Capítulo 1.
¡Hola mis bonitos lectores! Su servidora sigue trabajando y parece que estaré acá un buen rato, pero tenía el capítulo listo en el drive, so aprovecho el minuto para un café que me dieron, por eso lo subo antes. Muchas gracias a las personas que se toman el cariño para leer.
¡Espero que les guste!
Las manecillas se congelaron, el tiempo se escurrió cuando el destino me invitó a danzar en un tempo craquelado, la esperanza fue un minutero torcido bajo un candelabro apagado. El chico en el país de las maravillas debió saber que había quebrado al conejo blanco.
La gélida brisa pendiendo en el alba, la estridencia de los equipos surcando en las diferentes canchas, el vapor del café cosquilleando debajo de mi nariz, la decepción fue un terrón de azúcar putrefacto en esta taza de insuficiencia. Tic Tac. Lo perdí, se me había escapado y ahora no podía hacer más que sollozar, incluso dentro de una botella rota me ahogué con mis propias lágrimas. Me aferré a mi vaso, quizás sofocarse estaba bien, no podía volar si carecía de alas, me las había arrancado. Si los sueños se derramaban bastaba limpiarlos con servilletas. Suspiré, estábamos en el Starbucks de la facultad de deportes. La risa de Yut-Lung Lee fue un afilado letargo, sus uñas rechinaron contra el soporte de la mesa, él cruzó una de sus pierna sobre un taburete demasiado grande para tan delicada silueta, su coleta se resbaló encima de sus hombros, él me miró, sí, con el veneno de una víbora, temblé. Él me hacía pensar que todos mis secretos se hallaban al descubierto, sin embargo, ¿no lo estaban?
—Entonces... —Esa fue la primera palabra que se atrevió a pronunciar desde que le relaté aquel fatídico encuentro. Ojos verdes, piel de porcelana, aroma a gasolina —. Déjame ver si entendí. —Me aferré a mi café, estaba amargo—. ¿No tienes idea de quién es el lince de Nueva York?
—¿Eso fue lo único que escuchaste? —La indignación fue imposible de esconder, no obstante...
—¿Había algo más importante que Ash Lynx? —Nunca lo traté de hacer. Estúpido. Me quemé los dedos al haber apretado demasiado fuerte el cartón.
—¡Claro que sí! —Mis piernas se crisparon hacia la silla—. Mi tesis fue rechazada. —Él ni siquiera se inmutó, darle un largo sorbo a su té fue su manera de quebrar la tensión. El día estaba helado.
—Cierto, eso también es importante. —Crucé mis brazos sobre mi vientre, fastidiado con esa petulante actitud—. No me mires así, el tipejo es una leyenda en la universidad. —Ese masculino perfume seguía impregnado en mi camisa, tan resplandeciente sonrisa era un tormento delirante, él supo robarme los latidos con una impresionante facilidad. El corazón se me agolpó en la tráquea.
—¿Me quieres explicar quién es? —Una afilada risita fue su respuesta—. Si es tan famoso deberías saberlo, ¿no? —Él se estiró antes de apoyar los codos encima de la mesa, el brillo que chispeó en sus pupilas fue un escalofrío desmesurado. Mal sabor.
—Claro que lo sé, ¿por quién me estás tomando? —La elegancia con la que se acarició la mejilla fue arrebatadora—. Es un estudiante de la facultad de economía, de segundo año. —Mis rodillas se contrajeron ansiosas debajo de la mesa. El local se hallaba vacío, los equipos habían terminado el calentamiento de práctica.
—¿Es más joven que yo?
—Por dos años. —Aquel tono juguetón me heló la cordura—. Se rumorea que además de ser el protegido de Dino Golzine, anda metido en asuntos turbios dentro de la universidad. —Aquel nombre me resultó familiar, fruncí el ceño, esperando que mi mente volviese a funcionar.
—¿Es el dueño de alguna empresa? —Pero esperando las personas se morían y de esperanza los ingenuos perecían. Una suave carcajada se esfumó bajo la brisa antes de que él volviese a tomar su taza—. Parece un nombre importante.
—Dino Golzine es dueño del país, desde la política hasta la prostitución, él gobierna tanto la luz como la oscuridad. —Enfoqué mi atención en mi bebida, el café se había estancado en la tapilla, lucía grotesco—. Escuché que Ash Lynx es su sucesor, pero todavía no concretan el proceso de adopción. —Las entrañas se me retorcieron, el azúcar se me derritió en la lengua—. Tienen una relación bastante sospechosa.
—Parecía bastante desconfiado. —Oh, pero era más. Hubo mucho más cuando lo encontré en ese mugriento callejón, golpeado y herido, él sacó sus garras como si fuese un gatito maltratado—. Parecía en problemas.
—Eiji...
—Lucía realmente solitario. —La remembranza me quebró el corazón.
—Dijiste que estaban discutiendo por mercancía. —El aroma del jazmín fue agradable—. ¿No es así? —Me mordí la boca antes de responder, como si temiese quebrar la realidad con las palabras incorrectas. El aroma de la gasolina.
—Sí, se estaban quejando de la calidad de algo. —El orín de una reja electrificada—. Aunque no entendí el contexto parecía serio. —La adrenalina de volver a extender mis alas con una pértiga oxidada. Pero lo perdí. Dejé que se deslizase de mis manos para ocultarse en su madriguera, lo extravié y ahora era muy tarde para ir detrás. Piedad.
—Ay, cariño. —Su mohín fue un mosaico de lástima—. Se rumorea que es líder de una pandilla. —Hacía frío aquella mañana—. También se dice que es una especie de traficante. —Reí, negando. La brisa se burló de mí al resoplar sobre mi oreja.
—Él no parecía ser esa clase de persona. —Sin embargo, era fácil convertirse en un títere por una sonrisa galante.
—También dicen que es todo un mujeriego, así que mejor olvídate del asunto. —Aquellas palabras, lentas y toscas, acompasadas de un molesto golpetear sobre la mesa, parecieron ser una advertencia—. Estarás mucho mejor sin volverlo a ver. —Lo fueron.
—Pareces saber mucho del asunto. —Mis defensas se alzaron en una carencia de prudencia, la fila para entrar al Starbucks llegaba hasta afuera, los quejidos fueron fugaces, la tesis condena.
—Tienes razón, sé mucho del tema. —Su atención pendió desde la multitud estudiantil hasta mi escenario—. Amo los chismes, no lo puedo evitar. —No tenía motivos para dudar, él era mi mejor amigo.
—Lo sé. —No obstante, lo hice—. Mejor no hablemos más del tema. —Por unos ojos verdes y bonitos.
Sabía que era estúpido ofuscarse por un hombre que me había olvidado bajo el manto de la casualidad. Sí, era tonto, sin embargo, no lo podía dejar de recordar. La obsesión fue compulsiva, suspiraba por ese perfume una y otra vez, ¿una tercera más? Porque infinito era insuficiente. La manera en que mi corazón arremetió contra mi pecho, el sudor cayendo desde mis manos hacia su chaqueta de cuero, el burbujeo destrozando mis venas, me mordí la boca, la electricidad de esa felina mirada. Por solo un instante, esa noche, el tiempo volvió a correr para mí. Por solo un segundo fui capaz de acariciar los colores antes de caer hacia esta putrefacta monotonía. Era una historia de mierda, no era digna de ser vivida ni relatada, pero era mía. Acomodé mi mentón encima de mi palma, alguien como Ash Lynx: resplandeciente, audaz e intrépido, nunca lo entendería. Quizás él aprendería a amargarse con la edad, esperaba que no lo hiciera. Me hallaba hundido en una espesa nada. Fue doloroso. ¿Las estrellas centelleaban si no había cielo?
—¿A tu tesis realmente le fue mal? —Yut-Lung Lee me hundió un poco más. Cerré los ojos, tratando de reconocer la canción que estaban pasando por los parlantes de la cafetería.
—Él me dijo que la hiciera toda de nuevo. —Reí, necesitaba de un milagro para sobrellevar este año—. Me dijo que le cambiara el tema. —Mis yemas delinearon el borde de mi vaso—. Supongo que de verdad la odió. —No fue necesario contemplarlo para saber que era piedad lo que me estaba regalando.
—Harás una mejor. —No, no podía, mi pasión se drenó en la anterior—. Eres Eiji Okumura, puedes con todo. —Sin embargo, ese nombre no era suficiente y el tiempo me estaba sobrepasando, no existía perdón ni olvido dentro de esas trémulas manecillas.
—Supongo... —No había nada más que un despiadado tic tac—. Sé que esta semana es la primera del semestre. —Tic tac Alicia—. Pero me siento agotado. —El tiempo se te está acabando. Yut-Lung Lee se inclinó en la mesa para golpearme la frente, sus cejas temblaron, sus botas retumbaron contra los adoquines.
—Te quedaste el verano entero en los dormitorios para seguir trabajando. —La indignación fue hilarante—. Obviamente estás cansado. —Él gruñó, cruzándose los brazos debajo del pecho. Sonreí—. Si te sigues quitando el valor así te volveré a golpear. —Era un buen amigo. El mejor.
—Bien. —Le extendí la palma—. Por el meñique. —Una risita quebró el malhumor, él respondió a mi agarre para que se concretase una promesa, era vacía y no significaba nada, sin embargo, era linda.
—Es cierto. —Él acarició los bordes de su taza, coqueto—. Hoy llega tu nuevo compañero de dormitorio, ¿verdad? —Y aunque traté de evadir el tema con violencia, él me arrastró.
—No es alguien a quien conozca, así que me siento nervioso. —Un mechón de cabello bamboleó detrás de su oreja, la cafetería se había llenado, el sol estaba tratando de desafiar aquella helada mañana. La escarcha en los árboles fue irreal.
—A mí no me engaña esa cara de santo, esos no son nervios. —Él me apuntó de manera acusatoria—. Estás decepcionado de que se acabe tu luna de miel. —Las mejillas me cosquillearon, tenía las manos empapadas, me rasqué el cuello, ansioso—. Ahora tendrán que buscar un motel para hacer sus cochinadas. —Transparente y estúpido.
—¡Yue! —Su sonrisa fue altanera.
—Las paredes son delgadas. —El humo se me escapó de las orejas, la frente se me tensó. Esto era humillante—. ¿Le hablas sucio en japonés? No lo trates de negar, los he escuchado. —Dios, que alguien me matara.
—Vivimos juntos por tres años en ese dormitorio, va más allá del sexo. —Él rodó los ojos, aburrido—. Es normal que no quiera compartir nuestro espacio con alguien más. —El pasatiempo favorito de Yut-Lung Lee era molestar a mi novio, ya fuese por su altura o por su edad. Aun así, los quería. Aunque me lo cuestionaba. Una y otra vez.
—Quien diría que él abandonaría su carrera para ponerse a trabajar. —¿Una tercera más?—. Lao debe tener un buen negocio.
—Es una muy buena oportunidad. —Nos defendí, como si necesitase de una confirmación para recordarme que era algo—. Además, la carrera no lo hacía feliz. —Porque gracias a esa tesis Eiji Okumura no era nada.
—Puedes pedirle que te mantenga. —Apreté los párpados con fuerza, suplicando por paciencia. El aire estaba pesado, el café se había acabado. El aroma de la gasolina. Un par de ojos verdes—. Él lo haría encantado, puede ser un Sugar Daddy pero feo, enano y con la edad mental de un bebé. —No debería.
—¿A quién le dices enano? —Como si lo hubiesen convocado, él me abrazó por la espalda, sus brazos rodearon mi cuello de manera celosa e infantil—. Debo medir medio metro más que tú. —Yue se llevó una palma hacia el pecho, la conmoción fue histriónica.
—Yo puedo hacer trampa con plataformas y verme fabuloso en ellas. —Él se tensó a mi alrededor, su cabello estaba mojado, seguramente corrió para llegar—. Mi pobre Eiji tuvo que esperar años para que no tuvieses que besarlo subiéndote a un banquillo. —Su rostro enrojeció con violencia.
—¡Eres malo! —Él le sacó la lengua—. No era mi culpa parecer un renacuajo.
—A mí me parecías lindo. —Bastó aquella penosa confesión para que la furia se convirtiese en vergüenza—. Todavía creo que lo eres.
—Es porque tienes un gusto asqueroso en hombres. —Nos levantamos de la mesa ante la presión social, había demasiada fila en el Starbucks—. ¿Por qué estás aquí? Pensé que te ibas del dormitorio. —Mi novio rodó los ojos cuando la fatalidad lo apuntó, él se aferró a mi cintura con una suavidad propia del primer amor, sus latidos se agolparon en esa vieja chaqueta morada.
—Aún tiene cosas que sacar antes de que llegue mi nuevo compañero. —Aunque esta era una relación prometedora, éramos gris. Lo lamentaba. Realmente lo sentía.
—¿Cómo se llama tu nuevo compañero? —Saqué de mi bolsillo la carta de asignación que me entregó la dirección, era un apellido complicado, parecía extranjero. Tuve un muy mal sabor, sin embargo, fue tan natural dejarlo deslizarse por mi lengua.
—Callenreese. —Hubo un vuelco en mi corazón—. Aslan Jade Callenreese. —La sonrisa coqueta de Yue me paralizó.
—Quizás sea extranjero.
—Tal vez. —Los tres abandonamos la cafetería antes de separarnos.
Sus caricias fueron una oda para la suavidad, sus dedos se entrelazaron a los míos con una lentitud mortífera. El sonrojo que se matizó en esas masculinas facciones fue simplemente adorable, estábamos nerviosos, nuestros pasos fueron una ceguera trémula en este velero de papel, la brisa era agradable, la miseria estudiantil sucumbió ante el bamboleo de los árboles. Sing Soo-Ling era mi primer y único amor. No era ni apasionado ni excitante, sin embargo, nos queríamos. Y era tan difícil fulgurar en la incondicionalidad, que lujo más precario sería dejarlo al haberme borrado bajo un estruendoso tic tac. Me aferré a su chaqueta, escuchando el eco de la nostalgia retumbar contra los adoquines hacia los dormitorios, él tiritó ante semejante cercanía. Él era lindo, me hacía sentir seguro, eso era suficiente para nosotros dos. ¿Lo era? Sí, ni siquiera me lo debería de cuestionar, tenía suerte de que a él le gustase alguien como yo.
Alguien como Eiji Okumura.
Alguien con el tiempo en su contra.
Alguien descuidado con él.
—Pareces ansioso. —Mi voz no fue lo suficiente para quebrar la tensión, sus ojos se encontraron con los míos, eran negros y profundos. Lindos, pero no eran verdes ni me hacían suspirar. Negué con fuerza.
—Es porque te quiero decir algo. —Perdí el aliento con aquella confesión. Eran contados los momentos donde salía a flote su seriedad—. Pero estoy tratando de buscar el momento adecuado. —Sin embargo, lo adecuado no existía.
—Si lo dices de esa manera me vas a asustar. —Él me ignoró para que continuásemos con nuestra marcha, en ningún instante nos pudimos separar.
—Tenemos que hablar. —Tragué duro, fue difícil respirar esa mañana.
Yo era obsesivo y me había encerrado en una carrera donde no existía ni la confianza ni el amor. Estudié más horas de las que viví para hacer una tesis de mierda que tendría que repetir, la paciencia que este hombre me obsequió fue desmesurada, sin embargo, mi nula habilidad para el romance me humillaba. Era un novio negligente. ¿Qué ganaba con negarlo? Lo lamentaba, no obstante, esas mismas disculpas me pesaban porque tenía la certeza de que no cambiarían nada. Esperaba que él se aburriese, me hallaba sentado contemplando como nuestra cuerda tiritaba, implorando para que se rompiera. Me mataba con lentitud, era muy cobarde para cambiarlo. Le temía a la soledad, cuando estaba abandonado. Tonto. Llegamos a nuestro dormitorio, era estrecho e incómodo, dos camas pendían junto a un escritorio, un velador y algunas sillas. Él me llevó hacia nuestro lecho de amor para que nos sentáramos, él se aferró a mi palma con una impropia desesperación, sus ojos me miraron, él me evitó.
Tic tac.
—Sing. —Mis yemas se deslizaron hacia su mentón, supliqué para ganármelo de regreso, lo amaba—. Puedes confiar en mí y contármelo. —Él asintió, sus rodillas se contrajeron hacia la cama, los resortes se convirtieron en un latido delator.
—Sé que hemos estado juntos por años... —Su voz se quebró por la angustia—. Si fuese por mí nosotros nos iríamos a vivir juntos a mi apartamento. —Amabilidad falsa fue lo que le pude otorgar. Estaba sucio.
—Sabes que yo no estaría bien con eso. —Me quise apartar, sin embargo, él me lo impidió—. No quiero irrumpir en tu espacio y aún debo terminar mi tesis. —Estaba sentado esperando a que la cuerda se rompiese entre nosotros dos.
—Pero ya casi terminas con ella. —La frustración en sus palabras fue nítida, que fuese tan sincero me encantaba—. Dijiste que te estaba yendo bien. —Pero yo era bueno en las mentiras.
—Sí... —Al decirlas a diario yo mismo me las había comprado—. Me ha ido bien. —No quería preocuparlo—. Pero aun así, sabes que no estaría cómodo viviendo gratis. —La cólera lo incitó a acariciarse el ceño. Fracasar era un arte y engañarse un estilo. Yo era experto en ambos.
—¿No puedes hacer esto por mí? —Era una sola cosa la que él me estaba pidiendo—. Por favor, no tienes que pagarme la renta. —Una sola cosa, nada más—. Necesito esto.
—Perdón. —Y aun así, no podía.
—Eiji. —¿Qué decía eso de nuestra relación?—. Siempre me haces lo mismo. —Él paralizó la ira con una bocanada de aire—. Seguiremos con esta conversación después, no quiero arruinar el momento con una tonta pelea, ya no insistiré. —No obstante, él lo haría, porque era un hombre terco e inquebrantable. Estaba asustado, yo lo veía. Lo veía pero no hacía nada.
—Lo siento. —Otra vez esas dos palabras—. No es una decisión que pueda tomar a la ligera. —Ya debería saber que no cambiarían nada, ni olvido ni perdón. Pero tiempo era lo que compraban y yo me vendía al mejor postor.
—No vine para que hablemos de esto. —Sus palmas se deslizaron por mis muslos, me ruboricé, esa desmesurada galantería se había vuelto irresistible con los años—. Estoy asustado de que tengamos que pasar tantos meses separados. —Me aferré a él, tratando de consolarlo.
—No lo digas como si fuese un adiós, solo viviremos en diferentes lugares. —Oh, pero sí lo era. Porque yo era un maniático obsesivo que se estaba hundiendo en un espeso vacío—. Además, aún tenemos los fines de semana.
—Lo sé, tienes razón. —Él deslizó su palma hacia el bolsillo de su chaqueta, el mundo se congeló cuando una pequeña caja de terciopelo me fue revelada—. Quiero un futuro contigo, Eiji Okumura.
—Sing... —Una argolla de plata resplandeció bajo el susurro del crepúsculo, tenía una franja dorada al medio, junto a su nombre y una fecha escritos en su interior.
—Son anillos de pareja. —Los nervios lo incitaron a tartamudear, él alzó su mano, una sortija igual rodeaba su dedo anular—. Pero el mío tiene escrito tu nombre. —La fecha era nuestro aniversario.
—No puedo aceptarlo, es demasiado.
—No te estoy pidiendo que te cases conmigo. —El sonrojo en sus mejillas fue brillante—. Aunque me gustaría que lo consideraras. —Él sacó la joya de la caja, era reluciente pero simple, no encontré las palabras correctas para responderle, no pude hacer más que vagar por él—. ¿Al menos lo pensarás? —Él tenía su corazón entre sus manos, era frágil y delicado, aun así me lo extendió. Temí tomarlo.
—No puedo. —Me asustó tanto—. No estoy listo para esta clase de compromisos, lo siento. —Mi mente me delató. Él deslizó el anillo por mi dedo, encajó a la perfección.
—Puede ser dentro de cinco o diez años, cuando te sientas listo. —Él dejó la caja de lado antes de acercarse, el colchón crujió, la estática nos embriagó—. Te esperaré el tiempo que sea necesario, pero quiero que me veas como el amor de tu vida. —Él delineó mi rostro con una ternura abrumadora, quedé expuesto.
—Sing...
—Porque yo te considero el mío. —¿No era injusto? Que él me musitase tan melifluas promesas cuando yo no le había ofrecido nada. Me aferré a los bordes de su chaqueta, su palpitar retumbó en mi cabeza, la tráquea se me acribilló con pétalos, estaba completamente hipnotizado.
—Haces trampa cuando hablas así. —Pude saborear su aliento en tan peligrosa cercanía—. Sing. —Me convertí en prisionero de esas caricias—. Eres todo un tramposo. —Cada vez que lo veía.
—¿Puedo tomar eso como un sí? —Mis manos subieron hacia su cuello, cerré los ojos.
—Puedes tomarlo como un acepto. —Él sonrió antes de besarme.
Fue impulsivo, fue más de lo que merecí, sin embargo, mi cordura no me impidió atesorarlo. Sus labios fueron una adicción mortífera, sus dedos electricidad líquida deslizándose por mis cabellos, el rostro me ardió, la piel me cosquilleó, sus movimientos fueron una sinfonía ansiosa, dulce pero amarga, fue todo lo que necesité, me derretí en ese abrazo mientras él me apoyaba contra la cama. Esa misma que compartimos durante años pero ahora se profesaba diferente bajo el alarido de la luna. Un escalofrío azotó mi corazón cuando él se apartó, el deseo que centellearon sus pupilas me arrebató la respiración, él se mordió la boca, pidiéndome permiso, se nos acabó el aire en la habitación, sus manos se colaron con una maestría implacable debajo de mi suéter. El roce quemó.
—Eiji. —La realidad estaba caliente.
—¿Sí? —Mi voz delató cada una de mis emociones.
—Realmente te amo. —Perecí, me incliné contra el colchón en busca de acabar con la distancia—. Así que no me dejes jamás, no sé qué haría sin ti.
—¿Por qué dices estas cosas? —Con la misma dulzura que él me confirió, lo volví a besar—. Estoy aquí. —Su sonrisa fue un poema de desolación.
—Lo sé. —Él me apretó la mano—. Pero yo ya no estaré aquí mañana. —Aquella imagen, pequeña y frágil.
—Sing... —Tiritona e insegura.
—Eso me asusta mucho. —Me rompió el corazón—. Estuve años tratando de enamorarte, no quiero que caigas por alguien más. —Él se hundió en mi pecho, buscando consuelo en tan desenfrenado palpitar.
—Oye. —Acuné sus mejillas entre mis palmas—. No tengo ojos para nadie más. —Era verdad, no los tenía—. Así que tenme más seguridad. —Pero tampoco sabía lo que era la pasión. Entre nosotros florecía el amor, sin embargo, no estamos enamorados, ¿importaba?
—Tienes razón. —Los cuentos de hadas estaban sobrevalorados.
—Claro que la tengo. —Nuestras piernas se enredaron, alcé el mentón—. Siempre la tengo. —En esa clase de mirada, la misma con la que me decía lo mucho que me amaba, supe que esto era mejor.
—Realmente te amo. —Estaba bien tener una vida monótona y aburrida, que no fuese digna de ser relatada—. Quiero tenerte ahora, ¿puedo?
—Lamento interrumpir. —Contuve un grito ante esa tercera voz—. Pero creo que están en mi cuarto. —Y justo cuando me trataba de convencer para que vanagloriase las mentiras, el destino me jugó una maldita ironía.
—¿Ash? —Habría reconocido esos ojos verdes en cualquier lugar. Me cubrí la boca al haber dejado escapar su nombre por accidente.
—El entrometido lindo. —Su sonrisa me derritió el corazón. Él traía una maleta junto a una actitud altanera, sin invitación él ingresó al cuarto—. Casi no te reconozco porque tienes a un hombre encima, es un gusto volverte a ver. —Sing aún se encontraba arriba mío, mis manos sobre su pecho, el calor azotó mi rostro.
—Perdón por esto. —Con una seña le pedí a mi pareja que se levantara.
—No importa, no tengo prejuicios acerca del amor. —Ash se dejó caer encima de la otra cama, esa mueca divertida me trabó la razón. Mi pareja se tensó.
—Eiji. —La mirada de Sing se encontraba clavada en el americano, ni siquiera se molestó en ocultar su desagrado, tuve un nauseabundo presentimiento al escuchar aquel fastidioso tic tac—. Necesito hablar contigo. —Tic tac Alicia.
—No se sientan incómodos por mi culpa, pueden continuar acá. —El tiempo se te está acabando.
—A solas. —Fue lo gruñó antes de tomarme de la muñeca para arrastrarme hacia el pasillo de los dormitorios.
Eran pocas las veces en que Sing Soo-Ling se permitía estar molesto, por el trepidar que se oxidó entre sus cejas, por el implacable crujir en su mandíbula y la manera en que sus ojos me evitaron solo para volverme a buscar, supe que era una de esas. Mis zapatillas chocaron contra la pared, el centímetro entre nosotros dos fue abismal, el viejo foco me mareó. Aborrecí el veneno que escurrió en mi corazón, porque aunque me profesase ahogado en la tempestad me sentía feliz de volverlo a ver. Ash Lynx estaba a salvo, que alivio. Negué, no era nadie, solo un entrometido. Él no era para mí ni esta era su historia. Tic tac Alicia.
Enamorarse estaba sobrevalorado.
—¿Lo conoces, Sing? —Esa fue la pregunta que quebrantó la libertad—. Parecías tenso allí dentro. —Él miró aquel anillo como si fuese una promesa de salvación. Retrocedí pero choqué contra la pared. De pronto aquella joya se convirtió en una tonelada de cadenas.
—Todo el mundo lo conoce. —Me hundí en mi suéter, sintiéndome tonto por jamás haber escuchado de tan imponente leyenda—. El lince de Nueva York es una escoria en la facultad. —Me molestó. No comprendí la razón, sin embargo, la cabeza me martilló—. Sería mejor si desapareciese.
—¡No hables así de él! ¡Ni siquiera lo conoces! —Sus pupilas se agrandaron por culpa de la sorpresa, el aire pereció, él me tomó de los hombros con fuerza.
—¿Desde cuándo tú lo conoces? —No pude mirarlo a los ojos, parecía desesperado—. ¿Cómo te involucraste con alguien así? —Yo era el culpable de aquella desilusión.
—No lo hice. —Y lo lamentaba—. Solo me molesta que hables así, me desagradan los rumores. —Pero de disculpas no se vivía y de mentiras el amor se rompía.
—Lo siento. —Estaba viendo aquella cuerda romperse entre nosotros dos—. No quise sonar brusco, pero él no me gusta. —Sus dedos se crisparon en mi suéter, hacía frío—. Es el protegido de Dino Golzine, se cree el dueño de la facultad con su pandilla.
—Sing... —Él chasqueó la lengua.
—Odio que actúe como si todo le perteneciera. —El desdén fue paralizante—. Incluso convenció a Lao de involucrarse en esa mierda. —Le acaricié la mejilla, con ternura y suavidad.
—¿Qué es lo que en verdad te molesta? —Él era un libro traslúcido de tinta iridiscente—. Sé que no fueron esos rumores los que te pusieron nervioso. —Yo era un desastre que jamás terminaba de comprender. Era locura.
—Me da vergüenza contarte. —Pero las mejores personas lo estaban.
—Puedes decirme. —Cuando me alcé en la punta de mis pies, él me volvió a mirar. Sí, con esos ojos de cachorro que me gritaban lo mucho que yo le gustaba.
—Él tiene fama de playboy. —Sing Soo-Ling era mi primer y único amor—. Yo estaré ocupado con mi trabajo, no quiero que te dejes engatusar por él. —Eiji Okumura era su primer y único amor, esos nervios los comprendía, ninguno tenía experiencia ni habíamos pasado más de dos días separados.
—Oye. —Me elevé hasta quedar a su altura, Yut-Lung Lee tenía razón, hace un par de años la situación era al revés, cuando el amor era ingenuo y las mariposas descarriadas—. Te amo. —Se lo aseguré, sin embargo, sostener una relación no se asemejaba a los cuentos de hadas.
—Lo sé. —Implicaba tiempo y promesas—. Y yo a ti, lo lamento por ser tan inseguro. —Más de lo que yo podía dar.
El tiempo está en tu contra.
—Confía en mí, tenemos anillos que nos resguardan, ¿no? —Su sonrisa fue tan bonita que me agitó el corazón—. Además, Ash parece ser una buena persona. —Porque habría dicho cualquier cosa con tal de disipar aquella preocupación. Era mi pareja y lo quería. Realmente lo hacía.
—Si tú quieres créelo así. —Pero si lo hacía...—. A veces eres demasiado ingenuo, Eiji. —¿Por qué siempre me lo cuestionaba? Sonreí sin gracia.
—Supongo que lo soy. —Me encogí de hombros—. Pero así te conquisté. —La tensión se disipó.
—Claro que lo hiciste. —Él me besó la nariz, divertido—. Trata de quedarte algunas noches en mi apartamento. —Más que una petición aquello fue un ruego. Un grito. Una prueba—. No tienen que ser muchas. —Sí, sentía que él me estaba probando bajo tan bonitas palabras—. Pero eso me ayudaría a quedarme más tranquilo, también deberías llamarme más seguido.
—Es una promesa. —Y a pesar de la satisfacción que se grabó en sus facciones, sentí que la había fallado.
Con el inquebrantable juramento de tener una cita mañana regresé a mi dormitorio. El corazón me dio un vuelco cuando él bajó su libro para contemplarme. Sus ojos eran verdes, profundos y electrizantes, no los podía sacar de mi cabeza. Él parecía una persona completamente diferente al animal herido que recogí esa noche. Su sonrisa fue brillante, su galantería un poema angelical, aun cuando el encanto chispeó en sus pupilas aquella sublime soledad se mantuvo imperturbable. Negué, acomodándome encima de mi cama, no me debería de importar, no obstante, estaba en mi mente, repitiéndose como si fuese una película quemada, una y otra vez, ¿una tercera más?
—Quería volverte a ver. —Su confesión me tomó por sorpresa, los aleteos se derritieron en mi razón. Aquella mueca infantil me pareció irresistible—. Creo que eres interesante. —Hubo verano aquella mañana invernal, ¿la culpa?
—No tienes el mismo nombre que me notificaron. —Siempre era del lince de Nueva York—. ¿Qué hiciste con mi verdadero compañero de cuarto? ¿Eres una especie de acosador? —Él se estiró luego de liberar una risita, el sonido fue encantador.
—Aslan es mi verdadero nombre. —Aunque su voz fue una sinfonía despreocupada, hubo un intenso tic tac ardiendo dentro de sus ojos, uno que me impidió creerle—. Pero es un secreto. —Él no tuvo que pedírmelo para que lo mantuviese.
—No te preocupes. —De todas maneras lo hice—. No se lo diré a nadie. —Porque había algo en él. Ash Lynx era indomable.
—Eres alguien interesante. —El colchón crujió cuando él forjó una almohada con sus brazos, la estática fue intoxicante.
—Esa es la primera vez que escucho eso. —Él se rio. Diablos, en esa melodía...
—Realmente me alegra haberte encontrado otra vez. —Él me robó algo—. Eiji Okumura es tu nombre, ¿no es así? —Fue una lástima no darme cuenta de aquello hasta que fue muy tarde.
—Lo es. —El tiempo estaba en mi contra.
—Es lindo. —Y yo estaba siendo descuidado—. Espero que seamos grandes amigos.
A veces las tragedias más grandes empezaban en un dormitorio de universidad, con una sonrisa indomable y unos ojos inolvidables. Aquella tarde el tic tac comenzó a correr para nosotros dos.
¿Quién sería el conejo blanco?
Sigo pensando en: ¿Por qué estoy haciendo el masoquismo de editar esto? Será no más. Acá vamos hacia un largo viaje, muchas gracias a quienes se tomaron el tiempo para leer.
¡Cuídense!
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