O1O
Si Sana no hubiera estado fumando contra su auto, Tzuyu no habría reconocido el vehículo.
Solo había estado dentro de él una vez, y cuando lo hizo era de noche, así que no pudo detallar con exactitud el exterior.
Ahora que los rayos del sol del atardecer lo iluminaban la tatuadora podía darse cuenta de que era de los costosos, pero a la pintora parecía importarle poco, pues había manchones, abolladuras y tierra estropeándolo.
— Solo por si te interesa, Tzu, creo que te ves hermosa hoy.
Sonrió con nerviosismo ante el cumplido. Sana, complacida por su reacción, abrió la puerta del copiloto y le dio la mano para ayudarla a pasar.
Su cigarrillo fue a parar al suelo.
El interior del vehículo no estaba mejor que el exterior: había manchas en los asientos, envoltorios en el suelo y trastos en la parte trasera.
Era un completo asco.
— Espero que te guste mi chiquero... —Murmuró la pintora al entrar al auto. No se veía avergonzada, sino orgullosa.
— No importa lo que yo piense. Seguirás teniéndolo así.
— En eso tienes mucha razón —Aceptó por una risa nerviosa.
Sana se colocó el cinturón. Tzuyu también lo hizo. El auto se encendió, pero no se puso en marcha.
— ...¿Cómo estás, Sana? —La pregunta escapó de sus labios de la nada.
Ella, como en los viejos tiempos, simplemente prefirió ignorarla.
— ¿Leíste a Howe?
— Sana... —Insistió con frustración. La quería, y por esa razón necesitaba respuestas.
— Sé que no has tenido mucho tiempo, pero es una lectura ligera y...
— ¡Sana!
Aún así, aunque la miró y con seguridad notó la preocupación en sus ojos, continuó evadiendo aquella pregunta.
— ¿Leíste a Howe, Tzu?
Terminó cediendo con un suspiro. Sabía que no podía presionarla.
— Lo siento. No tuve tiempo...
Lo cierto era que lo sucedido con Shuhua y Jungkook, el trabajo y los pensamientos que tenía sobre Sana siendo poseída por un hombre asqueroso, todo por su culpa, no le habían dado el tiempo que necesitaba para siquiera abrirlo.
Había estado muy ocupada sufriendo por la gente que la rodeaba como para intentar entender a un loco.
— Prometo que lo leeré en cuanto pueda, Sana. Yo... realmente lo siento.
— En realidad solo te lo di para que leyeras un pasaje del libro que marqué con rotulador... —Es una tristeza que ni siquiera notaras esto.
Pero, aunque lo hubiera notado, sabía que no habría podido concentrarse en leerlo. Muchas cosas habían pasado esos días como para detenerse a pensar en un sin sentido.
Aun así, no se lo dijo. Sana tenía sus propios sufrimientos, y no quería que los hiciera a un lado por los suyos.
Intentando compensar su falta de compromiso abrió el libro, encontrando casi de inmediato el tan mencionado pasaje.
— ¿Puedes leerlo en voz alta? Me encanta...
La tatuadora asintió. Era lo menos que podía hacer para disculparse por haber abandonado al lunático Howe.
— "El unicornio se enamoró del dragón, y para ser correspondido se comportó como dragón. Ya no hacía magia con su cuerno y su pelaje ya no brillaba. Y un día el unicornio se miró al espejo y vio que ya no era él, y el dragón lo miró y no lo reconoció"
— Conmovedor ¿No lo crees? —Sus ojos brillaron intensamente, y cuando se volteó a mirarla parecía un niño deseando hablar de sus cosas favoritas.
— Tiene su toque poético —Admitió con un encogimiento de hombros— ¿Por qué te gusta tanto este pasaje, Sana?
La pintora se tomó un tiempo para pensar en una respuesta.
— ¿Sabes por qué no quiero enamorarme de ti, Tzu?
No sabía hacia donde iba a llevarlas esa conversación, pero algo le decía que sería interesante descubrirlo.
— Me gustaría saberlo.
— Temo convertirme en ese unicornio.
Tzuyu abrió la boca, buscando algo para decirle. Le asombraba su confesión, pues algo como "prefiero las rubias" habría sido más esperado.
— Pero yo... no quiero que cambies, Sana. No tienes que cambiar. Si soy el dragón no me importará aceptarte como unicornio.
— Lo sé. Ese no es el problema.
— ¿Entonces cuál es?
— El unicornio no cambió porque el dragón se lo pidió, Tzu. El unicornio cambio porque pensó que, para ser correspondido, debía hacerlo.
— ¡Pero yo no quiero que cambies! —Exclamó con frustración. Había cosas que la pintora no parecía querer entender.
— Lo sé —La miró a los ojos con paciencia, buscando así explicarse mejor—. El unicornio cambió por presión, Tzu. Dragones se casaban con dragones, no con otras especies. Estoy segura de que, aunque el dragón lo hubiera amado tal cual era, él habría cambiado... Apuesto incluso que el pobre no se estaba dando cuenta de lo mucho que estaba perdiéndose hasta que fue demasiado tarde.
Tzuyu suspiró y bajó la guardia. Comenzaba a entender.
— ¿Qué presión puedes tener tú, Sana?
— Ser lo suficientemente buena para ti. —Tzuyu bufó y le acarició la mejilla. Sabía que le gustaba que lo hiciera.
— Tú ya eres perfecta, Sana.
Ahora quien bufaba era la pintora.
— Sé que no lo soy, Tzu. Es por eso que dejé de acostarme con chicos y de tratar mal a los demás. Quiero ser, al menos, un poco de lo que tu mereces.
— Sana...
— Está bien cambiar, Tzu. Sé que no parece tener sentido cuando lo analizas junto a lo que dije antes, pero lo tiene. Sigo siendo Sana aunque ya no me acueste con mis clientes y decida no ignorar a todo aquel que me hable, pero lo sigo siendo porque yo lo decidí así. También sigo siendo yo aunque sonría como idiota cada vez que pienso en ti, incluso si esto es algo que yo no elegí —Sus palabras salieron rápidamente de sus labios, como un dardo que se disparó directo a su corazón solo para lograr enamorarla más—... Cuando me miro en el espejo noto que soy yo, que he cambiado un poco, pero no parece que me he perdido sino que me he ganado.
La pintora la miraba fijamente a los ojos, como intentando saber que tanto entendía Tzuyu de su discurso.
— Cambiar está bien si te hace feliz, Tzu, si sigues siendo tú, pero... ¿Qué pasa si un día te miras al espejo y no reconoces quien te ve a los ojos? ¿Qué pasa si tu propio reflejo te aterra?
Un escalofrio recorrió su cuerpo al escuchar estas últimas preguntas.
— Cuando el unicornio cambió la única cosa que le importaba era el dragón. No su cuerno ni su magia, sino él. Pero el dragón terminó dándose cuenta de que no quería una marioneta, así que lo dejó, y cuando ya no hubo dragón en su vida, se dio cuenta de que ya no le quedaba nada.
Sana suspiró y apartó la vista. Aquella conversación comenzaba a llegar a su fin.
— Toda persona que he querido se ha marchado, Tzuyu —Dijo adolorida. Hablaba de su abuela, de su hermano, de su sobrino, y, tal vez, de algunos secretos ocultos— ¿Qué sucede si te vas? ¿Qué sucede si, junto a ti, se va todo lo que tengo de mí?
Sin permitirle responder el auto su puso en marcha.
No hablaron más, ni siquiera cuando Tzuyu se quitó la ropa y tomó su puesto sobre aquella cama.
Ambas estaban calladas, algo para nada normal. Pero no todo parecía ser efecto de la conversación que habían tenido en el auto.
Allí había algo más.
Tzuyu intuyó lo que era en cuanto vio la chaqueta de Sana aun sobre su cuerpo, su rostro distraído y las muecas de dolor que hacía cada vez que su muñeca se movía para pintar.
— ¿Estás bien, Sana?
Ella no respondió con palabras. Simplemente negó con su cabeza y continuó concentrada en su lienzo.
Por supuesto, mentía.
— Deberías quitarte la chaqueta. No querrás mancharla.
Pero una chaqueta sucia era lo menos que le importaba.
— Tengo otras.
— Lo sé, pero te ves incomoda.
— Estoy bien, Tzu.
— No. No lo estás, Sana.
Y no se refería solo a la chaqueta.
Sana respiró hondo y bajó la mirada. Su rostro se tensó, y Tzuyu casi pudo jurar haber visto una lágrima resbalar por su mejilla.
— Sana...
Se había levantado de la cama, sin importarle estar completamente expuesta a ella, y había comenzado a dudar entre acercarse o no, abrazarla o no, consolarla o no, mirarla o no.
— Por favor, no te asustes —Pidió la pintora.
Sana jamás bajaba su mirada hacia el suelo, pero ahora esa alfombra blanca con gotas de pintura parecía ser lo único en lo que podía fijarse.
Esforzándose por no llorar se quitó la chaqueta.
— Por Dios, Sana...
Sus brazos estaban cubiertos por pequeños moretones, rasguños y heridas. Se veía mal, muy mal, y debía de sentirse incluso peor.
Contuvo las lágrimas, y con la visión borrosa se acercó a ella para detallar bien los daños.
De cerca era incluso peor. Los moretones tenían un color violeta intenso, los pequeños rasguños no parecían querer sanar y las heridas grandes, particularmente un par en su muñeca, lucían tan perfectas que aterrorizaban.
— No es nada. Estaré bien en unos días. Yo...
— ¿Dónde está tu botiquín?
— Te ves hermosa hoy, Tzu.
Fue este comentario el que logró enfadarla. Sana solo parecía querer burlarse de ella, incluso en esa delicada situación.
— ¡Estoy harta de que ignores mis preguntas, Sana! ¡Dime donde está tu maldito botiquín!
La pintora se sorprendió ante su enojo y, sin poder decir nada, señaló hacia el baño del corredor. Tzuyu se fue con un claro enfado y regresó incluso peor.
Mientras intentaba desinfectar y cubrir las heridas de Sana fue brusca, tal vez porque buscaba darle una lección. La pintora intentaba soportarlo, tal vez porque entendía las razones que tenía estar molesta con ella. para
— Lo siento —Se disculpó con un susurro mientras Tzuyu, claramente no muy feliz, torturaba los rasguños cercanos a su hombro.
Su semblante se relajó un poco. Tal vez había sido demasiado dura con ella.
— Cuando te eché del departamento Kim comenzó a... —Pero no encontraba el valor suficiente para decirlo— Quería su paga —Comenzaba a llorar, y con sus lágrimas el corazón de Tzuyu se derretía—. Estaba dispuesta a dársela solo para protegerte, pero luego de besarnos un poco dijo que no le excitaba el hecho de que yo no estuviera interesada. Él aceptó... otras formas de pago, y luego me lanzó contra los cristales rotos de la copa cuando se cansó de mí.
— ¿Otras formas de pago?
— ¿Realmente no te lo imaginas, Tzu? ¿Realmente no conoces todas las formas en las que un hombre como él puede satisfacer sus deseos? —Su ceja se elevó para cuestionarla con tristeza, y la tatuadora ya no necesitó nada más para comprender lo que le intentaba decir.
Se mantuvo en silencio mientras pensaba en Kim, en lo muy satisfecho de debió haberse marchado esa noche mientras pensaba en el pequeño favor que había recibido de los labios de tan hermosa pintora.
Sana, a su vez, intentaba desesperadamente secarse las lágrimas. Él no las merecía.
— ¿No piensas llamar a la policía? ¿Contratar a alguien para cuidarte? ¿Huir de tus modelos locos?
— La policía no serviría de nada en esta situación. Además, Kim es tacaño, no un estúpido, así que seguramente ahora mismo va de camino a otro continente. Tampoco necesito a alguien que me cuide, no creo que puedan hacerlo. Y no tengo más modelos locos, lo prometo. Puede que algunos sean algo idiotas, como Jay y Kim, pero una vez recibido sus pagos me dejan en paz... Y ya todos mis modelos han recibido sus pagos.
No tuvo oportunidad de sentirse asqueada, pero sí de aliviar un poco su ansiedad. Al menos estaría bien, o eso quería creer.
— ¿Y qué hay de la herida en tu muñeca?
Sana la miró, y parecía haberla olvidado. Tzuyu lo hizo también, aterrándose ante tan dolorosa perfección marcada en su perfecta piel.
¿Podría realmente ser, tal y como los pequeños rasguños, un accidente causado por la furia de un millonario tacaño?
— Un cristal grande, supongo. La verdad es que no presté mucha atención a eso.
Pero algo le decía que mentía. Aun así, no le pareció correcto presionarla. Sentía que ya estaba lo suficientemente herida como para recordárselo.
— Me alegro de que estés bien, Sana —Le comunicó con una tierna sonrisa al mismo tiempo en el que acariciaba su pierna. La pintora sonrió, y aquella escena fue digna de admirar.
— Yo también —Coincidió al mirarla a los ojos. Había ternura en ellos, y, mientras Tzuyu comenzaba a vendar su muñeca, la pintora admiraba cada movimiento como si de arte pura se tratara—. No me habría perdonado apartarme de tu lado sin haberte besado ni una sola vez.
Las mejillas de Tzuyu se pintaron de un intenso rojo que intentó ocultar, pero que claramente la mirada detallista de Sana logró captar.
— ¿Sabes que sigues desnuda?
El rojo se intensificó. Entre tantos dramas y situaciones lo había olvidado, pero ahora se sentía realmente expuesta.
— Puedes ir a vestirte si quieres. No creo poder seguir pintándote, pero me permitiré invitarte a cenar.
— ¿Cenar?
— Comida recalentada y jugo de cajita, si no te molesta.
— Me encanta... ya sabes, la idea. También el jugo de la cajita, ya sabes, es... jugo —Balbuceó mientras recorría toda la habitación en busca de su ropa. Su cerebro no parecía trabajar correctamente mientras estaba desnuda frente a Minatozaki Sana, lo cual era entendible.
Cuando Tzuyu terminó de recolectar su ropa y volteó a ver a Sana se dio cuenta de que no tendría que haberse preocupado tanto. Al ver su incomodidad, la pintora se había cubierto los ojos.
Lentamente se acercó hasta ella y le besó la frente. Ella sonrió con inocencia, algo que amaba ver en un rostro que no parecía conocer más que un aspecto sombrío.
— Voy a vestirme. No tardaré mucho.
— Te esperaría toda la noche, Tzu —Se sonrojó de nuevo, pero al menos ella ya no la estaba viendo.
Suspiró.
Realmente le gustaba.
— ¿Estás bien, Sana?
Ambas sabían a lo que se refería.
— Eso creo, Tzu.
Pero era evidente que, en medio de aquella situación, la pintora comenzaba a derrumbarse.
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