Capítulo 4. Culpa y nostalgia
Es posible que sea una narradora poco fiable. A menudo guardo detalles importantes y tiendo a compartir una cantidad excesiva de información sobre un tema específico que sólo a mí me parece interesante. Lo siento por eso, procuraré limitar mi vertido constante de datos innecesarios. Pero es justo que sepas que me he guardado muchas cosas para mí a lo largo de los años. Como el hecho de que Myles Carter tuvo que ir al baile de graduación sin cejas por mi culpa. Nadie, a excepción de mi compañero en el crimen, supo que fui yo quien tuvo la brillante idea de llenarle la cara de crema depilatoria a mi víctima luego de escabullirme en su casa y recuperar exitosamente algo que él no merecía tener en su posesión. Myles no dijo una palabra al respecto porque lo amenacé para que mantuviera la boca cerrada. Y supongo que, en el fondo, sabía que se lo merecía por cretino.
¿Por qué saco esto a colación ahora? Bueno, tengo la sensación de que los eventos de esa noche pronto saldrán a la luz. Ya te contaré más sobre mi venganza en otra ocasión. Quizás cuando no esté al borde de un colapso nervioso.
La mañana del 23 de marzo, es Liv quien se encarga del desayuno mientras Clary me ayuda a ensayar mis líneas en la sala. Está sentada en el sofá individual, con las piernas cruzadas y el teléfono en la mano, mirándome con expresión agria.
—¿Dónde estabas tú? —le pregunto enfadada—. Vienes aquí, juzgándome, pero ¿dónde estabas cuando te necesitábamos?
Clary vuelve la vista a su teléfono, y con voz monótona recita: —No hagas esto sobre mí. Era tu responsabilidad proteger la base en mi ausencia. Pero, en vez de eso, abriste las puertas al enemigo. Dejaste que se acercara a…
—Un momento, pausa, corte —la detengo, saliéndome del personaje—. Estás matando mi vibra aquí. Ni siquiera te estás esforzando.
—¿Cómo que no? —Indignada ante mi acusación, mi mejor amiga deja el teléfono sobre el reposabrazos—. Estoy actuando como una directora de casting desinteresada.
Aquí la actriz soy yo, Clarisa, dame algo de emoción. Aunque tiene razón, la mayoría de los directores de casting son groseros y distantes. ¿Quieres ser humillado? Habla con un niño o preséntate a una audición en Hollywood. Ambas son opciones igual de peligrosas que muy probablemente acabarán con tu autoestima.
Nos da tiempo de repasar la escena una vez más, con Clary dando críticas venenosas y mi naturaleza perfeccionista haciendo ajustes a la interpretación, antes de ser avisadas de que el desayuno está listo. El rostro de Clary se contrae al ver la mesa puesta para tres, con bizcochitos de grasa, tostadas con manteca y leche con chocolate. Es fácil darse cuenta de que no está contenta. Procede a preguntar si Liv conoce la definición de desayuno.
—Yo pensaba que estabas perdiendo tus costumbres argentinas, pero este desayuno me ha demostrado lo contrario —menea la cabeza, agitando su oscura melena.
Lo único que Liv ha perdido es un poco de su acento. Probablemente porque intenta sonar neutral la mayor parte del tiempo. Lo cual, en mi opinión, es triste. Amaba su forma de hablar y expresarse, pero supongo que la gente se adapta a su entorno.
De mi parte no hay quejas, pues no es como que tenga un apetito feroz e insaciable. Mi estómago rechaza la comida cuando estoy estresada, así que me llevo un bizcocho a la boca sin muchas ganas pero consciente de lo importante que es salir de casa con algo en el estómago.
Mientras las chicas discuten sobre los elementos que conforman un buen desayuno, a mi mente llega un pensamiento inesperado. ¿Qué estará haciendo mi vecino en este preciso momento? Probablemente lo mismo que yo, o quizás siga durmiendo. No me he cruzado con él desde que le felicité por su cumpleaños hace cuatro días. Definitivamente, la vida me ha sonreído.
—¿Tengo razón, Avril?
Vuelvo la cabeza hacia Liv, con un trozo de bizcocho a medio camino de la boca. Ella me mira expectante.
—¿Sobre qué?
—El choque cultural.
No tengo idea de qué está hablando. Estaba demasiado ocupada pensando en lo afortunada que soy por no haber tenido ningún encontronazo con Frey Parker en los últimos días como para prestar atención a la disputa sobre la calidad de lo que se acostumbra a desayunar en Argentina.
Una cosa sí tengo clara: como buena Mexicana, Clary es exigente.
—Eh, pues no sé, la verdad es que no estaba escuchando —me alzo de hombros. Liv me dedica una mirada reprobatoria—. Lo siento, me distraje. Es que estoy nerviosa, ya saben, por la audición.
—Y tienes TDAH —apunta Clary, untando mantequilla a una tostada de manera desigual.
Bufando indignada, dejo caer mi bizcocho sobre el plato. Clary insiste en que tengo trastorno de déficit de atención e hiperactividad, pero no es como que ella pueda dar un diagnóstico certero. Quiero decir, es maestra, trabaja mayormente con niños y sabe identificar los síntomas, pero soy un adulto. Me cuesta pensar que he existido por tantos años desconociendo algo así sobre mí misma. Alguien además de Clary se habría dado cuenta.
—Ya te dije que no tengo déficit de atención, Clarisa —le digo de mala gana.
—No es algo malo, Avril —responde de la misma forma—. Mucha gente exitosa lo tiene.
Como Emma Watson, quién se graduó de la Universidad Brown, interpretó a Hermione Granger en la saga de Harry Potter, y además ejerce como embajadora de la ONU. Amo a esa mujer desde que tengo uso de memoria.
—Ya sé que no es algo malo, pero no lo tengo. —Mi afirmación causa gracia a Liv, que suelta una risita, dando un sorbo a su mate mientras Clary me pregunta si estoy cien por ciento segura de ello.
De nuevo, si tuviera TDAH me hubieran diagnosticado hace mucho tiempo. Ni siquiera soy realmente hiperactiva. Siempre me he considerado una persona calmada. Mentalmente ansiosa, físicamente sedentaria. Ese es el pobre argumento que utilizo en mi defensa.
—Te sorprendería la cantidad de adultos no diagnosticados que hay. —Clary finaliza, levantándose de la mesa.
Otra audición fallida.
Permite que te cuente cómo sucedieron las cosas: entré nerviosa a la sala de casting, con el corazón latiendo en mi pecho a mil por hora. De inmediato me encontré con la mirada penetrante del director, un hombre de mediana edad con toda la pinta de no haber sido amado por su madre cuando bebé. Traté de mantener la compostura, esbocé mi mejor sonrisa. Se me hicieron una serie de preguntas, que respondí de la mejor manera. Entonces comencé a recitar mis líneas frente al director y la cámara. Después me pidió que interpretará un monólogo, el que fuera. Por supuesto, estaba preparada, pero no se me dio la oportunidad de interpretarlo completo, pues aparentemente, en Hollywood importa más un sándwich que ser eficiente en tu trabajo. Una mujer irrumpió en la sala para preguntar si su jefe iba a querer lo usual, a lo que él respondió que se le antojaba un sándwich de pollo parmesano, como si yo, que estaba dando la actuación de mi vida, fuese invisible. Entenderás que experimenté un momento de duda, ¿debía detenerme o seguir como si nada? Pensé que podía tratarse de una prueba. ¿Lo estaba haciendo a propósito para ver como reaccionaba? Tal vez. Con ese pensamiento, continúe con el monólogo, pero fui interrumpida nuevamente. Ni siquiera me miró al avisarme que había tenido suficiente de mí y agradeció mi asistencia por pura cortesía.
Me hervía la sangre, aún así le di las gracias y me marché civilizadamente. Créeme que estuve a punto de echarme a llorar, pero cuando decidí ser actriz, me prometí a mí misma que no dejaría que este tipo de situaciones afecten mi pasión por la interpretación.
Para tener éxito debo ser paciente y seguir intentándolo. En serio, estoy comprometida a seguir intentándolo…, tengo susurros malintencionados que callar. También necesito un trabajo, pero no nos estresemos por eso ahora.
Paso a comprar un café helado, que esta vez no se me cae. Estoy a un par de metros de mi puerta cuando un ruido familiar procedente del apartamento de mis vecinos me hace detenerme en seco.
Una melodía.
Los acordes resuenan en el aire, el rasgueo de la guitarra es suave, melódico, como una canción de cuna. Pero es la voz ronca del intérprete lo que realmente me cautiva. Cruda y rica… vulnerable. Hay emoción detrás de cada palabra. No se limita a cantar la letra, la entiende, la siente, resuena con ella.
No puedo evitar sonreír mientras la escucho, sintiendo que me invade una ola de nostalgia. Es nuestra canción… era nuestra canción. La tocó para mí en mi octavo cumpleaños, y despertó en mí una obsesión no sólo con la canción, sino con la banda. A los dos nos encantaba Coldplay.
De repente recuerdo tiempos más sencillos, días de verano jugando al aire libre sin preocupaciones, días de lluvia disfrutando de películas y galletas dentro de casa, una amistad perdida en el tiempo.
Frey solía decir que yo era su Yellow. Está claro que se equivocó. Perdida en medio del mar, las estrellas brillaban para consolarme, pero no las vi porque estaba demasiado ocupada esperando la señal de un faro descompuesto entre la niebla para que mi buque pudiera llegar seguro a puerto.
—¿Qué estás haciendo?
Doy un salto y apenas me detengo para no golpear a Clary en la cara.
—Me has dado un susto de muerte —le digo, llevándome una mano al pecho.
Ella me mira con alta sospecha, achicando los ojos. Como si me hubiera encontrado comiendo sus botanas fritas favoritas en medio de la noche.
—¿Estás espiando a nuestros vecinos?
¿Detenerse en el pasillo para escuchar a mi vecino tocar una canción que me encanta cuenta cómo espiar?
—¿Qué cosa? —Muevo la cabeza de un lado a otro—. No, sólo... pasaba por aquí y oí que tocaban la guitarra. Frey está cantando nuestra canción. Quiero decir, no es nuestra canción, era nuestra canción favorita cuando éramos niños —divago, perdiendo el control sobre mi lengua durante un momento—. ¿De dónde vienes?
Clary me evita más vergüenzas y no cuestiona más mi nerviosismo ni mis acciones. Me recuerda sobre su entrevista de trabajo. Claro, mientras a mi me ignoraban por un sándwich de pollo, a mi querida amiga la entrevistaban en una escuela primaria cerca del Pacific Park, cuyas reseñas son buenas en cuanto a las clases de natación que ofrecen.
—Oh, sí, ¿cómo te fue? —le pregunto, realmente espero buenas noticias.
Clary alza los hombros, su expresión intenta ocultar la emoción que consume su interior. Sé que le ha ido bien antes de escucharla decirlo.
—Bueno, supongo que lo hice bien porque conseguí el empleo.
Enhorabuena.
—Dios mío, felicidades. —Chocamos las manos. Al fin, una buena noticia.
Mientras abro la puerta del apartamento, mi amiga hace la inevitable pregunta: quiere saber cómo me fue en la audición.
—Hmm, bueno —digo, cediéndole el paso—. Me interrumpieron para pedir un sándwich…
Tengo una caja. Una sombrerera color azul pastel con un moño blanco en la tapa llena de baratijas, fotos y recuerdos de mis años de existencia. No la abro a menudo, a menos que haya algo nuevo que guardar dentro. Sin embargo, hoy anda algo mal conmigo porque me siento en la cama, con la vieja caja de recuerdos en las manos. Levanto la tapa e inmediatamente me invade una oleada de nostalgia.
Mientras rebusco entre los objetos, mis ojos se posan sobre una vieja fotografía. Dos niños posan para la cámara, con alegres sonrisas desdentadas, rodeados de la diversa vida marina de la Academia de Ciencias de California.
Frey y yo teníamos la misma altura por aquel entonces. Quién iba a pensar que se convertiría en una jirafa.
Toda la clase estaba entusiasmada por la visita al museo, yo por encima de todos. Recuerdo que estaba rebosante de alegría, no sólo por la excursión, también porque mi nuevo vecino se había incorporado a mi escuela y además era mi compañero. Siempre fui un poco tímida, me costaba bastante hacer amigos, pero Frey tenía una presencia amable y gentil que me hacia sentirme a gusto a su lado. Hablar con él parecía fácil. Escuchaba atentamente todo lo que le decía.
Nuestra maestra, la señorita Thompson, acompañada por un número limitado de padres de familia, dirigía al grupo con energía. Mi madre se tomó muy en serio su papel de fotógrafa, Frey y yo fuimos sus víctimas, nos hizo posar en cada exposición. Como recompensa, Frey y yo recibimos una foto enmarcada. La mía solía estar expuesta en mi habitación antes de ocupar un lugar en la sombrerera.
Se me llenan los ojos de lágrimas al recordar lo angustiada que estaba cuando llegó la hora del almuerzo y descubrí que mi amigo había olvidado su lonchera y no llevaba dinero para comprar algo. No podía imaginar ir de excursión sin comida.
Sin dudarlo, me dirigí a mi madre y le pregunté si podía compartir mi almuerzo con Frey. Por supuesto, obtuve su permiso inmediato. Parker dudó al principio, pero le aseguré que no había problema alguno. Disfrutamos de nuestro almuerzo compartido y charlamos sobre nuestras exposiciones favoritas: él había quedado fascinado con el caimán albino, y yo no podía dejar de pensar en la preciosa colonia de pingüinos africanos.
¿Estoy soltando mucha información innecesaria otra vez? Honestamente, no tengo idea. A mi me parece importante compartir todo lo que pasa por mi mente durante mi desagradable momento de nostalgia en el que finalmente me doy cuenta de la terrible persona que soy.
—Avy, ¿crees que Marce nos eche a patadas si adoptamos un gato? ¿Por qué estás llorando?
Doy un saltó al oír la voz de Liv, y devuelvo la fotografía a la caja, pero no me molesto en enjuagar mis lágrimas. Me desagrada que la gente me vea llorar, sin embargo, la crisis es más grande que mi orgullo.
Liv, con el cabello recogido en una cola de caballo y vestida con un outfit que Adam Sandler definitivamente usaría —uno no pensaría que es diseñadora de modas— me mira desde el marco de la puerta, expectante. Cautelosa, procede a preguntarme si algo malo ha sucedido, si alguien ha muerto, o si es necesario que ella mate a quien me ha hecho llorar.
—No pasa nada —le digo, jugando con el moño blanco de la tapa de la sombrerera.
No puedo decirle que me he puesto a llorar por una vieja fotografía, ¿verdad? Una vieja fotografía de mí en la felicidad de la infancia y un chico al cual decidí echar de mi vida porque soy estúpida e inmadura. Alguien que literalmente vive al lado.
—¿Estás menstruando? —Su pregunta me toma por sorpresa, creía que sólo los hombres hacen ese tipo de preguntas. Meneo la cabeza como respuesta negativa—. ¿Estás a punto?
—No.
—¿Por qué estás llorando entonces? —Se cruza de brazos.
No respondo de inmediato. Sé que es tonto que me afecten tanto cosas que sucedieron hace años, pero Frey y yo nunca tuvimos un cierre apropiado. Fuimos mejores amigos durante mucho tiempo, después nos distanciamos y finalmente él me dijo que estaba enamorado de mi. Me consumió un enfadó inexplicable, y ahora me doy cuenta de que en realidad estaba tan enfadada porque, a pesar de que nuestra amistad pendía de un hilo, yo no quería perderle. En mi mente de adolescente, Parker tiró nuestras chances de reconciliación a la basura. Así que me quedé en medio y luego de rechazarlo le di de comer migajas.
La noche del partido, mis acciones actuaron como esperanzas.
—Porque soy una persona terrible, Olivia. Por eso estoy llorando.
Porque, tal vez, solo tal vez, quiero a mi amigo de vuelta.
—Soy la peor de las amigas —acepto, llena de arrepentimiento y desdicha.
—¿Te comiste mis alfajores otra vez? —pregunta ella en un falso tono acusador. Sé que intenta hacerme reír. Vuelvo a menear la cabeza—. Entonces qué hiciste, pelotuda.
—No voy a decírtelo. —Es mi sentencia irrevocable—. ¿Puedes dejarme sola para que sufra en paz en las profundidades de la desesperación?
Con cara de extrañeza, Liv asiente, y dice: —Dale, Anne de Green Gables, cuando salgas de las profundidades de la desesperación, puedes pasar a la cocina. Voy a hacer galletitas.
No he agradecido el día de la colada desde que las chicas y yo nos mudamos juntas a Los Ángeles, sobre todo porque no sólo tengo que lavar mi ropa, sino también la de mis amigas. Pero hoy estoy realmente agradecida de que sea mi turno. La actividad me servirá de distracción para dejar de rememorar el pasado.
Me dirijo a la lavandería común del complejo, cargando dos cestos llenos de ropa sucia. Para mí suerte, el lugar está casi vacío, solo hay una persona más: una mujer en deportivos con cara de que le hace falta fibra, una expresión bastante similar a la mía. La saludo por cortesía, ella me da una mirada disgustada, luego se pone un par de audífonos inalámbricos.
Está bien, no quiero entablar una conversación contigo, amiga, solo estaba siendo amable.
Clasifico las prendas en dos montones separados en función de los colores y cojo dos lavadoras para acelerar el proceso. Cargo la ropa en el tambor y añado mi detergente favorito. Acabo de tomar asiento en una banca de madera sin respaldo cuando el universo decide lanzar otra prueba en mi camino. Mi vecino entra en la lavandería, cargando un cesto gris con una sola mano. Lleva una sudadera blanca con capucha que cualquier chica estaría feliz de robar, pantalones cortos azul oscuro, calcetines largos y un par de zapatillas blancas. Frey levanta la vista de su teléfono, sus ojos se encuentran con los míos.
Maldita sea.
¿Por qué siempre me pilla mirándole?
Intento no volver a cruzar miradas con él. Mi atención se concentra en el ciclo de lavado de las máquinas. Una parte de mí, quizá mi niña interior, tiene el impulso repentino de hablar con él. Mi yo adulta lucha fervientemente contra ese impulso.
No actúes por nostalgia. Las cosas no van a cambiar sólo porque te sientes triste, dice la voz de la razón en mi cabeza. Hiciste tus elecciones, tomaste tu propio camino, asúmelo, Avril.
Pero, ¿cómo puedo lidiar con ello si Frey Parker no coopera? El muy descarado se sienta al otro extremo de la banca, como si no supiera lo que su sola presencia evoca en mí interior. Bueno, probablemente no lo sabe. ¿Qué piensa realmente de mí? Obviamente no me odia, pero ¿está resentido? Tiene derecho a estarlo. Me pregunto si mi llegada a Sunshine Oaks lo ha sacudido o si ha pensado en mí tanto como yo he pensado en él… No, no lo creo. Es hombre, y los hombres suelen decir que las chicas pensamos demasiado.
Xavier solía afirmar que soy difícil de entender. Supongo que tenía razón. Seguramente, mientras yo pierdo la estabilidad mental en reminiscencias, mi vecino piensa en videojuegos o algo así. Después de todo, la culpa no lo consume. Todo lo que hizo fue ser un buen amigo, permanecer a mi lado incluso después de la humillación y... amarme.
—Oye, Avril. —La voz ronca de Frey pronuncia mi nombre, rompiendo el silencio pero no la tensión—. ¿Viste la historia de Jacob?
Cuando me atrevo a mirarle, sus ojos están puestos en su teléfono. Está sonriendo a la pantalla.
—Hmm… no —digo, sorprendida por su repentino intento de conversación, y Frey se desliza sobre la banca para estar más cerca de mí. Ahora su hombro roza el mío, la suave caricia de su sudadera contra mi piel hace que mis nervios fluyan sin medida.
Me resulta difícil prestar atención a lo que Frey me muestra en su teléfono, porque su olor me distrae. Percibo un aroma masculino a madera y bergamota. Mis palpitaciones se aceleran. Me obligo a prestar atención al vídeo de mi primo presumiendo sus habilidades con un sable de luz. Tardo un momento en darme cuenta de que el escenario de Jacob es mi antigua habitación, y ese es mi sable láser. Un regalo de cumpleaños para nada barato que se le escapa de las manos torpes, se estrella contra el suelo y se apaga. Definitivamente, Jacob no le teme a la muerte, porque a un costado en letras blancas se lee: «Creo que lo rompí», y me ha etiquetado.
—Oh, voy a matarlo —se me escapa, a lo que Frey se ríe y finalmente me mira. Su bonita sonrisa desencadena un nuevo ataque de nostalgia en mi interior. Quiero apartar la mirada, pero no lo hago. Los siguientes momentos en los que me permito contemplarlo son extrañamente placenteros, pero la situación se torna incómoda cuando me doy cuenta de que él me devuelve la misma intensa mirada, con una expresión indescifrable.
Él se aparta, nuestros hombros ya no se tocan, cosa que agradezco profundamente.
—Así que… —carraspea, mientras se saca los lentes y limpia el cristal de estos con la tela de su sudadera blanca—. ¿Ya te has aclimatado a Los Ángeles?
Me sorprende la pregunta. Obviamente está tratando de entablar una charla trivial para rebajar la tensión. No hay manera de que realmente se preocupe por mí o mi experiencia en Los Ángeles.
—Eso intento —digo, intentando parecer relajada—. Es demasiado grande.
—Yo pensaba lo mismo cuando volví a la ciudad. Extrañaba la tranquilidad de San Francisco… —asiente, volviendo a ponerse los lentes—, pero no te preocupes, te acostumbrarás. —De pronto se levanta—. Hey, voy a por un bocadillo de la máquina expendedora, ¿puedes vigilar mi ropa?
Solo estamos nosotros dos y la chica poco amable de los audífonos. Dudo que alguien esté interesado en robarle la ropa, aún así me comprometo a cuidar sus prendas, que en este momento danzan cubiertas de espuma en la lavadora.
Aprovecho la ausencia momentánea de Frey para comunicarme con las chicas. Envío un mensaje al chat de nuestro grupo y me responden rápidamente, burlándose de mí. No las culpo, yo también me burlaría si no fuera la protagonista de los hechos.
Charlie's Angels 🍒
AYUDA.
AYUDAAAAAAA.
Clary
¿Qué pasó?
Liv
¿Debo llamar a una ambulancia?
¿Alguna de ustedes podría venir a hacerme compañía? 🙏
Clary
¿Por qué?
Porque a nuestro vecino se le ocurrió lavar la ropa al mismo tiempo que a mí.
Liv
Qué bendición.
Pregúntale si está soltero.
Clary
Avril… un problema real te pido.
No le voy a preguntar si está soltero, Olivia.
Y este es un problema real, Clarisa.
Liv
JAJAJAJAJAJA
Clary
JAJAJAJAJAJA
¿Van a venir o no?
Clary
Por supuesto… que no.
Estoy ocupada planeando mis clases.
Liv
Yo también estoy ocupada.
¿Haciendo qué, exactamente?
Liv
Viendo Game of Thrones.
Adiós.
Clary
Dile a Frey que digo hola.
Estoy leyendo el último mensaje de Clary, indignada ante la falta de apoyo, cuando mi vecino vuelve a la lavandería y de nuevo toma asiento en la banca junto a mi.
—Te traje algo —dice, con un deje de timidez en la voz y me tiende un chocolate—. No sé si sigue siendo tu favorito, pero, bueno…
Lo es.
Siempre ha sido mi favorito y él lo recuerda. Lo sabe porque me conoce. Lo sabe porque cuando mamá me prohibió el chocolate por un mes entero, él me compraba barras de KitKat a escondidas.
¿Es esto una ofrenda de paz?
Mi creciente ansiedad me hace aceptarla. Nuestras manos se rozan y siento el calor arrastrándose por mis mejillas. Pronto, todo el rostro me arde e intento cubrirlo con mi cabello.
—No era necesario, pero gracias —digo, analizando el empaque rojo de la chocolatina antes de atreverme a volver la vista en su dirección.
—De nada. —Frey sonríe y, de nuevo, no puedo evitar pensar en lo bonita que es su sonrisa. Sincera, jovial, juguetona, encantadora. Siempre ha sido así.
Me alegro de que él no haya perdido su chispa como yo lo hice. Ojalá nunca lo haga porque sería una gran tragedia.
Permanecemos en silencio un rato, uno al lado del otro, mirando a las máquinas enjuagar nuestra ropa. No tengo idea si es efecto del chocolate, de su amable actitud, o de su sonrisa, pero me da la impresión de que la tensión disminuye. De pronto no me siento tan incómoda a su lado.
Le oigo reír, una carcajada ronca y masculina que me hace estremecer.
—¿Recuerdas cuando me encerraste en una secadora?
De repente, yo también me echo a reír. En mi defensa, teníamos siete años y él se metió por voluntad propia a la máquina. Yo simplemente cerré la ventana de cristal y le amenacé con hacerlo girar desde afuera.
—Recuerdo que lloraste —me burlo de él en tono juguetón.
—¡Pensé que iba a morir! —se justifica.
Frey y yo solíamos acompañar a mi madre y a su abuela a la lavandería que se encontraba justo en la esquina de nuestra calle, a tan sólo unos cuantos metros del dúplex. Hacíamos carreras para ver quién doblaba la ropa más rápido y nos encantaba ver telenovelas en el televisor que colgaba sobre las secadoras. Si bien éramos niños bien portados, en ocasiones nos ganaba la ociosidad. Como aquel día que a Parker le entró la curiosidad por ver si cabía en el tambor de la secadora. Por supuesto que lo hacía, se trataba de máquinas enormes.
Cuando menos me doy cuenta, entablamos una conversación en voz alta. Hablamos de la vez que mis padres nos llevaron a la playa y Frey fue perseguido por una gaviota que quería su comida; la vez que casi me atropellan, me rompí un ligamento de la rodilla y no pude correr apropiadamente por mucho tiempo; y él menciona la vez que se cortó el dedo con un bisturí en clase de Biología y me desmayé a la vista de sangre.
—Aún tengo la cicatriz —afirma, extendiendo la mano izquierda hacia mí.
Inconscientemente, alargo el brazo para agarrar su mano y poder apreciarla más de cerca. Veo la cicatriz en su dedo índice al mismo tiempo que noto cómo se tensa a mi lado. Lo suelto de inmediato. Eso no fue intencional. No quería tocarlo. Fue la reacción natural de mi cuerpo.
Para mi suerte, mis cargas de ropa están listas para pasar a las secadoras, así que me levanto a toda prisa. Soy una boba. Entre risas y anécdotas, mi mente pareció olvidar el importante hecho de que Frey Parker y yo no somos amigos.
¿Qué me pasa?
Permanezco de pie frente a las secadoras, fingiendo que me interesan mucho las máquinas con tal de no volver a la banca. Mi vecino hace lo mismo minutos después, veo que incorpora más toallitas de secado de las que debería, pero me mantengo en silencio. Sin atreverme a decir una palabra.
Compartimos varias miradas, sin embargo, no volvemos a hablar hasta llegado el momento de doblar la ropa.
—Te has vuelto lenta —comenta Frey, señalando resueltamente mi pequeña pila de ropa perfectamente doblada—. Yo casi he terminado.
—Eso es porque tengo más ropa que doblar que tú.
—Cierto, pero siempre he sido el más rápido —afirma con suficiencia.
En tus sueños, Parker.
Aumentando un poco mi ritmo para dejar en claro quién manda aquí, continuó doblando prendas. Una tras otra, en su mayoría es ropa de las chicas.
—Vaya, qué buen gusto —digo, cuando se me otorga el placer de ver un montón de ropa interior masculina y toda la atención se la llevan un par de calzoncillos de superhéroes.
Esta vez, es mi vecino quien experimenta la vergüenza.
—Quisiera poder decir que no son míos… pero lo son —suspira Frey derrotado.
No voy a juzgarle tan duramente. Después de todo, yo poseo algunos pantis de Barbie. Son cómodos y bonitos, ¿está bien?
—Eh, Avril... —me llama Frey, de pronto ligeramente verdoso—. Me preguntaba si… si te gustaría, y está totalmente bien si no quieres, probablemente no puedas, ¿verdad? —divaga sin control—. Pero mis amigos y yo vamos a salir este fin de semana. Asher ha estado insistiendo en invitarte a ti y a tus amigas a pasar el rato con nosotros. Dice que somos vecinos y que deberíamos conocernos. Aunque tú y yo nos conocemos de sobra…
—Está bien —me sorprende mi respuesta afirmativa—. Quiero decir, sí. Será divertido.
A las chicas y a mí nos vendría bien salir. Liv va a seguirme a cualquier parte si se lo pido, a Clary probablemente no le guste la idea, pero acabará viniendo con nosotras de todas formas. Tal vez pueda sobornarla con comida.
Frey me mira fijamente, asombrado. Como si no pudiera creer que acabo de aceptar su invitación. Dado nuestro historial, probablemente esperaba un rechazo instantáneo de mi parte. En realidad, eso es lo que debería haber hecho. Responsabilizo de todo al sentimiento de nostalgia.
—De acuerdo, ¡genial! —Finalmente parece reaccionar y se aclara la garganta—. Genial —repite, asintiendo y doblando sin cuidado una camisa de franela. Será una odisea planchar esa prenda cuando quiera usarla—. Les diré a los chicos.
—¿Desde cuando aceptas invitaciones por nosotras?
Lo predije; a Clary no le ha agradado la idea de salir con nuestros vecinos. Sé que prefiere quedarse en casa y perder el tiempo viendo series que ya ha visto cientos de veces que salir a divertirse. Es un alma vieja en un cuerpo joven, de cierta manera, ambas lo somos —tal vez ella más que yo— pero me ha poseído un espíritu aventurero. De pronto quiero salir, respirar aire fresco y pasar un buen rato. He desperdiciado mucho tiempo de mi vida sumida en la tristeza, encerrada entre cuatro paredes, he perdido oportunidades y experiencias, es hora de salir del caparazón y comenzar a vivir. Tal vez así pueda deshacerme de la nostalgia.
—Perdón, debí haberlo consultado con ustedes primero, pero acepté la salida porque quiero disculparme con Frey. —Me apresuro a justificar mis acciones, para después dar un mordisco a una de las galletas que horneó Olivia.
—¿Disculparte con Frey? —cuestiona Clary, sin ocultar su irritación—. No tienes nada de qué disculparte, Avril. Ya hablamos de esto.
Como soy idiota, se me escapa decirle que no se trata sólo del rechazo a la declaración de amor pública. Las chicas comparten una mirada, puedo ver el brillo de la sospecha en sus ojos.
—¿No? ¿Entonces de qué se trata? —cuestiona Liv, achicando los ojos—. Avy, hay algo que no nos estás diciendo, ¿verdad? ¿De qué no estamos enteradas? Suelta la lengua.
Ha llegado el momento de compartir parte de la anécdota con ellas.
—A ver, ¿por dónde empiezo? —Sacudo la pierna nerviosamente, mordiéndome las uñas—. Clary, ¿recuerdas que Myles Carter apareció en el instituto sin cejas antes del baile de graduación?
El recuerdo la hace sonreír, nunca le gustó Myles. Pero puedo ver en sus ojos que no ve la conexión entre lo que le pasó a Carter antes de la graduación y mi necesidad de disculparme con nuestro vecino. Me sorprende que jamás haya relacionado el evento conmigo, pues es bastante perspicaz y sabe que soy rencorosa. A lo mejor no me cree capaz de vengarme con mis propias manos.
—Claro que lo recuerdo. Jamás supimos qué le pasó. —Se encoge de hombros.
Tengo que decirlo.
—Fui yo —confieso sin más—. Le puse crema depilatoria en la cara.
Y lo volvería a hacer. El hecho de perder sus envidiables cejas le bajó los humos, además, recuperé lo que por derecho me pertenecía.
—Me estás jodiendo —acusa Clary, le cuesta creer en mí reciente revelación.
Meneo la cabeza, y digo: —No, fuimos Frey y yo. —La mención de Parker deja a mis dos amigas sin habla por un momento—. Escuchen, la noche del partido pasaron cosas entre él y yo.
En el momento en que la expresión de Liv cambia, sé que debería haberme expresado mejor, pues lo recién pronunciado se presta a malinterpretaciones. Especialmente para las mentes morbosas.
—¿Qué cosas? —pregunta Liv en tono sugerente, esbozando una sonrisa y alzando las cejas varias veces.
Siento como me arden las mejillas.
—No ese tipo de cosas, malpensada.
—Es broma —se defiende, el fantasma de la sonrisa picarona aún en su rostro—. Está claro que no pasaron ese tipo de cosas, de lo contrario, no seguirías siendo virgen.
Le doy una mirada que grita «Deja mi falta de contacto masculino en paz» y le ruega que se enfoque en lo importante. Olivia murmura una disculpa forzada, después me pide que prosiga.
—Bien, no voy a entrar en mucho detalle —advierto nerviosamente a mis amigas—, pero básicamente usé el resentimiento de Frey para convencerlo de ayudarme a darle una lección a Myles. —Muerdo el interior de mi mejilla antes de continuar—. También puede que, sin querer, le haya hecho creer que todo podía volver a ser como antes entre nosotros. Luego desaparecí.
Se hace el silencio entre tanto las chicas procesan la información recibida. Parece que las he tomado por sorpresa, y ni siquiera saben la historia completa. No tienen idea de qué Frey se sentó a la mesa con mi madre y conmigo aquella noche, no saben que recorrimos San Francisco en busca de los suministros necesarios para llevar a cabo mi venganza, tampoco tienen conocimiento de lo bien que la pasamos cantando a todo volumen en el auto de la señora Shannon o la forma desenfrenada en que latían nuestros corazones al escapar de la escena del crimen. Mucho menos pueden estar enteradas de que, terminada la aventura, abracé a Frey como nunca antes lo había hecho y como jamás lo volvería a hacer.
—¿Y qué le vas a decir? Oye, Parker, perdón por humillarte, usarte, ilusionarte y desaparecer —Clary rompe el silencio con la verdad. Bueno, eso planeaba hacer. No sólo por él, sino por mí. Siento que necesito sacar una disculpa de mi sistema.
—Quizás podamos volver a ser amigos. Si él quiere. —Mis hombros se encogen, fingiendo desinterés, cuando en realidad una chispa de esperanza sacude mi interior.
Una vez más, las chicas comparten una mirada. Me pregunto si piensan que he perdido la razón.
—¿Tú quieres? —Los ojos de Olivia me escanean, en su rostro surge la sospecha nuevamente. Ojalá no se haga ideas tontas. Bah, por supuesto que lo hará. La conozco.
—Somos vecinos —digo, como quien no quiere la cosa—. Será mejor que nos llevemos bien.
—Avril, mejor ve a terapia. Es menos complicado —sugiere Clary, volviendo a concentrarse en su trabajo—. Y no pienso ir a ningún lado con los vecinos.
¡Gracias por leer!
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