Capítulo 2.
¡Hola mis bonitos lectores! Recuerdo que este capítulo me sacó mucha rabia porque lo escribí dos veces y no se guardó, irónicamente esta vez me gustó mucho más, quedó ligero y con mis ahora toques de humor estúpidos de siempre. ¿Cómo mis primeros lectores no me abandonaron con tanta falta de ortografía? No lo sé, pero merecen un premio. Muchas gracias por leer.
¡Espero que les guste!
Sabía quién era esta mañana.
Mis huesos tronaron cuando me estiré sobre el escritorio, mis piernas se encontraban adormecidas contra la silla, mis manos acalambradas, había una montaña de libros junto a un Word en blanco. Me cubrí el rostro, completamente frustrado. Morir para intentar. Vivir pero al menos tratar. No podía hacer ninguna, las había perdido ambas. Era un fracaso por culpa de una maldita tesis, mi destino se redujo a un caos descolorido. Tenía el teléfono atiborrado con mensajes, sin embargo, ganas de hablar eran las que me faltaban. Estaba atrapado en el infierno dentro de mi cabeza. Miré la cama de Ash, helada y vacía, él se esfumó apenas marcaron las doce campanillas, no había podido estudiar bien al estar preocupado, no obstante, éramos extraños. No me importaba en realidad. Mi celular volvió a resonar, mi mejilla se hallaba congelada encima de los manuscritos, moverse era difícil.
—¿Hola? —Un suspiro de alivio retumbó del otro lado de la línea.
—Estaba preocupado. —Las palabras de mi novio tuvieron un sabor salado—. Como no respondiste ninguno de mis mensajes... —Mis ánimos eran inexistentes. Era una mañana cálida e intensa. Se me había escapado entre las manos.
—Perdón, me quedé dormido rápido. —Pero las bolsas debajo de mis ojos delataban las tazas de insomnio—. No los alcance a ver. —De mentiras el amor se moría. Él no las merecía, no obstante, yo no las dejaba.
—No importa, lo entiendo. —Nadie lo hacía—. ¿Podemos salir esta tarde? —Aún me quedaban libros por leer, páginas por escribir e intentos por fracasar, tenía miles de cosas que hacer antes de poderlo ver. Porque tiempo...
—Estoy algo ocupado, me están presionando con la tesis. —Tiempo era lo que jamás tenía. Un alarido de desaliento fue lo que me devolvió, él me estaba pidiendo una cosa, una sola cosa a cambio de aquel desmesurado amor—. Pero si son pocas horas nos podríamos ver en la tarde. —¿Con qué cara se la negaría? No podía.
—¿En serio? —Él fue tan feliz con aquellas palabras—. No te sientas obligado pero te extraño. —Unas que me fueron robadas a la fuerza.
—Sí. —Yo era su pareja, mi trabajo era cuidarlo, él estaba inseguro—. Podemos ir a tomar un café, de esos que te gustan. —Él estaba solo, había abandonado la universidad. Él necesitaba estabilidad. Y yo...
—¡Es una cita entonces! —Tenía un anillo en el dedo—. Te compraré algo delicioso para comer. —Lo miré, era brillante y bonito, era simple y ligero, como nuestra relación.
—Es una cita. —Era una cadena. Yo no era material para tener pareja. No tenía tiempo ni estabilidad emocional, era denso y complicado, era un caos, no obstante, él insistía en mantenerme a su lado. Y era tan egoísta que llamarlo amor sería blasfemar, sin embargo, lo hacía.
—Eiji... —Mi nombre fue estática sobre mi oreja, dejé que el aire me fuese arrebatado—. Te extraño. —Y en dos palabras él me entregó sus sentimientos—. Ojalá la mañana se acabe rápido, muero por besarte. —Fue tan triste no corresponderlos.
—Yo también lo espero. —Porque aunque lo amaba el estudio debía ser mi prioridad. Dentro de esta apretada agenda ya no quedaba lugar. Lo lamentaba. Sing Soo-Ling merecía a alguien mejor.
—Te amo. —Antes de que le pudiese responder la puerta se abrió, el lince de Nueva York se desplomó en su cama tras un débil tambaleo, su frente estaba empapada de sudor, su palidez me resultó violenta, su polera se hallaba ensangrentada—. ¿Amor? ¿Sigues ahí? —Aquella imagen quebró algo dentro de mi pecho. Tic tac. El tiempo se perdió.
—Te llamo luego. —Y fue tan fácil hacer esa elección. Corté el teléfono, tomando a aquel hombre entre mis brazos para acomodarlo contra el respaldo—. ¿Qué fue lo que te pasó? —Esa despreocupada sonrisa me fastidió, sus palmas se aferraron a mis hombros.
—Esos bastardos me atacaron por sorpresa. —Él contuvo un alarido entre sus dientes cuando se movió.
—Quítate la polera. —Ash se sonrojó hasta las orejas.
—Al menos deberías invitarme un trago antes de desnudarme, onii-chan. —El entrecejo me tembló, la vergüenza fue implacable.
—¿De dónde aprendiste esa palabra?
—De los mangas que tienes escondidos. —Inflé las mejillas, indignado—. No sabía que tenías esa clase de fetiches.
—Sino vas a cooperar te dejaré herido. —Él obedeció, enseñándome múltiples heridas. El colchón crujió cuando me volví a acomodar a su lado, era una suerte que tuviese escondido un botiquín de emergencias, con un algodón empapado de alcohol empecé a limpiarlo. Él tiritó.
—¡Duele! —Frené mis movimientos.
—Lo siento, ¿te duele? —La galantería se esfumó en un berrinche.
—Claro que sí. —Él se apartó—. No sé tú pero yo tengo un cuerpo muy delicado. —Mi agarre se tensó alrededor del algodón—. Duele mucho si lo haces sin cuidado. —¿Quién se creía este mocoso? Estaba dejando mi preciado estrés abandonado por ayudarlo y así me agradecía, deberían haberle herido la boca. Repasé sus moretones a golpes, él gritó.
—¡Lo siento! ¡Soy un japonés muy descuidado, así que no puedo hacerlo de otra forma! —Lo vendé con brutalidad—. Sino te hubieses metido en problemas no tendrías que soportar esto. —Suspiré aliviado al completar la curación, sus lesiones eran superficiales, cicatrizarían en un par de días.
—¿Estás triste porque me fui sin avisar? —Rodé los ojos—. ¿El pequeño Ei-chan me echó de menos? —Él se quejó cuando hice presión encima de su hombro.
—Tengo mejores cosas en que pensar. —Y las tenía, sin embargo, mi mente era una caja de pandora repleta de Ash Lynx. Guardé las gasas sobrantes dentro del botiquín—. Ahora deberías descansar. —Pero el terco no me escuchó.
—No puedo descansar. —Estábamos demasiado cerca, la estática chispeó dentro de la habitación—. Tengo que entregar un paquete. —Un intenso latido retumbó bajo las tablas, era delator.
—No en este estado. —Lo empujé hacia la cama para poder tomarle la temperatura con mi palma—. Estás ardiendo.
—Gracias, hago bastante ejercicio para mantenerme. —Ignorando mi indignación acomodé mi frente encima de la suya para asegurarme.
—No irás a ninguna parte así, necesitas ponerte trapos fríos y dormir. —Su expresión fue un poema—. Entregar esa cosa tendrá que esperar. —Un desagradable cosquilleo azotó mi columna vertebral, no había razón.
—Ellos cuentan conmigo. —Él se trató de levantar, no obstante, ya no le quedaban fuerzas—. No me subestimes, nunca he necesitado que alguien me cuide. —Me recordó a un animal salvaje herido. Y yo...Ni siquiera me debería de importar. ¡No! No lo hacía, para nada.
—Si sales en este estado, quien sea que te haya hecho eso puede hacerlo otra vez. —El problema era que sí me importaba—. Ash, no seas terco. —Él se mordió la boca, sus cejas trazaron aflicción, él cayó contra las sábanas, impotente.
—Pero soy su líder. —Hubo una presión dentro de mi pecho—. Ellos cuentan conmigo. —Me cerró el corazón.
—Yo puedo ir. —Fueron palabras impulsivas de las que me arrepentiría. Tenía miles de cosas que priorizar antes de involucrarme en los problemas de un desconocido. Tenía un conejo blanco que alcanzar y un fastidioso tic tac.
—¿Qué? —Sin embargo, era débil ante esos ojos verdes—. Creo que te escuché mal.
—Yo puedo dejar el paquete por ti. —Era tan débil ante Ash Lynx.
—¿Por qué harías algo así? —Me pesó la vida en esa expresión de niño abandonado—. ¿Qué quieres a cambio? —Él no parecía comprender las acciones desinteresadas, ni lucía familiarizado con lo que estaba tratando de hacer, eso me hirió—. ¿Escuchaste los rumores? No te daré una mamada, pensé que eras diferente.
—¡Claro que no! —Me levanté, sin querer procesar esa descorazonada mirada—. Lo haré porque soy un entrometido, no hay otra razón. —Musité esas palabras como si careciesen de significado—. Solo dime lo que tengo que hacer. —Pero lo tenían, aunque aún no lo conocía.
—Bien.
Ninguno de los dos lo hacía.
Él me pidió que entregase un bolso cerca de la universidad. Tenía el alma aletargada y la mente cansada, aunque la curiosidad me carcomía me abstuve de mirar. Salí de los dormitorios para adentrarme en donde nunca me debí involucrar. La mañana era agradable, los estudiantes parecían divertirse en las calles de la facultad. ¿Cómo se sentiría esa preciosa normalidad? Nunca lo sabría. Arrastrando mis viejas zapatillas por la miseria logré dar con mi destino. «Fish Bone» era un bar de mala muerte aislado, temblé, una gigantesca mesa de billar se hallaba rodeada por mesones oxidados, una sucia barra de madera yacía en la esquina bajo una llamativa televisión, el aroma a cerveza rancia me revolvió las entrañas, tragué duro, los clientes parecían matones de película, me aferré al bolso, dándome valor para ingresar.
—¡Hijo de puta! —Antes de poder reaccionar alguien se estrelló contra la mesa de pool, las patas de madera se quebraron—. ¡Arthur, desgraciado! ¡Sé que fuiste tú! —Un chico con un llamativo mohicano morado se le arrojó arriba para continuarlo golpeando. La adrenalina me quemó.
—¡Quítate de encima!
—¡¿Por qué no lo admites?! ¡Ya todos lo sabemos! —Él lo tomó del cuello antes de zarandearlo, el palo de billar se reventó bajo su nuca—. Fuiste tú quien le tendió una trampa a Ash. —Mis piernas me prohibieron huir tras escuchar su nombre. La mesa se terminó de quebrantar, un grupo de hombres de mal aspecto los rodearon.
—Que decepción verte ahora, hace un par de años no tenías quien te dominara. —Arthur le escupió en la cara—. Ahora pareces la puta de ese niño, Shorter. —La mandíbula del nombrado chirrió bajo la música, las venas en sus puños se hincharon.
—Es nuestro jefe, sabes lo que implica la traición. —Los gritos de la multitud se intensificaron—. Vamos a investigar esto, espero que no hayas sido tú. —El caos rompió como si fuese un tornado. Apreté el bolso contra mi vientre. ¿Qué rayos estaba haciendo en este lugar? Tenía que estudiar.
—Cree lo que quieras. —Con un empujón el rubio se lo quitó de encima para bajarse de la mesa—. De todas maneras eres una vergüenza para Chinatown, no hace la diferencia someterte a ese niño. —Sus pasos fueron imponentes, su barbilla se hallaba ensangrentada.
—¡Arthur! ¡No huyas! —El nombrado pasó a mi lado. Su mirada se clavó en mí, temblé, él carcajeó. Altanero.
—¿Qué tenemos aquí? —Él hundió sus dedos en mis mejillas, estaban pegajosos, presioné con fuerza mis párpados—. Un gato japonés. —No pude disimular mi desagrado ante la pestilencia del alcohol, él me tiró de la nuca para arrojarme hacia el suelo—. ¿A quién de ustedes se le perdió?
—Busco a Shorter Wong.
—¿A mí? —El chico del mohicano se paró al frente de la multitud—. No te conozco. —Contuve un alarido cuando Arthur aumentó la violencia del agarre.
—Vengo de parte de Ash Lynx. —Le extendí el bolso, a pesar de portar aquellos gruesos lentes de sol pude vislumbrar su sorpresa tras recibir el paquete.
—Suéltalo. —Pero él me jaló con más fuerza—. No me obligues a darte otra paliza. —Bastó aquella amenaza para que él obedeciera, mi cara aterrizó contra el piso del bar, estaba viscoso y apestaba a mugre.
—Esto no se termina aquí. —Pude escuchar al rubio salir del local, una mano me fue extendida para ayudarme, la acepté.
—Esa escena debió tomarte por sorpresa. —Con un tirón de brazo él me puso de pie—. ¿Por qué no me acompañas a beber una cerveza? —Tenía miles de cosas que hacer, responsabilidades que me pesaban al proclamarse cual prioridad—. Quiero conversar acerca de Ash. —Sin embargo, aquellos ojos verdes eran todo en lo que podía pensar.
—Ahora que lo mencionas, tengo sed. —Con una sonrisa satisfecha él me abrazó para llevarme hacia una mesa repleta de quienes habían conformado la multitud.
La estridencia de las jarras luego de un brindis, la espuma escurriendo hacia mi muñeca, perdí la tonada del bar al atragantarme con la cerveza, Shorter me sentó a su lado sin quitarme el brazo de encima, los demás sujetos clavaron su atención en mis restos de manera grosera, la tráquea se me cerró, el estómago se me pudrió con muerte, tomé un poco más, buscando valor al fondo del vaso. La mesa estaba sucia, habían cajas manchadas con grasa sobre el mantel, me removí ansioso contra la butaca. La única cosa que tenían esos hombres en común era una apariencia ruda que me reducía a burla. Los escuché reír.
—Entonces... —La voz entorpecida de Shorter retumbó sobre la música de Fish Bone—. ¿Eres el novio de Ash? —Me ahogué con aquella pregunta, el alcohol me escurrió desde la boca hacia el cuello. Apestaba.
—¡¿Y-Yo?! —Él tomó mi mano de manera acusatoria para poderla alzar.
—¡Hasta tiene un anillo! —Enrojecí hasta las orejas, el aire estaba tenso, el ambiente era pesado—. ¡Se van a casar!
—¡El jefe se robó a un conejito japonés! —Un chico con una trenza me apuntó—. Arthur dijo que era un gato pero es demasiado esponjoso para eso.
—¡Sí! ¡Además mueve la nariz como uno! —Los festejos aumentaron, me traté de hundir en mi suéter, sin embargo, Nori Nori no me salvó—. Es lindo, lo apruebo, ¡un brindis por los novios!
—Sabía que Ash estaba distraído, finalmente se consiguió a alguien. —El resto de la multitud gritó de manera triunfante antes de alzar las jarras para clamar por más—. Luces como un buen chico, mi mejor amigo tiene un gusto impecable. —Me derretí de pura vergüenza por culpa de esa imagen mental.
—No. —Me separé—. Solo soy su compañero de dormitorio. —Las burlas se intensificaron.
—Curioso que menciones eso. —Shorter dejó caer su mentón encima de su palma—. Ash tiene un apartamento gigantesco para él solo pero se fue a vivir a los dormitorios, no creo que lo haya hecho por un compañero.
—¡Es verdad! ¡La casa del jefe es enorme! —Los demás intercambiaron una mirada que me hizo desear desaparecer, piedad.
—No te avergüences, chico. —Me cubrí la cara con las palmas—. Detrás de esas garras afiladas él es un gatito necesitado de amor. —Intentando huir de mis propios sentimientos, negando algo que no se podía ocultar.
—¡Hablo en serio! —Mis piernas se crisparon contra el taburete—. Él llegó herido a nuestro dormitorio, por eso me ofrecí a venir en su lugar. —Shorter alzó aquellos viejos lentes de sol hacia su frente con incredulidad.
—Aun así, es sospechoso.
—Es cierto. —El chico de la trenza volvió a intervenir—. Cuando yo traté de hacerle un favor al jefe, me golpeó.
—A mí me amenazó con apuñalarme, incluso me dejó una cicatriz como advertencia. —Mis neuronas se fundieron para dejar de funcionar. Error.
—¿A-Apuñalarte? —Fue lo que balbuceé, sostuve con fuerza la jarra, tomando en un largo sorbo lo que quedaba de alcohol.
¿Quién diablos era el lince de Nueva York?
Ridículo, ¿verdad? No sabía absolutamente nada sobre Ash Lynx, no tenía motivo para sentirme herido, sin embargo, mi corazón sangró como si alguien lo estuviese estrujando entre sus manos. Me pesó el alma, el tiempo se me escurrió, pude vislumbrar la cola de mi conejo blanco antes de perderlo en su madriguera. Quizás aquellos rumores eran más que palabras sin sentido, tal vez él sí era el heredero de Dino Golzine, quizás era un playboy de mercancía sucia, no obstante. ¿Qué importaba? Nunca me interesó relacionarme con nadie. Contuve una arcada. Era un desastre, ebrio no podría estudiar, mierda, estaba enfermo, fue a primera vista esta enfermedad. Shorter me acarició la espalda de manera paternal, me apreté la frente, reprimiendo un repulsivo burbujeo en mi garganta, estaba mareado. Esos ojos verdes.
Esos malditos ojos verdes.
—Te ves fatal. —Me sostuve la cabeza, una insoportable presión martilló dentro de esta.
—¿Son pandilleros? —Las luces se centraron en Shorter Wong, la sonrisa que me entregó fue una oda para la dulzura.
—Puedes ponerlo de esa manera. —Su mano todavía se encontraba sobre mi espalda—. Somos perros callejeros que no tenían a donde ir. —Había empezado a sudar.
—¿Es una forma más suave de llamar a una pandilla? —Él asintió, hacía un calor infernal dentro de aquel bar.
—Antes de conocerlo éramos un desastre. —La ansiedad ahondó en mis venas—. Él es un líder natural, fue fácil ponernos bajo su cuidado, él nos acogió aunque no pudiésemos pagar la matrícula de la universidad, nos deja asistir a clases. —Sus dedos golpearon la mesa de manera rítmica. Tic tac—. Pero nos odian acá.
—Es verdad, nos tratan como basura.
—Puedes vernos como una familia disfuncional que se reunió gracias a tu novio. —Aquel desagradable sabor pereció tras contemplar la expresión de los demás.
—Tiene un carácter de mierda, pero nos ha ayudado bastante. —Los otros chicos apoyaron a Bones—. Lo queremos.
—¿Tienes miedo de que tu novio esté metido en algo peligroso? —Observé el bolso encima de mi regazo—. ¿Quieres mirar en su interior? —Mi atención regresó a la realidad, mi reflejo en esos lentes fue patético y temeroso.
—No. —Era gris y no era digno de ser narrado—. Cuando él se sienta listo para contarme lo escucharé, no quiero enterarme de esta manera. —Y quizás aquello era algo que debía cambiar. Hipócrita. No conocía el significado de aquella palabra.
—La pareja del jefe me gusta. —Ellos pidieron más cervezas—. ¿Cómo te llamas? —No tardaron en traer más jarras, la peste fue insoportable, el sabor amargo, aun así.
—Eiji Okumura. —Me lo tragué. Tenía miles de cosas más importantes que hacer.
—¡Salud por Eiji Okumura! ¡El amante del lince! —No obstante, aquella tarde preferí la compañía de estos pandilleros—. Si eres bueno te podríamos reclutar. —Unos desconocidos, mayores y peligrosos.
—¡Salud! —Nada importó.
¿Cuántas canciones pasaron por la radio? No las pude contar. Balbuceé idioteces con la pandilla hasta que la noche nos reclamó, mi cuerpo se sentía caliente y mi mente era cosquillas. Reí más de lo que había reído durante los últimos años. Esa tarde aprendí muchas historias acerca del imponente lince de Nueva York, desde su miedo a las calabazas hasta sus habilidades con las armas. Era impresionante que existiese una dualidad tan violenta, el niño olvidado o el homicida descorazonado. ¿Cuál de los dos era? El lugar apestaba a cigarrillos, mi polera había quedado empapada de cerveza rancia, mi estómago era un caos, el ambiente realmente malo, sin embargo, lo disfruté, como hace mucho no lo hacía. Bones me regaló un consejo para la resaca, sabía que mañana estaría arrepentido con el doble de trabajo, pero no importaba. Nada lo hacía. Hubo un brindis por Eiji Okumura. Otra vez retumbó un vitoreo por el Fly boy.
Sabía quién era esta mañana.
—Tienes bastantes agallas, pensé que llorarías cuando Arthur te enfrentó. —Shorter se encontraba bebiendo su séptima jarra—. Fue realmente gracioso. —Sus palabras eran tiritonas y sus movimientos torpes, estaba ebrio.
—Él es intimidante, da miedo. —Mi cordura se perdió bajo la música del fondo, las risas resonaron mientras jugaban pool borrachos—. ¿Qué clase de parentesco tiene con Ash?
—¿Nadie te lo ha dicho?
—¡Eiji! —El ambiente se quebró. La resaca se esfumó en un santiamén, temí darme vueltas, sin embargo—. ¿Tienes idea de lo preocupado que he estado? —Él me encontró. Tragué pero las excusas se atoraron en mi tráquea.
—Sing... —Su mandíbula estaba tensa—. ¿Cómo supiste que estaba acá? —Sus puños tronaron contra su polerón. El lugar quedó en silencio, uno fúnebre.
—Alguien te vio entrar a Fish Bone. —No pude sostener mi mirada, estaba avergonzado—. Te esperé dos horas en la cafetería, ni siquiera me respondiste el celular. —Bajé el mentón, mis palmas se acomodaron sobre mi regazo, cerré los ojos, humillado.
—Lo dejé encima de mi escritorio, no pensé que me demoraría tanto. —Estábamos pendiendo de un anillo—. Perdón. —Realmente lo lamentaba.
—Oye, no seas tan duro con él. —Shorter se levantó de la silla, completamente intoxicado—. Solo se estaba divirtiendo. —La mirada de mi novio fue fría, él le golpeó la mano cuando lo trató de tocar.
—No te metas en lo que no te incumbe. —Con un agarre de muñeca me levantó de mi asiento—. Te dije que tuvieras cuidado, esta clase de vagos ensucian la universidad.
—¡¿Quién te crees tú para tratarnos así?! —Shorter se aferró a mi mano para tirarme hacia su lado. El resto de la pandilla nos rodeó, tuve un mal presentimiento—. Eiji parecía estar bien antes de que llegaras.
—Soy su pareja. —Con un gruñido Sing me regresó a su lado—. Sé lo que es mejor para él. —Antes de arrastrarme hacia la salida del bar. Se cerró el telón, escuché los aplausos, recibí las flores, estaban muertas.
Sabía quién era esta mañana.
La mueca que mi novio me regaló fue descorazonada, él me arrastró hasta regresar a la facultad, ya no quedaban estudiantes en las bancas ni profesores en las aulas, no hubo nada más que el triste suspiro de una relación quebrada. Los árboles se mecieron con tranquilidad, el aroma a alcohol aún se encontraba impregnado en mi polera, su tacto fue eléctrico, él alzó la barbilla, perdimos infinidad en esa mirada. Porque a pesar de todo. Él tomó aire, tratando de calmarse, él se acarició el entrecejo antes de abrazarme. El corazón se me comprimió. Ahí estaba otra vez, esa clase de expresión. Él acunó mis mejillas entre sus palmas, con suavidad. Aquella que decía lo mucho que me amaba, con unos ojos brillantes, unos labios deseosos y un sonrojo dulce, él estaba cerca. No retrocedí. Porque a pesar de todo nos amábamos.
—Estaba tan preocupado. —Él apoyó su frente contra la mía—. Nunca me habías dejado plantado, pensé que te había pasado algo malo. —La culpa se me hundió hasta lo más profundo del vientre.
—Perdón. —Lo sostuve con fuerza—. De verdad perdí la noción del tiempo, lo lamento.
—Te pedí que te mantuvieses alejado de ellos. —Sus párpados temblaron, su aliento se deslizó bajo mi nariz, sus yemas me delinearon—. Esa gente es peligrosa, ya viste lo que pasó con Lao, no puedo permitir que te ocurra algo así también.
—Lo sé.
—No te quiero ver herido. —Sing Soo-Ling era mucho más alto que yo, no obstante, él se hizo pequeño entre mis brazos. Tan vulnerable.
—No son malas personas. —Él se aferró a mi cintura, lo sentí tiritar contra mi pecho, él me apretó hasta las costillas—. Son bastante simpáticos, te agradarían.
—Eres mi mundo entero, me asusta no poderte cuidar al estar tan lejos. —Él se apoyó encima de mi hombro—. Quiero un futuro contigo, por favor no lo pongas en peligro de esa manera, si algo te llegase a pasar... —El aire estaba caliente y nosotros éramos una catástrofe.
—Fue solo esta vez. —Fue tan amargo pronunciar eso—. No lo haré más. —Me gustaba pensar que era mentira.
—No soportaría pasar por esto de nuevo. —Él se separó de mi clavícula para acercarse a mi rostro—. Y ahora me debes una cita. —Reí.
—Todas las que quieras. —Sing era lindo.
—El otro fin de semana quiero que te quedes a dormir en mi casa. —Y yo habría hecho cualquier cosa para borrar aquella expresión de aflicción.
—Lo estaré esperando. —Así que le di las únicas palabras que él quería recibir—. Es una cita. —Cuando era un completo desastre.
Tic tac.
Compartimos un beso con sabor a nada al despedirnos. Luego del éxtasis venía el rebote y ahora las consecuencias de mi ineptitud se habían convertido en dos grilletes a mis pies. Tenía miles de cosas que hacer, la noche no sería suficiente, moriría a causa de la humillación. Había una tesis que escribir, no obstante, aquí estaba vagando con pandilleros, prometiendo un fin de semana perdido, cuidando a un hombre que no me importaba. Me golpeé la cara, arrastrando mis pies hacia los dormitorio, fui irresponsable. El estrés me hirvió en las venas. No tendría tiempo para dormir, no podría comer, se me revolvió el alma en aquel pensamiento. Estaba cansado, que se detuviera. Al ingresar a nuestro cuarto esos ojos verdes me encontraron, esos que me hacían actuar por impulso para que olvidase la verdad. Debería dejar de mirarlos.
—Te demoraste bastante. —Pero no podía—. Pensé seriamente en salirte a buscar. —Me atraían cual imán.
—Pasaron algunas cosas. —Ash seguía recostado en su cama, con el pecho desnudo y el vendaje desordenado. Me cambié la polera para arrojar aquella que olía a basura y alcohol.
—Así lo parece. —Me acerqué, tocándole la frente—. ¿Y? ¿Tus cuidados me salvaron la vida, onii-chan? —Sonreí, satisfecho.
—Lo han hecho. —Saqué de mi escritorio una caja con tabletas—. La fiebre ha bajado pero tómate una de estas por si acaso. —Él rodó los ojos antes de tragarse la pastilla. Un escalofrío azotó mi columna vertebral cuando él acunó mis manos, perdí el aliento en aquel aterciopelado tacto. Tonto.
—El hombre que estuvo aquí el otro día... —Su atención se enfocó en mi sortija—. ¿Es tu novio? —La manera en que escupió esa palabra fue extraña, no obstante, carecía de importancia.
—Lo es. —La noche se había colado por la ventana, la luna había bañado la porcelana—. Llevamos años juntos. —El aire estaba caliente, la oscuridad tenía sabor a tensión. Él suspiró divertido, sus palmas aún se encontraban meciendo las mías, eran más grandes y estaban rasposas, me gustaron.
—Debe ser lindo. —Su sonrisa fue amarga—. Yo nunca he estado en una relación, así que no lo puedo saber. —No pude evitar reír ante semejantes patrañas, la indignación en su puchero fue adorable—. ¿Te abro mi corazón y te ríes de mí?
—Perdón. —Me cubrí la boca—. Pero eso se escucha como toda una mentira. —Su frustración se hizo más grande, era divertido molestarlo.
—¿Por qué? —Que contuviese una pataleta me pareció hilarante, él era lindo.
—Porque eres bastante guapo. —Me mordí el labio, maldiciendo las ideas que Yue me había metido en la cabeza, su mueca fue altiva—. Es lo que dicen los demás. —Me defendí al leer lo que pensaba, maldición.
—Crees que soy guapo. —El orgullo le infló el pecho e iluminó su cara—. Nunca pensé que te declararías de esta manera, que atrevido. —Aquel narcisismo me resultó fastidiosamente encantador—. Pero acepto tus coqueteos.
—¡No te estoy coqueteando! ¡Lo dijo un amigo mío! —Pero él ya no parecía estar escuchando—. Todos en la facultad lo dicen, eres bastante popular. —Sus dedos se empezaron a deslizar de manera traviesa sobre mis hombros. Hubo electricidad en cada roce.
—¿Soy más guapo que tu novio? —Un intenso calor azotó mis mejillas—. Soy tu tipo de hombre, ¿no es así? —Cerré los ojos, ahora era yo el indignado.
—No puedo ser imparcial en esa respuesta. —Él chasqueó la lengua, acomodando su mentón encima de su palma. No supe cuando nos habíamos acercado tanto en aquella cama, pude saborear su aliento en la oscuridad, fue adictivo.
—No eres divertido. —Apoyé mis puños sobre las sábanas para poderme levantar y regresar a estudiar.
—Tienes razón, no lo soy. —Él se aferró a mi muñeca.
—Quédate conmigo un poco más. —Esos ojos: verdes, intensos, frágiles pero densos. Maldición, esos ojos.
—Solo un poco. —Habría hecho lo que fuese por ellos. El tiempo corría y yo lo estaba perdiendo. Él se arrojó en busca de mimos sobre mi regazo, le acaricié el cabello, era lacio—. No eres la clase de persona que se deja cuidar con facilidad, Shorter me lo dijo. —Él se restregó en mis piernas, como si fuese un gato caprichoso.
—Tiene razón, no lo soy. —La atmósfera se llenó de estática—. Tengo mis motivos para ser desconfiado, todos los que me buscan quieren algo a cambio. —Una violenta presión me apuñaló el pecho al recordar sus palabras esta mañana, continué acariciándolo, él parecía estar buscando alguna clase de consuelo.
—Ya veo. —Mi respuesta lo pareció extrañar—. Lo siento si yo también te dejé esa impresión.
—¿Qué diablos con esa reacción? ¿No vas a preguntar? —Aunque él se escudaba bajo su implacable reputación era fácil de leer, como un niño pequeño.
—Cuando me quieras contar lo escucharé. —Nuestras miradas se conectaron en aquella seductora oscuridad—. Pero no te presionaré. —Hubieron fuegos artificiales en aquel tacto. Estaba expuesto. Mi respiración fue agitada y delatora.
—¿Confías en un tipo que acabas de conocer? —Sonreí—. Eres estúpido si lo haces. —Yo era estúpido por muchas otras razones, sin embargo, habían cosas que sí sabía de él. Y era ridículamente feliz por esos insignificantes detalles.
—Confío en, ti Ash. —Él enrojeció con timidez—. ¿Quieres que te siga acariciando? —Él se tensó antes de hundirse en mis piernas.
—Sí. —Él cerró los ojos, clamando por afecto y seguridad—. Esta bien si tú lo haces. —Y aunque tenía miles de cosas que hacer, aquel lugar fue el único en donde sentí que debía de estar.
Sabía quién era esta mañana, pero he cambiado varías veces desde entonces.
El siguiente capítulo es de mis favoritos, así que me emociona escribirlo y me dan risa los tremendos coqueteos que Ash le esta tirando a Eiji, perdón. Si tan solo supieran a donde van a parar, chiquititos. Muchas gracias por leer.
¡Cuídense!
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