Maria Telesita
~(Nico)~
Dicen por allí que el amor es vida. Y ella era la mía.
La amaba desde que la vi por primera vez, en aquella mañana observando el sol salir. Sus ojos de fuego y su boca de fresa me capturaron en su embrujo.
Me enamoró desde ese primer instante. Sin embargo, ella parecía indiferente.
Nora me dijo que ella tenía miedo. Su ex la maltrataba física y verbalmente. Yo no soy así, mataría antes de hacerle daño. Ella no me conoce lo suficiente y lo he intentado en estos meces. Me he acercado, la he respetado, logre seducirla. Pero me dí cuenta que no quería una relación pasajera, yo quería una vida con ella. No podría jamás permitir que eligiera entre su trabajo, el que ella ama y por el que sacrificó tanto. Y yo, que solo puedo ofrecerle mi amor.
No podría dejarla que renuncie a su sueños. Sería lo que ella quisiera que fuera para ella, cuando ella así lo quisiera.
La empujé en más de una ocasión a sabiendas de su atracción hacia mi, pero no fue suficiente y ya no lo soporto.
Quizás sea el alcohol que ingerimos con el almuerzo, quizás sea la música festiva y alegre, quizás sea el verla tan relajada, tan libre. Sus cabellos flamean con la suave brisa.
El sol se va ocultando en el horizonte. El calor de éste enero hace más bonito el escenario.
La observo bailar, sus ojos están cerrados y sus brazos se mueven al compás de la música.
Muy despacio me acerco a ella. La gente desaparece a nuestro alrededor. Ya nadie puede hacer nada, solo estamos ella y yo.
Se detiene frente a mi y solo nos separa unos centímetros. Baja sus brazos muy despacio, al tiempo que sus grandes ojos comenzan a abrirse, como las flores de naranjo.
Su mirada de fuego se centra en mi y su boca dibuja una sonrisa llena de promesas.
Sabemos que pasará.
Me acerco el poco espacio que nos separa y tomo su cintura. Ella tiembla nerviosa, al tiempo que se ve tan entregada debido a la inhibición que le produjo el alcohol mezclado con el ardiente calor de Enero.
Ella posa sus manos en mi cuello, tomando suavemente los cabellos de mi nuca con sus delicados dedos. Su mirada atraviesa mis ojos hasta centrarse en mi pecho, que galopa sin control al sentir su cuerpo en contacto con el mio.
Las manos me tiemblan y temo hacerle daño. Ella es tan frágil, tan hermosa que temo perderla, cuando al fin logré tenerla.
Acerqué mi boca a sus labios y con suavidad tomé sus labios rosados con los míos, para saborear la miel de sus besos.
Me embriague de su sabor, mordí su boca con la pasión y la desesperación del más puro amor.
Acaricié con mis temblorosas manos cada curva de su cuerpo. Cada minúscula parte de su ser. Las ansias de tenerla para mi hicieron que la tomará en brazos y la llevará a un lugar donde estuviéramos solos.
La obscuridad del bosque nos envolvía, sus ojos desprendían un brillo especial.
Temía que si pronunciaba alguna palabra, despertaría de ese sueño tan mágico, como especial y no quería que eso pasara. No hablaría.
Con cuidado de no romper aquel embrujo, la desnudé muy despacio.
Primero desabroche cada botón de su camisa, para luego quitarle los pantalones. Sus largas piernas eran un monumento a la belleza. Joder, que me estaba volviendo loco con el solo rose de nuestra piel. Con mucha delicadeza, observándola a los ojos, la tumbé sobre aquel césped.
Me tumbé sobre ella, besandola con cuidado, sabiendo que lo que haríamos no tendría vuelta atrás.
Debore con ansias cada gemido involuntario que exhalaba en plena ebullición.
La amaba y la veneraba. Ella era mía y por ella me quemaría en el fuego de la pasión.
Me hice un hueco entre sus piernas, acariciando cada parte de su piel con vehemencia, como si su piel fuera del más delicado cristal. Rozando mi erección entre sus piernas.
Me volvía loco con sus besos, me mataba con sus caricias y volvía a la vida con la necesidad de enterrarme en su cuerpo...
Hacer el amor con ella era un regalo de los Dioses, pero hacerlo con la pasión y el deseo de los mil demonios, era el pecado perfecto hecho realidad.
Descubrir su humedad me hizo sentir mágicamente más duro de lo que podría. Mis manos apresaron sus pechos, que para ese momento, ya estaban desnudos a mi merced.
Mi lengua se encargó de endurecer aquellos pesones que se erguían como capullos en flor.
Continúe mi excursión de besos por su abdomen blanco y suave hasta llegar a su pelvis, allí me recreé en su sabor, probando aquel néctar que me enloquecía en demasía.
Ella se retorcía de placer, con sus piernas abiertas. Gimiendo fuera de sí, palabras que no entendía.
Le quité su tanga presuroso, con las manos temblorosas y la necesidad de sentir su humedad envolverme. La necesitaba gritando mi nombre y lo necesitaba justo en ese preciso momento.
Por lo que no le dí más vueltas y muy despacio guíe mi pene a su cavidad. Adentrandome muy lentamente en ella.
Sentir sus paredes envolverme, fue majestuoso. Cerré los ojos para no perder la poca cordura que me quedaba, jamás le haría daño. Pero cuando ella comenzó a moverse me descontrole... una fiera se había apoderado de mi.
Tomé sus caderas y como un poseso comencé a moverme dentro y fuera de ella. Una y otra vez. Sin tregua, sin dudas, sin descanso.
Ella me agarró de mi cabello, jalandolo fuertemente mientras nos devoramos la boca con un hambre voraz. Nuestros ojos conectaron y con la mirada atravesando su alma de gata salvaje, le dije abiertamente aquello que aún no le había dicho por miedo a perderla.
Los movimientos se hicieron más potentes, más salvajes, más apasionados.
Ella me agarró de las caderas empujandome mucho más dentro de su cavidad. Como si fuera posible entrar más, la empujaba y la llevaba a la locura, al extasis.
Y de esa manera, mirándonos a los ojos, adorandonos con miles de caricias, alcanzó el orgasmo, empujandome a que me fuera con ella al mismísimo universo. Amándola en silencio, con el tonto miedo de un niño a perder aquello tan valioso. No pude evitarlo, ella era una ninfa del sexo. Quería que fuera mía para siempre y me jugué por el amor que despertó en mi. Con los labios aún hinchados por los besos que nos dimos y el cuerpo ardiendo por las atenciones a las que los sometimos, con la luna y el monte como testigos, le dije en un susurro, antes de cerrar nuestros ojos.
Te amo Lana. Sé mi esposa.
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< Cuenta la leyenda que Maria Telesita era una niña que anhelaba ser una gran bailarina, como su madre. Solo que ella no tenía ese don. Al morir su madre ella quedó sola en medio del monte. La vida no fue fácil para ella, no obstante, se las arregló para sobrevivir.
Pero nadie la veía como mujer, solo sentían lástima por ella.
Una noche luego de ir a las peñas, luego de llorar por no poder bailar como su madre, ni tener su belleza, ella decidió vicitar la cueva de la "zalamanca" (lugar que le pertenece al diablo, en donde se esconde para poder hacer sus maldades en la tierra y no ser descubierto)
Ella se aventuró a pedirle al demonio la belleza de su madre y los dones de la danza, a cambio de su alma.
Ella obtuvo lo que más quería, bailó eternamente y miles de personas la amaron y veneraron por la eternidad, sin embargo, su cuerpo se envolvió en llamas. Murió carbonizada y sin alma.
Las personas que se encomiendan a ella, lo hacen realmente con el demonio que acecha la Zalamanca y todo aquel que le pida su favor, perecerá de la misma manera >
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(Nico)
Me desperté la mañana siguiente, aún continuabamos en el monte. El sol salía una vez más, pese a que nadie lo notara.
El cuerpo de ella ya no estaba a mi lado.
Abrí mis ojos perezosos, sentándome sobre la hierva húmeda.
Cuando me giré a ver a la gata salvaje que en la noche fue mi mujer, solo me encontré con una calavera y muchos huesos... horrorizado salí corriendo.
Jamás volví a ese lugar, no se sabe que fue lo que sucedió, solo sé que la leyenda de Maria Telesita aún vive entre nosotros.
Fin
Soledad Coronel.
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