Capítulo 6.
¡Hola mis bonitos lectores! No estoy segura si es porque los días han estado pesados o efectivamente paso mucho tiempo, pero siento que he estado bien muerta por acá. Lo que no me gusta porque respirar y escribir van de la mano para mí, aunque igual sentía que los estaba agobiando con tanta actualización. Hilo de inseguridades que dejo antes de volver a trabajar, no me hagan caso, estoy demasiado cansada. Pero tenía el capítulo listo de hace un rato, muchas gracias a quienes se toman el cariño para leer, volvemos con la narración de Eiji.
¡Espero que les guste!
¿No era curioso el tiempo? Lo perdía entre suspiros, lo buscaba para jamás encontrarlo, lo escuchaba entreverado a latidos apagados. Siempre lo perseguía, no obstante, jamás era lo suficientemente rápido como para alcanzarlo. Se hallaba compuesto de pequeños segundos, esos segundos se convertían en una vida, en un parpadeo esa vida ya se había acabado. Dicen que los años escritos no son los importantes, sino los reídos. Temía que el resto de mi historia fuesen solo instantes encallados. Insignificante. Vacíos. Solitarios. Pero en esta tragedia que llamaba historia, Ash Lynx se había convertido en una sublime eternidad. Tiempo. Nunca alcanzaba su tren, sin embargo, al estar sentado en un café con esos ojos por delante, sentía que había pasado una infinidad contemplándolos.
—No pongas esa cara, onii-chan. —Su aliento se entremezcló con el vapor primaveral, tan intoxicante—. Luces como si te hubiese obligado a venir. —La reminiscencia de la cafeína inundó el local, la mañana estaba fría, las butacas se hallaban atiborradas.
—Me trajiste obligado. —Dos vasos de papel pendían encima de la mesa de madera—. Yo tengo una tesis que terminar. —Con una gracia digna de la nobleza Ash acomodó su barbilla sobre su palma. Mis zapatillas se crisparon contra la alfombra de terciopelo.
—Estuviste toda la noche trabajando en eso. —Él se inclinó, nuestros pies chocaron, nuestras manos se rozaron alrededor de las jarras, fue eléctrico—. ¿Cómo es posible que no hayas avanzado nada? —Tensé el ceño. Escuché a mi orgullo craquelarse bajo una melodiosa canción.
—Si te piden cambiar de tema es difícil. —Chasqueé la lengua e inflé las mejillas—. Además, no me siento muy bien como para escribir. —Ahogué mi atención en la espuma del vaso, las burbujas eran espesas, los restos amargos. Llevaba tantos años en esta carrera contra el tiempo que había olvidado cómo respirar. El aletargamiento no me permitía continuar. No era yo mismo.
—Eiji... —Mi nombre se deslizó como terciopelo por su lengua—. ¿Es necesario que termines esto ahora? ¿No te puedes tomar un año? —Sus palmas se hallaban tiritando encima de su regazo, sus labios se volvieron a abrir para que un silencio fuese su respuesta.
—Si aplazo un año el banco me quitará el crédito, así que no. —Opciones, las personas hablaban de ellas con tanta ligereza, me pregunté qué se sentiría tenerlas—. Debo empezar a escribir algo. —No obstante, mientras más cerca estaba la fecha final, más tiempo yo parecía derrochar. Estúpido.
—Sé que Ibe te dijo que cambiaras el tema a escritura creativa, pero... —Él tomó un largo sorbo de café antes de continuar, el verde suspendido en la tentación fue embriagador—. ¿Por qué no lo haces acerca de algo que te guste?
—¿Algo que me guste? —¡Cielos! Pero yo era un desastre. ¿Qué era lo que me apasionaba? Ni siquiera lo recordaba.
—Sí. —Nuestras piernas acabaron jugueteando debajo de la mesa—. Podrías escribir sobre mí. —Rodé los ojos para disimular la vergüenza.
—Tienes razón, podría redactar toda una tesis sobre tu miedo a las calabazas. —El sonrojo fue inminente, me fue imposible contener una mofa ante tan adorable puchero. Por mucho que él pretendiese en el fondo era un niño, esa dualidad me fascinaba. Él me encantaba.
—¡Eiji! ¡No seas malo! —Él me pateó debajo del mesón como venganza y yo le apreté la nariz tras una carcajada—. Me refería a mi legendaria belleza.
—También podría sacar una tesis de eso pero es más divertido molestarte. —El ambiente cambió, una destructiva sensación me quemó el pecho cuando los jugueteos se convirtieron en caricias. Esta atracción era mortificante, era una ave en una jaula en llamas.
—Podrías escribir sobre salto de pértiga, parece ser importante para ti. —Lo sentí desvanecerse entre mis yemas para retumbar en mi cordura. Una chispa—. Te brillan los ojos cuando lo mencionas, es bastante bonito.
—¡Eso podría funcionar! —La satisfacción que centelleó en su sonrisa fue abrumadora—. ¡Ash, eres un genio! —Nos levantamos de la mesa para chocar los cinco en señal de victoria, sin embargo, nuestros dedos acabaron entrelazados bajo una sinfonía pecaminosa. La estática me aturdió.
—Por fin te das cuenta. —Éramos amigos, esto era normal—. Yo podría ayudarte con eso, ¿sabes? Tengo acceso a algunas canchas de la propiedad de Dino Golzine. —Él pronunció aquel nombre con una tristeza tan descorazonada que dejó huellas varadas en mi instante.
—Ash. —La caricia se esfumó cuando se quebró la magia—. ¿Eres el heredero de ese hombre? —Fue gélida la distancia.
—Los papeles de adopción aún no se concretan, pero... —La crueldad coloreó la impotencia—. En un par de meses seré su hijo oficial. —En ese grito silencioso comprendí que Ash Lynx no era la fachada con la que se solía escudar—. Es asqueroso considerando los rumores entre nosotros dos, lo sé. —Él no era un lince implacable sino un gatito asustado, temía preguntar el por qué—. Pero es triste sentirse tan solo. —Así que lo sostuve con fuerza.
—Puede que mis palabras ahora no signifiquen nada, pero recuerda esto. —Y lo traté de proteger del destino, porque a pesar de todo tenía la impresión de que él estaba herido—. Aunque el mundo entero esté en tu contra, yo siempre estaré a tu lado. —Mucho más que yo, él se encontraba a kilómetros en aquella pequeña mesa—. Yo permaneceré a tu lado. —Y yo maldije cada segundo de esa lejanía—. Claro, sino te molesta. —Y él pareció a punto de llorar.
—¿Eso quiere decir que tendré que seguir comiendo esos sándwiches asquerosos?
—Sí, así que alégrate, los sándwiches de tofu son muy sanos —Por muy miserable que me profesase no soportaba vislumbrar soledad dentro de esos ojos verdes—. Tu salud está a salvo conmigo. —Se me rompía el corazón. Él se aferró a mi palma como si su vida dependiese de esta caricia.
—Quédate a mi lado. —Y por un momento fue de esa manera—. No tiene que ser para siempre, aunque solo sea por ahora. —Me incliné sobre la mesa, dejando que nuestras zapatillas se enredasen entre la alfombra.
—Es una promesa. —Pude saborear la electricidad en ese anonadado mohín.
—No puedo entenderte, Eiji. —Me encogí de hombros, sabiendo que la incertidumbre era un vicio compartido—. ¿Qué tan descuidado debes ser para decirme algo así? —La música del local era agradable, las conversaciones de los demás comensales lejanas. El aire estaba caliente. La atmósfera pendía de un hilo.
—Ash, tú realmente me importas. —La impotencia se impregnó hasta en el último rincón de mi alma—. Solo quiero estar para ti. ¿Por qué te es tan difícil aceptarlo? —Él atrapó mi palma con una tortuosa lentitud, contuve un jadeo cuando se la llevó hacia los labios para acariciarla—. ¿Q-Qué? —Un beso. Mi voluntad se craqueló ante tan dulce imposible.
—Tienes las manos heladas. —El roce fue venenoso—. Esto es lo que los amigos hacen. —Hubo una burla implícita enlazada a esas palabras. Y aunque supe que estaba haciendo algo muy malo con él. Mi novio, yo amaba a Sing.
—¿Haces lo mismo por Shorter? —Lo ignoré.
—Claro que sí. —Reí, imaginando aquel cortejo de idiotez con una escalofriante vividez—. Por cierto... —Ningún otro sonido me importó además de su voz—. ¿Cómo te fue con tu novio? —Había olvidado el anillo que tenía en mi dedo. Evité sus ojos para disimular el trepidar con excusas. Fracasé.
—Bien. —Sing era mi pilar incondicional—. Él solo estaba preocupado. —Él era con quien yo iba a pasar el resto de mi eternidad, comenzó a escucharse una marcha nupcial—. Lamento que se haya comportado como un idiota contigo. —Un velo marchito me cubrió la pena y un par de grilletes se clavaron a mis muñecas. Acepto. Era amargo y letal, sin embargo, así era la realidad.
—No te deberías disculpar por él pero es lindo que lo hagas. —Él se inclinó encima de la mesa para acunar mis mejillas, pude saborear su aliento entre la comisura de mis labios—. Por eso me gustas, Eiji. —Él tenía sabor a tabaco, malas decisiones y peligro. Yo me estaba convirtiendo en un adicto a ese cóctel.
—¿G-Gustar?
—Sí. —Sus toques se derritieron contra mi cuello—. Ya sabes. —La violencia de mi palpitar me nubló la cordura—. Como Shorter también me gusta. —Él se acercó hacia mi oreja, fue eléctrico y mortal—. Como un amigo. —Tan seductor. Cada pensamiento coherente se esfumó con el roce de su voz, presioné los párpados, esto estaba mal. ¿Por qué? No éramos nada.
—Estaba pensando en lo mismo. —Mi risa fue una oda para la tempestad—. Como amigos. —Su rubor fue el preludio para el primer amor.
—Eiji... —Su perfume me purificó el alma, él presionó mis labios con su pulgar—. Tienes algo de crema acá. —Él se lamió las yemas con una impresionante sensualidad. El estómago se me convirtió en un frasco de mariposas y mi corazón en una caja musical. Tensión. Ni siquiera fumaba pero sentía que había consumido una cajetilla entera.
—Será mejor irnos. —Corrí directo al fuego sin mirar hacia atrás—. Shorter debe estarnos esperando. —Con Ash Lynx el tiempo me cabía entre las manos—. Prometiste encontrarte con él hace una hora. —Éramos amigos, era normal tratarse de esta manera. Sí, no estaba haciendo nada malo.
—Bien. —Con esa sonrisa supe que me estaba equivocando—. Acompáñame. —Él me extendió su palma—. Aún hace frío. —Ni siquiera tuve que pensarlo pero la tomé. Lo único que entendía era que estar con él se sentía bien.
¿Cuestión de almas gemelas?
Qué ridiculez.
Abandonamos la cafetería para dirigirnos hacia el otro extremo del campus. El invierno desacomodó sus cabellos dorados para conferirle un aura angelical, el murmullo de los árboles escondió el estruendo de una traición a medio consumar. El corazón se me asfixió, esta angustia era paralizante, mis pasos perdieron fuerza entre las manecillas del destino. Él sostuvo mi mano como si pudiésemos alcanzar conejos imaginarios, y yo apreté la suya deseando que lo intentara. Encajábamos a la perfección, eso me encantaba. Caí rendido entre sus brazos mientras carcajadas genuinas brotaban de mi voluntad, de esas mismas que solía arrojar cuando arrancaba un pedazo de realidad en un salto inquebrantable hacia la libertad. Estar con él se profesaba natural, tan bien, tan yo. Deseaba que estas fotografías durasen por siempre, no obstante, esta complicidad nos estaba arrastrando a la fatalidad. Entramos a Fish Bone en una burbuja de magia, Shorter se encontraba riendo en una butaca olvidada con Yue a su lado. Perdí el aire.
—Te dije que iban a terminar juntos. —La altanería en su tono fue una divergencia violenta para la suavidad de su mohín—. Vamos a interrumpirlos. —Él todavía se hallaba aferrado a mi cintura, su esencia fue la causante de mis delirios, tan tentador. Aroma a tabaco y cerveza rancia.
—Bien. —Me dejé caer en él.
—Shorter. —Un inteligible tartamudeo fue la respuesta del nombrado—. No me dijiste que ibas a traer compañía. —La expresión de mi mejor amigo fue una glorificación al tedio. Él rodó los ojos, sin moverse de tan empalagoso abrazo. Ambos estaban instalados en una vieja mesa de madera con taburetes escarlatas, las luces estaban bajas.
—Tú tampoco me dijiste que traerías compañía, Ash. —Nos sentamos al frente de la pareja. El suelo se encontraba pegajoso y las paredes manchadas.
—Pensé que estabas escribiendo la tesis, Eiji. —Una risa fue contenida entre esos delicados labios—. Supongo que encontraste algo más interesante que hacer. —Ni siquiera quise mirar al lince de Nueva York, ya conocía la petulancia que él me obsequiaría. La vergüenza me taladró la razón, me encogí en mi suéter, profesándome pequeño contra el peso de la realidad.
—¿Para qué me citaste?
—Es un poco delicado. —Shorter se acarició el cuello, mi mejor amigo no lució complacido al haber sido excluido de la conversación, él era la clase de belleza que necesitaba de constante atención—. Es algo que descubrimos acerca de Arthur. —Me tensé tras recordar aquel nombre. Miré hacia la mesa de billar por inercia, aunque todavía se encontraba rota la pandilla la seguía usando. Lindos.
—Entiendo. —Ash se levantó de la butaca—. ¿Eiji? —Un estridente rubor me asfixió cuando me percaté de que lo había retenido por la muñeca—. ¿No quieres que me vaya? —Su sonrisa ególatra hizo latir con tanta fuerza mi corazón. Lo perdería.
—Solo fue un reflejo. —Oh, pero ya lo había perdido.
—No me extrañes demasiado. —Tabaco, malas decisiones y seducción—. Regresaremos pronto. —Ni siquiera pude protestar antes de que se esfumasen hacia la barra. Yue chasqueó la lengua, sus botas retumbaron contra las baldosas, su coleta ondeó detrás de la seda. Aún indignado él no perdía la elegancia.
—Tú estás comprometido. —Él rodó los ojos, dejando que su mentón cayese junto a un vaso de absenta—. ¿Shorter lo sabe? —Un largo mechón se desacomodó detrás de su oreja, mi atención quedó absorta por un delicado tatuaje de dragón.
—Yo no hablaré de la tesis y tú no hablarás de mi compromiso. —Él me extendió una mano—. ¿Trato? —Tiempo, nunca lo tenía. Y mientras más lo tenía más lo parecía derrochar. Estaba perdiendo el tren de la vida.
—Trato. —Me engañaría un poco más. Me aferré a la palma de Yue, acariciándola con el mismo cuidado con el que esa tentación mortífera sostenía las mías—. Estás helado. —La acerqué hasta mis labios para resoplar encima de esta. Una carcajada opacó el estruendo en el local, me encogí en mi suéter, apenado ante las curiosas miradas de la pandilla.
—¿Eso hace el descarado contigo? ¡Qué patético! —Las burlas prosiguieron como golpes en la mesa, la indignación me hirvió en las venas—. Cariño, ese es el coqueteo más barato que he visto, serían más efectivos los piropos de albañil, da vergüenza ajena. —Pronto, el pavor me volvió a llamar.
—¿C-Coquetear? —Claro que no—. Solo somos amigos. —No pude escuchar mis propias excusas ante la fuerza con la que estaba arremetiendo mi corazón—. Él es así con todo el mundo. —Yue levantó una ceja, incrédulo.
—Tienes razón, mira cómo le toma las manos a Shorter. —Los dos se encontraban a kilómetros en aquella barra. Me froté el ceño, él no me estaba tratando de ayudar. Estúpido—. Entiendo que seas un novato para el romance, pero hay algunas señales que son obvias. —Mi cordura cosquilleó tras recordar aquel instante en el cine. La vida estaba compuesta de ellos pero Ash Lynx parecía haber acaparado todos los de mi historia. Que tragedia.
—Él también es así con la pandilla, no le tomes importancia. —Su otra ceja fue alzada—. Somos amigos. —Sí, amigos, éramos los mejores, ¿verdad?
—Te lo digo porque te quiero —¿Amigos?—. Pero ese sujeto te está tratando de seducir, se nota que le gustas. —¿Compañeros de habitación?—. Cualquier idiota lo notaría, babea cuando te mira. —¿Conocidos? No. No éramos nada de lo anterior.
—¿Entonces, qué debo hacer? —Esos ojos verdes me resultaban inefables, vanagloriaba a la locura en una maraña de estrellas—. ¿Cómo debo reaccionar? —Todo lo que decía parecía ser una broma, sin embargo, cuando lo reducía a una mofa él parecía tan herido. No lo entendía.
—Quizás te sientes solo y por eso te aferras tanto a él —No lo entendía para nada—. Es normal, estás estresado. —Yo era un lío. Enfoqué mi atención en los posters detrás de la mesa de billar, viejos.
—Tal vez... —El anillo en mi dedo era una condena—. Tendré una cita más tarde con Sing. —Lo amaba.
—¿Van a ver una película en su casa? —Asentí. Un melancólico suspiro me apagó la esperanza. Cuando estaba con mi pareja era demasiado consciente del tiempo, la realidad era estresante y me sentía enfermo, tanto que olvidaba quién era. ¿Eiji Okumura quién?
—Después de esto caminaré hacia su apartamento. —El desagrado que chispeó en sus pupilas fue paralizante, él me examinó como si se tratase de un taxidermista—. ¿Qué?
—¿Vas a verlo con esa fachada de vagabundo? —Ni siquiera pude responder ante lo enfadado que me profesaba. La humillación me hirvió entre las venas—. Sé que usas ropa cómoda para estudiar pero esfuérzate por lucir lindo. —Contraje mis puños hacia la butaca. Narcisista.
—A Sing le gusto como soy. —El estampado de Nori Nori se hallaba manchado con destacador, los puños se encontraban deshilachados, un agujero pendía cerca del vientre—. Bien, quizás tienes un punto. —Yo me había convertido en un desastre. Sino fuese por las rosas en mi jardín seguiría enterrado en mi miseria, con un documento en blanco y unas ansias muertas. Tic tac.
—Tienes suerte de tenerme como amigo. —Él colocó sobre la mesa una bolsa de papel—. Antes de quedar atrapado en este bar de mala muerte fui de compras. —Una entallada chaqueta de mezclilla y un elegante suéter negro yacían debajo del papel crepe—. Te las puedo prestar.
—Pero... —Antes de esperar mi respuesta él me arrastró hacia el baño del local. El sanitario era pequeño y se encontraba sucio, los espejos estaban empañados y las tres cabinas carecían de puerta.
—Ahora cámbiate.
Suspiré, sabiendo que él no me dejaría ir hasta que lo obedeciera. Reemplacé aquel roñoso chaleco por un ajustado suéter de cachemira junto a una pequeña chaqueta. Tomé una gigantesca bocanada de aire antes de dejar que él me viese, el fulgor en esos ojos fue despiadado, una sonrisa suavizó la ferocidad del veneno. Me miré, confundido. Aunque podía reconocer al chico atrapado en el cristal, no recordaba de dónde, sonreí, sabiendo que debía estar peligrosamente ahogado para reaccionar así a mi propio reflejo. Tal vez Alicia se perdió del otro lado del espejo. Quizás en otra historia podría compensarlo.
—Te ves como todo un rompecorazones. —Él delineó mis hombros sin quitarle la atención a mi silueta en el cristal—. Deberías sacarte más partido, eres un chico guapo.
—No le veo mucho sentido, soy bastante simple en comparación a ti o a Ash. —Tragedia fue alinearse con las constelaciones equivocadas esa noche invernal—. No soy muy bonito, Yue. —Debería reconsiderar mis decisiones. Debería pensarlas mejor. Acepto.
—Eres el chico más lindo de toda la facultad, ni siquiera te das cuenta. —Nacidos bajo las estrellas equivocadas carecíamos sobre el control del destino, él acomodó un mechón detrás de mi oreja, melancólico—. Odio que te subestimes. —Pero me era imposible no hacerlo. Ni siquiera era capaz de despertarme con el retumbar de mi alarma al profesarme agotado, era inútil.
—Lo siento. —Me aferré a los bordes de aquel suéter, desesperado por salir hacia la superficie, me estaba hundiendo—. ¿Le dirás a Shorter lo del compromiso?
—No tenemos nada serio, no vale la pena. —Aunque él le restó importancia bajo una implacable fachada de elegancia—. Solo nos estamos divirtiendo. —Yo conocía esa clase de cara. Sonreí, sabiendo que a Yut-Lung Lee él no solo le gustaba.
—Si tú lo dices. —Sin embargo, esta tarde estábamos jugando a pretender y las mentiras seguían en oferta.
Salimos del baño tomados del brazo. La expresión que Ash Lynx me regaló apenas me vio fue una que jamás podré olvidar: de ojos grandes, mejillas sonrosadas y sonrisa dulce. Tan adorable. La mente se me apagó. Temblé, sabiendo que podría haberme sofocado contemplándolo durante una eternidad pero no la resentiría, porque perderme en esos ojos verdes era mi caricia de libertad. Un tierno suspiro retumbó contra los latidos mientras las rodillas le temblaban debajo de la barra, la atmósfera fue embriagadora, la tonada pegajosa. Me concebí expuesto ante tan sagaz mirada, sin embargo, quería que él me vislumbrase mucho más. Deseaba estos nervios y clamaba por lo prohibido.
Pero éramos amigos.
—Ash está tratando de decirte que te ves lindo. —Un espasmo me golpeó tras recordar la presencia de los otros dos—. Al menos deberías cerrar la boca o te van a entrar las moscas, amigo. —La violencia de su sonrojo me arrebató la compostura. Su puchero se esfumó para darle paso a la galantería.
—Te ves muy bonito. —Extraviamos los límites mientras nos seguíamos acariciando—. Eres muy bonito, Eiji Okumura. —Estábamos llenos de sus pedazos, no obstante—. Me encantas.
—Gracias. —Solo metíamos aquellos fragmentos debajo de la alfombra para seguir jugando.
—¿Cierto que se ve encantador? —Yue acomodó un brazo encima de mis hombros—. Lo arregle para que fuese a una cita. —La incomodidad empolvó el aire.
—¿Una cita? —Ash me miró como si fuese un gatito abandonado.
—Sí... —Me encogí dentro de esa elegante chaqueta, enfocando mi atención en la espuma de las jarras—. Perdón.
Odiaba lo inútiles que las disculpas resultaban.
No volvimos a ser los mismos luego de esa confrontación. Durante el resto de la velada el lince de Nueva York se mantuvo absorto a una cajetilla de cigarrillos confinado en un rincón, me lloró el corazón, no comprendí la razón, sin embargo, tuve que mitigar una implacable necesidad de irlo a consolar. Su tristeza me llovió el alma. Apenas los primeros rayos del atardecer se hicieron presentes me encaminé hacia mi destino. Perdido e inseguro, no me profesaba yo mismo. Tenía que terminar esa maldita tesis, no iba a sacar nada con patearlo, no obstante, me hallaba agotado. Esta desesperanza era como estar en medio de un tornado, me aferraba a mi refugio convencido de que sería el último golpe pero en el ojo del huracán no había refugio suficiente. Suspiré, Sing no tenía la culpa, no podía ser tan negligente, no era justo. ¿Seguía siendo humano si parecía un estropajo? Quería que el mundo se detuviese.
—Acá vamos. —Eso no me impidió llegar hasta su puerta—. Puedes hacerlo, ya estás acá. —Tan cerca. Tantas cosas que decir. Tanto que lamentar. Pero nada. Eiji Okumura no era capaz de hacer nada.
—¡Cariño! —Y él fue tan feliz al verme que no pude sentir otra cosa más que pena—. Te he extrañado tanto. —Sus brazos eran fuertes, cálidos y protectores, me aferré despechado, deseando que la crueldad se esfumase, anhelando que él me llevase hacia nuestro país de las maravillas.
—Yo también. —No hubo mentira en esa confesión—. Ha pasado un largo tiempo. —No me había percatado de la falta que él me hacía hasta que lo tuve de regreso. Él se apartó, un intenso sonrojo tiñó la costumbre. Sonreí, él era tan lindo.
—Te ves muy bien hoy.
—Dijiste que siempre me veo bien. —La nostalgia inundó hasta el último de mis sentidos, me enredé en su cuello antes de alzarme en la punta de mis pies, seguíamos en la entrada de su departamento.
—Lo haces. —Nuestras narices se rozaron, él me tomó de la cintura para meterme a su hogar—. Pero hoy te ves especialmente bonito. —El estrés me dejó de sofocar. Esto se sentía bien. Se concebía natural entre nosotros dos.
—Tú te ves como un adulto ahora que tienes tu propia casa. —Su puchero me robó una sonrisa, él no había cambiado, nuestros anillos chirriaron en una caricia, esto estaba bien.
—Todo mi dinero se va en el arriendo pero vale la pena. —La familiaridad de su aroma me invitó a flotar en nuestra eternidad—. Valdría más la pena si tú vivieras acá. —Aunque él no tuvo malas intenciones la realidad me volvió a sofocar. Reí, no le había dedicado el tiempo que él merecía hace semanas. No lo iba a arruinar.
—Quizás en un par de años.
—Eiji... —Él acunó mis mejillas con una dulzura mortífera—. Gracias por venir. —Un escalofrío azotó mi columna vertebral ante semejante sinceridad. El corazón me corrió con fuerza. Él estaba cerca, él presionó los párpados con expectación, su boca se hallaba a centímetros de la mía, sus rodillas estaban tiritando a causa del anhelo. Lindo.
No pude hacer más que besarlo.
Sus palmas solían ser un poema de delicadeza, su altura una ternura iridiscente, su cabello solía encarnar una matita de juventud desaliñada, sus facciones un preludio para la galantería. Cuánto había cambiado. Esas mismas manos que yo solía apretar estaban aferradas a mi cadera, aquellas piernas que se tenían que estirar para hablarme, yacían encogidas mientras nos derretíamos en tan candorosas caricias. Me aferré a su espalda mientras él tomaba todo lo que yo era. Su sabor cambió con cada mordida obsequiada. Aquel beso fue éxtasis líquido. Él me clamó con una suavidad violenta. Él me acercó hasta olvidar dónde empezaba mi cuerpo y terminaba el suyo. Su corazón contra mi pecho, mi vida perdida en el aire. En ese instante recordé lo mucho que amaba a este hombre y me di cuenta de lo estúpido que había sido durante estos días. Delineé sus mejillas cuando nos apartamos.
¿Cómo pude haberlo olvidado?
—Elegí tu película favorita. —Él me extendió su mano con una sonrisa tan tierna que me hizo perder el pulso. Le entregué la mía.
—Si tienes hambre te puedo cocinar algo. —El comedor era minimalista, eran nuestras fotografías las que le conferían matices al desamparo—. También... —Él se inclinó para silenciarme con otro beso, la reminiscencia del tabaco me cosquilleó en la lengua.
—Si te da hambre ya ordené pizza. —Suspiré, dejando que él me arrastrase al frente de la televisión.
—Siempre piensas en todo, ¿no es así? —Él asintió orgulloso, él se deslizó entre los cojines del sofá tratando de lucir genial. Carcajeé, Sing era tan grande que no cabía estirado. Ambos habíamos cambiado.
¿Quiénes éramos en realidad?
—Casi en todo. —Tomé un par de almohadones para arrojarlos al suelo y así acomodarnos frente a la pantalla.
La película era de misterio. Nos sentamos encima de la alfombra, él utilizó el sillón como respaldo mientras yo forjé un refugio en su regazo, sus palmas se deslizaron encima de mi vientre, nuestras piernas se entrelazaron debajo de una manta, sus latidos fueron una polvorienta balada. Tiempo. Nunca lo alcanzaba, sin embargo, esa noche sentí que sostenía cada segundo para él. A veces olvidaba quién era, tener a Sing para recordármelo era una fortuna que nunca podría saldar. No tenía lo suficiente. Acepto en la marcha nupcial. El aire estaba caliente dentro del comedor, su respiración se fundió con los diálogos de los protagonistas, la brisa de la melancolía opacó la reminiscencia del tabaco. Me mordí el labio, evitando pensar en Ash Lynx.
—¿Estás bien? —Él trazó círculos sobre mis cabellos hasta llegar a los puntos de la cirugía. Utilizar mi cabeza para evitar que golpeasen al lince de Nueva York fue una defensa realmente estúpida, sin embargo, era aún más estúpido saber que lo haría otra vez.
—Lo estoy. —Ya no me pude concentrar en la película ante el cambio de ambiente—. Estoy bien, Sing. —Él me aprisionó, un anillo estaba destrozando mi libertad.
—¿Sabes lo preocupado que estuve cuando te vi en el hospital? —La culpa era un trago con sabor a tabaco entremezclado con Ash Lynx—. ¿Sabes lo asustado que me sentí de perderte? —Él me rodeó para que ya no pudiese escapar. Fue protector y sofocante.
—No debí ser tan impulsivo, lo sé. —Me aferré a ese agarre en busca de un soporte para mi huracán—. Perdón. —De su frente se habían empezado a desprender tenues gotas de sudor. Él estaba nervioso—. ¿Cómo está Lao? —El pecho se me comprimió ante la triste expresión que él me devolvió.
—Bien... —Aunque él estaba mirando la película, no parecía estar aquí—. Ya lo conoces, él tiene mal carácter y no le gusta la rehabilitación. —Me di vueltas para consolarlo—. Pero está progresando. —Yo era débil ante este lado de él. Aunque físicamente era mucho más grande y fuerte que cuando nos habíamos conocido.
—Sing... —En el fondo era el mismo adolescente risueño—. Él es una persona fuerte, tenle confianza a tu hermano mayor. —Y yo amaba esa parte de él. Le acaricié la mejilla, embriagado.
—¿Cómo puedo quedarme tranquilo si vives con ese sujeto? —No respiré. No quería darle más razones para desconfiar, no obstante, tuve una incontrolable necesidad por defender a otro hombre.
—Él es una buena persona. —Levanté su mentón con suavidad—. Es cierto, él es jefe de una pandilla, pero no haría nada malo solo porque sí. —Su ceño se hallaba tenso, su boca se encontraba fruncida, él estaba paralizado debajo mío. Maldición.
—Siempre lo estás defendiendo a él. —La furia en sus palabras sofocó el aire—. Ya viste cómo dejó a mi hermano. —La compulsión lo incitó para que se frotase el entrecejo—. ¿Qué otra prueba necesitas para entender que él es una basura? —Una implacable frustración me rebasó el corazón. Me mordí la lengua, tratando de calmarme. No, estaba vez no estaba acá para pelear.
—Estamos en una cita. —Se lo recordé—. No la arruinemos con esta discusión otra vez. —Sus hombros se hundieron en una vieja sudadera, las luces en la pantalla crearon una sinestesia extraña.
—Lo sé. —Él aún parecía molesto—. Pero no confío en él, apuesto que todos esos rumores acerca de que es traficante son verdad. —Lo silencié con un beso superficial, él me extendió las palmas en señal de paz—. Entiendo. —De repente el tic tac de mis manecillas se volvió a presentar junto a una áspera sensación de vacío—. Entonces la otra semana vas a ir a la casa de mis padres, ¿cierto? —Las rosas me rasgaron la tráquea, sentí náuseas.
—Yo sé que lo habíamos acordado, pero... —Aquella maniática obsesión me abofeteó. El alma me pesó, mi mente se hizo un lío, el miedo derrumbó mi corazón. Dolió. Solo quemó—. Tengo que escribir algo para mi tesis. —Me volví a profesar perdido en ese huracán. Desprotegido, le pedí a él que me diese la mano.
—Pero tú siempre trabajas de noche, Eiji. —Él la rechazó—. No te va a pasar nada por desvelarte un par de días más. —Bajé el mentón, era verdad, llevaba años haciendo lo mismo, esa era la maldita razón por la que estaba tan agotado. Temblé. Los ojos me ardieron, el llanto no salió. Dicen que los años vividos no son los importantes sino los reídos.
—No me estoy concentrando bien por la falta de sueño. —Estaba tan asustado de que el resto de mi historia solo fuese esto. ¿Qué haría si me mantenía de esta manera? Prefería morir a seguir atrapado en este jodido sinsentido, un último esfuerzo, solo un poco más—. Necesito descansar más. —¡Basta! Él me entregó una bonita sonrisa comprensiva.
—Lo entiendo. —Me hallaba roto. Varado. Estaba asustado. Por favor auxilio. Lo necesitaba tanto—. Puedes hacerlo después de la reunión. —Pero él no escuchó, fue mi culpa, era yo quien debía ceder o se cortaría nuestra cuerda. Estábamos perdidamente enamorados, no obstante, fue su amor el que me convirtió en una muñeca muerta.
—Tienes razón. —Reí, ansioso. Él se aferró a mi espalda, dejando que su barbilla descansase encima de mi hombro.
—Sabía que lo entenderías. —Sus palmas se deslizaron dentro de mi suéter, el tacto fue frío pero delicado, tan ajeno—. Eiji... —Él me buscó, aquella mirada bien la conocía. Codicia y lujuria.
—¿Sí? —Y aunque yo me estaba rompiendo al frente de él.
—¿Puedo tomarte? —Él no fue capaz de verlo—. Hace mucho tiempo no tenemos intimidad. —No tenía la cabeza suficiente para pensar en sexo, me concebía al borde de un maldito colapso nervioso, quería llorar, anhelaba escapar—. Por favor. —Por mucho que él me amase él nunca lo veía, eso me rompía tanto el corazón.
—Puedes. —Pero sino cedía lo perdía—. Puedes hacer lo que quieras conmigo. —Y si lo perdía el resto de mi historia no sería nada.
—Bien. —Él me acomodó sobre los cojines en el suelo, la película ya había terminado en la televisión, el cuarto estaba oscuro—. Te amo. —Y eso fue lo último que escuché.
Me pregunté cuánto podría sostener aquella farsa mientras el sillón rechinaba y no sentía nada más que frustración en un mar de placer.
¿Explicaciones redundantes donde? Es obvio que entre Eiji y Ash esta pasando algo, pero si ninguno lo dice queda la duda para ambos. Eiji tambien quiere que las cosas funcionen con Sing, es su novio y él cree amarlo, pero si Sing no es capaz de apoyar a Eiji en este momento, ¿cúanto tiempo más durara? Además tienen una falta de comunicación terrible. Muchas gracias a las personas que se tomaron el tiempo para leer.
¡Cuidense!
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