Capítulo 19.
Hi~ Dios, han pasado una montonera de meses desde la última vez, parte de esto es porque me he enfrascado en otros proyectos y olvidé vilmente esta edición hasta que llegó un lector nuevo y recorde que no he finalizado este fic, no estoy segura si hay alguna pobre alma leyendo tras tan inestable actividad. La otra, es porque saqué este proyecto hace ya más de un año, he cambiado un montón desde entonces, mi percepción de la vida, del amor, de todo, entonces se ha vuelto medio paradojico, pero aún así, me gusta el rumbo que tiene y la crudeza con la que se plasman algunas cosas. ¿Habla de una relación insana? Obviamente, y son cosas que jamás se pretenden romantizar, creo que queda más que claro.
Bueno, sin más, si algún alma sigue por acá, espero que le guste (narra Ash).
Qué absurdo era el tiempo. Tomábamos momentos como si fuesen fotografías, huíamos de ello pero ya habíamos llegado, buscábamos personas en recuerdos y desesperanza solo para olvidarlos. Era montaraz, despiadado y absoluto. Era tan relativo que con él una eternidad no era más que un intervalo.
Era un instante.
Sus ojos fueron luceros desbordantes de esperanza en la destemplanza de la habitación, sus manos fueron piedad para un destino ya escrito, su sonrisa fue el esplendor de la libertad atrapado entre sus mejillas. Dejé que mis manos reposaran sobre mi regazo, la brisa de la desolación se coló por la ventana como si fuese una risilla, la oscuridad suspendida fue tan intensa como el temor encarnado. La impotencia martilló en mi cabeza cuando el horror me congeló las venas. No quería ir. Intentaba ser valiente, sin embargo, la simple idea de tomar su apellido me revolvía las entrañas. Eiji me miró afligido antes de acomodarse a mi lado en la cama, sus palmas se deslizaron con lentitud sobre mi espalda, su corazón fue un dulce arrullo en esta pesadilla. Maldición. Él me miró con esa clase de cara. Perdí el aliento.
Que aterrador era saber que para esos ojos yo era su amanecer.
—Haremos esto juntos, Ash. —Su voz fue un delicado manto de devoción, mi mente fue una bruma repleta de su esencia, nuestro tacto personificó la dulzura—. Y si te llegas a arrepentir cuando estés allá, yo te ayudaré a escapar. —Nuestros dedos se entrelazaron sobre sus muslos, con suavidad. Sonreí, enternecido.
—¿Vas a saltar un muro como la primera vez que nos conocimos? —Sus hombros se encogieron, un mechón de cabello fue acomodado detrás de mi oreja, magnético—. ¿Vas a volar para mí?
—Si eso crea una distracción y te permite huir, sí. —Que abrumador. Este chico no tenía idea de con quién se estaba metiendo, Dino Golzine era un hombre repugnante y resentido. Monstruoso. Casi perverso, no obstante, acá estaba él—. Además ahora tengo más práctica con la pértiga, ya no estoy oxidado.
—Suenas como un abuelo.
—Con mayor razón deberías escucharme por ser más sabio, mocoso. —Eso que debió haberme ofendido me hizo reír.
—Eiji... —Mis yemas se deslizaron por los bordes de sus mejillas, una tenue capa de carmín fue fricción bajo la atmósfera—. Gracias. —Él parpadeó, apenado. Lindo. Amar a esta persona era algo aterrador.
—¿Por acompañarte? —Me hacía deleznable y me condenaba a la debilidad—. No es la gran cosa. —Era el punto que iniciaría mi tragedia y clamaría por el final—. Y ya te lo había prometido. —Era angustiante. Negué, deslizando mi palma por su nuca.
—Por jamás rendirte conmigo. —Racionalmente sabía que debía dejarlo ir. Éramos el cortejo entre el sol y la luna, imposible e ilusorio, fugaz y taciturno—. Sé que fui una persona difícil y te herí cuando te rechacé pero jamás te fuiste de mi lado. —Sí, mi cabeza entendía que él debía surcar cielos mientras yo me aferraba a la venganza en el infierno, aun así—. Gracias. —Mi corazón lo necesitaba.
—Aslan. —Se lo había tratado de explicar una infinidad de veces a mi alma, sin embargo, cada vez que lo veía mi cordura se extraviaba—. Estaremos bien. —Acomodé mi frente sobre la de él, la oscuridad del dormitorio fue niebla de complicidad—. Mientras estemos juntos todo estará bien. —Esas palabras fueron un ancla para mi consciencia. Me costó respirar.
—Lo siento por lo de los videos.
—No fue tu culpa, Ash. —Luego del incidente con las pandillas aquel drama se había hecho viral en la universidad—. Además, quedan un par de semanas para que se acabe el semestre, no pasa nada. —Yo ya tenía una reputación aberrante dentro de la facultad, no me importaba ser apedreado por los rumores y el despecho, lo clamaba en el rencor.
—Igual me molesta. —Pero él había sido afectado—. Sé que no estás acostumbrado a que hablen así de ti. —Solo entendí lo mucho que lo amaba cuando vislumbré lo destrozado que me sentía al haberlo arrastrado—. Y exponer tu imagen así en el canal estudiantil parece una mala broma.
—No tiene importancia. —Los puños me pesaron, mi cabeza fue una mezcolanza de frustración—. Además fue en un programa de chismes, no es la gran cosa.
—La es. —Quería ser bueno para él—. No quiero que te miren de esa forma. —¿Cómo ser bueno cuando solo parecía haber malicia impregnada a mi alma? Lo quería proteger y lo hacía miserable. Presioné mis párpados con fuerza. Si esa era la clase de amor que le podía dar...
—Ash. —Quizás sería mejor no darle nada—. La única persona cuya opinión me importa está justo al frente mío, deja de sacar conclusiones por tu cuenta. —Su nariz rozó la mía, sus labios fueron fe y tranquilidad—. Soy tu novio, confía en que soy lo suficientemente fuerte como para poderte apoyar.
—Esa es una carga grande ¿sabes? —La mente me pereció debajo de esos grandes y radiantes ojos, la voz me trepidó—. Ser el amante del lince te puede poner en muchas situaciones difíciles. —Sus pestañas fueron el atrapasueños por el que mi cordura se rindió, el silencio del cuarto nos embriagó.
—Desde que me mandaste al bar cuando recién nos conocimos me hice esa idea. —Reí, sabiendo que el gran lince de Nueva York había sido domesticado, me acerqué—. Shorter y Arthur se pusieron a pelear sobre una mesa de billar, fue un caos, incluso le rompieron una pata. —El estómago se me revolvió, los pies me pesaron, suspiré antes de frotarme el entrecejo, colérico.
—Por eso los chicos han estado jugando en el suelo. —Su risilla fue una sinfonía de confort—. Bien. —Me levanté de la cama, decidido—. Acabemos con esto de una vez. —Eiji me siguió, sus manos se deslizaron sobre los hombros de mi chaqueta, aquellos ojos fueron dueños de esperanza y color.
—Te ves guapo.
—Tú te ves lindo. —Injusto ¿verdad? Si él era de esa manera la única opción que me quedaba era amarlo—. El blanco te sienta de maravilla, onii-chan. —Él rodó los ojos, extendiéndome su mano para salir del dormitorio.
Eiji Okumura era un instante.
Fue imposible respirar dentro de aquel auto, el aire se había convertido en plomo y la tragedia en inevitable. Lo sabía, ni siquiera era una adopción formal, era solo poner mi nombre en su maldito registro familiar, aun así, sentía que acababa de vender mi libertad. Repugnante. Estar relacionado con aquel hombre era un contrato con la muerte cuyos intereses no sería capaz de pagar. Me dejé caer sobre el hombro de Eiji, aferrándome a su mano como si mi vida dependiese de esa caricia, presioné mis párpados, escuchando cada latido de corazón atrapado entre nuestras yemas y el crepúsculo de su pértiga. Ya no sentía cosas que debería poder sentir, no pensaba con racionalidad, me deslicé alrededor de la marca de aquel anillo, ¿realmente estaba bien? Porque lo amaba quería verlo extender sus alas. Eiji volaba por el cielo, más alto que nadie, y yo me había convertido en una cadena. Y si ya lo estaba reteniendo en una jaula
¿No era igual a Dino Golzine?
—¿Listo? —Tragué, congelado frente a aquella pretenciosa residencia, la estridencia del cinismo y lo sombrío de la ficción se hallaban suspendidos en el aire.
—No. —Su mano entre la mía fue un respiro para la aprensión—. Pero nunca estaré más listo que ahora.
—Estoy a tu lado.
Eiji Okumura era un instante en la fila del tiempo.
Entramos.
—Ash.
Apenas ingresamos Dino me recibió entre sus brazos, el aroma a vino y perfumes onerosos me generó una arcada, el tintinear del candelabro, las risas y las máscaras convirtieron a mi estómago en un putrefacto revoltijo de perdición. Maldición, estaba temblando, no quería que me tocara, no quería que él tuviese ese control, no quería su apellido, pero nunca me preguntaban lo que quería ¿no? Así que daba igual.
—Creí haberte enseñado la importancia de la puntualidad. —Aquella rancia escena parecía sacada de una pretenciosa revista, tener que formar parte de ese cuadro era espeluznante—. Veo que trajiste a tu amigo. —Aunque traté de soltar su palma, él no me dejó.
—Novio. —El tiempo se paralizó. Parpadeé, atónito. Gracioso ¿no?
—¿Qué fue lo que dijiste, chico? —Este terco era mucho más ingenuo, frágil y débil que yo.
—Soy el novio de Ash. —Pero él era quien me estaba protegiendo en estos momentos, un conejo resguardando a un lince.
—¿Novio? —Dino Golzine elevó una ceja, intrigado—. No pensé que fueras en serio con alguien, ese no es tu estilo. —Mis brazos actuaron como un muro entre ellos, no dejaría que lo tocara, perecería antes de que él cayese en lo sórdido. Sería valiente por él.
—Sino quieres que arme un escándalo mantendrás tus garras lejos de él. —La expresión de aquel hombre fue la antítesis entre la amabilidad y la cólera—. Ahora deberías concentrarte en disfrutar el resto de la velada antes de que firme ese documento. —Sus manos hicieron presión sobre una copa de vino, la quebró, el alcohol le escurrió entre los dedos.
—Bien. —Él extendió sus palmas, rendido—. No me meteré en esto mientras cumplas con tu palabra y firmes. —Su sonrisa fue un inmundo escalofrío, la cabeza me martilló, mis piernas se ahogaron en brea—. Diviértanse. —Antes de que pudiese decir algo más arrastré a Eiji hacia otro lado del salón.
—Sé lo que me dirás. —Eiji no me dejó hundirme—. Que fue tonto y peligroso declararme así como tu pareja. —La perplejidad acunó mi mente, sus dedos se deslizaron con suavidad entre los míos, la música fue un eco ilusorio y quimérico—. Pero te dije que estábamos en esto juntos.
—Aun así no debiste ser tan sincero. —Él negó.
—Si tú te hundes en esto yo también. —Y no debería haberme sentido feliz por esto, eran palabras estúpidas e imprudentes, era escribirse una condena infernal por mera voluntad, no obstante, lo abracé, como si mi alma solo estuviese completa con él, me aferré al más bajo.
—¿Qué ha pasado con el chico que lloraba a las 3 de la mañana por la tesis? —Él sonrió, terminando aquella caricia, sus cabellos se deslizaron con suavidad sobre mi cuello, su aroma me cautivó.
—Se enamoró de ti, americano idiota. —La violencia de sus latidos fue magia contra mi pecho, el encanto en sus palabras fue embriagador—. Me diste el valor para tomar el control sobre mi vida, creíste en mí cuando ni siquiera yo pude hacerlo, ahora quiero hacer lo mismo por ti.
—¿Por qué? —Él se separó con lentitud, en un mundo de hipocresía y lobreguez.
—Porque te amo. —Él era mi lumbrera.
—Ni siquiera sabes dónde te estás metiendo. —Sus labios se acomodaron sobre mi mano, el tacto fue ligero—. No estás siendo racional. —Fue todo lo que necesite para abandonar mis temores.
—Tú tampoco sabías dónde te estabas metiendo, pero nunca me abandonaste. —Relajé mis hombros, aflojándome la corbata del traje. Eiji era el chico de los cielos, hermoso e inalcanzable—. Y recuerda, si necesitas una distracción puedes contar conmigo. —Bajo lo sublime de esos ojos no me pude evitar preguntar si algún día yo podría volar a su lado.
—Gato japonés. —La voz de Arthur me sacó de mi ensueño—. No pensé que tendrías el valor para venir Ash, Golzine parecía bastante desesperado buscándote hace un rato. —Con recelo me interpuse entre mi novio y ese sujeto. Las luces bajaron, los flashes de las cámaras y el chirriar de los violines fueron macabros. No era real.
—¿Por qué siempre estás donde no te llaman?
—Me invitaron porque soy tu mano derecha. —Elevé una ceja, indignado, mis brazos se cruzaron como muros entre nosotros dos. El retumbar de un micrófono en el salón erizó mi sangre. Mierda.
—Shorter es mi única mano derecha. —El bufido del pandillero fue fastidioso—. Nunca escogería a una escoria como tú. —El aire fue agridulce, la melancolía de la noche se deslizó por las cortinas del balcón.
—El viejo no confía en alguien cuya cabeza parece una piña. —Palabras cuyo significado no pude comprender retumbaron entre la elegancia y la hipocresía atrapados en el cuarto—. Además, me ofreció una buena cantidad de dinero por mantenerte vigilado. —La garganta se me cerró, retrocedí, humillado. Los ojos de Dino Golzine frente al podio fueron tortura, las personas perdieron color.
—Si querías hacer un buen trabajo no debiste contarme eso. —Sus yemas hicieron fricción, como si él estuviese haciendo un brindis con la miseria él tomó una copa de vino para extendérmela—. Es una mala estrategia contarle de tus planes a tu objetivo.
—Te los cuento porque decidí confiar en ti, Lynx. —El asco que aquella frase me provocó fue imposible de disimular—. Más bien, en lo que ese sujeto chino ha estado haciendo a tu lado. —Rodé los ojos, hasta en estos momentos Yut-Lung Lee era toda una molestia—. Te dije que no quería ser un traficante de segunda.
—Ash. —Mi nombre fue irreal—. Te están llamando para que subas. —Parpadeé, ido. Ni siquiera me había dado cuenta del reflector que tenía encima o del descaro de las cámaras. Desagradable. La expresión de mi amante fue un doloroso cuadro de aflicción.
—Estaré bien. —Esa fue una promesa que sería imposible de mantener—. Vigila a Arthur por mí.
Caminar por aquel pasillo fue marchar sobre sangre.
Las luces de las cámaras fotográficas, los murmullos de los periodistas, la inmundicia de los políticos, la mirada de aquel hombre, contuve una arcada contra el dorso de mi palma. Mierda. Las entrañas se me derritieron en una pesada y moribunda sensación, mi mente dejó de funcionar para que solo existiese el infierno, el cuerpo me pesó, mi alma me dejó. Tragué, sin querer mirar a Eiji, ¿con qué cara lo amaría después de esto? Extendí mi mano para tomar aquel bolígrafo entre ideales difusos y retorcidos. Estaba bien. Mi novio tenía razón, esto no me definiría como persona, solo era un nombre, mis manos temblaron contra aquel consentimiento, su aroma me enfermó. La cabeza me palpitó, el mundo perdió sentido. Presioné mis párpados, estaba bien porque si me perdía él me encontraría. Habían cosas que simplemente no podíamos controlar.
—Firma.
El corazón me retumbó en cada fibra de voluntad. Porque era un humano y no un leopardo escribiría un destino donde yo pudiese ganar. Por él, por mí, por los caídos. No vacilaría más. Si quería volar primero debía dejarle de temer a mis propias alas.
Firmé.
Porque él podía tener mi nombre, mi reputación e incluso mi destino entre sus manos, pero jamás le cedería mi alma. Y sí, esto era una mierda, pero no me dejaría vencer así, lo solucionaría más tarde, podría buscar un vacío legal, no me ahogaría, no debía ahogarme, era más fuerte que esto.
—Oficialmente Aslan Jade Callenreese es heredero de las empresas Golzine. —Los gritos del público no se hicieron de esperar, la incandescencia de los flashes fue ácido en mi piel, la voz de aquel hombre una agónica condena—. Felicidades hijo. —Tirité, iracundo, su palma se acomodó detrás de mi espalda para posar. Con una firma la vida perdió sentido.
—Soy mayor de edad, esto no es una adopción, no llevo tu apellido.
—Esos tecnicismos no importan, para el mundo eres mi preciado hijo. —Tratando de encontrarme enfoqué mi atención en el ventanal detrás de los periodistas, perdí el aliento ¿quién? Me toqué el rostro, el chico de enfrente imitó mis movimientos, sin embargo, él era un desconocido. Estaba haciendo lo mismo que yo, no obstante, no era Ash Lynx.
—No. —Dejé caer mi corazón al haber perdido mi alma ¿dónde?—. Esto fue solo para meterme a ese estúpido registro, no significa nada, ni siquiera cambia mi apellido. —La cabeza me ardió, el pánico caló—. Es solo un trámite. —El chico del ventanal era rubio, tenía los ojos verdes, estaba usando el mismo traje que yo y copiaba mis gestos, pero no era yo.
—Significa que eres de mi propiedad. —La sangre se me heló. No. No. ¡No! No podía ser verdad, reí. Entre lo macabro de las máscaras busqué los colores que había olvidado para terminar ahogado en un sucio y enfermizo gris. Me miré las manos, no eran mías—. No eres mejor que yo, Aslan. —Me toqué los latidos, no eran humanos—. ¿Libertad? No sueñes tan alto.
—Solo... — Esta no era mi piel. Esta no era mi mente. Este, me mordí el labio.
—¿Pensaste que esto te daría más control? —Bajé la cabeza, humillado—. Ahora tu pandilla también está bajo mi poder. —¿Cómo podría volar a su lado si ahora mis alas estaban sangrando?
Perdón.
¿Cómo podría amarlo si había vendido mi corazón?
—¡Ash! —Con su último aliento él me llamó, ignorando las quejas de los periodistas él se impuso frente a la desdicha para encontrarme—. Sigues siendo tú. —Mi mano dejó caer aquel bolígrafo hacia el piso—. Nada ha cambiado. —Toda mi existencia se estremeció bajo esas palabras. Tonto ¿no? Su sonrisa consiguió que todo el resto del mundo se esfumase para explicarme el infinito, era hermoso y extraño.
—Eiji. —Los ojos con los que él me estaba mirando...Sonreí, negando, bajándome del podio luego de que Dino Golzine dijese algo.
—Sigues siendo mi americano idiota. —Sus ojos seguían repletos de amor—. Está bien que estés asustado. —Él me mostró la belleza de estar vivo, era efímera e irreal. Casi terrorífica—. Pero no dejes que él se meta en tu cabeza o ganará. —Él era mi preciosa y deslumbrante libertad.
—Dímelo otra vez. —Su frente se acomodó sobre la mía, los periodistas perdieron interés para entrevistar a Dino Golzine.
—Sigues siendo el americano idiota con 200 puntos de IQ dudoso del que me enamoré. —El tacto entre nuestras pieles fue magia. Mirar dentro de los ojos de Eiji Okumura fue volverme a conocer.
—Se te olvida increíblemente guapo. —Él rio, deslizando sus manos detrás de mi nuca, la caricia fue lenta y eléctrica—. ¿No lo crees? —Y de pronto estar atado a ese maldito apellido ya no fue tan terrible. Aún lo tenía a él, podía superarlo.
—¿Lo he negado? —Su nariz se acomodó sobre la mía, nuestros dedos se entrelazaron—. ¿Quieres saber algo? —Asentí, completamente embelesado—. Siempre he pensado que eres guapo. —Estar enamorado de esta persona era aterrador, era un constante miedo a ser insuficiente, era arrastrarlo a problemas que no le correspondían, era ser cadenas en lugar de alas, sin embargo, quería cambiar.
—Gracias por venir. —Y si tenía que tragarme mi orgullo y hacerme más fuerte para confrontar mi infierno, lo haría—. Estaba un poco nervioso. —Eiji bufó, indignado.
—¿Un poco? —Él levantó una ceja, divertido—. Parecías una hoja de papel ahí arriba, nunca te había visto tan ansioso, no tienes que contarme todo lo que has pasado con esa persona, puedo esperar hasta que estés listo. Pero me tienes aquí, listo para apoyarte. —Dios, era un bastardo afortunado.
—Cuando se acabe tu contrato con el dormitorio de la universidad ven a vivir conmigo.
—¿Qué?
—Si. —Me acaricié la nuca, nervioso—. No quiero tomar nada de ese viejo, pero si ya estoy en esto usaré lo que tengo para ser de utilidad. —Mi corazón fue una estrepitosa tormenta, los aplausos de los periodistas hicieron eco bajo el discurso del cinismo—. Sé que no te gustan esas cosas y que eres independiente pero... —Él relajó sus hombros, conmovido.
—Prometo cocinarte natto todas las mañanas y arrastrarte a la fuerza afuera de las sábanas. —La cordura se me tensó, el ceño se me llenó de espinas, en un pobre intento por contener la estridencia de su carcajada él infló las mejillas. Engreído—. Y decorar la casa con calabazas.
—¿Quieres que retracte mi propuesta? —Sus manos se aferraron a su estómago, con fuerza, su risa resonó por las paredes de la humillación. Hasta los reporteros voltearon.
—También podemos comprar conjuntos de pareja como Yue y Shorter, pero los nuestros tendrán estampados de Nori Nori.
—¡Eiji! Estás tentando tu suerte. —El destino se convirtió en algo relativo con el japonés, acomodé un mechón de cabello detrás de su oreja—. Qué bueno que tengo paciencia. —La indignación fue linda en esa clase de expresión.
—Yo fui quien te tuvo paciencia. —Me acerqué a él para ignorar el peso de la realidad. Éramos Eiji y yo, nada más—. Pero podemos discutir eso más adelante. —Sus brazos se enredaron alrededor de mi cuello, con suavidad, sus pies se elevaron para que sus labios quedasen a mi altura. Perfectos.
—Así que es verdad. —Aquella voz fue un lúgubre escalofrío—. Ahora eres el amante del lince.
—Lao... —Mi novio se separó, anonadado, las piernas le temblaron, el cuerpo se le tensó. El aire fue siniestro.
Ahí estaba parado a quien estuve evitando enfrentar durante tanto tiempo, me interpuse entre Eiji y ellos, usando mi propio cuerpo como si fuese un escudo, claro, las entrañas se me revolvieron tras procesar lo que acababa de firmar, si bien, no era un Golzine al adoptar su apellido mi destino yacía atado en ese asqueroso registro, pero no era momento para atormentarme por eso, mi adoración era mi prioridad, debía protegerlo.
—Te dije que no quiero armar una pelea aquí. —Con el despecho como velo Sing trató de controlar el carácter de su medio hermano—. No quiero tener esta conversación así. —La mirada que el más alto y el japonés intercambiaron. No pude respirar, los murmullos se hicieron presentes en el salón, la atmósfera fue pólvora.
—Por cosas como estas es que él te reemplazó, Sing. —Las manos del más joven lo soltaron, el dolor deformó sus masculinas facciones, la furia me atravesó como una navaja—. ¿No te da vergüenza? Ni siquiera acabaste bien las cosas con mi hermano, solo dejaste de responderle los mensajes y ya andas abriéndole las piernas a otro. —La mandíbula de Eiji se tensó, sus ojos se oscurecieron.
—¿Yo fui el que hizo eso? —Sus palabras hirvieron, su corazón fue pedazos, la cordura le explotó. Él carcajeó, dolido—. ¿Quién fue el que bloqueó mi número por temor a que termináramos?, ¿quién me presionó toda la relación y ahora se trata de hacer la víctima? —Eiji tomó un profundo bocado de aire, sus dedos estrujaron con violencia su entrecejo, pude sentir la agresión de sus latidos en cada pregunta. El temor, el despecho y el rencor fueron un bricolaje de crueldad.
—Ya basta, no quiero discutir así ahora.
—Que fácil fue olvidarte de mi hermanito. —Con una impresionante prepotencia Lao se cruzó los brazos sobre el vientre—. Y no pudiste elegir peor basura para salir que el lince de Nueva York.
—Déjalo fuera de esto.
—Vaya pensé que eras inteligente, Eiji. —Como zánganos atraídos hacia la basura los reporteros comenzaron a prestar atención a aquella discusión—. Cierto, ni siquiera pudiste terminar la tesis, supongo que no eres tan inteligente. —El japonés se aferró a mi espalda, sus labios tiritaron, sus ojos se desenfocaron, él intentó mantener la calma para acabar hiperventilado.
—Te pedí que no armaras un espectáculo si nos encontrábamos con ellos. —Cuando Sing tocó el hombro de su hermano, lo golpeó—. No quiero terminar las cosas así ni estoy listo para hablarlas ahora. —Al mayor no le importó. Sus pasos hicieron eco por el silencio del salón, él se paró al frente mío, sus palmas se acomodaron sobre sus bolsillos. Imponente y altivo.
—¿No sientes un poco de remordimiento por haberle arruinado la vida a toda mi familia, Lynx? —Entrecerré la mirada, con lentitud, fracasé al rebuscar aquel horripilante rostro entre mis memorias. Aquel hombre de facciones hoscas, de carácter manipulador y lesión dolorosa no era alguien a quien conocía—. ¿No te bastó solo conmigo que ahora te metes con Sing?
—No sé quién eres. —Concluí.
—Ahí lo tienen, este es el famoso lince de Nueva York. —Él me soltó, sus brazos se extendieron al frente de los periodistas—. El renombrado heredero de Dino Golzine no es más que un pandillero de segunda. —El resplandor de las cámaras fue un disparo, como si este fuese su espectáculo Lao se adueñó del escenario—. Él arruinó mi carrera de deportista y cuando le pedí a la universidad un castigo justo, su padre movió sus conexiones para protegerlo.
Mierda, esto era una emboscada.
—¿Es eso verdad? —Lao no dejó que nadie respondiese esa pregunta.
—Es verdad, mi hermano y yo vinimos en representación de mi familia para arreglar la relación con Dino Golzine y discutir un posible patrocinio pero creo que no será posible. —Decenas de cámaras capturaron el drama en segundos. Me costó ver, la realidad se nubló bajo esas palabras.
—Lao... —Sing ni siquiera supo cómo reaccionar a los disparates de su hermano—. Ya para. —La situación era una maldita ridiculez, sin embargo, el más alto había logrado captar la atención de los medios de comunicación.
—Parece que ha habido un malentendido entre las familias. —La risa de Dino Golzine fue tan falsa como la atmósfera del lugar—. Lamento que hayan tenido que presenciar eso. —Su brazo se acomodó sobre mi hombro, sus dedos se hundieron entre mis huesos con brutalidad—. Yo y mi hijo tenemos algunas cosas que discutir, pero por mientras disfruten del resto de la velada. —Eiji solo reaccionó cuando fue muy tarde.
—¡Ash! —Traté de buscar su mano, no obstante, acabamos en diferentes extremos del salón.
Eiji Okumura era un instante en la fila del tiempo.
Él era segundos.
Dino Golzine me arrastró a su oficina, antes de que pudiese reaccionar una bofetada me hizo chocar contra su escritorio, me acaricié la mandíbula, adolorido, los dientes me chirriaron cuando los traté de hacer encajar. La mano de aquel hombre seguía alzada en el aire, su expresión fue macabra y fría, sus pasos imponentes y altivos, sus palmas se aferraron al cuello de mi camisa, con fuerza, la desesperación atrapada dentro de esas orbes fue paralizante. Tragué, aplacado por la densidad del aire. La peste del alcohol entremezclada con su perfume fue nauseabunda. La cercanía de su rostro me revolvió las entrañas, contuve con violencia una arcada. No significaba nada. Este sujeto no era mi padre. No quise mirar la clase de hombre que era para esos ojos. Prostituta, traficante, asesino, basura. ¡Maldición!
—¿Tienes idea de lo que has hecho?
—No.
—Ahora eres representante de mi apellido, no puedes andar ensuciando mi imagen como se te dé la gana. —Otra bofetada retumbó por el lugar, me toqué el labio, pasmado, me lo había quebrado—. ¿Qué pensarán los contactos que tengo en la fundación y en la política? —Ja. Hipócrita.
—Tú fuiste quien tuvo la brillante idea de invitarlos. —Los nudillos le crujieron antes de darme un tercer golpe, de blanco a rojo, de rojo a morado—. Tú fuiste quien insistió para tenerme en su registro familiar, yo nunca te lo pedí. —Escupí, una espesa poza de sangre fue lo que chorreó hacia sus zapatos. La ira fue maniática, el rencor desquiciado.
—Esa familia era uno de nuestros principales patrocinadores. —Sus garras se hundieron cerca de mi cuello, el tacto fue sangriento y funesto—. ¿Tienes idea del esfuerzo que he puesto para construir este imperio? —Rodé los ojos, intentando apartarlo, el miedo era paralizante, el pasado una cadena.
—No debiste invitarlos sino querías un espectáculo. —Él me zarandeó con violencia, como si fuese una daga el borde de su escritorio se incrustó en mi espalda.
—¡No sabía que te habías metido en tantos problemas! —Sus manos me soltaron luego de estrellarme contra la pared, los músculos me crepitaron, los huesos me dolieron—. No te pago la universidad para que te metas en esa clase de mierda.
—¿Te pedí que me la pagaras? —El veneno se clavó en mi corazón para descuartizarlo—. ¿Te pedí algo de esto? —Toda una maldita vida temiéndole a este hombre. Me aferré con fuerza a la realidad. Mis manos no eran mías, mis latidos no eran humanos.
—No eras más que una vil prostituta cuando te acogí, deberías sentirte agradecido. —Contuve la frustración con los ojos ardiendo—. No deberías morder la mano de quien te alimenta. —La oscuridad en el cuarto fue dolorosa. Traté de respirar, sin embargo, no parecía estar vivo.
—No creí que necesitaras la ayuda de alguien más para manejar tu imperio. —La sonrisa que Dino Golzine me regaló, retrocedí, aterrado—. ¿Qué planeas? —Fue siniestra. Sus pasos retumbaron por el lujo de su oficina, sus manos se acomodaron detrás de su espalda con imponencia.
—Mi querido hijo... —Sus dedos se hundieron entre mis mejillas, con rabia—. Tú y tu pandilla dejarán de repartir mi mercancía solo en la universidad para comenzar a servir en las grandes ligas.
—¿No deberías estar más preocupado por arreglar el asunto con tu precioso patrocinador? —Él rio, sin gracia—. Deja de perder el tiempo conmigo y salva tu reputación.
—El chico japonés. —El alma se me detuvo al vislumbrar esa clase de expresión—. Era el amante del más joven ¿no es así? —Lo empujé con brutalidad hacia la puerta, moriría antes de perderlo—. Quizás si se lo devuelves y recibes la sanción que te corresponde en la facultad ellos reconsideren el trato. —El aire fue manía, esta historia una puta sátira, me abrí paso hacia la salida. Necesitaba escapar de tan asquerosa fiesta antes de venderme a la locura. El corazón me pesó.
—Yo no fui quien lesionó a ese idiota. —Me deslicé hacia la puerta, ido—. Y las personas no son objetos, no hables como si pudieras venderlos.
—No pensabas lo mismo hace un par de años cuando te vendiste. —Los pensamientos me hirvieron frente a tan grande humillación—. No olvides lo que eres, hijo mío.
—Tú tampoco olvides lo que eres, padre. —El sarcasmo escupido en esa palabra le causó gracia—. Un proxeneta de segunda siempre será una escoria.
El salón era un desastre. Como si fuesen parásitos los periodistas se encontraban bombardeando a Lao con preguntas y fotografías, Sing no se hallaba por ningún lugar en aquel enmarañado averno. Cobarde. Los gritos, la desesperación y el rencor danzaron debajo de las cuerdas de los violines, el desprecio en los rostros de los invitados frente a mi presencia fue desvergonzado y filoso. Suspiré, buscando a Eiji en un mar de máscaras y papel, Arthur alzó su mano desde una esquina para captar mi atención.
—Eiji...
Sus ojitos se encontraban hinchados y rojos, su boca reseca, su piel pálida, sudor le había pegado el flequillo a la frente, él estaba temblando. Cuando nuestras almas se entrelazaron él se quebró entre mis brazos. Lo abracé, la mirada que el pandillero me entregó fue un incomprensible poema.
—¿Qué fue lo que pasó?
—La discusión subió de tono cuando te fuiste. —Arthur se acarició el cuello, constipado—. Yo intercedí pero creo que solo empeoré las cosas. —Mi novio se tensó.
—Golpear a Sing no fue interceder, fue violencia. —Me froté el entrecejo, frustrado. Inútil hasta el final—. Ash, no creo que podamos dejar las cosas así e ignorarlas. —Su atención se enfocó en Lao, sus manos se convirtieron en puños sobre mi chaqueta, sus pupilas trepidaron con angustia. La situación se había salido de control.
—Esto estará mañana en la prensa nacional, no es menor considerando tu estatus. —Elevé una ceja, confundido, a nadie le importaban los dramas de dos universitarios—. Lao está soltando los trabajos sucios que hicimos para Dino Golzine. —El corazón se me detuvo, la realidad se me escurrió. Él volaba alto, más alto que cualquiera—. Y aunque sean solo rumores, ya sabes cómo son los diarios. —¿Cómo podría surcar los cielos cuando yo era una cadena?
—Llama a Yut-Lung. —Cualquiera que fuese la respuesta—. Tenemos que arreglar esto. —Daría una última pelea.
¿Qué tan fuerte tendría que aferrarme al instante que era Eiji Okumura para convertirlo en una eternidad?
Solo el tiempo me lo diría.
Este fic le queda la nada misma, se acaba de acá a la otra semana, así que lo más probable es que vean actualizaciones cada dos días, nos vamos con todo no más, no me perdono que haya pasado tanto tiempo, Dios.
Muchas gracias por haber leído.
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