En el pueblo de Bosnia en el que Victoria vivía, no solía suceder gran cosa más que un par de escándalos cuando la mujer del panadero encontraba a su hermana con su marido.

o cuando el señor que vendía gallinas le estafaba al artesano. Eso era lo típico en Bosnia.

Victoria, de una tierna edad de ocho años, terminó de revolver la sopa y se sintió, orgullosa de ella misma cuando comprobó que tenía un gusto espectacular.

A su padre le encantaría.

―¡Victoria! ¿Has hecho la cena?

La niña se dio vuelta con una enorme sonrisa en los labios y asintió repetidas veces.

―¡He hecho una sopa, papá! Mira, ¡prueba, prueba! Esta vez no se quemó.

Su padre rio mientras le alborotaba los rizos a su hija mayor y tomaba la cuchara que la pequeña le ofrecía. Ocultó la mueca de disgusto cuando la tragó y se esforzó por aparentar que Victoria era una cocinera maravillosa.

―Está deliciosa, hija, pero ¿por qué mejor no vas con la esposa del panadero que te preparé algo? Dile que luego le pagamos.

Victoria hizo un mohín y se preguntó que había hecho mal para que a su padre no le gustara su sopa.

¡Hasta le había puesto trozos de manzana, que eran los favoritos de su padre!

Pero no se quedó en su casa para comprobarlo y se puso en rumbo a la casa de la señora Fiona para acatar lo que su progenitor le había pedido.

No dio más de dos pasos cuando los gritos estallaron en el pueblo.

Y no logró llegar a su casa antes de que unos hombres gordos y feos la arrastraran hacia un barco.

«Está es mi vida antes de ser La sultana olvidada. Estos son mis inicios».