O26 - Final
Tzuyu pensó que no volvería a ver a Minatozaki Sana luego de aquella noche en su departamento. Creía que el haberla echado de una forma tan cruel simbolizaba también echarla de su vida.
La triste pintora no la quería cerca, eso estaba claro.
Y, aunque dolía, Tzuyu había comenzado a aceptar el hecho de que sus vidas iban en dos direcciones completamente opuestas.
Por supuesto, cruel como siempre, la vida planeaba un nuevo encuentro entre ambas almas rotas.
Fue mientras Jungkook le escribía a Joy y Tzuyu diseñaba un nuevo tatuaje para una adinerada clienta hasta que la campana de entrada sonó.
No se volteó a mirar. Había perdido la costumbre, pues ya no tenía a nadie a quien esperar.
Se sorprendió cuando, segundos después, escuchó pasos acercándose lentamente. Fue extraño, pues no había escuchado siquiera la voz de la persona que había entrado.
Cuando se giró, su corazón comenzó a latir con rapidez.
Sus ojos, sin esperarlo ni desearlo, se habían encontrado con los de Minatozaki Sana.
— Vas a tatuarla —Murmuró el rubio con melancolía.
Él también notaba el cambio de Sana. Él también veía su piel enfermiza, la oscura ropa holgada que tiempo antes le había quedado fenomenal. Él también notaba su mirada baja.
— Yo... —Tartamudeó el pobre Jungkook. Aquello le resultaba incomodo— Creo que te dejaré trabajar, Tzu.
El joven se fue rápidamente y, aunque Lauren estaba allí, Tzuyu comenzaba a sentirse muy sola.
— Sé que prometí que no volverías a verme, Tzuyu —Susurró la pintora mientras daba pequeños pasos en dirección a la pared con los dibujos y la frase de Harper Lee—, pero necesito un nuevo tatuaje... Y tú los has hecho todos, y yo no confío en nadie más.
Y, aunque aquel no era el momento que muchos habrían considerado indicado, Sana dejó escapar un par de lágrimas.
— ¿Por qué lloras, Sana?
Ella suspiró.
— El dragón y el unicornio siguen allí —Sollozó mientras miraba el dibujo que había hecho poco antes de dejarla. A Tzuyu se le encogió el corazón al recordarlo— ... Y se aman, Tzuyu. Son felices.
— Y seguirán allí, amándose con felicidad, hasta que tú pierdas todas las esperanzas que aun tienes. Hasta que pierdas todas tus oportunidades.
Tzuyu no pudo saberlo, pero esta simple frase fue el detonante de todo el desastre que siguió.
— Entonces es una lástima que pronto tengan que irse.
Tzuyu le pidió a Sana que se quitara la chaqueta y la camiseta para que el trabajo de tatuarla se le hiciera más fácil.
La pintora obedeció sin decir nada.
No le dirigió comentarios seductores ni se halagó a sí misma. No hizo nada que le permitiera creer a Tzuyu que la vieja Sana seguía allí, oculta en algún rincón de la tristeza.
La tatuadora se cubrió la boca e intentó no llorar cuando la vio.
Podía notar los bordes de sus costillas claramente, y su piel era incluso de un tono más enfermizo en el área que el sol no golpeaba con frecuencia. Sus clavículas estaban demasiado ahuecadas... Y ambos brazos, desde la muñeca hasta los hombros, tenían cortes de todo tipo de tamaño y profundidad. Unas viejas, otras nuevas, pero heridas a final de cuentas.
— ¿Realmente no existen posibilidades de que dejes de hacerte esto, Sana?
La pintora no respondió.
El único espacio libre en aquella larga columna de tristes libélulas estaba solo unos centímetros por encima de su coxis. Había llegado el final.
Tzuyu palmeó el espacio suavemente, sintiendo de esta forma lo muy débil de que su pintora realmente estaba. Podía sentir cada hueso, cada vertebra, cada débil movimiento.
Su piel estaba fría.
Ella no era Sana.
— ¿Te doy asco? —Le preguntó un viejo amor de voz rota.
Tzuyu negó dulcemente y comenzó a tatuar la última libélula de Minatozaki Sana.
Le había dicho que debía de ser negra, pequeña, triste y solitaria.
La tatuadora, conteniendo las lágrimas, se preguntaba en su mente quién había fallecido esa vez.
— No me das asco, Sana. Solo...no eres lo que recuerdo.
— Lo sé —Había tristeza en su voz.
Tzuyu suspiró.
— ¿Por qué lo haces?
Quería entenderla para poder ayudarla, pero no sabía cuál de estas dos cosas era realmente la más difícil.
— ¿Hacer qué?
— Destruirte.
La pintora dejó escapar un suspiró.
— No creo tener nada mejor que hacer.
Cuando el tatuaje estuvo listo y Sana se colocó de nuevo su ropa, Tzuyu se encontró con sus ojos cristalizados. Había esperado abrazarla como la primera vez, pero ella no se acercó ni parecía dispuesta a recibirla entre sus brazos.
La tenía a solo unos cuantos pasos, pero la sentía muy lejana.
— Es la última libélula —Dejó escapar Sana por sus resecos labios.
Un terrible nudo se formó en la garganta de la tatuadora.
— Es el final, Tzuyu.
Lo decía con tranquilidad, como si estas palabras no fueran el sinónimo de dolor, sino de liberación.
Lo decía con una sonrisa en el rostro.
— Sé feliz, Chou Tzuyu —Suplicó antes de darse media vuelta— ...Olvídame.
Y, sin decir más, comenzó a irse.
Tzuyu no corrió hasta ella ni intentó detenerla. Sus piernas no respondían. Su mente estaba cansada de sufrir. Su cuerpo solo pudo desplomarse en su silla de trabajo, y su corazón solo logró sufrir un poco más cada segundo.
Lo único que fue capaz de hacer en medio de su deplorable estado fue la pregunta cuya respuesta le destrozó el corazón en mil pedazos.
— ¿A quién perdiste ahora, Sana?
La pintora suspiró y respondió sin mirarla.
— A mí misma.
Esa misma noche Tzuyu lloró sobre los brazos de Jia, cosa que hacía bastante seguido.
— Es que estoy tan cansada, Jia. Tan frustrada —Sollozó— ...¿Estás bien, Lauren? ¿Estás bien? —Su tono de voz estaba lleno de un amargo dolor— Y luego nada, solo yo sufriendo por ella.
— ¿Estás segura de que solo se trata de eso?
Tzuyu la miró. Estaba muy confundida.
— Tenías buenas intenciones, Tzu, pero no hacías las preguntas correctas.
— ¿Preguntas correctas?
— ¿Cómo fuiste capaz de preguntarle a alguien con depresión si estaba bien? —Cuestionó la más alta— ¡Claramente no estaba bien!
La miraba expectante. Necesitaba más de aquella sabia explicación.
— Cuando le preguntabas algo así le hacías creer que su destrucción no era tan visible. Que podía ocultarla de ti. Pensaba que tú no lo notabas.
— ¡Pero yo lo notaba!
— Ella no lo creyó así, Tzu. Tú querías que ella te contara lo que ya era obvio, pero Lauren jamás habría admitido lo muy destruida que se encontraba frente a ti... No quería que te culparas.
— Pero me estoy culpando ahora.
Jia acarició sus brazos dulcemente antes de proseguir. Sabía que aquello no sería fácil.
— Tal vez Sana no pensó en eso. Ella quería creer que te estaba ayudando de esa forma —Murmuró— ...Tal vez debiste hacer otra pregunta.
Y, en medio de aquella platica, una fría lágrima descendió por su mejilla en cuanto se dio cuenta de un detalle importante.
— Yo siempre la buscaba...Miraba sus ojos fijamente, escarbaba en ella, y todo esto solo porque quería saber si ella seguía allí.
— Supongo que ya lo sabes, pero ese también fue un error —Remarcó su hermana con suavidad— Tzuyu, de haber estado completamente bien lo habrías notado a simple vista. No habrías necesitado escarbar —La tatuadora quería pedirle que se callara, pues las verdades duelen— ... Lamento decírtelo, pero llego a creer que tú solo esperabas con toda tu alma mantener las esperanzas de un felices para siempre. Tú odiabas la idea de llegar a un punto como este.
— ¿Quién no lo odiaría, Jia?
— Tienes razón, así que reformularé la frase...Tú odiabas la idea de llegar a un punto como este junto a ella.
Aunque dolía como mil infiernos dentro de su pecho, su hermana tenía razón.
— ¿Qué crees que deba hacer?
— Búscala una vez más, Tzu, y no esperes milagros. No pretendas salvarla sola. La vida no es una ficción juvenil... Tú también necesitas ayuda.
Suspiró.
— ¿Y qué pasa si me rechaza? —Se preocupó— Ella no quiere mi ayuda, Jia.
— Entonces ofrécele tu compañía. Tal vez no eres tú quien está destinada a salvarla, sino a estar a su lado durante todo ese proceso... Asintió lentamente. —Entendía lo que quería decir— El día en el que terminé con Noa tú no llegaste allí para inmediatamente hacerme olvidarlo, sino para reconfortarme mientras yo misma lo hacía. A veces un abrazo de consuelo ayuda más de lo que crees.
A veces.
— Camila, esto no es tu culpa. Ella estaba perdida incluso antes de conocerte —Intentó tranquilizarla su hermana— ...Y ahora solo puedes estar a su lado mientras ella batalla consigo misma, pues solo Sana sabe dónde está
Y sus palabras la animaron a intentarlo una vez más.
Por ella.
Por Sana.
Por ambas.
— Y Tzuyu...
— ¿Si?
— Puede que ella esté destruida, pero no te permitas ser completamente permisiva. Hazla entrar en razón.
La puerta del departamento 18-D se abrió antes de que Camila pudiera tocarla, cosa que le sorprendió.
— ¿Cómo sabías que...?
— Te vi entrar. Yo... estaba mirando por la terraza.
La tatuadora asintió en forma de entendimiento. Sabía que su viejo amor adoraba con locura reflexionar en ese lugar.
— ¿Qué haces aquí, Tzuyu? —Le preguntó la pintora mientras se quitaba la chaqueta, dejando a la vista su sucia camiseta y las heridas de sus brazos.
— Vine a acompañarte.
— ¿Acompañarme? —Se la notaba confundida— Tzuyu, yo no te quiero aquí.
—Pero el que lo dijera ya no dolía, pues Tzuyu sabía que aquello no era más que un vago intento de protegerla de sí misma.
— Entonces tienes mala suerte, pues no planeo marcharme hasta que hables conmigo.
— ¿Hablar contigo?
— ¿Cómo te sientes, Sana?
Ella la miró fijamente unos segundos, y había un brillo esperanzador en aquel hermoso color verde.
— Estoy bien, Tzuyu. Yo...
— No. No estás bien.
— ¿Cómo lo sabes? —Contraatacó— Tú no eres yo.
— Pero lo veo, Sana. Lo sé.
— Tzuyu...
— Escúchame idiota —Había deseado no enojarse de tal forma, pero era imposible no hacerlo recibiendo esas respuestas—. Desde que nuestra relación comenzó yo solo estuve allí, a tu lado, apoyándote. Te entregué cada parte de mi corazón, confié en ti, me permití amar luego de que ya no pensaba ser capaz de hacerlo...¡Y solo recibí tu mierda de vuelta!
Sana había comenzado a llorar, pero la tatuadora ya no podía evitar que palabras dolorosas pero verdaderas salieran de sus labios.
— Sé que no es tu culpa el que perdieras a tantas personas, que estés tan rota como mi corazón, pero tampoco es mi culpa. También entiendo que solo quieras verme feliz, que hagas todo esto para no arruinar mi vida. Lo entiendo y lo valoro, pero no quiero eso —Decía con firmeza. Tal vez Sana no era la única en esa relación que necesitaba hablar-— ...Si quieres verme feliz déjame acompañarte, déjame ser tu apoyo,
Tzuyu pensó al ver su expresión neutral que ella solo cerraría la puerta frente a su rostro y la odiaría para siempre, pero se equivocaba. Sana, como retando sus creencias, la hizo pasar y la abrazó.
Sí que parecía necesitarlo.
— No puedo más —Murmuró.
Tzuyu no pudo resistirse más y la abrazó con más fuerza aun, buscando sostenerla en sus momentos de caída.
-— Ya no sé quién soy, Tzuyu.
— Sana...
— ¡Es cierto! —Exclamó entre sollozos— ... Hace unos días me miré al espejo y no hubo una sola cosa que me recordara quien había sido. ¡Ni una!
Tzuyu pretendía decir algo, pero no pudo reunir las palabras necesarias antes de que ella la interrumpiera.
— Mírame, Tzuyu —Suplicó.
Lo hizo, y ambas estaban llorando.
— ¿Me reconoces cuando me miras a los ojos?
Pero, antes de que la tatuadora pudiera responderle, Sana la besó.
La pintora no dijo nada durante todas las horas en las que Tzuyu estuvo allí. Se había cerrado durante tanto tiempo que ahora no sabía cómo comenzar.
Aun así, la tatuadora permaneció allí. Estaba dispuesta a esperarla.
No pudo darse cuenta de que, antes de su llegada, su amada pintora ya había tomado una dura decisión.
Tzuyu retiró cualquier objeto filoso del baño de Lauren antes de que la misma pudiera tomar una ducha. La esperó pacientemente y habló con ella de tonterias tras la puerta.
La escuchó reír, y las esperanzas casi parecían haber regresado.
La mujer salió completamente desnuda, con gotas de agua aun resbalando por su piel. Se veía débil, sí, pero había algo especial en sus ojos esa noche.
Había libertad.
— ¿Algún motivo por el que decidieras salir desnuda? —Interrogó con cierta diversión la tatuadora, quien estaba sentada en una cama que muchas noches había sido testigo de intensas pasiones.
— Quiero hacer el amor contigo, Tzuyu.
Tras sus ojos vidriosos, una gota esperanzadora de la antigua Sana comenzaba a aparecer.
— ¿Por qué ya no me llamas Tzu?
— Porque solo Minatozaki Sana puede llamarte así, y ahora mismo yo no soy ella.
Sus palabras eran tristes, sí, pero tras las mismas una pintora sin pudor suplicaba regresar a los brazos de su amada.
— Por favor, Tzuyu. Hazme el amor. Quiero sentir algo más que el vacío.
Sus ojos suplicantes no le permitieron negarse.
— Haré el amor contigo, pero tendrás que hablar conmigo después. Quiero que comiences a liberarte, aunque sea un poco.
Y Sana prometió que lo haría, pero las circunstancias no fueron acordadas.
Besó cada cicatriz y herida. Besó cada hueso sobresaliente. Besó sus labios resecos. Amó su piel enfermiza. Y Sana jadeó bajo su cuerpo, pues se sentía tan débil ahora que ya no era la misma diosa del sexo que había sido en el pasado.
Aun así, sus miradas estaban llenas de amor. Sus movimientos aun contenían un intenso deseo. Sus gemidos aun iban acompañados de su nombre.
Minatozaki Sana aún era suya, y en esos momentos estaba segura de que lo sería para siempre.
Una gélida ráfaga de viento golpeó su cuerpo desnudo y la hizo despertar a mitad de la noche. Buscó el calor de Sana con sus brazos, pero ella ya no estaba a su lado.
Tuvo un mal presentimiento.
Se envolvió en las sábanas que antes habían presenciado la pasión de ambas mujeres y comenzó a buscarla en todo lugar del departamento. La cocina, el salón, las habitaciones, el baño...
Sana no estaba allí.
Ya sumida en la desesperación, Tzuyu recordó la terraza.
Se dirigió a ella aun envuelta entre las sábanas, y claramente puede afirmarse que no estaba lista para ver la escena que presenció a continuación
Sana estaba sentada en el borde de la terraza con las piernas a la deriva y el abrigo de Tzuyu cubriendo su cuerpo. Las miles de estrellas presenciaban el acto, pero ninguna hacía nada para ayudarla.
— ¡Tzuyu! —Exclamó sin aliento mientras comenzaba a correr hacia ella.
Sabía que una caída a dieciocho pisos de altura resultaba fatal para cualquiera.
— No te acerques o juro que saltaré —Le advirtió Sana con la voz rota
Se detuvo en seco. Sabía que ella estaba dispuesta a cumplir aquella promesa. Su mirada destrozada bajo aquella luz de luna lo aseguraba.
— ¿Qué haces allí? —Jadeó—. Baja. Ven a dormir conmigo, Sana. No hagas esto —Suplicó mientras sentía sus ojos llenarse de lágrimas.
— No quiero dormir más, Tzuyu —Le contó tristemente. Ya no quiero hacer nada más que morir.
Sus palabras eran frías, crueles como la idea que recorría su cabeza de quitarse la vida. Sus palabras dolían más que cualquier herida de guerra.
— Sana, por favor. Piensa y...
— Ya lo pensé lo suficiente, Tzuyu.
Las lágrimas comenzaron a resbalar por los ojos de la tatuadora en cuanto dijo eso. No, aquello no podía estar sucediendo.
— Mira el cielo. Las estrellas se ven muy hermosas hoy, y también la luna... Y tú estás aquí, Tzuyu, e hicimos el amor. Te lo juro, por primera vez en meses me siento realmente feliz —Suspiró— ...No podría elegir mejor día para morir.
Tzuyu se secó las lágrimas con las sábanas e intentó con toda la desesperación que habitaba en su pecho mantenerla a salvo.
— Sana, si tú saltas yo... —Intentó decir.
— ¿Salto? —Sana río— Por favor, Tzuyu. No hagas algo así. Bien sabes que si me dices eso no saltaré, pero no estaré viva por mí sino por ti. Así no podré ser feliz, y no lo serás tú tampoco.
— Sana, por favor, aun puedes recuperarte. Aun tienes esperanzas.
— Lo sé, pero yo no las quiero.
Tzuyu gruñó en señal de frustración.
— Amor, por favor. Entiéndeme —Suplicó la pintora. La tatuadora movía los brazos y piernas con impaciencia. Deseaba con todo su corazón rodear con sus brazos aquel cuerpo a la deriva, pero era consciente de que un solo movimiento la dejaría sin cuerpo— ...He visto a muchas personas sufrir por mí, incluyéndome. No puedo vivir con esa carga. No puedo permitirme ver a los demás llorar por mí, o esperanzarse cuando yo ya perdí toda ilusión de regresar.
— Sana...
— Esto lo hago para que todos tengamos un descanso.
Pero ella habría preferido correr mil maratones antes que perderla.
— Prometiste que hablarías conmigo luego de hacer el amor. Prometiste que...
— Lo estoy haciendo ahora mismo, amor —Se rio de ella.
Era perturbadora la forma en la que se veía tan feliz en una situación tan triste.
— No me llames amor si vas a saltar. No me llames amor si vas a rendirte.
Murmuró con cierto enojo. Había dado todo su tiempo y amor por una persona que no estaba dispuesta a sacrificar lo mismo por sí misma.
Y no solo estaba enojada con ella, sino con la vida.
¿Por qué atacar tan fríamente a una pobre pintora? ¿Por qué concentrar todos los males en una sola persona?
— Entonces no te llamaré amor.
Jamás existieron en el mundo palabras más dolorosas que estas.
— Luego de sacarte de mi departamento el día de nuestro reencuentro estuve mirándome en el espejo del baño mientras buscaba a la chica que había sido antes, pues tú ya no me mirabas igual. Tú me mirabas como si fuese una desconocida... Y ese día descubrí que me había perdido.
Tzuyu suspiró ante su versión de la historia, y a su mente una frase dolorosa llegó.
— Un día el unicornio se miró al espejo y vio que ya no era él —Citó con dolor.
— ... y el dragón lo miró y no lo reconoció —Continuó.
Por un momento se hizo silencio, y casi parecía que Sana saltaría. Sus piernas temblando en el borde de la terraza la alertaban.
Por suerte o para desgracia, sin embargo, Sana continuó hablando.
— Howe escribía sus locuras a propósito —Le comentó como si el dato realmente le importara en ese momento.
La tatuadora no dijo nada.
— Tengo su diario, pero nunca te lo presté. Era muy valioso para mí —Comentó con suavidad— ...El pobre quería ser escritor, pero carecía de las habilidades básicas de seguir con el flujo de una historia. Entonces, en vez de rendirse, utilizó eso a su favor.
Era algo que había presentido. En medio de sus idioteces podían notarse indicios de cordura, frases dejadas a propósito, lecciones que un completo demente jamás habría sido capaz de entender.
— Howe dijo que la vida puede cambiar de repente, en medio de una frase. La vida tiene la capacidad de interrumpir historias para comenzar otras...
Sana explicaba todo con suavidad, deseando que ella entendiera. La estaba escuchando, sí, pero gran parte de sí misma solo podía pensar en la peligrosa situación en la que el amor de su vida se encontraba.
— Tzuyu, hoy estaba realmente feliz cuando hicimos el amor, pero increíblemente deseosa de morir al despertar. Y hace unos minutos pensé que sería una noche perfecta para abandonar este mundo, pero ahora, al verte llorar, no estoy segura...La vida está hecha de oraciones interrumpidas.
Tzuyu negó lentamente. Aquello no le parecía justo.
No quería que su oración con Sana se interrumpiera allí, en una terraza. No quería que su historia acabase tan de repente. No quería que una pintora deprimida terminara cruelmente sobre un frio y sucio suelo de asfalto.
Tzuyu sentía que ella tenía derecho a un par de letras más.
— Lauren, por favor —Suplicó por última vez.
Y sus palabras estaban llenas de dolor, desesperación e impotencia, y su sollozo desprendía tanto sufrimiento que incluso el mismísimo cielo comenzó a llorar.
— Es tiempo de que interrumpa mi última oración, Tzuyu.
Y la tatuadora cerró los ojos, pues no quería ver.
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