Capítulo 16.
¡Hola mis bonitos lectores! Ha pasado un tiempo desde que subí capítulo por estos lares pero acá me tienen, esta parte de la trama fue la que la impulso para empezar, espero que haya quedado bien, siempre estan escritas con mucho amor. ¡Espero que les guste!
Entre más prisa llevo, más atrás me quedo.
No era más que un maldito fantasma. Arrastrando cadenas por letras de computador, víctima de la falsa libertad, asesinado por el sin sentido. No era más que una farsa atrapada en una cubierta desteñida de letras doradas, alabado por rostros de cartón, y amado por ojos congelados. Era niebla y frenesí, era espeluznante pero ardiente, una descarrilada locura. ¿No era caprichosa la tragedia que llamábamos «vida»? Caí del cielo hacia las fauces de la realidad. El estrés era un parásito que se alimentaba de mí, no me dejaba dormir ni comer, hasta mi sonrisa le molestaba. Eiji Okumura quedó completamente vacío. Y no, la culpa ya no era solo de la tesis. Ni siquiera le estaba prestando la debida atención, era todo este asqueroso mundo el que me hacía querer desaparecer. Tras un parpadeo existir se tornó sofocante. Eran preguntas miserables y respuestas patéticas. Era Sing Soo-Ling, era mi familia, era Shunichi Ibe, era Ash Lynx, era absolutamente todo lo que se sentía mal. Y ahora no era más que un trapo que bailaba bajo la presión. Locos eran quienes romantizaban la melancolía.
Me pregunto si habré cambiado por la noche.
—Te traje acá para que te distrajeras, pero me siento ignorado. —El eco de su voz fue lejano. Traté de reaccionar, sin embargo—. ¿Eiji? —Ya no era yo mismo.
—Perdón. —Negué, intentando que mis palabras tuviesen coherencia con mis pensamientos—. Supongo que me siento nervioso por tener que presentar la tesis esta tarde. —La sonrisa que Ash Lynx me entregó, fue tan reconfortante que me logró romper el corazón. Entrelazamos nuestros dedos por encima de una vieja manta, el viento de aquel hermoso rincón de soledad fue glacial.
—No has estado durmiendo bien. —Me hice un ovillo contra mi propio vientre—. Te puedo escuchar quejarte durante las noches. —La puesta de sol parecía sacada de una fotografía. Las nubes eran rosácea y vergüenza, las mariposas eran joyas escarchadas que se bamboleaban bajo hojas risueñas, era una acuarela de belleza que no merecía.
—¿Sabes lo que es el jet-lag? —Él negó, permitiendo que su hombro se acomodase contra el mío, nuestros dedos acurrucados sobre pétalos tímidos fueron imanes—. Es un trastorno del sueño que padecen las personas con trabajos irregulares como las azafatas. —La ignorancia en su rostro me pareció linda, suspiré—. Es cuando alguien tiene tan alterados sus horarios que ya no puede dormir en los momentos correctos.
—Eso no está bien. —Reí entre dientes, claro que no lo estaba—. ¿Debo abrazarte más fuerte para que descanses mejor, onii-chan? —No obstante, el mundo se había vuelto demasiado. No lo podía arreglar.
—No te preocupes, me suele pasar al final del semestre. —No me podía arreglar. No había nada para alimentarme cuando me profesaba al borde del desmayo—. Se pasará luego de la presentación de hoy. —Ni siquiera me importaba, esto estaba mal—. Estoy nervioso.
—Lo harás excelente, eres la persona más inteligente que conozco. —La esencia de Aslan fue lo que silenció el gris y pintó la anhedonia, volví a respirar—. Después de mí, por supuesto. —Alcé una ceja, divertido.
—¿Sí? Pues yo tengo más puntos de IQ que tú. —La indignación con la que me deleitó fue absolutamente adorable.
—¿Cuántos puntos tienes? —Tarareé, divertido. Los pajaritos cantaban alrededor pero parecían en agonía.
—¿Dijiste que tenías 200 puntos de IQ? —Él asintió, tenso—. Yo tengo 201 puntos.
—¡Eiji! —Carcajeé de verdad, adorando al sombrerero loco de mi Alicia.
A veces pasaba de esta manera, mi cabeza solo rompía contra la orilla de esta tortura para que pudiese respirar. Era triste, pasé tantos años convenciéndome de que era una simple etiqueta, que ahora no tenía idea de quién era. Decían que los cimientos del alma eran la identidad, temía que eso fuese verdad, porque sabía que lo único que encontraría dentro de mi reflejo sería un gélido glacial. Y aunque me hallaba en un proceso terapéutico, era jodidamente duro siquiera pensar en el pasado, era rasgar las heridas para echarles sal. Alguien tan vacío como yo, no debería anhelar a una presencia tan fulgurante como la que emanaba Aslan. Pero lo hacía.
—Hablo en serio, has practicado bastante para la presentación. —No por estar desvelado diez horas aprendí algo—. Te irá bien. —Era como si mi mente hubiese dejado de funcionar para que me quedase apagado sobre el escritorio. Tic tac.
—Me tranquiliza saber que tú estarás allí. —Me aferré a él, nervioso. Tratando desesperadamente de fundirme en una mezcolanza de jade y dorado—. Gracias.
—Sing también estará allí. —Escuchar su nombre me hizo temblar—. ¿No es así? —Qué poco sano era temerle a quien debía entregarme en el altar. Contuve una arcada contra el dorso de mi palma. Tan enfermizo como violento. Tan violento como demente.
—Sí. —Tiempo. Le había pedido una miseria de tiempo para respirar—. Mi familia también va a mirar la presentación por una videoconferencia. —No obstante, todos parecían haberse complotado para darme más y más presión. Más y más. ¿Cuánto aguantaría? Era sangre en mis pulmones—. No los he visto desde hace mucho. —Era jaqueca y aflicción. El entrecejo me tembló, la garganta se me cerró, mi pecho no era más que un ancla rota.
—¿Conoceré a mis futuros suegros? —Sonreí, dejándome caer en él. Que Ash a veces pudiese ser así—. ¿Crees que causaré una buena impresión? —Atrevido, relajado y egocéntrico.
—Claro que sí. —Lo agradecía. Él me mantuvo cuerdo durante estas infernales semanas. Él se llevó el dolor con besos azucarados, chocolates luego de terapia y desvelos para empastar la tesis—. Mi hermana no podrá creer que hayan chicos tan guapos en América. —No éramos más que una etiqueta ambigua, y aun así, él me atesoraba como un amante. Me profesaba perdido, yo era mi peor enemigo.
—¿Me estás diciendo guapo, onii-chan? —Y a pesar de todo, él seguía aquí. Me aferré a su brazo, éramos los únicos seres humanos en aquel solitario campo, la reminiscencia del rocío fundido con tan masculino perfume fue embriagador—. ¿Acaso me estás coqueteando? —La brisa entre las copas de los árboles se llevó las sombras.
—Lo hago. —Presioné los párpados, dejándome consentir—. Ash... —Habían temas que las personas normales solían evitar, eran incómodos y generaban una innecesaria tensión—. Gracias. —Sin embargo, la cordura la perdí antes de caer en mi país de las maravillas. Tic tac.
—¿Gracias por qué?
—Es difícil de explicar. —Porque era inefable.
—Inténtalo. —Él hacía que todo estuviese bien—. Quiero escucharlo para entenderlo mejor. —La brisa me chispeó en la lengua, el sudor me congeló el corazón, contraje los puños hacia mi regazo. El pasto se hallaba frío y era áspero.
—Sé que he sido insoportable durante este último tiempo, no debe ser divertido pasar el rato con quien sufre de constantes ataques de ansiedad. —La garganta se me secó, las hojas me hicieron cosquillas—. No quería que conocieras esta faceta tan... —Obsesiva. Exagerada. Autodestructiva—. Intensa. —Mis pensamientos colisionaron en mi autopista—. Gracias por quedarte a mi lado, me haces sentir que no soy tan malo. —No tenían inicio ni final.
—Eiji Okumura. —Mi nombre se derritió en su lengua con una impresionante facilidad, él sostuvo mis mejillas, con lentitud—. Aunque el mundo entero esté en tu contra, yo siempre estaré a tu lado. —Me fue imposible sostener una mirada con tan sublimes jades. Mis palpitaciones fueron un desastre—. Yo permaneceré a tu lado.
—Yo te dije eso primero, ¿sabes? —A veces, por más sofocante que fuese existir, podía respirar a su lado. Su sonrisa fue mi salto inquebrantable hacia la libertad—. Eres un tramposo, Aslan Jade Callenreese. —Vislumbrándolo mientras la tarde caía, comprendí que su nombre real le sentaba a la perfección, él era mi inicio y mi final.
—Sé que esto debe ser duro para ti. —Él me acarició el cabello con una suavidad propia de un gatito mimoso—. Sing ha estado más insistente, ¿no es así? —Tiempo. El maldito tiempo que nunca alcanzaba.
—Sí, él ha estado más insistente. —¡Oh! Pero no era solo eso—. Me ha mandado algunos mensajes esta semana. —Tanta presión me mataría, qué curiosa era la normalidad con la que había empezado a divagar alrededor de la muerte.
—¿Seguro? —Pero él me estaba dando espacio, ¡sí! Sing respetaba mi voluntad porque me amaba—. Eres un terrible mentiroso.
—Estoy seguro. —Presioné mis puños contra mis jeans—. No lo está haciendo con mala intención ¿sabes? Seguramente se siente asustado. —Y aunque no había aceptado nada de Sing Soo-Ling, me sentía como su prostituta. Eso era para él, vendido al mejor postor.
—Eiji... —Me pregunté si me encontrarían enterrado gracias a la delicadeza de su cariño, y me dio pena pensar así—. El hermano de Sing pertenece a una pandilla, los chicos lo averiguaron. —Sus dedos temblaron entre los míos, las hojas crujieron, los pájaros agonizaron. Me aparté, constipado—. Aun así, estoy seguro de que jamás lo he enfrentado.
—Pero toda la universidad dice eso.
—Lo sé. —Él se retiró la frustración de la cara, afligido—. No me enorgullece, he peleado con varias personas para llegar a donde estoy. —No sabía absolutamente nada de este hombre. La suavidad de la manta contra el veneno de la juventud fue magnética—. Pero nunca llegué a ese extremo de violencia, yo lo recordaría. —Él se presionó la frente con fuerza, como si pudiese encontrar alguna respuesta—. Yo no... —Él se mordió la lengua, incapaz de vivir.
—No eres una mala persona. —Cuando me caía, él me sostenía—. Aslan. —Cuando él se derrumbaba, yo era quien lo recogía—. Confío en ti. —Éramos jóvenes, estúpidos y no sabíamos nada. Sostuve su mano, era áspera y se hallaba repleta de cicatrices, la adoraba. ¿Adoraba?
Pero lo adoraba absolutamente todo de este hombre.
—¿Aunque ni siquiera yo mismo confíe en mí? —Lo acuné con suavidad, su aliento humedeció mi pecho—. Me he roto la cabeza buscando alguna pista de porqué podría haberlo golpeado hasta fracturarle las piernas, pero... —Él era pedazos y huesos, él era arrepentimiento y sufrimiento. No más.
—Pero nada. —Ensimismarme en mi propio dolor, me impidió ver más allá de la punta de mi nariz—. Ash. —La carrera de Lao se hallaba sepultada junto a una pértiga quebrada, era un hecho—. No dejes que se metan en tu mente. —Daba igual. Encontraríamos una explicación.
—Tengo miedo, quizás he hecho tantas cosas terribles que ya ni siquiera las recuerdo. —Tracé pequeños círculos alrededor de su espalda, sus uñas se aferraron a mi camisa, su alarido me golpeó en el cuello. Y a pesar de esa reputación, yo seguía perdidamente enamorado de este hombre. Reí, la tesis acabó con mi última gota de inteligencia. Igual que el drama.
—¿Por qué te importa tanto? Eres el lince de Nueva York, eres casi tan genial como Nori Nori. —Esperé que se riera, sin embargo, se redujo a un ovillo temeroso—. ¿Es por Sing?
—Es porque irá Lao a tu presentación. —La sangre se me heló, la boca se me llenó de rosas muertas—. Es porque irá toda esa familia. —Parpadeé, confundido—. No quiero enfrentarlo y entender la clase de persona que soy. —El mundo se detuvo en un instante, lo solté.
—¿Quién te dijo eso? —¿Para qué preguntar? Ya lo sabía—. Yo no invité a nadie más, eso solo me pondrá incómodo. —¡Oh! Pero a él no le importaba. Porque todo el trabajo de un año fue reducido a un circo—. Ni siquiera mi familia irá presencialmente. —Parpadeé, ido—. ¿Qué le hizo pensar que yo quería que fuese la suya? —Él no me escuchaba. Él no me miraba. Él no me hacía bien.
—Eiji. —Él me estaba matando.
—Debería ir a prepararme. —Sing Soo-Ling era el causante de todo esto. Yo no era nadie.
—Tú... —Apreté mis párpados, levantándome con violencia del pasto—. No luces bien. —Yo no era humano.
—Por favor, Ash. —Yo no era real—. Solo vámonos.
¿Eiji Okumura?
¿Quién?
¡Qué extraño es todo hoy! Y ayer sucedía todo como siempre.
El camino de regreso a la facultad fue fantasioso. Me dejé caer contra la espalda de Ash mientras conducía aquella reluciente motocicleta. Melancolía y descontrol. La reminiscencia de la ciudad me revolvió las tripas, el tacto sobre su chaqueta fue áspero y agradable. Mis palmas se hundieron en su pecho para que me deleitase con la sinfonía que eran sus latidos. Traté de respirar, aterrado. Esta tesis era el trabajo de toda mi carrera. Un par de horas más y se acabaría. Extendí mi mano hacia el cielo, permitiéndome navegar entre nubes y gris, el reflejo del anillo bajo el hálito del sol fue cegador. Solo un poco más y sería libre. Él tendría que escucharme y dejarme ir. Él tendría que mirarme y reconocerme. No era un muñeco de trapo con el que pudiesen jugar. Abracé con fuerza a Aslan. Pero iría toda su familia a mi presentación, ¿no sería humillante?
No.
A él nunca le importó pisotearme.
—Deberíamos ir al auditorio. —El chirriar del motor cesó en el estacionamiento de la universidad. Sus palabras fueron eco—. Se supone que debemos estar un poco antes. —Mi lengua era un nudo y mi mente una maraña de caos. Lo miré, con miles de cosas sobre las cuales explotar, no obstante...
—Quiero ir a buscar algo al dormitorio. —No fui capaz de pronunciar una sola de ellas. No era más que un frágil velero de papel en una despiadada tormenta—. Algo así como una ayuda para recordar lo más importante. —Las mentiras eran transparentes y se servían con champaña.
—¿Seguro es eso? —Aunque Ash era una persona sumamente ingeniosa—. Tú... —Había una línea que no nos atrevíamos a cruzar—. No importa. —No lo diría porque dolería. No lo musitaría porque él podía perder. Negué, en el fondo todos eran iguales. Unas bonitas máscaras de cartón.
—Deberías adelantarte y agarrar un buen asiento. —El show debía continuar, la multitud clamaba hambrienta—. No te preocupes. —Contuve una arcada. El sudor me escurrió desde un alma destrozada hasta unas alas cercenadas—. Estoy bien. —Ash me sostuvo, mis piernas se tambalearon, los ojos se me nublaron. Mierda, me iba a desmayar.
—Cuidado. —Me dejé sostener. No. No. No, ¡no ahora! Presioné mis párpados, iracundo—. Ten. —Ash sacó una botella de agua de su mochila, la recibí en un mar de confusión. Beber me dio más sed—. Tómalo con calma. —Esta situación me sobrepasó. Un último esfuerzo. Una última maldita vez. La ansiedad movió mis hilos para que toda el agua se derramase sobre mi camisa y mi garganta. Reí sin risa.
—Supongo que ahora sí necesito cambiarme. —Mis pantalones se encontraban pintados con hierba, mi cabello era una maraña de hojas secas y smog. Sonreí, sin embargo, tirité—. No me demoraré nada. —Su mano encima de mi muñeca no me permitió escapar.
—Te ves fatal, ¿puedo hacer algo para ayudarte? —La sinceridad era un arma dolorosa, mis pies fueron bloques de concreto sobre los adoquines.
—No.
—Me tienes preocupado, no he querido ser tan directo porque te he visto estresado por la presentación. —Él se mordió el labio, sus pupilas vibraron entre la incertidumbre y el coraje—. Pero no tienes que forzarte a hacer esto sino te sientes listo. —Carcajeé, frenético, ¿era en serio?
—¿Acaso tengo alguna opción? Mis padres cuentan conmigo, me mandaron a estudiar al extranjero para que fuese el mejor. —Lo único que tenía era mi inteligencia, sin esta... Mis uñas se incrustaron dentro de mis puños. Aquellos ojos que tan enamorado me tenían fueron una maldita molestia—. ¿Qué hago si fracaso? ¿Cómo pago mi crédito? ¿Dejo la carrera a medias? —Crucé mis brazos, clavando mis uñas sobre mis codos.
—Eiji... —Con todo el peso del mundo sobre unos hombros de huesos molidos—. Solo quería ayudarte. —Esta situación era una porquería.
—¿Ayudarme? —Reí—. Alguien como tú jamás lo entendería. —Las personas decían idioteces cuando se profesaban enojadas. Me di cuenta de eso cuando fue muy tarde—. ¡Tú no eres como el resto! ¡No entiendes cómo se siente la gente sin talento!
—¿Alguien como yo? —Me cubrí la boca, retrocediendo. El último rayo de resplandor perdió color tras pronunciar aquello. Yo. Me apreté el corazón—. ¿Alguien con un patrocinador como Dino Golzine? —Quise alcanzarlo, sin embargo, mi cuerpo ya no respondió—. Entiendo. —Ya no era mío.
—Lo siento. —Su sonrisa fue una soga al cuello. Él se retiró el flequillo, buscando paciencia.
—Vamos tarde a la presentación, no es momento para hablar de esto. —Aquel anillo fue un parásito drenando la vitalidad de mi corazón—. No estoy enfadado, no te preocupes. —Era verdad. Él se encontraba dolido. La manera en que él se trató de sostener en un abrazo fue tan vulnerable y triste. Yo. Me tiré de los cabellos.
—Mejor me voy a cambiar. —¿Quién diablos era yo? Retrocedí, sabiendo que esta despedida no tendría sangre ni sentido—. Ash... —Hubieron tantas cosas que quise decirle en ese momento. Su expresión fue una que se grabó de manera hermosa e inmortal. Lo amaba y lo sentía.
—¿Sí? —Mi conejo blanco sacó un reloj del bolsillo de su chaleco antes de echarse a correr.
—No es nada.
¡Es tarde! ¡Vas llegando demasiado tarde!
Tic tac.
Me arrastré hacia los dormitorios. La noche había caído en la facultad, mis párpados eran plomo hinchado, mi boca se hallaba tan seca que se empezó a descascarar, mi pecho fue una extraña sensación de nada. Solo. Mis dedos rozaron el pasamanos, el mundo se redujo a una asquerosa capa de luto empolvado. Y yo no estaba bien. La jaqueca me martilló la cordura, la mirada me pesó, respirar fue imposible. Joder. Este era mi extremo. Me sobresalté tras ingresar a mi habitación, decenas de cajas de madera se encontraban yuxtapuestas sobre su interior. Como si hubiese hecho algo bien, desde lo más profundo y oscuro de mi cama, Sing me sonrió, él se levantó con esa clase de cara. Apreté mis puños, con fuerza. Romantizando algo que para mí era sumamente violento y ofensivo. Cada una de nuestras memorias era monstruosa, pero él jamás lo entendería. Este hombre nunca podría comprender lo obligado que me concebí estando a su lado. Qué escalofriante era que él caminase con ese devoto mohín. Me estaba desmoronando en miles de pedazos y aun así, él era incapaz de verme. Ja.
¿Qué hicimos en esta enfermiza relación?
—Te quería pasar a ver antes de la presentación. —Sus palabras fueron una daga contra mi garganta, ni siquiera tuve el valor para retroceder—. Te quería desear suerte, amor. —Esta persona realmente creía que estaba haciendo algo bien. Más sufro, más me sofoco. Más me asfixio, pero él me resucita.
—Sing. —Su nombre fue veneno escurriendo de mis labios, la amarillenta luz del cuarto le quitó el rostro—. Necesito tranquilizarme antes de presentar la tesis, vete. —Como le era costumbre en este enfermizo juego del gato y el ratón, él me ignoró. Sus dedos se deslizaron entre los míos, una pequeña caja de satín se hallaba reposando encima de mi colchón. Esta guerra era glacial.
—Lo harás de maravilla. —Sus dedos descendieron desde mis hombros hacia mis brazos. Yo ya no lo miraba con amor—. No te preocupes, una vez que se acabe iremos a cenar. —Yo ya no sentía compasión, ni cariño, ni culpa por este hombre—. Con mi familia reservamos un buen restaurante. —Solo odio. Un rencor que había echado raíces entre lo más profundo de mis huesos. Mi ceño se frunció. Mi boca supo a sangre. No me pude concentrar o existir.
—¿Quién te dio permiso para invitarlos a algo mío? —Me hallaba desbordando en un mundo en decadencia. Lo agredí en el pecho, con fuerza, con mucha más fuerza. Quería arrancarle el maldito corazón—. Esto es algo mío y si te di permiso para ir fue porque luego de esto termináremos.
—No te preocupes cariño, sé que has estado estresado por esto. —Él me acarició los cabellos, ido—. Cuando tengas el estómago lleno te vas a sentir mejor. —De querer a amar. De amar a tolerar. De tolerar a aborrecer. Mi frente estaba más caliente que una tetera hirviendo. Mis entrañas eran un palpitante nudo de putrefacción.
—Ni siquiera en estos momentos eres capaz de escucharme, ¿eh? —Me traté de arrancar el anillo, no obstante, ese parásito succionó mi espíritu. Él me miró, con esa clase de sonrisa repleta de ternura y devoción, él me extendió aquella caja de satín, no la abrí. Su amor acabaría conmigo.
—Estás nervioso.
—Sing... —Mi voluntad se hizo trizas junto a mis sueños. Él abrió el empaque, dejándome ver una pequeña corbata negra—. Ya ni siquiera sé qué decirte. —Como si hablase con una pared, él se acomodó detrás de mi espalda, colocando el corbatín encima de mi cuello. Él me arrastró hacia un espejo que él colgó en mi habitación.
—Te ves guapo. —Su voz contra mi oreja fue un agobiante chirrido, por favor alto—. Lo harás bien. —Aunque ya no había aire, el chico atrapado en el cristal lució más blanco y vacío que las hojas de esa maldita tesis. No escuché más latidos.
—Debo prepararme. —No me pasó más la respiración. No logré enfocar mi mirada en esta historia—. Sal de acá. —Un beso muerto fue dejado sobre mi mejilla.
—Te amo.
Y ahí lo entendí, yo podría fallecer justo al frente de él, y a él no le importaría.
Porque él no me veía.
—Nos vemos en el auditorio, todos te estaremos esperando. —El sonido de la puerta contra el marco me indicó su salida—. Te amo, Eiji. —Parpadeé, mirando a aquel penoso y patético chico, hueco.
—Sí. —Sus ojos eran ventanas hacia lo más recóndito de sus entrañas—. Yo también.
No había nada.
Carcajeé. Con el llanto escurriendo por mis mejillas, con una sonrisa hinchada, y una voluntad tan cercenada que no hacía más que generar lástima. Reí, fuerte. De pequeñas y casuales risas comencé a gritar. Saqué ese maldito espejo de la pared para arrojarlo contra algún lugar. Sin ser capaz de sostenerme, terminé deshecho en el suelo de mi habitación, mis uñas se clavaron dentro de mi estómago, mi garganta fue un nudo de ácido putrefacto. Alto. Alto. ¡Alto! Las lágrimas me ardieron. El cuerpo me pesó. Vivir fue doloroso. ¡Qué alguien lo detuviera! Me rasguñé el pecho, con violencia, una y otra vez, hasta dejar marcas sobre mi camisa. Mi mente era un sombrero roto, mi sentido se hallaba durmiendo en un lugar frío, mi espíritu era un maldito reloj. Terminé contra la alfombra, me di vueltas, despacio, para contemplar un fragmento de cristal quebrado. El chico en su interior era patético. Volví a carcajear.
—Tú no te quieres ni un poquito. —Fue lo que musité.
Sino era inteligente, no era nadie. Sino sacaba excelencia en la tesis, sería decepción. Sino satisfacía a Sing, la presión de su familia sería abrumadora. Sino hacía feliz a Ash, habría sido todo en vano. ¡Oh! Pero era el último esfuerzo. Una hora más. Un puto rato más y sería libre. Me traté de levantar, mi cuerpo se encontraba cubierto por una capa de enfermedad y sudor, todo Eiji se hallaba tiritando e ido.
—Un último esfuerzo. —Fue lo que le repetí al chico atrapado del otro lado del espejo.
Daría la tesis y podría ser feliz. Su anillo fue un parásito en el alma. Solo debía subirme a mi escenario y actuar el rol que me asignaron, era lo que esperaban. Una hora más y...Luego el postgrado. Mi mandíbula se tensó. Luego el doctorado. Mis dientes ejercieron una dolorosa presión sobre mi cabeza. Luego el matrimonio, después buscar un despreciable trabajo. ¡Mentira! Nunca era el final. Esta torcida lista de sufrimiento era eterna. Me traté de levantar para caer. Y de repente, todo perdió el sentido. Mis hombros se aplastaron. Miré a aquel triste deshecho de persona. Él era un trapo. Y si todo perdió el sentido. ¿Cuál era el punto de estar vivo?
Tic tac Alicia, el tiempo se te acaba.
Me levanté, convertido en un desastre. Iba tarde. Comencé a correr. La estridencia de mis pasos contra los adoquines fue una sensación irreal. El golpeteo de mi corazón fue violento mientras le intentaba seguir los pasos a mi conejo blanco. La tesis, mi familia, las expectativas, los reflectores, ser inteligente, no ser nada. Troté más rápido. Si ya estaba pensando de esta manera, la brisa se coló en el último rincón de mi alma, el aire me quemó. Si ya había perdido todo el sentido vivir, ¡la jodería en grande! Mis pies no se detuvieron hasta llegar a las canchas deportivas. El fulgor de la noche cubrió mis pecados. Corrí, tomando una de las pértigas abandonadas sobre los contenedores. La aspereza del carbono contra mi palma fue electrizante y agradable. Esta era una despedida. Sin excusas, sin sangre, sin arrepentimientos. Me arrebaté aquel anillo, arrojándolo hacia algún lugar del campus. Taché en lo que me había convertido para borrarme a mí mismo.
Solo me dejé ir.
Primero: el impulso. Con el resonar de mis zapatos y mis pasos retumbando hasta en la mandíbula, corrí, con la respiración agotada, con un nudo en la garganta y ardor en el cuerpo. Corrí despojándome del gris y de la presión, ¡a la mierda ser inteligente!, al diablo la tesis, mi familia, el préstamo estudiantil y Sing.
Segundo: el despegue. Clavé la pértiga en el suelo, en uno de los agujeros que había en la cancha para caer del lado contrario de la barra, con el rostro directo hacia el cielo, con la palma libre de aquel maldito anillo y el alma ligera por primera vez.
Tercero: el vuelo. Al soltar la garrocha, al ver las luces del auditorio encendidas a la distancia, al traspasar el barrote entre chispa y cielo, cerré los ojos, con una sonrisa, lo recuperé. El corazón me latió con una dolorosa familiaridad, los colores se deslizaron entre mis dedos al apartarme de la luna. Hacia un país repleto de maravillas y locuras. Lo saboreé. Esto era la libertad, mi libertad.
De un golpe aterricé sobre aquella colchoneta, mi mano se acomodó sobre mi frente, la tenía empapada y caliente, mi atención se enfocó en el resplandor de cada una de las estrellas. El mundo finalmente volvió a correr. Era hermoso y cegador. Mi palpitar fue desenfrenado. Me acaricié el pecho, sin cadenas, sin presión, sin nombres que carecían de sentido. Solo. Amaba esto. Esta era la mejor parte de mí, y renunciar para actuar lo que alguien más quería fue una estupidez. Adoraba saltar la pértiga, me hacía tan feliz que apenas podía soportarlo. Me enfrenté a mí mismo, y por primera vez, me miré. Yo no me odiaba. Aborrecía en lo que me habían convertido. Y ahora, me incliné sobre el colchón.
Estaba listo para equivocarme con ganas.
—Hey. —Mi columna vertebral se erizó tras escuchar aquella voz—. Lindo espectáculo. —La sonrisa de Yue fue un suave manto de comprensión luego de aquel infierno. Él se acercó, con lentitud.
—¿Cómo sabías que estaría aquí? —La indignación en sus facciones fue vibrante y linda. Aquel suéter era demasiado grande para ser de él, era de Shorter. Él se acomodó a mi lado, un sonido gracioso escapó de la colchoneta cuando él se hundió sobre la gomaespuma.
—Jamás te apareciste en el auditorio. —Él me acarició los cabellos, con ternura—. Ash y Sing parecían perros en celo a punto de matarse. —Bajé el mentón. No. Lo volví a levantar. Esto no era mi culpa y no permitiría que me hicieran sentir de esa manera—. Fue todo un circo, ¿sabes? Llegó tanta gente que faltaron sillas. —Bufé, rodando los ojos. Por supuesto que sí. Me dejé mimar por él.
—¿Cómo supiste que estaría aquí?
—Eres mi mejor amigo. —Sus ojos le robaron la atención a las mismas estrellas, eran oscuros pero increíblemente cálidos—. Sería estúpido sino supiera donde buscarte. —Con un gesto, él me pidió que le hiciera espacio en la colchoneta, nos recostamos contra la funda. El cielo fue excepcionalmente brillante esa noche—. ¿Recuerdas cómo nos conocimos?
—Lo recuerdo. —La melancolía me revoloteó en el corazón—. Te encontré llorando por tu exnovio en la bodega. —Él me golpeó en el hombro, con suavidad. El trepidar de sus cejas delató la humillación—. Es la verdad. —Su respiración rozó mi cuello, con pesadumbre.
—Pero podrías haberlo dicho más lindo. —Volteé mi rostro, encontrándome con los profundos ojos de Yut-Lung Lee, mi flequillo se enredó a mis pestañas—. Cuando te conocí realmente te odié. —La honestidad en sus palabras fue tan despiadada que me resultó hilarante, su palma se extendió hacia mis mofletes—. Pensé que no eras nada más que un entrometido. —La melancolía en mi cabeza fue tan eterna como el amanecer.
—Ash me dijo lo mismo. —La sonrisa entre mis labios fue infantil. Chispeante y ansiosa—. Nos conocimos en este lugar hace más de un semestre. —Y sin poderlo predecir o evitar, él dio vueltas mi vida para convertirla en una maraña sin sentido.
—Tú nunca quisiste entregar esa tesis. —Por lo que hice empezaría de nuevo—. ¿No es así? —Y por lo que no hice caería otra vez. Más fuerte. Más duro. Más violento.
Y estaría bien.
—Siempre odié esa maldita tesis. —Cualquier dolor que viniese lo aprendería a confrontar, sobre mis propios pies y con mis propias decisiones—. Desde que Ibe-san me pidió hacerla de nuevo, aunque escribiese sobre el salto de pértiga, no era lo mismo mirarlo a hacerlo. —Esto se acababa hoy.
Me perdoné por todo lo que me había hecho.
Estaba bien ser Eiji Okumura y haber perdido el tiempo.
Estaba bien solo vagar por el país de las maravillas. Después de todo...
Siempre se llega a alguna parte si se camina lo bastante.
—¿Qué es lo que vas a hacer? —La seriedad en la mueca de Yue me resultó graciosa. Sus dedos se deslizaron entre mis ojeras, eran profundas y feas. Ya no las tendría más.
—Me atrasaré un año y retomaré la pértiga. —El aroma a caucho entremezclado con tierra me llenó el alma—. No la volveré a dejar jamás. —Pronunciar aquello fue magnético para mi corazón. Como si un bloque de concreto me fuese retirado de encima. Cerré los ojos, aliviado. Esto. Me mordí la boca, sintiendo cómo el llanto aún se desbordaba entre mis mejillas y mi sonrisa.
Esto se sentía tan bien.
—¿Qué hay del préstamo estudiantil? —Extendí mis dedos hacia el cielo, el gélido de la noche fue realmente agradable contra mi piel. Mi rostro estaba caliente.
—Trabajaré un año o lo que sea. —Yo era más que una etiqueta. Mi valor no se encontraba definido por la excelencia académica—. Supongo que le tendré que explicar a mis padres, pero... —Y ser inteligente no se hallaba definido por un par de números en un libro. Porque esta era mi vida la echaría a perder tanto como quisiera. A mi manera.
—No es el fin del mundo. —Él suspiró, su risilla fue sonora y delicada—. Irónico que pienses eso cuando estás hecho todo un desastre. —Había un espejo roto en el dormitorio, había desaparecido en mi propia presentación, había arrojado un anillo de lujo en medio del campus.
¿Y qué?
—También me sorprendí. —Los postes de luz alrededor de las canchas dieron un último pestañeo antes de apagarse—. Sé que esta decisión es tonta porque me falta poco para acabar con la carrera. —El sabor a café seguía impregnado en mis labios—. Pero quiero descansar por el momento. —Me hice tanto daño con las expectativas de los demás. Nunca era lo suficiente. Siempre me faltaba más. Tarde, ¡iba tan tarde!
—Esperaba escuchar eso. —Me encontraba tan abrumado que olvidé que no solo era mi Alicia—. Eiji... —También era mi propio Lewis Carroll. Mi atención se enfocó en Yue. La calidez de su aliento contra mi nariz fue agradable, su clavícula quedó expuesta en aquel ridículo suéter—. ¿Qué harás con Sing? —Él era toda una pena.
—Le devolveré cada una de las cosas que me ha dado. —No quería nada—. Y en lo que a mí me concierne, hemos terminado. —No me mantendría atado a una relación por obligación. Era destructivo, tóxico y enfermizo—. Es tan triste pensar en el chico que él solía ser. —Cuando era medio metro más bajo y una infinidad más lindo—. A veces trato de entender dónde las cosas salieron mal. —Una línea roja y morada se encontraba trazada sobre mi dedo anular—. Pero saberlo no cambiará nada. —Que me mantuviese en sus memorias y dejara ir al resto.
—Siendo justos, te advertí que salir con un niño de primaria te traería problemas. —Rodé los ojos, dándome vueltas en aquella colchoneta, quedando frente a él—. Tu preocupación por los demás puede llegar a ser estúpida. —No hubo veneno en aquellas palabras, solo verdad—. Por no herir a ninguno de esos gorilas terminaste así. —Él rozó los bordes de mis mofletes, la sensación fue rasposa y violenta—. No te destruyas más, por favor. —Me aferré a su mano, con suavidad. Electrizante y maravilloso.
—Ya no más. —Esa noche nuestros roles fueron inversión e ironía—. Y aunque estoy muy enamorado de Ash, tampoco lo presionaré. —Me mordí la boca, con un nudo en la garganta y un dilema en el corazón—. Sino tiene la tenacidad suficiente como para dejarme entrar o al menos intentarlo, no vale la pena. —Miré la clase de persona en la que me convertí dentro de los ojos de mi mejor amigo.
—Más le vale al lince de Nueva York empezar a ser valiente. —Imperfecto, pequeño y tembloroso.
—Esto es tonto, ¿no? —Vulnerable, incorrecto e impulsivo.
—Eiji... —Yo no era más que un chico entrometido—. Somos personas, todo lo que hacemos es tonto, ese es el encanto de vivir. —Reí. Así estaba bien. Así me amaba.
—Supongo que sí. —Fue lo que musité, dándome vueltas sobre aquella colchoneta. Observando las estrellas una última y primera vez.
Entre más prisa llevo, más atrás me quedo.
Por eso, dejé de correr.
Hasta hoy en día este sigue siendo el capítulo más sofocante que he escrito en la faz de la tierra y sigo amandolo, sé que es solo un fic pero me siento muy orgullosa de toda la travesía que Eiji ha pasado en diferentes aspectos de su vida. Queda, es obvio, uno jamás termina de avanzar en el fondo pero lo importante es dar el primer paso. Uno no escoge la intensidad o cuantas adversidades lo golpean pero sí la manera de confrontarlas. Muchas gracias por tanto.
¡Espero que les haya gustado!
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