Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

O25

Sana y ella caminaron silenciosamente hasta el auto de la pintora.

No podía saberlo con exactitud, pues solo iluminaba al vehículo la luz de las farolas, pero creyó ver que ya no había abolladuras o desperfectos en él.

Lauren no le abrió la puerta, pero Tzuyu se deslizó dentro sin reclamar nada.

Le sorprendió ver que el interior del auto estaba completamente limpio, sin restos de pintura ni envoltorios de comida chatarra esparcidos por el suelo. Juraba que nunca había visto un auto tan impecable.

— ¿Es nuevo? —Preguntó con cautela a la dueña de todos sus suspiros.

Sana solo la miró con la sonrisa más falsa del mundo y negó lentamente con su cabeza. La tatuadora no dijo nada. No sabía si existían palabras adecuadas para ese momento.

En medio del silencio se dirigieron al restaurante de sushi donde habían compartido muchos especiales momentos. Una vez allí ocuparon la mesa del fondo, esa que todos ignoraban, y Sana no parecía querer usar el lugar para hacer cosas malas.

— Lo lamento. No tolero que me miren —Soltó con un débil susurro.

Y a Tzuyu se le destrozó el ya roto corazón, pues su pintora sin pudor jamás habría dicho algo como eso.

Pidieron la misma comida de siempre, pero no a Jake el mesero. No era él quien se ocupaba de la parte olvidada del restaurante.

La tatuadora suspiró tristemente. Sana ya no masticaba lentamente ni tragaba cómo si la comida hubiese sido hecha por los mismísimos dioses. Ahora masticaba muy rápido y tragaba de igual forma, y ni siquiera terminó una tercera parte de lo que pidió.

— Come un poco más —Suplicó, pero Sama se cruzó de brazos y se negó ante tal petición.

Y, aunque se lo pidió varias veces más, la pintora se negó a tocar su plato de nuevo. Tzuyu decidió imitarla, pidió la cuenta y se fueron.

— Debiste comerte eso...Te enfermarás, Tzuyu.

— Tú también.

— Yo ya no importo.

Y le habría gritado en medio de aquella calle iluminada solo por las farolas que si importaba, que no podía imaginarse un mundo sin ella, que aún había motivos para luchar, pero no pudo hacerlo.

Sana se había rendido. Ella también.

Se había cansado.

Como Tzuyu había accedido a pasar el resto de la noche con ella, Sana decidió llevarla a su departamento.

Durante el viaje, el cual fue más largo de lo normal, se permitieron hablar.

— ¿Hubo otras? —Preguntó Sana con suavidad al detenerse frente a un semáforo en rojo.

— No.

Pero, aunque Tzuyu esperaba una sonrisa, una extraña decepción apareció en los entristecidos ojos de su ex.

— Mereces ser feliz, Tzuyu —Le dijo tristemente—. Olvídame para siempre, por favor. Busca a alguien más.

— ¿Por qué pides imposibles, Minatozaki Sana?

Y es que la tarea de olvidarla jamás podría ser realizada, pues ella seguiría apareciendo en su mente, en su corazón y en las exposiciones de arte.

— Porque me dijeron que sería imposible encontrar al amor de mi vida, pero de repente apareciste tú —Contestó con suavidad— ...Nada es imposible, excepto lo imposible.

Y ese momento le hizo pensar a la pobre tatuadora lo muy frustrante que resultaba enamorarse.

— ¿Hubo otras? —Y, al realizar esta pregunta, entendió por qué Sana había deseado un sí con tanto anhelo.

Un "sí" era el sinónimo de que podría continuar.

Un "sí" era un sinónimo que de que se estaba dando la oportunidad de volver a ser feliz.

— No —Se negó rápidamente con una risita que no fue real. El corazón de Tzuyu se estrujó— Lo intenté, debo admitirlo, pero solo podía pensar en ti y terminaba llorando en algún rincón.

— Supongo que fuimos hechas para recordarnos —Reflexionó la rota y enamorada tatuadora.

Sana suspiró audiblemente desde su lugar.

— Desearía que estuvieses equivocada, Chou Tzuyu.

La puerta del departamento 18-D era idéntica a las demás, pero lo que se escondía allí era un completo misterio para cualquiera que se posara frente a ella.

Pensó al entrar que se habían equivocado de lugar, pero luego llegó a la conclusión de que el departamento había cambiado tanto como el auto de Sana, su vestimenta, su personalidad y otras cosas más.

Ya no había libros polvorientos por todas partes ni manchas de pintura en el suelo. No había latas vacías ni pinceles. No había lienzos en blanco.

Todo estaba en un orden que parecía casi aterrador, y la pulcritud era tan increíble que habrías podido notar una sola mota de polvo circulando por la corriente de aire.

Se acercó entonces a una pequeña estantería colocada en una esquina de la habitación y revisó los libros que había allí, buscando las historias del loco que Sana más admiraba.

— ¿Dónde está Howe? —Preguntó alarmada al no ser capaz de encontrarlo— ... ¿Dónde están los escritores olvidados? ¿Dónde están tus libros raros?

— Llevé todos esos libros a casa de mi padre. No los quiero aquí... Ahora leo estos.

— Pero estos son solo los libros de moda, Sana, y tú los odias.

Sana la miró fijamente, y sus ojos no la hipnotizaban. Daban ganas de llorar.

— ¿Los odio?

Tzuyu dejó escapar un sollozó ante tal muestra de reconocimiento.

No. Aquello no podía estar sucediendo.

Sin pensarlo siquiera se abrazó fuertemente a ella, como si de esta forma pudiese evitar algo.

— ¿Por qué me abrazas, Tzuyu? —Sollozó la pintora. Y sus sollozos sonaban como esos que se han guardado durante mucho tiempo y un día simplemente no pueden resistirse a salir— No me lo merezco.

Tzuyu la apretó aún más fuertemente contra su cuerpo.

— No importa si lo mereces o no, Sana...Lo necesitas.

Y, tal y como la primera vez en la que se habían visto, realmente lo hacía.

Sana le pidió hablar en la terraza esa noche, tal y como la primera vez en la que habían estado juntas allí. También usó el abrigo que ella le regaló ese día mientras le contaba que era éste su posesión más preciada.

Le dio un poco de jugo a la tatuadora, pero no en una cajita. Esas eran para niños.

Y así, en medio de tristes cambios, miraron el cielo sin mirar.

— Supe que mi madre se iría el día del accidente de Shuhua —Le contó con la melancolía propia de una noche sin estrellas, y su perfil se iluminaba bajo la luna para hacerla ver como el más hermoso ángel triste de la historia— ...Fue algo que me dolió más que todas mis anteriores libélulas, porque esas llegaron de sorpresa. A la de ella tuve que esperarla.

Tzuyu suspiró audiblemente ante tales palabras y se permitió abrazar su cintura, buscando hacerla sentir mejor.

No lo logró.

— No te lo conté. Sabía que no podrías hacer nada, y yo no quería que te culparas por mi tristeza... Así que preferí ser feliz un poco más y marcharme antes de que todo se pusiera peor de lo que viste aquella noche en casa de tus padres.

— Habría podido ayudarte, Sana. —Susurró tristemente.

— No habrías podido —Sentenció.

— ¿Cómo lo sabes?

Pero Sana no respondió.

Esa noche, mientras Sana usaba el baño unos minutos antes de dormir, Tzuyu se permitió llorar por ella. No podía creer lo mucho que las cosas habían cambiado en tan poco tiempo.

Lloraba porque estaba sufriendo, porque había perdido al amor de su vida, porque no podía hacer nada para recuperarla.

Era tanto su dolor que no pudo notar a la pintora entrando a la habitación con un pijama raído y el abrigo de la tatuadora sobre el mismo.

— No llores —Suplicó desde la puerta su viejo amor.

Tzuyu se secó las lágrimas rápidamente e intento detenerse. La vida de Sana ya tenía suficiente destrucción, así que no quería que fuera testigo de la suya también.

Lo primero que Tzuyu notó a través de una nube de tristeza fue lo muy holgado que el pijama le quedaba, y también la forma en la que parecía aferrarse al abrigo como si se tratara de su vida.

Suspiró. Odiaba verla tan cambiada.

— Abrázame —Suplicó la tatuadora unos momentos después.

Y Sana lo hizo, pero solo porque el amor de su vida se lo había pedido.

— Estaba cortándome —Confesó Sana en medio del abrazo. Había desesperación en su voz, y una tristeza profunda en su corazón— Ya no me duele, Tzuyu. Ni un poco.

La tatuadora se alejó, al menos lo suficiente como para fijarse en sus desesperanzados ojos claros. Se sentía impotente en medio de aquella situación.

Odiaba aquello con toda su alma.

— Necesito sentir algo, Tzuyu, pero ya no me duele... Y no sé qué hacer.

Tzuyu suspiró. Ella tampoco sabía qué hacer exactamente.

— Siente amor —Propuso dulcemente luego de unos segundos. Le acarició la mejilla, pero su piel fría ya no resultaba familiar bajo sus dedos.

Sana se alejó con brusquedad. No quería que la tocara tan íntimamente.

— No.

— ¿Por qué, Sana?

— Porque eso me daría ganas de vivir.

Sana se sentó en el suelo y Tzuyu frente a ella. No se tocaban, pero no podían parar de mirarse.

— Habla conmigo, Sana. Por favor —Suplicó la tatuadora. Intentó tomarle las manos, pero su ex no se lo permitió.

— ¿Hablar de qué?

Un suspiró agotado escapó por sus labios.

— Quiero saber cómo te sientes. Quiero que dejes salir todo lo que tienes dentro, que te dejes llevar por el dolor para que yo pueda ayudarte a mejorar. Quiero...

— ¿Sabes acaso lo que yo quiero?

Tzuyu la miró a los ojos, y sí que lo sabía. Cualquiera habría podido deducir las intenciones tras el vacío en sus pupilas.

— Sana, por favor. Tú no quieres esto, no la verdadera tú. Te dejas llevar por el dolor, por la rabia, por la impotencia, y...

— Tzuyu.

Pensó que debía intentarlo una vez más. Incluso si comenzaba a frustrarse, la amaba demasiado como para no intentar traerla de regreso.

— ¿Estás bien, Sana?

Su ex hizo silencio. Claramente no quería responder esa pregunta.

— Amor, por favor. Déjame ayudarte. Déjame escucharte.

Pero sus intentos, de nuevo, fueron en vano.

— Tzuyu, lo siento. Yo no quiero que me escuches.

Esa noche durmieron juntas, pero no hicieron el amor. No habría sido oportuno.

Avanzada la noche, cuando la pintora creyó que ella dormía, se echó a llorar sobre su pecho mientras sollozaba palabras de perdón. Tzuyu, con lágrimas acumulándose tras sus parpados, reunió toda la fuerza del mundo para no abrazarla, besarla, hablarle.

Sabía que estas acciones solo la harían cerrarse. Sabía que ella se estaba dejando llevar por la tristeza, y tal vez eso era algo que ella necesitaba hacer en medio de una melancólica soledad.

Tzuyu suspiró en medio de su falso sueño.

Si, la tatuadora estaba allí físicamente, pero su mente vivía en los recuerdos. Su mente estaba en los besos, en las risas, en las muchas veces en las que hicieron el amor dentro y fuera de aquel departamento.

Su mente estaba junto a una Sana feliz, o con la que ella había creído lo era. Su mente estaba junto a un millón de sinceros "te amo" y con sus locas reflexiones.

Su mente no estaba con ella, sino con lo que había sido.

Sana se durmió un par de horas después, cosa que Tzuyu agradeció. Quería verla descansar un poco luego de haber pasado por tanto sufrimiento.

Por supuesto, la pobre no era capaz de adivinar que, incluso al dormir, la vida de Sana seguía siendo un infierno. Ya no había en su mente más que crueles pesadillas.

Se alejó un poco al sentirla roncar contra su cuello, lo suficiente como para limpiar sus lágrimas. Con el corazón adolorido acarició sus mejillas frías y ahuecadas, también su cintura huesuda, y se permitió trazar con cautela sus muslos ahora blandos.

Se abrazó a ella buscando lo que antes había estado, pero no encontró ni un mínimo trozo para rescatar.

Su tacto se le hacía desconocido.

Todo en ella era diferente.

Despertó con un terrible dolor de espalda y una sensación de inquietud en el pecho. Le tomó poco tiempo conocer los motivos.

Primero la alertó el frio y duro tacto bajo su cuerpo, luego la desagradable sensación de la brisa chocando contra su cuerpo.

Cuando abrió los ojos se dio cuenta de la terrible verdad.

En medio de un muy doloroso sueño, no deseando herirla más, Minatozaki Sana la había sacado del departamento 18-D y había colocado su cuerpo, no sin antes despedirse con un beso, en el duro suelo del corredor.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro