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Capítulo 5.

¡Hola mis bonitos lectores! Estoy pensando seriamente en mudarme al hospital donde hago mi pasantia porque parece que en meses no he estado en mi casita, fuera de mi miseria estudiantil, este capítulo es el primero que narra Ash, so lo quería subir mucho. ¡Muchas gracias por leer!

¡Espero que les guste!

El amor es como fumar cigarrillos.

La primera probada es sofocante y áspera, tan excitante, se impregna en los pulmones con un ligero toque de adicción, cosquillea entre los labios con sabor a emoción. La segunda calada tiene una chispa de euforia. Sus palabras se convierten en humo para perderse en el aire, los dedos empiezan a temblar ante las ansias de tocarlo, el corazón palpita con una angustiante ferocidad sabiendo que se necesita de más. Las cenizas se convierten en costumbre, la boca se llena de ansiedad. Sí, el amor es como fumar cigarrillos. Tarde te percatas de que se ha convertido en vicio, lamentos son profesados tras haberlo conocido, pero aun sabiendo lo peligroso que es, buscas más.

Lo buscas a él.

Dejé caer el cigarrillo que estaba sosteniendo para apagarlo con la suela de mi zapatilla. La mañana estaba fría dentro de aquella petulante oficina, la atención de Shorter divagó inquieta desde los diplomas de las paredes hasta el ostentoso escritorio de marfil. Seguir con las órdenes de Dino Golzine se había vuelto agotador. Me apoyé contra la pared de atrás, lejos del sillón, la respiración de mi mejor amigo estaba tan agitada que la podía sentir sobre mi oreja a pesar de la distancia.

—Se están demorando demasiado. —Su ansiedad me pareció hilarante, el humo me cosquilleó debajo de la nariz—. Algo debe andar mal.

—Deja de preocuparte o te quedarás calvo. —Saqué otro cigarrillo de mi chaqueta—. Si actúas con normalidad ellos no van a sospechar nada. —Encendí un extremo del papelillo antes de darle una profunda calada.

—No puedo evitar sentirme paranoico. —Presioné los párpados, dejando que el tabaco se deslizase desde mi garganta hacia mi voluntad—. Esto es arriesgado, Ash. —Aunque tenía miles de problemas que resolver, mi mente solo volvía a un lugar.

—Lo sé. —Eiji Okumura—. Es un riesgo que estoy dispuesto a correr. —¿Qué sería de él? Dos días pasaron pero no había tenido ninguna noticia de esos delirantes ojos cafés. Sonreí, dejando caer el cigarro para volverlo a apagar. Tiempo era el que me faltaba cuando estaba a su lado—. Me pregunto por qué.

—¡Ni siquiera me estás escuchando! —Él chasqueó la lengua, los lentes se le deslizaron ante tan horrenda mueca—. Apuesto a que estás pensando en el conejito japonés. —Antes de que pudiese refutar la puerta se abrió, el chirrido de las bisagras fue escalofriante.

Papa Dino lamenta la demora. —Uno de sus guardaespaldas ingresó a la oficina con una gigantesca caja de madera entre los brazos—. Pero tendrán que repartir más mercancía de la acordada. —Arrojaron el paquete contra el piso, abrí la tapa, cientos de bolsas con «banana fish» se hallaban en su interior. Mierda.

—Ese no fue el trato. —Pateé la caja hacia la puerta—. Acá hay unos cincuenta paquetes más de lo establecido. —Marvin Crosby era una basura enfundada en un traje barato, fue estúpido esperar una respuesta inteligente de quien solo sabía consumir pornografía infantil. Una grotesca carcajada brotó de lo más profundo de su tráquea antes de volver a empujar con su regordete pie aquel empaque.

—Solo sigo órdenes. —Me froté el entrecejo, colérico, Dino Golzine era un manipulador astuto, esta era otra maldita prueba—. Si tienes un problema deberías hablar con él. —Chasqueé la lengua mientras la sangre me erupcionaba. Respiré, mi boca aún se hallaba impregnada por la reminiscencia del tabaco. Seguramente los labios de Eiji Okumura tenían sabor a pura gloria, tan adictivos.

¿En qué estaba pensando?

No.

—Shorter, comienza a guardar los paquetes. —El nombrado se limitó a obedecer, sacándose la mochila de la espalda para convertir aquellas bolsas en nuestra propiedad—. Dile al viejo que la próxima vez me avise antes de hacer algo estúpido. —La mueca de Marvin se deformó. Él se acercó, lento y amenazante.

—¿Te crees mucho ahora que eres el hijo de papa Dino? —Shorter se paralizó cuando vio que me habían acorralado, le hice un gesto para que siguiese guardando la mercancía—. Oye, ¿no vas a hacer más videos de esos? —Él apretó mis mejillas, la peste del Old Spice fue insoportable, contuve una arcada ante tan lánguida sonrisa—. Era tu fan, ¿sabes? Incluso ahora podría...

—Marica. —Lo aparté de un manotazo.

—¡¿Qué?! —Arrugué la nariz. Su aliento a vodka barato era repulsivo.

—He dicho que eres un marica. —Me incliné sobre él, aunque yo estaba acorralado, él era quien lucía asustado—. Cerdo blanco Marvin. —Él me tomó del cuello de la camisa, tratando de intimidarme con tan fea expresión. El aire estaba denso y tenía sabor a alcohol.

—Maldito mocoso. —Fue un insulto sonso el que se atoró entre sus dientes amarillos, él levantó su puño, lo frené con una palma.

—¿Estás seguro de querer golpear a una superestrella? —Él gruñó antes de soltarme, el ambiente estaba podrido, los cigarrillos habían manchado la alfombra.

—Si no le gustaras tanto a papa... —Él se presionó los lentes contra las arrugas—. Algún día te quitaré esa actitud de mierda, no lo olvides. —Rodé los ojos. Basura humana. Apenas Shorter terminó de empacar la mercancía él me entregó la mochila.

—Solo salgamos de acá. —El moreno acomodó su brazo encima de mis hombros con una calidez casi paternal—. Tengo que ir a guardar esto. —Nos hallábamos dentro del campus de la universidad. Aunque esconderse a simple vista era la manera más efectiva de ganar, Dino Golzine se lo tomaba demasiado a pecho al momento de negociar. El aire estaba caliente, los estudiantes parecían estresados.

—Ash. —Me relajé tras escapar del infierno—. Eso que pasó allí... —Él no fue capaz de mirarme. ¿Cómo hacerlo? Que vergonzoso sería enterarse de que el jefe no era más que una puta. Nuestros pasos retumbaron contra los adoquines de la facultad.

—No te preocupes. —Sonreí—. No tiene importancia. —Claro que no la tenía. Las palabras correctas no existían en mi situación, solo la adicción al tabaco y el dulzor de su sonrisa.

—Si tú lo dices te creeré. —Él no pareció satisfecho con mi respuesta, sin embargo, habían límites que nadie debía cruzar. Suspiré, tenía el hombro adolorido por el peso de la mercancía.

—Tengo que entregar esto en la tarde, ¿me vas a acompañar? —Una imprevista vergüenza coloreó sus mejillas, parpadeé, anonadado. Ja, al parecer alguien había logrado dominar el encanto Wong.

—No puedo. —El sudor le escurrió por los lentes de sol—. Tengo planes. —Él se rascó la nuca, ansioso. Sonreí con malicia, no hizo falta que me lo dijese para que yo lo supiera.

—¿Planes? —Shorter Wong era la clase de hombre que se mofaba acerca del amor—. ¿Con quién? —Se reía, lo evitaba y lo menospreciaba. Cuanta ironía había en esa mueca de estúpido que me estaba obsequiando—. ¿Alguien especial? —Una enamorada.

—¿Recuerdas a Yut-Lung Lee? —Me tensé—. ¿El amigo de Eiji? —Petulante, venenoso, víbora.

—Sí. —Aquel chico tenía la mirada de una hambrienta serpiente. Desagradable.

—Pues tenemos muchas cosas en común. —La ansiedad corrió hacia su cuello—. Y él quiere saber más acerca de Chinatown, así que lo invité a salir. —Aunque traté de contenerme no logré mitigar la estruendosa carcajada que dejé escapar. Su rostro pareció a punto de explotar por el roce de la pena. Una vena en su frente saltó.

—Pensé que no querías tener un novio. —Un quejido fue su respuesta, su caminar se redujo a una torpe inestabilidad—. ¿No dijiste que jamás caerías por una cara bonita? —Tan transparente que resultó ridículo. Me dio vergüenza ajena.

—¿Qué hay de ti? —Los pensamientos se me marchitaron antes de florecer.

—¿Qué hay conmigo? —Él bufó, indignado.

—¡Por favor! ¡Le traes ganas a Eiji! —Pronto, la vergüenza ajena se convirtió en propia. Hacía calor esa mañana—. Te mueres de ganas por él, ni siquiera lo trates de negar, se te cae la baba cuando lo miras. —Reí, intentando contradecirlo, no obstante, el cosquilleo fue violento en mi corazón. La boca se me llenó de expectación, mi mente lo empezó a buscar.

—Él está comprometido. —Restarle importancia a la realidad no la hizo menos dolorosa—. Ellos parecen ir en serio. —Me miré el pecho, a pesar de tenerlo intacto se sentía como una puñalada. Dolió, realmente lo hizo. Pero no éramos nada.

—Pues el otro día Eiji parecía bastante interesado en ti. —Los mofletes me quemaron tras recordar aquella noche. Sus labios contra mi cuello, sus ojos fulgurando por el deseo, su aliento en mi cordura. Tarde me di cuenta de la sonrisa que había dibujado—. La química entre ustedes dos es aterradora, deberían besarse de una vez.

—Él es especial. —Deslicé mis nudillos por los bolsillos de mi chaqueta—. No puedo dejar de pensar en él, es tan bonito.

—Amigo, finalmente te has enamorado. —Me convencía, me vendía y me engañaba. No obstante, ninguna mentira era lo suficiente para disimular aquel estruendoso palpitar—. Felicidades. —Era un hechizo. Una maldición.

—No creo que sea eso. —La esperanza era un error, sin embargo—. Pero puede que haya algo. —El destino siempre me daba la razón.

Shorter se despidió con una impropia vergüenza antes de escaparse a su cita. Rodé los ojos, caminando hacia mi habitación. Amar era un enigma que carecía de importancia cuando las crónicas de una muerte se hallaban anunciadas, no tenía tiempo para tontear. Y aunque Dino Golzine debía pagar, la opción provisional era obedecer. Me congelé apenas llegué a los dormitorios, un llanto ahogado me recibió del otro lado, las rodillas me tiritaron, un nudo me cerró la garganta, mi pecho se vio inundado por una desbordante impotencia, mis dedos trepidaron con la misma ansiedad que sentía al sostener un cigarrillo. Maldición. La vida se me estrelló al confrontar la verdad luego de girar el pomo. Eiji se había reducido a un ovillo encima de las sábanas, él se estaba tratando de limpiar la pena con las mangas de su suéter mientras contenía sus lágrimas. Sus párpados estaban hinchados. Dolió. No supe la razón pero me hirió.

—Hey. —Él se sobresaltó al percatarse de mi presencia—. ¿Estás bien? —La tristeza fue una llovizna desde sus pestañas hasta su mentón, la crueldad no parecía tener final.

—Sí. —Una melancólica risita fue su fachada perfecta—. Estoy bien. —Me hundí a su lado en el colchón. La habitación estaba fría, en la pantalla de su computador yacía un documento en blanco—. No te preocupes, Ash. —Aquella petición era una mofa. Perdidos e inseguros nos habíamos conocido.

—Llegaste antes. —Un bolso pendía a sus pies—. No te esperaba todavía. —Aquella sonrisa empezó a temblar bajo una delgada capa de lamento, quise tocarlo para llevarme la desolación, no obstante, no lo hice. No pude hacerlo.

—Él me pidió que no regresara acá. —Él se hizo pequeño dentro de ese horrendo estampado de pájaro—. Entiendo la inseguridad que debe sentir Sing en estos momentos. —La voz se le quebró—. Pero... —Aunque Eiji Okumura era mi salto inquebrantable hacia la libertad—. Esto solo se siente mal. —Él se estaba cayendo a pedazos encima de la cama.

—No tienes que volver con él sino quieres. —Eran excusas vacías, sin embargo, no encontré un pretexto mejor para encubrir mis pecados—. Puedes quedarte conmigo, onii-chan. —Lo abracé con fuerza, el roce fue intoxicante.

—Él es un buen novio, ¿sabes? —Esas palabras no fueron para mí—. Lo amo mucho. —Él se vio tan miserable tras musitar aquella mentira. Se me encogió el corazón de manera destructiva—. Y él me ama a mí. —¿Amor? Cuan venenosa era la codicia—. Entonces... —Él alzó el mentón, ido—. ¿Por qué no puede entender que no tengo cabeza para pensar en matrimonio ahora? No me siento bien. —Fue mortificante para mi alma.

—Eiji... —Y aunque yo estaba acostumbrado a la agonía.

—Solo... —Contemplar semejante miseria en mi girasol me marchitó—. No me siento yo mismo. —Sentí unos incontrolables deseos por consolarlo, por verlo sonreír.

—Creo que él lo entenderá. —Así que eso hice—. Es tu novio después de todo.

—Usualmente él lo haría. —Acomodé un mechón detrás de su oreja, estábamos cerca en aquella diminuta cama—. Pero él tampoco parece encontrarse bien. —Cerré los ojos—. Esto es un desastre. —Saboreando su aliento entre la comisura de mis labios, esta era una adicción fatal.

El amor es como fumar cigarrillos.

—Eiji... —Te mataba con una impresionante lentitud—. Tengo que entregar un pedido en un pueblo cercano. —Te engatusaba con una seductora silueta—. Me gustaría que vinieras conmigo. —Te embriagaba hasta que ya no eras capaz de pensar—. Eso no te dará más tiempo y sé que debes estar ocupado, pero... —Te hacía vender todo lo que tenías para dárselo a él—. Creo que te ayudará a despejarte. —Su sonrisa fue tan bonita que temí estar afiebrado.

—Eso me gustaría mucho. —Me estiré hacia él, limpiando los rastros de pena que aún pendían sobre sus mejillas—. Gracias por escucharme, Ash. —Me ardieron hasta las orejas—. Lamento que siempre tengas que ver la peor parte de mí. —Contuve una carcajada con amargura. Si esta era su peor versión. ¿Qué tan bajo caería por la mejor? Pero no.

—Somos amigos. —Nuestras respiraciones se fundieron en la oscuridad—. Esto es lo que hacemos. —Me convencía, me vendía y me mentía.

—Aun así. —Sí. Me engañaría las veces que fuesen necesarias con tal de no romperlo—. Gracias. —Lo perseguiría sin saber por qué.

Guardé la mitad de la mercancía dentro de otro bolso antes de guiarlo hacia mi motocicleta. El pánico en su expresión me pareció adorable. Él se sentó detrás para poderme abrazar, sus muslos se apoyaron contra mis caderas, sus brazos rodearon mi cintura, él me apretó con fuerza bajo el gruñido del motor. El tacto fue un vicio mortificante, me angustió. El sabor de la gasolina, la reminiscencia del tabaco. Un violento latido trepidó ante la estridencia de la autopista y el auge del éxtasis, no obstante, no. Ni siquiera lo pensaría. La mañana era agradable, aunque el gélido me revolvió los cabellos, mi cara estaba ardiendo. Su palpitar retumbó a través de mi chaqueta, su respiración me quemó el cuello, tragué duro, apretando el acelerador. No lo pensaría. No era gustar, sin embargo, bien sabía que la primera fase de la adicción era la negación. Detuve el motor en medio de un pueblo fantasma.

—¿Estás bien? —Esa matita abenuz era una maraña de caos, lucía suave, quería acariciarla. Él se apoyó contra mi cintura, temblé frente a tan obscena cercanía, fue eléctrico.

—No creo acostumbrarme a esto. —Él se trató de arreglar el flequillo para desordenarlo aún más. Este chico era torpe, obsesivo y frágil—. Pero mientras tú seas quien conduzca. —Eso no le impidió a mi corazón contraerse bajo la profundidad de esos ojos—. Yo te seguiré. —Eran grandes y sinceros. Tan transparentes que me resultaba doloroso mirarlos.

—Tenemos algo de tiempo antes de que llegue el comprador. —Me rasqué la nuca, evitándolo solo para ahogarme en él—. Acá no hay nada que hacer, esto no era lo que tenía en mente. —Este era un terrible juego de seducción.

—Debe haber algo. —Él arrugó la nariz mientras contemplaba aquel desbaratado pueblo, el movimiento me recordó a un conejito hambriento. Él era lindo.

—Ríndete, onii-chan —Las casas parecían a punto de quebrarse, los locales eran de poca mercancía, los puestos de entretención nulos, la mañana estaba fría—. No hay nada acá. —Pero él no me escuchó.

—¡Eso de allá es un cine! —La emoción enlaza a su voz fue tan linda que no pude hacer otra cosa más que suspirar embobado—. ¡Parece divertido!

—¿Quieres ir a ver una película? —En una de las esquinas de la calle principal se vislumbraba un deteriorado teatro—. ¿Acaso me estás invitando a una cita? Vaya descaro para conquistarme.

—¡Sí! ¡Quiero ir! —Enrojecí hasta las orejas—. Me gusta pasar tiempo contigo, Ash.

—Cielos, no esperaba que fueses tan directo con tus coqueteos. —Pero él no se inmutó.

—Es extraño, ¿sabes? —Sus mejillas se matizaron con un brillante carmesí—. Siempre ando estresado por el tiempo, nunca lo tengo para nadie. —Me paralicé ante tan sublime mirada—. Pero contigo siento que tengo todo el tiempo del mundo. —Me apreté el pecho, aterrado, algo me estaba golpeando el interior con violencia—. Es un poco hipócrita. —Algo me estaba arrastrando para caer más en él.

—No lo es. —Y aunque traté de mantenerme indiferente—. Yo entiendo a lo que te refieres. —El suave tacto de su mano me mantuvo expectante. No. No. No. ¿Expectante de qué?

—Supongo que eres la compañía correcta. —Él tenía novio y lo amaba—. ¿Hay algo que quieras ver? —Yo lo sabía, no obstante, no pude evitar pensar en lo molesto que resultaba aquel anillo en su dedo. Se lo quería quitar. Pero no. No podía.

—Lo que sea estará bien.

El amor era como fumar un mal cigarrillo: amargo, sofocante y desabrido.

El cine era miserable, una sola película de romance se proyectaba a diario. El aire estaba frío, el aroma a aceite entremezclado con terciopelo fue asfixiante, nos sentamos adelante, no había ninguna otra persona dentro de aquel lugar. Los asientos de cuerina se hallaban desbaratados, la separación entre nuestros puestos había desaparecido permitiendo que nuestros brazos se tocasen. Suspiré, dejando que mi mentón descansase sobre mi palma. Una implacable opresión arremetió dentro de mi pecho, tan caliente que pensé que me derretiría, tan helada que temí congelarme bajo el roce de un lamento. Que él se viese feliz era todo lo que importaba. Las luces bajaron para darle inicio a la función. ¿De qué trató el filme? No lo recuerdo. Lo único que pude hacer fue contemplar al dueño de mis delirios. Él apoyó su cabeza encima de mis hombros con una naturalidad arrebatadora, sus cabellos me cosquillearon debajo de la nariz, sus pestañas me aletearon el alma, una adorable risilla me fue obsequiada durante los chistes baratos, su aroma fue un placer mortificante. La respiración me quemó, su mano se enredó a la mía contra las fundas de las butacas. Pude escuchar el estrepitoso latido de mi corazón cada vez que él inhalaba. Pero no, ¡por supuesto que no! Ni siquiera lo pensaría.

—¿No te gustan esta clase de películas? —La decepción escondida en sus palabras fue transparente, él se apartó—. Pareces aburrido, Ash. —Las luces de la pantalla le confirieron un aura etérea: verde, amarrillo y escarlata.

—No es eso. —Me contraje hacia el asiento—. Me estoy divirtiendo mucho. —Impaciente.

—Me alegra que sea así. —Él sostuvo su mentón encima de su palma, su expresión fue un poema de inocencia, tan sincera—. No me gustaría ser el único que se esté divirtiendo. —Fui vulnerable ante esos grandes ojos cafés. Me encantaban, podría vislumbrarlos durante el resto de mi vida.

—Eiji... —Y aunque era estúpido y dañino preguntar—. ¿Cómo supiste que estabas enamorado? —Toda adicción resultaba letal. La consternación chispeó en sus pupilas, una sonrisa amarga quebró la farsa.

—No estoy seguro. —Fue una felicidad descorazonada, tan fugaz—. Para ser honesto, no me di cuenta de los sentimientos de Sing hasta que él se me declaró. —Él se acarició el cuello, melancólico—. Suelo ser denso para estas cosas. —Los diálogos de los protagonistas se nublaron por la tensión entre nosotros dos.

—Algo te debió atraer. —Poco me importó que él pudiese escuchar mis latidos a través de la pantalla—. Llevan bastante tiempo juntos. —Clamaba con desesperación por las migajas de su atención, lo supe del inicio. Él se mordió el labio, tan obsceno. Eiji Okumura me estaba seduciendo sin siquiera intentarlo. Pero no. No lo pensaría.

—Sing es un chico especial. —Me incliné sobre él, cerca—. Incluso las cosas que me molestan de su personalidad las amo. —Con una desbordante centella de codicia—. Hemos llegado a ese punto en la relación donde es suficiente la compañía del otro. —Acuné sus mejillas, con suavidad. Sabiendo que aquellas palabras no eran más que una bonita mentira.

—¿Qué hay de la pasión? —Porque si para él fuese suficiente pasar tiempo con su novio—. ¿Qué hay de las chispas del enamoramiento? —¿Por qué estaba conmigo?

—Me parece haber tenido esta conversación. —Él retrocedió hacia el respaldo, sus pupilas trepidaron a causa de la expectación. Oh, pero yo no le gustaba. Me acerqué mucho más—. ¿Ash? —Deslicé mi mano encima de su pecho. Un estridente palpitar fue la melodía que me ofreció su caja musical.

—No creo que tu novio te haga sentir esto. —La violencia de su sonrojo fue tentadora, los nervios le pendieron desde la voluntad hacia la oscuridad de la sala. La estática tuvo sabor a terciopelo.

—¿Qué me estás tratando de insinuar? —Mis dedos ascendieron hacia su cuello, el tacto lo hizo temblar. Fue un mortificante y placentero escalofrío.

—Estoy insinuando que Sing Soo-Ling no te hace sentir como yo. —Mi nariz estaba rozando la suya, su aliento quemó cada fibra de mi cordura. Embriagador y adictivo—. Nadie te hace sentir como yo, Eiji.

—El ambiente se está poniendo raro. —Aunque él apoyó sus palmas sobre mis hombros para clamar por distancia, él no me apartó. Estaba tan inclinado sobre él que había subido una de mis piernas a la butaca. Codicia, ambición y deseo—. Estás demasiado cerca, Ash. —Mis labios cosquillearon al estar a centímetros de los suyos. Cuando comprendí lo mucho que quería besarlo.

—Somos amigos. —Supe que él me gustaba—. Está bien que hagamos esto. —Y que aquellas excusas no eran más que paredes para contener mis celos. El aire fue sofocante, su respiración me embriagó. Me incliné sobre él, cerrando los ojos para que una mano fuese lo que se apoyase en contra de mi boca.

—Estás llevando esta broma demasiado lejos. —Parpadeé, confundido. Su entrecejo se hallaba tenso, un despecho incomprensible fue escrito—. No porque me gusten los hombres eso te da el derecho a fastidiarme. —Las luces se encendieron dándole término a la función. Él parecía herido, ni siquiera me miró al levantarse de la butaca.

—Yo... —Lo tomé de la muñeca, desesperado—. Eiji yo... —¿Pero qué acababa de pasar?—. Lo siento. —No sabía cómo mirarlo—. No lo hice para molestarte. —No obstante, lo contemplé. Mi mente se había vuelto adicta a él—. Lo lamento de verdad. —Su ingenuidad fue mortífera, un suspiro escapó de sus labios, él se acarició el entrecejo en busca de paciencia antes de ofrecerme una mano.

—No lo vuelvas a hacer. —La tomé.

Mientras caminábamos hacia la salida del teatro supe que había entendido dos cosas.

A Ash Lynx le gustaba Eiji Okumura.

Y Eiji Okumura ya no estaba enamorado de Sing Soo-Ling.

El amor es como fumar cigarrillos, a la semana una caja ya no es suficiente.

Las calles de aquel pueblo eran una oda al deterioro, la mochila sobre mi hombro fue un ancla, una repugnante ansiedad me inundó la tráquea. Un mal presentimiento. No era inusual para Dino Golzine hacer negocios en lugares apartados, por esa razón a las autoridades les era tan difícil seguirle el rastro, no obstante, el aire estaba pesado. Aunque Eiji parecía seguir molesto por el incidente del cine su mano fue un agradable consuelo, él me contempló con un mohín repleto de genuina preocupación, las mejillas me ardieron, él era tan lindo que me rompía el corazón. Las palabras que le anhelaba dedicar se convirtieron en un débil tartamudeo. Me concentré en los charcos de inmundicia, incapaz de sostener una mirada. Era fácil para aquel chico descomponerme para luego volverme a recomponer, sin embargo, si él supiera. Si él supiera tan solo la mitad. Perdido e inseguro.

—¿No me vas a preguntar sobre esta entrega? —Le había dado cientos de razones para desconfiar y dejarse llevar por los rumores—. Puede ser algo peligroso. —Me había dado una infinidad de excusas para pensar que él era igual a los demás—. Puedo ser un traficante. —Él era torpe, obsesivo y frágil.

—Ya te lo dije. —Él no era especial—. Confío en ti, Ash. —Chasqueé la lengua, acercándonos hacia la bodega. Él era estúpido.

—No es necesario que vayas conmigo. —Pero yo era más estúpido para que me gustase alguien como él. El toque de su palma fue electricidad líquida directo a mi cordura.

—No te preocupes. —Él caló hasta lo más profundo de mi vida como el amargo humo de los cigarrillos—. Soy un chico fuerte. —A veces él podía ser esta clase de persona—. Entraré contigo. —Lo supe desde el inicio, él solo voló.

—Bien. —Y sin importar que tanto yo tratara—. Vamos. —Yo nunca lo podría alcanzar.

Entramos a la bodega. Nuestros pasos retumbaron contra las baldosas de metal, un grupo de hombres nos estaba esperando con una maleta a los pies. Caminé al frente de Eiji, sin importar quien fuese, no dejaría que nadie le hiciese daño. El aire sabía a óxido, el aroma a pólvora entremezclado con tabaco fue palpable bajo la claustrofobia de esta tragedia, hacía un frío de mierda. Muecas de tedio y amenazas me fueron entregadas. Un hombre se acercó con un paquete entre las manos, con lentitud permití que mi mochila se deslizase hacia mi brazo. Tenía kilos de mercancía dentro de mi bolsa. Lo tenía a él mirando. Podrido. Perdido. Encontrado. Olvidado. Era un carnaval de soledad y locura.

—Espero que papa Dino cumpla con la calidad que nos prometió. —Él tenía el ceño tenso y una sonrisa afilada—. La última carga parecía hecha por un novato. —La tensión era desagradable. Él me extendió una maleta, por el peso supe que adentro se encontraba la cantidad de armas acordadas, no la quise abrir al frente de Eiji. Que por favor no mirara.

—Sino les gusta lo que ese viejo vende. —Le extendí mi mochila—. Deberían buscar a otro proveedor. —Esa escoria carcajeó tras vislumbrar tan vasto contenido dentro de mi bolso. Eiji se mantuvo en silencio a mis espaldas. Nunca había sentido tanta vergüenza de quien era como en estos momentos.

—Todo parece estar en orden. —El amor era como fumar cigarrillos—. Ha sido un placer hacer negocios con el hijo de Dino Golzine. —La primera probada era sofocante y áspera, excitante.

—Cualquier reclamo se lo puedes dejar al viejo. —Se impregnaba en los pulmones con un ligero toque de adicción y cosquilleaba sobre los labios con sabor a emoción.

—Se lo haré saber. —Sí—. Por cierto... —El amor era como fumar cigarrillos—. Nuestro amigo quedó bastante herido con el último encuentro que tuvo contigo. —Tarde te percatas de que se ha convertido en vicio—. Esto no es personal. —Y apenas te descuidas.

—¡Cuidado! —Te mata.

—¡Eiji! —Lo vi caer al frente mío al haberse interpuesto entre mi cabeza y un fierro—. ¡Eiji! ¡Eiji!

—Ash... —El alma se me fue dentro de esos brillantes ojos cafés—. Estás a salvo...—Un quejido escapó de sus labios, mis manos estaban tan temblorosas que no lo pude tomar, caí de rodillas—. Menos mal. —Perdí el corazón.

—¡Eiji! ¡Eiji!

No recuerdo lo que pasó después. Cartuchos de balas retumbaron contra el piso, mis nudillos se habían roto, aquella pandilla se hallaba despedazada contra el suelo. Había sangre goteando desde mi camisa hacia mis pies. El japonés permanecía inmóvil con los ojos cerrados. Recuerdo haber pensado que tenía el cuerpo agotado de tanto pelear, creí haberlos escuchado esfumarse de la bodega tras un par de amenazas. La sirena de una ambulancia, las ruedas de la camilla, mis uñas entre mis dientes, una eterna sala de espera bajo una luz intermitente. Mi inocencia se quebró con una dulce lentitud. Lo último que supe fue que al despertar Eiji Okumura ya se encontraba acomodado en una habitación del hospital general.

—Ash. —Una venda sobresalía de su cabeza, él me sonrió con una gentileza que no merecía, no obstante, la suplicaba—. Me alegra que estés bien. —Que esas hubiesen sido las primeras palabras que me dedicara fue estúpido. Tanto que quise llorar.

—Lo lamento. —El cuarto tenía un gran ventanal al costado de la camilla, la luz enmarcó lo sublime de sus facciones para crear una imagen surreal. Él se sentó en la cama, indicándome con un gesto que me acercara. Obedecí, con las piernas temblorosas y la culpa escrita.

—Esto no fue tu culpa. —Su voz fue una suavidad mortífera—. Estoy bien, no llores Ash. —Sus dedos se deslizaron entre los míos. Él siempre era así. No lo buscaba pero él me encontraba—. Además, no podía quedarme parado mientras alguien te golpeaba por la espalda. —No lo quería, sin embargo, él me hacía sentir que lo necesitaba. Él era la razón por la que yo me había convertido en un desastre.

—¿Entonces fue mejor idea usar tu cabeza para interponerte? —Desde el instante en que lo conocí lo empecé a perseguir—. Pensé que eras inteligente. —Él y su ridícula gentileza altruista—. ¿No se supone que estás escribiendo una tesis? —Él y esa enfermiza bondad. No lo merecía.

—Sí. —Él se encogió de hombros, una bonita sonrisa me fue obsequiada—. Pero puedo vivir si a la tesis le pasa algo. —Él y esa torpe manera de ser—. ¿Qué hago si te pasa algo a ti? —Mi pecho lloró. Él me gustaba tanto que dolía. Bajé mi rostro hacia nuestro agarre sobre las sábanas.

—¿Es una especie de confesión, onii-chan? —Diablos, esa risita arremetió contra mi razón. ¿Por qué no pude conocerlo antes? Lo buscaría en mi siguiente vida.

—No deberías coquetear con un enfermo, ¿sabes? —No creía en las almas gemelas pero lamenté perder la mía.

—Eres extraño. —Aunque musité aquello, era yo quien tenía un comportamiento errático.

—Yo no fui quien decidió hacer una entrega en medio de la nada. —Me lo negaba para luego tratarlo de besar—. No preguntaré, no te preocupes. —Lo alejaba para que en un parpadeo él me purificase—. Entiendo que es un tema delicado.

—¿Aun con lo que pasó me quieres decir eso? —El despecho tembló en mi voz—. ¿Acaso eres tonto? —Él asintió, el corazón se me encogió ante lo majestuosa que fue esa risa. El aire estaba eléctrico y caliente.

—Supongo que lo soy. —Eiji Okumura era una persona a quien no podía descifrar—. Pero solo por ti. —Lo único que sabía era que él me encantaba. Me mordí la boca. Maldición, pero que desastre.

—¡Eiji! —Un grito desesperado atravesó la puerta.

—Sing...

—Me acabo de enterar. —El más joven corrió a su lado para ocultarlo contra su pecho. Él lo sostuvo como si su vida dependiese de este momento—. Tuve miedo de que hubiese pasado algo como con Lao. —Este chico se encontraba empapado de sudor, sus manos y sus piernas se hallaban tiritado, la violencia de su latido me taladró los tímpanos. El más bajo terminó aquel abrazo.

—Estoy bien, no te preocupes. —Sing Soo-Ling miraba a Eiji Okumura como si él fuese todo su mundo.

—¡Tú...! —Sing Soo-Ling me estaba mirando como si le estuviese intentando arrebatar el alma—. Largo de aquí. —Pero justamente eso era lo que estaba tratando de hacer—. Que esto haya pasado es tu culpa. —Porque este torpe japonés también se estaba convirtiendo en mi alma. No lo quería, sin embargo, evitarlo era imposible.

—Sing... —Negué, levantándome de la camilla. No anhelaba que él tuviese más problemas.

—Te dije que nada bueno saldría al involucrarte con el lince de Nueva York. —Ni siquiera pude ver su expresión al estar bajo los brazos de su novio—. ¿Qué otra cosa podrías esperar de alguien como él? —No pude dejar salir otra palabra, solo escapé de la habitación.

El amor es como fumar cigarrillos.

Una vez se empieza ya no hay vuelta atrás.

¿Amo la tensión entre ellos dos? Vivo por ella, las cosas de a poco se vuelven más intensas, ya saben. Muchas gracias a quien se tomó el cariño para leer.

¡Cuidense!

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