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Capítulo 21.

¡Hola mis bonitos lectores! Me demore un horror en escribir esto aunque sea la reedición, pero finalmente llegamos, muchas gracias por haberme acompañado durante tanto tiempo en este pequeño fic.  ¡Espero que les guste!

Él. Quien creía en mí con la devoción que se profesan las almas gemelas: A ojos cerrados y con los brazos abiertos.

Él. Quien reemplazó las cicatrices de un leopardo congelado por bufandas mullidas y besos traviesos.

Él. Quien no temía romper un poco de su corazón para ayudarme a recoger el mío.

Los seres humanos podían ser graciosos. Admiraban las rosas pero le temían a sus espinas. Pensaban en espinas, no obstante, olvidaban que estas también se encontraban incrustadas a la libertad. Para poder arrancarme aquel filoso retazo de dolor tuve que sumirme al fondo por él.

Sin importar que tan altos fuesen mis muros Eiji siempre encontraba la forma de saltarlos. Anhelaba huir de la desdicha y dejar que el dolor se ahogase en mi tumba, sin embargo, mis cadenas eran escarlata pesadas. Aunque lo tenía enfrente temía que desapareciese, ser tan feliz no podía estar bien, no para alguien como yo. Pero acá estaba, rozando su nariz en una cama demasiado estrecha para dos hombres adultos, enredando nuestras piernas debajo de una roñosa frazada, admirando su belleza con la torpeza de un niño, jugueteando con su cabello como si con eso pudiese cambiar algo.

—¿En qué estás pensando, Eiji? —Él suspiró antes de esbozar esa sonrisa—. Pareces distraído. —La misma que sin importar cuántas veces la viese me robaba el corazón.

—Es extraño.

—¿Qué es extraño, onii-chan? —Sus caricias se detuvieron sobre mi cintura, su flequillo terminó de caer encima de la almohada ante el fruncir de la duda.

—Llevo años odiando este cuarto. —Decenas de cajas de cartón se encontraban a medio empacar en el piso—. Está lleno de malos recuerdos. —Ninguno se quitó la mirada de encima en aquel torpe y tímido agarre de manos—. Está lleno de insomnio, estrés, frustración y dolor. —La garganta se me llenó de pétalos frente a tan dulce risa—. Pero lo echaré de menos. —Lo amaba tanto.

—¿Acaso eres masoquista? —El temblar entre sus cejas fue lindo—. ¿Todos los japoneses son masoquistas?

—No es eso, pero no puedo odiarlo cuando este lugar está repleto de tus recuerdos. —El candor sobre mis mejillas fue insoportable—. Pasamos por muchas cosas acá, fue un semestre intenso. —Me dejé hundir en el colchón, el juguetear entre nuestras piernas fue agradable.

—Podemos crear mejores recuerdos en mi apartamento. —Mis cosas también se encontraban en esas cajas—. Como la propiedad está a mi nombre el viejo no puede hacer nada. —Pero odiaba recibir favores de él. Mi papá, ¿no? Era heredero de las empresas Golzine, mierda. Él acomodó un mechón de cabello detrás de mi oreja, tenerlo tan cerca ya no era suficiente.

—Quería pedirle a Ibe-san que me recomendara para algún empleo, pero me da vergüenza hablarle. —Los nervios enlazados a su voz me hicieron suspirar—. Le dije cosas un tanto groseras la última vez que nos vimos, aunque fue su culpa. —Mi Alicia había cambiado tanto.

—¿Yut-Lung no te ha dicho nada sobre la expulsión?

—No. —El llanto, la ira, la desesperación, el odio. Yo nunca había agonizado con semejante fervor, por eso lo admiraba—. ¿Has sabido de la rectoría? —Si bien la libertad era hermosa de contemplar, no podía evitar preguntarme si algún día la alcanzaría.

—Aunque Dino está desesperado por el desastre que dejé no puede evitar que me expulsen, tiene una reputación que mantener. —Hasta el último retazo de luz fue robado por esos ojos—. No me importa en realidad, él fue quien escogió mi carrera para su conveniencia. —Jamás había dicho eso en voz alta—. Es un poco frustrante no tener el control de nada, ni siquiera es lo que me interesa.

—¿Qué te interesa?

—Me habría gustado indagar un poco más en la pasión de Griff. —Me aferré a su palma—. Pero es más aterrador intentar tenerlo y fracasar. —Por eso la etiqueta de amigo era tan conveniente con Eiji.

—Ash, está bien si te equivocas y te sientes miserable por eso. —Reí ante tan mal consuelo—. Las personas deberíamos dejar de tratar a los errores como algo malo, si no nos caemos no aprendemos, y ya me he dado tantos golpes que siento que uno más no dolerá. —Esos centímetros entre nosotros fueron tortuosos.

—¿Yo fui uno de ellos? —Lo sarcástico de su bufido me fastidió.

—No me hagas comenzar. —La frustración entre mis cejas le dio satisfacción—. Te amo, pero no partimos con el pie derecho para ser precisos. —Petulante. Altanero. Se la devolvería.

—¿No lo hicimos, onii-chan? —Aquello lo tensó—. Y yo que pensaba que me tratabas de seducir cuando te cambiabas de ropa al frente mío. —La violencia con la que su rostro enrojeció desató un caos en mí—. Tienes un bonito lunar sobre la cadera, es delicioso.

—¡Ash! —Él me golpeó con la almohada, hasta sus orejas se tiñeron de escarlata—. ¡No seas descarado!

—¿Es mi culpa que seas tan descuidado? —En un desliz tomé su cintura, sus mejillas se inflaron para manifestar ira. Tan infantil como lindo—. Fue una tortura vivir tanto tiempo contigo y no poder hacer nada. —Sus brazos construyeron un refugio en mi pecho, sus pestañas fueron la puerta hacia lo más recóndito de mis secretos.

—Tú eras quien se empeñaba en decir otra cosa. —Fue mucho más sencillo ponernos un punto final a pender en la incertidumbre. Mis dedos recorrieron la curva de su espalda, la nostalgia suspendió como humo de cigarrillo.

Él. Quien rescató con el calor de su bondad la carcasa abandonada de un leopardo.

—El otro día regresaste tarde. —No por evitar las tormentas cesarían—. Te escuché hablar con la víbora.

—Es justo lo que estás pensando. —La brisa se coló por la ventana del dormitorio—. Fui a ver a Sing para devolverle el anillo. —Su ceño tembló, sus palabras escaparon pesadas y amargas—. Aunque siendo honesto terminamos mucho antes del compromiso, los últimos meses solo nos dedicábamos a gritarnos o a pelear, no era sano. —El colchón crujió cuando él se acercó—. Que estúpido habría sido casarme por presión, pero en ese momento sentí que no tenía más opción. —Estaba orgulloso.

—Lo sé —Nuestros dedos se volvieron a entrelazar en el aire—. ¿Te molestaría si alguna vez te regalo un anillo? —La pregunta nos sorprendió a ambos. Rebalsarse era tan sencillo cuando estaba con él.

—Tendrías que proponérmelo para saber. —La ambigüedad en su respuesta me puso ansioso—. Podría decirte que no, no lo sabrás hasta que lo intentes. —Al estar tan molesto lo único que pude hacer fue abrazarlo con fuerza.

—Si me dices que no pondré a la pandilla a cantar afuera de tu ventana hasta que aceptes. —La imagen mental nos hizo reír a ambos—. Olvídalo, Shorter es un pésimo cantante, parece un animal agonizando. —La mandíbula se me deformó al recordar las ventanas que perdimos por culpa de sus alaridos. Tan desagradable.

—Últimamente se ve deprimido. —La atmósfera se rompió bajo las garras de la realidad.

—Lo está. —La situación se había salido de mi control—. Todos los chicos. —Por culpa de Lao terminamos siendo víctimas del desprecio, una guerra estalló entre las diferentes pandillas.

—¿Estás preocupado por eso? —Sin importar que tanto lo pensara no recordaba al maldito—. No has estado durmiendo bien. —No lo conocía pero nadie me creía. La presión de Dino Golzine también se había vuelto insoportable, el mundo parecía demasiado real estas semanas. Lo odiaba. Aún sino me importaba que fuesen por mí...

—Me siento preocupado. —Temía tanto que fuesen por él—. No quiero que andes caminando por ahí solo, es peligroso. —Era un secreto a viva voz que mi debilidad era mi amante. El corazón se me quebró en la dulzura de su mirada, si le hicieran daño por mi culpa.

—No soy un niño. —¿Con qué derecho podría seguir a su lado? Lo amaba pero era malo para él —. Puedo defenderme, sé salto de pértiga. —No quería ser malo para él pero no sabía cómo cambiarlo.

—¿Vas a golpearlos con un palo?

—Exacto.

—¡Eso no sirve! —Le apreté la nariz en un regaño—. Además, no soy el único exagerado. Shorter está cuidando de la misma manera a la víbora por algo. —El ambiente en la facultad era hostil y peligroso. Unas semanas más y las aguas se calmarían, debía soportarlo.

—Lo sé, no ha dejado de mandarme mensajes de eso, impresiona sufrir con tanta atención. —No quería encerrarlo en una jaula cuando su resplandor era abrumador, no obstante, lo pensaba—. Pero soy tu novio, Ash. —Que fácil sería protegerlo con barrotes—. Soy tu apoyo y tú eres el mío. —No cometería el mismo error que Sing.

—Solo te estoy pidiendo que tengas cuidado, si algo te llega a pasar me volveré loco.

—Lo mismo va para ti. —Él se levantó de la cama—. No quiero andar desinfectando heridas como antes. —La suavidad con la que él me extendió su palma me robó la respiración—. Yue nos va a retar de nuevo, siempre llegamos tarde a las reuniones del bar. —Que divertido era escaparse así de la realidad.

—Lo sé. —Qué curioso era amar.

Él. Quien saltaba muros infinitos con pértigas oxidadas.

La hostilidad con la que nos comenzaron a tratar fue despiadada. Llevaba años lidiando con rumores y miradas ponzoñosas, sin embargo, mi novio no. Eiji Okumura era como un girasol, él desplegaba sus pétalos bajo el arrullo de la luz, bajé la cabeza frente a los insultos en el camino, por mi culpa él se estaba marchitando en una jaula. Que fácil para los ignorantes actuar como verdugos, que dulce era arrojar la primera piedra sin comprobar la verdad, porque yo herí a Lao sin siquiera recordarlo ¿no?, ¡Maldición! Esta pelea de pandillas era peligrosa.

El bar estaba hecho un desastre cuando llegamos. La frustración de mis hombres retumbó bajo luces vencidas, decenas de vendajes se encontraban rodeando la carne para cañón, armas blancas y palos con clavos se habían acumulado sobre la vieja mesa de pool, pedazos de vasos rodaron por el piso mientras la cerveza escurría por el mesón. La mirada que Arthur me lanzó fue feroz y colérica, estaba enfadado, no tenía que decirlo.

—¡Esto se está saliendo de control! —Sus nudillos se encontraban empapados de sangre seca, la mugre en su chaqueta fue delatora, el aroma a cebada me revolvió las entrañas—. Tenemos derecho a estar aquí, reclamamos el centro de Nueva York primero. —Oh, no lo teníamos. Éramos escorias, las mulas de carga favoritas de Dino Golzine. Hijo y prostituta. Ja. Asqueroso.

—Ayer fui a comprar una bebida cuando un grupo me atacó. —El quejido de Bones fue infantil y agudo, se acarició la mejilla, la tenía tan hinchada que le había deformado la cara—. Se mueven como una manada hambrienta, los hombres de Lao dan miedo.

—¡Los chinos juegan sucio!

—No son los chicos de Chinatown, no sé de dónde ha sacado a los traidores. —Shorter apretó con tanta fuerza los lentes que se le terminaron de caer—. Deben ser tipos asociados a la familia de Sing, mis subordinados jamás jugarían sucio.

—¡Esas escorias de la mafia! —El golpe de Arthur sobre la mesa quebró algunas jarras—. Me niego a ser aplastado por ese remedo de matones, ni siquiera saben manejar una pandilla.

—Tenemos que parar esto. —Mi voz se impuso en el bar—. Gracias a Yut-Lung podemos salirnos del negocio y dejar de vender mierda, podemos mantenernos flotando de otras maneras, hemos estado haciendo entregas y trabajos de protección, hemos estado mejorando, no somos los perros de Dino ni actuaremos como tales.

—Solo tenemos que esperar a que las cosas se calmen, Ash. —Las palabras de Eiji fueron dulces y puras.

—Supongo que sí. —La seriedad que chispeó su mirada de ciervo perdido atravesó mis mentiras—. Por mientras eviten andar solos, no se atreverán a atacarnos si también actuamos como una manada, seamos inteligentes. —Con eso di por concluida aquella improvisada reunión.

—Con esas cosas de ahí los emboscaron. —Fue Shorter quien apuntó a las armas sobre la mesa de pool—. Pensé que serían más elegantes, no que usarían tablas con clavos oxidados para asustarnos, temo que tengan pistolas. —Algunas de ellas tenían sangre.

—Son unos cavernícolas. —Yut-Lung arrojó un suspiro pesado—. Fue un ataque bastante patético. —Mis brazos temblaron alrededor de Eiji. No permitiría que le hicieran daño, podía cuidarlo.

—Hombre, quieren venir a destruir este lugar. —El bar era nuestro refugio sagrado, el único rincón donde era libre de Dino Golzine y la crueldad de la realidad—. Y las cosas no parecen pintar mejor, la familia de Lao es de temer, tienen mucho dinero. —Apoyé mi cadera contra la mesa antes de que la ira me tirase de los cabellos. Estaba mareado y afiebrado, me sentía enfermo.

—Lo sé, escuché que el viejo está desesperado por recuperar su apoyo. —Si alguna utilidad tenía un cerdo como Marvin Crosby era su lengua floja—. Pero no muestran intenciones de ceder hasta que me expulsen.

—Nos expulsen. —Me corrigió Shorter—. Ellos no quieren a ninguno de nosotros acá, Ash. Somos una cajita feliz, un combo. —Que su atención se posase sobre Eiji me heló la sangre. La garganta se me cerró, las cadenas me paralizaron. Le quedaba tan poco para terminar su carrera, mi amante era una persona brillante y apasionada, sería injusto que su esfuerzo se perdiese por un desliz.

Mi desliz.

—Yo ya no puedo hacer nada más. —Yut-Lung extendió sus brazos en el aire—. Finalmente me sacaron de mi casa así que... —La vergüenza le destruyó el orgullo. Que extraño fue vislumbrar esa clase de sumisión en una serpiente.

—Se está quedando conmigo. —El brazo del moreno lo rodeó—. Yo puedo cuidar de él. —La humillación fue escarlata frente el gélido del veneno.

—¿Crees que necesito protección? Puedo pelear. —Aunque reclamó se dejó acunar, sus hombros se relajaron bajo el arrullo de la salvación, su atención regresó a la decadencia del escenario—. Pero lo que dijo Eiji es verdad, mientras más tiempo pase y más profundas se hagan las diferencias, más peligroso esto se pondrá. —Tuve un presentimiento de mierda al mirar las armas blancas sobre la mesa. Estaba acostumbrado a ser el centro de la ignorancia y del dolor.

—Hablaré con el viejo. —Pero él no.

Lo primero que recibí cuando entré a su oficina fue una cachetada. La desesperación se incrustó en arrugas y venas en el rostro de Dino, lucía mal. Que irónico era ver eso en un proxeneta. Escupí sangre antes de volverme a levantar. La elegancia se le esfumó junto a los estribos. Que destructivo era el miedo, adoptar ese nauseabundo apellido me hizo olvidar que él también era un humano patético. Como si él pudiese comprar la verdad una pila de periódicos se encontraba acumulada sobre su escritorio, convertirse en el foco de tan escandalosas acusaciones lo había desestabilizado, al menos algo bueno había salido de esto. Se estaba hundiendo conmigo.

—Te pedí que no llamaras la atención y no me has dado más que problemas estas semanas. —La saña en sus palabras me heló la columna vertebral—. ¿Tanto quieres que te expulsen? —La pila de diarios cayó al piso, como si mis pies fuesen plomo me arrastraron hacia el fondo de la desesperanza. Eiji. Era su fotografía la que se encontraba impresa al lado de la mía. No pude respirar.

—Nunca te pedí que me dieras tu apellido. —No pasó el oxígeno suficiente en mi cabeza para que me pudiese concentrar en la miseria. Que carnaval de óxido más desagradable—. No actúes como si fuera mi culpa ahora. —Otra bofetada me mareó. Mierda, me toqué el labio al ver más sangre sobre la alfombra, me lo rompí otra vez. Él se preocuparía.

—¿Sabes lo difícil que ha sido cuidarte la espalda para que no te saquen? —Los pliegues de vejez incrustados a su voz tosieron veneno—. Mantén el perfil bajo hasta que pueda llegar a un acuerdo con la familia de ese mocoso. —Mi risa lo fastidió. Irónico, ahora yo era el villano.

—Ellos son los que nos están atacando, nosotros solo nos defendemos. —Oh, pero como el mundo y la verdad se le vendían a los poderosos nadie nos creía. El desdén con el que me miró fue digno de un padre, que asquerosa imagen, aroma a droga y negligencia, mi favorito.

—Deberías pensar en tu novio. —La ferocidad con la que hirvieron mis venas fue animal—. Le queda solo un semestre de carrera ¿verdad?

—Ibe no te permitiría hacer eso. —Su asesor de tesis era un hombre cariñoso y paternal, él me lo había dicho en varias ocasiones, podía cuidarlo—. Además, crearías más rumores indeseados si lo sacas de la facultad. —La estridencia de su carcajada me llenó la garganta de espinas.

—¿De verdad quieres probarme, hijo? —El temblar en mis cejas fue maniático y compulsivo—. Él estudia con crédito. —¿Esto era todo lo que podía hacer? El cuerpo me pesó—. ¿Cómo pretende pagarlo si ni siquiera egresa? Eso le arruinaría la vida. ¿Cómo entrará a otra universidad con esa clase de reputación? —Toda una puta historia soportando que los poderosos me escupiesen y pasasen a mi lado como si fuese una basura. Porque así era la realidad, tan injusta como cruda.

—No te atreverías a hacer algo tan estúpido si ya tienes a los medios en la mira.

—¿Quieres probarme, sweetheart? —El cariño con que me revolvió los cabellos fue macabro—. Tus amigos también parecen ilusionados con el lugar que les di acá. —¿De qué servía eso si nos trataban como marginados? La impotencia fue tan destructiva como inútil.

—¿Entonces solo debemos seguir soportando? —Así vivían ellos. Era injusto, tan injusto que podría morir de la ira y a nadie le importaría—. ¿Permitir que la pandilla de Lao nos aplaste?

—Algún día tomarás el control de mis negocios. —Contuve con fuerza una arcada—. Espero que no tengas cabos sueltos para ese entonces, te protegeré lo mejor que pueda, hijo.

—No puedo hacer las paces si Lao no quiere hablar conmigo.

—Entonces, prepárate para las consecuencias.

Fue un infierno. La lucha contra la pandilla de Lao pasó a un conflicto mayor al igual que la agresión, mis chicos no se encontraban listos, no es cuestión de poder, esto era maldad, del deleite de aplastar al más débil porque podían y ya, buscando a quien pisar, incluso los débiles buscaban a alguien más débil que ellos para herirlos, fue escalofriante. Shorter tenía razón, empezaron destrozando el bar, luego trataron de quitarnos el centro y ahora parecían haber cambiado su estrategia, no fuimos rival para las ventajas que compra el dinero, no quedó nada, no éramos nada en realidad.

Él. Con quien construía castillos sobre nubes y surcaban sueños en el amanecer no llegó al dormitorio.

Las doce de la noche. Él, quien solo había salido con Yut-Lung y Shorter a comprar ropa deportiva.

La una de la madrugada. Él, por quien estaba apretando el celular mientras contenía el llanto contra la cama.

Las dos. Él, a quien había salido a buscar por todo el campus sin encontrarlo.

Las tres. Él, por quien suplicaba a un Dios muerto para que llegara.

Las cuatro. Él, que por favor estuviese a salvo.

Las cinco. Él, que no me lo quitaran.

Las seis. Eiji...

Las siete de la mañana y él llegó.

Su ropa se encontraba repleta de tierra y sangre seca, un horrible moretón se pintó sobre su párpado derecho, aquellos resplandecientes e ingenuos ojos se quebraron bajo las garras del horror, él se desmoronó apenas entró. Sus lágrimas se impregnaron como ácido sobre mi piel, aquellas brillantes y hermosas alas temblaron marchitas y heridas en el silencio de la realidad, la fuerza con la que él se aferró a mi espalda me hundió, la pena no lo dejó hilar palabras por culpa del hipeo, su cabello olía a cerveza y pólvora, me miré el pecho cuando él se levantó, se había humedecido por culpa del llanto, un denso río escarlata empezó a gotear de mi interior. Cuando vi que uno de sus pedazos me había apuñalado, supe que él me había rotó el corazón.

—Fue muy rápido. —Con cada trepidar él se hizo más pequeño, sus pétalos se rompieron por el filo de mis espinas—. Estábamos regresando cuando nos emboscaron. —Su tartamudear fue violento, él no me estaba mirando a mí, él no estaba mirando nada.

—Eiji...

—Nos golpearon muy fuerte. —Cuando mis yemas acariciaron la herida bajo su labio él me apartó. Yo estaba acostumbrado a esta clase de cosas—. Tenía miedo de que me lesionaran el tobillo, traté de protegerme. —Pero él no—. Estoy muy asustado, Ash.

—Lo lamento. —La impotencia me azotó el pecho, traté de contener el escurrir de mis pedazos, sin embargo, era demasiado tarde. Ya lo había manchado—. Lamento que hayas pasado por eso.

—Quiero irme de aquí. —El terror en su rostro me quebró el alma—. No quiero estar en este lugar, no me siento seguro. —Eiji Okumura era una persona brillante y apasionada, él no corría, él extendía sus alas para surcar lo imposible y desafiar la eternidad. Ahora estaba en una jaula.

—Bien. —Una donde yo lo había encerrado. Él dejó que su cabeza cayese contra mi pecho, mis manos se aferraron a él sin que la realidad tuviese sentido. No hubo luz en la habitación—. Lo lamento. —No hubo final feliz para el sombrerero.

—No fue tu culpa, no puedes controlar las acciones de las demás personas. —Mi culpa, salvarme lo condenó—. No sé qué pasa por la mente de Lao. —Si él saliera con una persona normal no tendría que vivir aterrado—. No quiero creerlo. —Si aún siguiera con Sing habría terminado esa tesis. Pero no. Él tomó la terrible decisión de amarme.

—Lo sé. —Ya no sabía cómo parar. Apreté mis párpados con fuerza, él se rompería entre mis brazos, las espinas no debían estar cerca de los girasoles—. Perdón. —Lo odiaba. Me enfermaba aquel decadente egoísmo por el que me veía poseído, si lo amaba tanto debería dejarlo ir, pero no podía. Quería un futuro con él, ¡no! No debía.

—Ash... —Estar enamorado era cruel—. No quiero hablar. —Su tobillo parecía hinchado. Mierda. Lo acuné contra mi pecho para que no me viese llorar. Haría lo que fuera por él.

—Lo entiendo. —Todo menos dejarlo. Patético.

Él. Quien me hizo entender que para arrancarme las espinas tenía que perderlo todo.

A pesar de las advertencias de Dino decidí encarar a Lao. La simple idea era tan estúpida como imprudente. Que él me citase en las canchas de deportes en medio de la noche era una trampa, lo sabía, probablemente el resto de sus matones me estarían esperando igual que una manada hambrienta, no obstante, ¿qué otra opción tenía? Lo único que pude hacer fue despedirme de Eiji con un beso silencioso para salir del dormitorio como lo que era: un cobarde.

No pude evitar sonreír ante lo melancólico del escenario, fue una noche como esta, detrás de uno de esos mugrientos contenedores cuando él me encontró, ese salto hacia la libertad jamás lo pude olvidar. Metí las manos en los bolsillos de mi chaqueta antes de acelerar mi paso, necesitaba hacer esto. Decenas de hombres me estaban esperando frente a las bodegas de deportes, el agonizante tiritar de los postes de luz, la neblina de las tres de la mañana y las latas de cerveza repartidas en el piso le dieron un toque escalofriante a la escena. Su pandilla era intimidante, debía admitirlo, joder, que mala idea había sido ir desarmado. Lao era el centro de la multitud, estaba apoyado contra un oxidado tubo de metal. Cuando nuestras miradas chocaron la matanza empezó.

—No esperaba que realmente vinieras. —No pude distinguir los rostros de los demás involucrados, la iluminación era miserable y no habían estrellas—. Pensé que te seguirías escondiendo detrás de tu pandilla. —El ceño me calcinó cuando escuché eso. Hipócrita.

—Eres tú quien nos atacó por la espalda. —Sus pasos fueron imponentes bajo la lumbrera, lo estático del ambiente me asfixió en un espasmo—. ¿Qué es lo que quieres de mí? —Él se detuvo para mirarme. Aquel rincón de la facultad era decadente y solitario, nadie nos escucharía.

—Que pagues el precio, no solo me arruinaste la vida a mí... —Sus dientes me crujieron hasta en las orejas, no pude retroceder al haber sido rodeado por sus acompañantes—. También te metiste con Sing.

—Ni siquiera te agradaba Eiji.

—Es verdad. —Entrecerré los ojos para seguir su silueta, él era un animal en busca de su presa—. Pero de alguna manera hacía feliz a Sing. —Metal retumbó contra el pavimento, me habían arrojado una navaja a los pies—. Ahora mi hermano es miserable porque tú se lo quitaste. —La saña en sus palabras me revolvió las entrañas—. Levántalo.

—¿Quieres resolver esto con una pelea de navajas?

—Lo hago. —Que ironía más enfermiza, él extendió sus brazos para recibir los aplausos del público—. Los sacaremos a ti y a tu pandilla de acá. —Los alaridos a nuestro alrededor fueron intensos y coléricos—. Quiero que pagues y luego desaparezcas. —Él extendió su cuchilla contra mi cuello—. ¿Alguna queja? —El borde estaba filoso y olía a mierda.

—¿Hará alguna diferencia que la tenga? —Su sonrisa me desgarró la garganta.

—No en realidad. —Ambas cuchillas retumbaron en la noche.

Cada vez que Lao intentó golpearme la cara lo frené, había algo diferente entre las dos cuchillas, la mía se sentía ligera y pequeña en comparación, pude vislumbrar su aliento cada vez que arremetió en mi contra, los gritos a nuestro alrededor fueron rabiosos, hasta la luna se escondió para que peleáramos a ciegas. Un alarido escapó de lo más profundo de su garganta cuando le pegué en la sien, el roce de mis zapatillas contra el pavimento cortó el suspenso junto al sudor, la adrenalina me quemó las venas, él sangró.

—¿No tendrás compasión por alguien a quien tú mismo heriste? —Él giró su arma blanca sin dejar de retroceder.

—Tú pediste una pelea justa.

—Nunca dije que fuera justa. —Él hundió su pie sobre mi vientre con una impresionante violencia, ácido me subió hacia la tráquea antes de que chocara contra el contenedor—. ¡Muere!

No le di la oportunidad de atacarme. Jalé su antebrazo contra la bodega para poder patearlo en la cara, su mandíbula crujió antes de que la sangre comenzara a brotar de su boca, la ira se le marcó con venas en la frente. Con el codo le golpeé la nariz una vez me levanté. El retumbar y los abucheos en la tribuna me helaron la sangre.

—¡Lao! —Alguien le arrojó otro cuchillo para que pudiese luchar con ventaja—. ¡Acabalo!

Los huesos me crujieron cuando me intentó apuñalar por la espalda, el chirrido de las navajas fue feroz. Una, dos, tres, veinte veces, tenía las manos rojas y moreteadas, la adrenalina en mis venas me ayudó a apaciguar el dolor de lo que me lanzaban, pero era una maldita pelea justa ¿no? Tropecé con una botella esparcida a mis pies, la caída fue violenta y ruidosa, Lao apoyó su navaja contra mi garganta antes de someterme con su peso, la aspereza y el filo del metal me hirieron el cuello ¿tenía vidrio roto incrustado o solo era muy vieja?

—De verdad has sido una maldita molestia. —La oscuridad atrapada en sus ojos fue más grande que la noche, las orejas me palpitaron contra el pavimento. Solo ahí entendí que seguramente me había roto algún hueso—. Tú y tu querido padre son la misma clase de basura. —Escupirle en la cara lo hizo enfadar más. Con un puñetazo me rompió la nariz.

—¡Ya termina con él, pueden atraparnos! —La presión de la cuchilla me cortó el oxígeno, moriría acá. Estaba mareado.

—Puedo soportar que te hayas metido conmigo y me hayas arruinado la carrera. —La presión de su rodilla sobre mi vientre me dejó sin aire—. Pero te metiste con Sing. —Un espeso hilo de sangre y saliva le goteó cuando sonrió—. Ese insoportable pertiguista era lo único que lo hacía feliz y tú se lo quitaste. —Alguien inmovilizó mis brazos con su pie para que no pudiese seguir luchando.

—Eiji no era feliz así. —Cada uno de mis latidos fue una toma lenta, el aroma a mugre me llenó los pulmones, el sudor me había empapado la piel.

—¿Acaso me importa? —El filo en su sonrisa fue desquiciado—. Está bien, cuando desaparezcas Eiji volverá a él, ellos siempre vuelven. —La navaja me presionó la tráquea, sacando un hilo escarlata.

—Oye Lao, solo queríamos intimidarlo. —Pero él no escuchó—. ¿Estás hablando en serio? —Cuando la presión sobre mis muñecas vaciló liberé mis brazos.

—Mierda. —Logré detener el filo contra mi pecho, la boca me supo a sangre y polvo—. ¿Qué están esperando? Vuelvan a inmovilizarlo.

—No sabíamos que llegarías tan lejos con esto, es el hijo de Golzine.

—¿Quieren su pago? No se hagan los inocentes ahora. —La hoja afilada contra mi cuello me impidió ir más lejos—. Además... —Su atención regresó a la desgracia—. Fue idea de ellos meterse con tu novio. —La cabeza me martilló hacia la irrealidad—. Fue triste considerando que nos conocemos, pero ver a Eiji llamarte mientras le daban su merecido me rompió el corazón. —Poco me importó peligrar, estaba furioso, el filo me rompió las cuerdas.

—Hijo de puta. —Eso lo hizo carcajear.

—Necesitará de alguien que lo consuele cuando esto termine. —Mis orejas ardieron, la garganta se me cerró, aire, no había nada de oxígeno, las manos me temblaron contra la navaja—. Suerte que tiene a Sing. —Alguien me pateó la cabeza. Cuando mi nuca rebotó contra el pavimento fue el fin.

No entendí lo que pasó hasta que vi el horror de los presentes y sentí algo pegajoso debajo de mí, fue una sensación dolorosamente irreal y visceral, me toqué cerca de las costillas para encontrar sangre, el maldito me había apuñalado.

Me apuñaló.

De verdad me apuñaló.

—¡Lao! ¡Vámonos! Está malherido, no sobrevivirá. —Como el cobarde que era me pateó en el vientre una última vez.

—No debiste bajar la guardia.

Me retorcí al frente del contenedor, vidrio quebrado se encontraba a mi alrededor, me apreté el estómago, si me ardía tanto moverme debía tener algún pedazo debajo de la piel. Me arrastré por el suelo para poderme apoyar contra la bodega, la cabeza no me estaba funcionando bien. La escena era un desastre, las piernas me temblaron cuando traté de caminar, aún estaba oscuro, no había nadie despierto a esta hora en la facultad. Joder, observé la biblioteca de la universidad cerca, quizás alguien se encontraría ahí, pero estaba cansado, mareado y había dejado un camino rojo de tres metros pintado en la acera. Eiji se preocuparía si regresaba así. Un teléfono. Un guardia. Alguien. Me hubiese gustado verlo otra vez. Ja. Lo último que supe fue que mi cabeza volvió a golpear el piso.

Él. Quien me mostró que tocar fondo no era el final.

¿Cuánto tiempo estuve inconsciente? No lo sé, sin embargo, los párpados me dolían de lo hinchados que estaban tras despertar. El tedioso pitido de un electrocardiograma fue lo primero que escuché al salir de mi trance, las extremidades me pesaron como plomo sobre la camilla, al tirar de mis manos entendí que estaba conectado a algunos sueros, una bolsa de sangre se encontraba colgada al frente mío. Estaba en un hospital. Un peso extra a mis pies me incomodó. La sorpresa deformó mis facciones tras incorporarme a la realidad.

—Sing... —Él era la última persona que estaba esperando, el aludido se frotó los párpados antes de que el horror lo consumiera—. ¿Qué estás haciendo aquí? —El rencor en mis palabras fue venenoso y evidente. Él se levantó de la silla para acercarse.

—Lo siento. —La aflicción fue sincera—. De verdad lo siento. —Sus manos se convirtieron en puños sobre sus muslos, la humillación se le desbordó en la insuficiencia—. No sabía que Lao llegaría tan lejos. —Él lucía cansado.

—¿Dónde está Eiji?

—Yue lo llevó a comer algo, no se ha despegado de tu lado desde que te internaron. —Al frotarme la frente descubrí una venda debajo de mi flequillo. Los músculos me dolían un infierno y mi cabeza era una maraña de pedazos.

—¿Cuánto tiempo he estado aquí? —Al moverme las costillas me punzaron. Cierto, la puñalada.

—Días, cuando te encontré habías perdido mucha sangre. —El aroma a antiséptico fue moribundo, dejé que mis palmas cayesen sobre mi regazo.

—¿Tú me encontraste? —Qué extraño era vislumbrar arrepentimiento en Sing, la tensión fue agria en la habitación. Tan patética como gris.

—Sabía que Lao estaba actuando raro, pero jamás me imaginé que haría algo así. —La vergüenza le bajó la cabeza—. Lo lamento. —Aquellas disculpas fueron frías y vacías. No arreglaron nada—. Tenías razón sobre mi hermano, él se lesionó porque se involucró con un cliente peligroso, no en una pelea contigo, esas cosas que se rumoreaban sobre ti hablaban de él pero yo no lo sabía. —Reí, qué ironía más asquerosa.

Igual que un bravucón de closet molestando a un maricón.

—Por eso Dino está tan desesperado. —Lao era igual, un traficante de noche y ejemplo universitario de día—. Solo quería a un chivo expiatorio. —El débil que buscó a alguien más débil para pisar. Negué antes de enfocar mi atención en la ventana. Que mal chiste.

—Mi madre tampoco lo sabía, nosotros... —No supo cómo terminar esa oración—. Eiji está bien. —La nostalgia con la que él musitó aquello me llenó de satisfacción. Yo no odiaba a Sing, aun así, era dichoso verlo así. Él aún llevaba su anillo en su mano.

—¿Lo puedes llamar? —Qué luto más patológico—. Quiero verlo. —No hizo falta.

—¡Ash!

La realidad se paralizó para que me enfocara en esos ojos, grandes, ingenuos y dulces, tan hermoso. Ni las ojeras clavadas a la noche, ni la danza entre la frustración y la preocupación, ni todos los pensamientos estúpidos que tuve importaron entre sus brazos. Eiji me arrulló como solo Eiji sabía hacerlo: a ojos cerrados y con los brazos abiertos. Rodeé su cintura para hundirme contra su vientre, joder, que bien se sentía esto. La boca me tembló, el alma se me comprimió, la herida me punzó, estaba demasiado cansado para seguirme atormentando. Al final fue una mierda. Personas con poder podían comprar la verdad, era mucho más fácil condenar al débil para salvarse, ¿no?

No más.

—Sing... —Yut-Lung fue quien lo llamó—. Deberíamos darles privacidad. —Me restregué contra mi amante de manera mimosa, su aroma fue embriagador, su ternura devastadora.

—Tienes razón. —Con un suspiro la puerta se cerró.

—¡¿Tienes idea de lo preocupado que estaba?! —El trepidar en su voz fue destructivo y despiadado. Él había estado llorando—. ¡¿Por qué no me dijiste que irías a cometer semejante estupidez?! —Aunque me gritó también me acunó bajo sus alas.

—¿Me hubieras dejado ir? —Me despegué de su pecho.

—Nunca. —Él se sentó sobre la camilla, nuestras manos se buscaron como si fuesen polos opuestos del mismo imán, lo fugaz dejó de correr para darnos un respiro.

—Por eso. —Acunar su rostro fue doloroso—. Necesitaba hacer algo, ellos cruzaron la línea cuando se metieron contigo. —Que su entrecejo se arqueara me resultó lindo. El electrocardiograma no fue tan estruendoso como su corazón, debió estar realmente preocupado.

—Ir a la biblioteca no fue la mejor idea, Sing por poco no te encuentra a tiempo. —La frustración en sus palabras no logró disimular la pena—. ¿Dónde quedaron tus 200 puntos de IQ? —La pena no opacó el cariño. Relajé mis hombros, ya no estaba adolorido porque había llegado él. Eiji era así. Una presencia sanadora.

—Lo siento. —La pieza que me completaba y por quien quería ser mejor para completarlo a él—. ¿Tú te sientes mejor? —La indignación de su bufido me enterneció.

—Se han sabido muchas cosas desde que Sing habló con la prensa. —Los rayos del alba barrieron el sueño en sus pestañas—. Al parecer Lao estaba involucrado con Dino Golzine en algunos negocios ilegales. —Las piezas terminaron de encajar—. Por eso él se empeñó tanto en echarte la culpa, así desvió las sospechas de él. —Qué mundo más podrido.

—Me echaron de la universidad, ¿no es así? —Qué vida más miserable. Su sonrisa me llenó el estómago de aleteos y sol. El tenue bamboleo de las cortinas se llevó el invierno.

—Sí. —Los seres humanos podían ser graciosos. Admiraban las rosas pero le temían a sus espinas—. A todos los de la pandilla en realidad. —Pensaban en espinas, no obstante, olvidaban que estas también se encontraban incrustadas a la libertad.

—¿Tú sigues en la carrera? —Le temían a tocar fondo cuando era necesaria la miseria. La timidez con la que él asintió fue agridulce. A veces era imprescindible quedarse en el piso para sentirse una basura y compadecerse.

—Yue y yo estamos bien. —Porque cuando se tocaba fondo solo había una dirección a donde mirar.

—Me alegra que sea así. —Así que me arranqué esas cadenas—. Siempre odié esta universidad de mierda. —Porque no era igual a Dino me haría más fuerte y le quitaría su reinado—. Por fin puedo buscar algo que me agrade. —Aunque lo odiase, su apellido sería la llave que me abriría las puertas para convertirme en su competencia. Era un mundo de contactos e imágenes. Me las arreglaría.

—Ash... —No lo dejé terminar.

—Aun si no puedo entrar a la universidad no es el fin del mundo, mis hombres son habilidosos y podemos ingeniar algo para sobrevivir. —La suavidad en su mirada me robó la cordura—. Si quiere que me convierta en su heredero seré su competencia. —Sus yemas delinearon los bordes de mi juventud—. Nunca me ha molestado ir por el camino difícil.

—Ya no te escuchas tan atormentado por tu apellido, aunque legalmente no ha cambiado, te veías muy desolado con la adopción. —Los monstruos existían porque yo los había hecho reales.

—Me atormenté lo suficiente. —Y yo ya no era un niño para seguir creyendo en cuentos—. Va a ser difícil tener que cargar con todo esto, pero... —Él negó antes de que pudiese seguir hablando.

—Me quedaré a tu lado sin importar lo que venga. —Que fácil era para Eiji jugar con las cerraduras de mi corazón, él les daba vueltas para ponerlas al revés—. Supongo que no podemos estar peor. —Dos estudiantes a media carrera, en quiebra y con lesiones sin pagar, el sueño americano—. Pero me siento feliz de que sea así.

—Pensé que esto te estresaría.

—También pensé que lo haría. —Sus dedos juguetearon con los míos, la camilla crujió en la torpeza de la cercanía—. Supongo que dejé de tener miedo a la incertidumbre cuando apareciste tú, Ash. —Aquella confesión fue más valiosa que cualquier anillo que le pudiese comprar—. Puedo enfrentar lo que sea mientras sea contigo. —Las mejillas me cosquillearon con unos nervios infantiles. Tonto ¿no?

—Siempre podemos comprar nuestra propia camioneta. —Me sentía mucho más valiente cuando se trataba de él, la electricidad se enlazó a la luz para cambiar algo.

—De todas maneras no creo que el tema se quede así, hace poco llegó un periodista a la universidad bastante interesado en revelar la verdad sobre Golzine y Lao. —Sus labios se fruncieron mientras él desempolvaba sus cajas mentales—. Max Lobo dijo que se llamaba, quizás nos podría ayudar a resolver esto. —Que conservase su ingenuidad era una de las muchas cosas que amaba de él.

—¿Luego de todo esto sigues creyendo en la bondad humana? —Su encoger de hombros fue relajado y delicado, que impropio—. Supongo que no tenemos nada que perder. —Era verdad, no lo teníamos.

—Debería ir a llamar al doctor para que te revise. —Eso era lo maravilloso de esto, por primera vez sentía que podía hacer lo que quería. Mi mano sobre la suya detuvo el reloj del cocodrilo.

—Luego. —Dejé que mi cabeza cayese sobre su regazo—. Ahora me quiero quedar un rato más así. —La estridencia de nuestros latidos alumbró lo fatídico del destino.

—¿Quieres que te mime luego del susto que me diste? No creas que te he perdonado por hacer algo tan arriesgado. —La ternura de sus caricias sanó las cicatrices de la reminiscencia.

—Es justo lo que quiero, onii-chan. —Su calidez me atravesó el cuerpo entero.

—Tienes suerte de que sea una persona comprensiva. —Me di vueltas para mirarlo, que sus orejas se tiñesen de escarlata fue lindo—. Tienes suerte de que esté tan enamorado. —Tal vez a esto se refirió Alicia en el país de las maravillas cuando su viaje terminó. Era lo mismo pero era diferente.

—Eiji. —Éramos tiempo, pero dejamos de comprarlo—. Cuando pueda espero que aceptes el anillo que te daré. —Éramos promesas vacías, no obstante, creímos en estas. Lo efímero de su expresión fue la envidia de lo eterno.

—Bien. —La tentación a ser libre fue más estridente que cualquier realidad—. Estaré esperando ese día con ansias.

Él. Quien me hizo entender que tocar fondo no era el final.

Era el inicio.

¡Qué extraño es todo hoy! Y ayer sucedía todo como siempre...

Aun nos queda el epilogo que se sube la otra semana, pero este es el final. Muchas gracias a todas las personas que se tomaron el cariño para leer, votar o comentar, de verdad, me quedo corta de palabras para explicar lo mucho que realmente significan, mil gracias. Sé que se tocaron y tuvimos varios momentos de estres por acá, pero sobrevivimos, literalmente, en el epilogo dejaré mejor mi lloriqueo, este fue mi segundo fic para el fandom, le tengo mucha estima.

¡Nos vemos pronto!

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