Capítulo 7.
¡Hola mis bonitos lectores! Si todo va relativamente bien esta semana andaré más o menos activa en diferentes fics, incluyendo este. Fuera del anuncio, este es uno de mis capítulos favoritos así que quería editarlo muchooo, fue el que más trabajo me dio por lo mismo pero lo amo, así que espero que al menos les sirva para pasar el rato. Pasamos con la narración de Ash. Muchas gracias por leer.
¡Espero que les guste!
Un minuto de silencio por los besos sin consumar, por las manos que jamás serán tomadas y los secretos que no se pueden confesar. Un minuto de silencio para todos los cobardes que no se opusieron en la marcha nupcial. Un minuto de silencio para Ash Lynx.
Él nunca entenderá lo violenta que me resultó su incondicionalidad, luego de ser manipulado por Dino Golzine esta era la primera vez que lograba ser feliz, porque sabía que al menos una persona se preocupaba por mí, y no esperaba nada a cambio. No podía creer la suerte que tenía, era el sentimiento más feliz del mundo. Pero también era doloroso, saber que esos resplandecientes ojos cafés anhelaban a otro hombre era una jugarreta retorcida del destino. Me froté el entrecejo, intentando concentrarme. Mi corazón era un lío con sabor a tabaco y besos de delirios, mi mente una caja musical quebrada cuya tonada se hallaba empolvada. El amor era una sensación peligrosamente adictiva, daría lo que fuese con tal de preservar su sonrisa, sin embargo, la distancia me sofocaba.
—Boss! —El chillido de Bones captó mi atención, la canción sintonizada en el bar era fastidiosamente animada, las butacas estaban pegajosas y mis subordinados atentos—. ¡Ni siquiera me está escuchando! —Shorter le acarició la espalda como consuelo, estábamos acomodados alrededor de la mesa de billar. Era una mañana de invierno, una cualquiera.
—No te lo tomes personal. —Un puchero dejó expuesto el colmillo del más bajo—. Ash está pensando en su conejito japonés. —Las arrugas de mi entrecejo se intensificaron ante tan descaradas mofas. Tenía la cara caliente y los pensamientos enardecidos.
—¡Pero ya no quiero hacer más esto! —Bones golpeó la mesa en un berrinche contenido—. No me metí a la pandilla para traficar banana fish. —Sus puños se crisparon encima del paño esmeralda. El aroma a cerveza me pareció embriagador a las doce del día, un cigarrillo usado pendió entre mis dedos. Un mal sabor.
—Estoy de acuerdo con ese idiota. —Arthur se abrió paso entre la multitud—. No es justo que seamos rebajados a traficantes solo porque el señorito hizo una rabieta para irse a vivir solo. —El gélido en su mirada fue paralizante, los vendajes se le mecieron bajo el susurro del viento.
—Sabes que esa no fue la razón. —Él tomó una jarra de cerveza antes de apoyarse contra la mesa de pool, la pata quebrada se hundió ante el peso extra—. El viejo nos está poniendo a prueba. —Los reflectores se posaron sobre él.
—No entiendo tu traslado a los dormitorios. —Arrugué la nariz ante la pestilencia de la laca, habían pocas personas dentro de Fish Bone, mis zapatillas pendieron hacia el taburete—. Tenías todo lo que podrías necesitar en el apartamento que te regaló. —Una sonrisa maliciosa me puso alerta—. ¿No te mudaste por el samurai boy?
—¿Estás hablando de Eiji?
—¡Bones, no se lo digas! —Shorter le cubrió la boca antes de que pudiera decir más. Muy tarde, una escalofriante carcajada ya había brotado de lo más profundo de su garganta.
—Ese mismo. —La sangre me erupcionó en las venas, mis puños temblaron contra los amortiguadores de la mesa, la jaqueca me noqueó, el corazón me arremetió con una destructiva ferocidad—. Eiji Okumura. —Golpeé el soporte, levantándome de mi lugar.
—¡No lo metas en esto! —Me incliné para confrontarlo—. Él no tiene nada que ver con nuestro mundo. —La tensión fue áspera, tuvo sabor a cigarrillo barato. Su agarre agrietó uno de los bordes de madera. Animal.
—¡Entonces, compórtate como nuestro líder y soluciónalo! —Él se aferró a la cicatriz en sus nudillos, conteniendo un rechistar entre los dientes—. No somos los perros de Dino Golzine.
—Si seguimos con nuestro plan y lo dejamos sin compradores podremos volver a la normalidad. —Una carcajada maniática retumbó ante la música, las entrañas se me retorcieron por culpa de un nauseabundo presentimiento—. Hay que ser inteligentes y dejarlo sin recursos. —Sus pupilas chorrearon rencor.
—¿Y con qué dinero pretendes hacer eso? —El silencio de la pandilla fue fúnebre—. Toda tu vida él te ha financiado por ser su puta favorita. —Él me tiró del cuello de la camisa, despectivo—. ¿Qué harás sin su tarjeta de crédito? —Enterré mi rabia en lo más recóndito de mi cordura para contener un golpe, no sería inteligente empezar una riña. Temblé, humillado. El sabor a sangre me tenía intoxicado.
—Ya veré cómo mantenernos. —Él me soltó tras liberar una risa sarcástica.
—Patético. —Sabía que era arriesgado, sin embargo, se nos agotaron las opciones bajo los alaridos del tiempo—. Mientras no tengamos dinero no podemos hacer nada. —La realidad me martilló en los tímpanos, maldición.
—¿Dinero? —El bar quedó en silencio tras escuchar aquella voz, un par de plataformas resonaron con elegancia entre las desbaratadas baldosas del local—. Si financiamiento es lo que necesitan yo los puedo ayudar. —Yut-Lung Lee se robó la atención con un coqueto bamboleo de caderas y una propuesta audaz. Histriónico.
—¿Tú? —Él se acomodó encima de Shorter sin vergüenza alguna—. ¿Estás hablando en serio? —El sonrojo que coloreó a mi mejor amigo fue sudoroso e implacable, rodé los ojos, eran asquerosos.
—Yo. —Él deslizó una pierna sobre la otra—. Para tener tanta fama en la universidad tienes poco conocimiento del mundo, ¿no se supone que eres un genio? —Él acomodó un mechón detrás de su oreja, su tatuaje me era familiar—. Solo diré que mi familia tiene todo el dinero que puedas llegar a necesitar. —Él se mordió una uña con una sonrisa maquiavélica. Se me heló el alma en este pacto con el diablo.
—Ni siquiera sabes para qué lo usaremos.
—Y no quiero que me lo digas. —Un escalofrío recorrió mi columna vertebral al enfocarme en los ojos de esa víbora—. Es peligroso que yo lo sepa. —Fríos, profundos y calculadores, casi parecían amatistas. Eran venenosos.
—¿Entonces por qué nos quieres ayudar? —Sus dedos se enredaron en ese rebelde mohicano, el rostro de mi mejor amigo parecía a punto de estallar por el goce.
—¿No es obvio? No puedo dejar a este idiota solo. —Una boba sonrisa enamorada fue compartida en esta tragedia—. Y tú pareces ser importante para mi Eiji. —Él arrojó un largo suspiro antes de apoyarse en el paño, sus hombros quedaron al descubierto en aquel gigantesco suéter, sus plataformas pendieron hacia la butaca. Escuché los latidos de estos ilusos del otro lado del bar.
—Supongo que aceptaremos tu oferta. —Fue Arthur quien tomó la voz, él le extendió una mano con una sonrisa lánguida.
—Bienvenidos al negocio. —Yut-Lung Lee la recibió para iniciar la temporada de caza.
Esto sería un desastre. Llevaba años tratando de separarme de aquella escoria para alcanzar mi libertad, no obstante, él me cortó las alas bajo el pretexto de una adopción. Los grilletes se me incrustaron al cuello, las lágrimas oxidaron la belleza del metal, me forzaron a caminar en esta marcha nupcial con un velo marchito para ser recibido en un putrefacto altar. No me quedaba nada. No era más que un velero de papel quemado deshaciéndose en altamar, pero aun así estaba dispuesto a entregarle las cenizas que subsistiesen en mi alma. Contuve una arcada al saber que ahora dependía de Yut-Lung Lee, estaba perdido.
—Deberías mostrarte más agradecido con tu salvador. —La indignación que me obsequió fue absolutamente infantil—. Al menos Sing tiene un lado lindo. —No comprendí la razón, sin embargo, escuchar su nombre me dejó náufrago.
—¿Qué tiene que ver ese sujeto en todo esto? —¡Oh! Pero sí sabía cuáles eran mis motivos para despreciarlo en este océano de papel—. Ni siquiera entiendo por qué le desagrado. —Me aferré a mi camisa, tratando de detener tan desbordante palpitar.
—¿No lo comprendes? —Un genuino desconcierto opacó la beldad en sus facciones—. ¿No lo recuerdas? —La atmósfera fue pesada bajo la melodía del bar, las botanas se habían acribillado con las cervezas. El aire estaba frío.
—¿Recordar qué?
—Le fracturaste las piernas al hermano mayor de Sing.
—¿Qué? —Parpadeé, atónito—. ¿Yo? —Él asintió, prosiguiendo con este desbaratado sinsentido terminal.
—Lao pertenecía a la facultad de deportes, por tu culpa él nunca más pudo volver a competir. —El silencio fue fúnebre dentro del local, no pude respirar ante el peso de la realidad, las miradas de mis subordinados me resultaron dolorosas—. Ocurrió hace meses. —Pero eso era, ¿no? Eso decían los rumores.
—No lo recuerdo. —Estaba empezando a perder la cabeza—. No haría algo así sin justificación. —Yut-Lung Lee se encogió de hombros, compartimos el desasosiego en la espuma de una jarra. Contraje las piernas hacia los bordes de metal, mis zapatillas golpetearon las baldosas ante la falta de tabaco.
—Eso fue lo que nos contó. —Aquella insoportable jaqueca me aturdió en un mortificante espasmo—. Por eso toda su familia te rechaza. —Sus manos se deslizaron hacia sus muslos con lentitud—. Bueno, además de que le estás tratando de robar al novio. —Chasqueé la lengua, colérico. Era un desastre.
—Ya lo recordaré. —Fue lo que musité para mí mismo antes de tomar mis cosas—. Seguramente tienes razón. —Los jarrones de cerveza se encontraban vacíos, los cigarrillos ya habían sido fumados, el día era desagradable.
—Eiji debe estar en las canchas deportivas en este momento. —Elevé una ceja, desconfiado. Era macabro que pudiese leer mis intenciones con semejante transparencia—. Él habló con su asesor de tesis esta mañana y se escapa allá cuando se deprime. —Shorter apoyó su mentón sobre ese delicado suéter de cachemira para poder restregarse de manera mimosa. La imagen fue nauseabunda, el amor lo había dejado sin neuronas.
—Iré por él. —Perdí a mi mejor amigo por unos ojos coquetos—. Si vas a empezar a venir para cuidar a tu novio, traten de ser menos empalagosos. —Ambos se ruborizaron con ferocidad, el más joven se levantó para protestar.
—¡No somos pareja! —Era gracioso alterar a la fatalidad—. Esto es casual. —Asentí, sabiendo que no existía nada causal en esa estúpida mirada de enamorados que compartían. La suerte era para los tontos, pero los tontos la perdían.
Los caminos de la facultad fueron un poemario de serenidad, algunos estudiantes se hallaban corriendo con torres de libros entre las manos, las risas de la juventud fueron una probada de éxtasis en esta jaula de cristal, el viento meció los árboles con suavidad, las hojas secas crujieron a mis pies. Los latidos se me incrustaron a la tráquea como si fuese un rosal. La necesidad de verlo era despiadada, desde que comprendí mis sentimientos me empezó a consumir la codicia, desde que me ahogué en esos grandes ojos cafés comencé a recolectar las piezas de su amor para atesorar aquellos instantes. Clamaba por su piel y me preguntaba por cosas que no debería.
Un minuto de silencio.
Las canchas de deportes se hallaban vacías, me arrastré hacia las gradas con el estómago repleto de mariposas, acá lo conocí. A lo lejos pude distinguir una delgada silueta sobre la pista, me paralicé tras contemplar al japonés con una pértiga ubicado en la línea de partida, él miró a su alrededor, paranoico, antes de sonreír. Sus dedos se deslizaron con una suavidad meliflua alrededor de la garrocha, un melancólico resplandor chispeó en sus pupilas. Dolió. Él tomó aire, emocionado. Él estaba tiritando, sus mejillas habían enrojecido, él se mordió el labio antes de empezar a correr. El corazón me palpitó con una implacable ferocidad ante cada pisada que él dio, sus codos se pegaron a su cintura, su mirada fue una declaración inquebrantable de libertad, la vara se clavó en el suelo para que él volara. El tiempo se detuvo en esa imagen. Él se deslizó sobre la barra con movimientos suaves como un gato. Eiji Okumura acarició los colores del cielo para inmortalizar la imagen más hermosa jamás vislumbrada, me estiré para alcanzarlo pero fue en vano, me apreté el corazón, sabiendo que esto era más que un simple gustar. Él cayó encima de la colchoneta, una pequeña risa fue pronunciada antes de que su espalda descansara. Me acerqué con un torpe mohín.
Él amaba esto.
Debería hacerlo mucho más.
—Ese fue todo un espectáculo, onii-chan. —Mis aplausos colorearon un sonrojo en sus mejillas, me hundí en la colchoneta—. Dijiste que ya no saltabas. —Él desvió la mirada para disimular un irresistible puchero, sus rodillas estaban temblando al igual que su aliento. Dios, él me encantaba. Estábamos a centímetros a distancia.
—Ya no lo hago. —Sus mentiras fueron desteñidas. Me incliné hacia él, cerca—. Además, estoy algo oxidado. —Ráfagas fugaces de aliento delataron sus nervios. Las canchas se encontraban vacías y la mañana era agradable.
—Te ves feliz cuando lo haces. —Acaricié sus cabellos, eran negros y esponjosos, tan suaves que me parecían irreales. Él presionó los párpados para recibir los mimos. Lindo. Shorter tenía razón, parecía un conejito—. Escuché que hablaste con Ibe acerca de la tesis. —Él se dio vueltas con un suspiro apesadumbrado, su vientre quedó apoyado contra la gomaespuma, su mentón se refugió entre sus brazos.
—Así es. —Me recosté a su lado, el cielo era un mosaico de belleza mientras nos tomásemos las manos—. Me dio plazo hasta la siguiente semana para presentar algo. —Me giré, el aroma a caucho no fue tan embriagador como este terco japonés, su perfume era floral pero sutil, le sentaba de maravilla. Mi espalda se hallaba hundida en la colchoneta.
—¿Eso no es bueno? —Él se giró para quedar en la misma posición, uno al frente del otro—. Así te puedes preparar mejor. —Los rayos del sol le confirieron un brillo etéreo, desde la punta de su nariz hasta sus pestañas. Su respiración pendió entre mis labios, placentero.
—Si sigo así tendré que atrasarme un año. —Él se removió el flequillo, frustrado, su mano cayó al costado de la mía, la tomé—. Bueno, siempre puedo cambiar de carrera o aceptar que Yue me mantenga. —No pude evitar carcajear ante ese ridículo bosquejo mental. Con Eiji era tan sencillo olvidarse de lo demás, solo se esfumaba.
—Yo también te puedo mantener si lo necesitas. —Él rodó los ojos, irritado. Un chasquido de lengua fue atrapado por el viento—. También puedes convertirte en maestro infantil. —La curiosidad que encendió su iris fue adorable, la expectación en su mohín me dejó varado. Eléctrico.
—¿Por qué maestro de niños? —Sus piernas se enredaron entre las mías, su calidez caló hacia las grietas en mi alma, pude saborear sus palabras en un roce de cuello. Cerca, intoxicante.
—Porque así aprenden japonés mientras tú mejoras tu inglés. —Él infló las mejillas y tensó el ceño, genuinamente molesto.
—¿Estás diciendo que mi inglés es malo? —Era divertido descomponer esa fachada.
—No. —Pero era mucho más divertido que él fuese quien me rompiese a mí—. Pero los personajes de plaza sésamo lloran cuando te escuchan hablar, onii-chan.
—¡Ash! —Él me golpeó el hombro, enfadado—. ¡No seas malo! —Él estaba tan cerca que podía escuchar mis latidos en un soplo de aliento. Nuestras narices se rozaron en este jugueteo, no existió nada.
—Vas a tener que pagarle terapia a Elmo. —Nada más que él—. Siento pena por los productores.
—¡Búrlate lo que quieras! —Lo delineé con una lentitud pecaminosa—. Es mejor que ser un americano delicado. —Fue chispeante. No quedó aire entre nosotros dos, cada facción la memoricé.
—Delicado pero atractivo. —La ternura en su sonrisa me congeló—. No lo estás negando. —Para luego derretirme. Su palma se acomodó sobre la mía, sus mejillas estaban calientes, él era suavecito.
—Tienes razón. —Mi cordura se estremeció ante tan inocente intimidad—. No lo estoy negando. —La vida perdió el sentido para encontrarlo dentro de esos ojos: eran profundos, ingenuos, brillantes e indescriptibles. Él me miraba como si no estuviese esperando nada a cambio de mi amor.
—Y-Yo... —Él me gustaba tanto que había olvidado lo que quería decir—. Los materiales para ayudarte con tu tesis ya llegaron a mi departamento. —Él me encantaba tanto que no sabía lo que había dicho—. ¿Quieres ir a buscarlos? —La mitad del tiempo que pasaba a su lado era una catástrofe.
—Quiero hacerlo. —La otra mitad era ilusión.
—Bien. —Lo único que entendía era que él me gustaba lo suficiente como para querer besarlo. Me mordí el labio, ansioso—. Entonces vamos. —Pero qué suerte tenía Sing Soo-Ling. Sonreí con tristeza, la suerte la tenían los tontos.
Nuestras manos permanecieron unidas en una complicidad fatalista, rocé su anillo con una lamentable amargura, saboreé el dolor. ¿No fue una ironía cruel presentármelo solo para arrebatármelo? Yo no había pedido que él me encontrase, no había suplicado para ser acogido por esta dulce incondicionalidad, sin embargo, acá estaba, anhelando un futuro a su lado. Lo abracé por los hombros tras un bostezo fingido, que él no me alejase me confirió la certeza de que esa relación se estaba marchitando. Sing no lo comprendía, y aunque era sumamente presuntuoso siquiera pensarlo, conmigo él encajaba a la perfección. Yo lo podría amar mejor, reí, sabiendo que me había vuelto estúpido. Entrar a ese apartamento fue un martirio, decenas de cajas se encontraban atiborradas alrededor de la sala, esa joya de Nueva York era un maldito soborno para que le abriese las piernas. Con el japonés paseándose con curiosidad entre los pasillos, esto no fue tan malo. Nada podía ser malo con él.
Ni siquiera yo.
—Si tenías una casa así... —Él se apoyó contra la mesa del comedor antes de iniciar un torpe bamboleo—. ¿Por qué te cambiaste a un dormitorio precario? —Me rasqué la nuca, ansioso. Era tan vulnerable cuando se trataba de él. Tenía el corazón desnudo.
—No quería nada de ese sujeto. —Parte de eso era verdad—. Me siento más libre viviendo en los dormitorios. —La otra mitad era una inocente omisión. No haría daño pretender un poco más, no podía tentar nuestra suerte.
—No dirás lo mismo cuando lleves años comiendo sopas instantáneas. —No le podía confesar que él había sido la razón—. Aún con una beca es duro estirar el presupuesto, ¿sabes? —Me había vuelto imprudente y descuidado, daba tropezones en busca de su afecto.
—¿Esa cosa que me comí el otro día era sopa? —No obstante, cualquiera se podía caer en medio de la oscuridad—. Eso que sabía asqueroso. —Como si hubiese cometido el crimen más atroz del universo él me apuntó de manera acusatoria, la boca le tembló.
—¿Te comiste mi natto?
—¿Natto? Apestaba así que lo arrojé hacia la basura. —Escuché a su orgullo craquelarse debajo de mis palabras, la vergüenza le abofeteó los mofletes—. ¿Todos los japoneses cocinan horrible o solo tuve mala suerte contigo? —Él tensó la mandíbula antes de arremangarse el suéter para ponerse a buscar entre mis gavetas—. ¿Qué estás haciendo? —Sus pupilas se encendieron por una chispa. Fue seductor.
—Te mostraré lo bien que cocino. —Apoyé mi mentón contra mis nudillos mientras lo miraba cortar verduras—. Por cierto, ese comentario fue racista. —Eiji también tenía esta clase de lado, uno infantil y competitivo—. ¡Nuestra comida es bastante nutritiva para tu información! —Uno tan adorable que ni siquiera me había dado la oportunidad para resistirme.
—¿Eh? Lo siento si te ofendí onii-chan, pero necesitarás mejorar tus habilidades culinarias si quieres ser una buena esposa para mí. —Solo perdí—. ¿Con qué me vas a seducir? —Él parecía pleno cuando estaba entre mis brazos, podía ser él mismo, no un maniático en busca de tiempo.
—¿El americano delicado querría un sándwich preparado por un descuidado japonés? —Él se veía miserable con Sing.
—Mientras no tenga los restos de tus dedos.
—¿Cómo este? —Él me mostró el dedo de al medio.
—Como este. —Lo imité, ambos carcajeamos como si fuésemos dos niños. Maldición, él me encantaba. Me toqué el pecho, se hallaba manchado por una densa capa de celos. El aire se me atoró para que no pudiese respirar. Cuando vi a mi alma quebrarse lo entendí, yo le tenía envidia a aquel hombre.
—¿Ash? —La mirada de Eiji se hallaba cargada de preocupación genuina, cada vez que yo me trataba de resguardar con un muro alrededor—. ¿Estás bien? De repente te quedaste callado. —Él me extendía una mano desde el cielo, él siempre llegaba a mí con esa pértiga. Los ojos me ardieron, las piernas me temblaron. Pero que amargo era el amor.
—Sí... —El pecho se me oprimió como si hubiesen cadenas tirando de mi corazón. Era abrumador querer a una persona pero no poder alcanzarla—. Solo me perdí en mis pensamientos. —El terror fue desbordante, no pude hacer otra cosa más que abrazarlo por la espalda con fuerza.
—Oye... —Lo quería sentir mío—. ¿Seguro estás bien? —Aunque fuese una mentira.
—Parecías tener frío. —Solo un instante, un minuto de silencio.
—¿Te sientes mal? —Él acomodó su palma debajo de mi flequillo para tomarme la temperatura—. No tienes fiebre pero estás actuando raro. —Las verduras desprendieron un agradable dulzor, el vapor me cosquilleó debajo de la nariz, no me pude apartar de su cintura.
—Solo tengo hambre. —Aunque él era pequeño las emociones que incitaba eran tan grandes que habían matizado el apartamento entero—. Eiji... —Me vendí a la locura de un amor que no podía empezar, él me gustaba—. Te estás quedando más días en la casa de tu novio. —Él trepidó, mi aliento se derritió sobre su cuello, me negué a romper aquel agarre.
—Él se siente inseguro. —La tristeza en su mirada me desgarró—. Entiendo que me pida más tiempo, es lo normal. —Fue tan triste que confundí el vapor de mis mentiras con sus lágrimas, las limpié. Él apagó el fuego de la cocina con una desanimada sonrisa.
—Cada vez que eso pasa llegas al dormitorio a llorar por culpa del estrés. —Él se dio vueltas, quedando al frente mío, él estaba acorralado entre mi pecho y la cocina.
—La tesis ha resultado más abrumadora de lo que esperaba. —Sus palmas se habían deslizado por las aberturas de mi chaqueta para robarme el corazón.
—Eso no es lo que te tiene mal. —Aunque no existía nada entre nosotros dos yo me profesé abandonado—. Sing te tiene de esa manera. —Me sentí desamparado en esta lluvia torrencial. Lo anhelaba pero él le extendió mi paraguas a alguien más.
—¿Qué significa eso? —Aspiré dolor y exhalé imprudencia. Abrí la boca para volverla a cerrar. Tenía tanto que decir, no obstante, apenas fuese de noche él se iría con ese hombre otra vez, no quería que eso pasara. Cerré los ojos, la ira me hirvió en las venas. La desolación.
—¿Por qué tienes que sacrificarte así? Él no lo valora. —Me aferré a los bordes del horno, la mandíbula me crujió, la cabeza me martilló.
—¿Cómo sabes que no lo valora? —Los celos me erupcionaron hacia la garganta para que no los pudiese contener.
—¡Porque él te manipula! Lo único que él hace es exigirte para aplacar su inseguridad, a él no le importa el desastre que eres después. —Lo sostuve del mentón, desesperado. Perdí mi vida en tan devastada expresión, él parecía a punto de romper en llanto—. Él no entiende lo importante que es esto para ti.
—¡¿Y tú qué sabes de esto?! —Él me trató de alejar, no obstante.
—¡Yo sí lo entiendo! —No me moví. Apreté su mano con firmeza, él se estremeció, pude sentir a su corazón arremeter contra mi pecho—. A mí me lastima verte así. —Fui incapaz de procesar el mar de desastre en el que me estaba hundiendo. Solo cerré los ojos y esperé el final.
—¿Por qué esto te importa tanto? —Él estaba tiritando entre mis brazos, frágil y destrozado—. No lo comprendo. —Él se estaba desmoronando en pequeños y delicados pedazos. Y yo...
—Porque... —Un minuto de silencio para los cobardes—. Porque somos amigos. —Un minuto de silencio para Ash Lynx.
—Amigos. —Un minuto de silencio para nosotros dos. Aunque él bajó el mentón pude vislumbrar una apesadumbrada sonrisa—. Pero yo pensé que nosotros... —Sus lágrimas pendieron, inertes y cansadas—. No importa, deberíamos comer antes de que se enfríe. —¿Cuánto más podríamos pretender?
—Sí. —¿Cuánto más fingiría que él solo me gustaba?—. Deberíamos.
Un minuto de silencio.
El ambiente regresó a la normalidad cuando nos sentamos en la mesa. A pesar del natto, el japonés era hábil cocinando. Pronto, aquel apartamento se llenó de risas e historias. Era tan fácil para este chico quitarme la respiración para convertirme en un bricolaje de locura. Él desmoronó mi farsa sin siquiera esforzarse, escuché los aplausos y recibí las rosas, se cerró el telón. Si pudiese lo habría conocido una vida antes. Si pudiese tomaría el lugar de Sing Soo-Ling. Si pudiese haría tantas cosas diferentes, pero no, ya había perdido la oportunidad. Y acá estaba, mirándolo embobado, deseando recolectar todo el amor del mundo para regalárselo. Reí, lo único que tenía para ofrecerle era un corazón agrietado, sin embargo, mostrárselo me aterraba, por eso lo escondía entre estas putrefactas y asesinas manos, esas mismas que él acariciaba con una dulzura que apenas podía soportar. Las horas se convirtieron en instantes despeinados a su lado. Nos habíamos acomodado encima del suelo, al frente de la televisión, estábamos usando el sillón como respaldo mientras revisábamos los libros que había reunido. Verlo concentrado estudiando también era lindo. ¿A quién engañaba? Todo acerca de Eiji Okumura era maravilloso.
—¿Crees tener suficiente para comenzar? —Los textos se encontraban repletos de notas y destacador, sus mofletes se habían manchado con tinta, su cabello yacía desarreglado. Él era tan bonito que quería llorar.
—Debe ser suficiente para partir. —Había un vídeo de los juegos olímpicos siendo proyectado en la pantalla de plasma—. Debo ser capaz de hacer una introducción. —Él se dejó caer contra el sofá, él sostuvo su mentón con sus nudillos, contuve una risa al vislumbrar otra pequeña mancha.
—Se nos hizo tarde. —La oscuridad coloreó cada rincón de mi apartamento, la voz del reportero se profesó lejana bajo la estridencia de la pasión, el ambiente era estático—. No creo que nos dejen regresar a los dormitorios a esta hora. —Eléctrico.
—Pero podemos quedarnos aquí, ¿no? —Aún nos hallábamos rodeados por cajas al no haber revisado todo el material—. Quiero leer más biografía, pero no tenemos auto para llevarnos esto. —Necesitaba bajar de velocidad para comprender los golpeteos atrapados en mi pecho.
—¿Sing no se molestará si te quedas conmigo? —Sin embargo, había presionado con demasiada fuerza el acelerador. Él volteó su rostro hacia mi lado, cansado—. No quiero darte más problemas. —A pesar de las ojeras, él era precioso, ¿no era injusto?
—Nosotros ya vivimos juntos. ¿Cuál es la diferencia de estar acá o en la facultad? —Querer tanto tocarlo, poder hacerlo—. No creo que le importe. —Pero no poder llegar. Él estaba lejos, a kilómetros de distancia en aquel pequeño sofá.
—Yo no le agrado mucho, ¿no es así? —Me acaricié el cuello, nervioso, mis piernas estaban tiritando en contra de un libro—. No lo puedo culpar. —Él me extendió una mano, la empapé al ser incapaz de ocultar aquel desmesurado amor.
—Eso es porque no te conoce, Ash. —Tragué con dificultad, pude escuchar a mi corazón quebrarse, vi a sus trozos caerse para ser recogidos por quien los había despedazado—. Eres una buena persona. —De repente quise llorar, porque nunca había sido tan feliz como lo fui aquel segundo a su lado.
—Gracias. —Y jamás había sido tan miserable como lo fui cuando miré aquel anillo. Me toqué el pecho, estaba sollozando. Mierda, Eiji Okumura no me gustaba de manera superficial.
—Aún tenemos mucho que revisar. —No, este sentimiento tenía otro nombre que no me atrevía a pronunciar—. Supongo que podemos seguir mañana. —Él se había inclinado para ver otra de las cajas, una tímida sonrisa nació al haberse encontrado con algunas fotografías.
—¿Qué estás mirando? —Me acerqué con pena, la única parte que no era miserable en mi historia la oculté en aquel viejo cartón, los bordes se encontraban húmedos y la tinta se había corrido—. Debió mezclarse por accidente con lo de la tesis. —¿No era injusto? Sin siquiera intentarlo él estaba tomando todo lo que yo era entre esas cálidas manos. Éramos amigos, ¡sí! Éramos los mejores.
—¿Este eres tú? —Las mejillas me ardieron cuando él me mostró una imagen de mi último Halloween—. Pensé que le tenías miedo a las calabazas pero acá estás disfrazado de una. —Temí que la coherencia se me derritiese ante tanta vergüenza. Él sostuvo aquella imagen con una sonrisa sublime. La única luz en la habitación era el reflejo del video y la que ocultaban esos profundos ojos de eternidad.
—¿Cómo sabes lo de las calabazas? —Su mohín me gatilló un escalofrío.
—Shorter me lo dijo estando ebrio. —Lo maldije internamente—. ¿Por qué te asustan?
—Mi padre me hizo una calabaza de Jack para la noche de Halloween, la usé para pedir dulces. —Él delineó aquella fotografía con una tortuosa lentitud—. Fui a esconderme al bosque para asustar a mi hermano. —Esta era la primera vez que lo musitaba en voz alta—. Estaba completamente oscuro y se escuchaban ruidos tenebrosos.
—¿Entonces?
—Estaba asustado, así que me iba a casa. —Evité la amargura de la remembranza solo para caer por él—. Pero repentinamente vi una cabeza de calabaza gigante, después me di cuenta de que era mi reflejo en el parabrisas de un auto. —Suspiré—. Odio las calabazas desde entonces, solo ver una me da escalofríos. —Él no reaccionó—. ¿Qué? —Su carcajada fue grosera, me levanté de manera violenta—. ¡¿De qué te ríes?!
—¡Será mejor que no le cuentes a nadie! —Él se apretó el estómago con fuerza, las lágrimas se le agolparon alrededor de las mejillas, las orejas me ardieron—. ¡El tipo que desafía al director le tiene miedo a una simple calabaza! —La humillación se tornó insoportable—. ¡Le diré a Golzine! ¡Le diré que despida a esos guardaespaldas y plante un jardín con calabazas!
—Ríete lo que quieras. —Aunque le traté de arrebatar la fotografía él se negó a soltarla—. ¡Eiji!
—Eras tan lindo, la conservaré para molestarte. —La vergüenza me volvió a clamar, me estiré hacia él, tratando de quitarle aquella instantánea, gracias a la diferencia de altura lo conseguí—. ¡No! ¡No seas malo!
—¡Tú no seas infantil! ¡Se supone que eres mayor! —El tiempo se paralizó cuando me di cuenta de lo cerca que estábamos.
—Ash... —La fotografía cayó encima de la alfombra.
Tragué con dificultad, Eiji quedó acorralado entre el sofá y mi pecho, nuestras piernas se entrelazaron por el ajetreo, estábamos tan cerca que habíamos olvidado dónde terminaba una respiración para comenzar la otra. Su aroma se deslizó hacia mi cordura, la tensión se manifestó en rubores descarados, sus ojos fueron una oda para la expectación, sus labios se abrieron para que las palabras perecieran, él estaba temblando, me incliné aún más, mi flequillo cayó entre sus pestañas, mi nariz rozó la suya. Saboreé con lentitud las chispas de esa mirada. Hasta sus orejas habían enrojecido, pude escuchar el estruendo de su corazón enlazado a mi resuello. Alcé su mentón, sabiendo que él no solo me gustaba, sino que estaba enamorado.
—Eiji... —Hubo un magnetismo seductor en aquellas obsidianas, el aire fue redundante, sus caricias peligrosas—. Si yo dijera que tú me gustas. —Fue mortal, egoísta y apasionado—. No como amigo, sino de manera romántica. —Estaba sosteniendo mi corazón en la punta de mis manos—. ¿Eso cambiaría algo entre nosotros dos? —Él me sonrió, con amargura.
—No. —Sus toques descendieron desde mi cuello hasta mi pecho—. Nada cambiaría porque tengo a Sing, él es mi pareja. —Un minuto de silencio para todos los cobardes que no se opusieron en la marcha nupcial. Mis yemas se deslizaron hacia sus labios: viciosos, adictivos y aterciopelados.
—Entonces no diré nada. —Me acerqué a él, lento y suave. Mis dedos se enredaron entre sus cabellos, los suyos se mantuvieron temblando sobre mi pecho. Él me miró, asustado y ansioso, antes de cerrar los ojos y dejar que yo lo besará.
Un minuto de silencio para nosotros dos.
¡Muchas gracias a las personas que se tomaron el cariño para leer! ¡Se me cuidan!
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro