Capítulo 14.
¡Hola mis bonitos lectores! Estos son de los capítulos que más me gustan en este trama así que a darle con todo. Muchas gracias por leer, narra Ash.
Un brindis por Eiji Okumura, el novio con los ojos más bonitos del mundo y el mundo más frío dentro de ellos.
Un brindis por Ash Lynx, el cobarde al que no le importó ir robando corazones para huir en la marcha nupcial.
Un brindis por nosotros dos y la historia que jamás fue escrita tras dar el «acepto». Que hable ahora o calle para siempre. El amor entre nosotros dos era tan desbordante, lo único que pude hacer fue ahogarlo en un silencio.
Suspiré, tratando de concentrarme en los papeles que tenía entre mis manos, intentando conferirle un significado al sinsentido de la tinta y a un despiadado tik tak. El fulgor del atardecer le otorgó un toque hogareño a mi apartamento, el invierno se vio aplacado por su respiración. Él se encontraba cerca, su aliento se derritió contra mi cuello mientras observábamos aquellos documentos. Electricidad y magnetismo. Peligro y adiós. Mi espalda crujió contra el respaldo cuando me estiré, la silla era incómoda y vieja, esa roñosa que había conservado solo para él. Dejé su tesis encima de la mesa, el silencio en el comedor fue escalofriante, se hallaba impregnado de latidos en fragmentos. Cuando vislumbré esos infinitos ojos cafés, supe que yo era suyo. El corazón me martilló con violencia, las palmas me temblaron sobre el regazo, me mordí la boca. Amarlo era una sensación tan destructiva que me terminaría por matar, lo sabía. Mantenerme lejos sería lo mejor, debería irme, debería subir más alto en mi Kilimanjaro. Él no pertenecía a este mundo de asesinatos. Que hable ahora.
—¿Crees que quedó bien? —O calle para siempre, sin embargo, mis manos ya se encontraban tomando las suyas—. Es solo el primer borrador, pero... —Su mirada fue una eternidad ilusoria bajo la timidez primaveral—. Tu opinión es importante. —Vasta, profunda, e increíblemente brillante. Los pensamientos me tiritaron en un océano sinfín.
—¿Bromeas, onii-chan? —Él se relajó—. Con un par de ajustes quedará perfecta. —Una pequeña sonrisa se posó sobre unos labios demasiado tentadores y dulces como para dárselos a alguien más. Él no era mío.
—Que bien se siente escuchar eso. —Pero yo era de él—. Con la reunión de Ibe tan encima, no creí poder terminar el borrador. —Otro nombre se encontraba grabado sobre su anillo. Mis palmas se deslizaron desde las suyas hacia su cintura.
—Aún tienes algunas cosas que arreglar, no te confíes. —Me aferré a él, con suavidad, temiendo romperlo—. Bajas la guardia con demasiada facilidad. —Aterrado por mancharlo.
—¿Lo hago?
—Lo haces. —Lo tiré para que quedase a horcajadas encima de mi regazo. Tarde. Demasiado tarde. Mis manos sobre su espalda, sus piernas alrededor de mi cadera, sus pies colgando contra la silla, su rostro sobre el mío. Adictivo.
—¿Ash? —Un adorable carmesí coloreó sus mejillas, la boca le tembló, su respiración fue un aleteo de mariposa encima de mi nariz—. ¿Ocurre algo? —Memoricé cada facción a fuego lento en mi corazón. Él se iría.
—Eiji... —Chispas destrozaron mi cordura tras pronunciar su nombre—. Quiero que me mimes como recompensa por ayudarte. —Mis palabras fueron vergonzosas y sin sentido. Permanecí así, pereciendo en este engaño acribillado de mentiras. Lejos de Sing Soo-Ling.
—Tú... —Era perfecto—. A veces te portas como un niño. —Una carcajada fue retenida contra el dorso de su palma, fue bonita, tanto que quise llorar—. No puedo negártelo luego de que me ayudaras. —Él me acunó, apoyé mi cabeza contra su pecho, impregnándome de él. Sus latidos fueron una sinfonía sublime de crueldad. Me ahogué.
—Lo has estado haciendo bien. —En menos de un mes yo lo perdería. Él daría el «acepto» y esto se acabaría—. Deberías comenzar a dormir más, tienes que estar saludable cuando la presentes. —Si él no me amaba ahora.
—Lo dice quien apenas va a sus clases. —Tampoco lo haría mañana.
—Me estoy tomando las cosas a mi ritmo. —Pero estaba bien. Porque aunque el mundo entero estuviese en mi contra, lo estaba manteniendo a salvo—. De todas maneras soy el mejor de la clase. —Me lloró el espíritu. Él bufó, indignado.
—Es gracioso. —Él acomodó su mentón encima de mis cabellos, sus dedos se enredaron entre los hilos de un amanecer descolorido—. Antes de conocerte estudiaba de manera enfermiza, una vez pasé siete meses durmiendo dos horas todos los días. —Su esencia se deslizó entre mi cordura y la reminiscencia de un primer amor. Nuestras respiraciones hicieron eco por mi apartamento—. Ahora estoy mucho más relajado.
—¿Me estás llamando mala influencia? —Su risa fue un sonido encantador. Lo apreté con nervio, intentando sobrevivir a esta decadente opresión.
—Supongo que lo puedes llamar así. —Sus caricias cesaron—. ¿Sabes? Aunque no lo esté haciendo tan bien en la universidad me siento mucho mejor. —Él me apartó para acunar mis mejillas entre sus palmas. El roce fue tibio y tímido, tan enternecedor—. Me siento yo mismo otra vez.
—¿Un torpe japonés? —Sonreí, pellizcándole los mofletes, eran esponjositos y tibios.
—¡Ash! —Su puchero fue implacable—. Estábamos teniendo un momento.
—¿Lo estábamos? —Le apreté la nariz, embelesado—. No me quedó claro. —Lo sostuve por la cintura, nos hallábamos tan cerca que había olvidado dónde comenzaba mi alma para terminar la suya.
—Solía estar tan perdido. —Él acomodó un mechón de mi flequillo detrás de mi oreja, saboreé su aliento entre mis labios, fue difícil respirar—. Gracias por encontrarme, Ash. —¿Cómo no acabaría enamorado de Eiji Okumura? Imposible había sido resistirse desde el inicio.
—Yo... —No tuve las palabras correctas ni los sentimientos en un buen lugar—. No fue nada. —¿No fue tonto? Él me estaba agradeciendo cuando yo fui el rescatado. Él con su pértiga. Él con su sonrisa. Él con esa despiadada terquedad. Era un entrometido.
—Al menos trata de sonar modesto. —Él era esa clase de persona. Aquella de la que cualquiera se podría enamorar, hermosa y apasionada—. Con razón la pandilla se queja de ti, boss. —Insistente y terca, pero increíblemente incondicional. Tan dulce que me derritió el corazón.
—Eiji... —Me hallaba aterrado—. No lo entiendo. —Mis dedos se crisparon alrededor de su espalda, no pude mirarlo, no pude alcanzarlo, era una carcasa congelada—. ¿Qué es lo que tanto te gusta de Sing? —Herirlo era más sencillo que tener que afrontarlo. No fue necesario observarlo para saber la clase de expresión que él trazó. Lo sentía.
—Ash... —Lamentaba ser tan cobarde y dar dos pasos hacia atrás. Quería dejarlo ir porque lo amaba, no era merecedor de nada—. ¿Por qué no me preguntas lo que realmente quieres saber? —Aunque quise apartarlo, él me sostuvo. Él me alzó el mentón. Fue tan cruel mirarlo.
—¿Qué se supone que te quiero preguntar?
—Pregúntame qué es lo que me gusta de ti. —Parpadeé, perplejo, mi rostro fue golpeado por una abrasadora electricidad, perdí el aire, mis latidos se tornaron violentos. Sus piernas colgaron contra los soportes de madera, la silla crujió.
—No podemos tener esta conversación ahora. —No tuve la voluntad suficiente para abrazarlo. Esto. Me mordí la boca, la mirada me quemó, mi sangre fue concreto líquido bombeando hacia mi corazón. Esto era doloroso. Tirité, convirtiendo mi agarre en puños. No podía. Sing cuidaría mucho mejor de él. Yo—. Por favor párate. —Me cubrí la cara, haciendo presión sobre mi entrecejo. Mierda. Quería llorar.
—Lo entiendo. —Él se levantó, haciéndome sentir como un gatito abandonado bajo la lluvia, él me dio la espalda—. Solo para que lo sepas, me gustas porque eres tú. —Aquella confesión fue una daga oxidada, me toqué el pecho, tratando de detener aquellas sofocantes emociones. Sangraban y escurrían. ¡Alto! Eran pedazos.
—Si fuera el hijo de Dino Golzine no dirías eso. —Esas asquerosas etiquetas me atormentaban, esto sucedería—. Cuando entiendas la clase de persona que soy, ya no dirás más eso. —No pude esconder el tartamudeo en mi voz, él me miró, a centímetros en aquel apartamento. A vidas de lejanía.
—Aunque te conviertas en el hijo de ese hombre... —Quizás en otra vida podría amarlo mejor—. Seguirás siendo tú, Aslan. —Bastó que él pronunciara mi nombre para que yo fuese a él en pedazos. Presioné mis párpados con fatiga, la mandíbula me tembló, me ahogué con saliva. Me tiré con fuerza el pecho, tratando de arrancármelo del alma. No pude.
—Eiji. —Él había llegado a un lugar que profesé muerto y olvidado—. Yo... —No me dejes. Por favor. Me mordí la lengua. Sing Soo-Ling—. No es fácil sentirse así de asqueroso. —Él interrumpió sus pasos, los rayos del atardecer bañaron el caramelo que era su piel.
—Lo sé, pero te lo dije ¿no? —Quería que él se detuviese. Me haría desaparecer—. Aunque el mundo entero esté en tu contra, yo siempre estaré a tu lado.
—¿Por qué? —Él sonrió, triste, realmente triste.
—Porque te amo, americano estúpido. —¿No era cruel? Él me daba esperanzas cuando estaba vestido de blanco para alguien más—. ¿Tienes hambre? —No estaba listo para esto. Amarlo...—. Voy a prepararnos algo.
Era desgarrador.
Un brindis por Eiji Okumura, el novio con los ojos más bonitos del mundo y el mundo más frío dentro de ellos.
Él desapareció hacia la cocina, decenas de cajas yacían contra el piso, los cuadros de fotografías se hallaban vacíos y empolvados, el gélido del engaño se coló para carcajear a mi lado. Náuseas y mareos, tan irreal. Dino Golzine me regaló este lugar para que fuese nuestro, cuando se aburría solo se escabullía, no podía decirle que no aunque estuviese cansado o durmiendo, ese era el precio a pagar por mi escasa libertad. Me abracé a mí mismo, pequeño. Antes de que Griffin muriera solía fantasear con algo así, con una vida doméstica y sencilla, sin embargo, me dejó y las opciones se acabaron. Amaba a mi hermano mayor, él adoraba la docencia y creía en ella, pensé que una manera de honrarlo sería vanagloriando su pasión, fue irónico conocer de esa manera a mi captor, mi vocación falleció tras convertirme en su muñeca. La tráquea se me cerró. Era duro tener al japonés dentro de este apartamento por una infinidad de razones, por el semen que había limpiado en las alfombras o el vómito que escurrió de mis entrañas, por los condones sucios que no llegaron al tacho de la basura y por los gritos que nadie escuchó. Me pregunté si aún me amaría si supiese eso y temí que lo hiciera.
Sing podía ofrecerle una vida normal.
Yo no.
Y desearía tanto ser yo, no obstante, sería terriblemente egoísta anhelarlo. No solo me hallaba tan sucio que me quería arrancar la piel, sino que además era aborrecido en la universidad. Mitigaba la violencia para no asustarlo, cuando mis subordinados eran amenazados porque las otras pandillas no nos querían allá. ¿Teníamos la culpa de haber nacido sin oportunidad? Al parecer sí. Un platillo de arroz al frente de mi cara fue lo que me devolvió a la realidad. Parpadeé, de alguna manera habíamos llegado a mi habitación. Apreté el tazón con fuerza, el aroma fue reconfortante y apetitoso, el vapor inundó el lugar. Estábamos sentados encima de mi cama, al frente de mis libreros, con la espalda contra la pared y las piernas encogidas. Suspiré, llevándome un bocado hacia la garganta. Esta dualidad era una mierda.
Un brindis por Ash Lynx, el cobarde al que no le importó ir robando corazones para huir en la marcha nupcial.
—Tu apartamento es bonito. —Sonreí contra el platillo. ¿Bonito? Sí, especialmente los grotescos recuerdos—. ¿No sería más fácil estudiar acá?
—Esto no es mío. —Ni siquiera mi cuerpo lo era—. No me gusta venir seguido aquí. —Bajé el mentón, ido. Aquel platillo perdió la gracia, fue insípido.
—Solo estaba tratando de hacer conversación. —¿También lo intentaría con Sing?—. Lo siento. —¿Lo miraría con esta clase de expresión enamorada?—. No quise decir algo incorrecto. —¿Lo tocaría con la misma suavidad que había usado para arrebatarme el corazón?
—Solo vinimos por el material extra para tu tesis. —Esos labios, ¿lo besarían con la misma pasión que me deseaban?—. No te fijes mucho en este lugar. —Ese cuerpo, ¿sería sostenido por otro hombre? Contuve una arcada. El arroz se pudrió bajo mi lengua. Los ojos me ardieron. Fue doloroso, abrumador y corrosivo. El alma me aulló.
—Gracias por ayudarme con la tesis. —Algo se quebró entre nosotros dos. El pecho me punzó. Me sentí enfermo, las agujas de la impotencia me desgarraron la garganta—. Lo que te dije hace rato fue en serio, ¿sabes? —¿Lo amaría de la misma manera que me amaba a mí? Claro que no.
Sing no se hallaba así de jodido.
Apuesto que él no tendría un ataque de pánico en su propio apartamento, seguramente era querido por la universidad, probablemente tenía una familia bonita. ¿Qué se sentiría estar limpio? ¿Haber tenido la oportunidad de ser normal? Y yo...Lo único que tenía eran mis gritos retumbando una y otra vez dentro de mi cabeza. Porque no se detuvo y yo me tuve que adaptar. No podía ofrecerle nada. Suspiré, Eiji Okumura era mi persona perfecta en el tiempo equivocado. Mis puños se crisparon contra las sábanas. Sing era todo lo que yo no era. Él era mucho mejor. Más humano.
—Odio este apartamento pero jamás tuve el coraje para abandonarlo. —Amarlo ya no era suficiente—. Tú me lo diste, Eiji. —Aún desgarrado no le permití llorar al niño olvidado—. Gracias.
—Ash... —Mi historia no era más que un cigarrillo en la alcantarilla.
—Siempre andas diciendo que yo te salvé, pero seamos sinceros. —Nuestros hombros se rozaron, cerca. Tan cerca que pensé que lo lograría alcanzar hacia el país de las maravillas—. El único salvado fui yo. —No lo hice—. Será duro no tenerte en los dormitorios. —Enfoqué mi atención en los libreros de mi cuarto, esos que compré con dinero sucio y esos que mi hermano me solía leer. Dejé el platillo de lado.
—Entonces dame una razón para quedarme. —Él apoyó su nuca contra la pared antes de mirarme.
—¿Qué? —Nuestros ojos se entreveraron bajo la complicidad de la noche, tirité, abrumado. Mi corazón cayó con fuerza, era polvo y pedazos de estrellas.
—Dame una razón para permanecer por siempre a tu lado y así lo haré. —Quise retroceder, no obstante, me hallaba contra la pared. Me encogí, destrozado, él era dolorosamente hermoso.
—No te puedo dar eso. —Sin cambiar de posición, él se estiró para rozar mis labios con la punta de sus dedos—. Deberías irte con él. —El tacto fue atronador y sofocante.
—Comes como un niño. —Fue lo que balbuceó, algunos granos de arroz fueron retirados de mis mejillas para ser saboreados—. Eso también es lindo. —Tirité—. Eres lindo, Ash —Alcé la barbilla, encontrándome con esos ojos, sabiendo que por más que lo intentase no lo podría esconder. Acercarme a él me había costado el corazón.
—Odio verte con Sing. —Siempre cerca—. Pero él te puede hacer feliz. —Nunca juntos.
—Voy a terminar con él. —Parpadeé, atónito. Una delirante fiebre me derritió la cordura. No. No. ¡No! No me podía ilusionar.
—¿Qué?
—Así es. —Él se acarició la nuca, dejando que su espalda se deslizase contra la pared, sus piernas se extendieron encima de las sábanas. El chirriar de los resortes fue ilusorio, su respiración corrió nerviosa—. Lo correcto es terminar con él, esta relación no es sana. —Al vislumbrar su rostro, al contemplar esa clase de expresión—. Aunque él me está evitando, supongo que ya lo sospecha. —Supe que solo podía ser un todo con él.
—¿Fue por mi culpa? —Me escondí detrás de mi palma, sabiendo que no podría ocultar más mi sonrisa. Egoísta. Altanero. Escoria. ¡No! Amarlo estaba mal. ¿Con qué derecho?
—No. —Él sería mucho más feliz con Sing—. Tú no tienes nada que ver en esta decisión. —Él podría hacerle bien. Tan bien.
—¿Entonces? —Él se inclinó, cerca, sus manos se convirtieron en un nudo sobre sus rodillas. La oscuridad del cuarto mezclada con la infinidad de sus ojos me resultó embriagadora.
—Ash. —Un brindis por nosotros dos y la historia que jamás fue escrita tras dar el «acepto»—. ¿Quieres que me case con Sing? —Que hable ahora o calle para siempre.
—¿Por qué me lo preguntas? —El amor entre nosotros dos era tan desbordante. Lo único que pude hacer fue ahogarlo en un silencio.
—¿Realmente me consideras solo un amigo? —Que hable ahora.
—Te amo.
O que calle para siempre.
—¿Ah? —Ambos nos ruborizamos con violencia. Me apreté el pecho, mirando los trozos de mi corazón, los había perdido entre sus manos. Esta—. ¿Qué fue lo que dijiste? —Era la crueldad del primer amor.
—Te amo, Eiji Okumura. —Me apreté el alma con violencia, tratando de tomar aire—. Creo que lo hice desde que te conocí. —El mohín que me obsequió fue un poema que jamás pude dejar de recitar: hermoso, ingenuo y apenado. De mejillas ruborizadas con descaro, labios temblorosos y pupilas vacilantes entre la perpetuidad. Él era un resplandeciente girasol y yo una maldita tormenta.
—¿Entonces, por qué insististe con el matrimonio? —Presioné los párpados, sabiendo que ya no había vuelta atrás—. Yo... —Aquel terco japonés fue reducido a puro nervio—. Me estaba empezando a preocupar ¿sabes? Tienes 200 puntos de IQ y me dices que los amigos se besan. —Ambos reímos, robándonos las estrellas.
—Tal vez debí pensar en una excusa mejor, onii-chan. —Chocamos nuestros hombros y entrelazamos nuestras manos—. Pero no puedo pensar con claridad cuando se trata de ti.
—Lo noté. —Él alzó una ceja y de repente me desbordé.
—No estoy a la altura de Sing. —Fui hacia él, hecho pedazos—. Sé que no soy la mejor opción entre nosotros dos, pero... —Él negó, silenciándome. Acunándome entre esas pequeñas y suaves palmas para convertirme en un todo. Ya no era yo mismo.
—Esto no es una especie de juego. —Hoy era un poco más—. Las personas no se pueden reducir a simples opciones, eso no está bien. —Me incliné sobre él, delineando sus mejillas, eran regordetas y estaban calentitas—. Terminaré con él porque es lo más sano para nosotros dos, esta relación lleva años decayendo. —¿No era increíble? Él me desarmaba con suma facilidad. En un parpadeo me profesaba embelesado. Era su esclavo.
—¿Realmente estás bien con alguien como yo? —Sus brazos se deslizaron alrededor de mi cuello, despacio—. He pasado por mucha mierda, no te quiero arrastrar a ella. —Él sonrió, cerca. Sus pestañas barrieron sueños y luceros—. Mi pandilla está disputando territorio con otras, es peligroso.
—Aslan Jade Callenreese. —Mi nariz se deslizó al costado de la suya, estábamos a centímetros del «acepto»—. Ni siquiera te das cuenta de lo valioso que eres, ¿verdad? —No pude respirar ante la infinidad que esos ojos me mostraron—. Eres absolutamente maravilloso y nada de lo que hayas pasado te lo puede arrebatar. —¿Qué tanto me castigaría el destino si caía en la tentación?
—Eiji...
—Te amo, americano estúpido. —Reí con timidez. Bruma eran nuestras memorias, condena aquella traición—. Y entiendo mejor que nadie lo duro que es escuchar esto cuando no te sientes de esa manera. —Me acomodé frente a él, su espalda se deslizó contra la pared, nuestros latidos se sincronizaron—. Así que te lo repetiré cada día un poco más, hasta que duela menos escucharlo. —Sus yemas me quemaron el cuello—. Hasta que te lo creas.
—Eres insoportable. —Aún bajo la vergüenza encontramos satisfacción—. ¿Quieres que te vuelva a pedir que te quedes a mi lado? —Éramos amanecer y anochecer. Siempre cerca.
—Eso me ha gustado. —Nunca juntos—. Dilo otra vez. —Solo por esta vez.
Un brindis.
Besarlo fue éxtasis e irrealidad. Mis yemas se deslizaron con suavidad detrás de su nuca, acariciando la punta de sus cabellos, nuestras piernas encajaron entre la oscuridad y el susurro del ayer. Pude apreciar el aleteo de sus pestañas en un cerrar de ojos. Nos dejamos llevar. Magnetismo y seducción. Sus labios fueron un deleite mortal. Suaves, dulces, cálidos e increíblemente intoxicantes. Él se aferró a mi espalda, derritiéndose bajo mi lengua. Nos complementamos a la perfección. Saborear a Eiji Okumura fue una irrealidad meliflua. Él apretó con fuerza mi chaqueta, conteniendo un jadeo contra mis dientes. Aquel instante se detuvo para regalarnos una eternidad. Las ansias se fundieron con nuestros alientos, pude sentir cada palpitar en aquel roce. Fallecí y reviví en él. Sus hombros chocaron con la pared, la pasión se desbordó en aquel cuarto. Me hallaba borracho de su amor y enviciado por su esencia. Era un maldito adicto. Cuando el calor aplacó la electricidad, nos separamos. La manera en que esos ojos me contemplaron bajo la oscuridad.
Él me había dejado sin nada.
—Eiji... —Delineé sus labios, embelesado. Ni el cielo más espléndido, ni el crepúsculo más sublime se pudieron comparar a la belleza que fulguró en esas obsidianas—. ¿Qué se supone que pasará con nosotros dos? —El amor convertía a las personas en estúpidas. Arrastraba cordura y dejaba un gélido vacío.
—Debo hablar con Sing. —Daba esperanzas para hacerlas cenizas—. Necesito ponerle un alto a esto, estoy cansado de pretender que es sano. —Me hacía pedazos pero ya había vuelto. Presioné mis párpados, apoyando mi frente contra la suya, sus cabellos cosquillearon entre fiebre y sudor. Éramos dos extremos del mismo hilo.
—¿Estás seguro de que es lo correcto? —Quería que él me amase. Me profesaba sediento y desesperado. Quiéreme. Quiéreme, por favor. Sus yemas fueron electricidad contra mi piel. Su aliento se fundió con la escarcha de la nostalgia.
—Sí. —Él apretó mi mano—. Llevo días tratando de contactarlo para acabar con esto, pero... —La aflicción en su voz me resultó dolorosa—. Él ha comenzado a evitarme. —La cama rechinó cuando me acerqué, la tensión fue agobiante, los platillos de arroz se habían caído al piso. Ya no había luz.
—Se está portando como un idiota. —Él asintió, presionando un beso encima de mis nudillos—. Supongo que tiene miedo de que rompas con él. —No pude descifrar aquella expresión. Me punzó el alma, fue agridulce.
—Se supone que nos veríamos hoy pero ni siquiera me respondió el mensaje. —Él se acarició el entrecejo, fatigado—. Aunque esto es lo correcto se siente raro acabar así, pasamos por tanto. —Aquel anillo seguía sobre su dedo, apreté un poco más su palma. Perecí en él.
—Yo no te puedo ofrecer nada de lo que él tiene. —Fui vulnerable y pequeño—. Me da miedo ensuciarte. —El terror caló hacia cada uno de mis pensamientos hasta paralizarme—. Pero estoy tan enamorado de ti, odio sentirme así de egoísta. —No obstante, lo hice—. Estoy tan enamorado como asustado. —Reí, dejándome caer en el letargo.
Así que esta era la crueldad del primer amor.
—Lo entiendo. —Perdí el corazón al acercarme demasiado. Fue inevitable, doloroso e irreal—. Porque me siento de la misma manera. —El rubor me quemó, las mariposas dentro de mi estómago aletearon con fuerza, cada músculo me cosquilleó—. ¿Te sentiste presionado a corresponderme? —Solo floté y me perdí en sus ojos. En esos ojos. Los más bonitos del mundo.
—Jamás. —Me permití ser real—. Ni una sola vez.
—Bien. —Él presionó otro beso contra mis nudillos, mis pedazos solo se esfumaron para llegar a él—. No quiero que te sientas obligado a nada cuando estés conmigo. —Esas palabras fueron tan preciosas que ni siquiera se lo pude expresar. Consentimiento, no pensé que fuese digno. Él era lindo, tan lindo que estaba a punto de romper en llanto.
—Ni siquiera me diste una oportunidad contra tus encantos, onii-chan. —Éramos dos extremos cortados del mismo hilo carmesí. Bajé mi mentón, expuesto—. Por favor no te vayas después de terminar la tesis. —Corríamos entre las sombras maldiciendo el amor y las mentiras—. Quédate a mi lado. —Pude saborear su sonrisa bajo el silencio y la oscuridad. Esta atracción era letal.
—Supongo que puedo hacer un doctorado. —Moriría por culpa de él. Éramos una tragedia—. Me quedaré contigo hasta que me pidas lo contrario. —No obstante, los mejores romances eran aquellos de minuto—. Te puedo preparar natto durante el resto del año.
—¡Eiji! —Antes de que pudiese seguir reclamando, el timbre interrumpió. Un escalofrío azotó mi columna vertebral. Era tarde, demasiado tarde como para recibir alguna visita. Me aparté, con un mal presentimiento atorado en la garganta.
—¿Estás esperando a alguien? —Uno de mierda.
—No. —Me levanté de la cama, nervioso.
—Quizás Yue y Shorter están cobrando venganza por las citas que les arruinamos. —Mis pasos fueron una marcha fúnebre hacia la entrada. Mis palmas se profesaron sudorosas contra el pomo. Presioné los párpados, sabiendo quién era. Abrí la puerta.
Un brindis por Sing Soo-Ling.
—Sabía que estarías aquí. —Su voz retumbó entre las paredes de mi apartamento. Las costuras de su chaqueta se desgarraron ante la tensión bajo sus brazos, su ceño se hallaba tieso, su mandíbula fue un áspero chirriar. Celos, ¡sí! Unos destructivos—. Los sujetos de ese bar de mala muerte me dijeron dónde encontrarte. —Eiji no retrocedió bajo el gélido de su voz. La tensión fue sofocante, violenta y silenciosa.
—Tú eres quien me ha estado evitando. —Sing tragó duro, su respiración fue la de un cachorrito herido en plena carretera—. No tienes ningún derecho a aparecerte ahora. —Había un cuchillo de acero entre ellos dos. Esos grandes ojos cafés se acribillaron con lágrimas contenidas.
—Vámonos. —Esto era sumamente doloroso para él. El más alto ni siquiera lo miró cuando le ordenó aquello. Él ya no lo escuchaba, él ya no lo veía, él ya no lo respetaba, ¿amor?—. Estoy cansado de pelear, solo regresemos a casa.
—Nosotros tenemos asuntos que tratar. —Que hable ahora.
—Yo no tengo nada que discutir con el lince de Nueva York. —O que calle para siempre—. Ya has hecho suficiente daño en mi vida.
—Tenemos que hablar. —Fue lo que bramé, empujándolo fuera del apartamento—. Eiji, esto es entre nosotros dos. —Fue lo que gruñí antes de cerrar la puerta y dejarlo adentro.
—¿No te has entrometido lo suficiente ya? —Tomé el cuello de su chaqueta antes de apoyarlo contra el pórtico. Sus puños temblaron bajo sus mangas, las cejas se le cayeron, su corazón era pedazos—. Está bien que ustedes dos jueguen para distraerse. —Aquel hombre estaba completamente desesperado—. Pero la boda ya está cerca y necesito a Eiji conmigo.
—Estás ignorando sus llamadas porque sabes que quiere terminar contigo. —Él presionó los párpados con fuerza. Ya no veía, ya no escuchaba. Él...
Eso no era amor.
—Es mentira —¿Éramos lo mismo?—. Él se siente confundido por lo del compromiso, le estoy dando la libertad de explorar. —Él se aferró a aquel anillo como si su vida dependiese de eso. Pero lo hacía.
Me dio pena. No podía culparlo cuando conocía la belleza que el alma de Eiji Okumura desprendía, tenerlo cerca era una bocanada de sol, me hallaba familiarizado con ese desmesurado anhelo por acunarlo, sin embargo, esto era enfermizo. No podía ser amor si transgredía la voluntad del otro, por muy desesperado que se profesase en este océano de soledad, lo estaba hiriendo. Lo aborrecí por lastimarlo, y me aborrecí un poco más por casi hacer lo mismo.
Era realmente difícil ver la clase de mierda que uno era inmerso en la tormenta.
—Si estás tan seguro deberías confrontarlo. —Me moví de la puerta, apuntando hacia mi apartamento—. Entra y pregúntale si te ama. —Sing fue un poema de despecho y perplejidad, las costuras terminaron de cortarse—. Cobarde. —Pero todo se valía en la guerra y el amor ¿no? Las luces artificiales le dieron un aspecto enfermizo y demacrado.
—Todo iba bien entre nosotros dos antes de conocerte. —Él balbuceó eso, ido—. Tú nos arruinaste. —Sus pupilas desbordaron pena—. ¡Hiciste lo mismo con Lao! ¡Le arruinaste la carrera porque tú eres el cobarde! —Mierda. Me paralicé. Observé la clase de hombre que era dentro de esos ojos rasgados.
—Qué mal conoces a tu pareja si crees que es así de manipulable. —No era más que un asesino—. Yo... —No pude seguir mirando. Mi espalda se clavó en la perilla cuando me aparté.
—Si estás tan seguro de los sentimientos que Eiji tiene por ti, hagámoslo tomar una decisión. —La confianza en su voz fue escalofriante, la piel se me erizó, mi garganta se llenó de espinas.
—¿Tomar una decisión? —Él no volvió a vacilar aquella noche. La frialdad en aquel pasillo fue interrumpida por el despecho de sus latidos.
—Sí. —Él se aferró a aquel anillo, con fuerza—. El día que él presente la tesis, veamos a quién de los dos prefiere para su futuro. —Parpadeé, inseguro, un venenoso presentimiento mató a mis mariposas. Mis palmas se aferraron a mi pecho, como si con eso pudiese contener mi corazón.
—¿Iremos los dos con él?
—Así lo haremos. —Él se apartó, sus labios temblaron, tratando de hilar la frustración con su cordura. El aire estaba pesado—. Amo a Eiji, pero él se rompe con suma facilidad. —Me sentí afiebrado y enfermo bajo esa clase de expresión—. Él es una persona frágil y sensible. —Un brindis por Eiji Okumura, el novio con los ojos más bonitos del mundo y el mundo más insípido dentro de ellos.
—¿Crees que lo puedes contener mejor que yo? —Aunque escupí aquella pregunta con petulancia, me abracé a mí mismo, sofocado. Había una desgarradora sensación escurriendo bajo mi piel.
—Lo puedo apoyar de formas que ni siquiera te imaginas. —Su determinación fue cruel. Retrocedí. Lejos. Tan lejos que ya no podía bajar—. Yo le puedo ofrecer una vida normal.
—¿Y yo no? —Él negó.
—No creas que soy ajeno al mundo de las pandillas. —No escuché más mis latidos en aquel lugar—. Sé quién realmente eres, Lynx. —Habían muerto.
—Soy más que eso. —Él sonrió.
—Eres el hijo de Dino Golzine. —Contuve una arcada—. No eres más que eso. —Todo se valía en la guerra y en el amor. Un brindis por Ash Lynx, el asesino al que no le importó ir robando corazones para luego quebrarlos en la marcha nupcial.
—Estoy cansado de esto. —Un brindis por nosotros dos y la historia que jamás fue escrita tras dar el «acepto»—. Hagámoslo.
Que hable ahora o calle para siempre.
Uno de nosotros tres se ahogó en el silencio.
Siento que este fic esta pasando más que a la edición a la reescritura con el planteamiento de la trama pero me pone contenta como poder llevar a cabo bien esto, con coherencia desde el inicio, me da paz mental. Muchas gracias a quien se tomo el cariño para leer.¡Cuidense!
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