me voy a ver mejor que esto.

—Pues claro. Estás guapísima… aunque siempre te superas de alguna manera. Yo no diría que… 

Me interrumpe, de pronto muy seria. 

—No te burles de mí, Avy. 

El desconcierto es evidente en mi rostro. Jamás me burlaría de ella. Pero, por desgracia, entiendo de dónde viene la petición. No soy la única insegura sobre su cuerpo. 

—¿Cómo? No, no me estoy burlando de ti —le hago saber a prisa. 

Sonríe gentilmente, como si me recompensara por mi amabilidad. Lo cual no es necesario porque no estoy siendo más que honesta. 

—Entonces estás mintiendo.

Digo su nombre en tono de advertencia. Por supuesto que no estoy mintiendo. Si elogio a alguien, lo hago desde la sinceridad. Jamás me verás dando cumplidos vacíos a personas a quienes considero importantes. Pero no puedo enfadarme porque piense que miento por compromiso… yo misma solía reaccionar negativamente o con evasivas a los cumplidos. Mi mente no podía aceptarlos. Para mí, la gente siempre mentía o se burlaba de mi apariencia. 

—Está bien, sé que no soy bonita. Al menos no como tú —me tranquiliza—. Pero lo entiendo, eres mi amiga, es básicamente obligatorio que me digas que me veo bien. 

Estoy a punto de replicar, pero la llamada de Nia no me lo permite. Mientras ella me hace saber que ha aparcado fuera del complejo, Liv se escabulle de mi habitación. Cuelgo el teléfono y cojo mi bolso antes de ir tras mi amiga. 

En la sala, Clary está envuelta en una frazada afelpada, con su portátil en el regazo; entretenida con un anime que no reconozco. Se despide desinteresadamente con la mano cuando Olivia le dice que nos vamos. 





Es fácil localizar el lugar que buscamos en el Hollywood Boulevard, pues el letrero neón que brilla en la oscuridad y su fachada art deco hacen que el edificio destaque en la famosa avenida. 

—Le Fievre —leo en voz alta, inclinando la cabeza hacia un lado—. ¿Estás segura de que este es el lugar? Se ve muy… elegante.

Tanto que me hace reconsiderar mis elecciones de vestuario. Nia responde afirmativamente, así que nos acercamos a la entrada del club.

—¿Cincuenta dólares la entrada? ¡Están locos! —Olivia casi se desmaya a la vista de las tarifas. La persona que atiende la taquilla la mira de reojo. 

Sinceramente, no me sorprende. Quiero decir, es Hollywood. Ese hecho por sí solo explica el precio. 

—Bienvenidas a Le Fievre, señoritas. ¿Tienen reservación?

No sabía que había que hacer una reserva para entrar en un club nocturno. 

Cuando le decimos que no tenemos reserva, nos comunica que eso aumenta la tarifa de esta noche; menciona algo sobre las «Noches especiales»,  pero Nia le interrumpe entregándole su tarjeta de crédito. Él le dirige una mirada irritada. 

Una vez que hemos pagado y mostrado nuestras identificaciones, se nos permite entrar, y nos vemos envueltas en un mundo de glamour, espejos, ritmos seductores y actuaciones tentadoras. No existe tal cosa como una pista de baile en Le Fievre, en su lugar, actuando en un escenario iluminado, dos bailarines con trajes de lentejuelas se roban toda la atención del público. Por un momento, siento que acabo de retroceder en el tiempo. 

Esto no es cualquier club nocturno… 

—Nia, ¿puedo preguntar por qué nos trajiste a un lugar tipo Moulin Rouge? —Se me escapa una risa nerviosa mientras la muchacha toma asiento en una mesa vacía relativamente cerca del escenario. 

—¿Tiene algo de malo? Dijiste que te gustaba la música en vivo —dice como si nada. 

Es evidente que aquí hacen más que presentar música en vivo. 

Liv y yo compartimos una mirada antes de sentarnos en la mesa redonda de mantel carmesí. Mis ojos evalúan una lámpara vintage que estoy tentada a tocar, después se desplazan curiosos por el lugar, entre el montón de gente dispersa en las mesas. La mayoría presta atención al espectáculo dramático que se desarrolla en el escenario, otros pocos charlan con sus acompañantes. 

He de ser sincera, es un lugar agradable. Tiene mejor pinta que una discoteca. No me siento tensa ni agobiada, no hay gente borracha bailando por todas partes ni luces de colores obstaculizando mi vista. 

Finalmente, mis ojos se demoran en la zona del bar, donde me encuentro con una cara conocida. Él lleva puesto un chaleco negro sin nada debajo y un pantalón negro de pinzas. Veo como vierte un líquido rosáceo en una copa de cóctel y procede a decorar el borde con una media rodaja de limón. 

—¿Tu primo trabaja aquí?

Nia sigue mi mirada, pero no parece sorprendida por el hecho de que su primo es uno de los chicos que atienden la barra. 

—Ah, sí —le resta importancia—. ¿Quieren algo de tomar? 

Si mal no recuerdo, Levon dijo que él y Frey trabajaban juntos en un club. Pero no encuentro la familiar sonrisa de mi amigo de la infancia por ninguna parte. Quizá sea su día libre.

Olivia acepta la oferta, así que Nia se levanta y va en dirección a donde su primo maniobra con destreza un mezclador metálico. Por alguna razón, Levon parece perturbado cuando Nia se le acerca. Aún más cuando ella señala nuestra mesa. 

Levon echa un vistazo al escenario, luego me mira con expresión irritada. Escucha, no soy nadie para juzgar rarezas, sin embargo, él es extraño. Quiero decir, entiendo que no le gusto, pero ¿cuál es su problema? 

Nia tarda bastante en el bar, tanto que el número de la pareja con trajes de lentejuelas termina y anuncian uno nuevo. 

Las luces se atenuan, las cortinas se abren, y una bruma de niebla invade el escenario. Comienza la música, una sensual melodía que envuelve al público como un abrazo poderoso y seductor. Tres figuras emergen, dos mujeres y un hombre de sombrero blanco. Ellos despliegan los brazos con las palmas hacia arriba, sus rostros están cubiertos por sombras pero sus movimientos son fluidos y sinuosos. Con brazos ondulantes, invitan a los espectadores a la tentación. Las mujeres balancean las caderas, acentuando las curvas de su cuerpo. La intensidad aumenta en un abrir y cerrar de ojos. El hombre se adelanta, su pecho se infla, acentuando la urgencia del deseo que parece consumirlo. Sus manos rozan sus propias piernas, los brazos y el torso, como si explorara por primera vez su propia piel. La dupla femenina se le acerca, una acaricia su pecho mientras la otra le quita el sombrero. Él se vuelve para mirarla con una sonrisa pícara y es entonces cuando le reconozco.

Hijueputa, es Frey —se le escapa a Olivia. 

Compartimos una mirada. Veo en la cara de mi amiga una expresión que probablemente refleja la mía en este momento: sus ojos demuestran asombro y su boca parece no poder decidirse entre sonreír o abrirse completamente. 

Los bailarines se separan, enseguida vienen los gestos anhelantes, hasta que una de las chicas cae al suelo y se queda ahí, inmóvil, con un brazo cubriéndole los ojos. La otra se acerca a Frey, victoriosa; ambos se balancean al unísono, las manos de él acarician las curvas de ella con movimientos casi hipnóticos. 

Entonces, parece ser que Frey advierte mi presencia. La sorpresa cruza su rostro, lo veo vacilar. Por un momento, pierde la concentración, pero las piernas de la bailarina le rodean la cintura, exigentes. Él deja de mirarme y levanta a la chica por encima de su cabeza. El cuerpo delgado de ella se arquea y su cabello pelirrojo cae como cascada. Juntos giran como un torbellino de pasión y deseo, sus labios a escasos centímetros de tocarse. 

El erótico espectáculo concluye con Frey sacándose la camisa y los cuerpos de ambos entrelazados, simulando un sensual abrazo. 

—Che, es buenísimo —asiente Liv, antes de unirse a la ola de aplausos que empapa a los bailarines. 

Me he quedado sin palabras, incapaz de apartar la mirada del escenario. Por razones misteriosas, mis mejillas se ruborizan cuando los ojos de Frey vuelven a buscarme entre el público. Se inclina directamente hacia mí en una reverencia exagerada… mi corazón se salta un latido. 

¡Gracias por leer!

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